La continuidad de protestas y huelgas en Egipto representa uno de los principales problemas para el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. La institución que lidera la transición, y que fue garante durante décadas de la estabilidad del régimen, no puede hoy terminar de imponer el orden. Aunque luego de la caída de Mubarak había primado un clima de expectativas y “dejar gobernar” al Ejército, hoy son cada vez más los sectores que empiezan a ver con impaciencia la lentitud de los cambios prometidos y la subsistencia de los métodos y las políticas del viejo régimen. El Ejército fue, preservado como garantía de continuidad y también para poner límites a la lucha por reivindicaciones más profundas en un marco de crisis económica que dificulta una política de concesiones hacia millones que viven en la pobreza.
Desde la caída de Mubarak se han venido delineando dos tendencias. Por un lado, la “normalización” y canalización del proceso revolucionario en un marco institucional estrecho, que comprende a aquellos partidos y organizaciones que apoyaron el referéndum y buscaban incorporarse a una pseudo vida parlamentaria con las elecciones de septiembre. Por el otro, una tendencia aun desorganizada con epicentro en algunas de las coaliciones que se formaron al calor de las jornadas revolucionarias y en la clase trabajadora, que viene de un proceso de reorganización y lucha en los últimos años y cuya acción fue un factor decisivo en la caída de Mubarak. La movilización actual con huelgas y un proceso de organización antiburocrática por fuera de la central sindical que respondía a Mubarak sirve de marco para la profundización del proceso revolucionario.
El Ejército garantiza la continuidad
La baja participación en el referéndum constitucional del 19/3 había sido un termómetro del incipiente descontento, sobre todo entre jóvenes, estudiantes y trabajadores (además de la incipiente división entre las organizaciones que participaron del levantamiento). La continuidad del viejo régimen empezó a hacerse concreta en la impunidad del propio Mubarak que sigue sin ser juzgado (a pesar de la citación de la justicia y reciente detención) y en la presencia de sus funcionarios en los principales puestos, las empresas, las universidades y diarios y la televisión estatal. Una de las muestras más exasperantes de esta continuidad fue la represión y las torturas sufridas por más de 170 personas detenidas el 9/3 durante el desalojo de la Plaza Tahir. Entre los detenidos había 18 de mujeres que además de golpes y torturas fueron sometidas a “exámenes de virginidad” (verificar si el himen está intacto).
A la represión directa se sumaron leyes que cercenan el derecho de libre expresión, la vigencia del estado de emergencia y las causas contra activistas y periodistas. Otra ley que da cuenta del verdadero contenido de la “transición” es el decreto aprobado hace unos días que ilegaliza las manifestaciones obreras que afecten el desarrollo de la economía. Este es un verdadero ataque al derecho a huelga ya que cualquier medida de fuerza que no afecte el desarrollo de la economía carece de efectividad como medio de acción obrera. Así el Ejército busca restablecer el orden y garantizar los negocios de los capitalistas (y los propios ya que los militares son propietarios de empresas de agua mineral, aceites, pesticiditas, tienen plantas de tratamiento de aguas, hoteles y otras empresas de servicios). Esto choca con la impronta obrera que ve en el proceso abierto su oportunidad para sacarse de encima no solo a la burocracia sindical sino también a los funcionarios estatales que dirigen las empresas.
Un proceso profundo en la clase obrera
El proceso revolucionario abierto el 25 de enero tuvo como precedente años de resistencia obrera y popular. Especialmente, las trabajadoras y los trabajadores del sector textil protagonizaron dos importantes oleadas de huelgas con ocupaciones entre 2006 y 2008 en la ciudad de al-Mahalla. La importancia de estas luchas reside en que la industria textil emplea el 48% de la fuerza laboral del país y al-Mahalla alberga fábricas como la Compañía Hilos y Tejidos de Egipto, que emplea 24.000 personas (en su mayoría mujeres).
Con estas oleadas se inauguró un proceso de reorganización: surgieron sindicatos independientes de la central sindical burocrática (como el de Transporte, empleados fiscales o docentes, entre otros). Esta experiencia previa hizo que las trabajadoras y los trabajadores egipcios hayan tenido un protagonismo importante con huelgas y movilizaciones antes, durante y después de la caída de Mubarak. La caída del dictador, al contrario de la apuesta del Ejército y el imperialismo, solo alimentó la protesta obrera una vez liberada del control policial de la burocracia adicta al régimen. Quienes no tenían nada, ni siquiera el derecho a protestar por las pésimas condiciones laborales y los salarios de miseria encontraron en el proceso revolucionario terreno fértil para sus luchas y sumaron así su fuerza a la imponente movilización de masas. Así, mientras gran parte de los sectores medios que habían motorizado las jornadas revolucionarias se retiraba de las calles, la clase obrera se mantuvo en pie de lucha.
Una vez logrado el objetivo de echar a Mubarak, primer triunfo para las masas, el proceso de lucha y organización en el movimiento obrero siguió profundizándose. La lucha de Hilos y Tejidos contra los gerentes de Mubarak se transformó en un símbolo, lo que explica que el Ejército haya terminado cediendo ante el reclamo obrero para evitar un potencial efecto dominó (Ver “El Ejército cede ante la huelga de los trabajadores textiles”, en www.ft-ci.org).
Hoy, aunque las huelgas han descendido, se mantienen luchas importantes como la de los trabajadores de las empresas subsidiarias de la Autoridad del Canal de Suez (un paso estratégico del petróleo), que exigen iguales condiciones laborales y salariales que los obreros del Canal. También hay manifestaciones en varios ministerios y oficinas públicas, y existen luchas en las empresas privatizadas durante los últimos años, donde sus trabajadores exigen la nacionalización y reincorporación de los obreros despedidos por organizarse y luchar. Como parte de este proceso, el viernes 8/4 antes de la movilización en Tahir, se realizó la primera reunión de la central sindical independiente, que había lanzado un llamado en febrero para fundar una nueva organización.
Dinámica revolucionaria
Cuando caía Mubarak, lejos de festejar esas jornadas como el triunfo de una “revolución democrática”, señalamos que la caída del dictador significaba un gran triunfo de las masas pero que de ningún modo representaba la clausura del proceso revolucionario. Es que la gran movilización de las clases medias a la que se sumó luego la clase obrera con la oleada de huelgas, aunque llevó a la caída de Mubarak, no logró desbaratar al régimen. Al no dividir a las FF.AA. ni crear organismos que establecieran un poder dual, no se generó una crisis en el Estado. Esto permitió que se montara la “transición” liderada por el Ejército egipcio y respaldada por el imperialismo.
El viernes 8/4 una nueva movilización ocupó la plaza Tahir. Decenas de miles de personas, 100.000 según los organizadores, exigieron el enjuiciamiento de Mubarak y volvieron a exigir la libertad de los presos políticos, mayores libertades democráticas y el fin del estado de emergencia. Cabe destacar que además de jóvenes y trabajadores se sumaron a la marcha soldados jóvenes que se pronunciaron contra la junta militar y fueron detenidos luego de la manifestación. Al culminar la marcha, el Ejército y la policía ingresaron en la plaza para desalojarla. Producto de la represión 2 personas murieron y 70 resultaron heridas. Esto ha provocado una nueva crisis para el Consejo Supremo: organizaciones que formaban parte del diálogo con el gobierno se retiraron como la “Coalición 25 de Enero” y al mismo tiempo muchos sectores que se habían retirado de las calles respondiendo el llamado del Ejército, hoy podrían volver a movilizarse.
El sector que se había mantenido movilizado es, sin embargo, el más desorganizado y sus fuerzas se encuentran fragmentadas por la ausencia de una herramienta política que condense las demandas de trabajadores y jóvenes.
Esa ausencia de organización y su carácter espontáneo había cautivado a intelectuales como Alain Badiou, que veía en el movimiento “puro comunismo”: “el levantamiento popular del que hablamos manifiestamente no tiene partido ni organización hegemónica ni dirigente reconocido. Ya habrá tiempo de evaluar si esta característica es una fortaleza o una debilidad. En cualquier caso, es esto lo que hace que, en una forma muy pura, sin duda la más pura desde la Comuna de París…”. Pero lamentablemente, la ausencia de un gran partido obrero revolucionario se tradujo en una debilidad para las fuerzas que son el motor del proceso revolucionario y a la vez en la ventaja con la que cuenta el régimen. Se vuelve cada vez más urgente la necesidad de que una alianza entre la clase obrera, la juventud y el pueblo pobre construya sus propios organismos de autoorganización con un programa y una estrategia revolucionaria independiente del régimen y quienes se presentan como opositores dentro de los estrechos marcos de la “transición ordenada”.
Las sentadas en la Universidad del Cairo para echar a los decanos de la era Mubarak, las protestas y huelgas por la renacionalización de las empresas privatizadas y para que se vayan los gerentes del antiguo régimen son una muestra fehaciente de que las consignas que motorizaron las jornadas revolucionarias siguen vigentes. Y más que nunca, está comenzando a ser patrimonio de la vanguardia de la juventud y la clase trabajadora que el Consejo Supremo de las FF.AA. no será el garante de que se realicen esas demandas sino más bien su contrario.
La fuerza social de la clase obrera y su protagonismo en las jornadas revolucionarias es lo que distingue al proceso en Egipto y Túnez dentro de la “primavera árabe”, especialmente en comparación con países como Libia (con una clase obrera débil y ausente en el proceso abierto).
De ahí su gran potencial revolucionario para ser la punta de lanza en la lucha contra el régimen de transición, donde el Consejo Supremo actúa como agente del imperialismo y como instrumento del dominio de la clase dominante; la punta de lanza para luchar por un gobierno obrero y popular basado en órganos de democracia obrera, que expropien a los capitalistas y al imperialismo, y sea el primer paso de la revolución socialista en el Norte de África y el conjunto del mundo árabe.
La “primavera árabe” enfrenta hoy dos variantes reaccionarias: por un lado, el intento de desvío y por el otro, el aplastamiento contrarrevolucionario como sucede hoy en Libia. Es necesario superar la debilidad que representó la ausencia de un programa antiimperialista -una debilidad importante del proceso de conjunto- y luchar contra la intervención imperialista en Libia así como enfrentar a los agentes del imperialismo en la región.
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