Por Milton D’León
Este 16 de enero se conmemoran los 20 años de los “acuerdos de paz” en El Salvador, plasmados en forma definitiva en el “pacto de Chapultepec” de 1992. Desde el gobierno de Mauricio Funes, articulado alrededor de la alianza del FMLN, se preparan los festejos, y para los mismos han acordado arrancar la conmemoración en el cantón El Mozote, Morazán, escenario de una de las peores masacres en el país, donde Funes tendría “previsto realizar un acto público de desagravio”. La Masacre de El Mozote es el nombre que reciben un conjunto de ejecuciones masivas contra población cometidos por el ejército salvadoreño, durante un operativo de contrainsurgencia, realizado los días 10, 11 y 12 de diciembre de 1981, donde aproximadamente 900 trabajadores agrícolas y campesinos pobres fueron asesinados. A esta masacre se la considera no sólo el mayor acto de violencia contra población pobre cometida por el gobierno genocida de entonces, durante la guerra civil, sino también la peor masacre en el hemisferio occidental, en tiempos modernos. El actual gobierno ya no niega la masacre, pero sostiene que los archivos militares de aquella época se han extraviado o han desaparecido, y que es imposible establecer quién o quiénes ordenaron las ejecuciones masivas, y que aunque se lograra determinar responsables, éstos están amparados por la Ley de amnistía de 1993, y que, por lo tanto, no pueden ser juzgados. ¿Qué se festeja entonces de estos “acuerdos” y de qué desagravio se habla?
La revolución que se buscó derrotar
La guerra civil se desarrolla entre 1979 y 1992 producto de la explosión de la revolución en El Salvador luego del triunfo de la revolución nicaragüense, llegando a abarcar todo el territorio nacional con la ofensiva general impulsada por el FMLN el 10 de enero de 1981; sin embargo, el proceso revolucionario salvadoreño como tal, había iniciado ya hace varios años atrás. Como escribíamos en un artículo hace algunos años: “En 1977 el movimiento obrero urbano y popular se encuentra en una total actividad, que combinaba protestas sociales con huelgas generales masivas y ocupaciones de fábricas. Se iniciaba así una dinámica de luchas en escala ascendente que llegará a su apogeo a fines de la década y principios de los ‘80. La transformación de la lucha huelguística en política y luego en revolucionaria se fue dando en forma acelerada. Y si este era el estado de las luchas obreras y populares, un fenómeno similar ocurría entre los campesinos pobres y semiproletarios del campo. Las masas se vieron compelidas a actuar por todas las circunstancias objetivas producto de la crisis general que vivía el país. Este ascenso también lo experimentarán las organizaciones guerrilleras y sus frentes de masas[1], surgidas a inicios de la década, bajo la influencia de la revolución cubana y la derrota de Estados Unidos en Vietnam”[2].
En el mismo artículo desarrollábamos que, “sin lugar a dudas, la curva de flujo de las masas sobrepasó -cualitativa y cuantitativamente- al accionar de las organizaciones guerrilleras. Proliferaron las huelgas masivas, los paros generales, las tomas de fábricas, ministerios públicos, universidades, escuelas y embajadas. La confrontación con las fuerzas represivas y el ejército siguió un proceso gradual de desarrollo, los muertos y heridos en las manifestaciones se incrementaban”. De esta manera, la revolución había hecho eclosión manifestándose como las tempestades de los oleajes de los mares tropicales y el rugir de los volcanes en erupción expresada en la combatividad de un movimiento de masas a la ofensiva. Y remarcábamos que “en 1979, cuando triunfa la revolución nicaragüense, el movimiento de las masas, muy fortalecido y combativo, entró en una etapa de euforia, el poder estaba a tiro de fusil… Pero las masas -casi a punto de insurreccionarse- contarán con un elemento en contra, su propia dirección, en la que se encontraba el Partido Comunista Salvadoreño (PCS) y todo el resto de las organizaciones que componían el FMLN[3].”
Entre 1981 y 1984 se profundiza la guerra civil en todo el territorio nacional producto de las fuerzas que emergían del campo. En 1983, el ejército salvadoreño estuvo a punto de ser derrotado, pero la intervención norteamericana, le permitió el reequilibrio de las fuerzas. En 1985, aún bajo el fuego de la represión en las ciudades se reactiva el movimiento obrero, mientras que a finales de 1988 y principios de 1989 también se vivirán nuevos ascensos de masas. Cada una de estas situaciones significará un fortalecimiento de las fuerzas del FMLN, pero esta dirección en vez de buscar el camino de derrotar en el campo militar y político al régimen y el gobierno, las utilizará como elementos de presión para buscar negociaciones. La ofensiva militar de 1989, donde se combate en la capital del país durante varios días, es una muestra de la capacidad militar y del apoyo de las masas urbanas mostrando que la revolución aún no había sido derrotada. Pero el objetivo del FMLN será siempre el mismo, forzar al gobierno a la negociación.
Del fracaso militar a los “acuerdos de paz” para desmontar la revolución
A partir de las dificultades para derrotar militarmente la revolución, comenzó a combinarse una ofensiva militarista con la política de negociación y los acuerdos de “paz”. El 28 de agosto de 1981, México y Francia reconocen la alianza FDR-FMLN como fuerza política beligerante, dándose inicio a la salida mexicana-francesa de negociación. En 1982, en una reunión en Cuba, bajo la coordinación de Fidel Castro, las organizaciones del FMLN “se comprometieron a renunciar al esquema de la dictadura del proletariado[4] y a aceptar un proceso democrático. El pacto está contenido en un famoso libro verde”[5]. Fue el momento en que desde la otrora Unión Soviética hasta el fallecido Juan Pablo II, pasando por Fidel Castro y toda la socialdemocracia internacional, se levantó la consigna central de “paz en Centroamérica”. En 1983 apareció el Grupo de Contadora compuesto por Colombia, México, Panamá y Venezuela, cuyo objetivo llevaba a la búsqueda de acuerdos de “paz” para desmontar el proceso revolucionario. Se opera así una división de tareas: los ejércitos genocidas atacan con armas y el grupo Contadora con papeles diplomáticos. Por su parte el FMLN empieza a buscar espacios para el desarrollo de procesos de diálogo con el gobierno genocida de Napoleón Duarte. A fines de 1983, el FDR-FMLN modificó su programa político, centrándolo en la lucha antioligárquica y en el rescate de la soberanía nacional. En 1984, presentó la propuesta de un “Gobierno de Amplia Participación”.
En El Salvador, a pesar de los objetivos del FMLN de buscar una salida negociada a corto plazo, la profundidad del proceso revolucionario le pondrá trabas objetivas. Sin embargo, tras una década de guerra civil, la dinámica de la “solución política negociada”, luego de múltiples intentos frustrados, terminaría por imponerse. El 27 de julio de 1989, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adopta la Resolución 637 en la que expresa “su pleno apoyo a los esfuerzos del Secretario General a fin de que continuara con su misión de buenos oficios en búsqueda de la paz en Centroamérica”. Con esta resolución quedó abierto el camino para la intervención directa de la ONU, es decir, del imperialismo yanqui avalado por el resto de las potencias incluída la Unión Soviética (Centroamérica fue el último regalo contrarrevolucionario que el stalinismo soviético le diera a los norteamericanos).
Aunque el enfrentamiento militar continuó con igual e incluso mayor intensidad entre 1990 y 1991, las conversaciones de “paz” auspiciadas por la ONU y “el grupo de países amigos” (México, Colombia, Venezuela y España) lograron avanzar gradualmente. En este período se registran como hechos relevantes de la negociación: el Acuerdo de Caracas (21 de mayo de 1990) sobre una agenda general y un calendario de negociación; el Acuerdo de San José (26 de julio de 1990) sobre derechos humanos, el cual incluyó el establecimiento de una misión de verificación de las Naciones Unidas; la decisión de la ONU de establecer antes de “la cesación del fuego el componente de verificación de derechos humanos” (marzo de 1991); el Acuerdo de México (27 de abril de 1991) sobre reformas constitucionales relativas a las Fuerzas Armadas, el sistema judicial, los derechos humanos y el sistema electoral; y el Acuerdo de Nueva York (25 de septiembre de 1991) que establece una “negociación comprimida” para los restantes temas, entre otros: seguridad pública, económicos y sociales, reinserción de combatientes.
Por fin, bajo el visto bueno del gobierno norteamericano, el 16 de enero de 1992 se realizarán los acuerdos de Chapultepec, sellándose definitivamente el pacto entre el FMLN y el gobierno de Alfredo Cristiani, el presidente de la ultraderecha salvadoreña. El FMLN depone las armas y se transforma en un partido político legal dentro del régimen, todo a cambio de algunas reformas democráticas cosméticas. Pero no se da solución al gran problema que se planteó la revolución en El Salvador, la liberación nacional y la revolución agraria, que sólo era posible destruyendo el Estado burgués e imponiendo un gobierno obrero y campesino, avanzando hacia la expropiación de la burguesía y de los grandes terratenientes.
De esta manera, vía los “acuerdos de paz” impulsados por la burguesía y el imperialismo, y producto de la política colaboracionista del stalinismo, el castrismo y de las direcciones nacionalistas pequeñoburguesas guerrilleras de la región, se desmontará la revolución de Centroamérica, en un proceso que tardará casi una década. Fueron los comités de negociación del sandinismo, la guerrilla salvadoreña y los gobiernos burgueses latinoamericanos los que, con el auspicio de Castro y la diplomacia soviética y de EE.UU., pactaron la liquidación de la revolución centroamericana, mediante el desarme de los luchadores y los procesos electorales.
El cinismo del gobierno actual y los festejos de los “acuerdos de paz”
En el período de la postguerra y luego de varios intentos electorales, el FMLN llegó al gobierno en el 2009, llevando a Mauricio Funes a la presidencia, un periodista y ex corresponsal de la CNN en El Salvador. Durante todos estos años ni siquiera se ha dado respuesta a los problemas más elementales de las demandas del pueblo salvadoreño, y ni un solo genocida ha sido juzgado, mientras tanto los negocios de los empresarios se han visto florecientes. El Salvador no solo ha profundizado su carácter semicolonial, con una economía dolarizada, sino que incluso se ha instalado uno de los puntos de avanzada de operación norteamericana que existen en la región, conocidos con el nombre de Forward Operation Location (FOL), con una embajada norteamericana que excede en sus dimensiones físicas de construcción para un país tan pequeño como El Salvador.
Actualmente, y a 20 años de firmados el pacto de Chapultepec, ni siquiera una parte de los “acuerdos” se han cumplido, mientras la pobreza, la expoliación imperialista y la explotación capitalista siguen su curso. Cínicamente se hablará de “desagravio” por los millares de asesinados y desaparecidos durante la guerra civil, incluso se realizarán conmemoraciones desde uno de los lugares donde se realizaron una de las mayores masacres de los últimos tiempos, cuando los responsables del genocidio continúan libres y hasta actuando en la vida política nacional normalmente.
“Se cagaron en los caídos” comentaba un veterano militante de las organizaciones de entonces a quien escribe este artículo refiriéndose a la dirección del FMLN. Pero para las masas y sus sectores que han comenzado a salir a la lucha en los últimos años es imprescindible sacar las lecciones estratégicas políticas del proceso revolucionario salvadoreño y centroamericano de conjunto, que permita avanzar y sentar los cimientos de organizaciones verdaderamente revolucionarias. Pero no será con los métodos ni la estrategia reformistas de las organizaciones guerrilleras que mostraron su total fracaso, sino con los métodos de la propia clase obrera y el conjunto de los explotados y oprimidos y la estrategia revolucionaria y de la independencia política, que se podrá avanzar en este sentido. En este marco, es urgente el combate contra la burguesía salvadoreña y el imperialismo desde una posición de independencia de clase con una ubicación desde un programa socialista y revolucionario, que parta de las demandas más sentidas de los trabajadores y campesinos pobres contra el saqueo imperialista y la expoliación de los grandes empresarios y terratenientes, combatiendo a las distintas variantes que ofrece la burguesía tradicional más proimperialista, como a las que dicen gobernar a favor del pueblo como el FMLN, quienes en verdad han resultado bastante funcionales para los capitalistas.
[1] Las organizaciones guerrilleras en El Salvador fueron netamente urbanas, teniendo el campo prácticamente como retaguardia en toda una primera etapa. Pero hay que remarcar que su influencia política sobrepasa sus organizaciones militares, de allí que todas desarrollaron los llamados frentes de masas, y donde los dirigentes de las centrales obreras y sindicatos poderosos como los del magisterio, así como de las organizaciones gremiales campesinas, si bien no eran integrantes de las mismas actuaban bajo la gran influencia política de éstas que se arrogaban la dirección del movimiento en su conjunto. Las mismas influencias de las organizaciones políticas en diversos sectores sociales no siempre eran los mismos, y toda una etapa no actuaron unificadamente, incluso con fuertes polémicas entre las mismas y muchas divisiones según sus posiciones políticas y debates acerca del carácter de la revolución salvadoreña, que llevaron incluso a “resolver” tales divergencias con la liquidación física como los sonados casos de Roque Dalton en 1975, o de Cayetano Carpio en marzo de 1984.
[2] La revolución en Centroamérica: Cuando el volcán entró en erupción. Escrito a propósito de los 25 años del triunfo de la revolución en Nicaragua.
[3] Componen el FMLN las organizaciones guerrilleras Fuerzas Populares de Liberación (FPL) ligadas al BPR, Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) ligadas al PCS, Resistencia Nacional (RN) ligada al FAPU, Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) ligado a las LP-28, y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC). Su unificación se lleva a cabo bajo la influencia de Fidel Castro.
[4] No todas las organizaciones políticas que componían el FMLN tenían este “esquema”. El dirigente político –un comandante guerrillero, que habla en esta cita, está haciendo referencia al fuerte debate interno en la propia Cuba, donde otras organizaciones como las Fuerzas Populares de Liberación, dirigidas por el dirigente de origen obrero Salvador Cayetano Carpio y la dirigente del magisterio Ana Mélida Anaya Montes –que habían roto con el Partido Comunista en 1969 por su línea reformista-, defendían a su manera este “esquema de la dictadura del proletariado”. La cita completa del dirigente político entrevistado concluye: “Todos (firmaron) con excepción de Cayetano Carpio. Él firmó pero hizo ver que lo hacía con reservas... Para Cayetano Carpio aquello fue una traición al socialismo”. El resultado final de este “debate” es por todos conocidos, el asesinato en marzo de 1984 de los dos más representativos y de largos años de lucha, Carpio y Ana Mélida, bajo la figura de un “suicidio” de Cayetano, luego de que supuestamente éste habría asesinado a su compañera de décadas de lucha, Ana Mélida. Nunca tales crímenes han sido esclarecidos. Luego de este hecho se cambia el programa del FMLN, y se presenta la propuesta de un “Gobierno de Amplia Participación”.
[5] Entrevista a Eduardo Sancho en El Diario de Hoy del 20/10/2004. Sancho era el principal dirigente de la Resistencia Nacional, una de las cinco organizaciones del FMLN.
16-01-2012
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