La represión desatada por el gobierno sirio desde el 31/7 en la ciudad de Hama ya se ha cobrado la vida de más de 140 personas. Esta ciudad -uno de los centros de la resistencia contra el gobierno de Bashar Al-Assad- viene siendo asediada por el Ejército, que invadió las calles con tanques y dispara abiertamente contra los manifestantes.
Las imágenes que recorrieron el mundo los últimos días, con enfrentamientos con el Ejército, personas enredadas en alambres de púa, cadáveres arrojados al río que teñían las aguas de rojo, han redoblado las críticas contra la dictadura de Al-Assad. La ciudad de Hama tiene una larga historia de resistencia y represión por parte de la dictadura que gobierna Siria hace más de 4 décadas. En 1982, el ex presidente Al-Assad (padre de Bashar) envió las tropas del Ejército para aniquilar la disidencia liderada por los Hermanos Musulmanes y asesinó a más de 20.000 personas (aunque informes de organismos de DD.HH. denunciaron más de 30.000).
La nueva matanza de Hama no es la primera represión a las protestas bajo el actual gobierno: ya han muerto más de 1.500 personas desde que en marzo pasado comenzaron las movilizaciones al calor de la “primavera árabe”. Durante los últimos meses el régimen sirio ha escalado la represión con el objetivo de acallar las protestas.
Hipocresía y cinismo imperialista
La represión provocó el repudio generalizado en Siria -donde marcharon más de 100.000 personas en la capital Damasco y las principales ciudades-, en los países de la región y en varias ciudades de Europa. Incluso el imperialismo norteamericano y varias potencias europeas debieron pronunciarse contra la matanza.
La secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, ya había declarado que Assad “no es indispensable” y que el régimen “ha perdido su legitimidad”. Sin embargo, el silencio cómplice de EE.UU. y la Unión Europea no deja lugar a dudas de que, a pesar de las críticas hacia el gobierno de Assad, el actual régimen juega un importante rol en la estabilidad regional. Por eso, hasta ahora el presidente Barack Obama venía presionando mediante sanciones y llamando a Assad a que dialogue con la oposición y acepte reformas democráticas, política que debió cambiar frente a la brutal escalada represiva.
El 2/8 la Unión Europea aprobó un nuevo paquete de sanciones, después de congelar los activos de Al-Assad y prohibirle la entrada a los países de la UE a miembros de su régimen y las fuerzas de seguridad.
El 3/8 el Consejo de Seguridad de la ONU alcanzó un acuerdo para emitir una declaración que condena la represión. Sin embargo, seguía en discusión una resolución presentada por Inglaterra, Francia y Alemania y apoyada por EE.UU., a la que se oponen China y Rusia, secundadas por otros países. Y aunque ya hubo rumores de intervención militar, el secretario general de la OTAN, Ander Fogh Rasmussen, se apuró a aclarar que “no existen las condiciones necesarias” para una misión militar y aclaró que “en Libia estamos llevando a cabo una operación basada en un mandato claro de la ONU. Tenemos el apoyo de los países de la región. Estas dos condiciones no se dan en el caso de Siria”.
El salvavidas de plomo de la “comunidad internacional”
Desde que escaló la represión en Siria, varios dirigentes de fuerzas opositoras al régimen de Al-Assad pidieron a la “comunidad internacional” que redoble la presión sobre el gobierno.
“Queremos acción pero no una intervención militar, no necesitamos eso”, dijo un representante de la oposición al diario inglés The Guardian. Mientras se reunía el Consejo de Seguridad de la ONU, representantes de la oposición siria se reunían con Hillary Clinton en Washington.
Estas políticas y llamados minan la confianza de los trabajadores y los sectores populares que se movilizan contra el régimen y por mayores libertades democráticas, sembrando expectativas en una intervención del imperialismo. Como ya se demostró en Libia, el apoyo a la intervención y el envío de tropas terminan siendo cómplices de la política de los gobiernos imperialistas que, lejos de responder a fines humanitarios, movilizan sus ejércitos para garantizar la estabilidad necesaria para sus negocios.
Lejos de la confianza en las resoluciones de la ONU y las intervenciones humanitarias, políticas o militares, la única forma de enfrentar a las dictaduras como la de Al-Assad es la movilización revolucionaria de las masas obreras y populares, que necesitarán dotarse de direcciones revolucionarias con una estrategia clara para terminar con el dominio imperialista e imponer una salida de fondo para las reivindicaciones democráticas, económicas y sociales que alimentan la rebelión.
4/08/2011
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