Cerco al bastión de Gadafi en el desierto
Las fuerzas del Consejo Nacional rodean Bani Walid, el último gran refugio del dictador en el interior.- Los rebeldes aseguran que un hijo del coronel ha muerto
JUAN MIGUEL MUÑOZ | Bani Walid (Enviado especial) 04/09/2011
Los milicianos estaban tranquilos y, ahora disciplinados, aguardaban las órdenes de sus comandantes en pleno desierto, a unos 20 kilómetros al norte de Bani Walid, la ciudad libia que rodeaban este domingo los rebeldes, a centenar y medio de kilómetros al sureste de Trípoli. Sospechan que en esta población de 50.000 habitantes se esconde alguno de los hijos más odiados -Saif al Islam y Mutasim- de Muamar el Gadafi. El deseo de liberar la localidad se mezcla con el temor. Un millar de milicianos, muchos de ellos naturales de la localidad, esperaban que los líderes tribales enarbolaran bandera blanca. Pero colapsadas las negociaciones, evitar un baño de sangre es una prioridad. "Tenemos miedo de que si asaltamos la ciudad, los gadafistas puedan matar a mucha gente", dice Taha Zauan, un ingeniero desempleado de 30 años que sabe que sus familiares pueden ser víctimas de una de las últimas batallas de esta guerra, que pronto cumplirá siete meses.
En la mediterránea Sirte, cuna de Gadafi, hubo alguna escaramuza. En Jufra, en el suroeste, y en la meridional Sabha, los insurrectos también han iniciado el asedio. Antes eran Misrata, Bengasi o Ajdabiya las ciudades sitiadas por las tropas leales a Gadafi. Ahora son ellos los asediados. La guerra ha dado un vuelco radical. El dictador fue expulsado de su baluarte tripolitano hace 12 días, parte de su familia se fugó a Argelia y la guerra se limitó a pocos enclaves.
Los combates han sido escasos en los últimos días -"este domingo dispararon a gente que colocaba en sus casas la bandera tricolor", aseguraba el rebelde Anas el Judary-, y aunque la espera desespere a algunos sublevados, se pretende a toda costa liberar las ciudades sin más pérdidas de vidas. De ahí que los mandos sublevados negocien con los líderes tribales de Bani Walid para que entreguen la ciudad.
A 20 kilómetros al norte de esta población, los shabab (muchachos) descansan y rezan. El trasiego de vehículos militares con sus ametralladoras montadas es escaso. Ya cercan Bani Walid por los cuatro costados. Mohamed y media docena de hombres reemplazan munición en la cadena de la ametralladora. "Los proyectiles de 12,8 milímetros se atascan. Hay que colocar los de 12,7 milímetros", explica Mohamed, vestido de camuflaje, un atuendo cada vez más extendido.
El calor es abrasador y en Bani Walid las deben estar pasando canutas. Desde el 21 de agosto no hay electricidad y las comunicaciones han sido cortadas. Los sublevados contactan con un par de rebeldes que disponen de teléfono por satélite, pero utilizarlo es peligroso porque se necesita estar al aire libre. Si los descubren las tropas gadafistas, saldrán mal parados. Los rebeldes piensan que los mercenarios y soldados del dictador tienen poco que perder. "Hay unos cien libios de Bani Walid que han cometido crímenes en Trípoli y en otros lugares desde el comienzo del alzamiento, y no quieren rendirse porque saben que les esperan muchos años de cárcel. Sabemos lo que hicieron porque tenemos vídeos, declaraciones de testigos y porque en esta ciudad todo el mundo se conoce", explica Taha Zauan. En esas circunstancias, el asalto entraña un peligro cierto. O así lo creen los alzados contra el coronel que ha regido Libia durante casi 42 años.
"Tenemos hermanos en Bani Walid", dice Abdalá. "Pueden hacer rehenes y tomar escudos humanos. Por eso vamos despacio. Antes tenemos que saber con precisión qué armas tienen y dónde se esconden. Utilizan escuelas y edificios públicos", añade Zauan. "La mayoría de la gente está deseando ver ondear nuestra bandera. Pero Gadafi necesita conservar Bani Walid para demostrar que disfruta del apoyo de la tribu Warfala", sentencia. Esta tribu es la más numerosa, un millón de los seis millones de libios. Sus miembros, no obstante, viven por toda Libia, y a comienzos de la revuelta muchos de sus jefes -la tribu se divide en medio centenar de clanes- expresaron su respaldo a la rebelión. Desde mediados de los años noventa del siglo pasado sus vínculos con el régimen se deterioraron por el reparto de cargos en las fuerzas de seguridad.
El ultimátum lanzado a los militares del depuesto régimen por el Consejo Nacional de Transición (CNT), el Gobierno ya reconocido por casi todo el mundo, supone un dilema. Es un riesgo porque hasta su vencimiento, el sábado, las tropas del autócrata pueden aprovechar para reagruparse, aunque eso es difícil que suceda, dados los innumerables controles que salpican las carreteras libias. Quiere el CNT evitar más muertes, pero tampoco puede permitirse que varias ciudades escapen a su control, cuando Libia necesita estabilidad como el agua. Sin especificar dónde, jefes rebeldes han asegurado este domingo conocer el lugar donde se esconde el fugitivo dictador, y que su hijo Jamis -comandante de la Brigada 32, una de las más sanguinarias- falleció en una batalla cerca de Trípoli. Si Gadafi es capturado, vivo o muerto, la liberación de Bani Walid y demás ciudades sitiadas puede ser más sencilla.
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