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August Spies fue ejecutado a la edad de 31 años. Igual que George Engel y el resto de sus compañeros, sintió cómo una soga sujetaba su cuello y una plataforma se abría bajo sus pies.
Aquel otoño de 1887, la burguesía norteamericana plantaba un mensaje. No había novedad en la misiva. Solo que esta vez el tirón se producía de golpe, como hecho aleccionador, y no lentamente. Pero como trabajar 12, 14 ó 16 horas y en condiciones infernales no podía significar otra cosa que una muerte por goteo, los obreros preferían morir peleando por el derecho a la vida: 8 horas para trabajar, 8 para descansar y 8 para disfrutar.
A 125 años de aquel suceso, conozcan o no esta historia, los trabajadores que luchan- aunque más no sea por no dejarse robar una pequeña porción del tiempo de trabajo - llevan en su ADN la tradición heroica de los Mártires de Chicago.
Una voz poderosa
¿Por qué seguimos recordando a nuestras víctimas? Porque su memoria persistirá mientras exista –como declaró Engel en su alegato– un sistema social en el que “unos amontonan millones mientras otros caen en la degradación y la miseria”.
Aquella consigna de las 8 horas es actual porque la naturaleza del capitalismo, que es el hambre voraz por el plustrabajo, así lo impone. Un viejo dicho dice que el tiempo es oro. “Permítanme – dirá cualquier patrón – hacer trabajar 10 minutos más por día a mis obreros y a fin de mes les contaré cuánto se incrementaron mis ganancias”.
Para saciar esa sed de sangre viva de trabajo, el capitalismo necesita extender la jornada laboral e intensificar los ritmos de producción. Desde su nacimiento y aturdida por el estruendo de la trabajo, ni bien pudo recobrar el conocimiento, la clase obrera comenzó la resistencia. “La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pueda yo decir ahora”, sentencia Spies a sus verdugos. La historia confirmaría su predicción.
Frente al patíbulo, los rostros de los mártires de Chicago permanecen firmes y orgullosos. Su lucha ya recorre el mundo. En nuestro país, sus voces son levantadas por la FORA anarquista, por los obreros de la construcción en la huelga del ´36, por las comisiones internas de la resistencia peronista, por los sindicatos clasistas de la década del 70. Y volverán a hacerse oir este 1° de mayo en el acto del Frente de Izquierda.
La jornada laboral en Argentina
El director de la Sociedad de Estudios Laborales (SEL), Ernesto Kritz asegura que la cantidad de horas que trabajan los trabajadores argentinos “se acerca mucho más a los registros de los países del sudeste asiático que a los europeos”.
Según datos oficiales, en el sector privado registrado se trabaja en promedio 2050 horas por año. Por supuesto estos datos excluyen a trabajadores no registrados.
En “La jornada laboral” de “El Capital”, Marx cita una denuncia del Daily Telegraph, fechada e1 17/01/1860: “en la fabricación de encajes (textil) impera un grado de privación y sufrimiento desconocido en el resto(…) A las 2 o a las 3 de la mañana se arranca de sus sucias camas a niños para obligarlos a trabajar por su mera subsistencia hasta las 10 o 12 de la noche (…) Hablamos contra los esclavistas ¿Estaba bien su mercado de negros, con todos los horrores del látigo y el tráfico de carne humana, es más detestable que este lento sacrificio de seres humanos, efectuado para que se fabriquen encajes y cuellos en beneficio del capitalista?”
¡No muy distinta es la situación que en la Argentina actual sufren los hermanos inmigrantes esclavizados en talleres clandestinos!
Las mujeres obreras están un escalón más arriba, pero no por eso pueden sentirse dichosas. “Antes de que ganáramos la interna y lográramos la efectivización, estuve contratada por agencia 4 años, trabajando en turnos rotativos de lunes a lunes, sometida a los ritmos cada vez más veloces de las máquinas y haciendo más de una tarea. Otras compañeras, que hacían tareas manuales, trabajaban 12 horas. Cuando había producción las horas extras eran obligatorias. Mi vida social y familiar no existía y encima tenías que soportar los maltratos de los supervisores”, cuenta una obrera gráfica de WordColor.
Lo cierto es que el 31% de los trabajadores argentinos en blanco trabaja entre 9 y 11 horas diarias.
El peronismo y la burocracia sindical podrán llamar a esto “la cultura del trabajo”, ocultando que al prolongar la jornada laboral (o al incrementar los ritmos de trabajo), los patrones no hacen más que reducir la duración de la vida del obrero. En las líneas de producción, el tiempo necesario para el mantenimiento de su salud física es robado. El tiempo para disfrutar de aire fresco se desvanece entre las paredes de la fábrica y las horas de sueño necesarias se vuelven solo un sueño.
Ayer como hoy, el capitalismo convierte al obrero en una bestia de carga, “una simple máquina para producir riqueza ajena”.
Una guerra de clase
Marx escribía también que “la historia de la regulación de la jornada laboral demuestra que el trabajador aislado sucumbe (...), que la fijación de una jornada laboral normal, por consiguiente, es el producto de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta entre la clase capitalista y la clase obrera”.
Este 1° de Mayo marcharán junto al PTS, entre otros miembros de otras internas combativas, los compañeros/as de Kraft y de WordColor.
Ellos son la prueba fiel de cómo una organización clasista interviene en esa “guerra” para recuperar parte importante del tiempo de trabajo robado. Para los revolucionarios la conquista de internas clasistas son trincheras para preparar no solo la lucha por la reducción de la jornada laboral sino por la abolición definitiva del trabajo asalariado.
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