Desde fines de 2010 una ola de protestas y rebeliones se extendió por varios países del norte de África y Medio Oriente. A lo largo de este proceso se vienen dando diversos fenómenos –levantamientos revolucionarios, guerras civiles, intervenciones imperialistas, planes de “transición”, procesos de organización de masas, etc.– desde Túnez o Egipto a Bahrein, Yemen, Libia y Siria. Es una inmensa región con dos decenas de países de muy diferentes características y particularidades históricas, aunque ligados por fuertes lazos culturales y lingüísticos y sometidos a similar opresión imperialista. Naturalmente, escapa a las posibilidades de este trabajo el dar cuenta de la manera peculiar en que el proceso ha involucrado a cada uno de los países. Pero sí es posible trazar las líneas generales del movimiento en curso.
Como trotskistas, saludamos con entusiasmo cada paso de las masas árabes en su lucha contra las dictaduras y monarquías retrógradas que asolan la región y la someten al imperialismo, así como cada paso que den los sectores avanzados en su experiencia política con las trampas de la democracia burguesa. Desde lejos, la más modesta contribución no puede sino partir de la evaluación de lo logrado, lo cual significa ante todo extraer y debatir las lecciones estratégicas y políticas que arroja esta primera etapa. Ya desde sus primeras fases el proceso árabe se muestra como un “laboratorio” de la lucha de clases y un test para las diversas fuerzas sociales y tendencias políticas, generando diversas respuestas de la izquierda.
En la primera parte de este artículo se bosquejan las claves del proceso y de su situación actual. En la segunda parte, se retoman debates en la izquierda internacional ante la “primavera árabe”, que replantean algunos de los grandes problemas de programa, estrategia y política revolucionaria.-
Primera parte: entre la trampa de las “transiciones” y las tendencias profundas de las masas
1. A poco más de un año y medio del comienzo de la “Primavera Árabe”, con sus grandes logros iniciales como el derrocamiento de Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto, ejercen efectos reaccionarios el desvío de los procesos revolucionarios con la trampa de las “transiciones”, la intervención militar imperialista y la represión. Se trata de un amplio y profundo proceso de lucha de clases que, abarcando a diversos países con características muy disímiles, incluyó rebeliones y abrió procesos revolucionarios como en Egipto y Túnez. Una primera etapa de la “Primavera Árabe” ha terminado dando lugar a un cuadro de situación mucho más complejo, contradictorio y marcado por el sello de la contraofensiva de la contrarrevolución dirigida por el imperialismo bajo una desdibujada máscara “democrática”.
Sin embargo, los “vientos invernales” –para recurrir a otra metáfora periodística popularizada últimamente–, que soplan sobre el mundo árabe se dan en el marco de una crisis internacional agravada y sobre un cuadro regional plagado de agudas contradicciones. La situación de Siria en llamas y las tensiones de “transiciones” aún no asentadas, como en Egipto, donde el movimiento de masas sigue siendo un factor actuante, muestran que el proceso profundo sigue abierto y que aún no se ha recompuesto la estabilidad regional ni consolidado regímenes viables en los países más convulsionados.
2. Ha comenzado en varios países clave del mundo árabe un proceso de gran importancia política y proyecciones históricas. Se constituyó a lo largo de 2011 en el campo más avanzado de lucha de clases a nivel internacional, incidiendo en una región fundamental en la economía mundial por su producción hidrocarburífera y su importancia geopolítica para el imperialismo. Su estallido fue un importante indicador de que el nuevo período de crisis histórica del sistema capitalista, abierto desde fines de 2007, incluía los comienzos de un retorno de las masas a escena, tonificando la lucha de clases internacional. La desestabilización de Medio Oriente le añade un elemento explosivo a la situación internacional, poniendo en cuestión los esfuerzos de Estados Unidos y sus aliados durante tres décadas –guerras incluidas– por afianzar su dominación regional. Esa desestabilización es producto de la irrupción en gran escala de las masas en la vida política árabe, lo que da fin a un largo ciclo de depresión en la lucha de clases de esa vasta área. La rebelión árabe, con un gran componente de vanguardia juvenil, así como de los trabajadores y las mujeres, empalmó con el despertar internacional de las nuevas generaciones golpeadas por la crisis. Así, la Plaza Tahrir, símbolo del levantamiento egipcio, proporcionó inspiración a los “indignados” españoles, a Ocupa Wall Street (OWS) en Estados Unidos e incluso, al “#YoSoy132” mexicano.
3. El proceso ha atravesado varios momentos según las oscilaciones de la lucha de clases, lo que trazando una periodización esquemática permite señalar:
De fines de 2010 a marzo de 2011: La eclosión de la “Primavera Árabe”, caracterizada por la irrupción espontánea (es decir, no centralizada por direcciones u organizaciones previamente existentes) de la juventud, los trabajadores y otros sectores oprimidos, extendiéndose rápidamente por varios países con movilizaciones pacíficas multitudinarias, aunque con desigual potencia, y culmina en el derrocamiento revolucionario, a través de grandes levantamientos, de Ben Alí y Mubarak, mientras que grandes movilizaciones irrumpen en Libia, Siria, Yemen, Bahrein, y hay protestas en varios otros países, desde Marruecos a Jordania.
De abril a agosto de 2011: La veloz difusión inicial de las protestas cede el paso a una fase de relativo impasse: tras el derrocamiento de Ben Alí y Mubarak se abren entre las masas expectativas en los cambios prometidos desde las alturas. Es aplastada la rebelión en Bahrein mediante la intervención de tropas sauditas. En Libia el levantamiento de masas triunfa en Bengazi pero no logra derribar a Kadafi y se inicia la guerra civil, que el imperialismo logra mediatizar mediante la intervención de la OTAN y la cooptación del Consejo Nacional de Transición (CNT). En mayo es negociada la salida de Saleh en Yemen. El imperialismo impulsa una estrategia “combinada” de contrarrevolución que incluye desde planes de “transición” para desviar el alza de masas (incluyendo la intervención en Libia para imponerlo), al sostén de sus agentes más sólidos, como las monarquías del Golfo que cuentan a su favor con la cuantiosa renta petrolera. Esto le posibilita a Arabia Saudita y Qatar actuar como fortalezas locales de la contrarrevolución (interviniendo como auxiliar de la OTAN en Libia, y ahora en Siria). Mientras, en otros países se mantiene una situación de crisis latente (como en Argelia).
De agosto de 2011 a comienzos de 2012: El derrumbe final del régimen de Kadafi se produce bajo la tutela de la OTAN, con lo que el imperialismo, pese a la aguda crisis y la descomposición estatal, logra un importante punto de apoyo con el CNT para iniciar la “reconstrucción” libia. Esto señala un punto de inflexión, pues esa intervención tuvo efectos reaccionarios sobre el conjunto del proceso árabe, permitiéndole al imperialismo reposicionarse como “amigo de la democracia” en las “transiciones” tunecina y egipcia, tal como intenta presentarse ahora en Siria. Entre tanto, el movimiento obrero y de masas presiona en Egipto con las grandes huelgas de septiembre y la retoma de la Plaza Tahrir en noviembre, pero entre “cortocircuitos”, el plan de transición avanza con las elecciones. También avanza la “transición” en Túnez, donde en octubre se elige la Asamblea Constituyente. Hacia fin de año, la crisis siria evoluciona hacia la guerra civil, entre la dureza de la represión de al-Assad y la creciente presión imperialista, pero sin que las movilizaciones logren dar un salto decisivo contra la dictadura. En suma, en esta fase se va produciendo un cambio importante en la dinámica del proceso árabe, donde comienza a primar la contraofensiva reaccionaria frente al movimiento de masas, que sigue en efervescencia pero comenzando a sufrir los efectos de los desvíos.
Mediados de 2012: La crisis siria pasa a primer plano, concentrando las contradicciones interestatales en la búsqueda por el imperialismo y los estados vecinos de una salida que impida el descontrol de la guerra civil. Mientras, en Túnez, Egipto, Libia, etc., el imperialismo y las clases dominantes locales intentan afianzar los planes de transición con los cambios gubernamentales, como el gobierno de Mohamed Mursi en El Cairo o el del también islamista moderado Hamadi Jebali en Túnez. A pesar de ese avance de las transiciones, la coyuntura sigue cargada de contradicciones, como muestran la explosiva situación siria y las fricciones entre Mursi y los militares en Egipto y, a pesar del despliegue de la política imperialista, sigue habiendo efervescencia obrera y popular como en Egipto.
4. Egipto es la clave de la situación, por el carácter profundo del proceso revolucionario que intenta abortar la “transición” y es la llave estratégica de la revolución árabe, por su peso demográfico y económico, su rol geopolítico y por la importancia de su clase obrera, la mayor del mundo árabe, y que viene jugando además un papel creciente en el proceso de movilizaciones. Está por verse en qué medida el plan de “transición controlada” podrá consolidarse bajo el gobierno de Mursi y los Hermanos Musulmanes (HM) (y que incluye a varios ministros provenientes del antiguo régimen). Como ratificó la visita de Hillary Clinton (Secretaria de Estado de Obama), reuniéndose con las principales figuras militare y con el electo Mursi, la política del imperialismo se inspira en el “modelo turco” de régimen, contando con el Ejército y con lo islamitas moderados de la HM.
Los HM, como gran mediación política burguesa con influencia de masas y el Ejército, como poderosa institución pilar del Estado son los actores políticos centrales del “gran acuerdo nacional” que busca poner fin al proceso revolucionario, aunque en medio de permanentes pugnas y fricciones entre ambos, ya que el Alto Mando militar se arroga el papel de árbitro del poder y garantía de los compromisos con el imperialismo (pactos con el Estado de Israel, apertura al capital extranjero, etc.), condicionando estrechamente al gobierno de los HM. Así el CSFA (Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas) ha venido imponiendo medidas que estrecharon mucho el margen de acción de Mursi, aunque el General Tantawi, líder del CSFA e impuesto como Ministro de defensa, acaba de ser destituido al igual que el General Sami Anan. El gobierno de Mursi, más allá de las ilusiones despertadas entre las masas, es débil ante la magnitud de las tareas que enfrenta, debiendo garantizar los intereses imperialistas y de la alta burguesía egipcia, pero para ello necesita cierta capacidad de mediación para “desactivar” a un movimiento obrero y de masas que vienen de una gran experiencia de movilización y albergan grandes expectativas de satisfacción no sólo a sus demandas de derechos políticos, sino a sus necesidades materiales más elementales, hoy agravadas por una grave crisis económica. En este escenario, además, sigue actuando una amplia vanguardia, juvenil, obrera y femenina, que ha venido fogueándose en las calles y que no es hegemonizada por el islamismo político.
5. El punto de mayor crisis de la coyuntura está en la guerra civil siria. La ofensiva rebelde de julio en Alepo y Damasco, ha retrocedido y al cierre de esta nota, el régimen de al-Assad está avanzando sobre las áreas aún fuera de control (aunque aparentemente ha perdido autoridad en distintas zonas del país). Sin embargo, son evidentes su debilitamiento y fisuras internas, como las deserciones de importantes figuras políticas y militares, entre ellas, el cambio de bando de su primer ministro, que había sido nombrado hace poco. La deteriorada dictadura podría estar entrando en su cuenta regresiva, si bien retiene todavía el control de las FF.AA. y el apoyo de su base social entre la minoría alawita y es poco probable que ceda sin agotar todos sus recursos.
Bajo la feroz represión del régimen la rebelión parece haber retrocedido en tanto movimiento de masas activo (no ha logrado dar un salto en el sentido de grandes acciones de masas independientes, ni ha emergido el movimiento obrero como tal). La oposición, parece ser crecientemente encuadrada por el CNS (Concejo Nacional Sirio), colaboracionista del imperialismo y el ELS (Ejército Libre Sirio), formado en base a oficiales y soldados desertores y auspiciado por Turquía (donde el ELS tiene su cuartel general) y las monarquías árabes. El CNS y el ELS no tendrían control total sobre un movimiento de oposición heterogéneo, en el que hay alas islamistas, sectores que no apoyan la intervención extranjera, y otros dispuestos a negociar con el régimen; pero no existe –al menos por ahora– una alternativa obrera y popular independiente.
Un elemento fundamental de la situación es la división en la “comunidad internacional”, con varias potencias que mantienen el apoyo a Damasco: Rusia (que tiene en Siria un importante aliado regional y en Tartus su única base naval en el Mediterráneo) y China han bloqueado hasta ahora las resoluciones de EE.UU. y sus aliados en el Consejo de Seguridad de la ONU, y al mismo tiempo, Irán apoya activamente al gobierno de al-Assad.
La presión imperialista crece. Los países europeos (con una actitud más beligerante) y EE.UU. (donde en plena campaña electoral Obama parece poco inclinado a un compromiso directo) están ejerciendo una intensa presión económica, política y también militar (control naval con una flotilla franco-británica, amenaza de “corredores humanitarios”, etc.). Turquía, extremadamente preocupada por el impacto de la crisis siria sobre su frontera sur y entre los kurdos que oprime brutalmente, así como Arabia Saudita y Qatar, ejercen una creciente injerencia en apoyo al ELS acompañando la política norteamericana (recientemente salió a la luz que Obama habilitó a la CIA a dar asistencia al ELS).
Sin embargo, Siria no es Libia. Un escenario de fragmentación similar, no parece la perspectiva más probable pues en Siria no se expresan las mismas divisiones étnico tribales, aunque en el escenario con minorías como la alawita y kurda, no puede descartarse la posibilidad de una “balcanización”.
Las posibilidades de una intervención de la OTAN junto a las petro-monarquías serían mucho más complicadas. Es que Siria juega un papel clave en Medio Oriente, como centro de un delicado y tenso equilibrio entre los estados vecinos, y si no logran organizar un recambio viable, el eventual derrumbe del régimen de al-Assad amenaza con una desestabilización que podría sumir al país en una guerra civil aún más extendida. Esto podría arrastrar a El Líbano, afectar a Israel (al-Assad a pesar de todo, fue un factor de estabilidad para Tel-Aviv), provocar un curso imprevisible de Hizbollah y otras fracciones armadas, e incluso crear complicaciones en la retaguardia de Irak.
Por ahora, el final sigue abierto. Las potencias occidentales no han logrado hasta ahora un acuerdo para imponer su política de cambio de régimen, que además, necesitaría contar no sólo con las fracciones de la oposición, sino también del baathismo y los mandos militares. El nombramiento del diplomático argelino Ladjar Brajimi como negociador por la ONU en lugar de Kofi Annan y los contactos entre las potencias regionales son parte del tanteo de cómo armar una salida política. Está por verse hasta dónde y en qué medida el imperialismo podrá avanzar en la imposición de sus objetivos.
6. Se ahonda la desestabilización del tablero geopolítico de Medio Oriente que el imperialismo apuntaló en las últimas décadas con un enorme esfuerzo de intervención (desde los Pactos con Egipto e Israel a las invasiones de Irak y Afganistán, etc.). Estados Unidos ubica como un área estratégica (por el petróleo y por su lugar como articulación de las tres grandes masas continentales del Viejo Mundo) al “arco de crisis” que atraviesa desde el subcontinente indio en el este hasta el cuerno de África en el oes-te, y que tiene en Medio Oriente su núcleo central. En las dificultades estratégicas que enfrenta en este amplio “arco” se expresa la declinación de la hegemonía norteamericana, pese a que en las tres últimas décadas concentró enormes medios sobre esta región (incluidas las mayores operaciones militares desde la Guerra de Vietnam), de cara a garantizar que el siglo XXI fuera un “siglo americano”.
La “Primavera Árabe” pone en cuestión los pilares de su dominio: la supremacía de Israel, el cerco sobre Irán (cuyo peso en la región ha crecido), que ha llevado a un estado de “guerra fría” en el estrecho de Ormuz, y la retaguardia de los teatros de operaciones en Irak, Afganistán y Paquistán (aspectos todos sobre los que la dinámica de la guerra civil siria puede influir directamente) y la sensible costa sur del Mediterráneo, a las puertas de una Europa en aguda crisis económica, social y política.
El papel de Egipto como garante de los acuerdos árabes con Israel y asociado al dispositivo imperialista en el Medio Oriente está cuestionado por el proceso revolucionario abierto en ese país, más allá de la “política de Estado” compartida por los militares y aceptada por los Hermanos Musulmanes de respetar esos compromisos.
La ubicación del Estado de Israel como gendarme “duro” del imperialismo, jugando sobre el filo de la polarización (negando toda concesión a los oprimidos palestinos, amenazando agredir a Irán, etc.) resulta disfuncional ante el nuevo escenario y ya ha fracturado sus viejas alianzas con Turquía y Egipto. Esto, junto a elementos de crisis social interna (la emergencia de los “indignados” israelíes) puede terminar minando el bloque social sionista. La “Primavera Árabe” vuelve a traer a primer plano la cuestión de la opresión del pueblo palestino como causa antiimperialista y de los pueblos árabes.
La inestabilidad se cierne de un extremo a otro del mundo árabe: desde el precario equilibrio en El Líbano —cuyo garante era el régimen de Damasco—, hasta los problemas de la reciente partición pactada de Sudán (donde pese a la supervisión de la ONU siguen fuertes fricciones entre Norte y Sur).
Es posible que aún Washington y sus aliados europeos y agentes regionales puedan “administrar la crisis del orden regional”, pero las bases estructurales de éste, que se asentaba en última instancia en las severas derrotas de las masas palestinas y árabes durante las últimas décadas, están severamente minadas, no sólo por las fricciones y brechas en las relaciones interestatales y el impacto de la crisis económica, sino por el ingreso a escena de las masas árabes.
7. La rebelión árabe desnudó el agotamiento de un largo “ciclo de dominación política” bajo tiranías con y sin corona. Es la crisis del sistema de regímenes construidos tras la descolonización de posguerra y que arrancó con dos grandes variantes enfrentadas entre sí: las monarquías de origen semi-feudal, como la saudí, la hachemita o la marroquí, y los regímenes bonapartistas sui generis surgidos en los años ‘50 (Nasser, el Baath en Irak y Siria, el FLN argelino, etc.) como respuesta al ascenso de masas y la crisis de la independencia en el marco de la revolución árabe. Estos regímenes evolucionaron desde fines de los ‘70 hacia la órbita pronorteamericana. Durante los años posteriores se fortalecieron el islamismo y sus expresiones radicales, con una ideología reaccionaria pero que reflejaba el rechazo a la penetración capitalista, mientras que la vieja izquierda se hundía junto con el nasserismo y el stalinismo de los que era tributaria. Bajo estas dictaduras y con la ofensiva imperialista de las últimas décadas, se produjeron cambios en la economía y en la sociedad (urbanización, desarrollo de la clase trabajadora, etc.). Los viejos regímenes fueron incapaces de absorber los antagonismos sociales. No integraron a las nuevas capas burguesas y a la moderna clase media, ni pueden dar respuesta a la joven generación educada pero sin horizontes, ni a las demandas de las masas explotadas. Así fue madurando la base “sociológica” de la “primavera árabe”. En el clima de “fin de régimen” la irrupción violenta de las masas determinó el hundimiento de los Ben Alí, Mubarak o Saleh, pero también de los Kadafi y los al- Assad (que cumplieron toda la trayectoria a lo largo de varias décadas, desde sus orígenes bonapartistas sui generis a su conversión pro-imperialista).
8. El imperialismo responde al desafío de la rebelión con una estrategia combinada en defensa del amenazado statu-quo regional y de los regímenes en que se apoya. Fue articulando su respuesta en torno a una estrategia de contrarrevolución que abarca políticas de “transición” (Egipto, Túnez), con la intervención directa para forzarla (Libia, y eventualmente Siria) y alienta las muy mezquinas “auto-reformas” (Marruecos, Jordania), sin dejar de sostener a rajatabla a las petro-monarquías amigas más sólidas (Arabia Saudita). Esta estrategia tiene rasgos preventivos, pues todavía no enfrenta revoluciones abiertas y cuenta con ciertos márgenes de maniobra para la reforma de los regímenes, que intenta establecer con mínimas concesiones políticas a las masas.
Estas maniobras no cambian la naturaleza y la lógica de la dominación imperialista sobre el mundo árabe, que se ha distinguido históricamente por su brutalidad y violencia. Desde las guerras contrarrevolucionarias (Argelia) a la creación del Estado sionista como un agente directo del imperialismo armado hasta los dientes, pasando por la intervención en contiendas civiles, la ocupación de los territorios palestinos, etc., a la ocupación de Irak y Afganistán, la “guerra de baja intensidad” en Yemen y las nuevas intervenciones como la de la OTAN en Libia.
Cínicamente, el imperialismo trata de presentarse como “amigo de los pueblos árabes” y a sus intervenciones como “humanitarias”, aunque sostuvieron a los Mubarak y Ben Alí hasta último momento y hacían excelentes negocios económicos y políticos con los Kadafi o al-Assad, y siguen sosteniendo a rajatabla al monarca saudí y otros sátrapas. El imperialismo y las retrógradas clases dominantes locales no van a dejar de apelar a la represión y las intervenciones, a dejar correr o alentar las tensiones religiosas, étnicas y culturales, que a veces estallan en “violencia sectaria”, manipulando todos los recursos reaccionarios a su alcance contra la lucha de las masas obreras y populares.
La lucha contra las dictaduras, las sanguinarias cúpulas militares o las retrógradas monarquías en los países árabes es inseparable de la lucha contra el imperialismo. Si bien las reivindicaciones antiimperialistas no jugaron un papel importante en las primeras fases del alza de masas, la experiencia con el respaldo imperialista a los gobiernos de transición, sus intervenciones armadas y su apoyo a Israel, puede hacer que comiencen a entrelazarse con las demandas económico-sociales y políticas del movimiento de masas en las próximas fases.
9. Las políticas de transición controlada, así como las tímidas “auto-reformas” tienen escasos márgenes para hacer concesiones a las clases subalternas no sólo por la situación económica enrarecida por la crisis mundial y por la cerrada defensa imperialista del statu quo regional, sino también por esa trabazón entre poder político, militar y económico. La clave de estas políticas es preservar los intereses imperialistas y de las élites burguesas locales mediante limitadas reformas constitucionales, un pluripartidismo acotado y un marco de “respeto a la ley”, pero manteniendo políticamente atomizadas y excluidas de toda influencia en los asuntos importantes a las clases subalternas. Esto en última instancia, torna difícil que el Estado burgués gane un margen de autonomía relativa como para poder legitimar ampliamente un nuevo régimen y tender mediaciones más eficaces ante la nueva relación de fuerzas sociales y políticas. Esta es una de las contradicciones internas que enfrenta cualquier plan de transición y que limita al mínimo las auto-reformas, en medio de un escenario de crisis y convulsiones que está lejos de haberse aquietado, pese a los avances de estas políticas en Túnez, Egipto y Libia.
10. Los principales actores políticos en que se apoya la transición: militares e islamistas moderados, en los liberales, los salafistas y los neo-nacionalistas a sus flancos. Las FF.AA. son en la mayoría de los países árabes no sólo el pilar del Estado, sino que su peso y rol van mucho más allá: nacidos de la lucha por la independencia, lo que les da cierta legitimidad social, forjados en un largo historial de violencia y guerras, fueron por décadas la base del poder político y conforman organizaciones masivas (el Ejército egipcio tiene más de medio millón de integrantes), propietarios de emporios industriales y empresariales, beneficiarios de jugosos presupuestos y de ayuda extranjera (los militares egipcios reciben 1.300 millones de dólares anuales de EE.UU.). Son así una institución centralizadora clave y un actor esencial para las “transiciones” en los términos que pretende el imperialismo, y no tienen ninguna intención de resignar su poder, su impunidad ni autonomía.
Como muestran los casos de Egipto y Túnez, pero también Marruecos, donde las elecciones legislativas favorecieron a los Hermanos Musulmanes locales y aun en Libia (donde parecen tener también fuerza sectores laicos), las fuerzas políticas islamistas constituyen la principal mediación política existente. Tienen peso de masas, profundas raíces culturales y religiosas entre la población y densas redes de asistencia social, educación, etc., que llegan hasta los sectores más postergados. Su papel “moderador” y pactista ya se puso a prueba tras los levantamientos, como en Egipto. El imperialismo ha debido aceptar que necesita su colaboración en las “transiciones” y esto parece orientar los cambios de régimen hacia variantes árabes del “modelo turco”: una fuerte presencia militar y gobiernos de mayoría musulmana moderada, abiertos al programa neoliberal y disciplinados a los acuerdos con Occidente.
Como fuerzas menores a sus flancos, actúan tendencias liberales laicas (pro-occidentales, sin gran base de masas pero influyentes en sectores burgueses y de clase media), corrientes islamistas “duras” (como el Hizb ut Tahrir en Túnez o Al Nour en Egipto). También apuntan tendencias que se proclaman herederos del antiguo nacionalismo burgués, como el neo-nasserismo de Sabbahi en Egipto y que pueden ser un eslabón en futuros frentes de colaboración de clases con la burguesía.
11. El movimiento obrero viene jugando un creciente papel, especialmente en Egipto y Túnez. En años anteriores hubo importantes grandes huelgas como partes de las “revueltas del pan” en Egipto, donde entre 2006 y 2008 los textiles hicieron paros con ocupación de fábrica, también salieron a la lucha los mineros tunecinos y marroquíes. Bajo el impacto de la crisis económica internacional, el agravamiento del costo de vida y el desempleo, alentaron la participación destacada de los trabajadores en el estallido de la “Primavera”. La huelga general jugó un gran papel en el levantamiento contra Ben Alí y en Egipto la gran oleada de conflictos (públicos, de la salud, textiles, portuarios, etc.) y la amenaza de que se transformara en huelga general de masas también fue clave en la caída de Mubarak. Si bien el movimiento obrero no fue el sujeto social central en los levantamientos, el proletariado se ha convertido en un actor central del proceso egipcio: la masiva oleada huelguística de septiembre de 2011 fue un duro golpe para el gobierno del CSFA, surgió una Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, con un millón y medio de afiliados y tras la asunción de Mursi hubo nuevas huelgas y ocupaciones de fábrica como en la gran textil de Al Mahalla. En las últimas semanas, las protestas obreras y populares también han recrudecido en Túnez.
Esta actividad obrera es de gran importancia, pues si desde el principio de la rebelión las banderas democráticas de “Libertad”, se combinaron con las de “pan” y “justicia social”, reflejando las demandas de los explotados, la constante actividad obrera es un indicio de que sectores del proletariado están avanzando en su organización y recomposición subjetiva. La clase obrera egipcia, tunecina y de otros países, empujada a seguir la lucha contra los planes de los nuevos gobiernos, está llamada a imponer su impronta de clase al proceso.
De conjunto, la clase obrera árabe cuenta con un gran peso social, que surge de su papel en la producción y su concentración en las actividades exportadoras, pese a que en algunos países es relativamente débil o enfrenta condiciones muy adversas: muchos trabajadores son inmigrantes casi sin derechos en los Estados de la Península Arábiga; en Libia, decenas de miles de obreros inmigrantes debieron huir hostilizados por kadafistas y rebeldes. La clase obrera, uniendo sus filas y atrayendo a la juventud radicalizada y a las mujeres que se levantan contra la opresión (junto a los que fue vanguardia en la Plaza Tahrir), es la única clase que puede aglutinar en torno suyo a las masas de la ciudad y el campo: clase media empobrecida, campesinos, artesanos, pobres urbanos, desocupados, minorías oprimidas, disputando su dirección a las corrientes pro-burguesas y al oscurantismo religioso y abriendo el camino a una salida revolucionaria, obrera y popular.
12. A pesar de los avances reaccionarios bajo las “transiciones” egipcia, tunecina y libia y de la política imperialista de lograr una salida favorable a sus intereses en la guerra civil siria (con un cambio de régimen acorde), el futuro del proceso sigue teniendo un pronóstico abierto, se trata de un proceso vivo, en marcha, aunque plagado de contradicciones.
La “Primavera Árabe” mostró sus límites, que son esencialmente subjetivos, políticos, cuando tras los triunfos iniciales, no logró abrir la perspectiva de un curso independiente, hacia acciones revolucionarias superiores del movimiento obrero y de masas. Esa debilidad fue aprovechada por el imperialismo y las burguesías locales para poner en marcha la reacción, detrás de los planes de transición, las intervenciones y la represión. Así, la contrarrevolución cuenta a su favor con los márgenes de maniobra que le concede el atraso subjetivo del movimiento de masas –expresado en la falta de centralidad de la clase obrera y en el peso de las ilusiones con una conciencia de masas casi puramente democrática–.
Así, se han puesto en marcha “transiciones” pero que aún no se han asentado y enfrentan profundas contradicciones, entre su mezquino contenido –conservar todo lo posible del statu quo– y las expectativas populares, sobre la base de relaciones de fuerza aún no definidas categóricamente: ni las masas han sido aplastadas, ni el campo burgués ha sido desbandado.
El imperialismo debe maniobrar en un terreno minado por la crisis internacional, la propia declinación hegemónica imperialista y la magnitud de la crisis económica, social y política de los países más convulsionados. Esto limita mucho sus posibilidades estratégicas de liquidar el proceso árabe. Si bien parece inevitable que las masas deban atravesar una fase de experiencias con las trampas de la transición, ninguna de las demandas obreras y populares puede hallar satisfacción en los marcos de esos planes. Por el contrario, la contradicción entre el movimiento obrero y las nuevas representaciones políticas burguesas –los Mursi y cía. –, pueden jalonar las próximas fases del proceso político. Dentro de las hipótesis más probables –que el proceso revolucionario sea largo y tortuoso, debiendo atravesar diversas situaciones–, no pueden descartarse giros bruscos y nuevas eclosiones de la lucha de clases –nada más lejos de las ilusiones en una “revolución democrática” triunfante rápida y a bajo costo que cultiva parte de la izquierda–.
Segunda parte: debates sobre la estrategia y política
de los marxistas
La “Primavera Árabe”, 1848 y las condiciones actuales
Se ha hecho un lugar común la analogía del actual proceso árabe con la “Primavera de los Pueblos”, como se llamó a la oleada revolucionaria europea de 1848-50. Como toda analogía histórica, debe ser tomada con sus límites, pero no por eso deja de ser útil. La revolución de 1848 se extendió velozmente por toda Europa levantando banderas democráticas, sociales y nacionales contra el viejo régimen monárquico. Fue derrotada en todas partes porque primó el ala burguesa conciliadora y temerosa del pueblo trabajador. Ya entonces la revolución democrática se manifestó impotente bajo la conducción burguesa y la pequeño burguesía fue incapaz de proporcionarle un liderazgo independiente, mientras que el proletariado, que se sublevó en la insurrección de París de junio de 1848, aún no estaba preparado para dirigirla. Nada más lejos de una primavera pacífica que esa guerra de clases, uno de cuyos subproductos ideológicos es nada menos que el Manifiesto Comunista, escrito en 1848 por los jóvenes intelectuales revolucionarios que eran entonces Marx y Engels. No es casual que ambos sacaran la conclusión de que, en adelante, los trabajadores “necesitarán ser conscientes de sus intereses de clase y adoptar la posición de un partido independiente. No deben ser apartados de su línea de independencia proletaria por la hipocresía de la pequeña burguesía democrática. Su grito de guerra debe ser: ‘La Revolución permanente’” [1].
El año 1848 se situó entre el “ya no de la revolución burguesa y el todavía no de la revolución proletaria”. El problema de cómo resolver las tareas democráticas incumplidas por la burguesía en su época de ascenso fue zanjado en 1917 con la Revolución Rusa. La teoría/programa de la revolución permanente, elaborada por Trotsky como teoría del carácter, el nexo interno y la dinámica de la revolución socialista internacional, recoge esas lecciones históricas: la revolución democrática de nuestro tiempo sólo puede triunfar como revolución proletaria, transformándose en socialista.
El proceso de 1848 se produjo en una Europa donde el capitalismo estaba en pleno ascenso, lo que le posibilitó a las clases dominantes hacer reformas en las décadas posteriores. Por el contrario, el proceso árabe se da en una región semicolonial en la era de declinación imperialista y en medio de una aguda crisis estructural del capitalismo. A inicios del siglo XXI es una utopía imaginar una resolución puramente democrática de la “Primavera Árabe”.
Los factores objetivos y subjetivos y los tiempos de la revolución
El proceso árabe es en sí mismo una expresión de cómo la crisis capitalista tiende a actualizar el carácter de nuestra época como de “crisis, guerras y revoluciones”, disgregando las condiciones de la etapa de “restauración burguesa” que primó en las últimas décadas. Esto abona las premisas materiales para la revolución, pero no equipara automáticamente los factores subjetivos. Más aún, por ahora tiende a agudizarse la contradicción entre la maduración de las condiciones objetivas y el retraso en la subjetividad del proletariado, consecuencia de largos años de retroceso y derrotas. Esta contradicción sólo se puede resolver en la lucha viva de clases.
En África del norte y Medio Oriente las masas irrumpieron con gran combatividad, pero sin centralidad obrera y partiendo de una conciencia casi puramente democrática, mientras que el contenido ideológico y político que la vanguardia le da a su “revolución” es muy vago. Una combinación de levantamientos o jornadas revolucionarias y rebeliones jalonó el despliegue de la “primavera árabe” y abrió procesos revolucionarios (cuyo ejemplo más claro es Egipto), pero sin transformarse aún en revoluciones sociales abiertas. Estas condiciones le facilitan al imperialismo márgenes de maniobra, como estamos viendo con la puesta en escena de “transiciones” que buscan desviar el proceso y abortar sus potencialidades revolucionarias.
Un punto de partida necesario para reflexionar sobre los problemas y desafíos que este escenario plantea, es elaborar una caracterización marxista del proceso, de sus logros y debilidades.
Porque procuramos plantear estos problemas, la LIT-CI nos adjudica a la FT-CI “hablar sólo de ‘rebeliones’, lo que sería algo más puntual y momentáneo.” No es fácil comprender por qué una rebelión sería algo “puntual y momentáneo”. La compleja dinámica de la “Primavera Árabe” muestra que las rebeliones y jornadas revolucionarias pueden retroceder a veces bajo lo golpes y maniobras de la contrarrevolución, o ser el comienzo de procesos revolucionarios, que si se desarrollan, llevan a la revolución social, lo cual se determinará o no en la lucha de clases viva. No hay una separación absoluta entre estas categorías y la historia muestra que hay numerosas situaciones intermedias, incluso “revoluciones semi ciegas, mudas…” que Trotsky definía a partir del retraso del factor subjetivo, o sea revoluciones mediatizadas por el retraso de sus elementos subjetivos y la ausencia de un polo revolucionario con influencia. Hemos visto importantes procesos que incluyeron levantamientos pero que no culminaron en revoluciones abiertas desde Filipinas (1985-86) o las jornadas revolucionarias en Indonesia (1998), a los procesos latinoamericanos de 2000 a 2005 en Argentina, Bolivia, etc. [2]. En realidad, la LIT-CI devalúa sistemáticamente la importancia de los elementos subjetivos y su visión prioriza los cambios en la superestructura política. Es suficiente que caiga un gobierno en medio de una crisis con cierta intervención de masas, para que la LIT-CI hable de revolución, porque el centro de su concepción es que si cambia el régimen, ya hay una revolución. Por eso, habla indistintamente de “las revoluciones que expulsaron a Ben Alí y derrocaron a Gadafi, y aquellas que enfrentan las petro-monarquías y la dictadura de Assad” [3]. Como decía Trotsky, “El rasgo más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos” [4]. Esa intervención, que debe manifestarse en grandes “acciones históricamente independientes” (V. Lenin), implica un cambio cualitativo en las relaciones de fuerza entre las clases con que se inicia el proceso revolucionario, pero que no implica que automáticamente se transforme en revolución abierta. Como veremos más abajo, la superficialidad de las definiciones de la LIT-CI conduce a graves consecuencias políticas.
¿“Revolución democrática” sin resolver las tareas democráticas estructurales?
El “sentido común” cultivado por los analistas burgueses y la centroizquierda separa las demandas antidictatoriales y por las libertades políticas de las demás reivindicaciones que surgen en la lucha de los pueblos árabes. Así, obscurecen la combinación de demandas sociales, políticas y nacionales profundas que está planteada en la “Primavera Árabe”, y que remiten a las tareas democráticas estructurales. Pero sin encarar de manera radical la liberación de la dominación imperialista, la resolución de la cuestión agraria, la lucha contra la opresión de las minorías nacionales y religiosas, la lucha contra la bárbara opresión de la mujer, etc., es imposible satisfacer las legítimas aspiraciones democráticas de los pueblos árabes. Aún la conquista de amplios derechos políticos exige llevar hasta el final la demolición de las podridas y ultra-reaccionarias instituciones estatales de los viejos regímenes.
En el mundo árabe, la clave en la resolución de esas tareas es la ruptura con el imperialismo.
Sin romper con la dependencia servil del imperialismo, no se puede aplastar a las poderosas tendencias bonapartistas y reaccionarias que brotan de esa dominación. Como señalara Trotsky: “es imposible combatir el fascismo sin combatir al imperialismo. Los países coloniales y semicoloniales deben luchar antes que nada contra el país imperialista que los oprime directamente, más allá de que lleve la máscara del fascismo o la de la democracia” [5]. Hoy, en el mundo árabe, es imposible arrancar de raíz las lacras del viejo régimen sin romper con los imperialismos “democráticos” de Obama, Cameron, Hollande, etc., sin expulsar a las tropas y bases de la OTAN y EE.UU. de Afganitán, Irak, Kuwait, Yemen y todo el mundo árabe, sin expropiar a las multinacionales petroleras, etc. La existencia del Estado Sionista, gendarme del imperialismo armado hasta los dientes y que sojuzga brutalmente al pueblo palestino es incompatible con las aspiraciones democráticas y nacionales de los pueblos árabes.
Son el imperialismo y sus transnacionales el principal soporte de la dominación de las camarillas burguesas y los jeques que parasitan los recursos de la región: petróleo, minería, etc., con lo cuales se podría responder a la miseria de las masas, junto a la cuestión agraria: la falta de tierras y medios para el campesinado egipcio, sirio, irakí, etc. Demanda la liquidación de las capas de grandes propietarios y usureros y sería el mejor medio para combatir la influencia de los mullahs oscurantistas.
Las burguesías árabes son históricamente incapaces de asumir y resolver estas tareas, atadas como están por mil lazos al capital extranjero. Sólo la toma del poder por los trabajadores acaudillando a las masas populares podrá dar solución “íntegra y efectiva” a esas tareas, en la dinámica de la revolución permanente [6].
Sin encarar en ese marco las tareas democráticas –la lucha contra el imperialismo en primer término–, ni siquiera es posible plantear consecuentemente la lucha por una “democracia más generosa”, pues la democracia burguesa degradada que ofrecen las clases dominantes locales y el imperialismo, está estrictamente recortada según sus objetivos de preservar el actual orden de cosas: elecciones bajo condiciones dictadas por los “gobiernos de transición”, tutela militar, impunidad para los torturadores, constante represión, etc.
Esto se manifiesta a cada paso en la realidad cotidiana: aun en Egipto y Túnez, donde los viejos dictadores fueron derrocados, las libertades democráticas impuestas con la movilización son objeto de una permanente y por momentos violenta lucha entre los gobiernos continuistas y las masas movilizadas. En Egipto, unos 11.000 activistas fueron enviados ante los tribunales, hay numerosos casos de tortura y el CSFA digitó quiénes podían ser candidatos presidenciales, cerró el parlamento y se arroga el poder de arbitraje en el nuevo régimen. En Libia, bajo la supervisión de las Embajadas imperialistas, las elecciones a la Asamblea Nacional se hicieron en condiciones en que la “libertad de prensa” consiste en que los “43 nuevos periódicos y revistas (…) son 100 por ciento pro nuevo gobierno […] Es el temor a las consecuencias de fallar en mantener la línea que acumula para ese aparentemente universal apoyo al CNT” [7].
Por eso, se revela toda la importancia que reviste para la política revolucionaria el levantar contra las políticas de “transición” (que pueden incluir algún tipo de Asamblea Nacional, como en Túnez) consignas que den respuesta a las progresivas expectativas democráticas de las masas, orientándolas contra el Estado burgués y sus instituciones mediante un programa democrático radical engarzado en el programa transicional. Como parte del mismo, en determinados momentos puede jugar un papel importante la consigna de Asamblea Constituyente Revolucionaria, explicando la necesidad de destruir hasta los cimientos del viejo régimen. En ese sentido, reivindicamos el planteo de que “la única salida verdaderamente democrática es luchar por una Asamblea Constituyente Revolucionaria que reorganice la sociedad y el país desde sus cimientos, en la que representantes libremente electos puedan debatir y decidir sobre los grandes problemas” (ruptura con el imperialismo y con el Estado de Israel, expropiación de las transnacionales y de los terratenientes, el fin del desempleo, las demandas de los pobres urbanos y contra la opresión de la mujer, etc.) como levantamos para Egipto [8], ligada al desarrollo de la auto-organización de masas y la lucha por un gobierno obrero y popular.
¿”Revolución democrática” o revolución permanente?
La LIT-CI y la UIT-CI basan su abordaje de la “primavera árabe” en la concepción semi-etapista de “revolución democrática” que heredaron de Nahuel Moreno [9] . La UIT-CI, sostuvo que se había producido “el triunfo de una revolución democrática en Túnez” [10] , en Egipto “Una revolución triunfante” [11] y también que “En Egipto ha triunfado una revolución democrática, los trabajadores, la juventud y el pueblo egipcio han derribado a la dictadura. El hecho de que se hagan cargo del gobierno los militares, no significa que no haya triunfado una revolución”. Aunque inmediatamente agrega, más cuidadosa: “Se trata de un primer gran triunfo. La ausencia de una dirección revolucionaria, por ahora, ha impedido que la revolución culmine con un poder de los trabajadores y el pueblo” [12].
De manera similar, el PSTU de Brasil y la LIT-CI caracterizan que con la caída de Mubarak hubo una “revolución democrática” victoriosa (aunque luego adviertan que “todo estaría por conquistar” pues la Junta Militar quedó en el poder). “La definición de que ocurrió en Egipto una revolución democrática no significa que terminó en un proceso victorioso (...) La definición de la victoria de la revolución democrática sirve para definir el programa. Antes, nuestro programa de transición se ordenaba alrededor de la consigna “fuera Mubarak”. Ahora tiene que indicar nuevas tareas democráticas, antiimperialistas, y de transición, que surgen con más fuerza” [13] . Aquí aparece claramente la ruptura con la teoría de la revolución permanente, al separar dos etapas: una en que triunfaría la “revolución democrática” (a nivel del régimen), cuya clave programática son las demandas democráticas (derribar a Mubarak) y otra posterior que recién implica nuevas tareas, entre ellas, de transición, que sólo ahora “surgen con más fuerza”.
Tratando de abonar esa teoría, la LIT-CI afirma que “a pesar de su carácter ‘amplio’ y ‘popular’, la revolución árabe es una revolución inconscientemente anticapitalista, porque tiene el objetivo de derrotar el régimen contrarrevolucionario capitalista y porque es llevada a cabo por el pueblo trabajador (con sus métodos) y no por la burguesía. Por eso, si triunfa la revolución democrática se configura una victoria del pueblo trabajador, y no de la burguesía, que coloca en marcha una serie de contradicciones y amenazas para la estabilidad de la propia burguesía y su poder como clase dominante. A partir de ahí se genera una contradicción de hierro entre el triunfo obrero-popular y la manutención del poder del Estado en las manos de la burguesía, que procurará a toda costa cerrar el proceso revolucionario para salvarse de la destrucción a manos de las clases trabajadoras´” [Itálicas nuestras]. Esto “profundiza” la división en etapas: recién “a partir de allí” –el triunfo de la “revolución democrática” – genera la contradicción de hierro entre el “triunfo obrero y popular” y el Estado en manos de la burguesía. Es lo opuesto a lo que pensaba Trotsky, que tomando el caso de Italia, explica que si Mussolini es derribado por la movilización y reemplazado por una república democrática: “(…) no será el fruto de una revolución burguesa sino el aborto de una revolución proletaria insuficientemente madura y prematura. Si estalla una profunda crisis revolucionaria y se dan batallas de masas en el curso de las cuales la vanguardia proletaria no tome el poder posiblemente la burguesía restaure su dominio sobre bases ‘democráticas‘. ¿Puede decirse, por ejemplo, que la actual república alemana es una conquista de la revolución burguesa? Sería absurdo afirmarlo. Lo que se dio en Alemania en 1918-1919 fue una revolución proletaria engañada, traicionada y aplastada por la falta de dirección. Pero, no obstante, la contrarrevolución burguesa se vio obligada a adaptarse a las circunstancias provocadas por esta derrota de la revolución proletaria a tomar la forma de una república parlamentaria ’democrática’” [14].
Es evidente que el derrocamiento por vía revolucionaria de dictadores como Ben Alí y Mubarak obligó a la contrarrevolución a “adaptarse” a las nuevas circunstancias con una política de “cambio de régimen” para derrotar el proceso de masas. Calificar esto como triunfo de la revolución democrática sólo ayuda a confundir la situación y embellecer las trampas de la “transición” impulsada por el imperialismo.
Además, asignar un carácter “inconscientemente anticapitalista” al proceso es una noción profundamente objetivista que devalúa la importancia de los elementos subjetivos (direcciones, programas, ideas). En consecuencia, combatir a las direcciones burguesas y pequeño burguesas no tendría la importancia crucial que reviste, y tampoco serían decisivos los efectos de su accionar contrarrevolucionario. Lo que demostró la experiencia del siglo XX no fue que el carácter inconscientemente anticapitalista de los procesos revolucionarios, tornara secundario el problema de la consciencia de las masas y sus direcciones, sino al revés, ratificó su importancia, pues no sólo se frustraron decenas de situaciones revolucionarias con un altísimo costo para las masas, sino que en los pocos casos en que la burguesía y el capital fueron expropiados, fue imposible avanzar en la transición socialista sin dirección marxista revolucionaria, y las grandes conquistas iniciales fueron revertidas al capitalismo, como en la URSS y China, o como está en trance de ocurrir en Cuba.
El test libio
Según estas corrientes, con el derrumbe del gobierno de Kadafi y su muerte, la “revolución” libia vivió un colosal salto adelante: “Desde la LIT-CI saludamos efusivamente estos hechos que constituyen, sin lugar a dudas, una tremenda victoria política y militar del pueblo libio y de todo el proceso revolucionario que sacude al mundo árabe. Hay que llamar a las cosas por su nombre: estamos delante de una impresionante victoria de un pueblo que tomó las armas” [15]. La LIT-CI consideró a lo sucedido en Libia como “el pico más alto” de la revolución árabe. Nos dice que “esta tremenda victoria democrática del pueblo libio coloca, sin duda, en mejores condiciones el avance de todo el proceso revolucionario en Medio Oriente y el Norte de África. Su impacto ya es evidente en los procesos de Siria y Yemen” (Josef Weil). Que tan “tremenda victoria” hubiera sido parida con ayuda de las bombas, armas y asesores de la OTAN y sus aliados no tenía para la LIT-CI y la UIT-CI la menor importancia. Para esta última, el “triunfo de una revolución democrática” se dio a pesar de que “la OTAN nunca dio armas a los rebeldes que se armaron con lo que encontraban a su paso” [16] . Bueno, los compañeros parecen creer que si la realidad no es lo bastante buena, conviene corregirla. La verdad es que la OTAN martilló las tropas de Kadafi con miles de vuelos de ataque abriéndoles el camino a los rebeldes mientras comandos del SAS británico operaban en Misrata y los franceses “enviaban armamento por aire a Benghazi, y luego a Misrata antes de lanzarlos en paracaídas en Jeb el Nafysa y la parte sur de Libia”. Al mismo tiempo, “cazas Mirage de Qatar y sus C-17 Globemasters entraban en acción en el aire, mientras fuerzas especiales qataríes golpeaban en tierra. Rebeldes libios fueron a Qatar a entrenarse al mismo tiempo que Qatar se convirtió en la base del aparato de comunicaciones del CNT” [17].
Con la cooptación de las principales direcciones rebeldes y la imposición del gobierno del CNT bajo tutela euro-americana, lejos de avanzar una revolución, se ha ampliado enormemente el margen de maniobra imperialista para canalizar la crisis. Sarkozy, Cameron, etc., son saludados con servil entusiasmo por los nuevos dirigentes libios. Las transnacionales están haciendo pingues negocios con el petróleo, ampliando los que ya tenían con Kadafi; la clase obrera (en buena medida de origen inmigrante) y la minoría Tuareg sufren la privación de derechos y persecuciones. La LIT-CI y la UIT-CI argumentan que las milicias se resisten a entregar las armas, pero eso no convierte en revolucionarias a las facciones que se disputan el control territorial sin levantar una política para romper con el imperialismo ni combatir el plan de “transición democrática” impulsado por las potencias que el 17 de julio dio un importante paso adelante con la votación a la Asamblea Nacional. En Bengazi y otros sitios las milicias locales han impulsado sus propios comicios locales. La OTAN, por boca de su secretario General Andres Fogh Rasmussen, saludó las elecciones como un “admirable paso adelante en la transición de Libia hacia la democracia, tras cuarenta años de dictadura” [18]. El hecho es que después de “la tremenda victoria democrática” los gobiernos imperialistas no sólo pudieron inclinar a su favor la balanza de la crisis libia y, aun en medio de la inestabilidad reinante, avanzar en la semi-colonización del país y la reconstrucción del Estado burgués, sino que también pudieron “lavarse la cara” para intervenir en el conjunto del proceso árabe. El balance de los hechos desmiente por completo la euforia de las corrientes con que debatimos.
La lógica del “mal menor”
La adaptación política al campo burgués considerado progresivo o el mal menor (por ejemplo, cuando la democracia burguesa está bajo ataque fascista o bonapartista), ha mostrado dos variantes en Libia y Siria:
a) La versión “pro-bonapartista” del castrismo, el chavismo y los populistas, corrientes en las que es una concepción contrarrevolucionaria consciente, enemiga de que el proletariado se eleve a la independencia de clase y levante su propio programa; justificó el apoyo a las dictaduras de Kadafi y al-Assad en nombre de las alianzas geopolíticas o tomando solo en cuenta sus eventuales fricciones parciales con el imperialismo y ocultando el carácter de su dictaduras sobre la clase obrera y las masas pobres de sus propios países.
b) La variante “pro-democrática” que partía de concebir el proceso como una “guerra de regímenes” en las que se enfrentaban un régimen dictatorial y la “lucha por la democracia” como única alternativa posible, ubicándose políticamente en el campo de ésta última.
Otra expresión de la lógica del “mal menor” la hemos visto recientemente en Egipto, donde la corriente SR (IST) llamó a votar en las elecciones presidenciales al candidato islamista Mursi: “De hecho la elección es clara. Un voto por Shafiq sería un voto contra la revolución. Un voto por Mursi es un voto por el legado de Mubarak y por la continuidad del cambio. (…) Los egipcios estarán mejor con Mursi como presidente y una inestable Hermandad en el Parlamento que con Shafiq en la oficina. Shafiq es respaldado por los generales que desean llevar la revolución a un abrupto fin” [19]. Aunque tengan fricciones con los militares, Mursi y los HM representan la “pata islámica” de la transición controlada y se han comprometido a respetar los acuerdos con Israel y EE.UU., respetar al gran capital y contribuir a desviar el proceso de masas. La búsqueda del mal menor ha llevado a la IST a una escandalosa capitulación política.
En nombre de la unidad del campo progresivo, se prepara también la capitulación ante los neo-nasseristas como Hamdeen Sabbahi (Nasserist Karama “Dignity” Party). Su buena votación en las presidenciales fue saludada por la IST, como “un voto por la revolución en una escala que sorprendió a sus propios seguidores”. También el SU (Secretariado Unificado) ve en Sabbahi uno de los candidatos a hacer un “bloque revolucionario”, al igual que al islamista disidente de los HM, Aboul Fotouh y otros [20]. En realidad, estos sectores, lejos de ser una expresión progresiva de “crecimiento de la izquierda” favorable a la revolución se preparan a cumplir la función de “eslabón con la burguesía” en eventuales proyectos de colaboración de clase. Tal peligro debe ser denunciado desde una posición de defensa intransigente de la independencia de clase del proletariado y de lucha por la alianza obrera, campesina y popular.
La tentación campista
Aunque sin llegar a ese extremo –al menos por ahora–, una lógica semi-campista permea también las posiciones de la LIT-CI, que escribía: “El hecho es que, en un determinado momento, se dio una unidad de acción en el terreno militar entre los rebeldes y el imperialismo, contra Kadafi. Surge entonces la pregunta: ¿por qué el imperialismo intervino en contra de aquel que era uno de sus principales hombres en la región? La respuesta es simple: por causa de la revolución, de la guerra civil armada que amenazaba reventar todo en Libia, echar más nafta a la hoguera árabe y que, por meses, tenía paralizado el flujo normal de petróleo. El imperialismo intervino militarmente contra Kadafi, no por ser éste un “antiimperialista (...) sino porque el dictador se demostraba completamente incapaz de controlar de forma alguna el levantamiento armado.” [Itálicas nuestras]
Es decir, imaginan tan fuerte la dinámica de la revolución que hasta el imperialismo se vería obligado a adaptarse a su ritmo para no ser rebasado... interviniendo en “unidad de acción en el terreno militar”, en otras palabras, cumpliendo un rol progresivo a su pesar.
Exponen el fundamento de esta lógica de dos campos y sólo dos, ubicándose en el progresivo, también frente a la situación siria: “En esta guerra civil existen dos campos militares en lucha. De un lado, en un campo militar, está la dictadura sanguinaria y pro-imperialista de Bashar Al Assad (…) Del otro lado, en el otro campo militar, están las masas sirias, que se movilizan y luchan con armas en la mano para derrocar a Assad, conquistar libertades democráticas y mejorar su nivel de vida (...) La lucha está planteada así. Los revolucionarios debemos tener una posición. Si tomamos el criterio de Lenin, que siguiendo a Von Clausewitz afirma que la guerra es la continuación de la política por otros medios, es un deber de los revolucionarios realizar un análisis de clase del proceso para identificar dónde está la revolución y dónde la contrarrevolución”.
Tras polemizar con los chavistas y castristas que apoyan a la dictadura de al-Assad, la LIT-CI define que su propia posición: “(…) parte de un apoyo total a la lucha revolucionaria del pueblo sirio. Para nosotros, en Siria, la contrarrevolución está en el campo militar de Assad y la revolución en el campo militar de los rebeldes. Nuestra política se desarrolla a partir de esta ubicación fundamental. Para nosotros, en una lucha entre revolución y contrarrevolución, lo primero que deben hacer los revolucionarios es ubicarse, sin perder nunca su independencia política, en el campo de la revolución, en este caso, en el campo militar de las masas contra la dictadura y el imperialismo, independientemente de su dirección” [21].
Luego defendiendo también su política en Libia, recurre una vez más a su gastado “argumento” contra la política de la LER-QI, el PTS y toda la FT-CI, que según ellos, sería “crítica a Assad pero, debido a la dirección burguesa y pro-imperialista del campo rebelde, sostiene que las masas acaban subordinándose a esa dirección y al imperialismo, por lo cual este campo también sería reaccionario” y por lo tanto, similar a la chavista-castrista. Es que la LIT-CI necesita encubrir su ubicación como parte del “campo antidictatorial” y su negativa a plantear una estrategia independiente para la clase obrera. Por eso responden con la burda maniobra de amalgamar nuestra política con el apoyo a Kadafi y al-Assad, intento que no resiste el menor análisis, pues basta leer cualquiera de los numerosos artículos publicados desde los comienzos de la “Primavera Árabe”, pronunciándonos categóricamente por el derrocamiento revolucionario de esos dictadores, pero desde una estrategia obrera independiente.
Nos apoyamos en las enseñanzas de Lenin y Trotsky. Éste explicaba que: “(…) en China han surgido “dos campos enconadamente hostiles”: en uno están los militaristas, los imperialistas y ciertas capas de la burguesía china; en el otro los “obreros, artesanos, pequeños burgueses, estudiantes, intelectuales y ciertos sectores de la burguesía media que poseen una orientación internacionalista”. En realidad, hay tres campos en China –los reaccionarios, la burguesía liberal y el proletariado– y los tres luchan por conquistar hegemonía sobre los estratos inferiores de la pequeña burguesía y el campesinado (...) El Kuomintang bajo su forma actual crea la ilusión de que existen dos campos, con lo cual perpetúa la máscara nacional revolucionaria de la burguesía y, con ello, facilita su traición”.
¿Cuál debía ser la política en una situación así? “Lo que debemos salvaguardar en el curso de la revolución es, principalmente, al partido independiente del proletariado que evalúa constantemente la revolución desde el punto de vista de los tres campos y es capaz de luchar por la hegemonía del tercer campo y, por consiguiente, en la revolución en su conjunto” [22].
Los campos que define Trotsky son campos de clase, no meramente políticos o de “regímenes” enfrentados. Por eso son tres y no dos, como deben ser tres los “campos” a definir en Egipto, Libia, Siria, etc., aunque el grado de desarrollo del proletariado como fuerza diferenciada social y políticamente sea mínimo, pues es un problema crucial de estrategia. Esto escapa por completo a los dirigentes de la LIT-CI, que ni siquiera sospechan que cuanto más candente y crítica es la situación, más importante y urgente se vuelve desarrollar un “campo” proletario independiente (en realidad, piensan exactamente al revés). Sin embargo, es desde esa estrategia que en la revolución española Trotsky (al igual que a Lenin en el caso de Kerensky) en todo momento denuncia y combate intransigentemente a los dirigentes republicanos y al imperialismo “democrático” que los apoya, pues: “Participamos en la lucha contra Franco como los mejores soldados, y al mismo tiempo, en interés de la victoria sobre el fascismo, agitamos la revolución social y preparamos el derrocamiento del gobierno derrotista de Negrín. Sólo una actitud semejante puede acercarnos a las masas”, esto incluye, por ejemplo, el rechazo a votar los créditos de guerra que el gobierno Negrín solicita.
En Libia, la guerra civil no se desarrolló después del progresivo levantamiento inicial contra Kadafi como la forma de la revolución obrera y campesina ante la arremetida fascista (el caso español), sino como el enfrentamiento entre la dictadura en descomposición y un bloque rebelde manipulado por la cooptación imperialista –intervención de la OTAN mediante–, en el cual la clase obrera no jugaba ningún papel propio. La LIT-CI y la UIT-CI cerraron los ojos a esto, intentando disminuir la importancia de esa cooptación contrarrevolucionaria. La demanda de armas para los rebeldes en que hacían tanto hincapié, separándola de la denuncia de ese plan imperialista y sus agentes directos, no servía para combatir al CNT y llevó al seguidismo detrás de las direcciones “combativas” de las milicias en que se apoyaba y que se disciplinaron al plan imperialista. La situación en Siria se desarrolla de forma parecida, con un CNS cuyos principales voceros piden la intervención imperialista en todos los tonos y un ELS que se apoya en Turquía y las monarquías del Golfo. No es casual que la política de la LIT-CI y la UIT-CI sea similar y reitere su adaptación al campo rebelde.
La política marxista revolucionaria no se reduce a ubicarse en el campo “progresivo”, sino que radica en la lucha por fortalecer un “tercer campo” obrero, combatiendo las ilusiones en el supuesto carácter progresivo del polo “antidictatorial”. Esto no tiene nada que ver con el abstencionismo político, ni con una lógica sectaria de “cavar dos trincheras a la vez”. Ambos campos –el Kadafista y el del CNT– eran campos burgueses pero también el enfrentamiento entre ambos era real: Kadafi opinaba que había que aplastar la rebelión mediante la contrarrevolución directa y el imperialismo, que era mejor desprenderse de Kadafi y cambiar el régimen apoyándose en el CNT. Para tomar posición, hay que tener en cuenta ambos aspectos de la ecuación política y considerar al “tercero excluido”: el proletariado.
Nuestra corriente parte del acervo trotskista, considerando la progresiva lucha de las masas contra las dictaduras de Kadafi y de al-Assad como un motor de la movilización popular, pero no como una tarea aislada, puramente democrática que pueda resolverse con la unidad del “campo antidictatorial”, sino articulándola transicionalmente, para que la clase trabajadora conquiste hegemonía y se oriente a imponer un gobierno obrero y popular. Esta es la estrategia que sostuvimos, por el derrocamiento revolucionario de Kadafi (y hoy de al-Assad), contra toda injerencia imperialista y por el desarrollo de la movilización revolucionaria de masas, sintetizada en las consignas de ¡Abajo la intervención militar imperialista en Libia! ¡Abajo Kadafi (y al-Assad)! ¡Por un gobierno obrero y popular!
El papel de la clase obrera en la movilización democrática
La rebelión árabe planteó el problema de cómo pelear para que la clase obrera gane el rol dirigente en la movilización democrática, una cuestión central de la estrategia marxista revolucionaria, pues como Lenin escribía en 1905: “Nuestra revolución es una revolución de todo el pueblo, dice la burguesía al proletariado. Por eso, tú, como clase especial, debes limitarte a tu lucha de clase; debes, en nombre del “buen sentido”, dirigir tu atención principal a los sindicatos y a su legalización; debes considerar precisamente estos sindicatos “como la base de partida más importante para tu educación política y para tu organización” (…) Nuestra revolución es una revolución de todo el pueblo, dice la socialdemocracia al proletariado. Por eso, tú debes, como la clase más avanzada y como la única clase revolucionaria hasta el fin, aspirar no sólo a participar de la manera más enérgica, sino a desempeñar en ella un papel dirigente. Por eso, tú no debes encerrarte en el marco de la lucha de clases estrechamente concebido, sobre todo en el sentido del movimiento sindical, sino, por el contrario, aspirar a ampliar el marco y el contenido de tu lucha de clase, hasta abarcar en este marco no sólo todas las tareas de la actual revolución democrática popular rusa, sino también las tareas de la futura revolución socialista...”“ [23].
Lenin aún se mueve dentro de una visión que separa la “actual” revolución burguesa de la “futura” revolución socialista, perspectiva que cambiará radicalmente en 1917, como muestran sus Tesis de Abril. Pero lo que interesa aquí es su categórica lucha por el rol dirigente del proletariado desde el comienzo. En similar sentido, Trotsky sintetizaría que “durante el curso de la lucha por las tareas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía. La independencia del proletariado, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria” [24]. Esta concepción estratégica ha sido olvidada por la mayoría de la extrema izquierda contemporánea pese a que no hay salida victoriosa para la revolución árabe si la clase trabajadora de la región no se muestra capaz de tomar en sus manos la dirección de la vida política de sus países.
Por ejemplo, la LIT-CI escribía sobre Libia que “Esto no significa, sin embargo, que todos los que participan de la lucha tengan los mismos intereses o piensen en las mismas medidas para cuando, después del derrocamiento de Kadafi, haya que construir el nuevo poder para la nueva Libia. Para defender sus intereses, los trabajadores necesitan una organización independiente de los burgueses y su propia dirección” [25]. Así, negaba de hecho que la clase obrera necesite luchar por dirigir la rebelión contra Kadafi, en lo que es un considerable retroceso teórico, estratégico y político a posiciones no muy alejadas de las que Lenin combatía en 1905.
No hay ninguna razón teórica ni política para “naturalizar” el hecho de que la clase obrera no haya sido hegemónica en los levantamientos iniciales de la “primavera árabe”. Este hecho, no hace sino subrayar la necesidad de que los trabajadores se organicen desde el comienzo de la movilización antidictatorial con una política independiente de la burguesía y la pequeña burguesía democráticas, no en el sentido sindical o laborista de luchar por sus intereses inmediatos; sino política, para disputar la dirección del movimiento de masas en el combate contra la dictadura. Si sectores considerables de la vanguardia hubieran estado concientes de este problema, podrían enfrentar en mejores condiciones las trampas de la “transición” y prepararse para los futuros combates.
Autoorganización, sindicatos y estrategia soviética
La experiencia árabe ya mostró numerosos elementos de autoorganización espontánea de base, con comités de distinto tipo que surgieron en los levantamientos, si bien no alcanzaron a centralizarse y luego, con la caída de los dictadores, tendieron a desaparecer. Es comprensible que luego, al despertar a la lucha, los trabajadores acudan a las organizaciones elementales más conocidas del movimiento obrero, los sindicatos, tal como se ha visto en Egipto con el florecimiento de cientos de nuevas organizaciones sindicales. Sin embargo, los sindicatos por sí solos no son suficientes para agrupar al conjunto de la clase obrera ni para forjar la alianza con los sectores populares y los campesinos pobres. Las necesidades del enfrentamiento a la patronal plantearán el surgimiento de comités de huelga, comités de fábrica, control de la producción, piquetes de autodefensa, etc., que sean la expresión democrática del poder obrero a nivel de las empresas. Luego, será necesaria la coordinación entre sus organismos de base, incluyendo a los sindicatos, con los métodos de la más amplia democracia obrera. Por otro lado, las necesidades de la lucha contra los planes del nuevo gobierno y los militares, reclamarán organismos más amplios de frente único de las masas que, recuperando y ampliando las experiencias ya hechas de autoorganización elemental, se desarrollen y centralicen hasta transformarse en órganos del tipo de los Consejos, instrumento de la unidad de la clase obrera y de la alianza con el pueblo pobre, y embrión de los Soviets de la revolución egipcia.
Lamentablemente, no hay ni asomo de una estrategia de auto-organización entre la mayoría de las corrientes de izquierda. No basta con reivindicar episódicamente los comités, coordinadoras u otros organismos que aparecieron en los momentos más agudos. Para bregar por el desarrollo de la auto-organización en esta perspectiva, hace falta una estrategia soviética, la que debe ser un eje imprescindible de la política revolucionaria.
Guerra civil e intervenciones con máscara humanitaria
Un año y medio de rebelión desbarató cualquier ilusión pacifista y puso sobre la mesa los problemas de la violencia estatal, la guerra civil y la intervención imperialista, y con ellos, de la autodefensa y armamento obrero y popular.
El punto de partida de una política marxista es la denuncia del rol del Ejército que, como en Egipto, intentó lavarse la cara alejándose de Mubarak. Esa denuncia debe acompañarse de consignas democráticas, por el castigo a los represores, etc. Pero con esto no basta, se necesita un programa para dividir a las FF.AA. quebrando el control de la casta de oficiales y ganando a la base. Como decía Trotsky: “La revolución proletaria supone una extrema exacerbación de la lucha de clases en la ciudad y en el campo, y consecuentemente también en el ejército. La revolución no será victoriosa sino cuando haya conquistado o por lo menos neutralizado el núcleo fundamental del ejército. Entre tanto, esta conquista no será improvisada: es preciso prepararla sistemáticamente. Aquí el doctrinarismo pacifista irrumpe –para decirse de acuerdo en las palabras–. Evidentemente es necesario conquistar el ejército a través de una propaganda continua. Ahora, eso es lo que hacemos. La lucha contra la gran mortalidad en los cuarteles, contra los dos años, contra la guerra: el éxito de esta lucha torna inútil el armamento de los obreros. ¿Está en lo cierto? No, es radicalmente falso. Una conquista pacífica, serena, del ejército es más imposible que la conquista de la mayoría parlamentaria” [26].
Para sostener esa lucha por el Ejército, la clave está en el desarrollo de la autodefensa obrera y popular. Para Trotsky, “(...) con base en la experiencia histórica puede afirmarse que con certeza la insurrección en ningún caso y en ningún país tomará el carácter de un simple duelo entre la milicia obrera y el ejército. La relación de fuerzas será mucho más compleja e incomparablemente más favorable al proletariado. (…) La milicia obrera, con apoyo de toda la clase, con la simpatía de todos los trabajadores deberá derrotar, desarmar y aterrorizar a las cuadrillas de bandidos de la reacción y franquear así a los obreros el camino para la confraternización revolucionaria con el ejército. La alianza de los obreros y soldados triunfará sobre las fracciones contrarrevolucionarias. Así la victoria estará asegurada” [27].
Sin embargo, la mayor parte de la izquierda no tiene una política para dar ese combate.
Por ejemplo, sobre Siria Gilbert Achcar –cuyas notas reproduce en Inprecor el mandelismo– dice: “El mayor dilema estratégico en Siria es cómo combinar la pacífica movilización de masas con la expansión de la oposición del ejército y la confrontación armada, sin la cual ni se podrá derrotar nunca a las fuerzas del régimen ni este caerá (…) La tarea estratégica de ganarse a los soldados sirios del lado de la revolución no debería entrar en contradicción con las manifestaciones populares y su naturaleza no violenta”. Esta ausencia de política para el armamento obrero y popular ¡en un cuadro de guerra civil! no permite ir más allá de la presión pacifista para que los militares dejen caer al gobierno de turno (como a Mubarak en Egipto) o bien, dejando que una fracción de los mismos (el pro-imperialista ESL) tome en sus manos la lucha militar.
El caso de Libia
En Libia se planteó crudamente la necesidad de una política militar proletaria, ante el estallido de la guerra civil y el surgimiento de las milicias rebeldes en torno al CNT. Allí se demostró que la organización militar no puede concebirse como un factor autónomo, al margen de las líneas de clase y de la política revolucionaria. No bastaba el armamento de “milicias”, sino que el problema de su composición social, el carácter de la organización y de su dirección, son decisivos. Las milicias sin base de clase, atadas a los intereses de las camarillas dirigentes tribales o regionales y subordinadas al plan de la OTAN vía la ayuda militar y el CNT, pierden el carácter progresivo y se transforman en instrumento de intereses reaccionarios, como muestra el hecho de que fueran responsable de un crimen contra la clase obrera, en gran medida formada por oprimidos inmigrantes: “el primer resultado de la llegada de los nuevos dirigentes políticos del este libio fue ahuyentar 130.000 trabajadores inmigrantes a Egipto y también 154.000 a Túnez, que se sintieron amenazados, por cierto por el ejército de Kadafi, pero también en gran parte por ellos (…)” [28].
La UIT-CI pretende justificar su adaptación al bloque antidictatorial y su seguidismo a las direcciones rebeldes libias “combativas” identificadas en las milicias separando el aspecto “militar” de la política de denuncia de esas direcciones y de su subordinación a la intervención de la OTAN. Este error, de absolutizar la consigna de pedir armas separándola de las condiciones políticas, ya fue criticado por Trotsky en los años ‘30. En ¿Adónde va Francia? escribe: “¿Pero de dónde saca usted las armas para todo el proletariado?, objetan nuevamente los escépticos, que toman su inconsis-tencia interior por una imposibilidad objetiva. (…) No son cerraduras ni muros los que separan las armas del proletariado, sino el hábito de la sumisión, la hipnosis de la dominación de clase, el veneno nacionalista. Bastará con destruir esos muros psicológicos, y ningún muro de piedra resistirá” [29]. Trotsky insiste en que el problema del armamento nunca fue resuelto por fuera de la política para que la guerra civil triunfe mediante el avance revolucionario de los trabajadores: “Los socialistas y anarquistas intentan justificar su capitulación ante Stalin por la necesidad de pagar las armas a Moscú, en base al abandono de toda la conciencia. (…) Las revoluciones fueron vencidas sobre todo por no contar con un programa socialista que dé a las masas la posibilidad de apoderarse de las armas que se encuentran en su territorio y de dispersar al ejército enemigo. Si al frente de los obreros y campesinos armados, esto es al frente de la España republicana, hubiese habido revolucionarios en vez de cobardes agentes de la burguesía el problema del armamento no hubiera tenido un papel tan grande. No eran armas ni “genios” militares lo que faltaba en Madrid o Barcelona, pero sí un partido revolucionario” [30].
En Libia lo decisivo no era la falta de armas: los arsenales kadafistas caídos en manos rebeldes tenían decenas de miles y además, es un hecho que el imperialismo y sus aliados, como Qatar, proveyeron armas y apoyo naval, aéreo y tropas especiales. La cuestión política decisiva se concentraba en las ilusiones en la ayuda imperialista y en la falta de un polo independiente con influencia de masas que pudiera pesar en la rebelión. Lamentablemente, bajo la consigna de “¡Armas para los rebeldes!”, la UIT-CI escamoteaba ese problema decisivo y se adaptaba políticamente a las direcciones milicianas, obviando su carácter, su programa, su relación con la OTAN. Cabe decir que la política de Trotsky ante la guerra civil española era muy distinta: “En tanto que partido revolucionario, ¿movilizamos hoy en día voluntarios para Negrin? Esto significaría enviarlos a las garras de la G.P.U. ¿Colectar dinero para el gobierno Negrin? ¡Absurdo! colectaremos dinero para nuestros propios camaradas en España, y si enviamos camaradas, será clandestinamente, para nuestro propio movimiento. ¿Nuestra actitud frente a comités como el Comité americano para la democracia en España, frente, a los mítines, acciones sindicales, etc.? Defenderemos la idea de que los sindicatos deben colectar dinero, no para el gobierno, sino para los sindicatos españoles, para las organizaciones obreras” [31].
Traducido al terreno libio y sirio, esto significa dinero, voluntarios y armas, de ninguna manera al estilo UIT-CI, sólo bajo el criterio de clase: para fortalecer un polo proletario revolucionario, y sin dejar de combatir irreconciliablemente a las direcciones burguesas. Las enseñanzas de la experiencia libia se extienden ahora a Siria: el armamento obrero y popular no puede plantarse separado de la lucha contra la injerencia imperialista y la denuncia de sus agentes: el CNS y el ELS.
¿Qué tipo de partidos hay que construir?
Al calor de la irrupción de masas ha surgido una vanguardia amplia de decenas o cientos de miles, entre ellos jóvenes, trabajadores y mujeres. Corrientes como el Movimiento 6 de Abril en Egipto, que pronto se dividió en varias tendencias, no pudieron dar respuesta a las nuevas tareas políticas por su carácter laxo, heterogéneo, sin ideología ni programa definido. Por otra parte, los islamistas no tienen hegemonía sobre esa vanguardia, y tampoco los sectores neonasseristas ni lo que queda de la vieja izquierda de matriz stalinista (como los PC egipcio, sirio o libanés). Está planteada la posibilidad de que, con la continuidad del proceso de movilización y experiencia política con la “democracia”, las franjas más avanzadas sigan desarrollándose y radicalizándose. No se puede descartar que en nuevas fases del proceso, surjan nuevos fenómenos progresivos que expresen esa evolución, y que más tarde podrán ir al encuentro de las masas que avancen en su experiencia política. Pero, ¿sobre qué bases ideológicas y de clase podría prepararse el terreno para reagrupamientos revolucionarios?
Esa base no la puede proporcionar la ideología del espontaneísmo que prima en la nueva vanguardia juvenil que despunta a nivel internacional, como entre los “indignados” españoles, OWS, etc., pues no está a la altura de las tareas de la etapa ni puede proporcionar un programa y una estrategia para vencer. Para defender y difundir un programa hace falta una organización, es decir, un partido. La oposición espontaneísta a la organización en el plano político va en contra de una necesidad perentoria: poner en pie una organización revolucionaria de la vanguardia que pueda dar respuesta a esos problemas.
En los últimos años, una buena parte de la “extrema izquierda” internacional intentando buscar atajos en la construcción que permitiera “superar el sectarismo” –según ellos– de la estrategia de construcción de partidos revolucionarios, se jugó a la política de “partidos anticapitalistas amplios”, sin delimitación con el reformismo, estrategia, ni definición de clase. El Secretariado Unificado (USFI, mandelista) impulsó esa política poniendo como modelo al NPA de Francia, cuya profunda crisis demuestra que no se puede enfrentar los desafíos actuales de la lucha de clases sobre esas bases de barro. Otras variantes, como la coalición RESPECT impulsada en Gran Bretaña por el SWP (de la International Socialist Tendency) terminaron también en notorios fracasos.
Mientras las tendencias morenistas con las que venimos debatiendo centralmente en esta nota son básicamente latinoamericanas y no tienen presencia en el mundo árabe, corrientes como la IST y el SU cuentan con grupos y seguidores en algunos países de la región. Por ello, procuraremos examinar sus planteamientos ya que, en procesos agudos de lucha de clases como la “Primavera Árabe”, una lógica oportunista de construcción de ese tipo, menos aún puede servir de orientación para un reagrupamiento revolucionario de la vanguardia.
La política del SU ha sido apoyar bloques amplios. En Egipto saludó la creación de la “Alianza Popular Socialista” (la cual convocaría a diversas “sensibilidades: veteranos del Tagammu, miembros de la Corriente de Renovación Socialista, veteranos de los grupos de los años ‘70, sindicalistas obreros, intelectuales, nacionalistas de izquierda” [32]. Para ellos: “Estas dos iniciativas [se refiere a la APS y al PDT] Se inscriben en el espíritu de la revolución, ellas vienen a romper con el régimen, a establecer un Estado civil y democrático lo mismo que a promover una política que combata las orientaciones capitalistas y que defienda los derechos y los intereses de las clases populares. Libertad, Estado civil y justicia social los pueden resumir” [33]. En Túnez, la LGO (Ligue de Gauche Ouvriere) se incorporó por largo tiempo al Frente 14 de Enero junto a corrientes maoístas, nacionalistas y otras [34].
Por su parte, la IST, representada en Egipto, por los Socialistas Revolucionarios (SR) alentó la formación del PDT (Partido Democrático de los Trabajadores) confluyendo con elementos de vanguardia y activistas sindicales, pero que levanta un programa que no rompe los límites de la democracia burguesa: “Consolidación de la democracia a través de la creación de una constitución que sirva a los derechos humanos, la ciudadanía y libertad de expresión, y el establecimiento de una república parlamentaria reconociendo la libertad de los partidos políticos, sindicatos, los medios, y basada en la elección de todas las posiciones de liderazgo comenzando desde el gobierno local (la elección de alcaldes de villas y ciudades mayores y gobernadores), hasta todas las instituciones educativas y de investigación y los servicios públicos” [35]. La RS no es consecuente en plantear que la resolución de los grandes problemas democráticos de Egipto y el mundo árabe sólo puede garantizarse íntegra y efectivamente mediante la toma del poder por las propias organizaciones obreras y populares, en la dinámica de la revolución permanente.
Las inconsistencias de su posición se revelaron ya ante un importante test político como fue el segundo turno de las presidenciales egipcias, donde llamaron a votar al candidato islamista moderado M. Morsi. SR afirma que “Al tiempo que construye su base de forma independiente, y construye alianzas con otras fuerzas que buscan una alternativa distinta a las que pueden representar tanto la SCAF como los HHMM, la izquierda revolucionaria debe continuar su intervención táctica en cualquier confrontación que tenga lugar entre la SCAF y los HHMM” [36] . Pero olvida que de lo que se trata es de enfrentar al nuevo régimen en su conjunto que tratan de construir los militares y sus socios/rivales los HM (y no de contribuir con su voto a las ilusiones en Morsi), y que hablar en general de “alianzas” para construir una “alternativa distinta” deja en la nebulosa los límites de clase (abriendo una puerta a nacionalistas y desprendimientos del islamismo).
Posiciones como las de la IST y el SU, que no sacan ninguna conclusión de las consecuencias de su “amplitud”, dejan la puerta abierta para que surjan nuevas mediaciones de colaboración de clases con la burguesía, a lo que contribuirán los neo-nasseristas tipo Sabbahi o desprendimientos del islamismo.
Por supuesto, es una obligación de cualquier marxista revolucionario tender puentes sin sectarismo hacia los obreros, jóvenes y mujeres de vanguardia que buscan una orientación revolucionaria, así como hacia las organizaciones progresivas, como los sindicatos independientes y otras nacidas al calor del proceso revolucionario. Sería un grave error no darse políticas de intervención hacia los reagrupamientos que expresen su evolución a izquierda. Pero para ayudar a avanzar a la vanguardia hace falta presentar una política consecuente de independencia de clase, un programa claro, una estrategia nítida de poder obrero y popular. Sería ese el camino para dar pasos en la fusión entre el programa marxista y la vanguardia, para avanzar en la construcción de genuinas organizaciones revolucionarias enraizadas en la clase trabajadora.
Es necesario que la vanguardia obrera y juvenil se dote de un programa y una organización que tenga como estrategia derrotar a la burguesía y el imperialismo. Son las ideas del trotskismo, que cobran renovada actualidad a la luz de la crisis capitalista y los combates de la lucha de clases internacional, de los cuales la rebelión árabe es un frente avanzado, las que pueden responder a las necesidades y tareas de la revolución. Esa organización debe ponerse en la perspectiva de la reconstrucción de la Cuarta Internacional y sus secciones nacionales, para llevar al triunfo los procesos revolucionarios que hoy se abren en varios países.
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