La represión en Libia y Siria alteró su objetivo de neutralidad con los vecinos
J. C. SANZ - Ankara - 13/06/2011
Hace poco más de una década Turquía estaba enemistada con casi todos sus vecinos. Estuvo a punto de declarar la guerra a Siria, que daba cobijo a la guerrilla separatista del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), y a enfrentarse a Grecia por un disputado islote en el Egeo. Su único aliado, con quien compartía numerosos enemigos, era Israel. Pero con la llegada al poder de los islamistas moderados de Recep Tayyip Erdogan la estrategia exterior de Ankara ha evolucionado hasta dar un vuelco completo.
La expansión comercial ha hecho del país una potencia emergente
Erdogan incluyó pronto en su equipo de consejeros al profesor de relaciones internacionales Ahmet Davutoglu, teórico de una política exterior neootomana que se resume en el lema cero problemas con los vecinos. De la mano de la expansión comercial de sus empresas, Turquía se ha convertido en una emergente potencia regional.
Grecia no ha dudado en apoyar el proceso de adhesión de Turquía a la UE, con la esperanza de que Ankara acabe gastando más en infraestructuras que en defensa. Solo la frontera con Armenia se mantiene aún cerrada a causa de la acusación de genocidio que Erevan lanza por las matanzas y deportaciones masivas de cristianos armenios en la etapa final del Imperio Otomano.
Antes de ser nombrado ministro de Exteriores, en mayo de 2009, Davotuglu alcanzó su máximo logro al conducir la mediación turca entre Israel y Siria. Turquía había suscrito en 1999 un tratado de cooperación militar para permitir que la aviación de combate israelí participara en maniobras sobre el amplio espacio aéreo de Anatolia y obtener en contrapartida sistemas de modernización para su propia Fuerza Aérea. Años más tarde, Turquía también desmanteló su impresionante despliegue militar en los 900 kilómetros de frontera común con Siria.
La intervención israelí en Gaza, sin embargo, enfrió las relaciones bilaterales, sobre todo después de que Erdogan clamara en el Foro de Davos contra la matanza de civiles palestinos. Pero el asalto por comandos israelíes de la flotilla con ayuda a Gaza, en el que murieron nueve ciudadanos turcos en aguas internacionales, congeló por completo los contactos bilaterales hace ahora un año.
Mientras, las relaciones con Siria parecían ir viento en popa y las exportaciones turcas se triplicaron hasta alcanzar en 2010 los 2.270 millones de dólares. El presidente sirio Bachar el Asad era entonces un amigo y aliado para Erdogan. Al igual que Muamar el Gadafi, sin duda gracias a que las empresas turcas habían obtenido contratos por un monto de 15.000 millones de dólares y más de 25.000 trabajadores turcos consiguieron empleo en Libia.
Cuando estalló la ola de cambio en el mundo árabe muchos analistas internacionales pusieron a Turquía como modelo de compatibilidad entre democracia e islam para países que, como Túnez o Egipto, se iban liberando de sus dictadores. Erdogan fue incluso aclamado como un héroe por la multitud de la plaza de Tahrir cuando pidió al presidente Hosni Mubarak que abandonará el poder.
Pero el estallido de la represión contra los opositores civiles libios y sirios ha desbaratado la estrategia de cero problemas del Gobierno islamista turco. Pese a sus vagos intentos de mediar ante Trípoli, Turquía, país miembro de la OTAN, ha acabado por aceptar la intervención aliada en Libia y ha reconocido al Consejo Nacional de los rebeldes de Bengasi.
También intentó lidiar con Damasco y recomendó a El Asad que emprendiese reformas. Pero la crisis siria le ha estallado en la cara a Erdogan en plena campaña electoral con la llegada de unos 5.000 refugiados amenazados por las balas de las tropas sirias. Tras condenar las "inaceptables atrocidades" del régimen de Damasco, el líder de la emergente potencia turca no ha tenido más remedio que entender que a veces es imposible conciliar los negocios con los principios.
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