IPS Karl Marx | 19 agosto, 2011 |
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Hace 71 años León Trotsky, dirigente de la revolución rusa de 1917 junto a Lenin, era asesinado en México por un sicario enviado por Stalin. Su asesinato fue el punto culminante de una política de persecución, terror y muerte que la burocracia estalinista había lanzado sobre él y sus seguidores. Esta incluyó no sólo la muerte de sus cuatro hijos y el asesinato de varios de sus más íntimos colaboradores, sino el fusilamiento en masa de sus compañeros de lucha que heroicamente resistían al estalinismo en los campos de deportación y las prisiones de la Unión Soviética.
El asesinato de León Trotsky fue un frío cálculo político de Stalin, basado en la previsión de que la segunda guerra mundial engendraría nuevamente la revolución, tal como había ocurrido en la gran guerra con la revolución rusa en 1917. Trotsky encarnaba la experiencia viva de la revolución de octubre. El ensañamiento de Stalin en acabar con su vida se sostenía en el temor de que nuevos triunfos revolucionarios cuestionaran la dominación imperialista y con ello el dominio de la propia burocracia en la URSS.
Trotsky fue una personalidad revolucionaria extraordinaria. Junto con Lenin fue el más importante teórico y estratega marxista del siglo XX, y su continuador en la batalla por mantener viva la herencia revolucionaria de octubre ante el ascenso del estalinismo y del fascismo durante la década del ’30; una década signada por la más grande crisis capitalista de la historia y el inicio de una nueva carnicería imperialista mundial.
La justeza del combate de Trotsky ha hecho que su figura sea la personificación de la continuidad revolucionaria de Marx y Engels, y de Lenin y la tradición revolucionaria del marxismo, y no ha hecho más que agrandarse con el paso del tiempo. Trotsky supo mantener la firmeza revolucionaria cuando otros flaqueaban, y aún en la situación más hostil murió convencido que el futuro comunista era el único destino progresivo al que podía aspirar la humanidad.
Hoy, ante la emergencia de la crisis capitalista más profunda desde los años ’30, que muestra los límites de un periodo de triunfalismo burgués y el comienzo de un nuevo ciclo de la lucha de clases mundial, el legado de León Trotsky recobra más actualidad que nunca. Sólo esta herencia, que afrontó las duras pruebas del siglo XX, puede presentarse como el verdadero marxismo revolucionario de nuestros días.
Trotsky dedicó los últimos años de su vida a construir la Cuarta Internacional, el partido mundial de la revolución socialista. La crisis capitalista mundial y los acontecimientos de la lucha de clases que estamos viviendo en distintas partes del planeta, anticipan lo que vendrán, al mismo tiempo que muestran la validez de la perspectiva revolucionaria del trotskismo.
El PTS y la FT-CI luchamos por un programa y una estrategia internacionalista con el objetivo de construir partidos revolucionarios de la vanguardia obrera y juvenil en todo el mundo como parte de la lucha por reconstruir la Cuarta Internacional fundada por León Trotsky.
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En su homenaje, publicamos la conferencia de León Trotsky Los problemas de la guerra civil, realizada el 29 de julio de 1924, en momentos en que la “troika” (Stalin, Zinoviev y Kamenev) comenzaba su ofensiva contra el “trotskismo”, como parte de la burocratización del Estado obrero. Esta conferencia muestra, conjuntamente con otros textos del año 1924, como el prefacio de Trotsky a los artículos de Engels conocidos como Notes sur la guerre (escrito en marzo- publicados por pimera vez en castellano en este sitio: http://www.ips.org.ar/?p=3096), y el texto Lecciones de Octubre (de septiembre, prólogo a su compilación de artículos de 1917), el interés crucial de Trotsky por los problemas del arte de la insurrección y la guerra civil, como parte de mantener viva la herencia revolucionaria de octubre de 1917 e instruir al partido y los obreros avanzados (contra los intentos de la troika de borrar este pasado) en esas lecciones.
Los problemas de la guerra civil, León Trotsky
29 de julio de 1924
Traducción de Gloria Pagés y Rossana Cortez. Tomado de la versión digital “Les problèmes de la guerre civile”, publicada en Marxist Internet Archives/français/Trotsky/Å’uvres. Primera publicación en ruso en Pravda N° 202 – 6-09-1924. En francés: folleto Ed. de L’Humanité, septiembre 1926. Las notas fueron preparadas para esta edición, salvo las que tengan aclaración en contrario. Existe otra versión de este artículo en Mandel, Ernest, Teoría y práctica de la revolución permanente (comp.), México D.F Siglo XXI, 1983.
Conferencias realizadas en la Sociedad de Ciencias Militares de Moscú, en julio de 1924
Es un hecho que hasta el momento nadie se haya preocupado por hacer un compendio de las enseñanzas que se desprenden de las experiencias de la guerra civil [1], tanto de la nuestra como la de otros países. Y, sin embargo, tanto práctica como ideológicamente, un trabajo de este tipo responde a una necesidad imperiosa. A lo largo de la historia de la humanidad, la guerra civil jugó un rol particular. Desde 1871 a 1914 los reformistas se imaginaban que, para Europa occidental, ese rol había concluido. Pero la guerra imperialista volvió a poner la guerra civil a la orden del día. Esto, lo sabemos y lo entendemos. Lo hemos incluido en nuestro programa. Sin embargo, carecemos casi por completo de una concepción científica de la guerra civil, de sus fases, de sus aspectos y de sus métodos. También notamos enormes lagunas en la simple descripción de acontecimientos que se sucedieron en ese terreno a lo largo de los últimos diez años. Recientemente, me pasó que tuve que remarcar que nosotros dedicamos mucho tiempo y esfuerzo al estudio de La Comuna de París, pero que descuidamos completamente la lucha del proletariado alemán, rico, sin embargo, en lo que respecta a experiencias de guerra civil, y que ignoramos casi completamente las lecciones de la insurrección búlgara de septiembre de 1932[2]. Pero lo más sorprendente es que parece que está bien que, desde hace tiempo, la experiencia de la Revolución de Octubre se haya relegado a los archivos. Y sin embargo, en la Revolución de Octubre, hay muchas cosas de las que podemos sacar provecho en relación a tácticas militares, ya que no hay duda de que la próxima guerra, a un nivel infinitamente mayor que hasta ahora, se combinará con diversas formas de la guerra civil.
La preparación y la experiencia de la insurrección búlgara de septiembre de 1923 ofrecen también un gran interés. Tenemos a nuestra disposición los medios necesarios, ya que gran cantidad de camaradas búlgaros, que fueron parte de la insurrección, viven ahora en Rusia, y podemos dedicarnos a un estudio serio de esos acontecimientos. Es fácil además hacerse una idea de conjunto. El país que fue el escenario de la insurrección no es más grande que una provincia rusa. Y la organización de las fuerzas combatientes, los agrupamientos políticos revisten allí un carácter gubernamental. Por otra parte, para los países donde predomina la población campesina (y son numerosos, especialmente todos los países de Oriente), la experiencia de la insurrección búlgara tiene una importancia capital.
¿Pero en qué consiste nuestra tarea? ¿En redactar un manual para conducir las operaciones revolucionarias, una teoría de la revolución, o bien un reglamento de la guerra civil? De todos modos, lo más importante de la obra que tenemos que realizar trata de la insurrección como fase suprema de la revolución. Hay que reunir y coordinar los datos de la experiencia de la guerra civil, analizar las condiciones en las que tuvo lugar, estudiar los errores cometidos, poner de relieve las operaciones mejor logradas, sacar las conclusiones necesarias. Una vez hecho esto, ¿qué enriqueceremos: la ciencia, es decir el conocimiento de las leyes de la evolución histórica, o bien el arte militar revolucionario, tomado como un conjunto de reglas sacadas de la experiencia? Desde mi punto de vista, enriqueceremos tanto a una como al otro. Pero, concretamente, sólo pensaremos en el arte militar revolucionario.
Componer una suerte de “reglamento de la guerra civil” es una tarea complicada. Para empezar, es necesario delinear las particularidades de las condiciones esenciales para la toma del poder por el proletariado. De este modo, permaneceremos todavía en el terreno de la política revolucionaria; ¿pero la insurrección, después de todo, no es la continuación de la política por otros medios? El análisis de las condiciones esenciales de la insurrección deberá estar adaptado a las diferentes clases de países. Por un lado, tenemos países donde el proletariado constituye la mayoría de la población y, por otro, países donde el proletariado es una ínfima minoría entre la población campesina. Entre esos dos polos, se encuentran países de un tipo intermedio. Entonces, tenemos que basarnos para nuestro estudio en tres tipos de países: industriales, agrarios e intermedios. De la misma manera, en el capítulo introductorio dedicado a los postulados y condiciones revolucionarios que son necesarios para la toma del poder, describiremos las particularidades de cada uno de estos países, desde el punto de vista de la guerra civil.
Nosotros consideramos la insurrección de dos maneras: primero, como una etapa determinada del proceso histórico, como una refracción de las leyes objetivas de la lucha de clases; luego, desde un punto de vista objetivo y práctico, es decir: de qué modo preparar y ejecutar la insurrección para asegurar el mayor éxito posible. La guerra nos ofrece, en ese sentido, una analogía impresionante, ya que es también, producto de ciertas condiciones históricas, el resultado de un conflicto de intereses. Al mismo tiempo, la guerra es un arte. La teoría de la guerra es un estudio de las fuerzas y los medios que se disponen, de su concentración y su modo de empleo para conseguir la victoria. Paralelamente, la insurrección es un arte. En un sentido estrictamente práctico, es decir acercándose en cierta medida a los reglamentos militares, se puede y se debe poner en pie una teoría de la insurrección.
Evidentemente, nos chocaremos al principio con todo tipo de malentendidos y críticas de quienes no dejarán de decir que la idea de escribir el reglamento de la insurrección, con más razón el de la guerra civil, es pura utopía burocrática. Es probable que digan incluso que queremos militarizar la historia, que el proceso revolucionario no se reglamenta, que, en cada país la revolución tiene sus particularidades, su originalidad, que en tiempos revolucionarios la situación se modifica a cada momento y que es una quimera querer fabricar bosquejos en serie para dirigir revoluciones o establecer, como un suboficial de cuartel, un montón de prescripciones intangibles e imponer la estricta observación de estas normas.
Ahora bien, si alguien pretendiera establecer algo así, sería totalmente ridículo. Pero, en el fondo, lo mismo puede decirse de nuestros reglamentos militares. Toda guerra se desarrolla en una situación y en condiciones que no se pueden prever de antemano. Sin embargo, sin el apoyo de los reglamentos que reúnen los datos de la experiencia militar, es pueril querer conducir un ejército, tanto en tiempos de paz como en tiempos de guerra. El antiguo adagio: “No te agarres del reglamento como un ciego a la pared”, no minimiza de ningún modo la importancia de los reglamentos militares, como tampoco la dialéctica disminuye la importancia de la lógica formal o de las reglas de aritmética. Es indudable que, en la guerra civil, los elementos necesarios para el establecimiento de planes, para la organización, para las instrucciones a seguir, son infinitamente más excepcionales que en las guerras entre ejércitos “nacionales”. En la guerra civil, la política se mezcla con las acciones militares más estrechamente, más íntimamente que
en la guerra “nacional”. De este modo, sería en vano transpolar los mismos métodos de una esfera a otra. Pero no se deduce de esto que esté prohibido apoyarse en la experiencia adquirida para extraer métodos, procesos, indicaciones, directivas, sugerencias que tengan un significado preciso, y convertirlos en reglas generales capaces de estar en un reglamento de la guerra civil.
Desde luego, entre esas reglas, se mencionará la necesidad de subordinar estrictamente las acciones puramente militares a la línea política general, de tener en cuenta rigurosamente el conjunto de la situación y el estado de ánimo de las masas. En todos los casos, antes de tachar de utópica una obra de este tipo, es necesario decidir, luego de un profundo examen del tema, si existen reglas generales que condicionen o faciliten la victoria en períodos de guerra civil y en qué consisten. Solamente luego de un examen de este tipo se podrá definir dónde se terminan las indicaciones precisas, útiles, que disciplinan el trabajo a realizar y dónde comienza la fantasía burocrática.
Tratemos de abordar la revolución partiendo de este punto de vista. La fase suprema de la revolución es la insurrección, la que decide el poder. La insurrección siempre está precedida por un período de organización y de preparación sobre la base de una campaña política determinada. En reglas generales, el momento de la insurrección es breve, pero es un momento decisivo en el curso de la revolución. Si se logra la victoria, sigue un período que comprende la consolidación de la revolución por medio del aplastamiento de las últimas fuerzas enemigas, y la organización de un nuevo poder y de las fuerzas revolucionarias encargadas de la defensa de la revolución. En estas condiciones, el reglamento de la guerra civil deberá tener tres capítulos, al menos: la preparación de la insurrección, la insurrección y finalmente la consolidación de la victoria. Así, además de la introducción de principio de la que hablamos más arriba para caracterizar, bajo la forma abreviada de reglas generales o bajo la forma de directivas, de postulados y condiciones revolucionarias, nuestro reglamento de la guerra civil deberá contener tres capítulos que engloben en el orden de su sucesión las tres principales etapas de la guerra civil. Tal será la arquitectura estratégica de la obra.
El problema estratégico que tenemos que resolver consiste, precisamente, en combinar de forma lógica todas las fuerzas y medios revolucionarios con vistas a alcanzar el objetivo principal: la toma y la defensa del poder. Es evidente que cada aspecto de esta estrategia de la guerra civil plantea múltiples problemas tácticos particulares como la formación de milicias de fábrica, la organización de puestos de mando en las ciudades y en las vías férreas, y la preparación minuciosa de los medios para apoderarse de puntos vitales en las ciudades. Estos problemas tácticos emanarán en nuestro reglamento de la guerra civil, unos en el segundo capítulo referido a la insurrección, otros en el tercero que abarcará el período de la derrota del enemigo y la consolidación del poder revolucionario.
Si adoptamos un plan de trabajo de este tipo, tendremos la posibilidad de abordar nuestra obra desde varios aspectos a la vez. De este modo le encargaremos a un grupo de camaradas ciertas cuestiones tácticas referidas a la guerra civil. Otros grupos establecerán el plan general de la introducción de principio y así sucesivamente. Al mismo tiempo será necesario examinar, desde el ángulo de la guerra civil, el material histórico que hayamos reunido, ya que es evidente que nuestra intención no es forjar un reglamento que sea un simple producto de la razón, sino un reglamento inspirado en la experiencia, iluminado y enriquecido, por un lado por las teorías marxistas, y también por los datos de la ciencia militar.
Sabemos que los reglamentos militares sólo tratan de métodos, en otras palabras, no dan más que directivas generales sin basarlas en ejemplos precisos o en explicaciones detalladas. ¿Podemos adoptar el mismo método para enunciar el reglamento de la guerra civil? No es seguro. Es muy posible que estemos obligados a citar, a título ilustrativo, en el reglamento mismo o en un capítulo anexo, cierto número de hechos históricos o, al menos, referirnos a ellos. Esto quizás sea una excelente manera de evitar un exceso de esquematismo.
La insurrección y la definición del “momento”
¿De qué se trata? ¿De un reglamento de la guerra civil o de un reglamento de la insurrección? Finalmente, pienso que si se adopta el reglamento, se trata ante todo de un reglamento de la guerra civil.
Algunos camaradas, dicen, plantearon objeciones por este tema y daba la impresión de que confundían la guerra civil con la lucha de clases y la insurrección con la guerra civil. La verdad es que la guerra civil constituye una etapa determinada de la lucha de clases, cuando ésta, rompiendo los marcos de la legalidad, viene a ubicarse en el plano de un enfrentamiento público y en cierta medida físico, de las fuerzas enfrentadas. Concebida de este modo, la guerra civil abarca las insurrecciones espontáneas, determinadas por causas locales, las intervenciones sanguinarias de las hordas contrarrevolucionarias, la huelga general revolucionaria, la insurrección para la toma del poder y el período de liquidación de los intentos de levantamientos contrarrevolucionarios. Todo esto entra en el marco de la noción de la guerra civil, todo esto es más amplio que la insurrección, y al mismo tiempo, infinitamente más estrecho que la noción de la lucha de clases que transcurre a través de toda la historia de la Humanidad. Si hablamos de la insurrección como de una tarea a realizar, hay que encauzarla correctamente y no deformarla como ocurre a veces, confundiéndola con la revolución. Debemos liberar a los otros de esta confusión y empezar por desembarazarnos de ella nosotros mismos.
La insurrección plantea, en todo momento y lugar, una tarea precisa a realizar. Tras ese objetivo, nosotros repartimos los roles, confiamos a cada uno su misión, distribuimos las armas, elegimos el momento, golpeamos y tomamos el poder si… no nos aplastan antes. La insurrección debe hacerse según un plan concebido de antemano. Es una etapa determinada de la revolución. La toma del poder no detiene la guerra civil, no hace más que cambiarle el carácter. Así puede decirse que se trata más bien de un reglamento de la guerra civil y no solamente de un reglamento de la insurrección.
Ya hicimos alusión a los peligros del esquematismo. Veamos a la luz de un ejemplo en qué pueden consistir. Tuve la ocasión de observar una de las más peligrosas manifestaciones del esquematismo en la manera en que nuestros jóvenes oficiales del estado mayor abordan las cuestiones militares de la revolución. Si tomamos las tres etapas que distinguimos en la guerra civil, nos damos cuenta de que el trabajo militar del partido revolucionario reviste, en cada uno de los tres períodos, un carácter particular. En el período de la preparación revolucionaria nos chocaremos forzosamente con las fuerzas (policía, ejército) de la clase dominante. Las nueve décimas partes del trabajo militar del partido consisten, en ese momento, en disgregar el ejército enemigo, dislocarlo desde adentro, y solamente un décimo a concentrar y preparar las fuerzas revolucionarias. Va de suyo que las relaciones aritméticas que señalo deben tomarse arbitrariamente, pero, de todos modos, dan una idea de lo que debe ser realmente el trabajo militar clandestino del partido revolucionario. Cuanto más se acerca el momento de la insurrección, más debe intensificarse el trabajo para la formación de las organizaciones de combate. Entonces se puede tener miedo de cierto esquematismo peligroso. Es evidente que las formaciones de combate, con cuya ayuda el partido revolucionario se apresta a consumar la insurrección, no pueden tener una fisonomía muy nítida, con más razón no podrán corresponder a unidades militares como la brigada, la división o el cuerpo de ejército. Esto no exime a quienes tienen la tarea de dirigir la insurrección de hacer que en ellas haya orden y método. Pero el plan de la insurrección no se construye sobre una dirección centralizada de las tropas de la revolución, sino por el contrario, con la enorme iniciativa de cada destacamento al que se le haya asignado, con anticipación y con el máximo de precisión, la tarea que le incumbe. El insurgente combate, en líneas generales, observando los métodos de la “pequeña guerra”, es decir, por medio de los destacamentos de partisanos o semi partisanos, unidos mucho más por la disciplina política y por la clara conciencia de la unidad del objetivo a alcanzar que por cualquier disciplina jerárquica. Luego de la toma del poder, la situación se modifica completamente. La lucha de la revolución victoriosa por asegurar su defensa y su desarrollo se transforma enseguida en una lucha por la organización del aparato gubernamental centralizado. Los destacamentos de partisanos, cuya aparición en el momento de la lucha por la toma del poder es tan inevitable como necesaria, pueden ser, después de la conquista del poder, una causa de graves peligros, capaces de hacer tambalear el Estado revolucionario en formación. Entonces se debe proceder a la organización de un ejército rojo regular.
La determinación del momento de la insurrección está en estrecha relación con las medidas que acabamos de considerar. Va de suyo que no es cuestión de designar arbitrariamente, al margen de los acontecimientos, la fecha fija e irrevocable de la insurrección. Esto sería hacerse una idea demasiado simplista del carácter de la revolución y de su desarrollo. Los marxistas debemos saber y entender que no es suficiente desear la insurrección para que ésta se cumpla. Cuando las condiciones objetivas la hagan posible, hay que hacerla, ya que ella no se hace a sí misma. Y para esto el estado mayor revolucionario debe tener en mente el plan de la insurrección antes de declamarla. El plan de la insurrección dará una orientación de tiempo y lugar. Tendremos en cuenta del modo más minucioso todos los factores y elementos de la insurrección, los examinaremos rápidamente para determinar su dinamismo, para definir la distancia que la vanguardia revolucionaria deberá mantener entre ella y la clase obrera para no aislarse, y al mismo tiempo daremos el salto decisivo. La estipulación del momento de la insurrección es uno de los elementos necesarios de esta orientación. Será precisado de antemano, tan pronto como los preanuncios de la insurrección aparezcan claramente. Es cierto que el plazo elegido no será divulgado a todo el mundo, al contrario, lo ocultaremos lo más posible al enemigo, sin inducir a error al propio partido y a las masas que lo siguen. El trabajo del partido en todos los terrenos estará subordinado a los plazos de la insurrección y todo deberá ser en el día fijado. Si uno se equivoca en sus cálculos, el momento de la insurrección podrá ser aplazado aunque eso sea una eventualidad que conlleve siempre graves inconvenientes y muchos peligros.
Hay que reconocer que el plazo de la insurrección es considerado como algo insignificante por muchos comunistas occidentales que no se sacaron de encima todavía su manera fatalista y pasiva de abordar los principales problemas de la revolución. Rosa Luxemburgo[3] es en esto el ejemplo típico más expresivo y más talentoso. Psicológicamente lo comprendemos sin dificultad. Ella se había formado, por así decirlo, en la lucha contra el aparato burocrático de la socialdemocracia y de los sindicatos alemanes. Incansablemente, había demostrado que este aparato asfixiaba la iniciativa del proletariado. Ella sólo veía una salida a esto a través de un irresistible empuje de las masas para tirar abajo todas las barreras y las defensas edificadas por la burocracia socialdemócrata. La huelga general revolucionaria, que desbordaba todas las aristas de la sociedad burguesa, se había vuelto para Rosa Luxemburgo un sinónimo de revolución proletaria. Sin embargo, cualquiera sea su fuerza, la huelga general no resuelve el problema del poder, no hace más que ponerlo de relieve. Para tomar el poder hay que organizar la insurrección, apoyándose en la huelga general. Toda la evolución de Rosa Luxemburgo hace pensar que habría terminado por admitir esto. Pero cuando fue arrancada de la lucha, todavía no había dicho ni su última, ni su penúltima palabra. Sin embargo, recientemente en el Partido Comunista alemán todavía existía una corriente muy fuerte hacia el fatalismo revolucionario. La revolución se acerca, decían, provocará la insurrección y nos dará el poder. En cuanto al partido, su papel, en este momento, es hacer agitación revolucionaria y esperar los resultados. En tales condiciones, plantear categóricamente la cuestión del plazo de la insurrección, es sacar al partido de la pasividad y del fatalismo, es ponerlo frente a los principales problemas de la revolución, particularmente, ante la organización consciente de la insurrección para echar al enemigo del poder.
Por eso, la cuestión del momento de la insurrección debe ser tratada en el reglamento de la guerra civil. Así facilitaremos la preparación del partido para la insurrección o por lo menos la preparación de sus cuadros.
Hay que considerar que el paso más difícil que un partido comunista tendrá que dar será el pasaje del trabajo de preparación revolucionaria, forzosamente largo, a la lucha directa por la toma del poder. Esto no se hará sin provocar crisis, y crisis graves. La única manera de disminuir su alcance y de facilitar el agrupamiento de los elementos dirigentes más resueltos consiste en llevar a los cuadros del partido a meditar y a profundizar de antemano sobre las cuestiones que se deducen de la insurrección revolucionaria y esto tanto más concretamente cuando los acontecimientos estén más próximos. Desde este punto de vista, el estudio de la Revolución de Octubre tiene una importancia única para los partidos comunistas europeos. Desgraciadamente este estudio, por el momento, no se hace y no se hará hasta tanto no se den los medios. Nosotros mismos no hemos estudiado ni coordinado las enseñanzas de la Revolución de Octubre, y especialmente las enseñanzas militares revolucionarias que de ella se desprenden. Habrá que seguir paso a paso todas las etapas de la preparación revolucionaria que va de marzo a octubre, el modo en el que se desarrolló la insurrección de Octubre en algunos de los puntos más característicos, luego la lucha por la consolidación del poder.
¿A quiénes destinaremos el reglamento de la guerra civil? A los obreros, respondieron algunos camaradas, para que cada uno de ellos sepa cómo comportarse. Evidentemente no podríamos más que alegrarnos de que “todo” obrero sepa lo que le corresponde hacer. Pero eso es una manera de plantear la cuestión a una escala muy amplia, y por lo tanto utópica. De todos modos, no es por esta punta por donde debemos comenzar. Nuestro reglamento debe estar destinado, en primer lugar, a los cuadros del partido, a los jefes de la revolución. Naturalmente simplificaremos algunos capítulos, algunas cuestiones con la intención de dirigirnos a amplios sectores obreros, pero, ante todo, se destinará a los dirigentes.
Previamente debemos reunir nuestra propia experiencia y nuestras ideas, formularlas tan claramente como sea posible, verificarlas minuciosamente y, tanto como podamos, sistematizarlas. Antes de la guerra imperialista, ciertos escritores militares se quejaban de que las guerras se habían vuelto demasiado raras para la buena instrucción de los oficiales. Con no menos razón, podemos decir que la rareza de las revoluciones obstaculiza la educación de los revolucionarios. En este sentido, nuestra generación no tiene de qué quejarse. Nosotros tuvimos la oportunidad de hacer la revolución de 1905 y de vivir bastante como para ser parte dirigente a la revolución de 1917. Pero no hay necesidad de decir que la experiencia revolucionaria cotidiana se disipa rápidamente. ¡Y entonces hay nuevos problemas! ¿No estamos obligados hoy a discutir sobre cuestiones como la fabricación de la tela, la construcción de la fábrica eléctrica de Nolkoff y tantos otros problemas económicos en lugar del modo en que se lleva a cabo la insurrección? Pero aunque uno se tranquilice, esta última cuestión está lejos de estar perimida. Más de una vez la historia pedirá que se responda a eso.
¿En qué momento debemos comenzar?
La catástrofe alemana de 1923 llevó a la Internacional Comunista a ocuparse de los métodos de organización de la revolución y especialmente de la insurrección revolucionaria. En ese sentido, la definición del momento de la insurrección adquirió una importancia principal por el hecho de que resultó que esta cuestión es claramente una traba en la que se basan todos los problemas relativos a la organización de la revolución. La socialdemocracia adoptó, de cara a la revolución, la actitud que caracteriza a la burguesía liberal en su período de lucha por el poder contra el feudalismo monárquico. La burguesía liberal especula sobre la revolución, pero se cuida bien de asumir la responsabilidad sobre ella. En el momento propicio de la lucha, pone en la balanza su riqueza, su instrucción y los demás medios de influencia de su clase para apoderarse del poder. En 1918, la socialdemocracia alemana jugó un rol de ese tipo. En el fondo, ella constituye el aparato político que transmite a la burguesía el poder venido a menos de los Hohenzollern. Semejante política de especulación pasiva es completamente incompatible con el comunismo en la medida que se fije el objetivo de hacerse del poder en nombre del interés del proletariado.
La revolución proletaria es una revolución de enormes masas desorganizadas en su conjunto. El impulso ciego de las masas juega un rol considerable en el movimiento. La victoria sólo puede lograrse por un partido comunista que tenga como objetivo la toma del poder, que, con minucioso cuidado medite, conspire, reúna los medios para alcanzar el objetivo perseguido y que, apoyándose en la insurrección de masas, lleve adelante sus propósitos. Por su centralización, su resolución, su manera metódica de abordar la insurrección, el Partido Comunista le aporta al proletariado en la lucha por el poder las ventajas que la burguesía lleva en ella por el hecho mismo de su posición económica. En ese sentido, la cuestión del momento de la insurrección no es un simple detalle técnico, demuestra por el contrario de la manera más clara y más precisa en qué medida nos hemos preparado para abordar la insurrección con todas las reglas del arte militar.
Es evidente que, cuando se trata de fijar el momento de la insurrección, su cálculo no puede basarse en la experiencia puramente militar. Disponiendo de las fuerzas armadas suficientes, un Estado puede, según su conveniencia, declarar la guerra. Por otro lado, durante la guerra, es el alto mando quien decide la ofensiva después de haber considerado todos los elementos de la situación. Pero es siempre más fácil analizar una situación militar que una situación revolucionaria. El mando militar está en relación con unidades militares combatientes organizadas, cuya ligazón entre ellas fue cuidadosamente estudiada y combinada de antemano, gracias a lo cual el mando tiene, por así decirlo, sus ejércitos bajo su control. Es evidente que no podría ocurrir lo mismo durante la revolución. Las formaciones de combate no están separadas de las masas obreras, sólo pueden aumentar la violencia del choque que deben dar en contacto con el movimiento ofensivo de las masas. Desde entonces, le incumbe al mando revolucionario tomar el ritmo del movimiento para fijar con seguridad el momento en que debe efectuarse la ofensiva decisiva. Como se ve, la estipulación del plazo de la insurrección plantea un problema difícil. Puede hacerse mientras la situación esté tan clara que la dirección del partido no tenga ninguna duda sobre la oportunidad de la acción. Pero si esa apreciación de la situación se produce 24 horas antes del momento decisivo, la señal puede llegar demasiado tarde, en consecuencia, el partido, tomado por sorpresa, se ve en la imposibilidad de dirigir el movimiento, que, en ese caso, puede terminar en la derrota. De ahí la necesidad de prever, de antemano, tanto como sea posible, el momento decisivo o, en otros términos, fijar el término de la insurrección basándose en la marcha general del movimiento y en el conjunto de la situación del país.
Si por ejemplo, el término fijado cae dentro de un mes o dos, el Comité Central o la dirección del partido aprovecha ese plazo para poner al partido manos a la obra iniciándolo en todas las cuestiones que se planteen, por medio de una creciente propaganda, de una preparación y de una organización apropiadas, y de una elección juiciosa de los elementos más combativos para la ejecución de determinadas misiones. Demás está decir que un plazo que haya sido designado un mes, dos meses o con más razón tres o cuatro meses antes, no podría ser irrevocable, pero la táctica debe consistir en verificar a lo largo del plazo fijado si la elección del momento fue correcta. Veamos un ejemplo: los postulados políticos indispensables para el éxito de la insurrección residen en la desestabilización de la maquinaria gubernamental y en el apoyo que le da a la vanguardia revolucionaria la mayoría de los trabajadores de los principales centros y regiones del país.
Admitamos que las cosas todavía no han sucedido, pero que están próximas a ocurrir. Las fuerzas del partido revolucionario crecen rápidamente, pero es difícil constatar si detrás de él hay una mayoría suficiente de trabajadores. Entre tanto, al volverse cada vez más grave la situación, la cuestión de la insurrección se plantea rápidamente. ¿Qué debe hacer la dirección del partido? Puede, por ejemplo, razonar de la siguiente manera:
1.° A partir de que en el curso de las últimas semanas la influencia del partido ha crecido rápidamente, se puede considerar que en los principales centros del país la mayoría de los obreros está a punto de seguirnos. En esas condiciones, concentremos en esos puntos decisivos las mejores fuerzas del partido y calculemos que nos hará falta alrededor de un mes para ganar la mayoría.
2.° Desde el momento en que la mayoría de los principales centros del país están con nosotros, podemos llamar a los trabajadores a constituir soviets de diputados obreros, con la condición que se persiga la desorganización del aparato gubernamental. Calculemos que la constitución de Soviets en los principales centros y regiones del país exige aún dos semanas.
3.° Desde el momento en que, en las principales aglomeraciones y regiones del país, los soviets están organizándose bajo la dirección del partido, naturalmente resulta que se impone la convocatoria a un Congreso Nacional de Soviets. Pero antes de que se lleve a cabo, pueden transcurrir tres o cuatro semanas. Ahora bien, es evidente que en esa situación, el Congreso de los Soviets sólo puede, a menos que se exponga a la represión, dedicarse a la toma del poder. Dicho de otro modo, el poder de hecho debe estar en manos del proletariado en el momento de la reunión del Congreso. Así, el plazo que se asignará para preparar la insurrección es de dos a dos meses y medio. Este lapso de tiempo, que emana del análisis general de la situación política y su desarrollo ulterior, define el carácter y la velocidad que debe tener el trabajo militar revolucionario, teniendo en cuenta la desorganización del ejército burgués, la apropiación de la red ferroviaria, la formación y el armamento de los destacamentos obreros y así sucesivamente. Asignamos una tarea bien definida al comandante clandestino de la ciudad a conquistar: tomar las medidas necesarias durante las cuatro primeras semanas, poner a punto e intensificar los preparativos en el curso de las dos semanas siguientes de modo que, en los próximos quince días, todo esté listo para la acción. Así, por la realización de tareas de carácter limitado pero netamente definido, el trabajo militar revolucionario se ejecuta en los límites del plazo fijado. De esa manera evitaremos caer en el desorden y la pasividad que pueden ser fatales y obtendremos, en cambio, la fusión necesaria de los esfuerzos y más resolución entre todos los jefes del movimiento. En ese momento, el trabajo político debe ser llevado a fondo. La revolución sigue su curso lógico. Un mes después, ya nos hallamos en situación de verificar si el partido realmente consiguió ganar la mayoría de los obreros en los principales centros industriales del país. Esta comprobación puede hacerse a través de un referéndum, por una acción de los sindicatos, por manifestaciones en la calle, o por una combinación de todos estos medios.
Si tenemos la certeza de que la primera etapa que nos hemos trazado fue como lo habíamos previsto, se ratifica el plazo fijado para la insurrección. En cambio, si ocurre que sea cual fuera el crecimiento de nuestra influencia a lo largo del mes transcurrido, no siempre tenemos la mayoría de los obreros detrás de nosotros, es prudente suspender el momento de la insurrección. Al mismo tiempo, tendremos muchas ocasiones de verificar hasta qué punto la clase dirigente se volvió loca, hasta dónde está desmovilizado el ejército y debilitado el aparato. Por medio de estas constataciones, nos daremos cuenta de la naturaleza de las pérdidas que se hubieran podido producir en nuestro trabajo clandestino de preparación revolucionaria. La organización de los soviets será, por consiguiente, un medio eventual de verificación de la relación de fuerzas y, de ese modo, de establecer si las condiciones están listas para poner en marcha la insurrección. Evidentemente, no será posible, en todo tiempo y lugar, constituir los soviets antes de la insurrección. También hay que prever que los soviets puedan ser organizados sólo en el curso de la acción. Pero en todas partes en donde exista la posibilidad de organizarlos, bajo la dirección del Partido Comunista, antes de la caída del régimen burgués, aparecerán como el preludio de la insurrección cercana. Y el plazo será más fácil de fijar.
El Comité Central del partido verificará el trabajo de su organización militar, se dará cuenta de los resultados obtenidos en cada rama y, en la medida en que la situación política lo exija, dará el impulso necesario a ese trabajo. Es necesario prever que la organización militar, basada, no en el análisis general de la situación y en el informe de las fuerzas presentes, sino en la apreciación de los resultados que se hayan obtenido en el terreno de su acción preparatoria, siempre se considerará como insuficientemente preparada. Pero va de suyo que lo que decide en esos momentos es la apreciación de la situación y de la relación de fuerzas respectivas, particularmente de las fuerzas de choque del enemigo y de las nuestras. De esta manera, el plazo que se habrá fijado dos, tres o cuatro meses antes, podrá tener un efecto incomparable sobre la organización de la insurrección, incluso si nos vemos forzados más tarde a adelantarlo o retrasarlo algunos días.
Es evidente que el ejemplo anterior es puramente hipotético, pero es una excelente ilustración de la idea que debemos hacernos de la preparación de la insurrección. No se trata de jugar ciegamente con las fechas, sino de determinar el momento de la insurrección basándonos en la marcha misma de los acontecimientos, de verificar la precisión a lo largo de las etapas sucesivas del movimiento y de fijar el plazo al que todo el trabajo de preparación revolucionaria deberá estar subordinado.
Repito que, en este aspecto, se deben estudiar atentamente las enseñanzas de la Revolución de Octubre, la única revolución que, hasta el momento, el proletariado ha realizado victoriosamente. Hay que hacer, desde el punto de vista estratégico y táctico, un calendario de Octubre. Hay que exponer cómo se desarrolló la oleada de acontecimientos, cuáles fueron las repercusiones en el partido, en los Soviets, en el seno del Comité Central y en la organización militar del partido. ¿Cuál fue el sentido de las indecisiones que se produjeron en el partido? ¿Cuánto peso tuvieron en el conjunto de los acontecimientos? ¿Cuál fue el papel de la organización militar? Se trata de un trabajo de una importancia inapreciable. Dejarlo para después sería una falta imperdonable.
La calma antes de la tormenta
Hay una cuestión de considerable valor para entender el desarrollo de la guerra civil que, un modo u otro, deberá ser tratada en nuestro reglamento. Quien haya estado al corriente de las discusiones que siguieron a los acontecimientos de Alemania de 1923, seguramente reparó en la explicación que se dio de la derrota. “La causa principal de la derrota, dijeron, es que en el momento decisivo, el proletariado alemán no tenía espíritu combativo; las masas no querían combatir, la mejor prueba es que ellas no reaccionaron en absoluto frente a la ofensiva fascista; entonces, frente a esa actitud de las masas, ¿qué podía hacer el partido?” Tal fue la opinión de nuestros camaradas Brandler[4], Thalheimer[5] y otros. A primera vista, el argumento parece irrefutable. Sin embargo, el “momento decisivo” de 1923 no se dio de un día para el otro. Fue el resultado de todo el período precedente de luchas en las que la violencia iba agravándose constantemente. El año 1923 está marcado de cabo a rabo por las batallas que el proletariado tuvo que sostener. Ahora bien, ¿cómo es que en la víspera de su Octubre, la clase obrera alemana haya perdido su combatividad de repente? No se explica. Lo mismo que no podemos abstenernos de preguntarnos si es cierto que los obreros alemanes no hayan querido pelear. Esta cuestión nos remonta a nuestra propia experiencia de Octubre. Si se releen los periódicos previos a la Revolución de Octubre, aunque sea sólo los de nuestro partido, vemos que los camaradas que estaban en contra de la idea de la insurrección alegaban, precisamente, que las masas obreras rusas estaban poco dispuestas para la batalla. Hoy eso puede parecer apenas creíble, a pesar de ello, ese era el principal argumento que invocaban. De este modo, nos encontramos en una situación análoga: a lo largo de todo el año 1917, el proletariado ruso había estado combatiendo, sin embargo, cuando se planteó la cuestión de la toma del poder, se alzaron voces para afirmar que las masas obreras no querían pelear. Y efectivamente, en la víspera de Octubre el movimiento se enlenteció un poco. ¿Esto fue efecto del azar? ¿O más bien hay que ver allí cierta “ley” histórica? Para mí, no hay duda de que un fenómeno de este género debe tener ciertos principios generales. En la naturaleza, este fenómeno se denomina: la calma antes de la tormenta. Tiendo a creer que en el momento de la revolución se da ese mismo fenómeno. A lo largo de un período dado, la combatividad de las masas se acrecienta, toma las formas más diversas: huelgas, manifestaciones, choques con la policía. En ese momento, las masas empiezan a tomar conciencia de su fuerza. La creciente amplitud del movimiento es suficiente para darles una satisfacción política. Toda nueva manifestación, todo éxito en el plano político y económico aumenta su entusiasmo. Pero este período se agota rápido. La experiencia de las masas crece al mismo tiempo que se desarrolla su organización. En el campo opuesto, el enemigo muestra también que no está decidido a ceder su lugar en la pelea. Resulta de esto que el estado de ánimo revolucionario de las masas se hace más crítico, más profundo, más angustiante. Las masas buscan, sobre todo si hubo errores y se sufrieron reveses, una dirección segura, quieren tener la certeza de que combatirán y que se las sabrá conducir, y que en la batalla decisiva podrán contar con la victoria. Ahora bien, es el pasaje del optimismo casi ciego a una conciencia más clara de las dificultades que hay que vencer lo que engendra esta pausa revolucionaria que corresponde, en cierta medida, a una crisis en el estado de las masas. Con la condición que el resto de la situación esté lista, esta crisis sólo puede ser disipada por el partido político, y sobre todo por la impresión que dé de estar verdaderamente decidido a dirigir la insurrección. Entre tanto, la grandeza del objetivo a alcanzar (va más allá de la toma del poder) suscita vacilaciones inevitables hasta en el partido, especialmente, hasta en sus dirigentes medios, sobre los que se concentrará pronto la responsabilidad del movimiento. Así, el retraimiento de las masas frente a la batalla y las vacilaciones de la dirección son dos fenómenos que, aunque lejos de ser equivalentes, no son menos simultáneos. Es por eso que escuchamos decir que las masas no buscan la batalla, que su disposición es, por el contrario, más bien pasiva, y que en esas condiciones, incitarlas a la insurrección es ir a la aventura. Va de suyo que cuando ese estado de ánimo toma la delantera, la revolución sólo puede ser derrotada. Y después de la derrota, provocada por el propio partido, no hay nada que impida contarle a todo el mundo que la insurrección era imposible porque las masas no la querían. Esta cuestión debe ser examinada a fondo. Apoyándose en la experiencia adquirida, hay que aprender a captar el momento en el que el proletariado se diga a sí mismo: “No hay nada más que esperar de las huelgas, las manifestaciones y las otras protestas. Ahora hay que dar pelea. Estoy listo para eso, porque no hay otra salida a la situación, pero tratándose de una batalla hay que librarla con la ayuda de todas nuestras fuerzas y con una dirección segura…”. En ese momento la situación alcanza una gravedad extrema. Está en el más completo desequilibrio: una esfera en la punta de un cono. El menor choque puede hacerla caer a un lado o a otro. En Rusia, gracias a la firmeza y a la resolución de la dirección del partido, la esfera ha seguido la recta que llevaba a la victoria. En Alemania, la política del partido hizo derrapar la esfera en el sentido de la derrota.
La política y la acción militar
¿Qué carácter le daremos a nuestra obra? ¿Un carácter político o un carácter militar? La haremos partir del punto en que la política se convierte en una cuestión de acción militar, y la política se considerará bajo ese ángulo. A primera vista, esto puede parecer una contradicción, porque no es la política quien está al servicio de la insurrección sino la insurrección quien está al servicio de la política. En realidad, nada de esto se contradice. La insurrección en su conjunto sirve, evidentemente, a los objetivos principales de la política proletaria. Solamente cuando se desata la insurrección, la política del momento debe subordinársele totalmente.
La transición de la política a la acción militar y la conjunción de esas dos alternativas generalmente producen grandes dificultades. Todos sabemos que el punto de ligazón es siempre el más débil. Estamos reflejando un poco esto aquí mismo. Un camarada demostró, por un método inverso, cuán difícil es combinar la política y la acción militar. Otro camarada ha venido enseguida a empeorar el error de su antecesor. Si le creemos al primero de esos camaradas, Lenin habría cuestionado en 1918 la importancia del Ejército Rojo, con el pretexto de que nuestra salvación se derivaba de la lucha que enfrentaba a ambos imperialismos rivales. Según el segundo, habríamos jugado el “papel del tercer ladrón”, es decir nos hubiéramos aprovechado del conflicto que enfrentaba a los imperialismos. Ahora bien, jamás Lenin tuvo ni podrá tener ese lenguaje.
Es cierto que si, en el momento de la Revolución de Octubre nosotros hubiésemos estado relacionados con una Alemania victoriosa y si la paz se hubiera sellado, Alemania no se habría privado de aplastarnos aunque hubiéramos contado con un ejército de tres millones de hombres, porque ni en 1918 ni en 1919, habríamos podido encontrar las fuerzas capaces de medirse con los ejércitos alemanes triunfantes. En esas condiciones, la lucha entre los dos campos imperialistas fue nuestra principal barrera de protección. Pero en los marcos de esta lucha habríamos podido morir cien veces en 1918 si no hubiéramos tenido nuestro embrión de Ejército Rojo. ¿Es porque Inglaterra y Francia paralizaban a Alemania que se resolvió el problema de Kazan? Si nuestros soldados rojos no hubieran defendido a Kazan, si hubieran abierto la ruta de Moscú a los mercenarios del Ejército blanco, nos habrían cortado el cuello y tendrían razón. En ese momento habríamos tenido que jugar a hacer el papel del “tercer ladrón” … con el cuello cortado. Cuando Lenin decía: “Militantes que trabajan en el Ejército, no exageren su importancia; ustedes representan un factor dentro de la complejidad de fuerzas, pero ustedes no son ni nuestra única, ni tampoco nuestra fuerza principal; en realidad nos mantenemos gracias a la guerra europea, que paraliza a los dos imperialismos rivales”, se ubicaba desde el punto de vista político. Pero de esto no se deduce que cuestionaba “la importancia del Ejército Rojo”. Si aplicamos este método de razonamiento a los problemas internos de la revolución, llegaremos a conclusiones muy curiosas. Tomemos en particular la cuestión de la organización de las formaciones de combate. Un Partido Comunista, cuya existencia es más o menos ilegal le encarga a su organización militar clandestina que forme centurias. ¿Qué representan, en el fondo, algunas decenas de centurias así constituidas con relación al problema de la toma del poder? Si nos ubicamos desde el punto de vista social, histórico, la cuestión del poder se decide por la composición de la sociedad, por el rol del proletariado en la producción, por su madurez política, por el grado de desorganización del Estado burgués y así sucesivamente. En realidad, todos esos factores sólo tienen un último lugar, mientras que el resultado de la lucha directamente puede depender de la existencia de algunas de estas decenas de centurias. Las condiciones sociales y políticas favorables a la toma del poder son una oportunidad previa de éxito, pero no garantizan automáticamente la victoria, permiten llegar justo al punto donde la política da paso a la insurrección.
Una vez más, la guerra civil no es más que la prolongación violenta de de la lucha de clases. Con respecto a la insurrección, es la continuación de la política por otros medios. Es por eso que sólo podemos entenderla por sus métodos. No es posible medir la política según la vara de la guerra, como no es posible medir la guerra según la vara única de la política, aunque sea con relación al tiempo. Es esta una cuestión especial que debe ser tratada seriamente en nuestro futuro reglamento de la guerra civil. En el período de preparación revolucionaria, medimos el tiempo según la vara de la política, es decir, por años, meses, semanas. En el período de la insurrección, medimos el tiempo en horas y días. No es por nada que se dice que en tiempos de guerra un mes, a veces una sola jornada, cuenta como un año. En abril de 1917, Lenin decía: “Paciente, infatigablemente, explíquenle a los obreros…” y a fines de octubre no quedaba más tiempo para dar explicaciones a quienes todavía no hubieran comprendido; había que pasar a la ofensiva dirigiendo a quienes habían comprendido. En Octubre, la pérdida de una sola jornada hubiera podido reducir a la nada todo el trabajo de muchos meses, incluso de años de preparación revolucionaria.
Me acuerdo de un ejercicio de maniobra que le habíamos dado para realizar hace un tiempo a nuestra Academia Militar. Se trataba de decidir si debíamos evacuar enseguida la región de Bielostok, cuya posición se hacía insostenible, o si nos manteníamos allí con la esperanza de que Bielostok, centro obrero, se sublevara. Va de suyo que sólo se puede resolver seriamente una cuestión de esta naturaleza sobre la base de datos precisos y reales. La maniobra militar no dispone de esos datos porque, en ella, todo es convencional. Pero en principio, la controversia tiene su origen en dos medidas de tiempo relativas, una a la guerra, la otra a la política revolucionaria. Ahora bien, ¿cuál es la medida que, en iguales condiciones, gana la guerra? La de la guerra. En otras palabras, es dudoso que Bielostok se subleve en el lapso de algunos días e incluso, admitiendo que el sublevamiento esperado haya tenido lugar, queda por saber lo que haría el proletariado insurgente sin armas y sin preparación militar, mientras es muy posible que en dos o tres días, dos o tres divisiones fueran diezmadas permaneciendo en posiciones insostenibles a la espera de una insurrección que, hasta en caso de que se produjera, bien podría no modificar radicalmente la situación militar. Brest-Litovsk[6] nos da un ejemplo clásico de una correcta aplicación de las medidas de tiempo político y militar. Sabemos que la mayoría del Comité Central del partido comunista ruso, y yo entre otros, había tomado la decisión contra la minoría que encabezaba el compañero Lenin, de no firmar la paz, aunque correríamos el riesgo de ver a los alemanes pasar a la ofensiva. ¿Cuál era el sentido de esta decisión? Algunos camaradas esperaban utópicamente una guerra revolucionaria. Otros, entre los que estaba yo, juzgaban que había que tantear al obrero alemán para saber si se opondría al káiser en caso de que este último atacara a la revolución. ¿En qué consistía el error que cometimos? En el riesgo excesivo que corríamos. Para sacudir la apatía del obrero alemán se habrían necesitado semanas, incluso meses, mientras que en ese momento los ejércitos alemanes no necesitaban más que algunos días para avanzar hasta Dwinsk, Minsk y Moscú. La dimensión de la política revolucionaria es larga, mientras que la dimensión de la guerra es corta. Quien no se convenza de esta verdad luego de haber estudiado previamente, meditado y profundizado en la experiencia pasada, corre el riesgo de cometer un error tras otro, por el hecho de la conjunción de la política revolucionaria y de la acción militar, es decir, por lo que nos confiere mayor superioridad sobre el enemigo.
Necesidad de plantear los problemas de la guerra civil con la máxima claridad
Un camarada nos remitió nuevamente a la cuestión de saber qué tipo de reglamento tenemos que poner en pie: un reglamento de la insurrección o un reglamento de la guerra civil. No debemos, nos dijo ese camarada, apuntar muy lejos, sino nuestra tarea coincidirá, de modo general, con las tareas de la Internacional Comunista. Nada menos cierto. Y quien tiene ese lenguaje demuestra que confunde la guerra civil, en la acepción propia de este término, con la lucha de clases. Si tomamos a Alemania como materia de estudio, podemos, por ejemplo, empezar por examinar los acontecimientos de marzo de 1921. Luego sigue el largo período de reagrupamiento de fuerzas, bajo las consignas del frente único. Es evidente que ningún reglamento de guerra civil se ajusta a este período. A partir de enero de 1923 y de la ocupación del Ruhr, se da nuevamente una situación revolucionaria, que se agrava bruscamente en junio de 1923, cuando se desmorona la política de resistencia pasiva ejercida por la burguesía alemana y que hace estallar el aparato de Estado burgués. Este es un período que debemos estudiar minuciosamente, porque nos da, por un lado, un ejemplo clásico de manera en que se desarrolla y muere una situación revolucionaria, y por otro lado, un ejemplo no menos clásico de una revolución fallida.
En 1923, Alemania tuvo su guerra civil, pero la insurrección que debía coronarla no llegó. El resultado fue una situación revolucionaria, verdaderamente excepcional, irremediablemente comprometida y una burguesía conmocionada, aferrada nuevamente al poder. ¿Por qué? Porque en el momento propicio, la política no se continuó con los medios insurreccionales que lógicamente se imponían. Es evidente que la recomposición del régimen burgués que siguió en Alemania al aborto de la revolución proletaria tiene una estabilidad muy dudosa. Calmémonos, todavía tendremos, en un plazo más o menos largo, una nueva situación revolucionaria. Pero está claro que el mes de agosto de 1924 fue muy diferente al mes de agosto de 1923. Y si ignorábamos la experiencia que se desprende de estos acontecimientos, si no lo aprovechábamos para instruirnos, si íbamos pasivamente al encuentro de los errores como los que se han cometido, podríamos prever que la catástrofe alemana de 1923 se repitiera y el peligro que resultaría de eso sería inmenso para el movimiento obrero.
Por eso, en este terreno, menos que en otro, no podemos tolerar la deformación de nociones esenciales. Vimos a compañeros intentar objeciones de un escepticismo incoherente respecto al momento de la insurrección. Esos camaradas no hacen más que demostrar así que no saben plantear como marxistas la cuestión de la insurrección en el terreno del arte militar. Basados en su tesis, invocan como argumento que, en el embrollo de una situación extremadamente compleja y variable, es imposible atarse de antemano a una decisión anticipada. Pero, si debemos atenernos a esos lugares comunes, habrá que renunciar, por lo tanto, a los planes y a las fechas de las operaciones militares, ya que en la guerra sucede que la situación cambia bruscamente y de improviso. Un plan de operaciones militares no se realiza nunca en una proporción del 100%, hay que considerarse dichoso si, en el curso de su ejecución, se realiza en un 25%. Pero el jefe militar que se base en eso para negar de modo general la utilidad de un plan de campaña merecería simplemente que le pongamos el chaleco de fuerza. En todos los casos, recomiendo atenerse a este método como el más justo y lógico: para empezar, formulamos las reglas generales de muestro reglamento de la guerra civil y vemos a continuación qué podemos suprimir o reservar. Pero si comenzamos por las eliminaciones, las reservas, las desviaciones, las dudas, las vacilaciones, jamás llegaremos a conclusiones.
Un camarada ha cuestionado la observación que yo hice con respecto a la evolución de la organización militar del partido en el período de preparación revolucionaria, durante la insurrección y luego de la toma del poder. Según ese compañero, la existencia de destacamentos de partisanos no se debería tolerar, solamente se necesitarían formaciones militares regulares. Los destacamentos de partisanos, nos dijo, son organizaciones caóticas… Al escuchar sus palabras, yo estaba a punto de desesperarme. En efecto, ¿con qué rima esta detestable arrogancia doctrinaria? Si los destacamentos de partisanos son organizaciones caóticas, hay que reconocer entonces que desde ese punto de vista puramente formal, la revolución es también un caos. Ahora bien, en el primer período de la revolución, estamos totalmente obligados a apoyarnos exclusivamente en destacamentos de este tipo. Se nos objeta que esos destacamentos deben estar constituidos sobre el mismo modelo. Si con eso se quiere decir que, en la guerra de partisanos, no se debe descuidar ninguno de los elementos de orden y de método factible a este tipo de guerra, estamos completamente de acuerdo. Pero si piensan en una organización militar jerarquizada, centralizada y constituida antes de que tenga lugar la insurrección, eso es una utopía que, en el caso en que se la quiera hacer realidad, correrá el riesgo de ser fatal. Si, con la ayuda de una organización militar clandestina, me apodero de una ciudad (objetivo parcial en el conjunto de un plan para la toma del poder en el país), reparto mi tarea en objetivos particulares (ocupación de los edificios gubernamentales, las estaciones, el correo, el telégrafo, las imprentas) y confío la ejecución de cada una de esas misiones a los jefes de los pequeños destacamentos iniciados anteriormente a los objetivos que les son asignados. Cada destacamento sólo debe contar consigo mismo; debe tener su propia dirección, sino ocurriría que después de haberse apoderado del edificio de correos, por ejemplo, carecieran totalmente de víveres. Toda tentativa de centralizar y jerarquizar esos destacamentos lleva ineluctablemente a la burocratización, que, en tiempos de guerra, es doblemente temible: primero, porque haría creer falsamente a los jefes de los destacamentos que alguien debe mandarlos necesariamente, mientras que, al contrario, hay que inculcarles la seguridad de que disponen la mayor libertad de movimiento e iniciativa; segundo, porque la burocratización, ligada al sistema jerárquico, le quitaría a los destacamentos sus mejores elementos para las necesidades de todo estado mayor. Desde el primer momento de la insurrección, esos estados mayores permanecerán flotando en el aire, mientras que los destacamentos, a la espera de órdenes superiores, se verían consagrados a la inacción y a pérdidas de tiempo que volverían certero el fracaso de la insurrección. Tales son las razones por las que el desdén de los militares profesionales hacia las organizaciones “caóticas” de partisanos debe ser condenado como un prejuicio antirrealista, anticientífico y antimarxista.
Igualmente, después de la toma del poder en los principales centros del país, los destacamentos de partisanos pueden jugar un papel extremadamente eficaz en campo raso. Basta con recordar el apoyo que los destacamentos de partisanos le brindaron al Ejército Rojo y a la Revolución, actuando a la retaguardia contra las tropas alemanas en Ucrania y a la retaguardia contra las tropas de Kolchak en Siberia. Sin embargo, queda definitivamente adquirido como regla que el poder revolucionario pone manos a la obra enseguida para incorporar los mejores destacamentos de partisanos y sus elementos más confiables al sistema de una organización militar regular. De otro modo, estos destacamentos de partisanos se transformarían indudablemente en factores de desorden capaces de degenerar en bandas armadas al servicio de los elementos de la pequeña burguesía anarquizantes, sublevados contra el Estado proletario. Tenemos bastantes ejemplos de esto. Es verdad que, entre los partisanos rebeldes a la organización militar regular, hubo también algunos héroes. Citemos los nombres de Siverss[7] y de Kikvidsé[8]. Podría nombrar a muchos otros. Siverss y Kikvidsé combatieron y murieron como héroes. Y hoy, a la luz de sus inmensos méritos, respecto a la Revolución, empalidece, hasta el punto de desaparecer, cualquier aspecto negativo de su acción como partisanos. Pero, en ese momento, era indispensable combatir todo lo que había de negativo en ellos. A este precio solamente, podíamos lograr organizar el Ejército Rojo y ponerlo en condiciones de conseguir victorias decisivas.
Una vez más, advierto sobre una confusión de terminología, porque, la mayoría de las veces, esconde una confusión de nociones. También, advierto contra los errores que se puede cometer negándose a plantear la cuestión de la insurrección de modo claro y valiente, con el pretexto de que la situación varía y se modifica continuamente. En una apariencia exterior, esto remite curiosamente a la dialéctica; de todos modos, lo tomamos de buena gana como tal. Pero, en realidad, no lo es para nada. El pensamiento dialéctico es como un resorte, y los resortes están hechos de acero templado. Las dudas y las reservas no deciden y no enseñan nada en absoluto. Cuando se destaca claramente la idea esencial, las reservas y las restricciones pueden ponerse lógicamente alrededor de ella. Si únicamente se toman en cuenta las reservas, el resultado en la teoría será la confusión y en la práctica, el caos. Ahora bien, confusión y caos no tienen nada en común con la dialéctica. En realidad, una pseudodialéctica de este tipo esconde, la mayoría de las veces, sentimientos socialdemócratas o estúpidos frente a la revolución, como frente a algo que sucede por fuera de nosotros. En estas condiciones, no se puede tratar de concebir la insurrección como una arte. Y sin embargo, precisamente es la teoría de ese arte lo que queremos estudiar.
Todos los temas a los que nos referimos deben ser meditados, trabajados, formulados. Deben volverse parte integrante de nuestra instrucción y educación militar. La relación entre estas cuestiones y los problemas de la defensa de la República de los Soviets es indiscutible. Nuestros enemigos siguen machacando con que el Ejército Rojo supuestamente tendría como tarea la de provocar artificialmente movimientos revolucionarios en otros países, con el fin de hacerlos triunfar por medio de la fuerza de sus bayonetas. Inútil es decir que esta caricatura no tiene nada en común con la política que perseguimos. Sobre todo, estamos totalmente interesadas en la conservación de la paz, lo demostramos con nuestra actitud, con las concesiones que hacemos en los tratados y por la reducción progresiva de los efectivos de nuestro ejército. Pero estamos bastante imbuidos de realismo revolucionario para darnos cuenta claramente de que nuestros enemigos tratarán todavía de tantearnos con sus armas. Y si bien estamos lejos de la idea de forzar, con medidas militares artificiales, el desarrollo de la Revolución, en cambio estamos seguros de que a la guerra de los Estados capitalistas contra la Unión Soviética le seguirán conmociones violentas y sociales, preludios de la guerra civil, en los países de nuestros enemigos.
Debemos saber combinar la guerra defensiva que será impuesta a nuestro Ejército Rojo con la guerra civil en el campo enemigo. Con este objetivo, el reglamento de la guerra civil debe transformarse en uno de los elementos necesarios de una clase superior de manual militar revolucionario.
León Trotsky – 29 de julio de 1924.
[1] Para profundizar este tema, recomendamos el libro Cómo se armó la revolución (selección de escritos militares) de León Trotsky, editado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”, Buenos Aires, Ediciones del IPS, 2006.
[2] En junio de 1923, el gobierno búlgaro del jefe campesino Stambulinsky, fue derrocado militarmente por fuerzas reaccionarias, encabezadas por Zankov, posteriormente jefe del fascismo búlgaro. Caracterizando la situación como una lucha entre camarillas burguesas y olvidando tanto el problema campesino como el nacional (los macedonios), el Partido Comunista se declaró neutral. Una vez triunfante, el régimen de Zankov sometió a los comunistas a una feroz persecución, declarándolo ilegal. Koralov, representante oficial de los comunistas búlgaros en Moscú, negó, sin embargo, que el partido hubiese sufrido una derrota. En septiembre del mismo año, desatendiendo el cambio producido en la situación como resultado de su pasividad en junio, los comunistas trataron de reivindicarse con un “putch” aventurero, que fracasó
[3] Rosa Luxemburgo (1871-1919) fue una gran teórica del comunismo alemán y autora de varios libros sobre economía, política y otras cuestiones. Nació en Polonia, y debió emigrar a Suiza por sus actividades revolucionarias. En 1893 fundó el Partido Socialdemócrata Polaco. En 1897, comenzó a participar en el movimiento socialista alemán. Inició, junto a Mehring y Plejanov, la lucha contra el revisionismo en la II Internacional. En el Congreso de 1907 del partido ruso, apoyó a los bolcheviques contra los mencheviques en todos los problemas claves de la Revolución Rusa. Propuso junto a Lenin la resolución revolucionaria contra la guerra en el Congreso de Stuttgart de la Segunda Internacional. En prisión desde 1915, fue una de las fundadoras de la Liga Espartaco. Fue liberada en 1918, luego de la revolución y participó en la creación del Partido Comunista. Fue arrestada y asesinada junto a Karl Liebknecht en enero de 1919.
[4] Heinrich Brandler (1877-1967) -de origen obrero (albañil). Viejo militante del partido socialdemócrata alemán. Durante la guerra imperialista (1914-1918) adoptó la posición de la izquierda, adhiriéndose a la fracción de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Fue uno de los principales organizadores y dirigentes del Partido Comunista Alemán (KPD). Debido a los acontecimientos de marzo de 1921 fue condenado a cinco años de prisión, pero logró huir a la Rusia soviética. Después de la amnistía de 1922, volvió a Alemania y se transformó en el principal dirigente del KPD, que dirigió hasta la derrota de la revolución alemana en el otoño de 1923. A principios de 1924, durante el congreso del Partido en Francfort, la táctica llevada adelante por Brandler y sus amigos durante los acontecimientos revolucionarios de 1923, sufrió la crítica hiriente del ala izquierda, que siempre se había opuesto al comité central del Partido, que encabezaba Brandler. Durante este congreso, la tendencia de izquierda tuvo la mayoría absoluta, y la dirección de partido se pasó a ella. La táctica del viejo Comité Central del Partido alemán también fue examinada en el momento de V° Congreso de Internacional Comunista (ver el informe taquigráfico de los trabajos de V° Congrès de la I.C.). Para detalles más amplios ver la presentación de “Los cinco primeros años de la Internacional Comunista” y el artículo: “¿Podemos determinar el plazo de una revolución o de una contrarrevolución?”. (Nota de la versión francesa).
[5] Augusto Thalheimer (1884-1948), como Brandler, fue uno de los más próximos a Rosa Luxemburgo y a los fundadores de la Liga Espartaco. Junto con Brandler fue el organizador del KPD (partido comunista alemán) y su principal teórico. Hasta el Congreso de Partido de Francfort era miembro y el redactor principal del órgano del partido Rote Fahne; en 1924, dirige la sección propagandística de la Internacional Comunista. (Nota de la versión francesa).
[6] La paz de Brest Litovsk (1918) puso fin a la guerra entre la Rusia revolucionaria y la Alemania imperialista. Rusia debió conceder grandes indemnizaciones y abandonar gran parte de su territorio. Trotsky aprovechó las negociaciones, demorándolas todo lo posible, para desarrollar las posiciones revolucionarias y permitir al proletariado alemán que saliera de los vapores creados por la guerra. En las circunstancias por las que atravesaba Rusia, señaló Lenin, era imposible llevar adelante una guerra revolucionaria. La revolución necesi-taba un período de paz para consolidarse y crear sus propias fuerzas armadas.
[7] Siverss era el organizador de los destacamentos de partisanos, quien encabezaba una infatigable guerra de guerrilla contra la contrarrevolución del sur. En noviembre de 1918 fue herido de muerte durante la batalla de Balachov. (Sobre la hazaña Siverss consultar la obra de Antonov-Ovseenko “Notas sobre la guerra civil”, tomo I, aparecido en 1924). – Nota Å’uvre. (Nota de la versión francesa).
[8] La VI° división, que recibió más tarde el nombre de división Kikvidzé, fue formada el 16 de mayo de 1918 bajo la dirección del compañero Kikvidzé. Esta división realizó numerosas proezas. Luchaba contra Petlioura, contra los alemanes y contra las tropas de Krasnov. El compañero Kikvidzé fue asesinado el 11 de enero de 1919 en la granja Zoubrilovo, en la región del Don. Desde ese momento la división ha sido bautizada división Kikvidzé en honor a este dirigente.
[Nota complementaria de L. Trotsky, en “Cómo se armó la revolución"]. Después de la muerte del compañero Kikvidzé, la división continuó combatiendo, con éxito, en el frente Meridional. La división mantuvo su capacidad de combate en el momento de la ofensiva de Denikin. Durante las batallas del otoño de 1919 venció a grandes unidades enemigas en los alrededores de Davidovka, Lougansk, Litzki y en otros lugares. En el invierno de 1919-1920 luchó contra el enemigo en Bataisk y en Olginsk. El 2 de marzo de 1920, la división capturó Bataisk. Cuando Denikin se retiró, una brigada de esta división fue la primera en entrar en Novorossiisk, por esto fue condecorada con la Orden de la Bandera Roja. En mayo de 1920 la división fue trasladada al Frente Occidental: participó en la intervención revolucionaria en el frente polaco en julio de 1920 y en la marcha sobre Varsovia. La paz con Polonia encontró a la división en la región de Minsk. (Nota de la versión francesa).
Por eso, en este terreno, menos que en otro, no podemos tolerar la deformación de nociones esenciales. Vimos a compañeros intentar objeciones de un escepticismo incoherente respecto al momento de la insurrección. Esos camaradas no hacen más que demostrar así que no saben plantear como marxistas la cuestión de la insurrección en el terreno del arte militar. Basados en su tesis, invocan como argumento que, en el embrollo de una situación extremadamente compleja y variable, es imposible atarse de antemano a una decisión anticipada. Pero, si debemos atenernos a esos lugares comunes, habrá que renunciar, por lo tanto, a los planes y a las fechas de las operaciones militares, ya que en la guerra sucede que la situación cambia bruscamente y de improviso. Un plan de operaciones militares no se realiza nunca en una proporción del 100%, hay que considerarse dichoso si, en el curso de su ejecución, se realiza en un 25%. Pero el jefe militar que se base en eso para negar de modo general la utilidad de un plan de campaña merecería simplemente que le pongamos el chaleco de fuerza. En todos los casos, recomiendo atenerse a este método como el más justo y lógico: para empezar, formulamos las reglas generales de muestro reglamento de la guerra civil y vemos a continuación qué podemos suprimir o reservar. Pero si comenzamos por las eliminaciones, las reservas, las desviaciones, las dudas, las vacilaciones, jamás llegaremos a conclusiones.
Un camarada ha cuestionado la observación que yo hice con respecto a la evolución de la organización militar del partido en el período de preparación revolucionaria, durante la insurrección y luego de la toma del poder. Según ese compañero, la existencia de destacamentos de partisanos no se debería tolerar, solamente se necesitarían formaciones militares regulares. Los destacamentos de partisanos, nos dijo, son organizaciones caóticas… Al escuchar sus palabras, yo estaba a punto de desesperarme. En efecto, ¿con qué rima esta detestable arrogancia doctrinaria? Si los destacamentos de partisanos son organizaciones caóticas, hay que reconocer entonces que desde ese punto de vista puramente formal, la revolución es también un caos. Ahora bien, en el primer período de la revolución, estamos totalmente obligados a apoyarnos exclusivamente en destacamentos de este tipo. Se nos objeta que esos destacamentos deben estar constituidos sobre el mismo modelo. Si con eso se quiere decir que, en la guerra de partisanos, no se debe descuidar ninguno de los elementos de orden y de método factible a este tipo de guerra, estamos completamente de acuerdo. Pero si piensan en una organización militar jerarquizada, centralizada y constituida antes de que tenga lugar la insurrección, eso es una utopía que, en el caso en que se la quiera hacer realidad, correrá el riesgo de ser fatal. Si, con la ayuda de una organización militar clandestina, me apodero de una ciudad (objetivo parcial en el conjunto de un plan para la toma del poder en el país), reparto mi tarea en objetivos particulares (ocupación de los edificios gubernamentales, las estaciones, el correo, el telégrafo, las imprentas) y confío la ejecución de cada una de esas misiones a los jefes de los pequeños destacamentos iniciados anteriormente a los objetivos que les son asignados. Cada destacamento sólo debe contar consigo mismo; debe tener su propia dirección, sino ocurriría que después de haberse apoderado del edificio de correos, por ejemplo, carecieran totalmente de víveres. Toda tentativa de centralizar y jerarquizar esos destacamentos lleva ineluctablemente a la burocratización, que, en tiempos de guerra, es doblemente temible: primero, porque haría creer falsamente a los jefes de los destacamentos que alguien debe mandarlos necesariamente, mientras que, al contrario, hay que inculcarles la seguridad de que disponen la mayor libertad de movimiento e iniciativa; segundo, porque la burocratización, ligada al sistema jerárquico, le quitaría a los destacamentos sus mejores elementos para las necesidades de todo estado mayor. Desde el primer momento de la insurrección, esos estados mayores permanecerán flotando en el aire, mientras que los destacamentos, a la espera de órdenes superiores, se verían consagrados a la inacción y a pérdidas de tiempo que volverían certero el fracaso de la insurrección. Tales son las razones por las que el desdén de los militares profesionales hacia las organizaciones “caóticas” de partisanos debe ser condenado como un prejuicio antirrealista, anticientífico y antimarxista.
Igualmente, después de la toma del poder en los principales centros del país, los destacamentos de partisanos pueden jugar un papel extremadamente eficaz en campo raso. Basta con recordar el apoyo que los destacamentos de partisanos le brindaron al Ejército Rojo y a la Revolución, actuando a la retaguardia contra las tropas alemanas en Ucrania y a la retaguardia contra las tropas de Kolchak en Siberia. Sin embargo, queda definitivamente adquirido como regla que el poder revolucionario pone manos a la obra enseguida para incorporar los mejores destacamentos de partisanos y sus elementos más confiables al sistema de una organización militar regular. De otro modo, estos destacamentos de partisanos se transformarían indudablemente en factores de desorden capaces de degenerar en bandas armadas al servicio de los elementos de la pequeña burguesía anarquizantes, sublevados contra el Estado proletario. Tenemos bastantes ejemplos de esto. Es verdad que, entre los partisanos rebeldes a la organización militar regular, hubo también algunos héroes. Citemos los nombres de Siverss[7] y de Kikvidsé[8]. Podría nombrar a muchos otros. Siverss y Kikvidsé combatieron y murieron como héroes. Y hoy, a la luz de sus inmensos méritos, respecto a la Revolución, empalidece, hasta el punto de desaparecer, cualquier aspecto negativo de su acción como partisanos. Pero, en ese momento, era indispensable combatir todo lo que había de negativo en ellos. A este precio solamente, podíamos lograr organizar el Ejército Rojo y ponerlo en condiciones de conseguir victorias decisivas.
Una vez más, advierto sobre una confusión de terminología, porque, la mayoría de las veces, esconde una confusión de nociones. También, advierto contra los errores que se puede cometer negándose a plantear la cuestión de la insurrección de modo claro y valiente, con el pretexto de que la situación varía y se modifica continuamente. En una apariencia exterior, esto remite curiosamente a la dialéctica; de todos modos, lo tomamos de buena gana como tal. Pero, en realidad, no lo es para nada. El pensamiento dialéctico es como un resorte, y los resortes están hechos de acero templado. Las dudas y las reservas no deciden y no enseñan nada en absoluto. Cuando se destaca claramente la idea esencial, las reservas y las restricciones pueden ponerse lógicamente alrededor de ella. Si únicamente se toman en cuenta las reservas, el resultado en la teoría será la confusión y en la práctica, el caos. Ahora bien, confusión y caos no tienen nada en común con la dialéctica. En realidad, una pseudodialéctica de este tipo esconde, la mayoría de las veces, sentimientos socialdemócratas o estúpidos frente a la revolución, como frente a algo que sucede por fuera de nosotros. En estas condiciones, no se puede tratar de concebir la insurrección como una arte. Y sin embargo, precisamente es la teoría de ese arte lo que queremos estudiar.
Todos los temas a los que nos referimos deben ser meditados, trabajados, formulados. Deben volverse parte integrante de nuestra instrucción y educación militar. La relación entre estas cuestiones y los problemas de la defensa de la República de los Soviets es indiscutible. Nuestros enemigos siguen machacando con que el Ejército Rojo supuestamente tendría como tarea la de provocar artificialmente movimientos revolucionarios en otros países, con el fin de hacerlos triunfar por medio de la fuerza de sus bayonetas. Inútil es decir que esta caricatura no tiene nada en común con la política que perseguimos. Sobre todo, estamos totalmente interesadas en la conservación de la paz, lo demostramos con nuestra actitud, con las concesiones que hacemos en los tratados y por la reducción progresiva de los efectivos de nuestro ejército. Pero estamos bastante imbuidos de realismo revolucionario para darnos cuenta claramente de que nuestros enemigos tratarán todavía de tantearnos con sus armas. Y si bien estamos lejos de la idea de forzar, con medidas militares artificiales, el desarrollo de la Revolución, en cambio estamos seguros de que a la guerra de los Estados capitalistas contra la Unión Soviética le seguirán conmociones violentas y sociales, preludios de la guerra civil, en los países de nuestros enemigos.
Debemos saber combinar la guerra defensiva que será impuesta a nuestro Ejército Rojo con la guerra civil en el campo enemigo. Con este objetivo, el reglamento de la guerra civil debe transformarse en uno de los elementos necesarios de una clase superior de manual militar revolucionario.
León Trotsky – 29 de julio de 1924.
[1] Para profundizar este tema, recomendamos el libro Cómo se armó la revolución (selección de escritos militares) de León Trotsky, editado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”, Buenos Aires, Ediciones del IPS, 2006.
[2] En junio de 1923, el gobierno búlgaro del jefe campesino Stambulinsky, fue derrocado militarmente por fuerzas reaccionarias, encabezadas por Zankov, posteriormente jefe del fascismo búlgaro. Caracterizando la situación como una lucha entre camarillas burguesas y olvidando tanto el problema campesino como el nacional (los macedonios), el Partido Comunista se declaró neutral. Una vez triunfante, el régimen de Zankov sometió a los comunistas a una feroz persecución, declarándolo ilegal. Koralov, representante oficial de los comunistas búlgaros en Moscú, negó, sin embargo, que el partido hubiese sufrido una derrota. En septiembre del mismo año, desatendiendo el cambio producido en la situación como resultado de su pasividad en junio, los comunistas trataron de reivindicarse con un “putch” aventurero, que fracasó
[3] Rosa Luxemburgo (1871-1919) fue una gran teórica del comunismo alemán y autora de varios libros sobre economía, política y otras cuestiones. Nació en Polonia, y debió emigrar a Suiza por sus actividades revolucionarias. En 1893 fundó el Partido Socialdemócrata Polaco. En 1897, comenzó a participar en el movimiento socialista alemán. Inició, junto a Mehring y Plejanov, la lucha contra el revisionismo en la II Internacional. En el Congreso de 1907 del partido ruso, apoyó a los bolcheviques contra los mencheviques en todos los problemas claves de la Revolución Rusa. Propuso junto a Lenin la resolución revolucionaria contra la guerra en el Congreso de Stuttgart de la Segunda Internacional. En prisión desde 1915, fue una de las fundadoras de la Liga Espartaco. Fue liberada en 1918, luego de la revolución y participó en la creación del Partido Comunista. Fue arrestada y asesinada junto a Karl Liebknecht en enero de 1919.
[4] Heinrich Brandler (1877-1967) -de origen obrero (albañil). Viejo militante del partido socialdemócrata alemán. Durante la guerra imperialista (1914-1918) adoptó la posición de la izquierda, adhiriéndose a la fracción de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Fue uno de los principales organizadores y dirigentes del Partido Comunista Alemán (KPD). Debido a los acontecimientos de marzo de 1921 fue condenado a cinco años de prisión, pero logró huir a la Rusia soviética. Después de la amnistía de 1922, volvió a Alemania y se transformó en el principal dirigente del KPD, que dirigió hasta la derrota de la revolución alemana en el otoño de 1923. A principios de 1924, durante el congreso del Partido en Francfort, la táctica llevada adelante por Brandler y sus amigos durante los acontecimientos revolucionarios de 1923, sufrió la crítica hiriente del ala izquierda, que siempre se había opuesto al comité central del Partido, que encabezaba Brandler. Durante este congreso, la tendencia de izquierda tuvo la mayoría absoluta, y la dirección de partido se pasó a ella. La táctica del viejo Comité Central del Partido alemán también fue examinada en el momento de V° Congreso de Internacional Comunista (ver el informe taquigráfico de los trabajos de V° Congrès de la I.C.). Para detalles más amplios ver la presentación de “Los cinco primeros años de la Internacional Comunista” y el artículo: “¿Podemos determinar el plazo de una revolución o de una contrarrevolución?”. (Nota de la versión francesa).
[5] Augusto Thalheimer (1884-1948), como Brandler, fue uno de los más próximos a Rosa Luxemburgo y a los fundadores de la Liga Espartaco. Junto con Brandler fue el organizador del KPD (partido comunista alemán) y su principal teórico. Hasta el Congreso de Partido de Francfort era miembro y el redactor principal del órgano del partido Rote Fahne; en 1924, dirige la sección propagandística de la Internacional Comunista. (Nota de la versión francesa).
[6] La paz de Brest Litovsk (1918) puso fin a la guerra entre la Rusia revolucionaria y la Alemania imperialista. Rusia debió conceder grandes indemnizaciones y abandonar gran parte de su territorio. Trotsky aprovechó las negociaciones, demorándolas todo lo posible, para desarrollar las posiciones revolucionarias y permitir al proletariado alemán que saliera de los vapores creados por la guerra. En las circunstancias por las que atravesaba Rusia, señaló Lenin, era imposible llevar adelante una guerra revolucionaria. La revolución necesi-taba un período de paz para consolidarse y crear sus propias fuerzas armadas.
[7] Siverss era el organizador de los destacamentos de partisanos, quien encabezaba una infatigable guerra de guerrilla contra la contrarrevolución del sur. En noviembre de 1918 fue herido de muerte durante la batalla de Balachov. (Sobre la hazaña Siverss consultar la obra de Antonov-Ovseenko “Notas sobre la guerra civil”, tomo I, aparecido en 1924). – Nota Å’uvre. (Nota de la versión francesa).
[8] La VI° división, que recibió más tarde el nombre de división Kikvidzé, fue formada el 16 de mayo de 1918 bajo la dirección del compañero Kikvidzé. Esta división realizó numerosas proezas. Luchaba contra Petlioura, contra los alemanes y contra las tropas de Krasnov. El compañero Kikvidzé fue asesinado el 11 de enero de 1919 en la granja Zoubrilovo, en la región del Don. Desde ese momento la división ha sido bautizada división Kikvidzé en honor a este dirigente.
[Nota complementaria de L. Trotsky, en “Cómo se armó la revolución"]. Después de la muerte del compañero Kikvidzé, la división continuó combatiendo, con éxito, en el frente Meridional. La división mantuvo su capacidad de combate en el momento de la ofensiva de Denikin. Durante las batallas del otoño de 1919 venció a grandes unidades enemigas en los alrededores de Davidovka, Lougansk, Litzki y en otros lugares. En el invierno de 1919-1920 luchó contra el enemigo en Bataisk y en Olginsk. El 2 de marzo de 1920, la división capturó Bataisk. Cuando Denikin se retiró, una brigada de esta división fue la primera en entrar en Novorossiisk, por esto fue condecorada con la Orden de la Bandera Roja. En mayo de 1920 la división fue trasladada al Frente Occidental: participó en la intervención revolucionaria en el frente polaco en julio de 1920 y en la marcha sobre Varsovia. La paz con Polonia encontró a la división en la región de Minsk. (Nota de la versión francesa).
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