La masacre de alrededor de 116 civiles en Houla, próxima a la ciudad opositora de Homs, es uno de los hechos más sangrientos desde que comenzó el levantamiento contra el régimen de Assad hace 14 meses.
Como en otras oportunidades, el gobierno reconoce la matanza pero pretende responsabilizar de lo sucedido a “terroristas de al Qaeda”. Sin embargo, no ha ofrecido ningún indicio serio que respalde su versión o desmienta los relatos de sobrevivientes de la masacre.
Según diversos informes de prensa, el pasado viernes fuerzas regulares del ejército sirio abrieron fuego contra una manifestación antigubernamental y luego dieron paso a la acción de la temida “shabiha”, las bandas irregulares pro Assad que en cuestión de horas ejecutaron a más de un centenar de personas, en su gran mayoría mujeres y niños. Esta matanza habría sido la respuesta al asesinato de un informante del gobierno ocurrida unas semanas atrás.
Unos días después, el 30 de mayo, se descubrieron otros 13 cuerpos de hombres ejecutados con sus manos atadas en la espalda, que según denuncian activistas se trata de trabajadores de la electricidad que se habían negado a levantar una huelga.
La masacre de Houla bajo las narices de 300 monitores de las Naciones Unidas dejó al descubierto la crisis del plan de Kofi Annan, supuestamente en vigor desde el 12 de abril, para lograr un cese del fuego e iniciar un diálogo entre Assad y la oposición. Este plan de seis puntos fortaleció objetivamente al régimen de Assad que no solo se legitimó como interlocutor de una eventual salida negociada, sino que usó el “cese del fuego” para restablecer su autoridad en las regiones levantiscas del país donde se combina el descontento popular con el accionar de diversas fracciones armadas que reciben el apoyo de Arabia Saudita, Qatar y Turquía.
La política imperialista
Las potencias imperialistas que habían adherido al plan de Annan están utilizando cínicamente el horror de la matanza de Houla para redoblar la presión sobre el régimen de Assad. Como medida simbólica, Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, seguidas de otros países de la UE, además de Australia, Canadá, Japón y Turquía, expulsaron a los embajadores sirios, buscando aumentar el aislamiento del régimen. Incluso Hollande, el flamante presidente “socialista” francés, imitando la actitud de su antecesor el derechista Sarkozy en Libia, fue el primero en plantear la posibilidad de una intervención militar. Sin embargo, más allá de que Hollande busque galones de gran potencia para Francia, la realidad es que ni Estados Unidos ni las principales potencias de la OTAN están por repetir la experiencia libia en Siria. Y tampoco se han superado las divisiones entre las potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para dar cobertura “humanitaria” a una eventual intervención militar. Rusia sigue siendo uno de los principales sostenes internacionales del régimen de Assad con el que mantiene importantes negocios relacionados con la venta de armas, además de ser el último bastión de cierta influencia rusa en el mundo árabe. Junto con China vienen bloqueando cualquier resolución de la ONU que habilite una política más ofensiva de “cambio de régimen” ni convalidar la injerencia extranjera en asuntos internos de otro estado, que en algún momento pudiera usarse en su contra.
A solo meses de las elecciones presidenciales, Obama no está dispuesto a embarcase en otra operación militar que según los análisis del Pentágono, no sería a costo cero como la intervención en Libia, entre otras cosas porque el régimen sirio mantiene una mayor integridad y cuenta con mejor armamento que el de Kadafi. Si bien el candidato republicano Mitt Romney salió a atacar a Obama por la “falta de liderazgo” norteamericano ante la crisis siria, después de las guerras de Irak y Afganistán y en el marco de una difícil situación económica las intervenciones militares no cuentan con popularidad interna. Por esto el gobierno norteamericano optó por evitar la exposición directa y actuar a través de sus aliados, Qatar, Arabia Saudita y Turquía, que proveen de armas y asistencia militar al Ejército Sirio Libre y otras fracciones que combaten al régimen de Assad. Según las últimas declaraciones de funcionarios de la administración demócrata lo que podría hacer cambiar estos planes es la extensión del conflicto a países vecinos como Líbano, Turquía o Jordania.
Hasta el momento el plan del gobierno de Obama parece seguir limitado a incrementar la presión diplomática y económica por la vía de sanciones que afectan, sobre todo a la industria petrolera y a los bancos, mientras se avanza en alguna salida negociada con Rusia y China sobre el modelo de la “transición” en Yemen que permitió negociar la salida del poder al presidente Saleh dejando intactos los pilares de su régimen.
Sin embargo, esta salida que en el caso de Yemen no fue suficiente para poner fin a los duros enfrentamientos entre fracciones del ejército y el régimen, en el caso de Siria cuenta con un obstáculo adicional. La oposición proimperialista aglutinada en el Consejo Nacional Sirio está atravesando una profunda crisis. A mediados de mayo su presidente, Burhan Ghalioun, un exiliado con muy buenas relaciones con las potencias imperialistas pero que recibió el respaldo de la Hermandad Musulmana, presentó su renuncia al organismo debido a las divisiones irreconciliables entre los sectores liberales e islamistas de la oposición. Su renuncia fue precedida por la amenaza de la Coordinación de Comités Locales de retirarse del CNS por sentirse marginados de la toma de decisiones en manos de los principales figurones prooccidentales y de las organizaciones islamistas, en particular la Hermandad Musulmana. Esta crisis de la oposición y la falta de claridad de cuáles son fuerzas hegemónicas, en particular el peso de las fracciones islamistas potencialmente hostiles a intereses norteamericanos o israelíes, hace que el CNS sea un aliado poco confiable para Estados Unidos y las potencias imperialistas y abre el juego a otras influencias regionales, como Qatar y Arabia Saudita que buscan hacer base en los sectores sunitas de la población. La complejidad de la situación hace que entre los posibles escenarios no pueda descartarse el de una prolongada guerra civil que enfrente a las diferentes comunidades –alawitas, sunitas y otras minorías- patrocinadas por diversas potencias regionales.
Entre la represión del régimen y la amenaza imperialista
Los trabajadores, los jóvenes y los sectores empobrecidos y oprimidos de la población siria que se han levando contra el régimen autocrático de Assad están bajo un doble peligro: por un lado, la brutal política represiva del régimen que busca aplastar militarmente a quienes cuestionan su dominio, amparándose en falsas credenciales “antiimperialistas” que encuentran eco en personajes como Chávez y sectores de la izquierda populista. Por otro la injerencia de las potencias imperialistas que buscan manipular a favor de sus intereses la lucha contra el régimen de Assad, para lo que cuentan con la complicidad de la dirección proimperialista del Consejo Nacional Sirio que pide a gritos la intervención, imitando al Consejo de Transición libio. A diferencia de un sector de la izquierda que se denomina trotskista, como la LIT y la UIT (organización a la que pertenece Izquierda Socialista) que confundió vergonzosamente la intervención de la OTAN en Libia con un “triunfo revolucionario”, desde el PTS y la FT denunciamos claramente el carácter contrarrevolucionario de toda intervención o injerencia imperialista y reiteramos nuestra posición de que la única salida progresiva para las masas obreras y populares sirias, y para la “primavera árabe” más en general, es la lucha y la organización independiente contra el imperialismo y sus aliados en la perspectiva de establecer un nuevo poder obrero y popular.
31-05-2012
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