En una nota aparecida en Aporrea, con fecha 29 de marzo, Réplica al artículo de Claudia Cinatti el Sr. Ghassan Abbas, Embajador de la República Árabe Siria en Venezuela, apela al “derecho a réplica” para tratar de desacreditar una nota de mi autoría, acusándome de que me he “sumado a la guerra mediática dirigida por los Estados Unidos de América y sus aliados en la zona, contra la República Árabe Siria”.
Veamos los principales argumentos con los que pretende sostener su “relato” verdaderamente “macabro”:
La falsificación con que este funcionario pretende justificar un régimen golpeado por la movilización popular, como parte de los procesos de la “primavera árabe”, queda expuesta desde el primer párrafo, ya que desde el mismo título de la nota –Entre la brutal represión de Assad y la injerencia imperialista– se deja claramente explicitada la única posición de principios que podemos tener los revolucionarios ante el proceso en curso en Siria: sostener a la vez el rechazo y la denuncia de la injerencia de Estados Unidos y otras potencias imperialistas (y sus aliados regionales como las monarquías del Golfo y el Estado de Israel), que buscan implementar en Siria un “cambio de régimen” favorable a sus intereses con o sin intervención de la OTAN, y el repudio más enérgico a un gobierno que reprime brutalmente a su propio pueblo para preservarse en el poder. El Embajador parece no haber leído la nota completa, por lo que su argumentación no se sostiene más que tergiversando nuestras posiciones.
A diferencia de otras organizaciones de la izquierda, con quienes hemos polemizado públicamente, desde el PTS y la FT hemos denunciado la intervención imperialista en Libia (y a sus cómplices internos del Consejo Nacional de Transición) y la injerencia de Estados Unidos y sus aliados en Siria (y a sus cómplices internos del Consejo Nacional Sirio) a través de presiones económicas, políticas y eventualmente militares. Para dar solo un ejemplo reciente, hemos denunciado la hipocresía de la cobertura “humanitaria” de la intervención de la OTAN en Libia y planteado claramente que no hay ninguna posibilidad de “triunfo democrático” de la mano de las potencias imperialistas. En Siria esta posición claramente antiimperialista es de primer orden, teniendo en cuenta que, principalmente por razones geopolíticas, Estados Unidos (y otros regímenes reaccionarios como el de Arabia Saudita y Qatar) tiene un interés particular en influir el desarrollo de los acontecimientos para que tomen un curso favorable a sus intereses.
Pero si hablamos de antiimperialismo, deberíamos recordar que el régimen de Assad padre se sumó vergonzosamente a la Primera Guerra del Golfo de 1991 como parte de la coalición imperialista dirigida por Estados Unidos, por su rivalidad histórica con Saddam Hussein. El triunfo político y militar norteamericano permitió el fortalecimiento de sus agentes y aliados regionales, y dejó aun más aislado al pueblo palestino sobre el que se impuso la trampa de un supuesto “proceso de paz” con el estado sionista basado en la liquidación de su derecho a la autodeterminación nacional. Esto sin mencionar el rol que jugó la intervención siria contra el bando palestino (y por eso mismo tolerada por Israel) en Líbano en 1976.
Esto contrasta con la posición antiimperialista consecuente de nuestra corriente, que se moviilizó contra las guerras imperialistas en Irak (la de 1991 y la iniciada en 2003) y Afganistán, a pesar de no darle ningún apoyo político a Hussein ni a los talibán. Y por ello, aún oponiéndonos al régimen en el poder, rechazamos todo tipo de injerencia imperialista en Siria.
Sería absurdo, sin embargo, suponer que el rechazo de toda intervención imperialista lleve automáticamente a sostener a un régimen reaccionario y despótico, que busca derrotar con métodos de contrarrevolución (bombardeos a ciudades “rebeldes”, represión armada contra manifestaciones, etc.) la movilización popular en su contra, como viene ocurriendo en Siria. La posición del gobierno de Chávez, por el contrario, es tratar de convencernos que como el imperialismo está del otro lado no hay otra que alinearse con el régimen sirio y justificar sus acciones represivas. No nos extraña de quien ya intentó darle credenciales “antiimperialistas” y “populares” incluso a Kadafi, quien no solo era un déspota que se beneficiaba de los jugosos negocios petroleros que había abierto a occidente, sino que, además, hacía tiempo que se había reconciliado con el imperialismo y colaboraba en la “guerra contra el terrorismo” de G. Bush, incluso torturando en sus cárceles a quienes Estados Unidos consideraba “sospechosos”. ¿Qué tienen de progresivo estos regímenes que colaboran con el imperialismo? ¿cómo las masas populares que sufren en muchos de estos países las consecuencias de la crisis económica, no se van a levantar contra quienes las mantienen en la explotación y la opresión?
El Embajador aplica un método más viejo que la injusticia, y que antes han usado tantos otros regímenes totalitarios cuando enfrentan un movimiento de protesta: acudir a la teoría de la “conspiración extranjera” para justificar sus medidas represivas y acusar a todo aquel que las denuncie como “agente” de esa supuesta conspiración. Para esto construye un extraño relato en el que el gobierno tendría una relación idílica con la población perturbada por las potencias extranjeras y células de Al Qaeda. Esto sí parece un producto de la imaginación. Como en varios países de la región empezando por Túnez y Egipto, millones, en su mayoría trabajadores y jóvenes sin futuro, han salido a las calles decididos a poner fin a décadas de opresión política y explotación. Siria no es una excepción y las movilizaciones allí desarrolladas expresaron un legítimo descontento con el despotismo del régimen dominante, algo que ahora intenta utilizar el imperialismo en su propio beneficio, ayudado por fuerzas locales. De ahí el hincapié que hacemos en que toda oposición al régimen debe realizarse bajo la más completa independencia respecto del imperialismo, algo que solo puede darse cabalmente bajo una perspectiva socialista revolucionaria.
Según el funcionario, el régimen sirio no sería dictatorial porque la “sucesión” de Bashar al Assad, que recordemos tenía una cómoda vida en Occidente hasta la muerte de su padre, fue refrendada por “dos (2) referendos” y más adelante vuelve a defender sus credenciales “democráticas” apelando al referendo de febrero en el que, según sus números, un 84,9% de los votantes lo habrían respaldado.
El Embajador olvida el “detalle” de que tomando el gobierno de padre e hijo, la familia Assad lleva 40 (¡sí, cuarenta!) años controlando el poder del Estado y que durante estas cuatro décadas mantuvo la ley de emergencia dictada en 1963, por la cual la policía y los servicios secretos tenían amplias facultades para vigilar, censurar y encarcelar a quienes el régimen consideraba una amenaza para la “seguridad nacional”. En su réplica, el Embajador me acusa de desconocer la historia y la cultura de su país. Sin embargo, un régimen que se mantiene durante 40 años en el poder con un régimen de partido único (más allá de los “partidos” que como en algunos regímenes estalinistas como el de Polonia, dan cobertura a estas dictaduras) y que establece un estado policial con una ley de emergencia no contra las “potencias extranjeras” sino para mantener sometida a los trabajadores, campesinos pobres y las masas populares en general, se llama una “dictadura” en Siria, Argentina o cualquier otro país del mundo. Incluso cuando se “plebiscite” y consiga índices de aprobación de casi el 90%, apelando al mecanismo “cesarista” por excelencia del referendo.
Las “pruebas” que da el Embajador supuestamente a favor del carácter “democrático” o “legítimo” del régimen no hacen más que confirmar sus crímenes dictatoriales: que desde 1962 miles de kurdos han sido privados de su ciudadanía, situación que se mantuvo bajo Assad padre e hijo hasta 2011 (es decir 11 años después de que Bashar asumiera la presidencia); que Bashar ha permitido recién ahora por medio de un decreto un régimen de partidos múltiples, es decir, que lo que había hasta entonces era un régimen de partido único; que no hay ni siquiera libertad formal de prensa y reunión y que en las cárceles sirias hay centenas como mínimo de presos políticos. Es decir, el Embajador no hace más que confirmar el carácter dictatorial del régimen al que defiende.
Ahora bien, de lo que no habla su nota es por qué la famila Assad, al igual que otros personeros de regímenes totalitarios y dictatoriales que están siendo sacudidos por la primavera árabe, se aferran al poder y al control estatal. Y la respuesta es sencilla: porque de ahí devienen sus privilegios: ¿o es una casualidad que el primo del presidente, Rami Majluf, posea la principal fortuna del país gracias a su participación en el negocio de la telefonía móvil? ¿o que las clases dominantes vean que todavía es Bashar el que garantiza sus intereses?
Contra este estado de cosas se han levantado las masas de la región.
Estos regímenes que se sostienen oprimiendo y reprimiendo toda disidencia, negando el libre derecho a la organización política y sindical de sus trabajadores, que potencialmente pueda poner en cuestión su dominio, al servicio de preservar las condiciones de explotación, son incapaces de encabezar una lucha progresiva contra el imperialismo, basta como ejemplo la derrota a la que llevó la dictadura argentina en la guerra de Malvinas frente al imperialismo británico, o el derrumbe del régimen de Saddam Hussein.
Por eso reafirmamos nuestra posición de que contra la represión del régimen de Assad que intenta mantenerse en el poder apelando a la contrarrevolución interna, y contra la injerencia imperialista, de Estados Unidos, la UE y sus liados en la región –las reaccionarias monarquías del Golfo y el Estado sionista– que intenta manipular la movilización a favor de que surja un régimen más afin a sus intereses–, la única salida progresiva es la lucha y la organización independiente de los trabajadores, los campesinos pobres, los desocupados y los jóvenes de los sectores populares en la perspectiva de establecer un gobierno obrero y popular basado en la democracia directa, que termine con la explotación de las clases dominantes locales y la opresión imperialista.
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