Introducción
Durante algo más de dos meses, Francia, la cuarta potencia imperialista a nivel mundial, estuvo sacudida por un movimiento de masas cuya profundidad y amplitud no tiene paralelo desde 1968. Ocho jornadas masivas de paro y movilización que de forma repetida convocaron a un número de personas nunca antes visto en las calles [1]; huelgas reconductibles de tres semanas en algunos sectores estratégicos –como los trabajadores de las refinerías, los puertos y los depósitos, y los ferroviarios de la SNCF (Sociedad Nacional de Ferrocarriles Franceses)– además de los trabajadores de las colectividades territoriales; innumerables bloqueos de empresas o lugares públicos y depósitos petroleros protagonizados por trabajadores y activistas solidarios, y la irrupción explosiva de los estudiantes secundarios y una pequeña vanguardia universitaria, conmocionaron la vida política.
El “otoño caliente” francés testimonió, por un lado, la acumulación de experiencias de la clase obrera francesa durante el ciclo de la lucha de clases abierto con los acontecimientos de 1995 hasta el comienzo de la crisis económica, que marcaron un punto de inflexión en la resistencia a la ofensiva neoliberal tanto en Francia como a nivel mundial. Sin embargo, su novedad radicó en la combinación de los componentes de estos diversos jalones de la lucha de clases [2], abarcando a su vez a todas las categorías de trabajadores, en especial, incorporando por primera vez en años a un fuerte componente de los trabajadores privados [3]. Otra cuestión a notar es la entrada de sectores más amplios de la juventud, no sólo de los jóvenes de 16 y 23 años (esto es, la juventud secundaria y universitaria que se había manifestado en el ciclo previo de la lucha de clases en Francia) sino, en especial, entre los manifestantes y en muchos sectores en huelga como los refineros, la presencia de numerosos jóvenes treintañeros, expresión de que una nueva generación se puso en movimiento y que fueron los sectores que estaban más dispuestos a ir hasta el final. Por último, y a diferencia de 1995 y 2003, una importante minoría y no solamente de la extrema izquierda, compuesta por decenas de miles de trabajadores y sindicalistas, pugnó por una política que superara la estrategia de las manifestaciones repetidas de presión de las direcciones sindicales y se encaminase hacia la huelga general. Las Interprofesionales fueron la expresión organizada de este sentimiento de una amplia vanguardia, actuaron como motor de los intentos de extensión de la huelga, organizando visitas de huelguistas a distintas empresas para convencerlos de entrar en el movimiento y del apoyo a los huelguistas. También fueron los iniciadores de los bloqueos y otras acciones que jalonaron este movimiento. Es la primera vez que estructuras de ese tipo se ponen en movimiento desde la década de luchas que abrió el Mayo francés de 1968 [4]. Aunque por su carácter embrionario y su desarrollo tardío no pudieron ser una alternativa real a la burocracia a nivel nacional, los lazos construidos son un punto de apoyo importantísimo para las próximas luchas que desde ya van a desarrollarse.
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Estos elementos no cayeron del cielo. Son expresión de que la crisis capitalista mundial y sus consecuencias, por su profundidad, duración y persistencia bajo distintas formas, es (y va a ser) partera de nuevos saltos en la lucha de clases. La tendencia a la huelga general ya se había manifestado en 2009 con la huelga general política en Guadalupe. Este acontecimiento tuvo un enorme impacto en la metrópoli y su ejemplo era cantado por decenas de miles de activistas obreros y estudiantiles en las jornadas de protesta sin continuidad del primer semestre de ese año, convocadas por la naciente Intersindical. La disposición de ir hasta el final también se expresó de forma categórica en las sucesivas luchas con métodos radicales de la clase obrera industrial, desde la toma de rehenes para demandar indemnizaciones hasta el ejemplo avanzado, que terminó en una derrota, del control obrero de Philips Dreux [5].
Desde el lado de nuestro enemigo de clase, la burguesía, la respuesta de masas es expresión de que, desde su llegada al poder en 2007, nunca antes el sarkosysmo ha estado tan debilitado, a la vez que existe una crisis del régimen latente. Por primera vez desde 1968, no fueron el Primer Ministro y su gobierno, válvula de seguridad del Ejecutivo bicéfalo instaurado por la V República, los atacados en los eslóganes de los manifestantes o en las asambleas sindicales o de huelguistas, sino que fue Sarkozy el que concentró todas las críticas. Este antisarkozysmo de los manifestantes no es simplemente el reflejo en bruto de la hipermediatización presidencial, como dicen algunos superficialmente. Se trata fundamentalmente de la expresión del debilitamiento objetivo de los mecanismos políticos y del bipartidismo sobre el que se apoya el régimen de la V República; debilitamiento que se vio claramente en 2002 y que tuvo otras expresiones en la anterior presidencia (como el rechazo al plebiscito europeo, etc.) y que recientemente se reabrió con el affaire Bettencourt, escándalo que mostró los lazos promiscuos entre el dinero y el poder, en particular con la UMP de Sarkozy, elemento en las alturas que aguijoneó y alentó la movilización después de la Reentré. Una situación de crisis hegemónica que Sarkozy intentó cerrar mediante una salida semibonapartista, que se debilitó antes de los combates de clase fundamentales como consecuencia de la brutalidad de la crisis económica. La política de Sarkozy, desde esta debilidad, de pasar a la fuerza la reforma de las jubilaciones, fue un intento de retomar esta iniciativa, lo que disparó el más importante proceso de lucha de clases desde 1968 y el despertar del proletariado.
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En este sentido, el Otoño Francés constituye un claro salto con respecto al ciclo anterior de la lucha de social abierto en 1995 y está anunciando un ciclo superior de confrontación de clases más abierto, más radicalizado y más clásico, es decir, con más centralidad de la clase obrera y con un rol protagónico de la juventud estudiantil y en las fábricas, tanto en Francia, como a nivel europeo y quizás mundial.
Un nuevo ciclo de la lucha de clases como respuesta a la crisis mundial que no cesa. La depresión económica en curso impone a la burguesía, como única salida, el ataque de las conquistas sociales que aún restan del llamado Estado benefactor y el empeoramiento de las condiciones de vida de las masas, incluyendo a sectores que en su momento se beneficiaron de las migajas de la ofensiva neoliberal, como algunos sectores de la clase media. En este sentido, las nuevas luchas que se abren no pueden ser vistas ni analizadas como la huelga general de estatales de 1995, cuando la burguesía pudo retirar un aspecto de la aplicación del plan neoliberal ya que este sistema, a pocos años de la penetración capitalista en la ex URSS, China y demás países del Este de Europa, aún estaba en auge. Tampoco es comparable con el Mayo de 1968, un ascenso estudiantil que disparó una huelga general política de masas por varios días, desviada por una concesión salarial y otras conquistas, sólo posible porque aún había algo para “repartir” tras los años del boom de la posguerra. Por ende, las luchas actuales serán más parecidas a los años 1930 siglo pasado: más explosivas, más desgarradoras entre las clases y al interior de las mismas, con más violencia y con fuertes elementos de descomposición social por la crisis; y se darán frente a gobiernos y regímenes que se irán endureciendo en forma cada vez más bonapartista para liquidar las acciones obreras, como muestra la respuesta de los distintos gobiernos europeos a las acciones de los trabajadores y la juventud.
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En este primer combate, los trabajadores no pudieron impedir que la Asamblea Nacional (Diputados) y el Senado aprobaran la reforma jubilatoria, promulgada por Sarkozy el 9 de septiembre. A partir de su aprobación, los trabajadores deberán acceder a la edad de retiro entre los 62 y 67 años (en vez de 60 y 65). Con esta medida, Sarkozy pretendió dar un mensaje a los mercados para que no bajen la calificación de los bonos de la deuda francesa, y a la patronal de que, a pesar de su debilidad, no cederá ante los sindicatos. Pero, más allá de la dureza que éste intenta mostrar, el principal factor de la derrota fueron las direcciones reformistas de las centrales sindicales. En ningún momento los dos principales sindicatos, CFDT (Confederación Francesa Democrática de los Trabajadores) y CGT (Confederación General del Trabajo), plantearon el retiro de la ley. Se contentaron con reclamar al gobierno una negociación. La CFDT y la CGT, junto con el resto de las organizaciones que conformaron la Intersindical [6], tuvieron una estrategia de desgaste con jornadas de acción aisladas, que se espaciaron más casualmente en el momento de mayor radicalización, lo que llevó a un aislamiento de los sectores en huelga. Es así que las jornadas masivas de movilización fueron perdiendo fuerza y convocatoria, como fue el caso de la jornada de movilización del 6 de septiembre, ni hablar de la fantochada de manifestación del 23 de septiembre, cuando el movimiento estaba totalmente liquidado una vez promulgada la ley. De esta manera, bloquearon la tendencia a la huelga general y permitieron que Sarkozy, a pesar de su debilidad y de la gran impopularidad de su gobierno, consiguiera aprobar la ley.
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A pesar de la derrota sufrida, lo importante es que los trabajadores han recobrado confianza en sus fuerzas, han vivido un primer ensayo de los próximos combates a venir y han sentido su capacidad potencial de parar el país. El resultado adverso de este primer combate difícilmente sea suficiente para cerrar el proceso profundo que esta lucha ha puesto de manifiesto, con la entrada en escena en forma contundente de trabajadores claves del sector privado, y el del protagonismo explosivo de la juventud secundaria, convergencia que asustó al gobierno, a la burguesía e incluso a las direcciones de los sindicatos, a pesar de que éstas no pudieron ser desbordadas a lo largo del movimiento.
La voluntad de la mayoría de los asalariados y de la juventud de decir basta, de no dejar pasar la reforma de las jubilaciones (primera de una serie de reformas y ataques que implicaría un salto cualitativo en el empeoramiento de sus condiciones de vida), ha cambiado el aire de estos tiempos. Una nueva generación obrera ha entrado en escena, haciendo sus primeras armas, constatando los límites de la estrategia reformista de las direcciones sindicales. Aunque hay ciertos sectores frustrados por el resultado de la batalla, hay de conjunto una mayor politización de los trabajadores, en especial en los decenas de miles que se batieron por la continuidad de la lucha y por la huelga general. La experiencia de lucha y sus importantes conquistas, aunque no han servido aún para cambiar la relación de fuerzas, abren un nuevo escenario en la situación y la moral de los trabajadores, que en el marco de la necesidad de la burguesía de dar nuevos golpes al calor de la crisis, puede ir haciendo madurar una nueva subjetividad obrera que deje atrás los años de resignación e impotencia que acompañaron la ofensiva neoliberal.
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Es en este marco que debemos analizar la actuación y el rol de las principales organizaciones de la extrema izquierda francesa. Tanto el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) como Lutte Ouvrière (LO) llegaron mal preparados.
El NPA, “huérfano de hipótesis estratégica” [7] y orientado hacia la construcción de un partido amplio anticapitalista sin una clara delimitación de clase que une en sus filas a revolucionarios y reformistas y por ende ausente de los principales bastiones de la clase obrera, aunque se involucró en el movimiento tuvo una orientación impotente para brindar una alternativa a la política traidora de las direcciones sindicales. Por su parte LO, aunque con mayor implantación en el seno de la clase, salvo algunas acciones puntuales en ferroviarios donde intento instaurar embriones de comités de huelga [8], de conjunto fue totalmente seguidista de las direcciones sindicales, como consecuencia de caracterizar que esta enorme movilización se desarrolló en un cuadro negativo de relaciones de fuerza –su tesis invariable del último cuarto de siglo, indiferente a los giros de la lucha de clases. De ahí su oposición declarada a la consigna de huelga general. En la práctica, gran parte de los militantes de LO siguieron con su rutinarismo habitual, asustados en algunos casos frente a la entrada explosiva de los secundarios, expresión de su cretinismo sindicalista como algunos de sus militantes y simpatizantes del gremio docentes [9]. Tampoco estuvieron a la altura las organizaciones llamadas “combativas” del sindicalismo, como SUD (Sindicato Único y Democrático). Aunque muchas de las iniciativas locales y regionales de autoorganización, como las Interprofesionales, tuvieron a decenas de sus militantes a la vanguardia de las mismas (así como a varios militantes de los sectores más combativos de la CGT), su rol en la Intersindical Nacional en el momento más álgido de la lucha fue de cobertura de izquierda de la política traidora de la CGT, cuestión que abrió una crisis en su seno.
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La siguiente polémica tiene el objetivo de discutir con los mejores elementos tanto de la extrema izquierda organizada como del sindicalismo combativo, y la nueva generación obrera que está surgiendo, ya que de las conclusiones que ellos saquen de este importante combate de clase depende, y mucho, el destino y la preparación de la revolución proletaria en Francia. Vamos a recurrir a varias citas del revolucionario ruso León Trotsky, quien siguió la política y lucha de clases francesas de comienzos del siglo XX en forma no sólo intelectual sino en relación estrecha con muchos de sus militantes políticos y sindicales, primero en su carácter de exiliado del zarismo antes de la Primera Guerra Mundial, luego como representante de la Internacional Comunista después de la toma del poder y finalmente tras su paso, de nuevo como exiliado (esta vez del estalinismo), en los años 1930. Esta abundancia de citas es una opción tomada adrede, no sólo porque sus conceptos frente a los problemas estratégicos y tácticos planteados son pertinentes sino como una manera de recordarle a la actual dirigencia del NPA, que ha dejado atrás toda referencia a su pasado trotskista en la fundación del nuevo partido, así como a la de LO, que repite consignas del programa de transición en sus actos pero lo deja olvidado en el terreno vivo de la lucha de clases, que la vigencia de su pensamiento es de una condición necesaria para (re)educar a una nueva y vieja generación de militantes revolucionarios.
Interpelación y crítica a las direcciones sindicales
Para las direcciones de la extrema izquierda, la interpelación y la crítica a las direcciones sindicales permanece como un secreto guardado bajo siete llaves. Las traiciones y claudicaciones de los aparatos sindicales jamás se discuten públicamente. El actual movimiento no ha sido una excepción. Esto no sorprende del Parti de Gauche de Jean-Luc Mélenchon –nuevo partido que pretende ocupar el espacio vacío dejado por el reformismo que ha girado al social-liberalismo abierto, como es el caso del PS–, quien declaraba durante la manifestación del 28 de octubre: “En estos momentos, debemos seguir tres reglas: seguir a los sindicatos, seguir a los sindicatos y seguir a los sindicatos”, en momentos en que éstos ya habían dejado de impulsar el movimiento para mejor canalizarlo, y pasaban abiertamente a frenarlo por todos los medios [10]. Pero sin la obsecuencia de los reformistas, la posición del NPA no se diferencia de contenido en lo central en su actitud frente a las direcciones sindicales [11]. Por ejemplo, preguntado por un periodista el 23 de septiembre, en el canal de televisión Europe1, sobre si pensaba que había una forma de complicidad entre los grandes sindicatos y el poder Ejecutivo, Olivier Besancenot respondío: “No, no diría eso, hay divergencias entre las distintas organizaciones sindicales, si usted las busca las va a encontrar, al igual que entre las distintas organizaciones políticas. Pero más allá de esto, hay un punto sobre el cual estamos todos de acuerdo: que la jubilación a los 60 años no se toca y que estamos en contra de este proyecto de reforma”. Es decir, el NPA estaba en el mismo campo que Thibault y Chérèque. Esta ubicación se mostró trágica cuando las direcciones sindicales hicieron todo lo posible para enterrar el movimiento luego del 21 de octubre. Así, en el comunicado del NPA de ese día, en lugar de denunciar la puñalada por la espalda que implicaba el comunicado de la Intersindical para las huelgas por tiempo indefinido, la dirección de ese partido dijo que las “dos nuevas jornadas de huelga y de manifestación, el jueves 28 de octubre y el sábado 6 de noviembre […] ofrecen nuevas perspectivas de movilización de las que hay que apoderarse”, cubriendo de esta manera la política desmovilizadora y de desgaste de las direcciones sindicales.
Pero para ver que esta actitud de la extrema izquierda no es un error en el medio de la lucha con el objetivo de no desmoralizar a la vanguardia (argumento que utiliza la dirección del NPA para no criticar a las direcciones sindicales), vayamos al balance de conjunto que hace Lutte Ouvrière, una vez finalizado el movimiento con la derrota reivindicativa con relación a la reforma jubilatoria. En el último número de su revista internacional achacan a las masas la responsabilidad de que el movimiento no haya ido más lejos, y que en este sentido hubo una sintonía entre lo que querían los manifestantes y las direcciones de los sindicatos. Así plantean que:
Sería pueril acusar a las confederaciones sindicales por la falta de llamados en ese sentido [a la huelga general]. Estas, o más precisamente la CGT y la CFDT –ya que SUD y en otro estilo FO eran tanto más adeptos a frases radicales aunque con menos fuerza y autoridad necesarias para hacer lo que decían que había que hacer– no tenían evidentemente ninguna voluntad de desplegar una política que preparara la huelga general. Pero ellas no han frenado nada porque concretamente no había nada que frenar. Limitar el enfrentamiento contra Sarkozy al terreno de las manifestaciones les convenía perfectamente a las direcciones sindicales. Pero eso les convenía igualmente a los trabajadores. Y ahí estaban, una vez más, los límites del movimiento.
Al contrario de lo que dice Lutte Ouvrière nunca tantos trabajadores estuverion tan convencidos de la necesidad de la huelga general, de pelear hasta el final para derrotar la política del gobierno, cuestión que impidió que las direcciones sindicales pudieran llamar abiertamente a levantar el movimiento, como habían hecho en 2003. Con organizaciones así, los crímenes de las direcciones sindicales difícilmente serán expuestos a los ojos de las masas y de la vanguardia, elemento central para su clarificación política y su reagrupamiento revolucionari. No es esta actitud complaciente la que recomendaba Trotsky en 1930, no sólo frente Jouhaux [12], dirigente de la CGT y calificado por Trotsky como el “más corrupto y servil agente del capital”, sino también frente a su ala izquierda:
La tarea del revolucionario honesto consiste, sobre todo en Francia donde son tan frecuentes las traiciones impunes, en recordar a los obreros las experiencias del pasado, en templar a los jóvenes en la intransigencia, en relatar incansablemente la historia de la traición de la Segunda Internacional y del sindicalismo francés, en desenmascarar el papel vergonzoso desempeñado no sólo por Jouhaux y cía., sino sobre todo por los sindicalistas de “izquierda” como Merrheim y Dumoulin. Quien no lleve a cabo esta tarea elemental hacia la nueva generación se priva para siempre de la confianza de los revolucionarios [13].
La contracara de la ausencia de toda crítica y denuncia a las direcciones sindicales es la falta de toda política de emplazamiento a éstas cuando están en la cresta de la ola de la movilización para mejor canalizarla y evitar su radicalización. Sólo una política que interpele a la cúpula de las Confederaciones sobre las tareas y próximos pasos del movimiento puede acelerar la experiencia en la acción con ellos, desenmascarando su rol conciliador, y abrir verdaderamente el camino a una verdadera huelga general política. Recostarse, como excusa, en el argumento de que la huelga general no se decreta o que no se concreta con un simple llamado de las direcciones sindicales, lo cual es cierto, no oculta la necesidad de esta táctica que surge de la aplicación correcta de una política de frente único obrero ante las direcciones sindicales. Como no se cansaba de repetir Trotsky, con respecto a los estalinistas que durante el tercer período se negaban a llamar a los reformistas, volvamos al ABC del comunismo:
Hace diez años, la Internacional Comunista explicaba así el fondo de la política de frente único: el Partido Comunista muestra en los hechos a las masas y a sus organizaciones que está dispuesto a luchar con ellas incluso por los objetivos más modestos, a condición de que vayan en el sentido del desarrollo histórico del proletariado; el Partido Comunista tiene en cuenta durante esta lucha, en cada momento, el estado de ánimo real de la clase; no solamente se dirige a las masas, sino también a las organizaciones cuya dirección es reconocida por las masas; ante las masas, obliga a las organizaciones reformistas a tomar posición públicamente sobre las tareas reales de la lucha de clases. La política de frente único acelera la toma de conciencia revolucionaria de la clase, develando en la práctica que no es la voluntad escisionista de los comunistas sino el sabotaje consciente de los jefes de la socialdemocracia, lo que impide la lucha común. Es evidente que estas ideas no han envejecido en absoluto [subrayado nuestro] [14] .
Sin embargo, las direcciones de la extrema izquierda consideran esta política superflua, lo que lamentablemente no contribuye a educar la vanguardia. Esto es más grave aún en el reciente movimiento, por un lado debido al hecho de que los sindicatos se fueron fortaleciendo al calor del mismo, y por otro porque junto con el desgaste de las jornadas de acción [15], una de las formas que utilizó la CGT para desviar a los sectores más radicalizados fue dejar correr las acciones más duras pero evitando que pudieran ofrecer una alternativa de conjunto a la política de presión de la Intersindical. Si los sectores en huelga reconductible, las distintas Interprofesionales a nivel nacional hubieran utilizado toda su autoridad para interpelar a la Intersindical “sobre las tareas reales de la lucha de clases”, mucho más difícil le hubiera sido a éstas desviar y desmovilizar la lucha. La política y la táctica adoptadas por la extrema izquierda no ayudaron en nada a esto [16]. Algunas Interprofesionales, la más avanzada de ellas en El Havre, trataron de orientarse a la centralización del movimiento exigiendo una manifestación nacional a París a la vez que demandaban que la Intersindical se transformara, abriéndose a los representantes de las asambleas interprofesionales [17]. Sin embargo, este llamado llegó en un momento ya de reflujo del movimiento y fue ignorado no sólo por la Intersindical sino por toda otra organización, incluida la extrema izquierda [18].
Detrás de esta orientación y tácticas de las organizaciones de la extrema izquierda se esconde un profundo conservadurismo, de que no se debe cuestionar el dominio de la burocracia sindical. Que esta política se cubra en algunos casos con argumentos izquierdistas como los nombrados arriba, no puede ocultar lo fundamental: su pasividad y falta de política y estrategias alternativas al camino de presión de las burocracias sindicales. La negativa a interpelar a las direcciones reformistas es una muestra de esto. Como explicaba Trotsky:
¿El frente único se extiende sólo a las masas trabajadoras o incluye también a los dirigentes oportunistas? El planteo mismo de esta pregunta es producto de un malentendido. Si pudiéramos simplemente reunir a las masas trabajadoras alrededor de nuestras banderas o de nuestras consignas inmediatas, sin pasar por las organizaciones reformistas, ya sean partidos o sindicatos, evidentemente sería lo mejor. Pero entonces la cuestión del frente único no existiría en su forma actual […] Aparte de otras consideraciones, estamos interesados en sacar a los reformistas de sus guaridas y ponerlos junto a nosotros ante los ojos de las masas en lucha. Con una táctica correcta no tenemos más que ganar. Un comunista que tiene dudas o temor sobre esto se parece a un nadador que ha aprendido las tesis sobre el mejor método para nadar pero no se atreve a arrojarse al agua. Al realizar un acuerdo con otras organizaciones, nos imponemos una determinada disciplina de acción. Pero esta disciplina no puede tener un carácter absoluto. En el caso que los reformistas comiencen a obstaculizar la lucha en claro detrimento del movimiento y actúen contra la situación y estado de ánimo de las masas, nosotros como organización independiente siempre nos reservamos el derecho de dirigir la lucha hasta el final, y esto, sin nuestros semialiados temporales. Es posible ver en esta política un acercamiento con los reformistas sólo desde el punto de vista de un periodista que cree que se deshace del reformismo mediante la crítica ritualista sin abandonar nunca la oficina editorial, pero que teme chocar con los reformistas frente a los ojos de las masas trabajadoras y darles a estas últimas la posibilidad de juzgar a los comunistas y los reformistas en igualdad de condiciones, esto es la lucha de masas. Detrás de este temor aparentemente revolucionario de “acercamiento” encontramos realmente una pasividad política que busca perpetuar un estado de las cosas donde los comunistas y los reformistas mantienen sus propias esferas de influencia claramente demarcadas, sus propias audiencias en las reuniones, sus propias prensas y todo esto de conjunto crea una ilusión de lucha política seria [19].
Aun organizaciones más audaces en el movimiento, como L’Étincelle, Fracción de Lutte Ouvrière, no comprenden este problema político fundamental. En su revista aparecida a mediados de octubre, sostenían en relación con la política de las direcciones sindicales que:
Por el momento en todo caso, las confederaciones sindicales, particularmente la CGT, hicieron lo que hizo falta. Velando sin dudas por controlar la situación y evitando plantear el objetivo de una huelga general con la excusa de que ésta no se desencadena por un simple llamado de las confederaciones, lo que es cierto, incluso cuando estas eran respetadas por los trabajadores. Y por el momento, los trabajadores las siguieron. Mañana pueden dar luz verde a la multiplicación de las huelgas, incluso aquellas por tiempo indefinido, en las empresas o en los sectores más decididos, sobre todo si continúan siendo minoritarias, como lo son al momento en que estamos escribiendo, y si estas empresas y sectores no buscan la unidad entre ellos, para luego arrastrar a otros y finalmente establecer una organización de la movilización que emanaría de la base y estaría controlada por ella.
Concluían, pobremente, lo siguiente:
Establecer estos lazos, tejer esta red, esta organización a través de las movilizaciones tal como están programadas e impulsadas por los aparatos sería la primera tarea del momento, en lugar de denunciar las ya conocidas dilaciones de las confederaciones en esta movilización, cuando en realidad este no es el sentimiento de los trabajadores, contrariamente al de 2009 o 2003 [20].
Jamás denunciar, jamás. Muy lejos de lo que sostenía Trotsky cuando, hablando de las otras “categorías” de la huelga general, es decir, una lucha de presión encabezada por la burocracia para evitar que esta se transforme en una lucha seria contra el gobierno y el régimen burgués como la que hemos presenciado en Francia en Otoño 2010, decía:
También debemos agregar que Engels no señaló otra “categoría” de huelga general, de la cual hemos visto ejemplos en Inglaterra, Francia, Bélgica y otros países: nos referimos a los casos en que la dirección de la huelga acuerda previamente, es decir, sin luchar, con el enemigo de clase cuál será el rumbo y el resul-tado de la huelga. En determinadas ocasiones, los par-lamentarios y sindicalistas perciben la necesidad de proveer una válvula de escape para la ira acumulada de las masas, o bien se ven obligados a acompañar una movilización que los ha sobrepasado. En esos casos acuden a hurtadillas al gobierno y reciben permiso pa-ra encabezar la huelga general, con la obligación de ponerle fin lo antes posible y no causarle daño a la pro-piedad estatal. A veces, pero de ninguna manera siem-pre, negocian algunas pequeñas concesiones que les sirvan de hojas de parra. Eso hizo el Consejo General de los sindicatos británicos (TUC) en 1926. Eso hizo Jouhaux en 1934. Eso harán en el futuro. El desenmas-caramiento de estas maniobras despreciables a espal-das del proletariado en lucha es un componente nece-sario para la preparación de la huelga general [21] [subrayado nuestro].
Este componente necesario para la preparación de la verdadera huelga general es ignorado por las direccion de la extrema izquierda, ya sea en sus variantes más oportunistas con un seguidismo en algunos casos absolutamente acrítico, y en sus variantes más izquierdistas, con sólo una política de autoorganización que aunque más loable que la actividad y orientación de los primeros, es insuficiente para derrotar la política de las direcciones sindicales.
¿Emanciparse del “fetichismo de la huelga general”?
Frente a los límites que encontró el movimiento del otoño y que no pudo superar, como el enorme obstáculo que representó la estrategia de presión de las direcciones sindicales o el desarrollo de una verdadera autoorganización, algunos autores ponen (y pusieron) en cuestión el “fetichismo de la huelga general” que habría puesto trabas al desarrollo de la lucha. Así, Philippe Corcuff, uno de esos personajes reformistas radicales típicos que pululan en el NPA, plantea que:
Al lado del fetichismo de lo legal, otro fetichismo podría obstaculizar la continuidad del actual movimiento social: el fetichismo de la “huelga general”, entendida en un sentido demasiado estrecho como una consigna comodín, independientemente de las circunstancias. El horizonte de “la huelga general” es una cosa muy buena si, frente a la tendencia a la dispersión de las luchas, amplía nuestro espacio mental hacia convergencias deseables. Sólo si se presenta como una exigencia de generalización a partir de las experiencias concretas en situaciones concretas, y no como un martillo que nos golpea dogmáticamente desde arriba. Pero “la huelga general” perdería esta dinámica útil si la comprendiéramos como un “modelo” a aplicar de forma rígida, sin tener en cuenta las características de la situación. Si consideráramos la generalización de la huelga al conjunto de los asalariados, los universitarios y los secundarios en un momento dado como la única forma para construir un movimiento social convergente susceptible de conseguir una victoria [22].
Efectivamente, ningún esquematismo ni pensamiento por fuera de la relación de fuerzas sino las duras “circunstancias” hacían que sólo una huelga general política que derrotara al gobierno de Sarkozy y su plan fuera “la única modalidad” para “lograr victorias”. ¿O alguien puede creer que en medio de la crisis histórica del capitalismo que estamos atravesando, donde la depresión económica en curso impone como única salida a la burguesía un ataque en toda la línea a los trabajadores, se podrá lograr alguna victoria sin una lucha hasta el final? Esta visión es una mera ilusión que hace por el contrario un fetichismo del ciclo anterior de la lucha de clases, es decir, desde 1995 (o 1986) al comienzo de la crisis económica internacional. En ese momento, frente a un relativo auge del capital o su salida a su manera de la crisis de la década de 1970, la burguesía francesa pudo hacer ciertas concesiones, sobre todo atenuar el avance de la ofensiva neoliberal en función de la resistencia que opusieron los trabajadores. Sin embargo, la situación actual no deja el más mínimo margen de maniobra y por el contrario obliga al capital a enfrentamientos cada vez más decisivos, en donde el eslogan “o ellos o nosotros” se hará cada vez más palpable. En este marco, las “victorias” o las “concesiones” solo podrán ser un subproducto de la lucha revolucionaria, es decir, del temor de la burguesía a perder todo, como fue en 1936 frente al desarrollo de la huelga general con ocupación de las fábricas (aunque al haber desaprovechado la ocasión para la conquista del poder, esas mismas concesiones fueron luego arrancadas por los gobiernos sucesivos anteriores a la Segunda Guerra). Lamentablemente, esto no lo comprende no sólo Corcuff sino, con consecuencias más graves, muchos equipos sindicales combativos que creen que sin un enfrentamiento centralizado contra el gobierno que lo derrote completamente, y no solamente lo “haga ceder” sobre algunos puntos como en 1995 o 2006, se puede lograr una victoria.
Bloqueado, entonces, el camino a la huelga general, fueron surgiendo todo tipo de estrategias alternativas de las cuales debemos huir como de la peste. El aspecto reformista de éstas traducía a nivel del activismo la estrategia de la Intersindical Nacional de buscar el “común denominador”, o dicho de otra manera, la alineación de los sectores más radicales detrás del tándem Thibault-Chérèque. Así puede verse cuando Corcuff, en el mismo texto citado, plantea que:
Una tiranía de la consigna de “la huelga general” podría contribuir a matar el espíritu de “la huelga general”: 1) encerrándonos en un “todo o nada” mortífero y al final de cuentas desmovilizador; 2) empujándonos a la vía de la decepción más que a la del desarrollo del entusiasmo; y 3) olvidando que la perspectiva de generalización supone mínimamente mantener en el seno de la movilización a los sectores más prudentes y/o a más moderados [subrayado nuestro] [23].
Es decir que, lejos de buscar que los sectores de vanguardia tuvieran un política para lograr la extensión de la huelga al conjunto de las masas, busca subordinar a éstos detrás de los sectores más prudentes y/o los más moderados. Y su aspecto radical se expresaba en que:
Dentro de los caminos posibles, estaría entonces aquel de una guerrilla social y ciudadana duradera, un movimiento social proteiforme, al estilo del “Mayo rampante” italiano, asociando las movilizaciones locales y profesionales fuertes con jornadas nacionales de manifestaciones, huelgas y manifestaciones, huelgas puntuales y huelgas por tiempo indefinido, un vaivén entre los dos, parálisis parciales (SNCF, subte y transportes colectivos urbanos, refinerías y depósitos petroleros, de rutas, etc.), huelgas recurrentes o la repetición de las huelgas esporádicas limitando el costo la huelga para los trabajadores, la constitución de fondos de solidaridad hacia sectores comprometidos fuertemente en la huelga por tiempo indefinido, lazos inéditos con los medios intelectuales y artísticos críticos para amplificar la deslegitimación del poder de Sarkozy, los pasajes entre los combates reivindicativos y las experiencias alternativas (¿por qué los AMAP no aprovisionarían a los huelguistas en forma gratuita? ¿Por qué las universidades populares no se desplazarían hasta los lugares donde hay huelga poniendo a disposición saberes críticos? ¿Por qué los artistas alternativos no estarían más presentes en las manifestaciones?, etc., etc.), acciones menos masivas pero más espectaculares en otros frentes donde la legitimidad de Sarkozy resiste más en el seno de la población (discriminación racial, inseguridad, etc.), etcétera.
Acá Corcuff toma muchas de las novedades que el actual movimiento tuvo (aunque también delira un poco) pero, lejos de marcar sus límites para superarlos, termina, por el contrario, glorificándolos y transformándolos en un estrategia opuesta a la huelga general, es decir, el enfrentamiento centralizado contra el poder y su Estado, en una nueva estrategia que él denomina “guerrilla social”. No sorprende que tome como modelo el “Mayo rampante italiano”, es decir, un movimiento de alza general pero sin coronación, o en otras palabras, una huelga general que no ha ido hasta el fin.
Entonces, el hecho que el movimiento quedara en los prolegómenos de la huelga general, con miles de activistas, y sectores en huelga que no se generalizaron al conjunto de los trabajadores, es lo que da pie a estas teorías sustitucionistas que buscan diluir el rol dirigente de la clase obrera, basadas sobre todo en la extensión del bloqueo como método de lucha. Como dicen los especialistas de los movimientos sociales y el sindicalismo Sophie Béroud, Karel Yon y Mathieu Magnaudeix:
Más concretamente, acerca de la evolución de las formas de acción, el punto distintivo de este movimiento es la difusión del registro del bloqueo y, en menor medida, de las asambleas generales interprofesionales. El hecho del bloqueo no tiene nada de novedoso, nació con el movimiento obrero pero lo que cambia es el hecho de que se independiza del registro de la huelga, es la idea de que se puede bloquear la economía sin recurrir a la huelga. Una estética del bloqueo dirigida por algunas redes de militantes e intelectuales que, inspirándose en las ideas de Toni Negri [filósofo italiano, figura intelectual de la izquierda en los años de plomo, ícono del altermundialismo, NdT], ven la prueba de que la fuerza política que actúa es, a partir de ahora, menos la clase obrera y más la “multitud”. Ya no hace falta ser obrero para parar la economía: más que cruzarse de brazos en la línea, de lo que se trata es de instalarse en las intersecciones de calles estratégicas por donde pasan los materiales y las mercancías para poner trabas a la circulación del capital. Se puede ser desocupado, estudiante, contratado o precario y jugar un rol político decisivo. Es en el marco de acciones de este tipo que se han producido encuentros improbables. Hasta el momento, este tipo de acciones eran más bien raras y se llevaban a cabo al margen de las grandes organizaciones sindicales, cuando no contra ellas. Estas acciones se multiplicaron durante este movimiento, implicando diversas redes sindicales y políticas, a veces haciendo jugar un rol de intermediario a los medios alternativos locales (…) La práctica del bloqueo ha sobrepasado las redes autónomas para penetrar, localmente, en los sindicatos y las uniones locales a través de nuevas generaciones de militantes. Se volvió menos natural, dentro de las instancias sindicales, denunciar estas prácticas como “izquierdistas”. Este registro de acción ha circulado debido a que había pasado la prueba en movilizaciones precedentes. Haciendo de la huelga un subproducto del bloqueo, esta táctica permitió paralizar sectores sin hacer pagar a los trabajadores todo el costo de la acción. Ya lo habíamos experimentado al momento de la LRU, cuando en algunos lugares el bloqueo de facultades de parte de los estudiantes le había permitido a los universitarios movilizados revertir la apatía de sus compañeros. En este movimiento, fue sobre todo una manera de integrar a la lucha a algunos trabajadores que no podían asumir pérdidas de salario, e incluso a veces una manera de poner en marcha una dinámica huelguística [24].
La utilidad del bloqueo como herramienta en el marco de una lucha generalizada está fuera de discusión. En el reciente movimiento hubo multitud de ejemplos en donde los bloqueos jugaron un rol importante en hacer avanzar la lucha: los bloqueos de vías que detenían la circulación de los trenes eran muy bien recibidos en las asambleas ferroviarias; los bloqueos masivos de alrededor de 600 asalariados del aeropuerto y de la zona logística Eurocentro en Toulouse; las iniciativas tomadas alrededor de las empresas químicas en Lyon, el bloqueo de la planta de Peugeot Mulhouse o de los depósitos de la RATP de Pleyel en Seine Saint Denis acordado entre los activistas de la Interprofesional y el sector huelguista, acciones que buscaban la extensión de la huelga, dirigiéndose a otros trabajadores; el sitio de los depósitos de carburantes de Caen y Ouistreham por los trabajadores del puerto, de dudoso impacto en la falta de combustible pero que levantaban la moral de los trabajadores refineros de Gonfreville, cerca del puerto de Havre, etcétera. También otras acciones han permitido levantar la cabeza a los sectores más precarizados.
Pero la perspectiva del “bloqueo económico”, propulsada por SUD o vociferada en algunas semanas por el mismo NPA, planteada independientemente de ganar a los trabajadores para la huelga y de la perspectiva de la huelga general no sólo puede llevar a acciones dispersas sin objetivo que terminen desgastando y desmoralizando a los activistas –no por casualidad en muchos casos este tipo de acción ha sido impulsado o dejado correr por las direcciones sindicales con el objetivo de reganar la confianza de su base que había criticado sus huelgas sin continuidad en 2009, a la vez que de ocupar a los militantes e impedir su reflexión política [25]– sino, más grave estratégicamente, puede crear la ilusión de que es posible sustituir la acción centralizada de la clase obrera no sólo para paralizar la economía sino para poner en cuestión la propiedad capitalista. Es que sólo la clase obrera y sus métodos pueden lograr una verdadera alianza de clases revolucionaria contra la Francia de las grandes fortunas y los accionistas del CAC 40. Sólo el proletariado puede dirigir a otros sectores sociales que intervienen con sus propios métodos, como es el caso de los secundarios, además de otros sectores como los inmigrantes, alianza fundamental para plantearse la derrota del gobierno. A su vez, los trabajadores deben defender los intereses de todos los explotados, incluidos los pequeños campesinos, los pescadores, los pequeños artesanos y comerciantes, que son llevados a la miseria por la crisis capitalista.
En conclusión, aunque haya otros métodos de lucha, que inevitablemente surgen en toda lucha más o menos generalizada que abarca amplios sectores sociales oprimidos, la clave es que sólo la clase obrera puede dirigir a esos sectores hacia un objetivo común. De ahí la importancia de luchar por la perspectiva y la preparación de la huelga general.
El carácter reaccionario de la “unidad sindical” a cualquier precio
Una de las características de los sindicatos franceses es su división en confederaciones rivales desde el comienzo de la Guerra Fría. Esto es una gran ventaja para la burguesía, ya que las organizaciones sindicales pasan más tiempo robándose miembros e influencia entre ellas que dedicados a combatir a la patronal y su Estado. En este marco, una de las características centrales del pasado movimiento es la durabilidad de la Intersindical. La magnitud de la crisis capitalista es una de las razones de fondo de esta novedad. Como dicen los especialistas anteriormente citados: “Hemos visto emerger esta intersindical durante el movimiento contra el Contrato de Primer Empleo, pero fueron sobre todo las manifestaciones contra la crisis que le dieron su legitimidad. Es una novedad en el paisaje sindical francés, signado por las rivalidades entre organizaciones” [26]. Es que la ofensiva capitalista hace sentir en la base la necesidad de pelear en forma unificada contra la burguesía y su Estado, cuestión que pesa a su vez sobre las confederaciones. A estas razones elementales se agregan, como correctamente dice L’ Étincelle, razones propias a los aparatos sindicales:
Habiendo acompañado todos los retrocesos que conocieron los trabajadores estas últimas décadas, la posición de los sindicatos frente al gobierno y a la patronal se debilitó, estos últimos negándose a compensar su pérdida de influencia a través de ventajas institucionales otorgadas a los aparatos. El gobierno no busca ni siquiera mantener la ilusión de las negociaciones. Por otra parte, un viejo dirigente del CNPF (el antepasado del Medef), Yvon Gattaz, llegó incluso a cuestionar la existencia de los sindicatos: “Desde el punto de vista social, los sindicatos fueron necesarios durante el siglo XIX, útiles y luego abusivos en el siglo XX. Inútiles y dañinos en el siglo XXI, deben desaparecer”, escribió en la Revista Commentaire.
Sin ir hasta allí, en esta primera batalla, el mismo hecho de que los sindicatos, es decir, los llamados “partenaires sociaux”, no hayan sido tenidos en cuenta por el gobierno en la negociación de la reforma jubilatoria, y que a pesar de las movilizaciones masivas que éstos encabezaron exigiendo en la gran mayoría de ellas la apertura de negociaciones, a la vez que apoyando la necesidad de otra reforma, no les dejaba otra opción. Como lo escribe un periodista de Mediapart: “Entonces no es exagerado decir que: a causa de su desprecio por el diálogo social, de la voluntad de avanzar que es la marca distintiva de su contrarreforma de las jubilaciones, Nicolas Sarkozy rehabilitó a su manera la lucha de clases” [27]. Esta nueva unidad alcanzada no quiere decir que se suspendiera la competencia entre las confederaciones, pero cada uno tenía distintas razones para permanecer allí. Veamos:
Dos grandes hechos explican este fenómeno de la intersindical: la reforma de la representatividad sindical que se muestra desde 2008 y la reorientación estratégica de la CGT, iniciada en los años 1990. Al hacer de la representatividad sindical un derecho ascendente y evolutivo que se conquista a partir de los resultados obtenidos en las elecciones de fábrica, la reforma de 2008 ha vuelto obsoleta la frontera que oponía a las cinco confederaciones que gozaban de una representatividad “irrefutable” –CGT, CFDT, FO, CFDT, CGC– a las demás organizaciones –UNSA, Solidaires, FSU–. En 2013 se sabrá qué organizaciones son representativas en el plano nacional interprofesional. Mientras tanto, ya no hay apuestas a cerrar o abrir más o menos el juego. Este allanamiento de las condiciones de la competencia sindical ya se manifiesta en el acceso de Solidaires a las subvenciones jurisdiccionales o a ciertas instancias de “diálogo social” como los consejos económicos, sociales y ecológicos nacional y regionales. Lo muerto se apoderaba de lo vivo en 2009, y con estas racionalidades anteriores, se hará posible integrar las organizaciones sindicales “no representativas” a la intersindical. Estas últimas –FSU, Solidaires, UNSA– tenían cuidado de no escindirse del marco unitario. En 2010, se asiste a una reconfiguración: el bando ya no se divide entre organizaciones representativas y no representativas, sino entre dominantes y dominadas en el juego sindical. El cambio de lógica de representatividad está integrado y las organizaciones sindicales dominadas se dan más libertad, pudiendo volverse esto una posición distintiva. Se lo ve bien especialmente con FO, cuya posición está desestabilizada por la reforma –que pone fin a la imagen de “las tres grandes confederaciones”– pero que tiene los medios para mantener una posición autónoma. Solidaires también puede permitirse una mayor libertad al decidir firmar las declaraciones de la intersindical una por una. Pero para que la intersindical exista también es necesario que las organizaciones sindicales dominantes en el terrero así lo decidan. La CFDT, después del episodio traumático de 2003, tenía un gran interés en evitar actuar sola. Pero sin dudas es la CGT la que lleva adelante con el mayor voluntarismo este marco unitario. Lo inscribe, efectivamente, en la perspectiva estratégica de lo que sus dirigentes llaman el “sindicalismo unido” desde fines de los años 1990. Es la elección de un marco unitario sin veto, pero cuyo eje privilegiado descansa en la relación con su principal rival, la CFDT. Esta estrategia pareciera dar sus frutos, con una fragilidad intrínseca ligada evidentemente al posicionamiento de la CFDT [28].
Pero si esta unidad sindical alentó al principio el desarrollo del movimiento, al basarse sobre el mínimo común denominador evitaba dar un programa unificador al conjunto de la clase obrera, con reivindicaciones claras sobre las jubilaciones como los 37,5 años de cotización o la jubilación a 60 años a tasa plena. Ni hablar de la negativa de incorporar otra serie de reivindicaciones que hubieran permitido entrar a otros sectores en la huelga como el aumento de salarios, el reparto del tiempo de trabajo manteniendo el mismo salario, la lucha contra toda precarización, reivindicaciones elementales que hubieran permitido soldar la unidad obrera con los sectores más pauperizados de nuestra clase y que no se animaban a parar a pesar de sostener vivamente el movimiento. La necesidad de un programa más amplio que tomara todas las ofensas y ataques que sufre nuestra clase y la juventud popular de parte del gobierno, la patronal y su Estado, es lo que puso de manifiesto en forma abierta la entrada explosiva de los secundarios en el movimiento, dándole a la lucha un carácter eminentemente político. Sin embargo, a pesar de haberse visto obligada a ir más allá de lo que quería en su movilización, organizando acciones de presión in extremis, la Intersindical siempre fue enemiga de ir a un enfrentamiento abierto con el gobierno de Sarkozy y su plan. Nadie quiso acabar con este gobierno derechista y menos aún su régimen podrido de la V República del que dependen, como bien lo expresó la CFDT, frente a la eventual (en esos momentos) promulgación de la ley: “Esto sugiere, como dice la CFDT, que después de esta promulgación, la intersindical deberá reconocer que estaremos en otra configuración, ya que no queremos ir a un cuestionamiento de la legitimidad parlamentaria, ni a un enfrentamiento con la presidencia de la República” [29].
No es una casualidad que estas direcciones en su mayoría no pidieran el retiro de la reforma. Este carácter que las direcciones oficiales imprimieron al movimiento no se les escapa a los diarios burgueses que pintan claramente su acción. Así, una editorial de Libération la describía en estos términos:
Decididamente, algo ha cambiado en el mundo sindical. Oficialmente, estamos ante una prueba de fuerzas. El gobierno anuncia concesiones juzgadas menores; los sindicatos llaman a una movilización más fuerte. Prevén una nueva manifestación nacional, apoyada por una huelga de una jornada. Pero, de hecho, la negociación continúa. Extraña negociación, sin discusiones directas ni contactos a cielo abierto. Pero negociación al fin… Todo ocurre como si Bernard Thibault y François Chérèque creyeran imposible una derrota del gobierno en el campo de batalla [30].
Pero esta política de colaboración de clases pega un salto abierto cuando el movimiento se radicaliza y la Intersindical hace todo de su parte para desmontar el movimiento, alineándose claramente en los hechos detrás de las posiciones de Chérèque, para quien: “aquellos que quieren radicalizar el movimiento, llamar a la huelga general, quieren volver a entrar en una acción política, de oposición global al gobierno. Ahora bien, la fuerza de este movimiento, es que no es político sino social. Tenemos una fuerza tranquila, utilicemos esta fuerza” [31]. Esta profesión de fe del líder de la CFDT se haría realidad en la semana más aguda del Otoño Francés, cuando las huelgas reconducibles se afirmaban y se multiplicaban los bloqueos y el gobierno temía el riesgo de la falta de combustible, con el comunicado de la Intersindical del 21 de octubre, que es un verdadera puñalada por la espalda al movimiento. Pero este punto de inflexión en la lucha, esta verdadera traición que dejaba mal parada sobre todo a la CGT, presionada por sus sectores más duros, es sobre todo disfrazada por la Intersindical llamando a nuevas jornadas de acción cada vez más espaciadas, diciendo que la lucha continuaba cuando de hecho echaban agua y más agua a la pólvora y sobre todo hacían uno y mil intentos para levantar las huelgas reconducibles, cosa que a pesar del rechazo finalmente lograron. Increíblemente, en ese momento organizaciones sindicales que se reclaman combativas como SUD, que durante las primeras reuniones no firmaba los comunicados ya que no se pronunciaban por el retiro de la ley y por la huelga general y el 21 de octubre rechazó el contenido del comunicado de la vergüenza, lejos de romper con esa unidad sindical, que en esos momentos se transformaba abiertamente en antihuelga, pasaron por el contrario a una posición más seguidista, que les permitió cubrirle la espalda por izquierda a la CGT y que terminó con la firma de los comunicados escandalosos del 4 y 8 de noviembre que ponen broche final al movimiento.
A estos sindicalistas combativos es bueno recordarles las lecciones del comité Anglo Ruso, es decir, la huelga general inglesa del 1926 traicionada por los reformistas encubiertos por la burocracia del Kremlin. Es la aplicación oportunista del frente único o el mantenimiento de la unidad sindical a cualquier precio. Trotsky, explicando el proceso, decía:
En las primeras etapas de la movilización de masas, los reformistas van hacia la izquierda, esperando así poder retener la dirección de la misma. Pero cuando la movilización sobrepasa los marcos de la reforma y exige a los dirigentes que rompan totalmente con la burguesía, la mayoría de los reformistas cambian de color. Los cobardes compañeros de ruta de las masas se transforman en rompehuelgas, enemigos, traidores descarados. Al mismo tiempo, empero, algunos de ellos –y no necesariamente los mejores– se pasan al bando de la revolución. La alianza con los reformistas, en el momento en que las circunstancias los obliguen a dar un paso o medio paso adelante, puede ser inevitable. Pero es necesario saber de antemano que los comunistas romperán implacablemente con los reformistas apenas éstos den el salto hacia atrás. Los reformistas no son traidores porque siempre, y con cada uno de sus actos, cumplan las órdenes de la burguesía. Si así fuera, no tendrían influencia en el movimiento obrero y, por consiguiente, la burguesía no los necesitaría [32].
¿Y en qué consistió la capitulación?:
El error consistió en no concertar un acuerdo circunstancial con el Consejo General que, en efecto, durante ese período se desplazó a la “izquierda” bajo la presión de las masas. El primer error fue constituir un bloque, no en base a objetivos concretos y prácticos, accesibles a la clase obrera, sino a frases pacifistas generales y engañosas fórmulas diplomáticas. El error principal, que se convirtió en un gigantesco crimen histórico, fue que nuestros estrategas no pudieron romper inmediata y abiertamente con el Consejo General cuando éste volvió sus armas contra la huelga general, es decir, cuando el aliado circunstancial y poco digno de confianza se transformó en un franco enemigo [33].
De esta manera, los dirigentes de SUD en el mejor de los casos repiten las mismas limitaciones de Monatte, no de aquel Monatte dirigente del sindicalismo revolucionario antes de la Primera Guerra Mundial que mostraba su carácter revolucionario [34], sino del Monatte que a mediados de los años ‘20 del siglo pasado, cuando comenzaba la burocratización en el PCUS y haciendo tábula rasa de la experiencia de la guerra, de acontecimientos extraordinarios como la Revolución Rusa, vuelve su espalda y retoma toda su hostilidad hacia el partido revolucionario, confirmándose en sus prejuicios anarcosindicalistas. Si uno de estos grandes prejuicios es la autonomía sindical, el otro es la unidad sindical. Sobre este principio decía Trotsky:
No menos vacío es el otro principio sagrado: unidad. En su nombre Monatte hasta se opuso a la ruptura del Comité Angloruso, aun cuando el Consejo General de los sindicatos británicos había traicionado la huelga general. El hecho de que Stalin, Bujarin, Cachin, Monmousseau y otros apoyaron el bloque con los rompehuelgas hasta que éstos los dejaron de lado, no reduce para nada el error de Monatte…. Cuando los huelguistas encuentran a su paso un grupo de rompehuelgas los sacan del medio sin desperdiciar un solo golpe. Si estos pertenecen al sindicato los expulsan inmediatamente, sin preocuparse por el sagrado principio de la unidad sindical. Monatte seguramente no objeta esto. Pero la cosa es diferente si se trata de la burocracia sindical y sus líderes. El Consejo General no se compone de famélicos y retrasados rompehuelgas. Son traidores bien nutridos y experimentados, que en determinado momento se ponen a la cabeza de la huelga general para decapitarla lo más rápida y seguramente posible. Actuaban mano a mano con el gobierno, los patrones y la iglesia. Parecería que los dirigentes de los sindicatos rusos, que formaban un bloque político con el Consejo General, deberían haber roto con él inmediata, abierta e implacablemente, a la vista de las masas que éste había decepcionado y traicionado. Pero Monatte se alza con fiereza: está prohibido perturbar la unidad sindical” [35] .
Superar los límites del sindicalismo, aun en sus variantes más de izquierda, constituye un paso central para lograr un reagrupamiento revolucionario de la vanguardia a la altura de los próximos y seguramente más decisivos enfrentamientos de clase.
Cómo superar la división sindical en la base e imponer una verdadera unidad de los que luchan: la necesidad de comités de fábrica
Frente a la moderada unidad por arriba, a la división real a nivel de la base en distintos sindicatos y a una mayoría de trabajadores no sindicalizados, la unidad de los que luchan es un problema estratégico de la lucha revolucionaria en Francia. ¿Cómo lograrlo? No hay otra solución en el programa revolucionario que el “comité de fábrica” (o empresa) donde todos los sindicatos se subordinen a lo que se resuelva mayoritariamente en cada establecimiento. Hay que crear la conciencia de que el sindicato que divide las resoluciones de base es traidor y que la alternativa a la burocracia viene de abajo hacia arriba, que no hay táctica sindical salvadora por fuera de esto, aunque sin negar la importancia de estas para acelerar el camino a la verdadera huelga general y a la autoorganización, como planteamos más arriba.
La formación de comités de fábrica elegidos por establecimiento y responsables frente a sus electores, y su coordinación interempresas y con el resto de los sectores movilizados, (interprofesional o lo que fuere) con mandato, es la única forma de crear un doble poder alternativo al de la burocracia sindical. Formalmente, esta coordinación existe cuando hay frente único de los sindicatos, aunque ya sea para llevar mínimamente a la práctica las resoluciones de las intersindicales burocráticas; pero más importante aún, cuando se trata de ir mas allá de las luchas de presión
de éstos, sólo una nueva política y una nueva moral, donde los sindicatos a nivel de establecimiento se subordinen a lo resuelto por la base puede comenzar a crear (como balance y como perspectiva en la etapa) un nuevo poder alternativo que discuta la política, las consignas, la estrategia y la táctica, es decir, todo. Ya hemos mencionado que en el actual movimiento la Interprofesional de El Havre fue lo más avanzado, ya que la misma reflejó el momento de ascenso a miles de trabajadores en huelga, incluso del sector privado, y sus boletines y decisiones eran en gran medida seguidos por la ciudad. Eso es lo que llevó a que incluso la CFDT formara parte de la misma. Pero para no romper la “bendita” unidad sindical, este sector de punta no pudo llamar un encuentro nacional durante el auge del movimiento, ya que la CFDT se negaba por considerarla una política alternativista de los sindicatos. Este razonamiento no solo es antihuelga sino contrario a la realidad del movimiento obrero francés, en el cual los sindicatos en los establecimiento son debilísimos y que así ni siquiera se puede garantizar unificadamente “las resoluciones justas que votan las intersindicales”. Más en general, así como una de las grandes novedades del movimiento fue el desarrollo de las Interprofesionales, que expresaron en concreto la ruptura de las visiones corporativas y de las luchas aisladas de todos estos años, su debilidad estuvo en que en muchos casos se basaron en una minoría activa de trabajadores en huelga o en sectores significativos en huelga reconducible, como los ferroviarios; la participación en las asambleas fue muy débil y menos frecuentes comparada con otros movimientos, lo que fue un obstáculo al desarrollo de comités de huelga. La razón fundamental de esto radica en la política de las direcciones sindicales de no chocar abiertamente con la presión de la base ni con las acciones de los sectores más radicalizados, lo que no empujó al desarrollo de organismos de autoorganización.
Pero el problema del surgimiento de verdaderos organismos de autoorganización, más agudo en Francia ya que la división sindical hace más difícil el desarrollo de la autoorganización, no es sólo francés sino de todo el movimiento obrero mundial y resurge en cada etapa aguda de lucha de clases. Recordemos incluso que Trotsky sugería en 1935 comités de acción del mismísimo Frente Popular como forma de superarlo y liquidarlo por la acción proletaria unificada independiente. ¿Cómo concebía a estos comités de acción? Veamos:
No se trata de una representación democrática de todas y no importa cuáles masas, sino de una representación revolucionaria de las masas en lucha. El comité de acción es el aparato de la lucha. Es inútil tratar de suponer de antemano qué capas de trabajadores estarán ligadas a la creación de los comités de acción: las fronteras de las masas que luchan se determinarán en la propia lucha [36].
A la vez, alertaba que: “El enorme peligro en Francia consiste en que la energía revolucionaria de las masas, desgastada poco a poco en explosiones aisladas, como en Toulon, en Brest, en Limoges, deje lugar a la apatía”, agregando que: “Los comités de acción, en su estadio actual, tienen por tarea la de unificar la lucha defensiva de las masas trabajadoras en Francia y también dar a esas masas la conciencia de su propia fuerza para la ofensiva futura” [37].
Hablando de los partidos reformistas, como la SFIO o el PCF, que en ese momento tenían mucha más fuerza en el movimiento obrero, Trotsky sostenía que:
En las elecciones para los comités de acción, cada partido tratará naturalmente, de hacer triunfar a sus partidarios. Los comités de acción tomarán sus resoluciones por mayoría de votos con entera libertad de agruparse para los partidos y fracciones. En relación con los partidos, los comités de acción pueden ser llamados parlamentos revolucionarios: los partidos no son excluidos, por el contrario, se los supone necesarios; al mismo tiempo, son controlados en la acción y las masas aprenden a liberarse de la influencia de los partidos putrefactos [38].
Este razonamiento hoy en día no sólo lo podemos extender a las pocas y pequeñas organizaciones reformistas que existen en la Francia actual, como el PCF o el PG (Parti de Gauche, Partido de Izquierda), a la vez que a las organizaciones de extrema izquierda, sino fundamentalmente a los sindicatos que de hecho son las principales organizaciones reformistas en el movimiento obrero.
En conclusión, los comités de fábrica, que como dice el Programa de Transición, en las épocas pacíficas sólo agrupan a una minoría (o no existen, habiendo competencia en muchos lugares entre los distintos sindicatos), en los momentos agudos de luchas de clases son la única forma de conseguir una mayoría activa y militante, interconectarse por barrio y ciudad y en perspectiva, sentar las bases (o una de las bases) para el surgimiento de consejos obreros. No hay forma ni siquiera de avanzar hacia una verdadera huelga general sin esas instituciones, mucho menos dar una alternativa revolucionaria. Grabémoslo en oro:
Tareas tales como… la preparación de la huelga general [39], quedarán en el papel si la propia masa no se empeña en la lucha, por medio de sus órganos responsables. Sólo esos comités de acción surgidos de la lucha pueden asegurar la verdadera milicia, contando no ya con miles, sino con decenas de miles de combatientes. Nadie sino los comités de acción, abarcando los centros principales del país, podrá elegir el momento de pasar a métodos más decididos de lucha, cuya dirección les pertenecerá de pleno derecho [40].
La adaptación al legalismo y el pacifismo de años de democracia burguesa
La exacerbación de la lucha de clases significa también la exacerbación de los métodos de resistencia por parte del capital. Ahí están la reciente huelga de los camioneros en Grecia, donde el gobierno desplegó el ejército para quebrarla y suministrar combustible a los aeropuertos, las centrales eléctricas y otras instalaciones; las requisiciones tanto de los petroleros como de los recolectores de basura en el Otoño Francés, o últimamente la declaración del estado de alarma frente a la huelga salvaje de los controladores aéreos en el Estado español, con los coroneles tomando el mando en las torres de los aeropuertos civiles y los trabajadores incurriendo en delito de desobediencia si se niegan a trabajar. ¡Y todo bajo la cobertura de la democracia burguesa!
Frente a este salto en la represión, que no descarta la utilización de grupos de extrema derecha o identitarios si las acciones obreras se radicalizan, la clase obrera no puede dejarse tomar nuevamente desprevenida. Es fundamental romper con las viejas ideas legalistas ligadas a tiempos normales de la lucha de clases que se han desarrollado brutalmente en Francia y en toda Europa después del desvío, con métodos democrático burgueses, del ascenso revolucionario abierto con el Mayo francés, y más abiertamente con la ofensiva neoliberal (la época que hemos denominado de “restauración burguesa”, ver “En los límites de la “Restauración burguesa” en esta revista).
Este legalismo es inherente a las cúpulas sindicales, como lo expresaron en el comunicado del 21 de octubre, “guardando el respeto de los bienes y las personas”, cuando el Estado mandaba CRS a abrir los depósitos y refinerías en huelga. A nivel del terreno, como lo señala François Chesnais:
Esta orientación es la que el dirigente CGT en el grupo Total, Charles Foulard, ha aplicado desde el inicio de la huelga en la refinería más cercana de París a Grandpuits en Seine-et-Marne. Mientras esperaba que su intervención sea analizada cuidadosamente, se recordará que en el momento de la orden de requisición con el Prefecto, ha buscado mantener el debate en el terreno puramente jurídico. Cuando los CRS forzaron la entrada, los periodistas notaron que hizo todo lo posible para que la resistencia de los piquetes no sea demasiado fuerte. En Grandpuits, en donde la dirección CGT mantuvo un grado de control que ha perdido al menos por un momento en otros lados, hay un nivel de enfrentamiento muy diferente del de los otros sitios, sobre todo el de Donges en donde los choques han sido violentos y una forma de guerilla alrededor de la refinería y de los depósitos se ha extendido por varios días. Es Charles Foulard quien declaraba el 29 de octubre de 2009, en el momento en que Total anunciaba que no iba a pagar ningún día de huelga en ningún sitio, que los sindicatos habían “ganado la batalla de las ideas, las argumentaciones de los sindicatos sobre la posibilidad de tener otra reforma, sobre todo en el financiamiento, se habían escuchado” [subrayado nuestro] [41].
Contra este legalismo, que puede ser mortal frente a los nuevos combates que se acercan, deberíamos recordar la necesidad de la violencia contra toda mascarada legalista de la burguesía contra los huelguistas y luchadores. Ni hablar de las ideas directamente rídiculas de Philippe Corcuff, cuya “guerrilla social y ciudadana” deber ser pacífica [42]. Como decía Trotsky con respecto a la Tercera República, surgida después de la derrota de la Comuna:
Toda la historia de la III República, luego de la Comuna, muestra que esta Comuna fue no solamente el desarme físico del proletariado, sino su desarme moral. La atmósfera misma, la opinión pública burguesa, que tiene por tarea de infectar la mentalidad de la clase proletaria mediante la hipnosis de la legalidad. La legalidad es la cobertura de la violencia brutal de la burguesía [43].
Podríamos repetir lo mismo con respecto a la V República que se consolidó y reafirmó luego del desvío/derrota del proceso abierto por el Mayo francés.
Frente a las medidas abiertamente represivas que la burguesía no va a dudar en preparar frente a los nuevos movimientos de lucha y huelga debemos seguir al pie de la letra los consejos de Programa de Transición:
Los piquetes de huelgas son las células fundamentales del ejército del proletariado. Por allí es necesario empezar. Es preciso inscribir esta consigna en el programa del ala revolucionaria de los sindicatos. En todas partes donde sea posible, empezando por las organizaciones juveniles, es preciso constituir prácticamente milicias de autodefensa, adiestrándolas en el manejo de las armas. La nueva ola del movimiento de masas no sólo debe servir para aumentar el número de esas milicias, sino también para unificarlas por barrios, ciudades y regiones. Es preciso dar una expresión organizada al legítimo odio de los obreros en contra de los elementos rompehuelgas, las bandas de pistoleros y de fascistas. Es preciso lanzar la consigna de la milicia obrera como única garantía seria de la inviolabilidad de las organizaciones, las reuniones y la prensa obrera.
Sólo gracias a un trabajo sistemático, constante, incansable valiente en la agitación y en la propaganda, siempre en relación con la experiencia de la masa misma, pueden extirparse de su conciencia las tradiciones de docilidad y pasividad: educar destacamentos de heroicos combatientes, capaces de dar el ejemplo a todos los trabajadores, infligir una serie de derrotas tácticas a las bandas de la contrarrevolución, aumentar la confianza en sí mismos de los explotados, desacreditar el fascismo a los ojos de la pequeña burguesía y despejar el camino para la conquista del poder para el proletariado [subrayado nuestro] [44] .
Digamos también que la “milicia, en tanto que órgano sólido de la vanguardia, es el medio más seguro contra las aventuras, contra el terrorismo individual, contra las sangrientas explosiones espontáneas”. Todo esto último es fundamental para canalizar, de forma revolucionaria, la bronca acumulada de los secundarios y jóvenes de las banlieues, cuyo odio al conjunto de las instituciones del Estado tiende a dar origen a motines urbanos, como ya hemos visto, aislados del resto de los sectores de la sociedad en 2005, y como un componente de la movilización en el actual movimiento.
La reapertura de la discusión sobre el problema del poder al calor del Otoño Francés
El Otoño Francés ha reabierto, por su importancia, el debate estratégico en el NPA sobre el rol de la huelga general y el problema del poder, que están ausentes en sus principios fundadores. El Colectivo por una Tendencia Revolucionaria (Plataforma 4) es la única plataforma del NPA que critica este aspecto fundamental, exigiendo que el próximo congreso partidario defina esta cuestión cardinal sin el cual la “transformación revolucionaria de la sociedad” es solamente una frase bonita sin contenido.
Así, Samy Joshua, en contra la “hipótesis estratégica” de la huelga general plantea que:
…Es verdad que muchos camaradas se inclinan por esta opción y la toman como una única cuestión de aplicación: sabiendo que la huelga general es nuestra hipótesis estratégica –no para ganar las luchas, aquí todo el mundo puede acordar, bajo la forma del movimiento de conjunto por lo menos, sino para la toma del poder–, ¿cómo llegar a ella? Ahora bien, no existe un solo ejemplo de revolución triunfante (ni uno solo, ni siquiera uno) que tenga este modelo. Ni la Commune ni tampoco la Revolución de Octubre ni los movimientos de colectivización en Cataluña de los años 1930. Y no hablo más que de Europa… Cuando la huelga general se convoca siempre es como un elemento de un conjunto y no siempre el principal (ningún llamado a la huelga general en Octubre de 1917)” [45].
Para él, esto es una prueba la debilidad de esta hipótesis estratégica. Más adelante agrega:
La respuesta más conocida a este problema es la existencia no solamente de luchas autoorganizadas sino de un doble poder, como los soviets en el año ’17, que puede entonces postularse para ser “el garante” (o al menos que los partidos pueden defender como tales). Pero esto es raro, y además en Francia las experiencias de autoorganización duraderas son excepcionales en el siglo pasado [46] .
En estas frases se concentra toda la desorientación estratégica de la actual mayoría del NPA. ¿Qué es una huelga general, no en el sentido de una manifestación huelguística de protesta sino una huelga política revolucionaria en el verdadero sentido del término? Trotsky en ¿Adónde va Francia?, libro que recomendamos leer a todos los militantes y activistas de los recientes combates, decía:
La importancia fundamental de la huelga general, independientemente de los éxitos parciales que puede lograr (pero que también puede no lograr), radica en el hecho de que plantea la cuestión del poder de un modo revolucionario. Paralizando las fábricas, los transportes, todos los medios de comunicación en general, las centrales eléctricas, etc., el proletariado paraliza así no sólo la producción sino también al gobierno. El poder del Estado queda suspendido en el aire. Debe, ya sea domar al proletariado mediante el hambre y la fuerza obligándolo a poner de nuevo en movimiento la maquinaria estatal burguesa, ya sea retroceder ante el proletariado.
Cualesquiera que sean las consignas y el motivo por los cuales haya surgido la huelga general, si ésta abarca realmente a las masas y si esas masas están decididas a luchar, la huelga general plantea inevitablemente ante todas las clases de la nación la pregunta: ¿quién va a ser el dueño de la casa? Los jefes del proletariado deben comprender esta lógica interna de la huelga general; de lo contrario, no son jefes sino diletantes y aventureros. Políticamente, esto significa: los jefes están obligados a plantear al proletariado el problema de la conquista revolucionaria del poder. En caso contrario, no deben aventurarse a hablar de huelga general. Pero renunciando a la huelga general, renuncian por ello mismo a toda lucha revolucionaria, es decir, abandonan el proletariado al fascismo“ [47] .
Como vemos, la importancia de la huelga general es que plantea la cuestión del poder, pero no quiere decir que lo resuelve. ¿Y entonces, diría Joshua, frente a la toma del poder, cómo concretarla? El problema del poder sólo puede resolverse mediante la preparación de la insurrección. Por eso, Trotsky en otros escritos define a la huelga general como prólogo de la insurrección armada:
…una manifestación huelguística de protesta no es todavía una huelga política revolucionaria en el verdadero sentido del término: es sólo un ensayo para la preparación de la misma. La huelga política revolucionaria propiamente dicha constituye, por así decirlo, el último acto de la lucha del proletariado por el poder. La huelga general, al paralizar al Estado capitalista en sus funciones, plantea el interrogante ¿Quién manda en la casa? Esta cuestión sólo se resuelve mediante el empleo de la fuerza armada. Por eso, una huelga revolucionaria que no conduce a la insurrección armada culmina inevitablemente con la derrota del proletariado. Si algún sentido tienen las frases de Molotov sobre las huelgas políticas revolucionarias y “formas más elevadas de lucha”, es el siguiente: en todo el mundo y en forma simultánea o casi simultánea, la situación revolucionaria ha alcanzado tal grado de madurez que los partidos comunistas de Oriente, de Occidente, del Sur y del Norte tienen planteada la tarea de la huelga general, prólogo inmediato a la insurrección armada [subrayado nuestro] [48] .
En otras palabras, jamás la huelga general resuelve el problema del poder. Esta, si no culmina en la insurrección armada, termina en la derrota. Samy Joshua parece, en cierta medida, volver honestamente a la objeción que Trotsky planteaba al viejo y renegado Kautsky, presos ambos de una concepción anarco-reformista de la huelga general. Polemizando duramente contra éste, decía:
Como se ve, ha sido necesaria la guerra y toda una serie de revoluciones para poder echar una ojeada sobre la bóveda craneana de algunos teóricos y averiguar lo que ocurría en ella. Ahora ya lo sabemos: Kautsky no creía que se pudiese alejar del poder, por la persuasión, a los Románov o los Hohenzollern; pero se figuraba muy en serio que una monarquía militar podía ser derribada por una huelga general; es decir, por una manifestación pacífica de brazos cruzados. A pesar de la experiencia rusa de 1905 y de la discusión mundial que sobrevino, Kautsky, como se advierte, había conservado su punto de vista anarco-reformista sobre la huelga general. Podríamos recordarle que su propio periódico, el Neue Zeit, demostraba hace una docena de años que la huelga general no es más que la movilización del proletariado opuesta a las fuerzas enemigas del gobierno, y que no puede resolver por sí misma nada, porque agota las fuerzas del proletariado antes que las de su adversario, obligando a aquél a reanudar el trabajo. La huelga general no puede tener influencia decisiva más que cuando es el preludio de un conflicto entre el proletariado y la fuerza armada del enemigo; es decir, si es el preludio de una insurrección. El proletariado no puede resolver el problema del poder, problema fundamental de toda revolución, sino quebrantando la voluntad del ejército que se opone. La huelga general lleva aparejada la movilización por ambas partes, y permite una primera apreciación seria de las fuerzas de resistencia de la contrarrevolución; pero sólo los desarrollos posteriores de la lucha determinan el precio de sangre que ha de costarle al proletariado la conquista del poder. Que haya que pagar con sangre; que, en su lucha por tomar el poder y conservarlo, el proletariado debe saber morir y matar, ningún verdadero revolucionario lo ha puesto nunca en duda. Declarar que la aspereza de la lucha entre el proletariado y la burguesía –lucha a muerte– “destruye la evolución”, prueba únicamente que las cabezas de algunos ideólogos respetados son cámaras oscuras –camera obscura– donde las imágenes aparecen invertidas [49] .
Pero para justificar su falta de toda estrategia para resolver el problema del poder en forma revolucionaria, Joshua da un paso más afirmando que las experiencias de autoorganización son excepcionales en el último siglo y, por ende, la posibilidad de que surja un contrapoder, es decir, un órgano de la insurrección y del futuro poder, que sea el descenlance de la huelga general, es casi nula. Empecemos diciendo que, a diferencia de Joshua, Lenin veía una relación entre los soviets y la huelga general, definiendo los primeros como “órganos de la lucha directa de masas. Han surgido como órganos de la lucha huelguística. Bajo la presión de la necesidad, se han convertido muy pronto en órganos de la lucha general revolucionaria contra el gobierno” [subrayado nuestro] [50]. Pero a la vez digamos que a diferencia de Joshua, que ve tan difícil y tan excepcional de la Rusia de 1917 el surgimiento de los órganos de autoorganización, Trotsky –sin hacer ningún fetichismo de las formas soviéticas– veía esto como una tendencia de toda lucha revolucionaria. Así, tomando lo ocurrido en Alemania en 1923, Trotsky verificaba que, pese a existir una situación propicia, no habían surgido soviets por la falencia de las direcciones del movimiento obrero pero “merced a la presión de la base, los comités de base ocuparon por sí mismos en el movimiento obrero alemán, durante el otoño de 1923, el lugar que habrían tenido los soviets” [subrayado nuestro] [51] . Y en este mismo trabajo llegaba a imaginar que en nada menos que en Inglaterra, “los sindicatos ingleses pueden ser una poderosa palanca de la revolución proletaria; incluso, en ciertas condiciones y por cierto período, pueden reemplazar a los soviets obreros” [subrayado nuestro] [52], cosa que no se dio en este país pero sí en Bolivia en 1952 o Polonia en 1981. Antes hemos mencionado cómo sugería también que estas formas de autoorganización podían surgir hasta de los comités de acción del Frente Popular ¡en la misma Francia! Como vemos, para Trotsky las vías que puede tomar la autoorganización tenían “muchísimas” formas.
¿A qué se debe entonces que las formas de autoorganización hayan sido excepcionales en el último siglo como afirma Joshua? Joshua no se preocupa por responder esta cuestión. Es sólo un hecho, una prueba más de que realmente no le interesa la lucha por la dictadura del proletariado. Por el contrario, esta supuesta “excepcionalidad” no es un resultado directo de la lucha de clases –en la cual el surgimiento de organizaciones amplias de combate de las masas es una tendencia natural de todo proceso revolucionario, como lo han probado centenares de revoluciones obreras heroicas, derrotadas, desviadas o que a lo sumo dieron lugar a Estados obreros monstruosamente deformados– sino de la oposición a sangre y fuego de las direcciones contrarrevolucionarias, fundamentalmente el estalinismo y la socialdemocracia a toda tendencia a la autoorganización de las masas, o sea soviética. Es que la burguesía y sus agentes al interior del movimiento obrero sacaron sus lecciones contrarrevolucionarias de la Revolución Rusa y liquidaron las revoluciones de la primera posguerra (en las cuales surgieron los consejos obreros por doquier), aislando a la URSS. Actuando a veces directamente como quinta columna, como fue el caso del estalinismo en el Mayo catalán de 1937, desarmando las milicias y liquidando lo mejor de la vanguardia española. Si esto fue así en el período de entreguerras, luego de la Segunda Guerra Mundial, en la que el estalinismo salió fortalecido de la guerra y se transformó en cogarante del orden mundial de Yalta, éste extendió la “experiencia española”, transformándose en el más grande enemigo de toda tendencia a la autoorganización. Es necesario recordar, por nombrar sólo algunos casos, los procesos de embriones soviéticos en los Estados obreros aplastados por el estalinismo: en Alemania de 1953, Hungría de 1956, Checoslovaquia de 1968, Polonia de los años 1980-1982; o el rol jugado por el PC chileno boicoteando los poderosos Cordones industriales en e 1973, para ver que esta supuesta excepción surge del rol contrarrevolucionario jugado por los grandes aparatos del movimiento obrero, y que ésta fue la verdadera norma y no la ausencia de tendencias a la autoorganización. Y entonces, ¿es justificable la nula imaginación estratégica de las formas que podría adquirir la autoorganización de Joshua, en una etapa histórica en que el aparato estalinista mundial ha desaparecido y la socialdemocracia en su salto hacia el social-liberalismo se ha debilitado cualitativamente como mediación frente al movimiento obrero, cuestión totalmente palpable en Francia? ¿No es casi una certeza que de haber un proceso revolucionario profundo en este país, la burguesía posiblemente no tenga lugartenientes tan importantes para desviar y desmoralizar a las masas como fue la constante en el siglo XX durante las convulsiones revolucionarias de 1936, 1945 o en el Mayo francés de1968? Como decía Trotsky, una de las grandes diferencias entre la Revolución Rusa y la francesa de1936 fue la mayor fortaleza de los Kerensky franceses, además de la ausencia de un partido revolucionario como el bolchevique. Pero esto se le “olvida” a Joshua (y a la actual la mayoría NPA) porque su verdadera “hipótesis estratégica” está en otro lado. Es que como dijimos en “¿Qué partido para qué estrategia? Una polémica sobre los frentes ‘antineoliberales’ y los ‘partidos amplios anticapitalistas’”:
…en el “debate estratégico” abierto en la LCR, todas las tendencias y opiniones en pugna comparten un denominador común: la vigencia de la “hipótesis de la huelga general insurreccional” está clausurada, es decir, que ha llegado a su fin la “era de la revolución de octubre”. A la vez, la “guerra popular prolongada”, encarnada por organizaciones ultraizquierdistas como la Fracción del Ejército Rojo en Alemania o las Brigadas Rojas en Italia, ha demostrado ser impotente en los países capitalistas avanzados. Si antes la LCR oscilaba entre dos “hipótesis” de revolución armada –una insurreccional y otra guerrillera– creemos que ahora, al considerarlas perimidas, está resolviendo este “dilema” deslizándose hacia una estrategia electoral y parlamentaria, en la que ha desaparecido la perspectiva no sólo de la catástrofe económica y social en los países centrales, sino también de la irrupción violenta del proletariado y las clases subalternas. Sólo así se explica la “ilusión” en la democracia burguesa, a pesar de no contar siquiera con un modesto bloque parlamentario, a diferencia por ejemplo de la socialdemocracia alemana que elección tras elección aumentaba su representación en el parlamento, lo que reforzaba su estrategia reformista. La dirección de la LCR considera imprevisibles las formas de emergencia y las características del doble poder (la hipótesis estratégica), sin embargo, lo único que le parece certero y esperable es que las instituciones del régimen democrático burgués jueguen un rol central en la emergencia de este doble poder [53].
La lucha por la “democracia hasta el final”, un “doble poder” ciudadano surgido de las instituciones de la democracia burguesa, sólo puede crear un partido para ocupar un espacio electoral reformista de izquierda, en cuyos cálculos no entra la lucha de clases; por eso no es casualidad que el NPA haya llegado mal preparado al reciente combate.
Es necesario que la nueva generación de obreros y jóvenes combativos se organice en un partido proletario revolucionario
Una vez más, y ahora muchísimo más, la clase obrera francesa ha dado muestras de su determinación, creatividad y voluntad para la lucha. No fue esto lo que faltó para vencer, sino que el principal responsable de la derrota reivindicativa fue el rol de la burocracia sindical ligada al régimen. Lamentablemente los partidos de extrema izquierda acudieron mal preparados a la cita. La ausencia de un verdadero partido proletario revolucionario es la gran ventaja de la burguesía en el período que se abre: un nuevo ciclo de la lucha de clases, los prolegómenos de una situación prerrevolucionaria (o una situación transitoria hacia ésta), en donde los de arriba, obligados por la magnitud de la crisis, no pueden seguir gobernando como antes y los de abajo, frente al ataque en toda la línea a todas sus conquistas, comienzan a decir basta, tímidamente, a los tumbos, sin conciencia de adónde ir, pero basta al fin. Sacar las lecciones a sangre y fuego de lo que pasó es la primera condición para dar los primeros pasos en construirlo.
Lamentablemente, las direcciones de la extrema izquierda no aprovecharon la escuela de guerra del período anterior para formar cuadros revolucionarios. Durante el pasado ciclo de luchas, que fue de 1995 al comienzo de la crisis, no sólo no han estado a la altura de los combates dados por los trabajadores y demás sectores populares, sino que, desgraciadamente no han contribuido a cerrar la brecha entre la persistente combatividad de las fracciones más avanzadas de la clase obrera y la falta de confianza estratégica en sus objetivos de lucha y más aún sus objetivos históricos. Su incapacidad para hacer madurar una camada de obreros y estudiantes revolucionarios que se preparasen a jugar un rol central en los combates por venir, lejos de llevarlos a una crítica de su accionar en un sentido revolucionario, los empujó, por el contrario, a una enorme revisión de los objetivos o “hipótesis estratégicas” en que estas corrientes se basaban, profundizando no sólo su decadencia teórica, política y programática y su “miseria de estrategia”, sino el adocenamiento a una práctica claudicante de ocupación de espacios sindicales y electorales dentro del régimen democrático burgués, cuando no abiertamente a un abandono del proletariado o al trabajo sobre éste como un lugar más de los múltiples actores capaces de una “transformación revolucionaria de la sociedad”. Este ha sido el camino del NPA, lo que “el retorno de clase obrera” no ha hecho más que desnudar, cuestión que hoy día deben reconocer todas sus plataformas [54] . Es fundamental revisar el programa, la estrategia y el tipo de partido a construir. Las lecciones que desarrollamos en estas páginas indican en qué sentido lo hacemos, como parte de la Plataforma 4 para el próximo Congreso del NPA, impulsada por el Colectivo por una Tendencia Revolucionaria.
Algunas corrientes del NPA, las más derechistas, como los miembros de la Plataforma 3, argumentan que ya es tarde, que frente al desarrollo de los acontecimientos somos muy pequeños y que, por lo tanto, no sólo debemos construir un partido anticapitalista amplio sino dar un paso lógico más y fusionarnos con los nuevos reformistas del PG. Pero su desesperación oportunistas no es buena consejera. Veamos lo que Trotsky escribía en una situación aún más aguda y más dramática, como la de Francia a fines de 1935, luego de una derrota histórica del proletariado más fuerte de Europa como fue el triunfo de Hitler en 1933 en Alemania. Allí decía:
Repetimos que entre el fascismo y nosotros hay una carrera de velocidades, pero hay que analizar el contenido de esta fórmula desde un punto de vista revolucionario ¿Sabremos darle a las masas la armadura revolucionaria antes que el fascismo las aplaste? Sería absurdo creer que tendríamos tiempo suficiente para crear un partido omnipotente que podría eliminar a todas las demás organizaciones antes de los conflictos decisivos con el fascismo o antes del desencadenamiento de la guerra. Pero es totalmente posible en un plazo breve –los acontecimientos ayudan– ganar a las amplias masas, no para nuestro programa, no para la IV Internacional, sino para estos comités de acción. Pero una vez creados, estos comités de acción deberían ser un magnífico trampolín para un partido revolucionario. En un comité de acción, Pivert [55] por ejemplo, estaría forzado a tener un lenguaje totalmente diferente a los balbuceos de la Gauche révolutionnaire. La autoridad y la influencia de elementos valientes, decididos y lúcidos serían decuplicadas enseguida. No se trata aquí de una cuestión más. Se trata de una cuestión de vida o muerte [56].
Repetimos contra los Samy Joshua o los oportunistas declarados de la Plataforma 3: es en la construcción de estos organismos representativos de las masas en lucha en donde reside, para Trotsky en los años 1930 como para nosotros en los próximos combates, la clave de la situación y la posibilidad de dar un paso decisivo en la conquista de las masas. Pero para esto hay que seguir un camino opuesto por el vértice al que propone la Plataforma 3, abandonando todo atajo oportunista y encaminarse verdaderamente hacia un partido proletario revolucionario que tenga como objetivo la toma del poder, mediante la insurrección de las masas autoorganizadas dirigidas por un estado mayor revolucionario.
Pero la necesidad de avanzar en construir este partido no sólo es una tarea de los mejores elementos agrupados en las organizaciones de la extrema izquierda, sino también de los mejores activistas que hoy militan en las distintas variantes del sindicalismo combativo. Estos prefieren la actividad sindical frente a los rasgos oportunistas que ven en las organizaciones de extrema izquierda. Se repiten como farsa las relaciones entre los dirigentes oportunistas en ese momento en el PCF y sindicalistas revolucionarios afuera del partido. Recordemos esta famosa anécdota que contaba Trotsky sobre los prejuicios antipartido de los segundos:
Cuando el Partido Socialista de Francia se convirtió en Partido Comunista, tuve la oportunidad de discutir frecuentemente con Lenin la onerosa herencia que había recibido la Internacional con líderes como Cachin, Frossard y otros héroes de la Liga por los Derechos del Hombre, de francmasones, parlamentarios, trepadores y charlatanes. Esta es una de esas conversaciones que, si no me equivoco, ya he publicado en la prensa. Sería bueno –me decía Lenin– alejar del partido a todos estos veletas y meter en él a los sindicalistas revolucionarios, a los militantes obreros, a las personas realmente devotas de la causa de la clase obrera. ¿Y Monatte? –Por supuesto que Monatte sería diez veces mejor que Cachin y que los otros como él –le contesté–. Pero Monatte no sólo sigue rechazando el parlamentarismo sino que hasta hoy no ha alcanzado a comprender la importancia del partido. Lenin estaba asombrado: –¡Imposible! ¿No ha llegado a comprender la importancia del partido después de la Revolución de Octubre? Ese es un síntoma alarmante [57] .
Los sindicalistas combativos de hoy, adaptados a años de democracia burguesa, aún no han dado dirigentes de la talla de Monatte o Rosmer, pero reproducen muchos de sus prejuicios contra la necesidad de construir un verdadero partido revolucionario. Es bueno recordar la insuficiencia de los medios sindicales para derrotar la dominación de la burguesía. Como decía Trotsky:
La burguesía, representada por su Estado, se apoya en el Ejército. Sólo la insurrección armada, poniendo al proletariado frente a frente con el Ejército, asesta a los elementos contrarrevolucionarios golpes mortales y gana a su causa la mejor parte de este ejército: sólo la insurrección armada del proletariado es capaz de volverlo el señor de la situación en el país. Pero para el éxito de la insurrección hace falta una preparación enérgica y encarnizada: preparación de organización, preparación técnica. Hay que denunciar a todo momento los crímenes y las villanías de la burguesía en todos los dominios de la vida social: política internacional, atrocidades coloniales, despotismo interno de la oligarquía capitalista, bajezas de la prensa burguesa, he aquí los materiales de una requisitoria verdaderamente revolucionaria de la cual hay que sacar todas las consecuencias revolucionarias. Ahora bien, esos temas superan el marco de las organizaciones sindicales y de su rol. Paralelamente a esta preparación, habrá que proceder a la creación de puntos de apoyo organizativos para la insurrección del proletariado. En cada sindicato local, en cada fábrica, en cada taller hay debe haber un grupo de obreros ligados por una idea común y capaces en el momento decisivo, por su decisión unánime, de arrastrar a las masas con ellos, mostrarles el camino correcto, preservarlos de los errores y asegurarles la victoria [58].
El movimiento del Otoño Francés es una alerta frente al conservadurismo de la extrema izquierda y el activismo sin estrategia del sindicalismo combativo, características que en muchos casos ambos comparten. Incluso muchos militantes que actuan en ambos terrenos disocian su práctica como si fueran compartimientos estancos. Debemos levantar un programa, una estrategia y un partido a la altura de la guerra que nos declaró el capital.
29 de diciembre de 2010
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