"Tal como lo prometí, nuestras tropas regresarán a finales de año", dijo en un anuncio. El presidente norteamericano da por terminada la guerra de EE UU en el país
Antonio Caño Washington 21 OCT 2011 - 20:45 CET40
Ahora sí, misión cumplida. “Después de nueve años, la guerra de Estados Unidos en Irak ha terminado”, anunció ayer el presidente Barack Obama. No lo hizo desde la solemnidad de un portaaviones, como George Bush el 1 de mayo de 2003, sino en la modesta sala de prensa de la Casa Blanca. Pero la principal diferencia entre uno y otro momento es que, esta vez de verdad, “todas las tropas norteamericanas estarán de vuelta a casa para las Navidades”.
Es el fin de un ciclo que ha condicionado la política exterior de EE UU y toda la seguridad mundial durante una década. Acaba una era en la que EE UU intentó imponer la democracia por la fuerza y concluye la aventura militar más desafortunada y aciaga desde la guerra de Vietnam. Este país se ha dejado en Irak más de 4.400 hombres, más de 1 billón de dólares y toneladas de prestigio con la pretexto de destruir un arsenal de armas de destrucción masiva que nunca existió. Obama pone fin a esa tragedia y decide hacerlo definitivamente, sin dejar un solo soldado en Irak. “Este diciembre será un tiempo de reflexión sobre todo lo ocurrido en esta guerra”, dijo Obama.
Hasta el último momento, se dio por hecho que la Administración norteamericana mantendría, una vez cumplida la retirada prevista para este año, un número considerable de los más de 40.000 soldados que aún allí, quizá varios miles. Pero varias discrepancias surgidas en la negociación con las autoridades iraquíes, especialmente la resistencia de éstas a reconocerle inmunidad al ejército estadounidense, unido a la voluntad de Obama de cerrar este episodio definitivamente, han servido para decidir que la retirada sea total.
Es una decisión de grandes implicaciones estratégicas. Sin soldados en Irak, EE UU pierde una base importante desde la que operar en Oriente Próximo, deja al Gobierno iraquí solo ante las todavía abundantes amenazas de violencia y abre el espacio para que la mayor potencia regional, Irán, intente incrementar su influencia. Pero, sobre todo eso, ha primado la convicción de que Irak se había convertido, por numerosas razones, en una empresa imposible y de que, pese a que Obama dijese ayer que “el último soldado saldrá con la cabeza alta”, EE UU no tiene ya ninguna gloria que obtener en ese país.
Corre el riesgo Obama de que esta medida sea interpretada como un repliegue de la política exterior norteamericana, como una prueba de que EE UU no puede actualmente hacer frente a varios conflictos al mismo tiempo. En parte, así es. La crisis económica pesa más que nada, y EE UU necesita invertir su dinero en casa. Pero igualmente importante es el hecho de que Obama intenta desarrollar un nuevo concepto del papel internacional de EE UU sin la carga que una operación como Irak significa.
El presidente aseguró que su Gobierno colaborando con el de Nuri al Maliki desde otro plano, como una relación entre iguales. “Todavía tendremos por delante días difíciles en Irak. EE UU continuará teniendo interés en que Irak sea un país estable y seguro”, dijo Obama, quien comunicó por vídeo su decisión al primer ministro iraquí antes de hacerla pública y le invitó a visitar Washington en diciembre para discutir esas otras formas de cooperación.
Maliki y la mayoría de los dirigentes iraquíes estaban interesados en que EE UU dejase varios miles de soldados para continuar con el adiestramiento del Ejército iraquí y garantizar que la violencia continuaba la tendencia decreciente que ha tenido en los últimos años. Pero uno de los principales aliados de Maliki en la actualidad, el clérigo shií Muqtada al-Sadr, se oponía a la presencia militar norteamericana y eso complicó la negociación de las últimas semanas. Washington había advertido que los soldados que se quedaran en Irak debían de tener garantizada plena inmunidad ante las leyes de ese país, algo que Maliki no fue capaz de conceder.
Maliki teme, además, que algunos grupos suníes actualmente menos activos aprovechen la retirada norteamericana para redoblar los ataques contra su Gobierno. Y unos y otros están preocupados de que Irán trate de llenar el vacío que pueda producirse. Obama aprovechó su intervención de ayer para hacer una advertencia en ese sentido. “Tendremos una alianza con Irak que contribuya a la seguridad regional y a la paz”, dijo, “al mismo tiempo que insistimos a otras naciones a que respeten la soberanía de Irak”.
El final definitivo de la presencia norteamericana en ese conflicto tiene otro aspecto relevante que lo conecta con la próxima salida escalonada de Afganistán e incluso con la reciente muerte de Muamar Gadafi y la caída de otras dictaduras en el mundo árabe. “La ola de la guerra está remitiendo”, manifestó Obama. Un mundo diferente está surgiendo, un mundo que probablemente no garantiza la paz ni elimina los riesgos de que otras guerras puedan estallar en diferentes lugares. Pero un mundo distinto que exige una conducta distinta a las naciones civilizadas y en el que batallas como las de Irak no caben, por vergonzosas e inútiles.
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