La agencia calificadora de riesgo Standard & Poor’s rebajó el pasado viernes la nota de las deudas soberanas de 9 de los 17 países de la zona euro, entre ellas la de Francia y la de Austria degradando más tarde la nota del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera [1]. Sin embargo quizás sea más importante el hecho de que la agencia de origen norteamericano dejó indemne la deuda de Alemania, que es el mayor acreedor de los bancos centrales de la zona y por lo tanto sus bancos son los más expuestos al riesgo de una serie de impagos. Como señala el periodista de El País, Claudi Pérez “S&P no rebaja la nota de Alemania y sí la de casi todos los demás: de esa manera culpa más a los países que señala que a la política de austeridad generalizada de Europa. Berlín salió ayer por donde duele, reclamando más rapidez en los recortes, más crudeza si es necesario.” Parece que Estados Unidos metió la cola pero no para provocar el caos en la eurozona. La medida de S&P, ya largamente anunciada y contrarrestada por las otras dos calificadoras de riesgo Moody’s y Fitcht que mantuvieron las notas sin cambios, es sospechosa de estar orientada como variante de máxima a presionar por una intervención más categórica del Banco Central Europeo y como variante intermedia a apurar los términos del Pacto Fiscal acordado por la última cumbre de la Unión Europea el pasado 9 de diciembre. Cuestión que en parte se verifica por el hecho de que Merkel haya salido inmediatamente a reclamar más rapidez en los acuerdos y mayor crudeza (¡Más aún!) en los ajustes. No puede descartarse no obstante como variante de mínima una jugada especulativa que combinada con la intervención de las otras agencias, busque tensionar la soga sin romperla.
Nada mejor que una gran crisis…para un gran negocio
Frente a los titulares que anunciaban un posible “lunes negro”, era relativamente previsible (dentro de lo que es posible preveer en una situación en extremo inestable) que, al menos en lo inmediato, ello no sucedería. Porque si bien los acuerdos del 9 de diciembre no produjeron el “milagro salvador” fogoneado por EEUU, en el sentido de una intervención masiva y abierta del BCE anunciando su disposición a comprar títulos de deudas soberanas mediante la emisión de euros, el BCE lanzó una suerte de “plan canje” de los títulos y la Cumbre del 9 emitió un anuncio fundamental. El BCE, frente al riesgo de quiebra de algún banco que provocara un derrape al estilo “Lehman”, decidió ampliar a 3 años la provisión ilimitada de liquidez a los bancos a un interés fijo del 1% anual. De este modo los bancos entregan en garantía (o sea, canjean temporalmente) al BCE títulos devaluados de las deudas soberanas que rinden como mínimo un interés de entre el 5 y el 7% anual y reciben a cambio euros por los que pagan sólo el 1% [2]. Una vez más en el contexto de la crisis, los estados ofrecen negocios extraordinarios a los bancos. Y cuanto más aumenta el riesgo de los bonos de los países en cuestión, más se agranda la diferencia –y la ganancia- por lo cual las jugadas especulativas en este sentido son altamente probables…A la vez la cumbre europea tranquilizó a los bancos anunciando que la renegociación de la deuda griega (cuyos términos se encuentran aún en discusión) no iba a repetirse para otros casos, o sea que no se va a exigir una nueva quita a los privados sobre los papeles de las deudas soberanas. La combinación de estas medidas arrojó un resultado doble. Por un lado los bancos salieron de forma masiva a solicitar préstamos y en una primera ronda el BCE colocó casi 500 mil millones de euros. Los problemas de liquidez se apaciguaron y el riesgo inminente de quiebras bancarias (siempre latente) en cierto modo amainó, generando un efecto sedante sobre la dinámica vertiginosa de la crisis en su conjunto. Sin embargo y por el otro lado, esa inyección masiva de liquidez, lejos estuvo de convertirse en nuevos créditos que actúen como estímulo a la economía de la Eurozona. Tal como recibieron el dinero, los bancos lo colocaron en su totalidad en el BCE bajo la forma de depósitos de muy corto plazo que rinden un muy bajo interés pero que se consideran seguros. De este modo, la medida del BCE logra (por ahora) contener un estallido pero de ningún modo actuar sobre las tendencias recesivas que se instalan con fuerza en Europa. Según el Banco Mundial “La crisis de la zona euro derivará en una marcada desaceleración del crecimiento de los países ricos y pobres, que podría terminar en una reedición de la recesión de 2008-2009”.
Con estilo europeo
Entrando en el cuarto año de la peor crisis económica mundial desde los años 30, Europa se encuentra al borde de la recesión. La gran contratendencia China se está desacelerando y sólo Estados Unidos muestra leves signos de una débil “recuperación”, insuficiente a todas luces para provocar un cambio de tendencia en el mediano plazo. En este contexto la divergencia entre las políticas monetarias de Estados Unidos y de la Eurozona, están poniendo de manifiesto la imposibilidad de reeditar una nueva salida “coordinada” de intervención estatal como aquella que tras la caída de Lehman evitó que la Gran Recesión se convirtiera en depresión económica mundial posibilitando un “respiro” de corta duración.
La posición de una parte del establishment norteamericano influenciado relativamente por el espectro neokeynesiano [3] y de una cohorte de “analistas financieros” afines, consiste en presionar a Europa para que el BCE cumpla el rol de prestamista de última instancia emulando lo actuado por la Reserva Federal cuando en el año 2010, en dos oportunidades, compró Bonos de Tesoro Norteamericano arrojando al mercado alrededor de 1 billón de dólares. La gran diferencia entre aquella política de la FED y la actual del BCE, consiste en que el BCE presta euros tomando los títulos de deuda a modo de garantía por lo que eventualmente podría revertir la operación en caso de que por ejemplo los títulos se devaluaran mucho más aún. A diferencia de este mecanismo, la FED compró definitivamente los Bonos del Tesoro Norteamericano incorporando ese “activo” en el balance de la Reseva Federal y emitiendo a cambio dólares. Dice el analista del diario ámbito Financiero, Siaba Serrate: “En la eurozona, las reservas equivalen a la asistencia que proporcionó el BCE. El sistema financiero las ‘debe’, su propiedad es el colateral que entregó como garantía. Es un arreglo precario, sobre todo en tiempos de crisis. Es, pues, una diferencia de raíz: la FED compró directamente parvas de bonos de largo plazo, absorbió el riesgo de duración y en pago suministró la liquidez equivalente. Esto es lo que el BCE no quiso hacer. Más apalancados, el peligro que corren los bancos europeos es muy superior. (…) allí se tiene la clave de los temores a los recortes de crédito. Los pases del BCE son un bálsamo, pero la solución es una inyección frontal de capital.” [4] El asunto es que la profundidad y persistencia de la crisis están desnudando políticas distintas que se asocian en gran parte a las posiciones relativas de los diferentes centros imperialistas.
Prestamistas de última instancia
A diferencia de Siaba Serrate, creemos que la incapacidad del BCE de intervenir como prestamista de última instancia a la manera de la Reserva Federal Norteamericana se trata de un problema de necesidad. La estrategia del gobierno alemán y el BCE, consiste en subordinar a su patio trasero (léase la zona euro) mediante una política neoliberal violenta que se expresa bajo la serie de ajustes en curso. El objetivo es dejar actuar la crisis provocando una destrucción tal de fuerzas productivas que permita a Alemania avanzar atacando incluso la soberanía de los estados más débiles como quedó demostrado en el Pacto Fiscal acordado en la última cumbre de la UE [5] que aún deberá refrendarse este año. Esta política, no exenta de fuertes contradicciones [6], está condicionada por el permanente riesgo de quiebras bancarias que lleva a Alemania y el BCE a tomar “medidas de emergencia”. Pero el BCE no es ni puede ser prestamista de última instancia como la Reserva Federal simplemente porque no existe un “supraestado” europeo y porque la tutela de la fortaleza del euro, en la medida en que ello sea posible, es parte de la estrategia alemana. Dice Siaba Serrate: “No hay una relación biunívoca entre la fortaleza de una moneda y la salud de una economía. Una moneda débil puede reflejar el agravamiento de un problema tanto como formar parte de su solución. Cuando la FED lanzó el controvertido QE2 (…), la caída del dólar fue su correlato inmediato ¿Fracasaba entonces la iniciativa? ¿O era ésa su intención principal? Ni lo uno ni lo otro. Un año después, es el euro el que está bajo la lupa.” [7] Pero sí hay una relación “biunívoca” entre la fortaleza de una moneda y la fortaleza de una nación imperialista. En parte porque la fortaleza de la moneda expresa la capacidad de adquirir una porción mayor de la producción mundial con menos gasto de trabajo. Estados Unidos tuvo la capacidad de manejar devaluaciones y revaluaciones del dólar destrozando a distintos “competidores” gracias al excepcional poder que heredó del resultado de la Segunda Guerra Mundial. Hoy mantiene dejos de esa capacidad aunque en extremo debilitada como puede observarse por los pobres resultados de su economía. Pero ni siquiera esta es la situación de Alemania y del euro como tampoco fue aquella de Inglaterra y la libra esterlina en los años 20 y 30.
Lejos de dibujarse en el horizonte cercano una reactualización de la respuesta “coordinada” inicial frente a la crisis, en una economía mundial en estado cada vez más crítico, con tensiones cada vez mayores entre (y al interior de) los principales estados imperialistas y con un marcado ascenso de las convulsiones sociales, vuelven a tomar actualidad las condiciones de una época de crisis, guerras y revoluciones.
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