La mayoría de los especialistas asegura que es imposible preveer y evitar un tsunami. Lo único que se puede hacer -dicen- es tomar medidas de mitigación y/o prevención, es decir: intentar contener sus efectos más desvastadotes.
Japón, históricamente ha sido afectado por estos fenómenos y el Estado japonés realizó grandes obras de ingeniería para intentar contenerlos, construyendo muros de más de 4,5 metros de alto en las zonas costeras, compuertas y canales, que fueron superados por el mar, acelerando el volumen de agua.
Es conocido (desde hace tiempo también), que el archipiélago japonés está asentada sobre una zona altamente sísmica, dentro del llamado “Cinturón de fuego” (ver imágenes), y arriba de placas tectónicas como la placa Euroasiática y la placa del Pacífico.
Sin embargo, el capitalismo japonés no dudo en construir centrales nucleares en la costa y en una zona altamente sísmica en la región de Fukushima, junto a empresas norteamericanas como la General Electric en 1971 [1], y además, extender su “vida útil” varios años; potenciando los riesgos nucleares.
De poco sirvió que la estructura estuviera preparada para resistir sismos de hasta 7 puntos en la escala Richter, que atenuó el impacto pero fue superado por un terremoto de 8.9. Menos pudieron los muros de hormigón contener el mar, que destruyó la infraestructura eléctrica que alimentaba las bombas de agua para refrigerar el proceso, multiplicando las altas temperaturas, las presiones y las explosiones de hidrógeno.
Pero aún, hay un historial de accidentes peligrosos considerable, en Japón, como en 1993 en Monju; en 1999, en Tokai-Daini, en Onagawa, y Hamaoka, en varias ocasiones. En el 2007, el complejo nuclear de Kashiwazaki-Karigua, el mayor del mundo, fue dañado por un terremoto y debió ser sometido a un proceso de revisión y reparaciones por casi dos años, en medio de escándalos por que TEPCO (Tokio Electric Power Co., que opera Fukushima) falsificó informes sobre el estado de seguridad de los mismos.
Es que tanto la ubicación de la central, como los límites a la seguridad de la construcción y sus sistemas, como el ocultamiento de informes por TEPCO estuvieron condicionados por los intereses empresarios de obtener la mayor rentabilidad a toda costa.
Cuestiones ambientales
En los últimos tiempos hay una reactivación de la industria nuclear que constituye un gran negocio para un puñado de transnacionales. En el mundo hay 442 reactores en 29 países y EE.UU. es el que más tiene con 104 y le sigue Francia con 58 plantas. Los franceses están a la cabeza en la generación eléctrica vía nuclear, que ocupa el 75% de su matriz energética.
Aunque no puede negarse la delicada atención que necesita su funcionamiento y el tratamiento de sus residuos (una seria complicación) la energía nuclear combina una alta capacidad energética con una nula emisión de gases de efecto invernadero (GEI).
Sin embargo, el uso de esta energía en manos de los capitalistas, que sólo buscan la maximización de sus ganancias -como lo demuestra el colmo de construir plantas en regiones altamente sísmicas- multiplica los peligros. Muchos ambientalistas y ecologistas de la izquierda europea se oponen a su utilización. Algunos se manifiestan a favor de energías limpias, como el uso de biocombustibles, aunque como negocio en manos de las transnacionales, ello sólo resulte posible arrasando más bosques del “Tercer Mundo” y llenando de agrotóxicos la tierra; y de paso seguir debilitando la capacidad natural del planeta para absorber los GEI que profundizan el cambio climático. Raramente cuestionan el despilfarro y consumismo imperialista de energía, que (como en Japón y EE.UU.) supera entre 20 y 30 veces la media latinoamericana.
Los verdaderos debates
Hoy, unos 180 trabajadores de la planta de Fukushima, técnicos e ingenieros, son los que se están jugando la vida intentando controlar el desastre que promovió la voracidad capitalista. Mientras ello ocurre, el Ministerio de Sanidad japonés comunicó que eleva el límite de exposición a la radiación para que los trabajadores permanezcan más tiempo en la central, de 100 a 250 milisievert, cantidad que quintuplica lo normal y permitido [2].
Por tanto, los trabajadores y el pueblo japonés deberán asumir su derecho también a la vida e investigar por su propia cuenta, independientemente del gobierno y las corporaciones, lo sucedido y hacer justicia, además de comenzar a establecer su propio control colectivo sobre toda la industria atómica y decidir si desean o no que siga operando y bajo qué condiciones. Con todo, en Japón, como en todo el mundo, el verdadero debate no es contra la tecnología nuclear o rechazarla de plano, sino principalmente cuestionar en manos de quién están el “progreso y desarrollo”: hoy en manos de un capitalismo devastador de la naturaleza, que exacerba los riesgos ambientales y vuelve las conquistas científicas y productivas contra la Humanidad. La única alternativa histórica es poner los medios de producción y la tecnología al servicio y bajo control de la sociedad, lo cual solo será posible construyendo una sociedad socialista a escala internacional.
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