La crisis económica internacional está entrando en una nueva fase en la cual los asuntos casi puramente económicos que ocuparon el primer plano durante los últimos dos años, comienzan a combinarse con explosiones de lucha de clases y contradicciones entre los Estados capitalistas. Hacia fines del pasado año, la complicada situación de la Eurozona, las presiones deflacionarias que golpean sobre la economía norteamericana, las presiones inflacionarias de la economía china y la denominada “guerra de monedas”, expresión de la tensión creciente entre los principales Estados capitalistas, pasaron a ocupar el primer plano. El dólar, el yuan y el euro, esto es, Estados Unidos, China y la Eurozona (o si se quiere, Alemania), devinieron protagonistas principales. Compartía ese protagonismo no obstante, la aparición escénica de los trabajadores y estudiantes europeos, en particular franceses, que desde mediados del pasado año y como subproducto de la renovada oleada de ataques “neoliberales” volvió a pesar fuerte en las calles de muchos de esos viejos países imperialistas. Desde principios del corriente año la ola de rebeliones en los países del norte de África, en particular el proceso revolucionario en Egipto, un país clave para la estabilidad del conjunto del Medio Oriente –principal área petrolera a nivel mundial– se está incorporando a la escena de este drama internacional en el cual cada una de las medidas tomadas para contener la crisis económica mundial parece estar volviendo como un boomerang, poniendo en escena –aunque por ahora pausadamente, es cierto– los aspectos más temidos por los estados mayores del capital.
En última instancia la llamada “guerra de monedas” o las veladas devaluaciones competitivas, los elementos de lucha de clases inicialmente en Europa pero muy en particular la actual situación en el Norte de África, están expresando el agotamiento de los planes de contención de la crisis, que mediante el accionar relativamente coordinado de los principales Estados capitalistas, actuaron en la primera fase para evitar el desarrollo de una depresión económica mundial de características similares a aquella de los años 1930.
Los nueve meses siguientes al pico más álgido de la crisis económica mundial que se produjo en septiembre del año 2008 cuando quebró Lehman Brothers, arrojaron valores de retroceso de la producción industrial mundial similares a los que se produjeron en un lapso similar posterior al estallido de la crisis del año 1929, mientras el retroceso del comercio mundial y de los mercados de valores fueron incluso peores en el período actual [1]. Sin embargo la acción inicial, relativamente coordinada, de los estados capitalistas sobre sus propias economías, mediante el salvataje masivo de los bancos de inversión y comerciales, reducciones a niveles históricos de las tasas de interés, inyección monetaria y en menor medida, planes de estímulo fiscal, logró contener la crisis luego de aquellos primeros nueve meses. Esta intervención masiva, que señaló el comienzo de una crisis aguda del “paradigma neoliberal” que durante las últimas tres décadas había sostenido la máxima de la “autorregulación de los mercados” [2], se combinó a su vez con otros dos factores. Por un lado China, que a fines de 2008 y para evitar que su economía fuera seriamente golpeada por la crisis económica mundial, aprobó un gigantesco plan de estímulo centrado en infraestructura y seguridad social, logró mantener un crecimiento de su economía elevado aunque muy reducido respecto de años anteriores. Por otro lado y de conjunto, los países de la periferia, que aunque su crecimiento fue mucho menor que durante los años previos a la crisis, mantuvieron en promedio, sus productos brutos internos en terreno positivo. Muchos de estos países, particularmente exportadores, como subproducto del acelerado incremento del precio de las materias primas que operó desde el año 2002, habían acumulado fuertes reservas y varios de ellos habían logrado una relativa disminución de su dependencia del mercado internacional de capitales. Aunque muy debilitado, el crecimiento de China, de India y de otros países de la periferia, acompañó el movimiento de los planes de rescate en los centros, actuando inicialmente como otra contratendencia a la reproducción de una depresión económica mundial.
Múltiples voces, muchas de ellas provenientes del ámbito keynesiano y neokeynesiano, resonaron y aún resuenan –aunque ya no sin cierta timidez– señalando la intervención estatal y su relativa concertación inicial como el factor clave que diferenciaría la tendencia del actual período del desenlace catastrófico en los años 1930. Sin embargo tanto las intervenciones estatales relativamente coordinadas que evitaron un nivel de destrucción de capitales correspondiente con la profundidad del proceso que se había desatado, como la continuidad del aún debilitado crecimiento de China y gran parte de la periferia, único factor dinámico de la alicaída economía mundial, no estuvieron exentos de altos costos. Los salvatajes bancarios mantuvieron montañas de deuda sin limpiar que en una gran proporción pasaron a integrar el pasivo de los Estados. Los propios Estados endeudados a niveles históricos se volvieron el eslabón débil de la cadena. En el curso del último año, el estancamiento en los países centrales se combina con el crecimiento acelerado de países semicoloniales o dependientes como China. Esa desigualdad asociada a la amplia liquidez resultante de las medidas de inyección monetaria y de reducción de las tasas de interés, da nuevo impulso a un flujo de capital desde los centros hacia la periferia. Este flujo está recreando nuevas y riesgosas burbujas que hinchan el valor de los activos financieros entre ellos del petróleo y productos alimentarios. Según la FAO [3] los precios mundiales de los alimentos alcanzaron un nuevo récord histórico en enero pasado, superando en su conjunto los precios de 2008. Situación que se traduce inevitablemente en presiones inflacionarias al interior de los países receptores de capitales ya sean importadores o exportadores de alimentos, siendo uno de los elementos que junto a los altos índices de desocupación actuó como catalizador de las convulsivas situaciones políticas en curso en el Norte de África. A su vez, la débil recuperación, dadas las desigualdades señaladas, instaló una tendencia a la regeneración de los desequilibrios externos que durante el año 2009 se habían reducido aproximadamente a la mitad. La tendencia a la regeneración de estos desbalances y la imposibilidad de recrearlos dada la situación extremadamente crítica de la economía mundial, convierten a este problema en otro eslabón débil de la cadena. De este modo, los mecanismos que de manera contradictoria contuvieron la crisis sin resolverla, tendieron a reproducir el apalancamiento bancario, los altos grados de especulación financiera, la formación de burbujas –en sectores cada vez más sensibles como es el caso de los alimentos– y los antiguos desequilibrios comerciales y de flujos de capitales, aunque sobre la base de una economía mundial que sufre una profunda recesión y desocupación y que está parada sobre el campo minado de insostenibles deudas soberanas y déficits estatales. Estamos entrando en una fase más aguda de la crisis económica mundial en la cual los mecanismos que en un primer momento actuaron contratendencialmente, empiezan a convertirse cada vez más en sus eslabones débiles, provocando múltiples situaciones críticas que ya no provienen solamente del frente económico.
Intervención estatal y coordinación inicial
El esquema de hipotecas de alto riesgo basado en muy bajas tasas de interés y precio creciente de la propiedad inmobiliaria, uno de los pilares centrales de la recuperación económica posterior a la crisis de 2001, comenzó a resquebrajarse en el año 2006. La tendencia al alza de las tasas de interés en Estados Unidos y la caída del precio de la vivienda impulsaron el incremento de los costos de devolución de los llamados créditos subprime. Multiplicidad de familias de bajos recursos no pudieron seguir pagando cuantiosas deudas, cuestión que provocó un proceso creciente de confiscación de viviendas, una crisis profunda del complicado entramado financiero que se había desarrollado y las primeras quiebras de entidades financieras. Durante el año 2007 la situación se agudizó y comenzó su transmisión hacia Europa. A la quiebra de dos de los fondos de inversión de la norteamericana Bear Stearns, le siguió el desplome del fondo Caliber Global Investment Ltd. que pertenecía a un banco de inversión en Londres. El banco británico Northern Rock estuvo a punto de quebrar por sus especulaciones en hipotecas norteamericanas y tuvo que ser salvado por el gobierno. El banco suizo UBS anunció una pérdida de valor enorme en sus activos y se supo que el mayor banco de inversión de Wall Street, Merrill Lynch, cargaba con deudas incobrables cercanas a los 8 mil millones de dólares. Durante esta primera fase la Reserva Federal norteamericana intervino en el mercado monetario, comprando parte de las deudas bancarias en hipotecas de alto riesgo para inyectar liquidez, y operando pequeñas aunque sucesivas disminuciones de la tasas de interés a fin de incrementar la disponibilidad de crédito. Durante el año 2008 la crisis entró en una nueva y más profunda fase. Bear Stearns se declaró en estado de virtual bancarrota y, para evitar el colapso, el Banco J. P. Morgan Chase la absorbió a precios de remate con el apoyo de la Reserva Federal norteamericana. El banco de inversión Indymac fue intervenido por el gobierno que tuvo también que salir al rescate de Fannie Mae y Fredie Mac que poseían la mitad de las deudas hipotecarias de Estados Unidos.
Pero en septiembre de 2008 se produce un hecho cualitativo. Quiebra la banca de inversión Lehman Brothers sin respaldo gubernamental lo que desata una reacción en cadena de todos los mercados financieros del mundo. Lehman era el cuarto banco de inversión más importante de Wall Street, su valor ascendía a más de 600.000 millones de dólares, esto es, el equivalente a la suma de los PBI de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay, Perú y Ecuador [4]. El valor de los seguros contra cesación de pagos (CDO) se derrumba. Al poco tiempo se desploma la mayor aseguradora norteamericana, AIG. En esta oportunidad la Reserva Federal sale a rescatarla y se convienen medidas coordinadas de inyección de fondos entre la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón, el Banco de Canadá, el Banco de Inglaterra y el Banco Nacional de Suiza.
Luego de tres lunes negros seguidos en la bolsa de Wall Street, el Departamento del Tesoro norteamericano promueve la Ley de Estabilización Económica de Emergencia (Plan Paulson) consistente en un paquete de 700.000 millones de dólares. De este monto, un tercio sería destinado al programa TARP (compra de deuda riesgosa o tóxica de los bancos para evitar su caída), otros 350.000 millones podían ser solicitados por el Tesoro y los 100.000 millones de dólares restantes podían ser utilizados por el presidente a discreción. El entonces presidente de Estados Unidos George Bush finalmente promulga la ley tras lo cual, Goldman Sachs y Morgan Stanley se convierten en Holdings bancarios para acceder con mayor facilidad al rescate financiero del gobierno y el Banco de Inversión Merrill Lynch se fusiona con el Bank of America. Tras la ley, una parte importante del sector financiero fue nacionalizado (Fannie Mae y Freddie Mac y la división hipotecaria de AIG), se trasladaron recursos de la mayor parte de los bancos de inversión a bancos comerciales y se produjo una secuencia de rescates millonarios de los bancos comerciales entre ellos, el Citicorp, mayor banco de Estados Unidos. El aún presidente George Bush anuncia la utilización de parte de los fondos para rescatar a General Motors, Ford y Chrysler.
Hacia fines de 2008 la Comisión Europea, pone en marcha el Plan Económico de Recuperación Europea que sugería que las naciones introdujeran estímulos fiscales por montos equivalentes al 1,5% del PBI además de los recursos comprometidos en medidas monetarias y financieras, aunque a decir verdad no hubo casi coordinación al interior de la Unión Europea en la que cada país aplicó su propio plan. Los estímulos fiscales se tradujeron en un anuncio del gobierno británico de un paquete de 20.000 millones de libras de reducción temporal del IVA y préstamos a empresas y propietarios, un paquete en Francia de 26.000 millones de euros de estímulos a partir de gastos de inversión e infraestructura y ayudas a empresas con problemas y uno en Alemania por 50.000 millones de euros mediante recortes impositivos, inversiones en infraestructura y subsidios para la compra de vehículos. A su vez, las medidas de salvataje de los bancos incluyeron por ejemplo un plan de rescate por el equivalente a 400.000 millones de dólares en Gran Bretaña, destinado a canjear bonos por hipotecas bancarias y recapitalizar a los bancos y la nacionalización casi total del Royal Bank of Scotland. 320.000 millones de euros en préstamos a bancos privados en Francia y más de 40.000 millones destinados al salvataje de Societé Général y BNP-Paribas. 400.000 millones de euros en préstamos puente del Bundersbank a los bancos privados en Alemania. Además, salió a luz el casi colapso del sistema bancario de Irlanda e Islandia que habían requerido intervenciones gubernamentales masivas.
A fin de año la Reserva Federal reduce la tasa de interés de corto plazo a un rango de entre el 0 y el 0,25% (el nivel más bajo de la historia).
El gobierno de China impulsa un fuerte plan de estímulo fiscal equivalente al 13% de su PBI. Japón hace lo propio con un plan equivalente al 4% de su PBI. Brasil, Chile y Argentina lanzan también planes de estímulo fiscal.
A su vez y ante los efectos sobre la economía real norteamericana que a principios de 2009 ya se encontraba oficialmente en recesión, el gobierno de Barack Obama ratifica las medidas de su predecesor a las que agrega un paquete de estímulo fiscal de 787.000 millones de dólares equivalente al 5% del PBI, una proporción de su renta nacional mucho menor no obstante que el recientemente citado paquete fiscal invertido por el gobierno de China. La tasa de interés de referencia del Banco Central Europeo se reduce al 1% (también un mínimo histórico). La crisis económica en España se había manifestado con profundidad en el año 2008 durante el cual se perdieron alrededor de 1 millón de puestos de trabajo. Durante 2009 la economía española que compartía con la norteamericana una enorme burbuja inmobiliaria, un gran déficit comercial y una alta tasa de endeudamiento de sus consumidores, superó la caída de las economías francesa y alemana. Hacia junio el gobierno anuncia un plan de rescate para cajas de ahorro y bancos de alrededor de 100.000 millones de euros [5].
Tal como lo muestran los hechos empíricos, a partir del la veloz transmisión de la crisis y el pánico que produjo la quiebra de Lehman, se puso en marcha una intervención inicial relativamente coordinada de los Estados, enfocada fundamentalmente en evitar la caída de los grandes grupos financieros, con planes mucho menos costosos en términos de estímulo fiscal –salvo en el caso de China– mientras se dejaba caer a los deudores hipotecarios. Por esos momentos se acuñó el término “Too big to fall” (demasiado grande para caer) que aludía a los grandes bancos tanto de inversión como comerciales y a las aseguradoras, que en el marco de la gran financierización de la economía y estimulando el llamado “efecto riqueza”, habían tenido un rol protagónico en el crecimiento de las últimas dos décadas. Cuestión que explica en parte que a diferencia de 1929 cuando el punto de partida de la crisis se instaló en las bolsas de valores trasladándose rápidamente al sector bancario, en la crisis actual el punto de partida haya estado focalizado inicialmente en el sector financiero con un rápido contagio hacia las bolsas de valores [6]. La relativamente coordinada intervención de los Estados, en comparación con los años 1930, no evitó no obstante la gran magnitud de la caída durante los doce primeros meses posteriores a la quiebra de Lehman.
La caída y la reversión del “efecto riqueza”
La crisis bancaria y financiera, consecuencia del desplome del valor de todos los títulos, se transmitió inmediatamente a la llamada economía real. La desvalorización de la propiedad inmobiliaria, la más aguda desde la posguerra con una caída del 20% como promedio anual, afectó no sólo a la construcción sino a toda la cadena productiva dinamizada por esa industria. Los sectores más dinámicos de la economía como la industria automotriz, que habían desarrollado una gran dependencia del endeudamiento de los consumidores, fueron los que se vieron más directamente afectados. El llamado “efecto riqueza” que había constituido un mecanismo característico del período neoliberal comenzaba a transformarse en su contrario. Tras el recorte de gastos sociales y las rebajas salariales, la desregulación de los tipos de interés y acceso al crédito fácil habían impulsado a franjas muy amplias de trabajadores a efectuar gastos de consumo por encima de su ingreso salarial [7]. La valorización financiera (ficticia) de salarios pretéritos existentes bajo la forma de bienes, tales como viviendas, ahorros por jubilaciones, inversiones en seguros, etc. permitía a determinados sectores un consumo por encima de su alicaído ingreso presente, habilitándoles incluso el acceso a determinados “bienes de lujo” como plasmas, celulares, autos, viajes, etc. Este mecanismo hizo posible a las propias empresas realizar una parte del excedente y a su vez al cobro de fuertes comisiones por parte de los bancos, mediante el embargo latente de la “acumulación” pasada y el endeudamiento creciente de amplias franjas de trabajadores. Esta modalidad de consumo sustentada en el endeudamiento significaba un desahorro en términos latentes, que amenazaba carcomer la propia “riqueza” (el patrimonio: casas, fondos de pensión, salario futuro, etc.) a la vez que comprometía el salario bajo la forma de múltiples gastos financieros tales como comisiones bancarias. El estímulo a importantes sectores de clase media pero también a amplias franjas de trabajadores a consumir por encima de su propio ingreso, en la medida en que permitía la realización de una parte importante de las mercancías producidas, contenía el estallido de una crisis de sobreproducción. El desbarranque del valor de la propiedad inmobiliaria y el proceso confiscatorio de viviendas constituyó el punto inicial de la reversión de este fenómeno, que fue transformándose progresivamente en “efecto pobreza”. La disminución constante del precio de los inmuebles, acciones, títulos variados e incluso fondos de pensión, constituyó tanto el comienzo de la crisis en cadena de instituciones bancarias y financieras como la “desposesión” de los consumidores y el principio del fin del ciclo de consumo frenético, un rápido conducto de transmisión de la crisis financiera hacia la denominada economía real. A principios de 2009 la depreciación de activos y pérdidas bancarias ya alcanzaba los 2,2 billones de dólares mientras las quiebras de empresas se habían incrementado en un 45% en 2008 y se aceleraron aún más durante el año 2009. La economía mundial que había crecido un 5,2% durante el año 2007, pasó a crecer un 3% en 2008 y se contrajo en 0,6% durante el año 2009. Dentro de este promedio general total, son los países capitalistas centrales los que ostentan los peores resultados, con apenas un 0,5% de crecimiento en 2008 y una contracción en 2009 del 3,2%. Estos datos devienen del promedio de la caída de 2,4% del PBI de Estados Unidos –su mayor caída anual desde el año 1946–, 4,1% del PBI de la zona euro y 5,2% de Japón en el año 2009. La contracción en los países semicoloniales o dependientes como China fue profunda aunque mucho menor, arrojando un valor promedio de crecimiento de 2,4% para el año 2009 frente a un 6,1% del año 2008 y un 8,3% del año 2007. Las tasas de crecimiento más alto correspondieron a China, cuyo PBI se redujo del 13 al 8,7% entre los años 2007 y 2009 y a India con una reducción del PBI del 9,4% al 5,7%, durante los mismos años [8]. El comercio mundial se desaceleró intensamente pasando de un crecimiento del 7% en 2007 al 2,8% en 2008 para derrumbarse en un 10,7% en el curso del año 2009. La bolsa de valores de Wall Street acumuló hasta marzo de 2009 –en 17 meses– un descenso de aproximadamente 52%, lo que significa una caída a mayor velocidad que aquella de la Gran Depresión cuando, a lo largo de cuatro años, había acumulado un retroceso del 90%. Quebraron 133 bancos durante ese mismo año en Estados Unidos. Durante el primer trimestre de 2009, la inversión en Estados Unidos se redujo en más de un 50%. Las exportaciones norteamericanas de bienes cayeron en un 25,5% en el último trimestre de 2008 y en un 36,9% durante el primer trimestre de 2009. En Europa el promedio mundial de las principales acciones que operan en bolsa llegó a contraerse en un 35% durante el año 2009 y los mercados financiero e inmobiliario fueron los primeros en recibir el impacto de la crisis que afectó inicialmente en particular a países como por ejemplo España, Gran Bretaña o Irlanda. Sin embargo, la reducción de la demanda proveniente de Europa, Estados Unidos y Japón hizo que rápidamente la crisis se trasladara al terreno comercial provocando una acelerada caída de las exportaciones del conjunto de los países de Europa. Los países bálticos y aquellos de Europa Oriental cuyo crecimiento estaba asociado estrechamente a las exportaciones hacia los países de Europa central, resultaron particularmente afectados. En Estados Unidos el desempleo superó el 10% durante el año 2009 y se acercó a una tasa similar en el conjunto de los países de la zona euro [9] n° 25, Buenos Aires, Diciembre 2008- Enero 2009.]].
Contención de la caída: debilidad y desigualdad
Las medidas de intervención estatal fueron logrando una contención de la caída pero de un modo tal que los elementos de recuperación operaron desigualmente sobre distintas variables y se distribuyeron también desigualmente en el tiempo. Por ejemplo el índice de la bolsa de Shangai, en parte como subproducto del estímulo fiscal ejecutado por el gobierno chino que impulsó aún más la ya existente sobreacumulación de capitales, se incrementó cerca del 150% durante la propia crisis creando las bases para la formación de una burbuja inmobiliaria. La bolsa de Wall Street se recuperó en un 30% durante el primer trimestre de 2009 aunque la producción industrial y el empleo en Estados Unidos continuaban cayendo. Recién hacia el tercer trimestre de 2009, la economía norteamericana muestra los primeros síntomas de recuperación en términos de su producto bruto, logrando un crecimiento del PBI del 2,2% anualizado, incrementando la cifra hacia el cuarto trimestre, también en términos anualizados, al 5,7% del PBI. El crecimiento del cuarto trimestre, en apariencia impactante y sin duda el mayor desde el comienzo de la crisis de fines de 2008, estaba fundamentalmente explicado por la recomposición de inventarios de las empresas, la contención de las quiebras del sector bancario y financiero, la persistente recuperación de la bolsa y los paquetes gubernamentales de estímulo al consumo así como por la concentración de capitales como subproducto de la crisis, la escalada de despidos y el incremento de la explotación de la fuerza de trabajo. Por aquel momento, distintas fuentes coincidían en señalar que el 60% del crecimiento no obstante, se explicaba por la necesidad de recomponer el stock de las empresas –extremadamente reducidos durante la recesión– ante los primeros síntomas de reactivación. Dejando de lado ese 60%, el crecimiento del cuarto trimestre representaba aproximadamente el 2,3% (siempre en términos anualizados), es decir, era similar al débil crecimiento correspondiente al tercer trimestre del mismo año. La presunción se confirmó en los trimestres siguientes. De este modo durante el primer trimestre de 2010, aún cuando continuó operando el impulso coyuntural de la recomposición de stocks, el PBI de Estados Unidos empezó a debilitarse creciendo a un ritmo anual de 3,7% y el segundo trimestre, el crecimiento fue de apenas 1,7% del PBI [10]. Estos datos junto a aquellos del tercer trimestre y el proyectado del cuarto trimestre arrojan un incremento de aproximadamente 2,5% de crecimiento del PBI, cifra muy alejada de un mínimo de 4% sostenido durante varios años, que se calcula necesario para lograr una aún lenta reducción de la tasa de desempleo que se mantiene alrededor del 10% según datos oficiales [11]. Paralelamente a la débil recuperación de Estados Unidos, en Europa donde la crisis también había sido contenida y la caída se había desacelerado, sólo salieron técnicamente de la recesión Alemania y Francia, a fines de 2009. Mientras tanto Norteamérica, así como los países de la Unión Europa en su conjunto, habían acumulado niveles de deuda externa, deuda pública y déficits fiscales sin precedentes históricos. Cientos de miles de millones literalmente desaparecieron durante la crisis –según cálculos del FMI 1,4 billones de dólares, una cifra muy similar a todo el PBI del Mercosur durante un año, se esfumaron durante 2008– y multitud de bancos y empresas quebraron, impulsando un proceso de concentración económica, un fuerte incremento de la desocupación y el consecuente aumento de la explotación del trabajo que repercutió favorablemente sobre la tasa de ganancia del capital. Pero antes de que el mecanismo clásico capitalista, la ley del valor, operara en toda su magnitud realizando una limpieza de capitales acorde a la magnitud del nivel de la sobreacumulación tanto en la esfera financiera como en aquella de la producción, la crisis fue contenida artificialmente, esto es, mediante las medidas de intervención estatal. La deuda de los bancos muy por encima de sus patrimonios (apalancamiento), fue sólo parcialmente limpiada y un gran porcentaje de ella, en particular aquella concentrada en las mayores instituciones definidas como “demasiado grandes para caer”, fue directamente absorbida por los Estados que comenzaron a convertirse en blancos predilectos de la especulación financiera de un capital muy transnacionalizado y sufriendo las consecuencias, por cierto muy contradictorias, a través de la vulnerabilidad de sus respectivas deudas públicas y monedas [12].
Endeudamiento de los Estados: el principio del fin de la “coordinación”
El gasto público de Estados Unidos asociado fundamentalmente con los planes de rescate financiero y en menor medida con los planes de estímulo fiscal, duplicó su monto respecto del año 2008. Como consecuencia de este incremento sumado a la merma de la recaudación que como producto de la recesión disminuyó en alrededor de un 20%, el déficit fiscal norteamericano durante el año 2009 ascendió al 12,5% del PBI, récord histórico solamente superado durante la Segunda Guerra Mundial. El monto total de la deuda externa de Estados Unidos pasó de 800 mil millones de dólares en 2003 a más de 13 billones de dólares a fines de 2009 y a más de 14 billones durante 2010. Este monto es equivale a alrededor del 100% del PBI norteamericano y representa el 22% de la deuda total mundial. A su vez, la deuda pública norteamericana que en los últimos siete años había crecido a razón del 1% anual aproximado, se disparó entre los años 2007 y 2010, del 36,4% del PBI al 63,2%.
La zona euro por su parte desde su creación fue víctima de fuertes desigualdades y desequilibrios internos. La adopción del euro como moneda permitió a países como Portugal, Irlanda, Grecia y España, obtener tasas de interés más bajas que aquellas que hubieran obtenido con sus monedas nacionales. Además, en dichos países la inflación se incrementaba a un ritmo más veloz que por ejemplo la de Alemania o Francia, lo cual favorecía tasas de interés reales incluso menores que las de los países centrales de la zona. La consecuencia era que el poder de compra del euro aumentaba en términos de productos extranjeros. Se incrementaba de este modo la entrada de capitales alemanes y franceses fundamentalmente (aunque también británicos, sobre todo en el caso de Irlanda), a la vez que las producciones nacionales perdían competitividad debido en gran parte a la inflación interna que abarataba los productos de importación, incrementándose los déficits externos y estimulando fuertes ciclos de consumo que beneficiaban a los productos fundamentalmente alemanes aunque también franceses. Este mecanismo perverso estimuló el hecho de que durante los últimos años, la zona euro pasara a representar aproximadamente el 60% del destino de las exportaciones alemanas mientras fundamentalmente España, Portugal y Grecia y aunque en menor medida, también Irlanda, acumulaban altos déficit en sus cuentas corrientes. El déficit de la cuenta corriente del balance de pagos era ya en el año 2005 del 7,9% del PBI en Grecia, del 9,8% en Portugal y del 7,4% en España y del 2,6% en Irlanda. Debido a las bajas tasas de interés reales y el alto poder de compra del euro, el proceso de endeudamiento ya sea público (Grecia) o privado (España y Portugal) según los casos, fue muy acelerado. A su vez en todos ellos se habían desarrollado fuertes burbujas inmobiliarias. Al inicio de la crisis este statu quo se vio fuertemente alterado obligando a los Estados a intervenir rescatando a las instituciones bancarias y financieras con lo cual el problema, en los países de mayor endeudamiento privado, se trasladó desde aquel sector, que no obstante permaneció con un alto nivel de apalancamiento, al sector público y se agudizó el endeudamiento estatal en aquellos países cuyos sectores públicos ya arrastraban un alto nivel de acreencias. En este contexto, las deudas públicas de Francia y Alemania que entre los años 2000 y 2007 se había incrementado en menos del 1% anual, crecieron entre 2007 y 2010 del 63,8% del PBI al 83,2% la primera, y del 65,1% al 76% la segunda. En el caso de Inglaterra (integrante de la Unión Europea y por fuera de la zona euro) la deuda pasó del 24,2% en 2007 al 78% del PBI en 2010. Pero la crisis más aguda saltó por el eslabón más débil de la zona euro que eran los países más atrasados de Europa. El crecimiento se frenó de golpe en el grupo de países en los cuales la entrada masiva de capitales había alentado el boom inmobiliario que actuó como motor. La expansión de la construcción se detuvo en seco dejando múltiples edificios abandonados o a medio hacer y fomentando continuos desalojos, el boom de consumo cesó repentinamente y los Estados oalieron a financiar bancos e instituciones financieras, endeudándose de manera extrema. La deuda pública se incrementó en Grecia del 104,6% en 2007 al 130,1% en 2010, en Portugal del 63,7% en 2007 al 83,8 en 2010, en Irlanda del 24,2% en 2007 al 78% en 2010 y España del 36,4% en 2007 al 63,2% en 2010. Pero aún cuando en el caso de España la deuda pública se aceleró vertiginosamente, el dato más agudo es el de la suma de su deuda pública y su deuda privada que representa el 390% del PBI. A mediados de 2010 la situación financiera de estos países –que además habían acumulado déficits estatales del 14,7% del PBI para los casos de Grecia e Irlanda, del 12,2% en el caso de España y del 8,3% en el de Portugal– se convirtió en foco de ataque de las calificadoras y capitales financieros que apuntaron primero contra Grecia, poniendo en riesgo a la propia Eurozona y precipitando una progresiva devaluación del euro frente al dólar. Los Estados extremadamente endeudados de los países más vulnerables de la zona se constituyeron así en su eslabón más débil. Sus principales acreedores son los bancos de las potencias más fuertes de Europa con lo cual virtuales defaults de sus deudas agudizarían la crisis de esas instituciones y por tanto precipitarían una crisis aún más aguda en la Eurozona y también en gran parte de la Unión Europea. Los ex países “modelo” ahora denominados despectivamente PIGS, dada la sustitución de sus respectivas monedas nacionales por el euro, están imposibilitados de licuar sus deudas mediante una serie de devaluaciones. La absorción de gran parte de la deuda privada, aún sin resolver el problema de origen, hizo que los propios Estados se transformaran, emulando a las instituciones financieras, ellos mismos en “yoo big to fall”. Este es el problema de Grecia, de Irlanda, de Portugal y ni hablar de España cuya economía es mayor que la suma de las tres primeras.
En este primer movimiento, el endeudamiento estatal que había contenido parcialmente la crisis, empezó a revelarse como factor de debilidad de la economía mundial. En el contexto de una extrema liquidez resultante en gran parte de masivas inyecciones monetarias y reducciones de las tasas de interés a mínimos históricos, combinado con escasas oportunidades de inversión rentable como subproducto de la propia recesión mundial, los capitales financieros, poniendo en evidencia la contradicción entre los estados nacionales y un capital extremadamente internacionalizado durante las últimas décadas, se convirtieron en el principal atacante de sus propios rescatistas. Bajo la forma de amenaza a la continuidad del euro y al statu quo que garantizó su existencia, volvió a entrar en acción el viejo-nuevo problema de que Europa no es ni puede ser un “supraestado”. Los desequilibrios generados previamente estallaron generando vulnerabilidad en la zona euro y acrecentando a la vez las contradicciones entre el euro y el dólar o lo que es lo mismo, entre la Eurozona y Estados Unidos. La primera gran crisis de la Eurozona anunciada por Grecia a mediados del pasado año y más tarde por Irlanda, estando seriamente amenazadas las economías portuguesa y española, son el síntoma del fracaso de las políticas estatales relativamente coordinadas que se ejecutaron en pos de un esperado retorno a la normalidad. El plan de mega rescate del euro que implicó una suma aún mayor que el plan original de rescate instrumentado por la Reserva Federal Norteamericana y que significa continuar convirtiendo deuda privada en deuda soberana con el evidente objetivo de salvar a los bancos acreedores de los países que son el núcleo de la Eurozona, se combina con una serie de brutales ajustes exigidos en gran parte por el propio capital acreedor que teme grandes pérdidas ante el posible default en alguno o varios de esos Estados. A su vez, generando mayor recesión y deflación, la renovada ola de ajustes clásicos “neoliberales” persigue una vía más clásica de destrucción de capitales. Pero tanto la devaluación del euro (que en particular Alemania aprovechó para incrementar su competitividad externa) como las políticas recesivas en Europa, resultan serios obstáculos para las necesidades de la política económica norteamericana. Cuánto más recesión haya en el resto del mundo, cuanto más se debiliten el euro y el yuan, menos puede Estados Unidos descargar su crisis sobre el resto del mundo. Estos elementos son los que están en la base de los dos primeros grandes fracasos del G-20, organismo de “coordinación” por excelencia. El primero de ellos se produjo en junio del pasado año luego de los indicios de estabilización de euro tras la crisis griega, el segundo y más agudo se puso en evidencia en la reciente cumbre de Corea del Sur en la cual la derrota de la estrategia norteamericana y la alianza coyuntural de Alemania y China, dejaron al desnudo incipientes elementos de una creciente disputa comercial entre los principales Estados capitalistas.
Desigualdad en los ritmos: una nueva fuente de contradicciones
Durante el año 2010 se fue montando un complicado escenario que combina múltiples elementos. Por un lado, se profundizó la tendencia divergente entre el impulso renovado del crecimiento chino y varios países de la periferia (por ejemplo Brasil, Rusia e India) y el débil crecimiento de Estados Unidos. China, que durante 2009 había crecido a una tasa mucho más lenta que la previa al estallido de la crisis, aceleró su crecimiento durante el año 2010. Su PBI creció el 11,9% en el primer trimestre, 11,1% en el segundo y 10,6% en el tercero en comparación con los mismos trimestres de 2009. Teniendo en cuenta las proyecciones de crecimiento del cuarto trimestre, el PBI de China se incrementaría un 10,4% para el año 2010 en su conjunto. Estados Unidos por su parte, cuya economía durante 2010 fue perdiendo el impulso inicial de la reposición de stocks, además de que fueron caducando los planes de estímulo como el canje de chatarra por autos nuevos que explicaban una parte importante del reanimamiento del consumo, crecería aproximadamente un 2,5% como promedio anual, teniendo en cuenta las proyecciones para el cuarto trimestre. Por otro lado la recuperación de Alemania, tras el episodio de Grecia que provocó la primera crisis del euro, estuvo asociada en buena medida a una reorientación del flujo de sus exportaciones beneficiadas por la desvalorización de la moneda europea. La recesión y los planes de ajuste que azotan a la zona euro imposibilitaron una reproducción de los desequilibrios previos intra zona, cuestión esta que comenzó a traducirse en una disfuncionalidad internacional en la cual Alemania necesita una mayor penetración del mercado chino (con el cual es complementario) pero también del mercado norteamericano.
Este proceso desigual y complejo representa, entre otras cosas, un indicador de que el crecimiento en particular de China que en gran parte actúa como factor dinamizador de la debilitada economía mundial, comienza a convertirse ahora en un nuevo foco de tensión. La reorientación de las exportaciones de países capitalistas centrales como Alemania o la aún débil recuperación de las exportaciones de Japón, intensifican el problema.
Previo al estallido de la crisis, los desequilibrios mundiales habían mantenido un relativo equilibrio en el cual el déficit de cuenta corriente de Estados Unidos alcanzó su máximo histórico, llegando a representar el 6% del PBI en el año 2006. Paralelamente, entre los años 2005 y 2008 el déficit por cuenta corriente norteamericano representaba el 58% de la suma de los resultados de cuenta corriente de todos los países deficitarios del mundo. La contratara de estos déficits eran los superávits por cuenta corriente de China, Japón y Alemania, que con las grandes masas de divisas que recibían por este rubro sostenían el consumo de Estados Unidos, que fue engrosando sus déficits y convirtiéndose progresivamente de país acreedor en país deudor. Ante los primeros embates de la crisis que golpeó particularmente al comercio mundial, los déficits por cuenta corriente se vieron reducidos a la mitad. En 2009 por ejemplo el déficit de Estados Unidos se redujo abruptamente, pasando a representar el 2,68% de su PBI mientras el superávit de China que había superado el 10% de su PBI en 2007, se redujo al 5,9% en 2009, el de Alemania que había alcanzado el 7,6% del PBI en 2007 cayó al 4,8% en 2009 y el de Japón que había llegado al el 4,8% del PBI en 2007 disminuyó al 2,7% en 2009.
Pero ni bien las medidas de contención de la crisis comenzaron a arrojar sus primeros resultados, volvieron a instalarse presiones hacia la regeneración de los viejos desequilibrios. Durante el primer semestre del año en curso, el déficit comercial de Estados Unidos alcanzó su nivel más alto desde fines de 2008. Norteamérica ya no produce muchos de los artículos que importa motivo por el cual, ante los primeros síntomas de recuperación del consumo, se incrementó de forma acelerada la importación de productos farmacéuticos, bienes para el hogar, juguetes, juegos, artículos deportivos y tejidos. A su vez el incremento de importaciones de productos tales como automóviles o bienes de inversión son indicio de que apenas aumenta la demanda, la debilitada estructura productiva norteamericana demuestra su dependencia de las exportaciones del resto del mundo. Aunque muy lejos de su nivel previo a la crisis, el déficit por balanza de pagos de Estados Unidos volvió a incrementarse en 2010, rondando el 3,2% del PBI.
Pero esta tendencia resulta contraria tanto a las posibilidades de la economía norteamericana como a sus necesidades de política económica que, ante el riesgo de deflación interna, persigue una reducción de su endeudamiento, una disminución de su enorme déficit comercial así como un incremento de la competitividad externa que le permita una recuperación más estructural de su economía. La economía norteamericana ya no está en condiciones de absorber los antiguos déficits y por ello Estados Unidos intentó –sin éxito– en la última reunión del G-20 en Corea del Sur, limitar al 4% del PBI todos los desequilibrios externos.
Esta intención de Norteamérica choca no obstante con aquella de Alemania cuyo superávit por balanza de pagos pronosticado para el año pasado se encontraría alrededor del 6%, con la de Japón cuyo superávit pronosticado sería de aproximadamente el 3,1% del PBI o con la de Rusia cuyo superávit luego de haber caído desde un nivel del 9% del PBI en 2006 al 4% en 2009, se habría incrementado a más del 4,7% durante el año 2010.
El reanimado crecimiento de China por su parte, a la vez que representa un fuerte factor de demanda para una serie importante de países como los del Sudeste de Asia, Japón, muchos países latinoamericanos como Argentina, Chile y Brasil, la zona euro y en particular, Alemania, resulta uno de los elementos más contradictorios de este entramado. Si bien las exportaciones chinas crecieron en los primeros diez meses de 2010 un 36,3% superando el valor de las exportaciones de todo el año 2009, las importaciones crecieron a un ritmo más acelerado aún. Estos movimientos explican que incluso cuando sus ventas externas crecieron durante el año mucho más de lo que señalaban todas las previsiones, el superávit comercial todavía se encuentra un 6,7% por debajo de los valores del año 2009. El crecimiento acelerado de China es por un lado un factor de absorción de una parte importante de la demanda mundial pero, por el otro, su economía altamente dependiente de las exportaciones necesita de Estados Unidos como “consumidor final”, lo cual es incompatible con la extrema debilidad de la economía norteamericana. Al insuficiente crecimiento de Estados Unidos que no alcanza para comenzar a revertir los altos niveles de desocupación interna, se suma el fin de los planes de estímulo –que en el marco de la gran crisis política actuante difícilmente sean prorrogados– y las tendencias deflacionarias internas. A su vez, el crecimiento de China alentado en gran parte por los planes de estímulo iniciales que exacerbaron los desequilibrios internos, realimentaron la sobreacumulación de capitales y estimularon un proceso de especulación en el mercado inmobiliario, está generando fuertes presiones inflacionarias. La tasa de inflación se ubicó ya en el 5%, lo que representa el nivel más alto en los últimos 25 meses y supera el 3% fijado por el gobierno para todo el año 2010, cuestión que está en el origen de las políticas de incremento de las tasas de interés en un intento por enfriar la economía. El aumento de la inflación interna combinado con la inflación mundial de los productos alimentarios de los que China resulta en extremo dependiente podría estar echando leña al fuego a una situación profundamente explosiva. No por casualidad ante los acontecimientos en el Norte de África y Egipto, la burocracia de Pekín procedió a censurar la palabra “Egipto” en los microblogs, una suerte de versión china de facebook.
La contradicción entre el crecimiento de China –junto a su rol clave como fuente de estímulo de una parte importante de la demanda mundial– y la debilidad de la economía norteamericana que no está en condiciones de absorber sus exportaciones (a lo que se suma la reorientación de las exportaciones alemanas), es una de las grandes cuestiones que está en el centro de las tensiones comerciales y económicas que se desarrollan en el panorama internacional.
Condiciones económicas, políticas y sociales convulsivas
Más allá de que Estados Unidos haya salido “técnicamente” de la recesión según los parámetros de la medición clásica, alcanzando tres trimestres consecutivos de crecimiento, su economía emergió del período “técnico” de recesión con una gran capacidad ociosa tanto en términos de bienes de capital como en términos humanos, esto es, de fuerza de trabajo. Con una desocupación de alrededor del 10%, una repetición del crecimiento del PBI rondando el 2,5% (primeras estimaciones del año 2010) para el año en curso, sólo permitiría evitar que el desempleo continúe incrementándose. Pero el nivel de crecimiento que permite absorber a la nueva población que se incorpora al mercado de trabajo y mantiene el ritmo de incremento de la productividad, no alcanza para reducir el índice de desempleo, o dicho de otro modo, el grado de destrucción previo de fuerza productiva. Paul Krugman señala que “históricamente se necesitaron dos puntos más de crecimiento durante un año para bajar un punto del índice de desempleo” y tras plantear la hipótesis de que la economía norteamericana crezca el 4% durante el corriente año, acota que “Casi todo el mundo lo consideraría un desempeño excelente. Sin embargo, las matemáticas dicen que incluso con ese crecimiento el índice de desempleo estaría cerca del 9% a fin de este año y todavía por encima del 8% a fines de 2012”. Pretender que China va a permanecer en el mediano plazo como factor dinámico de la demanda mundial tendiente a suplir parte importante de la demanda norteamericana, implica presuponer que su crecimiento va a continuar elevándose hacia valores cercanos a aquellos de 2007. Pero si China supera el crecimiento de 2010, por cada punto de incremento de su PBI, va a demandar un aumento de su superávit por cuenta corriente con Estados Unidos. El problema es que resulta impensable que China pueda continuar incrementando su tasa de exportaciones hacia Estados Unidos tal como sería necesario para sostener el ritmo de crecimiento, entre otros factores porque sus exportaciones constituyen un elemento que deprime el empleo norteamericano. El intento de restringir todos los desequilibrios internos al 4% del PBI resulta una muestra de hasta dónde Estados Unidos puede absorber las exportaciones chinas. La situación recesiva en gran parte de la zona euro representa otro claro límite para el crecimiento de China. Interpretados en su dinámica, los elementos de recuperación de la economía mundial están sujetos a una contradicción que no tiene solución a la vista tal como está planteado el entramado de las relaciones económicas internacionales que estallaron en 2008 y que sólo fueron contenidas o emparchadas mediante mecanismos que por otra parte, pusieron en escena múltiples nuevos focos de inestabilidades. El refortalecido crecimiento chino resulta en el contexto actual, un factor altamente contradictorio, dinámico por un lado y en perspectiva crítico, por el otro. Es probable que, al menos en el mediano plazo, China no pueda mantener el actual ritmo de crecimiento, con lo cual tendería a agotarse una de las tendencias más dinámicas de la demanda y los elementos de recuperación de la economía mundial. Pensado este problema desde el punto de vista de las condiciones políticas y sociales de la propia China, un enfriamiento de la economía sujeto a estas causas, podría acercarla al límite del 8% de crecimiento de PBI, mínimo necesario para que las ciudades puedan absorber las masas que anualmente migran desde el campo. Tanto las tensiones inflacionarias internas y externas como los límites del “modelo” exportador resultan una amenaza para la burocracia gobernante, cuyo más grande handicap es una gigante clase obrera superexplotada que ha demostrado en las oleadas huelguísticas de mitad de año, su negativa a ser tan obediente como antes. El acicateo constante de Estados Unidos, del FMI y de figuras prestigiosas del mundo académico como el neokeynesiano y premio Nobel de Economía, Paul Krugman, exigiendo a China una revaluación del yuan y el estímulo del mercado interno, tiene por objeto tanto colocar un freno a sus exportaciones como forzar una mayor penetración de su mercado de consumo así como incrementar la presencia de las multinacionales norteamericanas (pero también europeas) al interior de su vigorosa economía. El episodio militar entre Corea del Sur, país en el cual Estados Unidos tiene 28.500 hombres en bases militares y Corea del Norte, aliado de China, aunque por ahora no pasó a mayores, es una clara señal de que las presiones norteamericanas no provienen sólo del frente económico.
En el escenario de la Eurozona y también al interior de la Unión Europea como es el caso de Gran Bretaña, se vienen desarrollando una serie de planes de ajuste que incluyen reducciones salariales, despidos de empleados públicos y privados, reducción de la edad jubilatoria entre muchas otras medidas sin precedentes aún durante las tres décadas neoliberales. El principal blanco de estos ataques son los ex países “modelo” de la zona, como Portugal, España, Grecia, e Irlanda y también Italia, en los cuales los bancos alemanes, franceses y británicos tienen inmensas acreencias, aunque los trabajadores de países centrales de la zona como Francia y Alemania son también destinatarios de estas medidas. Los denominados “rescates” asociados a políticas recesivas, producen un efecto doble. Por un lado y como mencionamos con anterioridad, la reorientación de las exportaciones alemanas hacia China y Estados Unidos constituye un elemento que exacerba aún más las contradicciones comerciales. Por el otro, las inyecciones monetarias comprometidas, contribuyen a aumentar las masas de capital líquido, que vio secarse el oasis de la especulación inmobiliaria (la industria de la construcción se encuentra muy lejos de sus niveles previos a la crisis) y que pulula por los mercados mundiales insertándose no sólo en los mercados de bonos de las deudas públicas sino también –y muy particularmente– en los mercados de commodities. Esta liquidez se vio reforzada por el hecho que, la vulnerabilidad de los Estados hace que los valores relativos de las monedas, en una situación económica en extremo inestable, se modifiquen a gran velocidad. Si la devaluación del euro frente al dólar ocupó la escena frente a la crisis griega, luego del megarescate del euro y en particular luego de la intervención de China con sus reservas, la crisis de la Eurozona se contuvo y el dólar volvió a debilitarse frente al euro. Estados Unidos buscó aprovechar esta situación persiguiendo una mayor devaluación de su moneda, mediante la inyección de dólares en el mercado recomprando deuda de corto plazo. Sin embargo, esta política resultó totalmente insuficiente para combatir los malos indicadores de la economía norteamericana, cuestión que condujo a la Reserva Federal a la aplicación de medidas de “quantitative easing” o de “relajamiento cuantitativo” que buscan incentivar el crédito interno así como provocar una mayor devaluación internacional del dólar. Las crecientes tensiones económicas y políticas derivadas se expresaron en la última reunión del G-20 en Seúl bajo la forma de condena, principalmente por parte de Alemania y China –en un frente único coyuntural–, a las medidas norteamericanas. La derrota de Estados Unidos en su estrategia por conseguir una votación común para implementar topes a los desequilibrios por cuenta corriente, representó un golpe de importancia a su ya debilitada hegemonía. Antes de que el resultado amargo del G-20 pudiera digerirse, una segunda oleada de crisis del euro que tuvo como epicentro a Irlanda, hizo caer nuevamente el valor relativo de la moneda europea frente al dólar, limitando la medida de la Reserva Federal casi antes de que pudiera arrojar el resultado deseado. Respecto de la estabilidad de la zona euro, los “planes de rescate” instrumentados hasta ahora en Grecia e Irlanda, no han logrado más que patear la crisis para adelante y hasta hace muy poco, Portugal, España e incluso Bélgica, resonaban blancos casi seguros de próximos “rescates”. Nuevamente China, temerosa de perder un destino fundamental de sus exportaciones, intercedió con sus reservas prometiendo comprar bonos de deuda griega, portuguesa y española mientras Japón se comprometía a comprar el 20% de las próximas emisiones del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera. Estos factores alejaron, aunque probablemente sólo en lo inmediato, los temores de un nuevo estallido de la crisis del euro. Sin embargo estas políticas combinadas con las medidas norteamericanas de “relajamiento cuantitativo” realimentaron la liquidez internacional y continuaron estimulando la vorágine especulativa centrada muy particularmente en el mercado a futuro de alimentos. Como resultante, el indicador de la FAO que toma como base la evolución de una canasta que incluye los rubros cereales, aceites y grasas, productos lácteos, azúcar y carne, registró en enero pasado su séptima suba mensual consecutiva reflejando su nivel más alto desde que el organismo comenzó a medir en el año 1990, el precio de los alimentos a nivel mundial. Esta situación condujo a muchos países importadores de alimentos, entre ellos Túnez, Egipto, Argelia y Yemen –la mayoría de ellos exportadores de petróleo y dependientes hasta en un 60% de la importación de productos alimentarios– a incrementar las compras acumulando stocks para prevenirse ante futuras subas. En este contexto, la perspectiva de incrementos en los precios y escasez aumenta, cuestión que acelera la apuesta de los fondos especulativos de alto riesgo (hedge funds) sobre estos productos. Este círculo vicioso que recordamos, tiene origen en la extrema liquidez internacional combinada con escasas oportunidades de inversión, conlleva la posibilidad de hambrunas y es uno de los elementos que, junto con la desocupación y las penurias extremas de las masas, actuó como catalizador de los profundos procesos en curso en el Norte de África y en Egipto en particular, amenazando la estructura del poder norteamericano en la región. Los precios de los productos alimentarios se incrementan a mayor ritmo que el precio del petróleo, no obstante el temor de que, en el marco de la convulsiva situación de Egipto pueda interrumpirse el tránsito de petróleo en el Canal de Suez, que está bajo control egipcio, o en el oleoducto Suez-Mediterráneo, que se encuentra cerca de El Cairo y por donde transitan los barriles que se distribuyen desde el Golfo Pérsico hacia Europa, Asia y Estados Unidos, ya ha puesto presión sobre el precio del oro negro. Más allá del desenlace inmediato de esta situación, vale la pena recordar que en el año 1973, la guerra del Yom Kipur fue el factor que desescadenó la estampida del precio internacional del petróleo y la crisis económica mundial (1973-1975) en el marco de las tendencias profundas que ya se venían manifestando desde fines de la década de 1960. Si bien en los años 1970 las tendencias eran claramente inflacionarias y ahora nos encontramos frente a tendencias deflacionarias en los países centrales, lo nuevo es que estas tendencias se combinan con presiones inflacionarias en China y los países periféricos que, como ya mencionamos, vienen siendo el factor dinámico de la economía mundial, por lo cual una estampida descontrolada en el precio del petróleo podría poner un límite a esta situación provocando un nuevo giro de la crisis económica y política mundial.
A este crisol de factores explosivos se agregan otros elementos de tensión geopolítica como por ejemplo la línea más agresiva del imperialismo alemán que persigue una nueva forma de expansión que le permita salir del agotado ciclo de crecimiento europeo de la década pasada y que en un futuro próximo, podría incluir medidas de reestructuración de deuda de los países más débiles –haciendo cargo en parte a los acreedores –a cambio de importantes atributos de su soberanía. Esta política encarnaría una intención alemana de mayor colonización de la Eurozona que podría derivar en un ascenso de los nacionalismos. A su vez, Alemania intenta avanzar en una alianza más sólida con Rusia que le suministra el 40% del gas natural y que necesita de la tecnología alemana. A pesar de los coqueteos constantes de Rusia con Estados Unidos, tanto Alemania como Rusia perciben que una alianza los colocaría en mejores condiciones para desviar las presiones norteamericanas que pesan sobre cada uno de ellos.
Estados Unidos por su parte, que sufrió hace poco el escándalo de las filtraciones de WikiLeaks, una muestra más de la debilidad del imperialismo norteamericano (ver “De la ‘obamanía’ a la emergencia del Tea Party”), se encuentra hoy acosado por la posibilidad de que los procesos revolucionarios en el Norte de África y en particular en Egipto, quiebren su estructura de poder en la región. A su vez, y desde el punto de vista interno, el fracaso de las políticas de Obama para lograr una recuperación de la economía, la incapacidad de reducir la tasa de desempleo, los continuos desalojos y la percepción de que el endeudamiento constante del Estado está al servicio de una relación espuria entre el poder político y Wall Street, viene debilitando profundamente al gobierno. Esta cuestión quedó evidenciada en la derrota demócrata en las elecciones de medio término, donde se destacó el ala derecha del Partido Republicano nucleada en el Tea Party, que brega por una política menos intervencionista y exige la eliminación de todos los déficit y el fin de la intervención del Estado sobre la economía, salvo en el caso del gigante presupuesto militar. A esta cuestión se suma el acuerdo Republicano-Demócrata para reducir impuestos a los sectores más ricos de la sociedad que abrió una crisis profunda en las filas del propio partido de gobierno.
Si en una primera etapa de la crisis económica mundial primó la intervención estatal relativamente coordinada mientras el ataque hacia los trabajadores y sectores populares se producía como resultado de desalojos, despidos y reducciones salariales, quiebras y una mayor concentración del capital, estamos entrando ahora en una nueva fase caracterizada por el fin de la coordinación estatal, un incremento de las pujas interimperialistas, alta desocupación, un salto en los ataques directos a los trabajadores, las consecuencias de la volatilidad mundial de un capital en extremo líquido y primeras expresiones convulsivas de la lucha de clases.
Como dijimos ni bien estalló la crisis en 2008:“Aunque las masas aún estén pasivas, les esperan enormes e inevitables sufrimientos, que las empujarán a la acción”. Primero fue Europa, donde los sistemáticos planes de ajuste sacaron de las penumbras (en las que diversos intelectuales la habían querido encerrar por décadas) a la clase obrera del viejo continente, junto a miles de estudiantes que han vuelto a pesar en las calles de muchos países imperialistas y particularmente en Francia, donde por un momento sobrevoló el fantasma de la huelga general (ver artículo). Actualmente, el Norte de África con la aguda situación aún irresuelta en Egipto, es otra muestra de que esos padecimientos profundos ya están dando sus primeros resultados. La combinación de crisis económica, tensiones políticas profundas entre los Estados y al interior de ellos así como los primeros episodios de la lucha de clases, supondrán el desarrollo de nuevas crisis revolucionarias como la de Egipto y probablemente estén anunciando la entrada en una nueva y tal vez más clásica etapa de la crisis económica internacional.
11 de febrero de 2011
Ver Artículo a modo de actualización publicado el 04/07/2011
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