Frente a la emergencia del proceso revolucionario árabe y la guerra civil de fracciones en Libia, Fidel Castro y Hugo Chávez se han apresurado a respaldar a Muammar Kadafi quien lleva adelante una masacre contrarrevolucionaria contra su propio pueblo (para lo cual, como el mismo Fidel reconoce, usa las armas obtenidas de EE.UU. y Gran Bretaña). El argumento del líder cubano -que ha variado de decir que se trataba de un complot imperialista contra un líder revolucionario a reconocer que Kadafi ya no es lo que era y que posiblemente esté masacrando a su pueblo- es que el imperialismo busca ocupar Libia para quedarse con su petróleo y tener una base de apoyo contra la revolución árabe (ver todos los artículos de Fidel Castro en http://www.cubadebate.cu/categoria/...). Castro sostiene junto a Chávez al régimen libio y en su rescate asume como propia la línea de una salida negociada: “El presidente bolivariano, Hugo Chávez, realiza un valiente esfuerzo por buscar una solución sin la intervención de la OTAN en Libia. Sus posibilidades de alcanzar el objetivo se incrementarían si lograra la proeza de crear un amplio movimiento de opinión”. http://www.cubadebate.cu/reflexione...).
La amenaza de intervención imperialista tiene que ser sin duda enfrentada por los luchadores obreros, populares y antiimperialistas de todo el mundo no sólo porque implicaría la violación de la soberanía libia sino porque es una amenaza directa contra el conjunto del proceso revolucionario árabe. Pero el castro-chavismo lo usa como excusa para ubicarse en el terreno de los que buscan liquidar las insurrecciones de masas.
Kadafi más cerca Luis XVI y Batista que de Lumumba
Fidel Castro reconoce que “la revolución en el mundo árabe, que tanto temen Estados Unidos y la OTAN, es la de los que carecen de todos los derechos frente a los que ostentan todos los privilegios, llamada, por tanto, a ser más profunda que la que en 1789 se desató en Europa con la toma de la Bastilla” (http://www.cubadebate.cu/reflexione...). Lo que Castro no señala es que si el norte de África vive su 1789, Kadafi está más cerca de Luis XVI o -para tomar un ejemplo caro al pueblo cubano- de Fulgencio Batista, que del líder independentista africano Patrice Lumumba. Apoyando a Kadafi, Castro toma partido de los que “ostentan todos los privilegios” contra la emergencia de los que “ carecen de todos los derechos”.
Castro y Chávez sostienen que para enfrentar las pretensiones imperiales hay que apoyar a una dictadura sangrienta que en las últimas dos décadas ha estrechado lazos con los distintos imperialismos y el capital extranjero. En el campo de la oposición a la dictadura se erige el Consejo Nacional de Transición que se arroga la dirección del movimiento y que está compuesto por todo tipo de fuerzas reaccionarias, desde ex funcionarios y miembros del régimen kadafista, pasando por nasseristas, hasta jihadistas islámicos. Un sector del Consejo pide la intervención militar de la OTAN mediante una zona de exclusión aérea y bombardeos selectivos. La guerra civil entre fracciones es el estadio actual de la revolución libia. La política de las direcciones reaccionarias consiste en evitar una revolución social que liquide todos los privilegios de clase que los capitalistas libios y extranjeros -propietarios de las petroleras- gozan impunemente bajo el régimen de Kadafi. La actitud del imperialismo es la de fortalecer al ala de los caídos del régimen dispuesta a negociar con Estados Unidos antes de dejar en manos de los jihadistas la dirección del movimiento o peor aún permitir su radicalización bajo líneas de clase y laicas. Es una forma de enfrentar el desarrollo del proceso revolucionario en todo el norte de África.
Por otra parte el llamado a una salida negociada que hacen Chávez y Castro, línea similar a la que levantan Rusia y China para el conflicto Libio, busca rescatar a la dictadura y reconocería objetivamente a la fracción proimperialista del bando opositor.
Copamiento imperialista
La política de Fidel Castro y Chávez compromete la lucha contra el imperialismo al apoyo a un dictador y regala al imperialismo las banderas democráticas del “1789” norteafricano. De esta forma permite que fructifique el operativo de copamiento del proceso revolucionario que pretende EE.UU.
Que el imperialismo quiera montarse en una revolución para defender sus propios intereses es una cuestión tan vieja como las mismas revoluciones. En América Latina eso lo conocemos. Durante la guerra civil del bando constitucionalista de la revolución mexicana (1914-1916) el presidente norteamericano Woodrow Wilson permitía el armamento de las tropas del general Francisco Villa porque lo consideraba el único capaz de mantener la unidad del país. Se equivocó y tiempo después, en 1916, tuvo que intervenir militarmente en México contra Villa que había atacado la ciudad de Columbus. Castro también olvida que antes de la toma del poder por el M26 en Cuba los medios imperialistas saludaban a los barbudos de Sierra Maestra como héroes de la libertad en lucha contra Fulgencio Batista (¿los castristas de hoy nos hubieran propuesto apoyar a Batista contra los agentes del imperialismo?). Ni que hablar que los fusiles originales del Granma fueron comprados en EE.UU. bajo la vista gorda de la CIA.
Salvando las distancias ya que ni las fuerzas de la oposición en Libia son Pancho Villa ni el M26, la analogía histórica sirve para demostrar que el imperialismo no sólo actúa contra las revoluciones propiciando golpes contrarrevolucionarios sino intentando copar sus direcciones.
El éxito del copamiento de una revolución por el imperialismo depende de la radicalidad del movimiento social que la engendra y de su dirección política. La posición de los revolucionarios es opuesta a la del castro-chavismo de apoyar a los verdugos del pueblo libio. Es la de luchar contra la injerencia imperialista y sus agentes en las filas del campo opositor. Para derrotar las pretensiones norteamericanas luchamos por elevar al movimiento revolucionario árabe a una auténtica lucha antiimperialista que no sólo rechace la intervención militar de la OTAN, sino también que proclame su compromiso con la victoria del movimiento nacional palestino contra el Estado de Israel.
Kadafi desmiente a Fidel
La revolución verde del kadafismo -que fue apoyada desde los orígenes por el castrismo- al igual que todos los movimientos del nacionalismo panárabe, no liquidó ni la estructura tribal de Libia, ni el sometimiento nacional al capital extranjero, ni significó un cambio en las relaciones de propiedad a favor del pueblo pobre y trabajador. La jamahariya no resultó en una república de las masas, ni mucho menos implicó conquistas democráticas. El régimen de Kadafi terminó en una dictadura capitalista corrupta y nepotista firmemente aliada al capital extranjero y los imperialismos europeos.
La argumentación castro-chavista rescata a una figura que ha declarado abiertamente que él lleva adelante las causas del imperialismo. Es el propio Kadafi quien no se cansa de decir que él está librando una guerra contra el terrorismo de Al Qaeda, en la mejor línea de la lucha contra el mal de Bush. Quien se compara con Israel -verdugo del movimiento nacional palestino- bombardeando Gaza. Quien advierte en un tono racista que nada tiene que envidiarle a su amigo Berlusconi que su caída provocaría una invasión de “negros” en Europa.
Una divisoria de aguas
La posición castro-chavista abrió una enorme fisura en el bloque intelectual de apoyo al castrismo y el chavismo. Exponentes de estas corrientes han salido a pedir una rectificación del apoyo a Kadafi o directamente negado los dichos de Chávez y Fidel para evitar atacarlos frontalmente. Para el castrismo el apoyo a la contrarrevolución kadafista es similar al apoyo que dio al aplastamiento de la Primavera de Praga en Checoslovaquia en 1968 por el Kremlin. Lo deja enfrentado a un sector de la comunidad intelectual que mira con simpatía el proceso revolucionario árabe. Al regalar las banderas de la democracia al imperialismo y comprometerse en el apoyo a una dictadura fortalece a los críticos por derecha del Estado cubano. En la izquierda latinoamericana la posición castro-chavista plantea un balance y una divisoria de aguas. No hay lugar para la conciliación. Defender la posición de Castro y Chávez es estar contra las masas árabes insurrectas. Hay que pronunciarse claramente no sólo contra la intervención imperialista, sino también a favor del derrocamiento revolucionario de Kadafi. Esa es la única vía para derrotar al imperialismo y radicalizar política y socialmente la revolución árabe, para transformarlas en revoluciones obreras y socialistas que liquiden la dominación burguesa e imperialista.
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