En su crítica al libro de Christian Castillo, Rieznik planteaba como objetivo “desarrollar contribuciones a un debate clarificador de la izquierda”, y agregaba, “de cara a los desafíos que presenta el curso abierto por el Frente”. Su última respuesta parece apuntar en el sentido contrario, ahora sostiene que en realidad su interés era confrontar “relatos” pero al mismo tiempo se aventura en gruesas afirmaciones sin tomarse el trabajo de argumentar demasiado. Nos llama la atención que no realice siquiera el intento de responder –aunque sea formalmente– dos de nuestros planeos principales en el artículo anterior, a saber: a) el debate –necesario y urgente– sobre el método para la reconstrucción de la IV internacional, y ligado a esto, lo que modestamente criticamos como estancamiento del agrupamiento internacional del que forma parte el PO –la CRCI– en momentos en que se profundiza una crisis histórica del capitalismo; b) la necesidad –también acuciante– de avanzar en el desarrollo de una corriente clasista, y en perspectiva revolucionaria, en el movimiento obrero, y la falta de una orientación en este sentido por parte del PO durante todos estos años donde justamente se está desarrollando el “sindicalismo de base” como principal fenómeno en la clase obrera que plantea una oportunidad clave para quienes queremos poner en pie un partido revolucionario.
El balance del 2001, el debate sobre política y los métodos que criticamos del PO en la ANP o la ANT, etc., son importantes polémicas sobre el pasado pero que solo tienen sentido –lo repetimos– si sirven para avanzar en debate franco sobre las tareas de los revolucionarios hoy. En el mismo sentido, consideramos que el capital político conquistado por el FIT es necesario ponerlo en función de la gran tarea de construir un partido revolucionario en la Argentina, como parte de avanzar en la reconstrucción de la IV Internacional, por eso mismo consideramos necesario avanzar en el debate.
¿Cuál es la relevancia estratégica hoy del balance del 2001?
En nuestro artículo decíamos: “el 19 y 20 de diciembre de 2001 faltó un partido revolucionario que pudiera contar con una fracción significativa en los sindicatos, capaz de llamar al frente único obrero y a la huelga general política, que lograse superar la contención de la burocracia haciendo que las organizaciones obreras pudiesen oficiar de dirección de las masas movilizadas en las calles derrotando a las fuerzas policiales”. Rieznik recorta el último renglón y exclama ¡socorro foquismo! ¡esto es foquismo! Como él bien sabe ni Giap, ni el “Che”, ni Marighela, tenían entre sus preocupaciones centrales el conformar fracciones en los sindicatos. Pero “casualmente” esta es la discusión que se pretende evadir en el debate con el sofisticado “argumento” del “copy-paste”.
Rieznik se pregunta para qué derrotar a la policía, para qué una fracción en los sindicatos, si total De la Rúa cayó sin que esto fuera necesario. Lamentablemente le tenemos que explicar que cuando hablamos de “lo que faltó” el 19 y 20 no nos referimos a lo que faltó para tirar a De la Rúa –pregunta que sería ridícula– o para tomar el poder el 20 de diciembre, sino a lo que faltó para quedar en mejor relación de fuerzas para evitar que fuera el proceso contenido fácilmente por el PJ y la burocracia, y lograr hacer más costosa la salida para la burguesía, arrancándole conquistas históricas e impidiendo que se mantengan los aspectos centrales impuestos con la dictadura y luego con el menemismo, como la división de la clase obrera a través de las diferentes formas de precarización laboral, que la jornada de 8hs. no fuese hoy una reliquia del pasado y la Argentina uno de los países donde más horas se trabaja en el mundo, que el salario no fuese brutalmente esquilmado por la devaluación, etc., etc.
Todo esto a pesar de que fue un proceso menos profundo que el abierto por el Cordobazo, el cual no solo fue determinante para la destitución de Onganía, sino que hirió de muerte al régimen “libertador” y obligó a la burguesía a repatriar a Perón, lo cual tampoco alcanzó y fueron necesarias las 3 A, y para derrotarlo tuvieron que dar el golpe del ’76. En aquel entonces, y especialmente a partir del ’74, la existencia de un partido revolucionario hubiera permitido unificar a la clase obrera para luchar seriamente por el poder.
Por eso, a pesar de que el 2001 tuvo elementos de “ensayo”, en tanto mostró algunos actores y papeles que muy probablemente volverán a salir a escena en una futura revolución (tendencias a la autoorganización; desarrollo del movimiento de desocupados, aunque sus expresiones más avanzadas fueron previas al 2001; toma de fábricas y puesta a producir frente a la crisis, etc.), sin embargo, no contó con el protagonismo de los actores principales ensayando su papel revolucionario unos, contrarrevolucionario otros. En este sentido el 2001 no fue nuestro “ensayo general” revolucionario, para buscarlo necesitamos ir a las lecciones del ascenso de los ’70.
La relevancia actual de este debate, repetimos, no es historiográfica, la cuestión es para qué nos preparamos. ¿Nos preparamos para enfrentar a las futuras 3 A de la burocracia, el aparato del PJ, y la policía, o para un proceso relativamente más pacífico? Esta es la cuestión. Para la primera opción “a” necesitamos un partido revolucionario de combate, una fracción significativa en los sindicatos capaz de maniobras como el frente único obrero, organismos de autoorganización de tipo soviético, milicias de autodefensa, una estrategia insurreccional, etc. (ver: “Apuntes sobre el poder real bajo el kirchnerismo” en este blog). Para la opción “b”, tiene razón Rieznik que bastaría –si esto fuese posible– con preparar mejor un nuevo 2001, o como solía decir el PO “un nuevo argentinazo”.
Consecuencias actuales del debate sobre el movimiento de desocupados
Dice Rieznik en relación al 2001: “El desarrollo enorme que registró el PO en esa etapa demuestra que fue también ‘un ensayo general’” Una década después a la hora de responder a la –ineludible– pregunta sobre en qué se expresa aquel “desarrollo enorme”, responde: en “los resultados exitosos del Frente de Izquierda”. Más allá de que sería bueno que se pregunte por qué no se expresó en 2005, ni en 2007, ni en 2009, lo que no se da cuenta es que con este argumento no demuestra la fortaleza de la política del PO durante todos estos años sino su debilidad.
La pregunta que tendría que formularse Rieznik es por qué, luego de la creación de más de 3 millones de puestos de trabajo y de años de desarrollo del “sindicalismo de base” el Polo Obrero no fue plataforma para el desarrollo de ninguna corriente en los sindicatos. Rieznik pregunta: “¿Cuál es la prueba de Maiello de que la ANT no planteaba una política consecuente de unidad entre ocupados y desocupados?”. En el caso de PO, la respuesta principal, más allá de la hostilidad hacia los trabajadores de Zanon –vanguardia obrera indiscutible del 2001 para acá– en la ANP y en la ANT, de que no hayan planteado en el 2001 una organización común ni siquiera con los Suteba que dirigían, de la negativa a participar en los Encuentros de Fábricas Ocupadas y en la Coordinadora del Alto Valle, de que el Polo Obrero fue el único movimiento de desocupados que se negó a participar del Comité de Apoyo Ferroviario en el Roca (que no solo terminó con la tercearización en aquel momento sino que incorporó compañeros de los diferentes movimientos); más allá de todo esto, la “prueba” principal es justamente que el Polo Obrero no dio ninguna corriente en los sindicatos. Ni siquiera en el Sindicato Ceramista, a pesar de que –al igual que decenas y decenas de compañeros de los diferentes movimientos de desocupados y tendencias políticas– compañeros del PO fueron incorporados a Zanon.
Por otro lado, la no intervención del PTS en el movimiento de desocupados, no es más que un mito del que hace gala Rieznik. El PTS no solo intervino en el movimiento de desocupados como parte de la dirección del Sindicato Ceramista en la Coordinadora del Alto Valle, o desde el Astillero Río Santiago, o en el Ferrocarril Roca, o junto con varios movimientos en los Encuentros de Fábricas Ocupadas, sino que hacia la propia ANT dio la lucha política por la perspectiva de conformar un movimiento unificado con libertad de tendencias como alternativa a la organización en “colaterales”. Esto era fundamental para separar la pertenencia política de la administración de los planes sociales y así combatir las presiones a la cooptación, lo cual luego de la efectiva cooptación de la mayoría del movimiento, es necesario tomar como una de las principales lecciones estratégicas respecto a la organización del movimiento de desocupados.
Lo que Rieznik quiere decir cuando plantea que el PTS no intervino en el movimiento de desocupados es que tomamos la opción de no administrar planes sociales del Estado, justamente porque teníamos un programa de separar esta administración de la pertenencia política para combatir la cooptación. Considerábamos que esto era desviar fuerzas que eran indispensables para organizar una corriente clasista, y en perspectiva revolucionaria, en los sindicatos. Diez años después esta opción estratégica ha demostrado ser absolutamente acertada.
Gracias a esto el PTS pudo ocupar un puesto de lucha en los principales combates que se dieron ante los primeros coletazos de la crisis mundial en el 2009. En primer lugar en Kraft, donde se pudo mostrar “en pequeño” la potencialidad de un alianza donde la centralidad de la clase obrera ubicada en las “posiciones estratégicas” de la estructura económica nacional, junto con los desocupados y el movimiento estudiantil combativo, pudo enfrentar a la burocracia, la patronal, el gobierno, la embajada yanky y la policía. Pero también en la industria automotriz de Córdoba que fue uno de los centros del ataque en aquel entonces. Tenemos el orgullo de haber podido “presentar batalla” contra la patronal y la burocracia del SMATA, lamentablemente fuimos el único partido de izquierda en condiciones de hacerlo.
El hecho de que el PO durante años haya apostado a desarrollar su colateral piquetera como política principal en el movimiento obrero devaluando el trabajo en los sindicatos, hace que hoy, lamentablemente, no podamos decir que aquel “desarrollo enorme” del PO en el 2001 se haya traducido en los años posteriores en un desarrollo, sino “enorme” por lo menos considerable, que permitiese que hoy contásemos con decenas y decenas más de comisiones internas y cuerpos de delegados, en la industria y los servicios, que más allá de los que hoy conforman Nuestra Lucha estuviesen en posición de combate para enfrentar nuevos ataques como el de 2009, superiores, o muy superiores a este. Por eso esta es una discusión, no historiográfica, sino actual y cada vez más urgente.
“Sindicalismo de base”, dirección y representación
En su afán de impugnar el “sovietismo” del PTS, Rieznik se lanza con una afirmación terminante: “La crisis del proletariado no es de ‘representación’ sino de dirección, o sea de independencia política”. Y luego nos compele a no hablar de “representación” ¡esto es autonomismo! ¡están con Tony Negri! Luego se enoja con la realidad y nos advierte sobre hablar de “estado asambleario” en las fábricas: “no es una receta”, “no siempre es conveniente”, ¡el ex-MAS en los ’80 hablaba de asambleas!. ¡Las asambleas son morenistas! le faltó decir. Este tipo de “argumentos” solo se pueden tomar como chascarrillos para eludir el debate. Sobre la crítica a Negri, y a la corriente morenista, lo invitamos –una vez más– a leer los múltiples materiales que hemos escrito, y especialmente sobre el MAS, le recomendamos “Historia y Balance del MAS argentino” de Gabriela Liszt en Lucha de Clases n°6.
La verdadera cuestión es que mal que le pese a Rieznik, la crisis de dirección se combina efectivamente con una crisis de representación. Por un lado, porque existe un amplio desprestigio de la burocracia entre los trabajadores que va desde la profunda desconfianza al odio directo; y por otro lado, porque más del 60% de los trabajadores privados no está sindicalizado, y dentro de los sindicalizados hay todo un sector de tercearizados que no están encuadrados en el sindicato de su rama. Ambos elementos confluyen para el desarrollo del “sindicalismo de base” como fenómeno objetivo, es decir, más allá de lo que piense el PO, el PTS, o Tony Negri, y lo mismo vale para el “estado asambleario” que tanto irrita a Rieznik.
Ahora bien, el problema es con qué política se interviene. Una política es la que hizo el MAS en los ’80 que bajo el objetivo de desplazar a los burócratas más repudiados y elegir a delegados combativos proponía un programa centralmente democrático –de elección de cuerpos de delegados e internas, etc.– y antipatronal alrededor del cual llamaba a agruparse a peronistas, radicales, comunistas y socialistas, que compartiesen este objetivo. Esta fue la vía mediante la cual terminó adaptándose a la burocracia “renovadora”, en la búsqueda de desarrollar la influencia sindical en sí misma. De esta forma, desarrolló una corriente que logró conquistar posiciones en sindicatos importantes como en Sanidad Capital o seccionales del sindicato de la construcción, además de decenas de internas, etc., pero que mostró ser impotente a la hora de enfrentar la hiperinflación y las privatizaciones.
En el mismo sentido, fue la política del PO en el caso de FOETRA Bs. As. donde para desplazar a la burocracia de Guillan integró una agrupación común junto Iadarola (sector de la burocracia moyanista) y Marín (CTA) aceptando desde el vamos que la lista no levantara la unidad entre efectivos y tercerizados. Desde la agrupación clasista Violeta conformamos la oposición cuyo rasgo distintivo es justamente la defensa de los contratistas y de los trabajadores de los callcenters, y la lucha por su incorporación con representantes plenos al cuerpo de delegados. Luego de 10 años de adaptación a este acuerdo que se mostró como “estratégico” para PO, sus principales referentes abandonaron la militancia y se pasaron a las filas de la burocracia, sin haber dejado tampoco una corriente significativa en el sindicato.
Para nosotros, de lo que se trata es de desarrollar una corriente consecuente por la independencia de clase en el movimiento obrero (lo cual, desde ya, no implica rechazar por principio acuerdos tácticos con sectores no clasistas o semi-burocráticos). Una corriente que al mismo tiempo que oficia como polo alternativo en los procesos de masas (por ejemplo, paritarias) y que se propone extender el proceso del sindicalismo de base, impulse un programa clasista y desarrolle una nueva ideología en el movimiento obrero. En este sentido, desde el PTS junto con compañeros independientes impulsamos la corriente Nuestra Lucha que ha puesto en pie su propio periódico que ya va por el séptimo número y que llega a miles de trabajadores con cada vez más compañeros que lo reparten en las fábricas y entre sus conocidos.
Pero como decía Trotsky la tarea “no consiste solamente en ganar influencia en los sindicatos tal como son, sino en ganar a través de los sindicatos influencia en la mayoría de la clase obrera. Esto es posible solamente si los métodos que emplea el partido en los sindicatos corresponden a la naturaleza y a las tareas de éstos” (“Comunismo y sindicalismo”). Es decir, es tarea de primer orden de una corriente clasista en el movimiento obrero la confluencia en la lucha y la constitución de organizaciones comunes con los grandes contingentes de trabajadores que están por fuera de los sindicatos, la unidad entre contratados y efectivos, tercearizados y de planta, etc. ya que esta división –de la cual la burocracia es garante– constituye una de las bases fundamentales para el dominio de la burguesía.
Esto significa la elección de delegados y el desarrollo de asambleas que muchas veces se constituyen por fuera de los “cuerpos orgánicos” de la estructura sindical que tanto preocupan a Rieznik. Cuando él plantea que “no solamente importa que el proletariado vote: mucho más importante es qué es lo que vota la clase obrera”, se equivoca por el vértice al hacer esta contraposición. En el ’17, Lenin, lejos de desconfiar de la autorganización de las masas, apostó a impulsarla, pero mientras tanto para poder influir en “lo que se vota” se proponía, mediante la corriente que habían construido en el movimiento obrero, ganar la mayoría. Para Lenin, no era posible separar la votación misma de lo que se vota porque justamente la votación, así como la lucha misma, es lo que permite hacer una experiencia consciente con las diferentes direcciones. En este sentido la lucha por la “representación” es parte de las experiencias vitales del movimiento obrero. Para Lenin sucedía lo contrario de lo que plantea Rieznik; cuanto más votaba el proletariado en sus organismos de autoorganización mejor lo hacía. Sin esta experiencia, una de dos, o bien la clase obrera avanza en su conciencia por medios puramente intelectuales (concepción propagandística y académica) o directamente mejor que no vote sino que “ratifique” (concepción burocrática).
El tipo de separación metafísica entre votar y “votar bien” es lo que lleva al PO a negar la lucha por la democracia obrera en los sindicatos, o a desarrollar métodos como los de la ANT donde es necesario negociar entre las tendencias previamente todo aquello que se va a someter a votación.
No se puede intervenir en el proceso del “sindicalismo de base” sin desarrollar una corriente en el movimiento obrero, pero tampoco se puede estructurar una corriente negando el proceso, despotricando contra las asambleas, e intentando aplicar los métodos de la ANT, como parece pretender Rieznik. La autoridad (la que vale en este debate) surge, tanto para Lenin como para Trotsky, de la experiencia en común y no de un principio abstracto enarbolado desde afuera.
Soviets y dictadura del proletariado
Como quien no quiere la cosa, hacia el final de su artículo Rieznik sostiene: “las diferencias son programáticas, como ya lo demostramos en la revista En Defensa del Marxismo al mostrar que el PTS rechaza la dictadura del proletariado en nombre de una autogestión sovietista, donde precisamente ‘las bases decidan’ –lo que de paso convierte al programa y al partido en factores secundarios de un gobierno de trabajadores”. Ahora resulta que el PTS rechaza la dictadura del proletariado porque es “sovietista”, cuestión que supuestamente el PO ya “demostró” en un artículo publicado no se sabe cuándo ni escrito por quién (agradeceríamos que Rieznik nos lo aclare tanto a nosotros como a los lectores).
Llamaría la atención a un simple lector de Trotsky que no conociese el derrotero de determinadas corrientes luego de la ruptura de la IV Internacional, que alguien que se reivindica trotskista contraponga el papel de los soviets al programa revolucionario, siendo que fue Trotsky quien sostuvo que “no puede haber un programa revolucionario sin soviets y sin control obrero” (“A 90 años del Manifiesto Comunista”). O que alguien que se dice trotskista contraponga los soviets, nada más ni nada menos, que a la dictadura del proletariado, cuando en su Historia de la Revolución Rusa Trotsky sostiene que “La organización en base a la cual el proletariado puede no sólo derrocar el antiguo régimen, sino también sustituirlo, son los soviets. Lo que después fue el resultado de la experiencia histórica, hasta la insurrección de Octubre era un simple vaticinio teórico, cierto que fundado en el ensayo preliminar de 1905. Los soviets son los órganos que preparan a las masas para la insurrección, los órganos de la insurrección y, después de la victoria, los órganos del poder”.
Trotsky, lejos de ver una contraposición entre soviets y partido, señaló que: “El problema de la conquista del poder sólo puede resolverse mediante la combinación del partido con los soviets o con otras organizaciones de masas que de un modo u otro les equivalgan”; y esto último es importante “o con otros organizaciones que le equivalgan” que pueden no ser exactamente soviets, sino comités de fábrica, coordinadoras, etc., siempre que representen organismos de autoorganización de masas de similares características. Negar estas múltiples posibilidades es lo que Trotsky llama “fetichismo soviético”.
Rieznik parece retroceder drásticamente respecto a las reflexiones del propio Trotsky hacia una teoría de la correspondencia unívoca y transparente entre la clase obrera como sujeto social y su representación política, que peligrosamente es la misma que lleva a identificar la dictadura del proletariado con la dictadura del partido único. Justamente una de las grandes conclusiones que sacó Trotsky de la experiencia rusa fue el establecimiento del “pluripartidismo soviético” como norma programática.
Lamentablemente debemos recordar que la toma del poder no implica la desaparición de las clases, y que las clases a su vez son heterogéneas a su interior, incluso la clase obrera, por eso Trotsky sostiene que “sólo llegan a sus fines comunes por la lucha de las tendencias, de los grupos y de los partidos”. Esta lucha de tendencias que tanto le suele molestar a PO y que cataloga usualmente como “faccionalismo” es para Trotsky, nada más ni nada menos, que la única forma en que las representaciones de diferentes sectores de una misma clase puedan llegar a desentrañar los fines comunes. Trotsky habla de diferentes partidos de una misma clase, de partidos que se apoyan en fracciones de diferentes clases y concluye el razonamiento planteando: “No se encontrará en toda la historia política un solo partido representante de una clase única, a menos de que se consienta en tomar como realidad una ficción policíaca” (La Revolución Traicionada).
Los soviets, lejos de ser contradictorios con el partido, dan la posibilidad al partido revolucionario de ampliar su influencia y dirigir a las grandes masas, de poder demostrar en la experiencia de la lucha de partidos la necesidad de que las masas tomen en sus manos el programa revolucionario, de influir a fracciones de otras clases (como en octubre del ’17 con la ruptura de los Social Revolucionarios). Cuando Trotsky habla de que la conquista del poder solo puede resolverse por la combinación entre soviets y partido, es justamente esto: los soviets por sí mismos no resuelven el problema del poder, dependen de qué programa y dirección tengan, y a su vez el partido revolucionario a través de los soviets puede potenciar su influencia y dirigir a las masas para victoria de la revolución.
Contradictoriamente, mientras que Rieznik se propone contraponer los soviets al partido bajo el argumento del papel central de este último, todavía no logramos sacarle una palabra respecto a una discusión estratégica fundamental para la conquista de la dictadura del proletariado como es la preparación de la insurrección; y cuando hablamos de enfrentar a la policía con la movilización revolucionaria de las masas lanza un “SOS foquismo”.
Para que la dictadura del proletariado no sea una frase vacía en un programa es necesario clarificar cómo se pretende llegar a ella concretamente (la estrategia). Nosotros sostenemos con Trotsky la necesidad de una insurrección en cuya preparación y dirección un partido revolucionario es indispensable, y también la importancia de los sóviets (u organismos equivalentes) como órganos de la insurrección y del nuevo poder.
Lo que no queda claro para nada hasta ahora (más allá de que Rieznik se escuda en que sigue sin comprender qué significa “estrategia”) es cuál es la estrategia para la toma del poder del Partido Obrero.
El partido es más que su programa
Otra vez al pasar –ahora directamente entre paréntesis– Rieznik introduce una frase que parece dejarlo satisfecho: el partido es el programa. Con esto nos sugiere, para qué hacer referencia a la actividad de la CRCI, para qué discutir un método para la refundación de la IV Internacional más allá de acuerdos sobre 4 ó 5 puntos, para qué discutir cómo desarrollar una corriente en el movimiento obrero, para qué conquistar “posiciones estratégicas” en la industria y los servicios, para qué los soviets, para qué discutir estrategia, si el partido es el programa. En su primer artículo Rieznik reivindicaba el idealismo, ahora parece retroceder del idealismo objetivo de un Hegel al idealismo subjetivo del obispo Berkeley.
Nos vemos obligados a aclarar que cuando Trotsky atribuye una importancia fundamental al programa, lo que está diciendo es que no hay partido revolucionario sin un programa revolucionario, no que una vez que tenemos el programa nos dedicamos a “agitar” y esperar el “retorno” por parte de las masas. A esto Trotsky lo llamaba fatalismo, en el mejor de los casos.
Lo peor de todo es que Rieznik atribuye esta infantilización del marxismo al propio Trotsky, cuando en realidad debiera atribuírsela a Guillermo Lora.
En un artículo sobre esta tesis de Lora, un crítico que nos permitimos citar extensamente, desentrañaba el carácter idealista de este planteo ahorrándonos un poco el trabajo. Decía: “el POR [partido que dirigía Lora] se autodefine como revolucionario, repitiendo unilateralmente una afirmación que hizo Trotsky: ‘el partido es el programa’. Pero Trotsky muchas veces explicó que no bastaba con una repetición de las generalidades del marxismo, sabía mejor que nadie que la formulación programática no es el único elemento del partido revolucionario, porque si fuese así, bastaría con que alguien formulase la necesidad de realizar la revolución y la dictadura del proletariado para decir que ya es revolucionario, aunque en su actuación práctica fuese en contra de ese objetivo estratégico.
Y más adelante agregaba: “El POR ha fetichizado el programa revolucionario, lo ha convertido en algo que, por sí mismo y de manera automática, puede dar como consecuencia una táctica adecuada y una organización revolucionaria, leninista. Y esto es un grave error, porque de lo que se trata en la lucha revolucionaria es de saber si el partido revolucionario es capaz de transformar las ideas revolucionarias en ‘fuerza material’, es decir, en fuerza de masas. Ese es el sentido de la afirmación de Trotsky de que ‘el partido es programa, táctica y organización’. Si se analiza con cuidado la afirmación lorista, en el sentido de que el partido es el programa, comprenderemos que es una afirmación idealista, porque sólo considera lo que se dice y no lo que se hace. Para el marxismo materialista la relación es al revés: a una persona o a una organización no se la identifica simplemente por lo que dice que es, sino por lo que efectivamente hace” (Juan Pablo Bacherer, “El POR se ha transformado en secta nacionalista”, en En Defensa del Marxismo, julio de 1997). Sería bueno que Rieznik revisase las viejas revistas del Partido Obrero como esta que acabamos de citar, podría encontrar cosas interesantes.
Apostamos a que el conjunto de estas discusiones que se vienen desarrollando a partir de la crítica del libro de Christian Castillo contribuyan a seguir profundizando y clarificando los debates sobre programa y estrategia entre las organizaciones que conformamos el Frente de Izquierda de cara a la gran tarea de poner en pie un partido revolucionario que tenemos por delante.
24-11-2011
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