I. La dimensión política de la crisis capitalista mundial
La crisis capitalista internacional, que ya lleva cinco años, puso fin al triunfalismo burgués que acompañó la ofensiva neoliberal. Los apologistas del capitalismo que aseguraban que esta era una crisis cíclica más de la que se iba a salir de manera sencilla han quedado sin ningún fundamento. Ya es un hecho que la Gran Recesión, que tiene su epicentro en los países avanzados –Estados Unidos y la Unión Europea–, ha llegado a las llamadas “economías emergentes” con la desaceleración del crecimiento en China y el parate en la India y Brasil. Aunque hasta el momento la burguesía no ha perdido por completo el control de la crisis, los mecanismos con los que viene manejándola tienden a agotarse y las medidas tomadas –como los rescates del BCE a países endeudados– son más costosas pero menos efectivas, lo que una y otra vez pone a la economía al borde del abismo.
La actual crisis no puede ser considerada solamente en términos económicos sino que su desarrollo ha adquirido contornos políticos y, sobre todo, está dando lugar a una nueva geografía heterogénea pero persistente de la lucha de clases.
Como planteamos en otra nota de esta revista [1], la crisis capitalista está haciendo crujir la geopolítica de la segunda posguerra, sobre todo el entramado construido tras la caída de la Unión Soviética y los regímenes estalinistas de Europa del Este. En particular, está poniendo en cuestión la continuidad de la Unión Europea tal como se constituyó hasta ahora, uno de los proyectos más ambiciosos de la burguesía en la posguerra fría con el que se pretendía contener las contradicciones que llevaron nada menos que a dos guerras mundiales en el pasado siglo. Desde los inicios del proyecto de la UE los marxistas hemos señalado que la dinámica de la unidad europea chocaba con el límite infranqueable de los intereses de las burguesías imperialistas que la componen, por lo que era imposible la transformación de este bloque en un Estado supranacional. La crisis ha puesto de relieve con toda claridad ese límite objetivo en la construcción del proyecto imperialista europeo, tensionado por un lado entre la consolidación de un liderazgo hegemónico de Alemania en la remodelación de la UE a la medida de sus intereses, lo que supone el avance de la semicolonización de países periféricos como Grecia y Portugal, y las tendencias a la disgregación del euro por otro, más allá de que la política de Merkel y de la burguesía europea sea mantener la moneda única.
Estados Unidos, el otro epicentro de la crisis, conserva aun su rol de principal potencia imperialista, pero bajo Obama no ha podido revertir su declinación hegemónica, profundizada por la derrota de la estrategia militarista de Bush que llevó a las fallidas ocupaciones de Irak y Afganistán y terminó fortaleciendo a Irán como potencia regional. Tras haber perdido aliados fundamentales con la “primavera árabe”, la política norteamericana es tratar de recomponer el mapa de su dominio en Medio Oriente manipulando a su favor la lucha contra la dictadura de Al Assad en Siria para lograr un “cambio de régimen” y, de esa manera, aislar a Irán y a Hezbollah y permitir que se fortalezcan sus aliados regionales como Turquía, que para Estados Unidos es el modelo para los regímenes que sucedan a las dictaduras árabes, aunque no se puede descartar que por su preocupación de verse envuelta en una espiral de violencia en Medio Oriente, Arabia Saudita termine beneficiándose con la caída de Assad.
La decadencia hegemónica de Estados Unidos también se ha expresado en la emergencia de potencias regionales como China, India, Rusia y Brasil (periodísticamente unificadas en la sigla BRIC aunque no constituyen un bloque homogéneo ni tienen la misma influencia en la realidad mundial) que muchas veces obstaculizan sus políticas, como por ejemplo hacen Rusia y China oponiéndose a darle cobertura de la ONU a un régimen de sanciones y una eventual intervención militar en Siria.
Hasta ahora no hay potencias imperialistas tradicionales, ni menos aun “emergentes” como China, en condiciones de disputarle a Estados Unidos el dominio mundial, pero eso no es sinónimo de relaciones armónicas. Detrás de los tironeos entre Estados Unidos y Alemania y las tensiones al interior de la UE, se vislumbra un enfrentamiento entre estas dos potencias por dirimir quién pagará los costos de la crisis. Estas disputas tenderán a profundizarse y a teñir los contornos de la política y la economía mundial.
Polarización y crisis política en los países centrales
La dimensión política de la crisis capitalista se expresa de forma abierta en los economías centrales, sobre todo en los países de la UE más afectados –Grecia, España, Italia y Portugal– que deben llevar adelante medidas draconianas para conseguir fondos para repagar a sus acreedores en el marco de una resistencia popular persistente y masiva aunque aun no radicalizada.
En el caso de Europa, desde 2009 se produjo la caída o el recambio de 19 gobiernos, tanto socialdemócratas como conservadores, que venían aplicando planes de ajuste ya sea como requisito impuesto por la “troika” (la UE, el FMI y el Banco Central Europeo) para acceder a rescates financieros, o como medidas preventivas ante los efectos de la recesión económica. El telón de fondo de esta situación es la intensa polarización social, el profundo desprestigio de los partidos tradicionales con los que ha venido gobernando la burguesía imperialista –a los que Tariq Ali denomina el “centro extremo” [2]– y una tendencia al desgaste de los mecanismos parlamentarios y democrático burgueses, que en momentos de crisis deja más expuesto el carácter despótico del dominio del capital.
Desde el punto de vista de las masas, este desgaste se sintetizó en el grito de “No nos representan” de cientos de miles de jóvenes “indignados” en el Estado español, que inspiraron protestas similares en otros países como Grecia. Desde el punto de vista del régimen burgués, esta crisis se expresa en la tendencia al dominio abierto de instituciones capitalistas no electas, como el Consejo Europeo, bajo fuerte influencia de Merkel, o el Banco Central Europeo, que imponen sus dictados, liquidan aspectos de “soberanía nacional” de los Estados endeudados, pretenden controlar las cuentas públicas y los presupuestos nacionales, a la manera que lo hacía el FMI con los países semicoloniales de América Latina, y toman decisiones sobre la vida de millones de personas a quienes condenan a años de miseria.
La crisis también llevó a la emergencia de tendencias bonapartistas iniciales con la conformación de los “gobiernos técnicos” o de “unidad nacional” de Papademos en Grecia (entre noviembre de 2011 y junio de 2012) y de Mario Monti en Italia, aun vigente. Estos “gobiernos de coalición” ya son un “grado inicial de cesarismo”, para usar la categoría de A. Gramsci, es decir, una “solución arbitraria” e inestable a la que recurren los representantes políticos del gran capital para ponerse por encima de las contradicciones sociales profundas, incluso sin haber llegado aún a enfrentamientos decisivos entre las clases fundamentales de la sociedad.
Esto no significa que la situación de conjunto haya adquirido tal grado de agudeza que plantee como perspectiva inmediata el surgimiento de regímenes bonapartistas de manera más o menos generalizada. En ese sentido es acertada la descripción que hace S. Kouvelakis de estas grandes coaliciones que “relacionan directamente los intereses económicos y sectoriales de las clases dominantes con fracciones de la elite política que han aflojado sus anteriores lazos de partido” pero que, a diferencia del bonapartismo clásico, no rompen explícitamente el marco parlamentario [3].
Por el momento, a pesar de la crisis de sus partidos y de las penurias económicas sin precedentes desde la Segunda Guerra, la burguesía busca legitimidad electoral para sus gobiernos. Incluso al precio de dejar expuesta la bancarrota de los partidos burgueses como en Grecia. Aun sigue funcionando la alternancia en el gobierno entre conservadores y socialdemócratas, y donde la situación lo permite, estos últimos mantienen cierta capacidad de transformarse en vehículo electoral del descontento, ensayando un discurso apenas diferenciado de las recetas de ajuste, como hemos visto en la victoria de F. Hollande del PS en Francia en las últimas elecciones presidenciales. Pero como muestra la experiencia de la década de 1930, de profundizarse la crisis y los enfrentamientos de clase, la burguesía tenderá a recurrir más abiertamente a mecanismos de dominio excepcionales en tiempos evolutivos, como el bonapartismo y, eventualmente, si se desarrollan procesos revolucionarios, el frente popular y el fascismo.
Producto de la polarización social y de la crisis de los partidos tradicionales del centro burgués se han fortalecido variantes de la extrema derecha xenófoba y antiinmigrante, ya sea directamente neonazis, como en el caso de Aurora Dorada en Grecia, o con un carácter más populista como el Frente Nacional en Francia. Estas formaciones de extrema derecha hacen demagogia levantando programas “soberanistas” o proteccionistas frente a la ofensiva del imperialismo alemán que tiende a semicolonizar los estados más débiles de la UE. El desarrollo de esta extrema derecha no es nuevo, ya han formado parte de coaliciones de gobierno, como en Austria y Holanda, y su influencia política se muestra en que parte de su programa fue implementado por gobiernos de diversos signos políticos con sus políticas “securitarias” que fomentan el racismo y la xenofobia. Sin embargo, la crisis capitalista le da nuevos significados a fenómenos preexistentes. En ese sentido las tendencias neonazis embrionarias indican que se están gestando las fuerzas de choque de la burguesía que hoy se dirigen contra los inmigrantes y, en menor medida, contra la izquierda pero que, de desarrollarse la crisis y radicalizarse la lucha de clases, serán empleadas contra las organizaciones obreras y el movimiento de masas.
La contracara de este fortalecimiento de la extrema derecha es la emergencia de variantes reformistas de izquierda, como el Front de Gauche en Francia y Syriza en Grecia que irrumpió como un gran fenómeno electoral ante la crisis de los dos partidos tradicionales, el PASOK y Nueva Democracia.
La mayoría de la izquierda europea, incluyendo Syriza, tiene una política de adaptación a los marcos de la Unión Europea que expresa los intereses de la Europa del capital. Mientras, sectores minoritarios de la izquierda, como el Partido Comunista Griego, sostienen políticas “soberanistas”, con la ilusión de que puede haber una salida “capitalista nacional” fuera de la UE favorable a los trabajadores. Esta defensa del Estado nacional es uno de los ejes del programa de la extrema derecha. Contra estas variantes es necesario plantear resueltamente que la lucha contra los distintos gobiernos “ajustadores” y las instituciones de la imperialista Unión Europea debe llevarse adelante bajo la perspectiva de los Estados Unidos Socialistas de Europa.
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En Estados Unidos, la polarización política y la crisis del bipartidismo se expresó primero por derecha en la emergencia del Tea Party [4] y luego por izquierda en el surgimiento del movimiento Occupy Wall Street que, como discutiremos más adelante, puso de relieve con su consigna del “99% contra el 1%” un cierto avance ideológico con respecto a su antecesor más inmediato, el movimiento “no global”, al ubicar en el centro del conflicto el enfrentamiento a los ricos, aunque sin que esto signifique haber adoptado una perspectiva claramente anticapitalista, y muchos terminen votando por Obama como mal menor.
Con el Tea Party, que tuvo un rol fundamental en la victoria republicana en las elecciones de medio término de 2010, tienden a fortalecerse los sectores más de derecha del partido republicano que no aceptan el consenso que les ofrecen los demócratas en temas cruciales, como ocurrió por ejemplo con la ampliación del límite del endeudamiento estatal, que hizo muy costosa su aprobación y puso en cuestión la credibilidad en el sistema político norteamericano.
Comparado con sus colegas europeos, Obama cuenta a su favor con que, si bien hay descontento por la crisis y la obscena desigualdad social, la lucha de clases sigue siendo el factor más atrasado de la situación política, dominada con exclusividad por la pelea electoral entre demócratas y republicanos. Este bajísimo nivel de lucha de clases se debe a una combinación de elementos, entre ellos: la colaboración de la burocracia sindical con las patronales y el gobierno para pasar reestructuraciones a cambio de mantener ciertas conquistas para los trabajadores de mayor antigüedad, y la baja tasa de sindicalización –apenas el 11,8% del total de los asalariados, 37% en el sector público y un magro 6,9% en el privado [5]–. Los trabajadores del sector público sufrieron una derrota importante en Wisconsin, producto de la cual se aprobaron leyes antisindicales que anulan la negociación colectiva. Además, el gobernador republicano Scott Walker salió fortalecido del plebiscito revocatorio que impulsaron los sindicatos junto con el Partido Demócrata, llevando la lucha a una derrota catastrófica.
Sin embargo, la fragilidad del crecimiento económico, el persistente desempleo y la crisis social [6] que contrasta con las ganancias millonarias de las grandes corporaciones, y en menor medida la política exterior que sigue los pasos de la de Bush, erosionaron el capital político de Obama que está encontrando dificultades para asegurarse su reelección, a pesar de que su contrincante republicano, el multimillonario Mitt Romney (un claro representante del “1%”), con su programa de derecha y acompañado por el conservador Paul Ryan, sea una alternativa poco atractiva.
Si hoy existe alguna posibilidad de que Romney pueda ganar las elecciones esto se debe a la desilusión de sectores progresistas con Obama, que mayormente hoy integran el movimiento Occupy Wall Street. En este sentido, debemos ver el surgimiento de este fenómeno político juvenil como una anticipación de procesos de lucha de clases más intensos que muy posiblemente tenderán a desarrollarse en el próximo período.
China. Tensiones sociales y grietas en la burocracia del PCCh
Los fenómenos de crisis política y conflictividad social no son exclusivos de los países que están en el ojo de la tormenta.
En China los efectos de la desaceleración económica han llevado a una reactivación de la lucha de clases, que ya venía desarrollándose en los últimos años. Según un estudio de la Chinese Academy of Governance, la cantidad de protestas se duplicó entre 2006 y 2010, alcanzando 180.000 “incidentes de masas” informados. Estos incidentes involucran desde algunas decenas hasta varios miles de personas y responden a una gran variedad de motivos, entre ellos, huelgas y disputas laborales [7] (salariales, contra condiciones de trabajo inhumanas o contra despidos), demandas de autonomía regional y problemas ambientales. Muchas de estas manifestaciones se tornan violentas, incluyen bloqueos y ocupaciones de edificios públicos y pueden prolongarse durante días.
Estas acciones pusieron de relieve la emergencia de un nuevo proletariado originariamente migrante [8] compuesto de jóvenes nacidos en las décadas de 1980 y 1990, con mejor educación y mayores ambiciones que sus padres, concentrado en empresas industriales modernas. Según una investigación realizada por China Labour Bulletin, este cambio demográfico ocurrido en la última década “comenzó a darle a los trabajadores mayor poder de negociación en los lugares de trabajo. Se sienten más decididos a discutir los agravios con sus empleadores y a pugnar por mejores salarios y condiciones de trabajo. Epecialmente los trabajadores más jóvenes tienen más confianza en su capacidad para organizar huelgas y protestas” [9] e incluso se ha avanzado en el terreno de la organización sindical independiente de la burocracia oficial.
En el marco de esta creciente tensión social y del recambio de liderazgo que deberá realizar el XVIII Congreso del Partido Comunista en octubre de 2012, se viene desarrollando al interior del aparato del PCCh una lucha sorda entre las tendencias “reformistas” (actualmente en la conducción) y “conservadoras”, que tuvo su expresión pública en el escándalo desatado por la destitución y posterior expulsión de Bo Xilai, el secretario general del partido en Chongqing, identificado como “neomaoísta” [10] y la posterior detención de su esposa, procesada por el homicidio de un empresario británico con quien hacían negocios. La tendencia “neomaoísta” no plantea una “vuelta al socialismo” como dicen algunos analistas, sino una mayor intervención estatal y control del partido, es decir, una política populista pero con contenido capitalista, aunque apelando solo en sentido simbólico a cierta iconografía maoísta, ante la cual la dirección actual del PCCh agitó el peligro de una vuelta a la “revolución cultural” que amenazaría la estructura económica y política que se viene construyendo desde la época de Deng Xiaoping.
La burocracia gobernante encara esta situación siguiendo la máxima de Deng de ante todo mantener la estabilidad política, lo que implica la unidad del partido y la contención de la protesta social, combinando la represión y el control autoritario con algunas concesiones. El “affair Bo Xilai” terminó con una victoria para el ala que impulsa seguir por el camino de las reformas capitalistas, pero esta fue solo una batalla que difícilmente clausure las divisiones al interior de la burocracia, menos aun si el panorama económico se complica.
Fenómenos preparatorios en América Latina
En América Latina los efectos de la crisis son graduales y se están haciendo sentir de manera desigual, en el marco de que los precios de las principales commodities que exportan varios países del continente siguen por las nubes, lo que por el momento amortigua el impacto de la eventual pérdida de dinámica de la actividad económica. Con respecto a los bloques regionales, el ALBA que había emergido a mediados de la década de 2000 como un proyecto ambicioso de extensión continental de la influencia chavista, basado en los altos precios del petróleo, ha venido perdiendo terreno a partir del golpe de estado en Honduras y de la consolidación de la hegemonía brasilera como potencia regional, que intenta ubicarse como mediador entre sus intereses y los del imperialismo norteamericano.
La alianza comercial entre Brasil y Argentina, el núcleo del Mercosur, sigue siendo la principal apuesta de ambas burguesías y un importante negocio para las corporaciones transnacionales. Esto a pesar de que en los últimos meses surgieron ciertas tensiones producto de medidas proteccionistas adoptadas por ambos gobiernos, sobre todo el argentino. Además, la incorporación de Venezuela al Mercosur, posible por la suspensión temporaria de Paraguay que venía bloqueando su admisión, abre nuevas oportunidades de negocios para Argentina y Brasil y hace más atractivo al bloque que pasaría a representar un “mercado común cuyo PBI alcanza a 3,3 billones de dólares, que llega casi a 270 millones de habitantes” [11], la quinta economía mundial, y que además incorpora las reservas petroleras venezolanas.
En estas condiciones evolutivas aun priman ilusiones reformistas en el movimiento de masas, y la lucha de clases no está en el centro de la escena a los niveles que supo tener al inicio del siglo. Pero sería un error perder de vista que un giro más catastrófico en las condiciones internacionales puede cambiar bruscamente la situación del continente, para lo cual la clase obrera y las masas explotadas latinoamericanas cuentan con una experiencia importante de lucha que se expresó en levantamientos populares y tendencias a la acción directa contra los gobiernos neoliberales de la década de 1990.
Los fenómenos de lucha como la imponente movilización estudiantil y juvenil en Chile o el surgimiento del movimiento “#yosoy132” en México en medio del proceso electoral, y los elementos de crisis política, sobre todo en los gobiernos que asumieron como desvío de la tendencia a la acción directa de principios de los 2000, parecen estar anticipando las tendencias futuras. Estos gobiernos han demostrado que más allá de su retórica no han cambiado sustancialmente la estructura dependiente ni terminado con el atraso de los países latinoamericanos. Tampoco han afectado los intereses de las grandes patronales y las oligarquías locales.
Algunos ejemplos de las contradicciones entre estos “gobiernos progresistas” y los movimientos sociales que han sido su base son el caso de Correa en Ecuador que ha perdido su alianza con la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador), uno de los puntales de su gobierno, por su política de explotación de recursos naturales; o el de Ollanta Humala en Perú que en su defensa de los intereses de las grandes multinacionales mineras, ha reprimido brutalmente a comunidades campesinas, indígenas y sectores del proletariado minero en Cajamarca y Espinar, con un costo político que lo obligó a realizar dos cambios de gabinete en solo un año de gobierno. Quizás el ejemplo más avanzado de esta tendencia es Bolivia, donde sectores de la clase obrera y de los pueblos originarios, han pasado a la oposición al gobierno de Evo Morales, como hemos visto en las movilizaciones de trabajadores de la salud y de mineros, o en las numerosas marchas indígenas por la preservación del TIPNIS, que enfrentan una dura represión gubernamental.
Esta crisis política también se expresa en Argentina en la lucha por la sucesión de Cristina Fernández de Kirchner y en la ruptura del ala de la burocracia dirigida por Moyano, aunque aun sean movimientos superestructurales [12].
La expresión más acabada de que se vienen tiempos más convulsivos son los dos golpes de estado que ya han ocurrido en la región, primero en Honduras a mediados de 2009, que puso fin al gobierno de Zelaya (un aliado de Chávez en el ALBA) y más recientemente el golpe “blando” en Paraguay en junio de 2012 por el cual la derecha tradicional del Partido Colorado y el Partido Liberal destituyeron al presidente Fernando Lugo. En ambos casos, los golpes se han concretado con pleno conocimiento y aprobación de Estados Unidos que ve en la derecha el mejor aliado para preservar sus intereses tanto económicos como geopolíticos, entre ellos, las bases militares que le permiten “contener” el avance regional de Brasil y mantener bajo vigilancia al conjunto del continente.
Estos no son como los golpes clásicos de América Latina en la década de 1970 como respuesta contrarrevolucionaria al ascenso obrero, sino operaciones cívico-militares o civiles, instrumentadas a través de la institucionalidad burguesa, que reinstalan en el poder a partidos de la derecha que responden directamente a los intereses de los sectores exportadores de materias primas, sobre todo el agro, ligados al imperialismo. Los gobiernos de la región y la Unasur fueron completamente impotentes para frenarlos.
La experiencia con los “gobiernos progresistas” muestra que la real integración económica y política y la ruptura con la dominación imperialista no vendrán de la mano de las burguesías locales sino de gobiernos de trabajadores que avancen hacia la conformación de los Estados Unidos Socialistas de América Latina.
II. Un escenario social convulsivo
Con el estallido de la llamada “primavera árabe” a inicios de 2011 se abrió un nuevo período de la lucha de clases después de la larga restauración burguesa, caracterizada por décadas de ofensiva capitalista y retroceso de la clase obrera, de sus organizaciones y de la izquierda marxista revolucionaria.
En la revista Estrategia Internacional N° 27 hemos comparado esta oleada, que desde el mundo árabe se extendió a Occidente, con la llamada “primavera de los pueblos” de 1848. La analogía se basaba fundamentalmente en tres elementos: en primer lugar, en que era una oleada expansiva que volvía a poner en escena la lucha de clases tras un prolongado periodo de reacción social, política e ideológica, en el marco de una crisis capitalista; en segundo lugar, que combinaba demandas democráticas, estructurales y sociales profundas; y en tercer lugar, que al igual que en 1848 no hubo al frente de esta oleada partidos obreros de vanguardia con una estrategia revolucionaria. Pero a diferencia del siglo XIX, estos procesos se dan en el marco de la época imperialista, reactualizando su carácter de época de crisis, guerras y revoluciones, con un proletariado que ha pasado por la experiencia de la revolución y la contrarrevolución del siglo XX.
A más de un año y medio de iniciados los levantamientos del mundo árabe, aunque no hemos visto el desarrollo de revoluciones abiertas, la onda expansiva de luchas ha seguido extendiéndose allí donde los ataques patronales o estatales han empujado a las masas a la resistencia. Desde procesos revolucionarios prolongados, como en Egipto, pasando por guerras civiles reaccionarias con intervención de la OTAN como en Libia, hasta el enfrentamiento de asalariados a los planes de ajuste en la UE, todo indica que efectivamente se ha abierto un escenario de convulsiones sociales. No pretendemos hacer un análisis acabado de la lucha de clases de conjunto, sino solamente señalar los procesos más destacados y el curso que han tomado para ensayar un diagnóstico de situación.
1. La dinámica de la “primavera árabe”
Hasta el momento, la tendencia a la convergencia entre los factores económicos, políticos y de la lucha de clases tuvo su máxima expresión en la llamada “primavera árabe”, una oleada de levantamientos que si bien no llegó a transformarse en ningún país en una revolución social, abrió procesos revolucionarios prolongados, en particular en Egipto y Túnez, donde la clase obrera concentrada jugó un rol central en las movilizaciones que derribaron las dictaduras de Mubarak y Ben Ali, aunque sin conquistar la hegemonía sobre las clases medias y los sectores populares.
Una de las debilidades de esta oleada es que no tuvo como objetivo explícito la lucha contra el imperialismo y el estado sionista, sin embargo, la caída de dictaduras proimperialistas como la de Mubarak en Egipto puso en jaque el dominio de Estados Unidos en la región, que a pesar de los desvíos y las salidas contrarrevolucionarias en curso, aun no pudo recomponer basándose en el surgimiento de nuevos regímenes estables.
A excepción de Siria donde, tras agotarse el levantamiento popular inicial hay en curso una guerra civil entre la dictadura de Al Assad y las milicias irregulares del Ejército Libre de Siria y otros grupos, cuyo desenlace se debate entre la represión brutal del régimen y la política de “cambio de régimen” del imperialismo, pasado el primer momento lo que prima en esta etapa no es la acción directa de masas sino el intento inestable de las clases dominantes locales junto con Estados Unidos, las potencias europeas y los gobiernos árabes proimperialistas, fundamentalmente la monarquía saudita y Qatar, de desactivar este polvorín por la vía de desvíos con mayores o menores concesiones según el caso. Para esto vienen implementado un abanico de políticas que van desde la intervención directa de la OTAN en Libia y el aplastamiento contrarrevolucionario como en Bahrein, hasta el impulso de “transiciones democráticas” como en Egipto, apoyándose en las fuerzas armadas, el baluarte del viejo régimen, y el islamismo moderado encarnado por la Hermandad Musulmana.
El resultado de esta política aún es incierto. En el caso de Libia, que fue uno de los puntos más agudos de la “primavera árabe”, la intervención de la OTAN disfrazada con argumentos “democráticos” y “humanitarios” es considerada por las potencias occidentales como un “éxito”, aunque no por haber logrado la estabilidad luego de la caída de Kadafi, lo que efectivamente no sucedió. Si bien se impuso un nuevo gobierno proimperialista hegemonizado por el Consejo Nacional de Transición y en junio se realizaron elecciones, no se ha detenido la dinámica centrífuga entre las diversas regiones y etnias, que incluso mantienen brigadas armadas al servicio de enfrentamientos entre fracciones reaccionarias, que pugnan por acceder a una cuota mayor de poder en el control del aparato del estado y ser interlocutores en la relación con las potencias occidentales, de donde derivan sus prebendas. A pesar de esto, la participación directa de la OTAN en el bando “rebelde” tuvo un efecto contrarrevolucionario para el conjunto del proceso árabe y sentó un nuevo precedente de intervención “humanitaria”. En ese sentido, aunque por sí mismo el resultado en Libia no revirtió la dinámica de conjunto dándole un cierre definitivo al proceso árabe, sus consecuencias reaccionarias van más allá de las fronteras libias, ya que rehabilitó al imperialismo como actor para influir en el curso de los acontecimientos, lo que se ve en el rol que juega Estados Unidos en el desvío en Egipto o en los intentos de la oposición en Siria de repetir la experiencia de Libia y apoyarse en Estados Unidos y sus aliados como Turquía o Arabia Saudita para acceder al poder estatal.
En Egipto, el proceso revolucionario más profundo de la “primavera árabe”, las fuerzas armadas apoyadas por Estados Unidos y otras potencias occidentales llevaron adelante, no sin contradicciones, la “transición” tras la caída de Mubarak hacia un régimen de “democracia tutelada”, combinando una línea de represión a la vanguardia con elecciones, tratando de conceder lo menos posible y de conservar el rol del ejército como árbitro del poder estatal y actor económico (recordemos que el Ejército maneja alrededor del 30% de la economía). Tras diversas manifestaciones de fuerza, como el cierre del Parlamento y la limitación de la autoridad presidencial, el Ejército reconoció el triunfo de M. Morsi de la Hermandad Musulmana en las elecciones presidenciales, a quien formalmente le entregó el poder.
Las organizaciones surgidas al calor del proceso revolucionario, ligadas a la vanguardia juvenil de la Plaza Tahrir y a sectores avanzados de la clase obrera, no pudieron presentar una alternativa independiente en las elecciones. Estos sectores más radicalizados se expresaron distorsionadamente en la alta votación que obtuvo H. Sabahi, el candidato nasserista que se presentó con un programa nacionalista burgués combinado con algunas demandas democráticas del movimiento de la Plaza Tahrir, y que salió en primer lugar en el Cairo, Suez y Alejandría.
La segunda vuelta electoral entre Morsi y Shafik (el último primer ministro de Mubarak) mostró que se ha avanzado en encauzar el proceso entre dos variantes igualmente reaccionarias aunque con una diferencia de grado: una basada en la continuidad del viejo régimen y las fuerzas armadas y otra con más componentes de desvío centrada en torno a la Hermandad Musulmana y un abanico de partidos laicos y confesionales en el Parlamento.
El imperialismo norteamericano está apuntalando tanto a las Fuerzas Armadas como al gobierno islamista moderado de la Hermandad Musulmana, en un intento de consolidar un nuevo régimen sobre la base del “modelo turco”, es decir, un régimen formalmente democrático dominado por un partido islamista moderado, en el que el Ejército sigue siendo la principal institución y garantiza el alineamiento estatal con Estados Unidos.
Sin embargo, sería un error dar por cerrado el proceso, como muestra la tendencia a la movilización o intervención del movimiento de masas ante cada ofensiva del régimen y, sobre todo, la oleada de huelgas que explotó en vísperas del proceso electoral en importantes concentraciones obreras, como la industria textil en Mahalla y los trabajadores ceramistas de Suez. Las primeras semanas de la Hermandad Musulmana en el poder han mostrado las contradicciones que podría llegar a enfrentar entre las expectativas de las masas que sienten que son ellas las que han derrocado a la dictadura de Mubarak y ahora quieren mejorar sus condiciones de vida, y su programa neoliberal y de colaboración con el imperialismo.
Lejos de quienes vieron un triunfo fácil de la “revolución democrática” [13], los procesos en el mundo árabe y musulmán son tortuosos y no se resuelven en un solo acto, esto es así incluso en Egipto y Túnez donde adquirió ribetes más “clásicos” debido al peso social de la clase obrera y su intervención en los levantamientos. En última instancia lo que hace inestable las salidas burguesas es la propia crisis capitalista que choca con las demandas profundas democráticas y estructurales de la primavera árabe, que sin mediar una derrota, sigue siendo un elemento revulsivo de la situación.
2. La resistencia obrera, juvenil y popular en Europa
En diversos países de la Unión Europea, particularmente en aquellos afectados por la crisis de la deuda soberana bajo el escrutinio del imperialismo alemán y la “troika”, decenas de miles de jóvenes y trabajadores han salido a las calles, inspirados por la “primavera árabe”. Estas diversas expresiones de resistencia fueron precedidas por la lucha contra el plan de Sarkozy de reforma de las jubilaciones en Francia en 2010, que si bien terminó en una derrota por acción de las direcciones sindicales burocráticas, lo que permitió el desvío de la bronca hacia el terreno electoral, hasta ahora constituye la experiencia más avanzada del movimiento obrero europeo desde que empezó la crisis [14].
Indudablemente tanto por la agudeza de la crisis económica como por los fenómenos políticos y de la lucha de clases que se vienen desarrollando, Grecia se ha transformado en el eslabón débil de la Unión Europea y atraviesa una situación de efervescencia similar a la de la Argentina de 2001.
Los datos indican que está viviendo una depresión: en 2012 la economía se contraerá por quinto año consecutivo, esta vez un 7%, el desempleo oficial está en torno al 22%, en promedio empleados públicos y jubilados han perdido un tercio de sus ingresos y la deuda luego de la quita acordada con la firma del memorándum asciende a alrededor del 113% del PBI. Los planes de ajuste exigidos por la troika no hacen más que agravar esta situación.
En el marco de esta catástrofe social y económica y de la crisis de los partidos tradicionales, en los últimos dos años se ha desarrollado una gran variedad de formas de lucha: 17 jornadas de huelga general (dos de ellas de 48 horas), paros sectoriales y movilizaciones de masas; la emergencia del “movimiento de las plazas”, similar a los “indignados” españoles que durante días ocupó la plaza Syntagma y rodeó el Parlamento; experiencias minoritarias pero significativas de ocupación y puesta en funcionamiento por parte de sus trabajadores de establecimientos como el diario Eleftherotypia, aunque lamentablemente esta experiencia no se consolidó, y luchas obreras duras y prolongadas, quizás la más emblemática sea la de los trabajadores de la Acería Griega, que tras 9 meses de conflicto fueron duramente reprimidos por el gobierno de Nueva Democracia-PASOK y Dimar. Esta oleada de luchas fue momentáneamente contenida por las elecciones del 6 de mayo y el 17 de junio, que abrieron ciertas expectativas, sobre todo en la capacidad de negociación con la UE de las condiciones del ajuste.
A pesar de esta combatividad y disposición al combate, la posibilidad de que esta resistencia a los planes de ajuste tomara una dinámica hacia la huelga general política fue evitada por la acción de las direcciones sindicales mayoritarias. Las burocracias oficiales de Adedy (central sindical de trabajadores públicos) y GSEE (trabajadores privados), fundamentalmente relacionadas con el PASOK y en menor medida con Nueva Democracia, han tenido una estrategia de convocar a paros de presión sin continuidad, la mayoría de 24 horas, para negociar el ajuste con los gobiernos de turno. El Partido Comunista Griego y su rama sindical, el PAME, con peso en el proletariado industrial, particularmente en los puertos, vienen teniendo una política sectaria y autoproclamatoria y se niegan a impulsar en frente único obrero, realizando sus propias acciones y movilizaciones.
En el Estado español, desde la emergencia del movimiento de indignados en marzo de 2011 se desarrolló una dinámica de creciente intervención de la clase obrera, como mostró la huelga general del 29M en la que confluyeron en piquetes comunes asalariados, estudiantes y desocupados, la lucha de los mineros de Asturias, que fueron recibidos por decenas de miles de personas en su marcha sobre Madrid, y las crecientes movilizaciones de trabajadores del sector público en respuesta al brutal ajuste lanzado por M. Rajoy para cumplir con los recortes exigidos a cambio del rescate recibido de la UE, en el marco de una agudización de la crisis económica [15]. Estas movilizaciones masivas aún no están a la altura del ataque lanzado, sobre todo porque las centrales sindicales, CCOO y UGT, siguen la gimnasia de la burocracia para “tiempos normales” de llamar a paros de un día y movilizaciones para después negociar con el gobierno, mientras este está poniendo a punto su aparato represivo para enfrentar posibles convulsiones sociales.
Grecia y el Estado español son los puntos más agudos de una serie de luchas que incluye las movilizaciones en Italia en defensa del Artículo 18 y los convenios colectivos, la huelga general del 22 de marzo en Portugal, la huelga de empleados públicos en Gran Bretaña que aunque con menor magnitud recordó la huelga general de 1926, y más recientemente las movilizaciones de trabajadores automotrices en Francia contra los planes de despidos masivos de las patronales de Peugeot y Citroën. Esta oleada abarca también países de Europa del Este, entre ellos la República Checa y Rumania.
3. La emergencia de la juventud
Desde la Plaza Tahrir hasta los indignados en el Estado español y Grecia, y el movimiento Occupy Wall Street (OWS), pasando por el movimiento estudiantil en Chile, Quebec y los jóvenes de #yosoy132 en México, una nueva generación ha salido a la lucha como no lo hacía desde 1968, aunque tanto por su composición social como por sus objetivos políticos, no estamos aun ante un proceso similar de radicalización juvenil con tendencias a la unidad con el movimiento obrero. Si bien estos procesos no son homogéneos ni social ni políticamente, lo que tienen en común los jóvenes de los países centrales con los del mundo semicolonial es que son los primeros que sufren los golpes de la crisis, la precarización laboral y el desempleo. Como plantea M. Davis, a diferencia del futuro próspero de los jóvenes universitarios que protagonizaron el ascenso de 1968 en los países centrales, hoy “muchos manifestantes de Nueva York, Barcelona y Atenas afrontan perspectivas drásticamente peores que las de sus padres y cercanas a las de sus homólogos de Casablanca y Alejandría” [16].
El movimiento OWS puso en movimiento a miles de jóvenes activistas en las principales ciudades de Estados Unidos que salieron a ocupar plazas y lugares contra el emblemático 1% concentrado en Wall Street, enfrentando la represión policial. Este movimiento aunque limitado a jóvenes de clase media, por su visibilidad y la simpatía que generó su denuncia a los ricos, eclipsó en la escena política nacional al Tea Party.
Los “indignados” y OWS tienen ciertas características comunes con el movimiento “no global” que emergió en Seattle en 1999, en particular su “ilusión de lo social” como sinónimo de horizontalidad y su falta de claridad estratégica para enfrentar al “1%”. Pero a diferencia de este último, que surgió como un movimiento de crítica ideológica a la globalización en momentos de auge de las finanzas y tenía como objetivo las cumbres de instituciones como el FMI, la OMC o el Banco Mundial, las condiciones de la crisis capitalista hacen que este movimiento sea menos ideológico y más proclive a transformarse en un componente orgánico si se une a la clase obrera, como mostró en pequeño la acción común del OWS de Oakland y los sindicatos portuarios en noviembre de 2011, o la participación de muchos “indignados” en los piquetes de la huelga general en el Estado español del 29 de marzo.
La aparición en escena de estos movimientos, que rechazan pagar las consecuencias de la crisis y denuncian los planes de rescate de banqueros y millonarios, muestra que el profundo desprestigio del neoliberalismo y la propia crisis han reabierto un espacio ideológico anticapitalista [17] que los marxistas disputamos con corrientes autonomistas y, en menor medida anarquistas, con la ventaja de que ya hay una experiencia de que esta falta de estrategia para destruir el poder burgués y construir un nuevo Estado basado en órganos de autodeterminación de masas no llevó a ninguna salida progresiva, y solo fue una forma más “poética” de adaptarse a lo existente, incluso a las instituciones imperialistas, como hizo Toni Negri llamando a votar por el SI en el plebiscito de la Unión Europea [18] .
El fenómeno más novedoso y promisorio de esta emergencia juvenil son las luchas masivas del movimiento estudiantil como la que hemos visto en Chile o en Quebec, Canadá. Mientras que en este último caso la situación está relacionada con la crisis económica y la suba de aranceles (ya se había producido una respuesta similar de los estudiantes en Puerto Rico, Gran Bretaña y en universidades de elite norteamericanas), en el caso chileno la lucha estudiantil por la educación gratuita (acompañada por levantamientos populares por reclamos locales en las ciudades de Magallanes y en Aysén) [19] se enmarca en una reacción de masas contra la herencia opresiva y neoliberal pinochetista, encarnada por el régimen de la derecha y la Concertación. En el caso de México, a diferencia de procesos anteriores del movimiento estudiantil, el “#yosoy132” tuvo como motor inmediato demandas político-democráticas, que empalmaron con las aspiraciones de sectores más amplios del pueblo trabajador [20]. Esta irrupción de los estudiantes se ha anticipado a la llegada de la crisis económica.
En el próximo periodo veremos si la juventud, y en particular el movimiento estudiantil como capa sensible de la sociedad y caja de resonancia de las contradicciones más profundas, preanunciará la entrada en escena del movimiento obrero.
Como definición general, si bien la lucha de clases se ha instalado con desigualdades en la escena política, y millones han tomado las calles y plazas, han salido a la huelga y han derribado dictaduras odiadas, e incluso en casos puntuales, como en la lucha de las jubilaciones en Francia o la de los mineros de Asturias, se han adoptado métodos de lucha más radicales, aun no estamos ante un nuevo ascenso obrero, juvenil y popular, similar al último ascenso revolucionario de 1968-81, que esté a la altura de la magnitud de la crisis capitalista y del ataque burgués. En gran medida esto se debe a que desde el punto de vista objetivo, excepto donde la situación es dramática como en Grecia, en la mayoría de los países europeos todavía se conservan ciertas redes de contención del Estado benefactor, lo que evitó hasta el momento acciones más radicales, aunque justamente esto es lo que está en cuestión con los planes de ajuste. En este marco, las burocracias sindicales y las direcciones reformistas del movimiento obrero aun ejercen un fuerte control, y hasta el momento han podido contener las luchas y las tendencias a superar los marcos de la legalidad burguesa, como hemos visto en Grecia. Esta desigualdad entre la agudeza de las condiciones objetivas y la creciente disposición a la lucha por un lado, y por otro, el retraso relativo en la subjetividad y la falta de objetivos estratégicos de los explotados, que entran al combate cargando con las derrotas anteriores y las consecuencias de las décadas de restauración, permite que la burguesía, a pesar de la crisis de sus partidos tradicionales y de sus dificultades para contener la crisis económica, por el momento han podido imponer sus ajustes en Europa o intentar estabilizar desvíos, incluso en situaciones agudas como en el caso de Egipto. Por estas características, este ciclo de lucha de clases será más tortuoso pero a la vez más convulsivo y difícil de contener.
Las discusiones entre los ajustadores ortodoxos y los neokeynesianos sobre cómo salvar al capitalismo de su peor crisis desde la Gran Depresión [21] muestran que cualquier salida burguesa (si es que la encuentran) tiene un altísimo costo para los asalariados y sectores populares, bajo la forma de planes de austeridad y un aumento en la explotación. Esto implica un salto en la ofensiva sobre las condiciones de vida de las amplias masas trabajadoras y la juventud, que va desde la liquidación de las conquistas que aún se conservan del Estado benefactor, como estamos viendo en los diversos países de la UE, hasta el hundimiento en la pobreza de sectores cada vez más extendidos de la juventud en los países periféricos que, sin futuro a la vista, se lanzan a la lucha. Esta pulseada entre explotados y explotadores es lo que le da objetivamente un carácter convulsivo a este período histórico, cuyos contornos se están prefigurando en los primeros episodios de enfrentamientos de revolución-contrarrevolución en el mundo árabe y musulmán, en la resistencia obrera y juvenil a los planes de ajuste, y en la polarización social y política que embrionariamente está anticipando tendencias futuras a enfrentamientos más agudos.
III. El resurgimiento de variantes reformistas de izquierda
y la política de los revolucionarios
Hasta el momento, la polarización social y la crisis de los partidos tradicionales en Europa habían beneficiado fundamentalmente a la extrema derecha xenófoba y populista. Pero este panorama ha cambiado. Este año hemos asistido en algunos países al retorno a la escena política de nuevas y viejas variantes reformistas de izquierda, que han capitalizado en el terreno electoral el descontento popular expresado en las calles, ocupando el vacío dejado a izquierda por la socialdemocracia. Se trata de coaliciones o “partidos amplios” con un perfil “antineoliberal”, en los que confluyen organizaciones estalinistas recicladas, rupturas minoritarias de los partidos socialistas, maoístas, ecologistas y algunos grupos que se reclaman trotskistas y que en su gran mayoría pertenecen al espacio del Partido de la Izquierda Europea, formado fundamentalmente por expartidos comunistas. Estas coaliciones y frentes antineoliberales, con programas que no van más allá de planteos de tipo “keynesianos”, están dirigidos por burocracias políticas o figuras con larga trayectoria de puestos en el régimen burgués como el PCF y Mélenchon en el caso del FdG (Front de Gauche) en Francia y Synaspismos en el caso de Syriza en Grecia.
El vuelco de una parte significativa del electorado hacia el reformismo de izquierda no es un fenómeno homogéneo sino que depende, en gran medida, de hasta dónde ha golpeado la crisis económica y del grado de desprestigio del reformismo tradicional. Esta desigualdad se expresó en los resultados electorales. Syriza, la más beneficiada de estas coaliciones, tuvo un crecimiento electoral meteórico (pasó del 4 al 27% de los votos en solo tres años) y se transformó en la segunda fuerza política de Grecia. Por el contrario, Die Linke en Alemania, que hasta setiembre de 2011 compartió el gobierno de Berlín con el SPD, sufrió una derrota aplastante en Renania del Norte-Westfalia, perdiendo su representación parlamentaria. El Front de Gauche en Francia tuvo un desempeño mediocre muy por debajo de sus expectativas preelectorales. Aunque sacó más del 10% de los votos en las elecciones presidenciales, absorbiendo gran parte de los votos que en la anterior elección habían recibido el NPA (Nouveau Parti Anticapitaliste) y, en menor medida, Lutte Ouvrière, estuvo lejos de superar al Frente Nacional como esperaba. En las elecciones legislativas posteriores el FdG perdió gran parte de su capital político. Mélenchon no pudo obtener una banca en el parlamento y su socio político, el PCF, si bien se quedó con la mayoría de los cargos obtenidos por el FdG, perdió sus legisladores en bastiones clave como el antiguo “cinturón rojo” en los alrededores de la periferia de París. En este “retorno” de la izquierda reformista también se inscribe el triunfo electoral de G. Galloway al frente de Respect en Bradford, Gran Bretaña, quedándose con la banca parlamentaria que ocupaba el Labour Party. En una versión más a la derecha de este espectro, también podría considerarse el crecimiento electoral de Izquierda Unida en el Estado español como parte de este mismo fenómeno [22].
El reformismo de izquierda como fenómeno político en ascenso ejerce una fuerte presión sobre las corrientes que se reclaman trotskistas a nivel internacional, en particular las europeas que ya vienen impulsando proyectos de partidos anticapitalistas amplios sin delimitación estratégica entre reforma y revolución y sin definición de clase, con un contenido claramente electoral. Con el argumento de evitar quedar condenados a una existencia de sectas, se adaptan a estos fenómenos “antineoliberales”, siembran ilusiones en que estos partidos pueden adquirir un carácter “anticapitalista” o incluso en el caso de Syriza, que pueden encabezar un “gobierno de trabajadores” al que se llegaría por la vía electoral.
Esta política oportunista está haciendo estragos en el NPA francés, donde un sector de la vieja dirección de la LCR, agrupado en la llamada Gauche Anticapitaliste, decidió abandonar este partido para integrarse al FdG, lo que ha profundizado la crisis y las tendencias a la disgregación en sus filas [23]. Una de las justificaciones de esta corriente para irse al FdG es que este no ha ingresado al gobierno de Hollande. Pero que hoy el FdG no participe en el gobierno social liberal del PS (principalmente porque este no tuvo necesidad de tener aliados más a su izquierda para formar gobierno, aunque la política de FdG no es ser oposición abierta al gobierno del PS) no quiere decir que su estrategia sea otra que la gestión del Estado capitalista, como han mostrado con creces sus dos socios principales. El PCF además de sus puestos municipales, ya fue parte del gobierno de la Izquierda Plural de Jospin durante el cual se avanzó más en las privatizaciones que bajo cualquier otro gobierno de la derecha. Por su parte, Mélenchon es un político profesional del régimen burgués que ocupó diversos cargos legislativos y ejecutivos desde 1978. Si bien en su campaña desplegó una retórica radical y apeló a símbolos históricos revolucionarios como la Comuna de París, su política es defender la Francia imperialista y mantener a los sectores que empiezan a buscar alternativas a la izquierda del reformismo tradicional subordinados a las instituciones de la república burguesa, ese es el sentido de su “republicanismo de izquierda” y su llamado a la “insurrección ciudadana por medio del voto”. Tanto Syriza como el FdG están en los hechos alineados con el frente burgués imperialista, que pugna por una orientación neokeynesiana ante la crisis y de ninguna manera son variantes anticapitalistas. La adaptación de la llamada “extrema izquierda” al FdG, Syriza y otras variantes similares no hace más que reforzar a estas nuevas mediaciones de colaboración de clases que, en momentos agudos, eventualmente podrían actuar como canalización del descontento y servir como válvula de escape ante el desgaste de los partidos patronales. Es decir, que lejos de ser un atajo son un obstáculo para que los trabajadores avancen en su enfrentamiento contra los capitalistas y su Estado.
Syriza, el “gobierno de izquierda” y el “gobierno obrero”
A través de la alta votación a Syriza irrumpió en el escenario electoral el repudio popular generalizado a los partidos patronales, el conservador Nueva Democracia y el socialdemócrata PASOK, que han acordado con la “troika” los brutales planes de ajuste a cambio de recibir el rescate financiero que irá para repagar a los mismos bancos alemanes y franceses la abultadísima deuda griega. Aunque Syriza capitalizó, de manera distorsionada, el espacio abierto por las 17 huelgas generales y los dos años de resistencia del pueblo griego, y obtuvo el voto de una porción importante de los asalariados y la juventud, no dirige ningún sector significativo del movimiento obrero.
Indudablemente, el hundimiento del “centro” político burgués y la perspectiva de que Syriza llegara al gobierno causó un terremoto político y preocupó a los gobiernos imperialistas de la UE que, temiendo que la crisis griega se salga de control y comprometa el futuro del euro, se lanzaron a una campaña de terror para desalentar la votación a esta fuerza de centroizquierda.
La posibilidad de que después de décadas en la marginalidad y de jugar un rol “testimonial” la “izquierda” llegue a las puertas del poder por la vía electoral generó un gran entusiasmo que se reflejó, por ejemplo, en el pronunciamiento de importantes intelectuales europeos de distintas ideologías (autonomistas, exmaoístas, excomunistas, trotskistas) en apoyo a Syriza, fundamentado, sobre todo, con argumentos “europeístas” pero exigiendo el respeto por la “soberanía popular” dentro de la UE, lo que implica una “refundación” de Europa sobre principios democráticos. Entre los firmantes se encuentran T. Ali, A.Badiou, J. Rancière, M. Lowy, T. Negri, R. Rossanda y G. Agamben. Estos intelectuales, decepcionados por el estalinismo y abrumados por las décadas de reacción ideológica, hace tiempo han desertado de la idea de la revolución y han adoptado como estrategia el posibilismo. De ahí su entusiasmo con formaciones como Syriza o el Front de Gauche.
Pero más allá de las expectativas generadas en el “gobierno de izquierda”, toda la “magia” de Syriza se reducía a un programa de tipo keynesiano para “salvar al euro” basado en conseguir que la UE y el FMI disminuyan la presión y permitan que la economía griega recupere algo de dinamismo y de esa manera, poder cumplir con sus obligaciones internacionales e implementar las “reformas estructurales” exigidas por los capitales europeos [24]. Esto ubicó a Syriza como parte de un amplio frente que va desde Obama hasta Hollande, con quien A. Tsipras pidió reunirse aunque sin éxito, que presionan a Merkel para que afloje la línea de austeridad y tome medidas que impulsen el crecimiento.
Como toda “izquierda” que se prepara para gestionar el Estado capitalista, Syriza se presentó como una “izquierda responsable”, incapaz de tomar ninguna medida “unilateral” que ponga en riesgo la construcción europea imperialista, como por ejemplo dejar de pagar la deuda, nacionalizar la banca o expropiar a los grandes capitales. En última instancia, comparte un punto fundamental del programa con Nueva Democracia, el PASOK –y con el grueso de la burguesía griega– que es mantener a Grecia como un “capitalismo viable” dentro de la Unión Europea.
Syriza presentó un programa mínimo de 5 puntos, que incluía el rechazo al memorándum y la moratoria en el pago de la deuda, y una “formulación de poder” resumida en su llamado al Partido Comunista Griego (KKE) y a Izquierda Democrática (Dimar) a formar un “gobierno de izquierda”. A pesar de su ambigüedad, esta fórmula se hizo atractiva para gran parte de los trabajadores y los jóvenes que vieron en el “gobierno de izquierda” una alternativa a los partidos de la “troika”. A su vez, el mensaje político de rechazar el memorándum y mantener a Grecia dentro de la eurozona, negociando los términos del ajuste con Alemania y la UE (una utopía de “salvar” a la vez a los capitales alemanes, franceses y griegos, y a los trabajadores) empalmó con la conciencia media de estos sectores que, ante la falta de una alternativa política revolucionaria (y contra la perspectiva poco alentadora de volver al dracma que levantan algunos sectores aun minoritarios), se aferran a la ilusión de que todavía es posible negociar el precio de la salida de la crisis en los marcos de la Unión Europea.
A pesar de que este programa de colaboración de clases y conciliador con el imperialismo europeo era explícito [25] , la mayoría de las corrientes que se reivindican trotskistas a nivel internacional adoptaron una política oportunista de apoyo a Syriza y al “gobierno de izquierda”, reforzando las ilusiones del movimiento de masas en estas mediaciones.
Así la LIT levantó una política frentepopulista de unidad de todos contra la derecha, más allá de las clases y de los programas, a la manera de lo que fueron, por ejemplo, los “frentes antineoliberales”, cuyo corolario sería la conformación de un “gobierno antiajuste” encabezado por Syriza.
La dirección del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional admitió abiertamente estar apoyando a una organización reformista de izquierda y adoptó como propio el programa de cinco puntos de Syriza, a pesar de que no lo consideraba un programa anticapitalista. Incluso llamó públicamente a votar por Syriza en contra de su propia sección griega que se presentó como parte de la coalición anticapitailsta Antarsya.
El Partido Obrero de Argentina llamó a defender la consigna de un “gobierno de toda la izquierda” con la exigencia de que “rompa con el imperialismo, o sea con la Unión Europea, y tome medidas anticapitalistas e impulse un gobierno de trabajadores” [26], haciendo una analogía con la táctica de “gobierno obrero” discutida por la III Internacional en la década de 1920 y luego incorporada por Trotsky al Programa de Transición.
En la justificación al voto a Syriza se esgrimieron como argumentos las tácticas de frente único y gobierno obrero, pero en clave electoral, es decir, con un sentido oportunista opuesto al contenido revolucionario que les había dado la III Internacional en la década de 1920 y Trotsky en la década de 1930, debido, fundamentalmente, a una sobreestimación del terreno electoral en detrimento de la lucha de clases. Incluso J. Altamira del PO llegó a comparar la trayectoria de Syriza a partir de la ruptura de Izquierda Democrática, su ala más proclive a la alianza con el PASOK y que hoy está en el gobierno de los partidos de la troika, con los fenómenos de centrismo obrero, en particular dentro del Partido Socialista francés de la década de 1930. Es necesario, entonces, precisar el carácter no solo político sino también social de Syriza antes de entrar de lleno a la polémica sobre la política de los revolucionarios frente a su consigna de “gobierno de izquierda” y la táctica de “gobierno de trabajadores”.
La principal fuerza política dentro de Syriza es Synaspismos, un partido que tiene sus orígenes en la escisión eurocomunista del viejo partido estalinista y en diversas reunificaciones y rupturas posteriores. En 1989 Synaspismos, que en ese momento reunía ambas alas del partido comunista, participó en un gobierno de coalición con Nueva Democracia en el marco de una crisis política profunda desatada por un escándalo de corrupción en el que estaba involucrado el PASOK. Al año siguiente, se unieron a un segundo gobierno de coalición, esta vez también con el PASOK. Esta política de sostener la gobernabilidad burguesa dio lugar a la ruptura de la juventud que fundó la Nueva Corriente de Izquierda (NAR), que actualmente integra la coalición anticapitalista Antarsya. A principios de la década de 1990 las dos vertientes del partido comunista se volvieron a separar en el KKE estalinista tradicional y Synaspismos, el ala eurocomunista que adoptó una posición más socialdemócrata y tendió a colaborar tanto políticamente como en el terreno sindical con el PASOK. Según S. Kouvelakis, quien ha llamado a apoyar a Syriza, “Syaspismos no era un partido muy militante. Contenía muchos ‘ciudadanos notables’ quienes principalmente perseguían distintas estrategias electorales en común” [27]. Posteriormente Synaspismos dio un giro hacia el movimiento altermundialista y en 2004 confluyó con otras fuerzas menores (maoístas, ecologistas y algunos grupos que se reivindican trotskistas) para fundar Syriza, una coalición electoral sin peso estructural en la clase obrera, como se ha visto en el curso de los paros generales dirigidos fundamentalmente por las burocracias oficiales y en menor medida por el Partido Comunista. En las elecciones del 17 de junio de 2012, Syriza obtuvo una alta votación en distritos donde se concentran la mayoría de los asalariados, sobre todo en los bastiones electorales del PASOK y también del Partido Comunista, tradicionalmente con una fuerte presencia entre los trabajadores [28], debido al colapso de la socialdemocracia y a la tendencia al “voto útil” a Syriza, lo que se expresa en la enorme brecha entre la influencia electoral y la falta de capacidad efectiva para dirigir sectores significativos del movimiento obrero [29] . Es mucho más un partido construido en torno a figuras “mediáticas” y a su peso parlamentario que una fuerza militante de los trabajadores y la juventud, que no expresa una tendencia a la recomposición respecto de la transformación de los partidos en máquinas electorales vaciadas de militancia durante el neoliberalismo. La ubicación de Syriza como oposición parlamentaria para “controlar” al gobierno de Nueva Democracia confirma que su estrategia no es desarrollar la movilización independiente de los trabajadores y los jóvenes para derrotar a los partidos del ajuste, sino contener y canalizar el repudio a los partidos burgueses tradicionales a través de las instituciones del régimen y de la UE.
Por todo esto, es claro que el ascenso electoral de Syriza no puede compararse de ninguna manera con el surgimiento del centrismo de masas en la década de 1930, como fue por ejemplo la SFIO en Francia en 1934, cuando la combinación de los miles de obreros que se contaban en sus filas y la ruptura con su ala derecha le dieron a este partido un carácter centrista a pesar de su conducción reformista [30]. Además, existía en este partido una muy importante ala izquierda, dirigida por M. Pivert, que era receptiva a las ideas del trotskismo. Bajo esas condiciones y dadas las escasas fuerzas de la Liga Comunista francesa (el grupo de la Oposición de Izquierda) lo que le impedía incidir actuando de manera independiente, Trotsky planteó la táctica del entrismo a la SFIO basándose en que esta reflejaba “la situación transicional de los obreros que buscan una salida que los conduzca al camino revolucionario”. A su vez, levantaba la política de frente único obrero contra el avance del fascismo en momentos en que el Partido Comunista todavía no había completado su viraje desde la política sectaria del tercer período a la línea oportunista del frente popular. Esta diferencia no es anecdótica ya que una cuestión es dialogar con la base electoral de Syriza, lo que evidentemente debe hacer todo revolucionario que actúe en Grecia, y otra muy distinta es trasladar hacia fenómenos que son expresión circunstancial electoral de un estado de ánimo de las masas, una táctica que tiene efectividad cuando se trata de intervenir sobre fenómenos reformistas o centristas orgánicos de la clase obrera.
No hay dudas de que en Grecia está a la orden del día la táctica de “frente único” dirigida a las organizaciones de masas de los trabajadores, en primer lugar, a los sindicatos y a las organizaciones políticas que hablan en nombre de la clase obrera, para desarrollar la lucha contra los ataques del capital y del gobierno de coalición encabezado por Nueva Democracia, para enfrentar la amenaza neonazi que hoy embrionariamente expresa Aurora Dorada, y para acelerar en la acción la experiencia con las direcciones reformistas y burocráticas del movimiento obrero y disputarles la dirección. Esta política es parte del arsenal del marxismo revolucionario. En 1931, en el marco del rápido ascenso del nazismo en Alemania, Trotsky planteaba que había que imponerle a las direcciones del movimiento obrero el frente único para derrotar al fascismo, pero señalaba que mientras la política oportunista de acuerdos electorales o bloques parlamentarios terminaba favoreciendo a los reformistas en detrimento de las fuerzas revolucionarias, los “acuerdos prácticos para la acción de masas” para desarrollar la lucha, fortalecían a los partidos revolucionarios y debilitaban a los reformistas [31]. Eso no quería decir de ninguna manera que los revolucionarios no debían tener tácticas electorales o parlamentarias, sino que tenían que evitar los acuerdos o bloques políticos con los reformistas que no los obligaban a comprometerse en la lucha. En Grecia hoy las direcciones sindicales, ya sea con su política de subordinación al PASOK y a otros partidos patronales, en el caso de los sectores mayoritarios de la burocracia, o con la combinación de extremo sectarismo y oportunismo en el caso de la central obrera orientada por el Partido Comunista Griego, vienen impidiendo que se materialice el frente único necesario para derrotar los planes de austeridad y los gobiernos que los aplican, a pesar las 17 huelgas generales. El hecho de que el movimiento de masas no haya impuesto este frente único, que no haya renovado las viejas organizaciones sindicales ni que hayan surgido nuevos fenómenos políticos obreros y que lo que se fortalece sea el reformismo de izquierda, muestra que aun la radicalización política es embrionaria. Es necesario pelear porque los sindicatos levanten un programa transitorio que ataque los intereses de los capitalistas y supere toda política corporativa presentando una salida obrera para el conjunto de los explotados y oprimidos, que empiece por repudiar el memorándum y plantee la nacionalización de la banca bajo control de los trabajadores y la estatización de las empresas que quiebren bajo gestión obrera, como hizo el sindicato ceramista en Zanon mostrando una salida obrera ante la crisis de 2001 en Argentina. De desarrollarse la lucha en esta perspectiva estaría planteada eventualmente la táctica del gobierno obrero, ya sea que existan organismos de autodeterminación de las masas en lucha como producto del ascenso y de la tendencia de la clase obrera a superar a sus direcciones oportunistas, o para impulsar el desarrollo de estos organismos del tipo de consejos obreros. La condición para aplicar esta táctica, dirigida a las organizaciones reales de la clase obrera, aunque estas sean reformistas, es que exista una situación revolucionaria y que esta política permita el desarrollo del partido revolucionario que sea capaz de disputar la dirección del movimiento obrero a las direcciones tradicionales.
Esta concepción del frente único hacia las organizaciones de masas de la clase obrera para desarrollar la lucha no tiene nada que ver con llamar a votar e incluso adoptar acríticamente el programa mínimo de variantes electorales reformistas de izquierda como Syriza.
Por esto mismo, tampoco nos parece correcto exigirle a Syriza que encabece un “gobierno de trabajadores”, es decir, que esté planteada hacia esta organización la táctica del “gobierno obrero” de la década de 1920. En las discusiones de la III Internacional la consigna de “gobierno obrero” tenía por objetivo hacer avanzar al proletariado en su enfrentamiento al conjunto del régimen burgués. La participación de los revolucionarios en un gobierno obrero dirigido por el ala izquirda del reformismo, como los gobiernos de Sajonia y Turingia en 1923, solo era admisible como transición para la organización de la toma del poder por parte del proletariado en condiciones de disgregación del Estado burgués para preparar la insurrección [32]. La consigna de “gobierno de trabajadores” planteada en el marco electoral a variantes políticas que no tienen peso orgánico en la clase obrera como Syriza, sin que existan organizaciones obreras y de masas en lucha que puedan imponerle la ruptura con la burguesía, ni pueda ser considerada por el proletariado como posición para organizar la toma del poder, como mínimo adquiere un carácter oportunista y lejos de ayudar a avanzar a la clase obrera hacia el objetivo de la revolución, refuerza las ilusiones pacifistas y parlamentarias. El SU es la variante extrema de esta lógica política al utilizar el “gobierno obrero” para justificar la participación en la administración del Estado capitalista, como hizo su sección brasilera en el caso del “presupuesto participativo” de Porto Alegre [33].
Partidos obreros revolucionarios versus izquierda electoralista
Paradójicamente, cuando las condiciones objetivas y la lucha de clases se hacen más favorables para la perspectiva revolucionaria, una gran parte de las corrientes centristas de la extrema izquierda europea está en una crisis profunda ante el fracaso de sus proyectos de “partidos amplios anticapitalistas”, como el NPA, o de frentes de colaboración de clases como fue RESPECT [34] impulsado por el SWP británico. Con esta política, como explica A. Callinicos, buscaban “escapar del gueto de la extrema izquierda y rodearse de una audiencia mayor”, necesariamente influida por el reformismo [35]. Pero el resultado fue muy distinto.
Las razones profundas del fracaso de los partidos amplios en general, y del NPA en particular, como forma ilusoria de “superar el sectarismo”, es que estos se construyeron sobre espacios electorales –principalmente sobre un espacio reformista de izquierda– en torno a “figuras mediáticas” como O. Besancenot pero sin ningún peso orgánico en sectores de la clase obrera y sin definiciones estratégicas fundamentales, como la toma del poder por parte del proletariado. En síntesis, esta fue una política consciente de las organizaciones centristas de abandonar la tarea de construir partidos obreros revolucionarios basados en la lucha de clases y buscar atajos con bases ajenas y construirse como una izquierda electoral “mediática”.
Las consecuencias de esta política se manifestaron con toda crudeza en Francia durante la lucha de las jubilaciones de 2010, en la que el NPA a pesar de haber participado, no pudo presentar una alternativa a la línea de negociación de la burocracia sindical que llevó esta lucha a la derrota, en parte debido a que no tenía ninguna acumulación previa en sectores del movimiento obrero desde donde plantear una política distinta a la de la burocracia.
El fracaso político en el caso del NPA es doble, ya que tampoco pudo obtener éxitos en el terreno electoral, frente al ascenso del FdG que de hecho ocupó el mismo espacio al que aspiraba el NPA. Como consecuencia de esta política se fortaleció como mediación reformista el FdG, a quien el NPA había superado en la elección presidencial de 2007 [36].
En última instancia, la adaptación de gran parte de las corrientes que se reivindican trotskistas a variantes reformistas de izquierda expresa su escepticismo de que la clase obrera pueda responder en forma revolucionaria a la crisis capitalista. Su adaptación es a fenómenos que dan cuenta que la radicalización política de las masas es aún muy limitada y, en un sentido, es similar a la que ya tuvieron estas corrientes en América Latina cuando surgieron el chavismo o el MAS de Evo Morales. El desarrollo de fenómenos obreros militantes y partidos de tipo centristas es una medida insoslayable de la existencia de mayores niveles de radicalización hacia posiciones embrionariamente revolucionarias, algo que no es lo que se manifiesta en el voto al FdG o a Syriza.
La crisis de estos proyectos no es coyuntural sino que expresa los límites y el agotamiento de una política oportunista, de diluir todo programa revolucionario en un espacio anticapitalista en general que, lejos de ayudar a que sectores de trabajadores y jóvenes avancen hacia posiciones revolucionarias, contribuyó a la crisis de la izquierda marxista. Frente a este proyecto de construir un partido sin inserción real en la clase obrera, la alternativa no es tampoco el sindicalismo pasivo que practica Lutte Ouvrière. Esta corriente tiene una importante cantidad de delegados en concentraciones obreras de peso pero una política de completa adaptación a la burocracia sindical de la CGT, con una combinación de electoralismo y sindicalismo tan impotente para enfrentar a fenómenos como el FdG como lo es el NPA.
Por el contrario, quienes formamos la FT-CI, retomando las elaboraciones clásicas del marxismo de la III Internacional y de Trotsky sobre táctica y estrategia, peleamos en los países donde intervenimos y en la medida de nuestras fuerzas por construir organizaciones marxistas revolucionarias con peso orgánico en sectores de la clase obrera y orientadas hacia la lucha de clases, con ese objetivo estratégico intervenimos en los combates del movimiento obrero y juvenil y también en los procesos electorales. En Argentina, el PTS viene siendo parte del Frente de Izquierda, utilizando la tribuna electoral y las bancas provinciales conquistadas para dar la pelea por una alternativa de independencia de clase. Realizamos la Conferencia Nacional de Trabajadores de la que participaron alrededor de 4000 compañeras y compañeros, entre ellos algunos de los dirigentes obreros más importantes surgidos en los últimos años. Con esta Conferencia y sus resoluciones buscamos ayudar a la vanguardia obrera a avanzar en su lucha por conquistar sindicatos sin burócratas y un partido de trabajadores sin patrones. En Chile, el PTR tuvo una intervención destacada en la imponente lucha del movimiento estudiantil por la educación gratuita, enfrentando junto a miles de estudiantes de vanguardia a la dirección conciliadora del Partido Comunista. Su segundo congreso estuvo dedicado a discutir cómo confluir con la amplia vanguardia juvenil como una de las vías para la emergencia del trotskismo en Chile. En el Estado español, los compañeros de Clase contra Clase han intervenido en el movimiento de los indignados con una política de confluencia de los jóvenes con la clase obrera, en lucha política con corrientes autonomistas y anarquistas que se oponen a esas perspectivas. Lanzaron la Agrupación No Pasarán para hacer una experiencia militante con jóvenes activistas que están naciendo a la vida política en una situación convulsiva. En Francia, los compañeros de la Corriente Comunista Revolucionaria [37] (Plataforma 4) vienen dando una importante pelea al interior del NPA para que surja un reagrupamiento revolucionario en el marco de la crisis de este partido. En México, los compañeros de la LTS han intervenido en el movimiento juvenil #yosoy132 peleando por su independencia política de los partidos burgueses como el PRD. Estos son solo algunos ejemplos de intervención de los grupos de la FT-CI, donde las condiciones objetivas y subjetivas permiten hacer experiencias más profundas y desarrollar políticas transicionales que hagan avanzar a sectores de la vanguardia obrera y juvenil hacia posiciones revolucionarias, con los que buscamos confluir para poner en pie al trotskismo. Esto no significa que pensemos que la reconstrucción de la IV Internacional será posible por el desarrollo evolutivo de nuestra tendencia internacional sino mediante procesos de fusiones basados en sacar lecciones programáticas comunes de los principales acontecimientos de la lucha de clases [38].
La crisis capitalista está abriendo nuevas posibilidades para recrear el marxismo revolucionario, dejando al descubierto las debilidades de nuestros enemigos de clase y la emergencia de una fuerza social potencial de millones de asalariados y jóvenes que han comenzado a ponerse en movimiento. Sin embargo este resurgimiento del marxismo no será automático, sino producto de luchas teóricas, ideológicas y políticas que permitan la construcción de fuertes partidos revolucionarios internacionalistas con arraigo en la clase obrera, que tengan como objetivo la reconstrucción de la
IV Internacional.
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