Con la caída de Sirte y la ejecución sumaria de Kadafi, uno de sus hijos y algunos exfuncionarios de su régimen ha concluido la guerra civil entre el bando “rebelde” del Consejo Nacional de Transición y otras milicias, apoyado por la OTAN, y los restos de las fuerzas leales a Kadafi. Aunque el régimen kadafista ya había colapsado y no tenía posibilidades de recomponer su poder luego de la pérdida de Trípoli, mientras Kadafi estuviera vivo existía la posibilidad de que sectores afines intentaran organizar una resistencia irregular. Con la desaparición de Kadafi esta perspectiva es mucho más improbable.
La gran mayoría de la población libia, que ha sufrido bajo su dictadura y que a principios de año se levantó contra el régimen, festejó en las calles su muerte y miles desfilaron ante su cadáver durante los cuatro días que estuvo expuesto en la cámara frigorífica de un centro comercial en la ciudad de Misrata.
Pero no solo celebraron las masas en Libia y en otros países sacudidos por la oleada de la “primavera árabe”. También lo hicieron Obama, Sarkozy, Cameron y sus aliados de la OTAN. Razones no les faltan.
Más allá de las especulaciones sobre cómo habría acontecido la muerte de Kadafi, y de los pedidos de investigación de rigor que hicieron la ONU y diversos gobiernos luego de conocerse las imágenes de su captura y posterior ejecución, no existen contradicciones entre el CNT y las potencias imperialistas a cargo de la misión de la OTAN sobre la necesidad de que el exdictador desaparezca de la escena. En caso de que Kadafi hubiera sido apresado y llevado a juicio, sin dudas hubiera ventilado los importantes servicios que le rindió a las grandes potencias, sobre todo desde que fue readmitido en la “comunidad internacional” en 2003 y hasta meses antes de su caída. Entre otras cosas, hubiera expuesto su colaboración con Gran Bretaña y Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo, los negocios que hicieron Francia y otros imperialistas vendiéndole armamentos y su amistad con Berlusconi, a quien ayudaba a mantener alejados a los inmigrantes africanos que trataban de llegar a Europa por el Mediterráneo.
El fracaso en encontrar una salida negociada dejó a la liquidación física de Kadafi como la alternativa más conveniente. En abril la OTAN ya había intentado sin éxito asesinarlo para poner fin a una guerra civil que se venía prolongando más de la cuenta. Dos días antes de la caída de Sirte, en su primera visita oficial a Libia, la Secretaria de Estado norteamericano, Hillary Clinton, declaró que Estados Unidos esperaba que Kadafi “sea capturado o asesinado pronto”. Por último, tanto el sitio a la ciudad de Sirte como el operativo en el que terminó muerto Kadafi fueron acciones coordinadas entre los bombardeos de la OTAN y las milicias “rebeldes”, a tal punto que Estados Unidos y Francia se han adjudicado parte del éxito de la operación, alegando que sus aviones, que atacaron los vehículos en que Kadafi intentaba huir de Sirte, jugaron un rol fundamental para terminar con su vida. Las potencias imperialistas usarán su intervención en la caída de Kadafi para hacer avanzar sus intereses económicos y geopolíticos con un costo relativamente bajo hasta el momento. Como dijo Obama en su discurso tras conocerse la muerte de Kadafi, el imperialismo logró sus objetivos “sin poner un solo soldado norteamericano en el terreno”. A diferencia de Irak o Afganistán, en Libia las potencias occidentales no aparecen formalmente como ocupantes, gracias a la cobertura que le da la dirección proimperialista del CNT que actuó de hecho como “tropa terrestre” de la intervención de la OTAN y ahora se apresta para conformar un gobierno cliente.
Una situación compleja
La caída definitiva de Kadafi cerró un capítulo pero está lejos de haber puesto punto final a la crisis libia. Incluso muchos analistas temen que una vez desaparecido el enemigo común se intensifiquen las divisiones al interior del bando “rebelde”, entre ellas la rivalidad entre el CNT de Bengasi con las milicias de Misrata y Trípoli, los enfrentamientos entre fuerzas islamistas y seculares, con el trasfondo de las jugosas oportunidades de negocios para quien se quede con la mayor cuota de poder.
Estas disputas explican gran parte de las circunstancias que rodearon el asesinato de Kadafi y su traslado a Misrata. Como contrapartida, el presidente del CNT y ex funcionario kadafista, Mustafa Abdel Jalil, decidió declarar la “liberación” de Libia desde Bengasi, en lugar de hacerlo desde Trípoli, además de definir el carácter islámico moderado del futuro estado. A esto se suma el hecho de que las diferentes milicias han sido financiadas por diversos sectores de la burguesía local y entrenadas por países como Qatar que esperan obtener un beneficio por su participación en la caída de Kadafi.
Hasta el momento, el CNT viene imponiéndose por haber surgido del este del país, donde se concentra la riqueza petrolera, y por contar con el respaldo político de las potencias imperialistas y la “comunidad internacional” que lo ha reconocido como el único gobierno legítimo de Libia, y haber sido instrumental a la intervención de la OTAN.
Sin embargo, el CNT no tiene la suficiente legitimidad interna para liderar la “transición” hacia un nuevo régimen con una pátina democrático burguesa, que incluye la redacción de una nueva constitución, proceso que se estima demorará al menos dos años, teniendo en cuenta que bajo Kadafi no existían los partidos políticos. En principio el CNT deberá transformarse en una institución más amplia que incluya representaciones de otras regiones y, sobre todo, incorpore a la mayor cantidad de ex miembros del aparato de poder kadafista para evitar que su marginación los empuje a la insurgencia, como ocurrió en Irak. A su vez tendrá la ardua tarea de desarmar las milicias irregulares o integrarlas a las fuerzas de seguridad estatales.
Mientras tanto ya ha comenzado la carrera entre las compañías petroleras de las distintas potencias –principalmente la italiana Eni y la francesa Total- que esperan que se restablezca la “seguridad” para recuperar la producción diaria de petróleo de alrededor de 1,5 millones de barriles y quedarse con la parte del león de las reservas libias, una de las más importantes del continente africano.
No hay triunfo “democrático” con la intervención imperialista
Ningún trabajador o joven explotado tiene motivos para llorar la caída y muerte de Kadafi. Lejos de haber sido un “mártir” que murió “enfrentando al imperialismo” como afirmó Chávez, Kadafi estableció un régimen despótico y represivo que no solo había dejado atrás sus iniciales pretensiones “nacionalistas”, abriendo el negocio del petróleo a las grandes corporaciones, sino que se había transformado en colaborador abierto de las potencias imperialistas, sobre todo desde principios de la década de 2000.
Por el contrario, la LIT (cuyo principal partido es el PSTU de Brasil) sigue sosteniendo ante la muerte de Kadafi que estamos ante “una tremenda victoria democrática del pueblo libio” con la “contradicción que representa la intervención de la OTAN”. En el mismo sentido, la UIT, tendencia internacional en la que se referencian los compañeros de Izquierda Socialista, afirman que “en Libia hubo un triunfo de una revolución democrática, que es parte de la “primavera árabe” que se inició en Túnez y Egipto”. Desde el PTS y la FT venimos polemizando en diversos artículos con estas posiciones.
Contra los defensores de Kadafi, sostenemos que las condiciones de pobreza y opresión llevaron a las masas populares libias a levantarse contra su brutal dictadura en febrero, alentadas por los ejemplos de Túnez y Egipto. Sin embargo, la intervención de la OTAN bajo cobertura “humanitaria” y legitimada por la dirección proimperialista del CNT, evitó una eventual caída revolucionaria de Kadafi. Lejos de representar un “enorme triunfo democrático” o un avance para las masas de la región, Libia se ha transformado en un nuevo laboratorio de intervención de las potencias imperialistas en defensa de sus intereses y para legitimarse y poder torcer el curso de la “primavera árabe”. Negar esta realidad o relegarla a una contradicción menor, no hace más que alimentar la ilusión de que el imperialismo puede terminar siendo el instrumento para lograr un triunfo popular. Al contrario, la tarea de los revolucionarios es desnudar ante las masas el carácter profundamente contrarrevolucionario del imperialismo, sobre todo cuando pretende recubrirse y ocultar sus objetivos con una máscara “democrática” o “humanitaria”. Kadafi cayó pero las masas libias no han triunfado, seguirán dominadas por las potencias imperialistas y sus agentes locales del CNT o del gobierno cliente que surja para garantizar los negocios capitalistas y restablecer la “seguridad”. Eso no quiere decir que no existan contradicciones. Es probable y esperable que el choque de las aspiraciones democráticas y de cambios profundos de las amplias masas con la realidad cree las condiciones para que emerja la lucha contra el imperialismo y su gobierno títere. A esta perspectiva apostamos los revolucionarios.
26-10-2011
|