Sometida a un estado de movilización, la capital de los rebeldes respira un aire festivo - La actividad económica está paralizada y las clases se han suspendido
M. RICO | Enviada especial - Bengasi 23/05/2011
Las explosiones de los ejercicios de artillería sacuden Bengasi cada mañana. Un despertar muy apropiado para la capital de la rebelión libia, que vive por y para la guerra contra Muamar el Gadafi. Las clases se han suspendido. El cine y el fútbol han quedado proscritos. La economía está paralizada. Hay cortes de electricidad cuatro horas al día. Los jóvenes se pasean armados y miles de voluntarios se entrenan para ir al frente. Y, sin embargo, nunca en la ciudad se había respirado tanto optimismo.
"Poder expresarse es una sensación increíble", explica un profesor
"No vamos a bajar la guardia hasta que caiga el régimen", dice el dentista Motaz Osman, que en cuanto cierra su consulta acude a la Mahkama, la plaza de los tribunales, el corazón de la rebelión que estalló el 17 de febrero. Miles de hombres se concentran cada atardecer en esta explanada, pegada al puerto, para rezar y escuchar por megafonía arengas que se prolongan hasta bien entrada la medianoche.
Resguardada por controles y barricadas, la plaza se ha convertido en un espacio abigarrado donde conviven jaimas, puestos de souvenirs revolucionarios, viejos tresillos, dos tanques soviéticos que sirven de columpio y varios futbolines. Aquí se expanden los rumores y se comentan las noticias de los frentes rebeldes en Ajdabiya o Misrata, que avanzan cuando los ataques de la OTAN les despejan el terreno.
Las banderas de los países de la coalición ondean junto a la enseña roja, negra y verde de la nueva Libia. Francia ocupa un lugar preferente. Esta ciudad de un millón de habitantes nunca olvidará cómo, la noche del 19 de marzo, la aviación francesa la salvó in extremis de una destrucción segura a manos de las tropas de Gadafi. Sarkozy es un héroe para los bengasíes, que saludan con efusión a los extranjeros, frenan en seco para dejarlos cruzar y les pagan a menudo los cafés.
"Es estupendo que de repente haya tantos colores. Antes solo se veía la bandera verde de Gadafi", dice Osman. Además de bandera e himno -retomados de la etapa pregadafista-, Bengasi también estrena pintadas: sus muros se han cubierto de grafitis y caricaturas del Guía de la Nación, con sus gafas de sol y sus pelos de loco.
Otra novedad no tan festiva es la presencia constante de armas en las calles. Muchos jóvenes alardean de sus Kaláshnikov o FAL belgas. "Los imanes les dicen que no disparen al aire, pero no hacen caso", se lamenta Fahmi. En la medina, los niños juegan con reproducciones caseras de los fusiles de los mayores.
A pesar de la guerra, Bengasi va recuperando el pulso. Cuadrillas de voluntarios intentan adecentar las calles, con más ilusión que resultados. Desde que se marcharon los inmigrantes subsaharianos que recogían la basura, la ciudad se ha convertido en un enorme estercolero.
La huida de la mano de obra extranjera se nota especialmente en la agricultura y la pesca. "Todo está más caro", se queja Salwa, que hace la compra en el mercado de Arwesat. "La leche, las verduras... Las naranjas valen 2,5 dinares, cuatro veces más que antes. Y son mucho peores que las de Trípoli". "Es que son de Egipto", explica Mohamed, el tendero. "Todo viene ahora de ahí. Nosotros hacemos lo que podemos para mantener el negocio y no subir los precios en exceso, porque la gente está pasando apuros".
Los funcionarios han podido cobrar hasta ahora sus sueldos gracias a las reservas del Banco Central en Bengasi, pero muchos empleados del sector privado llevan tres meses sin salario. Lo que sí ha bajado, por cortesía de las autoridades rebeldes, es la gasolina, que cuesta el equivalente a ocho céntimos de euro el litro. Han vuelto los atascos, los semáforos eternos que nadie respeta y los puestos de buen expreso, legado impagable de la metrópoli italiana. Por encima de las diferencias tribales y sociales, los bengasíes comparten la pasión por el café, el fútbol y los ambientadores para los coches.
Poco a poco se restablecen, incluso, las comunicaciones. Nada más estallar la revuelta, Gadafi dejó a la región oriental de la Cirenaica sin teléfono ni Internet. Hoy solo funciona una compañía de móviles, de cobertura local, que ofrece un servicio gratuito. La red fija está muerta. Bengasi se mantiene conectada con el exterior gracias a los satélites.
Aprovechando la coyuntura, Hani ha convertido su tienda de ordenadores en un rentable negocio de Internet vía satélite. Cada noche, decenas de personas armadas con sus portátiles se agolpan en su local, en el barrio de Kish. Sentadas en la acera, o incluso en sus coches, chatean, mandan mensajes o buscan noticias de Libia.
"Es una sensación increíble, poder expresarte sin temor a que alguien te pueda denunciar", explica Mohamed Bushaalal, profesor de francés en la Universidad de Gar Yunis, mientras se asoma a Facebook sentado en la calle. "La crispación y el miedo se han terminado".
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