Del 28 al 30/03 el ex presidente norteamericano James Carter visitó por segunda vez Cuba, reuniéndose con Raúl y Fidel Castro; con Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Además, se entrevistó con diplomáticos estadounidenses, con Jaime Ortega, Arzobispo de la Habana y con varios grupos de la oposición derechista: los disidentes Oswaldo Payá y Angel Moya, Berta Soler de las Damas de Blanco, etc., así como con Alan P. Gross, un subcontratista de USAID (agencia gubernamental norteamericana) que cumple una sentencia de 15 años de prisión en Cuba bajo cargos de espionaje.
Carter, que fue recibido como un “amigo” por Fidel, reiteró su posición a favor del levantamiento del embargo (declarando que "Personalmente quisiera que la ley Helms-Burton (promulgada en 1996 durante el mandato de Bill Clinton), fuera derogada completamente”), por la “normalización” de relaciones entre EE.UU y Cuba, así como por la libertad de los cinco cubanos presos en Florida desde 1998 y que sufren largas condenas como rehenes del imperialismo y, también de Gross, a quien consideró “inocente de un delito serio”.
Hoy en día Carter no ocupa un papel importante en las cumbres políticas de Washington y su viaje tuvo “carácter privado”, pero su condición de ex presidente y Premio Nobel le da a su visita los rasgos de una “embajada” oficiosa para explorar las condiciones de una mejora de las relaciones bilaterales.
Así, mientras Raúl Castro, al recibirlo oficialmente reiteró su disposición a dialogar "sobre cualquier tema, pero en términos de igualdad, sin condicionamientos y con absoluto respeto" a la soberanía cubana; Carter respondió que para él "también es importante que las relaciones entre nuestros dos países mejoren" y que son muchas las cosas que se puede hacer para llegar a vínculos normales "en todas las formas posibles".
La política imperialista hacia Cuba
La visita se produce en una etapa en que de hecho, viene dándose cierta “distensión” entre ambos países. Después del endurecimiento de las políticas norteamericanas de bloqueo y presión de la época Bush, con Barack Obama el estado de las relaciones entre Cuba y EE.UU. volvió a los niveles de los tiempos de Clinton, recomponiéndose algunas facilidades de comunicación, envío de remesas, viajes, etc., aunque el bloqueo norteamericano se mantiene con pesados efectos sobre la economía de la Isla. Así, Bruno Rodríguez, ministro cubano de Relaciones Exteriores, reconoció “algunos pasos positivos” del gobierno de Obama, aunque reclamando contra el mantenimiento del bloqueo comercial cuyos efectos a lo largo de medio siglo han significado enormes pérdidas para Cuba.
El gobierno demócrata no ha abandonado la estrategia histórica del imperialismo norteamericano, de combinar el intento de ahogo económico mediante el bloqueo, con las exigencias de “apertura política”. Más aún, como parte de una estrategia para recomponer su autoridad sobre América latina viene incrementando su presión política y su presencia militar en todo el Caribe. Pero en este marco, utiliza ciertas concesiones menores, como la flexibilización en el envío de remesas o la autorización de viajes para residentes en EE.UU. como una manera de combinar el “garrote” del bloqueo con la “zanahoria” de mínimas concesiones para chantajear a favor de una “liberalización económica y política” que abra las puertas a la plena restauración capitalista en la Isla. Así, altos funcionario de Washington –incluso Hillary Clinton- han reiterado que consideran las medidas del gobierno cubano “insuficientes”, para ejercer mayor presión.
Los imperialismos europeos y norteamericano comparten estos objetivos aunque han mantenido distintas líneas tácticas.
La Unión Europea, mantiene la Posición Común (adoptada en 1996 para presionar por la “democratización” de Cuba) pero sin trabas al comercio e inversiones en la Isla, y el gobierno Zapatero, que juega un rol activo en las negociaciones con La Habana, viene planteando la revisión de esa medida. En Estados Unidos el poder del lobby gusano y de sectores que quieren mantener la línea dura para imponer un “cambio de régimen” en La Habana es grande, aunque alas que verían con buenos ojos una mayor dosis de negociación.
La Iglesia Católica, que se prepara para jugar el rol contrarrevolucionario que cumplió en Polonia y el Este europeo en los 80, se ha convertido en la principal intermediaria e interlocutor interno reconocido por el gobierno cubano (como se mostró en las gestiones del arzobispo habanero para la excarcelación y exilio de casi un centenar de opositores en 2010) y su “buena voluntad” mediadora se explica porque ve en el “diálogo” y el “reencuentro” la mejor forma de alentar el curso hacia la restauración capitalista. Por su parte, la burocracia le cede espacios como oposición tolerada e interlocutor, mientras mantiene una fuerte represión para impedir que se desarrollen expresiones políticas independientes, es decir, “por izquierda”, entre los trabajadores y la juventud.
El “diálogo” y el programa de reformas pro mercado
Esto se da en el marco de una encrucijada para Cuba y el destino de lo que queda en pie de las conquistas históricas de la revolución cubana. Bajo el gobierno de Raúl y con el aval de Fidel, la burocracia ha puesto proa hacia “cambios estructurales y de concepto” en el “modelo cubano” cuyo contenido último es avanzar hacia una restauración gradual -y controlada por la burocracia- del capitalismo. Los Lineamientos de Política Económica y Social que aprobará el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (programado para el 16 al 20 de abril), introduciendo mayores concesiones al capital extranjero, mecanismos de “mercado” y “ajustes” contra la población trabajadora, apuntan a “legitimar” y profundizar ese rumbo. Este proceso es visto con buenos ojos por sectores del imperialismo y apoyado por la Iglesia cubana, aunque reclamando ampliar y acelerar los “cambios” precapitalistas y una apertura política.
Aún hay muchas contradicciones abiertas como para prever si habrá un cambio de política en Washington, pero si se diera un giro más “dialoguista” en la política imperialista hacia Cuba podría alentar a la burocracia a avanzar más rápido y decididamente por este camino. El paso de Carter por La Habana se enmarca en el juego de contactos entre el imperialismo y el régimen cubano. Carter puede ser amigo de Fidel, pero no lo es de la revolución cubana. Es en todo caso un amigo “democrático” de la restauración capitalista en Cuba.
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