En el marco de la crisis capitalista y ante los nuevos procesos de la lucha de clases que comienzan a desarrollarse en el mundo, hoy más que nunca es necesario un retorno de la reflexión estratégica. Con este objetivo realizamos a principios de 2011 un seminario sobre algunos de los principales conceptos de los teóricos de la estrategia militar, y en especial sobre la obra clásica De la Guerra de Carl Clausewitz, de la cual tanto Lenin como Trotsky –y a través de ellos la III Internacional– se habían apropiado muchos elementos fundamentales para pensar la estrategia del marxismo revolucionario en la época imperialista. Este año, en otro seminario nos hemos centrado en el estudio de la concepción de estrategia en el marxismo de León Trotsky, cuyo pensamiento abordó las principales cuestiones estratégicas de la revolución tanto en el terreno militar, como organizador de la insurrección de Petrogrado y fundador del Ejército Rojo, así como en el político, como dirigente de la III y la IV Internacionales.
Como parte de esta reflexión presentamos a continuación un contrapunto entre el pensamiento estratégico de León Trotsky y el de Antonio Gramsci. En un número anterior de Estrategia Internacional hemos publicado “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias” donde realizábamos una comparación de conjunto de los sistemas teóricos de ambos revolucionarios. En el presente artículo nos concentraremos en sus respectivos abordajes de las principales lecciones estratégicas de la lucha de clases en Europa durante el período que va desde la revolución alemana de 1923 y su derrota hasta el ascenso de Hitler una década después.
El mismo es un capítulo [1] del libro Clausewitz, el marxismo y la cuestión militar de próxima publicación, donde junto con el abordaje de la obra Carl Clausewitz y de algunos de sus continuadores como Hans Delbrück, retomamos las principales polémicas y elaboraciones sobre estrategia –política y militar– de Trotsky, como también de Lenin, Marx, Engels, Mehring, Luxemburg, y Gramsci. Un pensamiento estratégico forjado en los grandes acontecimientos de la lucha de clase, poco visitado en las últimas décadas, por decir lo menos, y que hoy tiene un carácter indispensable para pensar los problemas de la insurrección, la guerra civil, la política del proletariado en los diferentes tipos de guerras interestatales, entre otras grandes cuestiones vitales que hacen a cómo llevar adelante el programa revolucionario y que consideramos, son la base para poder revitalizar el marxismo revolucionario a la luz de los profundos cambios de las últimas décadas.
Trotsky, Gramsci y la estrategia para la revolución en “occidente”
Entre la intelectualidad de izquierda en general e inclusive en la que reconoce importantes aportes de Trotsky a la teoría marxista, ha devenido en lugar común una tesis que Michael Burawoy tiene el mérito de sintetizar de la siguiente manera: “Los análisis de Trotsky naufragaron una y otra vez contra el escollo del proletariado occidental. Iba a ser otro marxista, Antonio Gramsci, el que hiciera una interpretación más amplia que trataría de ajustar las cuentas con el fracaso de la revolución en Occidente” [2] [3].
El revolucionario italiano desarrollará como uno de los ejes de su reflexión la cuestión de las condiciones para la revolución en occidente, contraponiendo la “guerra de posición” a la “guerra de maniobra” para explicar el fracaso de la primera oleada revolucionaria del siglo XX en Europa y las vías necesarias para enfrentar al fascismo.
Sus elaboraciones y las de Trotsky tendrán algunos puntos de contacto, pero en el marco de múltiples divergencias que serán fundamentales. Como intentaremos demostrar en estas páginas, será el fundador del Ejército Rojo el que desarrollará una visión comprensiva de los problemas de estrategia en “occidente”.
El punto de partida de esta comparación debe situarse necesariamente en la revolución alemana de 1923. Un verdadero punto de inflexión de la revolución en occidente que fue al mismo tiempo la primera gran derrota de la Internacional Comunista (IC). Marcó también el comienzo de una especie de “reflujo” de la reflexión estratégica en sus filas y el paulatino abandono de las principales conclusiones de los cuatro primeros congresos.
El primer capítulo de esta revisión tuvo lugar en el V Congreso de la IC y le correspondió a las tácticas de frente único y de “gobierno obrero” [4]. Fue la contracara de negar la derrota en Alemania y eludir sus lecciones estratégicas.
La devaluación por parte de Gramsci de estas polémicas y de las lecciones de la revolución alemana de 1923 no ha sido problematizada por ninguno de sus principales intérpretes. Sin embargo, son claves para poder comprender los problemas fundamentales de la revolución en “occidente” en el período de entreguerras. Este hueco en el pensamiento del revolucionario italiano puede ser considerado como la fuente más importante de ambigüedades en su reflexión estratégica, tanto en lo que hace a su concepción del frente único, al concepto de “guerra de posición”, y a muchas de las formulaciones de sus Cuadernos de la Cárcel.
En el caso de Trotsky, ninguna de las corrientes del trotskismo surgidas luego de la ruptura de la IV Internacional en el ’53, retomó en profundidad esta etapa para comprender su legado revolucionario. Más bien, desde el oportunismo se pretendió tomar su defensa de la táctica de “gobierno obrero” en 1923 para fundamentar la subordinación a direcciones stalinistas o pequeñoburguesas, el apoyo y hasta el ingreso a gobiernos burgueses. Mientras que desde el fatalismo sectario se interpretó la política de Trotsky en aquellos años como un desliz oportunista. Muchos fueron los que como Isaac Deutscher no le dieron mayor importancia a esta parte de su biografía por considerar que Trotsky exageraba las posibilidades revolucionarias en Alemania.
Sin embargo, su intervención política como parte del comité ejecutivo de la III Internacional y sus conclusiones sobre Alemania del ’23 demostrarán la verdadera estatura de Trotsky como estratega –al nivel de su intervención en Petrogrado seis años antes–, así como el desarrollo de su concepción del frente único, y de la táctica de “gobierno obrero” partiendo de establecer una relación compleja entre ataque y defensa retomando los mejores desarrollos de Carl Clausewitz. De conjunto, será un punto central de su biografía política y elaboración estratégica sin el cual es imposible comprender el significado de su legado revolucionario.
I. El origen de las divergencias en la III Internacional
Frente único y gobierno obrero en la Internacional Comunista
Los dos años que van de mayo de 1922 a 1924 serán los de mayor actividad política internacional de Antonio Gramsci. Son años fundamentales en la formación de su pensamiento político, primero por su estancia en Rusia hasta diciembre del ’23 como parte del IV Congreso de la Internacional Comunista (IC) y como delegado al comité ejecutivo de la IC por el Partido Comunista Italiano (PCI), luego trasladado a Viena como funcionario del ejecutivo hasta mayo del ‘24.
Durante aquel periodo la ubicación política del revolucionario italiano da un viraje fundamental. El PCI y Gramsci mismo, bajo la dirección de Amadeo Bordiga habían formado parte del ala izquierdista de la Internacional que se había opuesto a la táctica de frente único obrero tal como la había formulado el III Congreso de la IC.
Luego de su participación en el IV Congreso comenzó a apropiarse de las tesis del frente único y de la táctica de gobierno obrero [5]. Junto con esto toma la decisión política de constituir una alternativa dentro del PCI tanto a la dirección de Bordiga como al ala derecha de Tasca. De aquí en más la táctica del frente único cobrará cada vez más peso en su reflexión política hasta llegar en los Cuadernos de la Cárcel a identificarse con la “guerra de posición”, única estrategia posible en “occidente”.
El IV Congreso de la IC de finales de 1922 del que participa Gramsci tuvo como uno de sus principales temas junto con la cuestión de la revolución en Oriente, el debate en torno a la consigna de “gobierno obrero”, que implicaba llevar las discusiones sobre el frente único a un nuevo nivel de desarrollo.
La “Resolución sobre la táctica de la Internacional Comunista” aprobada en este congreso señalaba que: “El gobierno obrero (eventualmente obrero campesino) deberá siempre ser empleado como una consigna de propaganda general. Pero como consigna de política actual, el gobierno obrero revista una gran importancia en los países donde la situación de la sociedad burguesa es particularmente poco segura, donde la relación de fuerzas entre los partidos obreros y la burguesía plantea la solución del problema del gobierno obrero como una necesidad política candente.” Y agregaba: “la consigna de ‘gobierno obrero’ es una consecuencia inevitable de toda táctica de frente único” [6].
Hasta aquel entonces la táctica de “gobierno obrero” o “gobierno obrero y campesino” se remitía a la experiencia del accionar del Partido Bolchevique en Rusia que, mientras no había conquistado la mayoría en los soviets, mantenía la exigencia a Mencheviques y Socialrevolucionarios (SR) de que rompiesen con los capitalistas y las potencias imperialistas y tomasen el poder. En tales condiciones los bolcheviques se comprometían a defender a ese gobierno contra la burguesía y no enfrentarlo con medios insurreccionales, pero renunciando a entrar o tomar responsabilidades políticas por el mismo. Esta táctica había cumplido un papel fundamental para el avance de la influencia de los bolcheviques y para preparar las condiciones de la insurrección triunfante, así como también había contribuido a la ruptura del partido campesino (SR), dando lugar, luego de la insurrección de Octubre, a la conformación de un gobierno obrero y campesino de los bolcheviques junto con los socialrevolucionarios de izquierda.
El IV Congreso de la IC, da un paso más allá. Bajo el mismo objetivo de desarrollar la revolución, se plantea la posibilidad de que en determinadas condiciones de disgregación del aparato estatal burgués, antes de tomar el poder, los comunistas participen de gobiernos con partidos y organizaciones obreras no comunistas para reforzar la preparación de las condiciones para la insurrección y conquistar la mayoría de la clase obrera.
Al igual que el frente único, el “gobierno obrero” contenía tanto elementos de maniobra, como tácticos y estratégicos [7]. El aspecto de maniobra consistía en la posibilidad de conformar gobiernos de coalición donde participasen los revolucionarios junto con partidos y organizaciones obreras no comunistas bajo las determinadas circunstancias de disgregación del aparato estatal burgués y correlación de fuerzas que mencionábamos antes, para “concentrar y desencadenar luchas revolucionarias” [8]. La resolución del IV Congreso era clara en distinguir este tipo de gobierno obreros, de un gobierno obrero liberal o socialdemócrata, que “no son gobiernos revolucionarios, sino gobiernos camuflados de coalición entre la burguesía y los líderes obreros contrarrevolucionarios” [9]. De estos últimos, los comunistas no participarían bajo ninguna consideración, al contrario, los debían “desenmascarar sin piedad frente a las masas” [10].
La alianza circunstancial comprendida en la táctica de “gobierno obrero” de la IC tenía objetivos tácticos precisos, que se expresaban en la obtención de determinados puntos mínimos, que la “Resolución sobre la táctica…” resumía de la siguiente manera: “El programa más elemental de un gobierno obrero debe consistir en armar al proletariado, en desarmar las organizaciones burguesas contrarrevolucionarias, en instaurar el control de la producción, en hacer caer sobre los ricos el principal peso de los impuestos y en destruir la resistencia de la burguesía contrarrevolucionaria” [11]. El objetivo estratégico, al igual que en el frente único, era conquistar la mayoría de la clase obrera para la revolución producto de la experiencia común o de su rechazo por parte de las direcciones reformistas o centristas.
El IV Congreso de la IC incluso contemplaba la posibilidad de participar de un “gobierno obrero” surgido de una combinación parlamentaria, pero siempre partiendo del mismo objetivo estratégico, desarrollar el movimiento revolucionario y la guerra civil contra la burguesía. “Un gobierno de este tipo –señalaba la “Resolución…”– no es posible si no nace de la lucha misma de las masas, si no se apoya sobre los órganos obreros aptos para el combate […] Un gobierno obrero que resultase de una combinación parlamentaria, puede también brindar ocasión de reanimar el movimiento obrero revolucionario. Pero de hecho […] debe llevar a la lucha más encarnizada y, eventualmente, a la guerra civil contra la burguesía” [12].
Pocos meses después del IV Congreso, estalla una nueva revolución en Alemania que en octubre de 1923 planteará la posibilidad concreta de conformar “gobiernos obreros” en los länder de Sajonia y Turingia. Será la primera prueba y la implementación más audaz de la táctica de frente único que haya realizado la Internacional Comunista.
La fórmula de “gobierno obrero” y el valor relativo de las “fortalezas” en la ofensiva
En enero de 1923, el primer ministro francés Poincaré lanza una invasión a la región del Ruhr, que era el centro alemán de producción de carbón, hierro y acero, realizando “requisiciones” para cobrarse las reparaciones de guerra. La consecuencia fue un creciente caos económico en Alemania, paralización de la industria, explosión de la tasa de desempleo, hiperinflación, etc., que encendió nuevamente la llama de la revolución alemana. Se suceden oleadas de huelgas a partir de mayo, se desarrollan los comités de fábricas (Betriebsräte) como organismos de autoorganización, también las Centurias Proletarias (milicias obreras) que toman los mercados y tiendas para conseguir alimentos, surgen comisiones de control de precios y de distribución de alimentos, en especial en el Ruhr. En agosto tiene lugar una huelga general con foco en Berlín que hace caer al gobierno del canciller Wilhelm Cuno, cabeza de un gabinete de “técnicos” que respondía directamente a la gran burguesía de la industria y las finanzas. Le sucede un gobierno de coalición en torno a Gustav Stresemann en el que participan cuatro ministros del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD).
En este marco se plantea la posibilidad de constituir “gobiernos obreros” con el ala izquierda del SPD tanto en Sajonia y como en Turingia. La discusión sobre esta posibilidad ya se había suscitado un año antes, en el ’22. En aquel entonces Trotsky la había rechazado como perspectiva inmediata pero dejándola planteada para cuando se profundice la situación de la lucha de clases, lo que de hecho sucedió a partir de la crisis del Ruhr.
“Si ustedes –decía Trotsky–, nuestros camaradas comunistas alemanes, piensan que es posible una revolución en los próximos meses en Alemania, entonces les aconsejamos participar en Sajonia en un gobierno de coalición y utilizar vuestros puestos ministeriales para promover las tareas políticas y organizativas y transformar Sajonia en un cierto sentido en un sembradora comunista de modo de tener un bastión revolucionario en un período de preparación para el próximo estallido de la revolución. Esto sólo sería posible si la presión de la revolución ya se hace sentir, sólo si ya está al alcance de la mano. En ese caso, solo implicaría la toma de una única posición en Alemania, a la que ustedes están destinados a tomar de conjunto. Pero en este momento ustedes jugarán en Sajonia el rol de un apéndice impontente porque el gobierno sajón mismo es impotente ante Berlín, y Berlín es un gobierno burgués” [13].
Es decir, Trotsky entendía la participación en un gobierno de coalición local con el SPD como la posibilidad de constituir un bastión revolucionario, no en cualquier momento sino en el período de la preparación de la insurrección. Este período, como vimos en capítulos anteriores, constituía para Trotsky el primer momento de la guerra civil, es decir, de la ofensiva estratégica del proletariado.
Una lógica similar encontramos en la valoración que hace Clausewitz de las “fortalezas” en la ofensiva. El general prusiano concebía dos únicos medios para la ofensiva en su época. Obviamente el primero era la fuerza armada, sin embargo agregaba: “a esto debemos añadir, por supuesto, las fortalezas, porque si éstas se hallan en la vecindad del teatro de guerra del enemigo tendrán influencia apreciable sobre el ataque. Pero esta influencia disminuye gradualmente a medida que progresa el ataque, y es evidente que en el ataque nuestras propias fortalezas nunca pueden desempeñar una parte tan importante como en la defensa, en la que a menudo se convierten en el factor principal” [14].
Finalmente el 10 de octubre se integrarán al gobierno presidido por Zeigner en Sajonia tres comunistas (Böttcher, Heckert, y Brandler); y el 13 de octubre otros tres comunistas (Neubauer, Tenner, y Karl Korsch) entran al gobierno de Turingia encabezado por Fröhlich.
Dos días después de la entrada de los comunistas al gobierno, Zeigner hace conocer su intención de desarmar las formaciones burguesas y fortalecer a las Centurias Proletarias. Ante lo cual se profundiza la tensión con el ejército (Reichswehr) y el General Müller, comandante del III distrito militar (Wehrkreis), responde de inmediato ordenando la disolución de las Centurias y todo organismo similar, así como la entrega inmediata de las armas. En los días siguientes se organiza el Congreso de las Centurias de Sajonia, pero la clave de la dirección del KPD pasa por las negociaciones con el SPD. Mientras tanto, el gobierno Zeigner no realiza ninguna medida concreta para armar a las Centurias. El 19 de octubre el canciller Stressemann ordena restablecer el orden en Sajonia y Turingia. El 21 se reúne la conferencia de comités de fábrica en Chemnitz para discutir un plan pero ante la negativa de los socialdemócratas la reunión fracasa y termina sin ningún llamado a la acción. El KPD cede y decide abandonar definitivamente el plan de la insurrección [15].
En la formulación de Trotsky, la entrada a los “gobiernos obreros” estaba puesta en función de constituir “fortalezas” para utilizarlas como medio para la ofensiva, es decir, para el fortalecimiento de los comités de fábrica y las Centurias Proletarias con el objetivo de preparar la insurrección a nivel nacional bajo las banderas de la defensa de los “gobierno obreros” frente a la Reichwehr. Sin embargo, estas “fortalezas” terminaron convirtiéndose en objetivos en sí mismas para la dirección del KPD que abandonó el objetivo de la huelga general y la insurrección cuando la dirección del ala izquierda de la socialdemocracia se opuso. Estas “fortalezas” no sirvieron como medio para la ofensiva. En vez ser un trampolín que aumente la potencia del ataque se transformaron en un peso muerto que terminó por detenerla.
Esta línea de conciliación llegó hasta el punto de llamar a los trabajadores a abortar la insurrección en Hamburgo cuando llevaban un día combatiendo con relativo éxito. Esta insurrección, según la mayoría de las fuentes, se llevó a cabo porque la resolución de abortar los planes insurreccionales por parte del KPD no había llegado a comunicarse a la dirección local. Los acontecimientos se fueron desarrollando a partir del 21 de octubre con la extensión de la huelga general para dar lugar el día 23 al llamamiento a la insurrección. La inexistencia de tropas de la Reichwehr estacionadas en Hamburgo, posibilitó éxitos importantes durante las primeras horas. A pesar del casi nulo armamento con el que contaban las Centurias Proletarias, pudieron tomar en la madrugada 17 de las 20 comisarías que se habían propuesto. Las insuficiencias en la preparación política hicieron que las masas recién “se encontraran” con la insurrección en curso el mismo día 23. Pronto los insurrectos estarían a la defensiva.
Sin embargo, desde la primera hora de la mañana en los barrios obreros se levantarán barricadas. En algunos barrios la insurrección fue derrotada, en otros se desarrollaron luchas encarnizadas, en Schiffbeck los insurrectos desarmaron a la policía y se quedaron con el control durante dos días. En la noche del 23 al 24 de octubre Hugo Urbahns dio la contraorden de abortar la insurrección en curso. A pesar de esto los enfrentamientos continuaron en la ciudad durante varios días [16].
¿La insurrección de Hamburgo podía triunfar y conquistar un bastión revolucionario para el resto de Alemania? Es imposible afirmarlo. Lo que sí podemos decir es que Hamburgo estaba dispuesto a combatir y era un punto de apoyo para un plan insurreccional nacional.
A pesar de que marcó profundamente el destino del movimiento revolucionario internacional, la revolución alemana del ’23 es poco conocida en general y mucho menos estudiada. Como tratamos de graficar en este brevísimo resumen de algunos acontecimientos, el KPD no se orientó desde el punto de vista de la estrategia y es allí donde hay que buscar las causas de la derrota.
Los objetivos tácticos del “gobierno obrero” señalados en las resoluciones del IV Congreso de la IC estaban ligados al elemento estratégico de contribuir efectivamente a la organización del triunfo de la insurrección y el establecimiento de la dictadura del proletariado basada en los comités de fábrica y las Centurias Proletarias.
Sin embargo, como señalara Trotsky, la “rutina de la táctica” producto de la lucha cotidiana por conquistar a las masas había cumplido un papel fundamental en la incapacidad de dirección del KPD de dar un giro político a la altura de la situación objetiva que se había desarrollado. La política del KPD se mantuvo en el marco de los mecanismos del estado burgués –legalidad constitucional– y la confianza en la izquierda de la socialdemocracia. Era la primera gran derrota cuya responsabilidad correspondía a la Internacional Comunista por haber dejado pasar la situación revolucionaria. Este sería el balance de Trotsky de la actuación de KPD en octubre de 1923.
La sustitución de la ofensiva por el atrincheramiento en las “fortalezas”
En contraste con lo que acabamos de desarrollar, y por fuera de cualquier análisis serio de la obra de Trotsky, Christine Buci-Glucksmann afirma en su voluminosa obra Gramsci y el Estado que “reproducir, en las condiciones de las sociedades capitalistas avanzadas, una estrategia de ataque frontal, conduce no sólo al fracaso, sino que significa también estar retrasado, caer en el economicismo. Y es el economicismo lo que marca, para Gramsci, al ‘marxismo’ de Trotski, que no puede evitar los errores similares a los del sindicalismo revolucionario, es decir, la subestimación de las superestructuras políticas…” [17].
De esta forma, la autora se hace eco del “sentido común” académico que basado en una interpretación de Gramsci sostiene que el problema fundamental de la derrota de la revolución en “occidente” “en general” fue la incapacidad de dominar determinadas posiciones o “trincheras” con las que cuentan las sociedades occidentales producto de su mayor desarrollo.
En la misma línea de este “sentido común”, pero con argumentos políticos precisos, hay una crítica a Trotsky que sostiene que sobrevaloró las posibilidades revolucionarias en el ’23, que su planteo está teñido por la incapacidad de valorar las ilusiones en la democracia burguesa de la clase obrera alemana. En particular esto se expresaría en la omisión por parte de Trotsky del análisis del gobierno de Stresemann y su capacidad para desviar el proceso revolucionario gracias a la incorporación de los ministros socialdemócratas. La conclusión es que, al contrario de lo que opinaba el fundador del Ejército Rojo, no había condiciones para
la insurrección.
En este sentido Mike Jones de Revolutionary History sostiene que “Trotsky parece dar a entender que se podría emprender un derrocamiento sin la participación activa o el apoyo de la mayoría de los trabajadores, o incluso en contra de ellos. Después de todo, los números dentro y alrededor del SPD superaban con creces los de todo el KPD, sin mencionar las influencias cristianas o de otra índole. También ignora el hecho de que, aunque los reformistas fueron perdiendo terreno frente al comunismo a mediados de 1923, las cosas se invirtieron después de la llegada de Stresemann. Él ni siquiera menciona el cambio de gobierno” [18].
Sin embargo, Trotsky sí analiza el gobierno de Stresemann al calor mismo de los acontecimientos. El 19 de octubre de 1923 plantea la cuestión de la siguiente manera: “La crisis actual en Alemania se ha desarrollado a partir de la ocupación del Ruhr. Stresemann capituló ante los imperialistas franceses. Pero el capital usurero francés no quería hablar con los derrotados. El Estado burgués alemán está en agonía. Esencialmente, ya no hay una Alemania unificada. Baviera, con su población de 9.000.000, está dirigida por el fascismo moderado. Sajonia, con una población de 8.000.000, tiene un gobierno de coalición de comunistas y socialdemócratas de izquierda. Ninguno de estos Estados toma en cuenta al gobierno central de Berlín, en donde Stresemann gobierna sin esperanzas. El Parlamento le ha cedido sus poderes, impotente. Stresemann se sostiene porque ni el Partido Comunista ni los fascistas han tomado el poder. Pero el ala izquierda del frente político en Alemania sigue creciendo…” [19].
Como dice Trotsky, la propia evolución de la situación en Sajonia y Turingia por izquierda donde un sector de la socialdemocracia forma un gobierno común con los comunistas, y en Baviera por derecha con el dominio de los fascistas, muestra un proceso de polarización que se continúa luego del ascenso de Stresemann. De esta forma el gobierno y el régimen adquieren un carácter de bonapartismo débil –“kerenskysta” en analogía con la Revolución Rusa– jaqueados por la movilización de las masas, que habían protagonizado la gran huelga general de agosto, y las fuerzas contrarrevolucionarias. Esto se daba en el marco de la ocupación militar de una región del país, de un proceso hiperinflacionario, de la división de las clases medias, del crecimiento del KPD en los sindicatos, de los fenómenos de autoorganización expresados en el desarrollo de los comités de fábricas, etc. Todo esto mostraba, para Trotsky, la madurez de las condiciones para preparar la toma del poder. Otro importante hecho a favor de esta caracterización de Trotsky fue el desarrollo posterior de la insurrección de Hamburgo a pesar del aislamiento.
El propio Gramsci, aunque no lo desarrolla, hace un planteo sobre las posiciones de Trotsky que va en el mismo sentido que la crítica de Jones. “Si errores hubo –decía Gramsci en una carta a Togliatti y Terracini–, los cometieron los alemanes. Los camaradas rusos, concretamente Radek y Trotsky, cometieron el error de creer en las vaciedades de Brandler y los demás, pero tampoco en este caso su posición era de derecha, sino más bien de izquierda, hasta el punto de incurrir en la acusación de putchismo” [20].
Es evidente que el argumento exculpatorio de haber confiado en información equivocada que plantea Gramsci no se sostiene para alguien que como Trotsky, conocía al movimiento obrero alemán de primera mano, había dirigido el Soviet de Petrogrado en 1905 y 1917, la insurrección en Octubre del ’17 y una guerra civil como la rusa al mando de un ejército de cinco millones de personas. Incluso el propio Brandler, en un intercambio años después con Isaac Deustcher [21], cuenta cómo fue Trotsky el que tuvo que pasar toda una noche convenciéndolo a él de la decisión de la dirección de la IC de ponerle fecha a la insurrección.
La cuestión no se refería a un problema de equívocos respecto a los hechos, sino a cuáles eran las consecuencias que se desprendían de ellos. Brandler, por ejemplo, consideraba que si era necesario comenzar peleando desde una posición defensiva la lucha ya estaba condenada, no que podía ser la preparación para el pasaje a la ofensiva. El dirigente del KPD establecía a su vez una separación tajante entre las luchas obreras contra la carestía de la vida y el impulso para la toma del poder, para él la relación entre ambas parecía un secreto cerrado bajo siete llaves. Como resultado, Brandler acepta formalmente orientar al partido hacia la insurrección pero sin convencimiento, lo cual no puede ser más fatal para una dirección que está en vísperas de proponerse el asalto al poder [22].
Como venimos señalando, la reflexión estratégica de Trotsky iba por carriles opuestos. Basado en relacionar defensa y ataque, posición y maniobra, impulso de las masas y preparación consciente, el fundador del Ejército Rojo cruzaba lanzas contra todo fatalismo. Se niega a poner como modelo las condiciones rusas de armamento y desarrollo de los soviets. Respecto a estos últimos señala en “El calendario de la revolución” [23], cómo las condiciones pueden estar maduras para la insurrección aun sin que los organismos de autoorganización se encuentren suficientemente desarrollados, ante lo cual plantea cómo los diferentes pasos de su organización deben incluirse como parte del “calendario” pre-insurreccional. Lo mismo con el armamento; debe ser parte de la preparación así como el primer objetivo de la insurrección misma.
“La revolución –decía Trotsky– posee un inmenso poder de improvisación, pero nunca improvisa nada bueno para los fatalistas, los haraganes y los tontos. La victoria exige una orientación política correcta, organización y voluntad de asestar el golpe decisivo” [24].
II. Divergencias entre Trotsky y Gramsci
Frente único e insurrección
Las conclusiones sobre la derrota de Alemania serán un verdadero punto de inflexión en la estrategia de la Internacional Comunista y en la historia de la táctica de frente único en particular. Muerto Lenin meses antes y comenzada la lucha del triunvirato de Stalin, Zinoviev y Kamenev contra Trotsky, el V Congreso de la III Internacional, realizado en 1924, pasó por alto las principales lecciones de la revolución alemana y en cambio emprendió la revisión de las tesis del III y IV Congresos sobre las tácticas de frente único y de “gobierno obrero”.
La defensa de la formulación original de la táctica del frente único en el V Congreso correspondió en soledad a Trotsky. Como señalara en referencia a Alemania: “Zinoviev no veía la catástrofe, y no era el único. Con él, todo el V Congreso pasó al lado de la mayor derrota de la revolución mundial sin verla. […] En su resolución, el Congreso aprobó al CE por haber: ‘Condenado la actitud oportunista del CC alemán, y sobre todo la desviación de la táctica del frente único que se ha producido durante la experiencia gubernamental de Sajonia’”. Y agrega Trotsky en referencia a esta crítica: “Es casi como condenar a un asesino ‘sobre todo’ por no haberse quitado el sombrero al entrar en la casa de la víctima” [25].
El problema fundamental no era haber constituido el “gobierno obrero” en Sajonia, que era una maniobra táctica, sino que éste no fue puesto en función de la ofensiva; no se había preparado la insurrección y se había dejado pasar la oportunidad de tomar el poder sin lucha. Es decir, aunque hubiesen rechazado la conformación de gobiernos de coalición en Sajonia y Turingia, los dirigentes del comunismo alemán, se hubiesen mantenido en los marcos de la legalidad del régimen burgués, ya que no se decidieron a luchar por la toma por el poder. A esto se refería Trotsky cuando decía que señalar como el error principal la entrada al gobierno de coalición era como “condenar a una asesino ‘sobre todo’ por no haberse quitado el sombrero”.
En el caso de Gramsci, no realiza elaboraciones sustanciales respecto a estas polémicas del V Congreso. Más bien se apropiará de sus tesis principales, las cuales revisarán la táctica de “frente único” retrotrayéndola a los debates pasados sobre si debía ser “por arriba” o “por abajo” y estableciendo esta última variante como norma. Los debates del Congreso también retrocederán respecto a la fórmula de ‘gobierno obrero’ tal como había sido formulada originalmente en la “Resolución sobre la táctica…”.
Tampoco Gramsci le dará mayor relevancia al balance sobre la derrota en Alemania que había estado en el centro de estos debates. Meses antes del Congreso, en la carta a Togliatti y Terracini que citamos anteriormente, critica correctamente al grupo de Brandler por no proponerse desarrollar los consejos de fábrica y el control obrero, y por encorsetar al partido en los marcos de la legalidad burguesa. Sin embargo, no se pronuncia sobre la cuestión que era central definirse según Trotsky: si había que pasar o no a la ofensiva. Aunque más bien parece coincidir con la mayoría del Congreso en que las condiciones no estaban maduras para proponerse preparar la toma del poder y, como vimos, que las posiciones de Trotsky eran fruto de los malos informes de Brandler que exageraban agudeza de la situación [26].
Para Trotsky el problema principal era que la dirección del KPD se había demostrado incapaz de realizar el giro brusco del pasaje a la ofensiva en el momento oportuno, que había sido incapaz de articular el pasaje de la “guerra de posición” a la “guerra de maniobra” en términos de Gramsci.
Frente al ala derecha del KPD dirigida por Brandler, que en aquel momento había contado con el beneplácito de Stalin llamando a refrenar más que a alentar las tendencias insurreccionales en las masas, Trotsky señalaba: “Cuando la situación objetiva exigía un giro decisivo, el partido se limitó a esperar la revolución en lugar de organizarla. […] Durante 1923 las masas trabajadoras comprendieron, o sintieron, que se acercaba el momento del combate decisivo. Pero no vieron en el Partido Comunista la resolución y la confianza necesarias. Y cuando comenzaron los preparativos apresurados para la insurrección, perdió inmediatamente el equilibrio y, también, sus lazos con las masas. […] algunos de nuestros camaradas estimaron que ‘habíamos sobreestimado la situación; la revolución no está aún madura’. Pero en realidad, la revolución no fracasó porque en general ‘no estaba madura’, sino porque su eslabón decisivo –la dirección– se quebró en el momento decisivo” [27].
Luego Trotsky teoriza esta cuestión, también contra quienes como Zinoviev en el V Congreso pretendían reducir todo el problema a la táctica de “gobierno obrero” en sí: “En el fracaso alemán de 1923 hubo, evidentemente, muchas particularidades nacionales, pero hubo también rasgos típicos que manifiestan un peligro general. Se podría definir este peligro como la crisis de la dirección revolucionaria en vísperas del tránsito a la insurrección. La base del partido proletario, por su naturaleza misma, está menos inclinada a sufrir la presión de la opinión pública burguesa, pero es sabido que ciertos elementos de las capas superiores y medias sufrirán inevitablemente, en mayor o menor medida, la influencia del terror material e intelectual ejercido por la burguesía en el momento decisivo […] no existe contra él ninguna receta saludable aplicable en todos los casos. Pero el primer paso en la lucha contra un peligro es comprender su origen y su naturaleza” [28]. A su vez, va a señalar Trotsky cómo esta dinámica está asociada al desarrollo de un grupo de derecha en cada partido comunista en los períodos “preoctubre” que refleja tanto las dificultades del “salto” que implica la insurrección como la presión sobre la dirección de la opinión pública burguesa [29].
La falta de una conclusión estratégica en este sentido y su sustitución por la impugnación de la táctica del frente único en sí, será la fuente de las aventuras posteriores al V Congreso [30]. La incapacidad de la dirección de la IC para valorar en su justa medida la importancia de la derrota de Alemania y sus lecciones constituirá para Trotsky el “error estratégico radical del V Congreso”.
Como veremos más adelante, al no darle el peso necesario a Alemania en la reflexión estratégica, Gramsci establece una continuidad entre la lucha del III y IV Congresos de la IC por el frente único luego de la “Acción de Marzo” [31] de 1921, y la batalla contra la línea del “tercer período” luego del VI Congreso de la IC de 1928. Lo que se pierde en el medio, no es sólo una visión realista de los planteos estratégicos de Trotsky sino que es nada más ni nada menos, que la importante discusión en torno a la articulación entre “posición” y “maniobra”, entre frente único e insurrección en “occidente”.
Para Trotsky, lo fundamental no era revisar la táctica de frente único, ni para embarcarse en aventuras putchistas, ni para erigirla en estrategia adaptándose a la izquierda de la socialdemocracia. La conclusión fundamental del V Congreso debería haber considerado que “A ‘derecha’ e ‘izquierda’ hay grandes peligros que constituyen los límites de la política del partido proletario en nuestra época. Seguimos esperando que en un futuro no lejano, enriquecido por las luchas, las derrotas y la experiencia, el Partido Comunista Alemán consiga gobernar su nave entre la Escila de “marzo” y la Caribdis de “noviembre” para proporcionar al proletariado alemán lo que tan arduamente se ha merecido: ¡la victoria!” [32]. Junto con esto Trotsky sacaba entre las principales conclusiones la necesidad de desarrollar un amplio estudio de la insurrección como arte, como combinación entre conspiración y acción de masas, así lo expresaría en sus conferencias ante la Sociedad de Ciencias Militares de Moscú de julio de 1924 [33].
Tal era la línea estratégica que orientó la posición de Trotsky en estos años, y fue a su vez, la que se negó a adoptar la dirección de la IC, la cual coherente con esto se encargaría de establecer los virajes más insólitos en los años siguientes destruida primero por la Escila de “marzo” durante el “tercer período” que abrió paso al asenso del fascismo, y luego por la Caribdis de “noviembre” hasta llegar a las profundidades del “frente popular” que ahogó la revolución española dejando el camino abierto hacia la Segunda Guerra Mundial.
Posición y Maniobra en Gramsci
Como señalaba Clausewitz, “El primer acto del juicio, el más importante y decisivo que practica un estadista y general en jefe, es el conocer la guerra que emprende […] el que no la confunda o la quiera hacer algo que no sea posible por la naturaleza de las circunstancias. Este es el primero y más general de todos los problemas estratégicos” [34].
En este sentido, el balance de la derrota de la revolución alemana no solo hacía a la posibilidad de sacar las lecciones estratégicas del proceso sino al discernimiento de cuál era la situación internacional que se abría. El V Congreso va a caracterizar la continuidad del proceso revolucionario en Alemania luego de noviembre de 1923, estableciendo por lo tanto que la toma del poder aún se encontraba en el horizonte inmediato.
Para Trotsky, al contrario, la derrota del proletariado alemán abría un período de reflujo y estabilización relativa del capitalismo donde era necesario volver a poner en primer plano la lucha de los Partidos Comunistas por conquistar a las masas y preparar nuevamente las condiciones para pelar por el poder. Trotsky pone el acento en el carácter relativo de la estabilización dentro de una época imperialista caracterizada por las bruscas oscilaciones de la situación. En este sentido sintetizará años después: “Si no se comprende de una manera amplia, generalizada, dialéctica, que la actual es una época de cambios bruscos, no es posible educar verdaderamente a los jóvenes partidos, dirigir juiciosamente desde el punto de vista estratégico la lucha de clases, combinar legítimamente sus procedimientos tácticos ni, sobre todo, cambiar de armas brusca, resuelta, audazmente ante cada nueva situación” [35].
Gramsci a principios de 1924 parece ir en el mismo sentido que Trotsky en cuanto al alejamiento de la posibilidad inmediata de revolución y la necesidad de poner en primer plano la lucha por la influencia entre las masas para preparar las condiciones de la toma del poder. Sin embargo, Gramsci no extrae esta conclusión sobre la base de la derrota en la lucha de clases del movimiento obrero alemán, sino directamente de las características más generales que diferencian “oriente” de “occidente”: “La determinación, que en Rusia era directa y lanzaba las masas a la calle, al asalto revolucionario, en Europa central y occidental se complica con todas estas superestructuras políticas creadas por el superior desarrollo del capitalismo, hace más lenta y más prudente la acción de las masas y exige, por tanto, al partido revolucionario toda una estrategia y una táctica mucho más complicadas y de más respiro que las que necesitaron los bolcheviques en el período comprendido entre marzo y noviembre de 1917” [36].
En este punto encontramos una de las diferencias fundamentales entre ambos revolucionarios. Mientras que para Trotsky que había extraído las principales lecciones de la revolución alemana del ’23, lo que debían comprender los partidos de la III Internacional –incluidos los de “occidente”– era que se trataba de “una época de cambios bruscos”; para Gramsci, que no se había adentrado en aquel balance, la conclusión adquiría un carácter más “general” donde la existencia de superestructuras más sólidas en “occidente” hacía “más lenta y más prudente la acción de las masas”. Esta conclusión será la base para sus desarrollos posteriores en los Cuadernos de la Cárcel.
Es importante destacar que las divergencias entre Trotsky y Gramsci sobre la revolución en “occidente” no surgen de la constatación de la mayor complejidad de las superestructuras políticas “occidentales”, sino de las diferentes conclusiones estratégicas que ambos extraen de ello. El propio Gramsci destacará en sus Cuadernos la comparación realizada por Trotsky entre “oriente” y “occidente” en el IV Congreso de la IC: “Un intento –decía– de iniciar una revisión de los métodos tácticos habría debido ser el expuesto por L. Davidovich Bronstein [Trotsky] en la cuarta reunión cuando hizo una comparación entre el frente oriental y el occidental, aquél [frente oriental] cayó de inmediato pero fue seguido por luchas inauditas: en éste [frente occidental] las luchas ocurrieron ‘antes’. O sea que se trataría de si la sociedad civil resiste antes o después del asalto, dónde sucede esto, etcétera” [37].
Efectivamente, Trotsky había sostenido en el discurso al que se refiere Gramsci que: “La facilidad con la que habíamos conquistado el poder el 7 de noviembre de 1917, la tuvimos que pagar con los innumerables sacrificios de la guerra civil. En los países más antiguos en el sentido capitalista, y con una cultura superior, la situación será, sin dudas, profundamente diferente. […] Cuanto más difícil y agotadora sea la lucha por el poder del Estado, menos posible será desafiar el poder del proletariado después de la victoria” [38].
La base de este razonamiento era que –en términos de Gramsci– la “sociedad civil” en “occidente” resiste más antes del asalto que después, mientras que en “oriente” sucede lo contrario. Sin embargo, el revolucionario italiano, luego de destacar aquel análisis de Trotsky agregaba a renglón seguido: “La cuestión, sin embargo, fue expuesta sólo en forma literaria brillante, pero sin indicaciones de carácter práctico” [39].
Esta afirmación no podría estar más lejos de la realidad, como queda plasmado en las propias intervenciones de Trotsky durante el IV Congreso de donde extrae su cita Gramsci, o en el informe sobre la táctica de frente único en Francia para el comité ejecutivo de la IC de febrero-marzo de 1922, o posteriormente, como vimos, en los debates sobre la revolución alemana de 1923, entre muchos otros que podía conocer Gramsci, y más allá de las sistematizaciones que realizó posteriormente. La cuestión estriba en realidad, en que aquello que el revolucionario italiano esperaba como “indicaciones prácticas” difiere de las que Trotsky efectivamente sostuvo.
En el caso de Gramsci, las diferencias entre el desarrollo de la revolución en Europa occidental y en Rusia, lo llevan a establecer una oposición entre dos estrategias diferenciadas, la de “guerra de maniobra” para “oriente” y la de “guerra de posición” para “occidente”. Con “guerra de posición” el dirigente del PCI hace referencia a la forma de hacer la guerra que tenía como característica distintiva el mantenimiento de los ejércitos contendientes en líneas estáticas atrincheradas, la cual encontró su más amplio desarrollo durante la primera guerra mundial. En este esquema la “maniobra” era identificada generalmente con el asalto a posiciones enemigas [40].
Perry Anderson, en Las antinomias de Antonio Gramsci, señala cómo este esquema teórico de “guerra de posición” y “guerra de maniobra” reproduce en muchos aspectos, el que había elaborado Karl Kautsky retomado los conceptos del historiador militar Hans Delbrück de “estrategia de desgaste” y “estrategia de abatimiento” [41]. Sin embargo, Gramsci tenía antecedentes mucho más directos en los debates de la Internacional Comunista. Nos referimos a la contraposición entre las diferentes estrategias para “oriente” y “occidente” que habían desarrollado Pannekoek y Gorter [42], entre otros, y que era patrimonio común del ala izquierdista de la IC de la que formaba parte la sección italiana bajo la dirección de Bordiga.
Como parte de su ruptura con Bordiga en 1924, Gramsci invierte los términos del esquema de los izquierdistas [43]. Occidente pasa, de ser el lugar donde la clase obrera, en palabras de Gorter, se impone “por la potencia de su número” [44], a ser aquel donde se “hace más lenta y más prudente la acción de las masas”. Este esquema heredado, de contraposición mecánica de estrategias para “oriente” y “occidente” lejos de ser un punto de apoyo para Gramsci será una fuente de eclecticismo político primero [45] y de simplificaciones teóricas años después.
En los Cuadernos de la Cárcel, al momento de señalar las particularidades de la revolución en “occidente” Gramsci sostenía que “La estructura masiva de las democracias modernas [46], tanto como organizaciones estatales o como complejo de asociaciones en la vida civil, constituyen para el arte político lo que las ‘trincheras’ y las fortificaciones permanentes del frente en la guerra de posiciones: hacen solamente ‘parcial’ el elemento de movimiento que antes era ‘toda’ la guerra” [47].
Para Trotsky en este punto los problemas de la estrategia recién podían comenzar, la cuestión central estaba en cómo utilizar esas “fortificaciones”. También es necesario agregar, como señaló correctamente Anderson criticando a Gramsci, que en las democracias imperialistas la burguesía no solo cuenta con mayores mecanismos de “consenso” y de cooptación, sino también, con una mayor eficacia en el terreno de la capacidad represiva [48].
Trotsky también desarrolló las diferencias entre el Estado en “occidente” y en “oriente”, sin embargo, no daba a estas diferencias un carácter absoluto. Ni la “estructura masiva” de las democracias modernas, ni la mayor eficacia del aparato represivo podían verse como fenómenos inmutables. Marcando las diferencias entre la revolución en Rusia y en los países occidentales señalaba: “Era nuestra ventaja mayor la de que preparábamos el derrocamiento de un régimen que aún no había tenido tiempo de formarse. La extrema inestabilidad y la falta de confianza en sí del aparato estatal de Febrero facilitaron de modo singular nuestro trabajo, manteniendo la firmeza de las masas revolucionarias y del partido mismo. […] La revolución proletaria en Occidente tendrá que habérselas con un Estado burgués enteramente formado.” Pero a renglón seguido agregaba: “No quiere ello decir, empero, que tenga que habérselas con un aparato estable, porque la misma posibilidad de la insurrección proletaria presupone una disgregación bastante avanzada del Estado capitalista [49]”.
Por esto para Trotsky, la estabilización producto de la derrota en el ’23 no podía ser más que relativa. Tenía sus fundamentos en la lucha de clases y no en características generales de determinados países imperialistas. De allí se desprendía como tema central la preparación de los Partidos Comunistas y sus direcciones para afrontar cambios bruscos de la situación que pondrían sobre la mesa la necesidad de rápidos pasajes de una posición defensiva a una ofensiva y viceversa.
Dos concepciones del Frente Único
Respecto al pasaje de la guerra de movimiento a la guerra de posición, señalaba Gramsci: “Esta me parece la cuestión de teoría política más importante planteada por el período de la posguerra, y la más difícil de resolver acertadamente. Está vinculada a las cuestiones planteadas por Bronstein [Trotsky], que de uno u otro modo, puede considerarse el teórico político del ataque frontal en un período en el que éste es sólo causa de derrota” [50].
Trotsky no sólo estaba lejos de ser un “teórico del ataque frontal”, sino que había discutido duramente contra quienes sostenían que la forma ofensiva era la única que supuestamente podían adoptar en forma legítima los revolucionarios. Trotsky había llevado adelante estas polémicas tanto en el terreno militar durante la guerra civil rusa, como en el político en el III y IV Congreso de la IC. Sin embargo, como muestra la cita anterior lo que no quedaba claro es el lugar del ataque en el pensamiento de Gramsci si partimos de excluirlo por todo un período “en el cual ese ataque sólo es causa de derrota”.
Para Gramsci, a la “guerra de posición” que primaba en “occidente” le correspondía la fórmula de frente único que había desarrollado la III Internacional en su III y IV Congresos aunque transformada progresivamente en estrategia. El revolucionario italiano planteaba: “Me parece que Ilich [Lenin] comprendió que era necesario un cambio de la guerra de maniobras aplicada victoriosamente en oriente en el ‘17, a la guerra de posiciones, que era la única posible en occidente, donde, como observa Krasnov, en un breve espacio los ejércitos podían acumular inmensas cantidades de municiones, donde los cuadros sociales eran capaces todavía por sí solos de constituirse en trincheras bien aprovisionadas de municiones. Esto es lo que creo que significa la fórmula del ‘frente único’…” [51].
Trotsky no es un “teórico del ataque” en general, sin embargo, al igual que Clausewitz, consideraba que la defensa –que implica necesariamente “golpes habilidosos”– sólo puede servir para modificar la relación de fuerzas a favor del defensor y abrir la posibilidad de pasar al ataque. En términos de lucha de clases, podríamos decir que mientras para la burguesía se trata de “conservar” –beati sunt possidentes [52] repetía Clausewtiz–, para el proletariado necesariamente se trata de conquistar, en primer lugar un nuevo Estado así como nuevas relaciones sociales.
Para Trotsky el frente único defensivo no era un fin en sí mismo, sino la condición para poder pasar a la ofensiva por la toma del poder. El frente único para la defensa en determinado momento de la relación de fuerzas debía pasar a ser ofensivo, es decir, salirse de los límites del régimen burgués y proponerse su destrucción. La forma organizativa de este frente único ofensivo era para Trotsky justamente los Soviets, o las organizaciones de tipo soviéticas que la clase obrera haya forjado en su lucha. El pasaje a la ofensiva marcaba a su vez el comienzo de la guerra civil en términos amplios a partir de la preparación de insurrección [53].
Este pasaje, como decíamos, es lo que queda ambiguo en las consideraciones estratégicas de Gramsci. En las reflexiones plasmadas en sus Cuadernos de la Cárcel, tanto la problemática de los Consejos –tan cara al Gramsci de L’Ordine Nuovo– como la de la insurrección prácticamente desaparecen. Sin embargo, según el informe de Athos Lisa sobre las posiciones políticas que sostenía Gramsci en su encierro, éste planteaba claramente que “El partido tiene como objetivo la conquista violenta del poder, la dictadura del proletariado…”“ [54].
La misma ambigüedad volverá a plasmarse en relación a las consignas democráticas. Sobre el planteo de “asamblea constituyente” en Gramsci, el informe de Lisa dice: “En Italia las perspectivas revolucionarias deben fijarse una doble alternativa, es decir, la más probable y la menos probable. En este momento, para mí [para Gramsci], es más probable la del período de transición, por lo tanto, este objetivo debe ser el que guíe la táctica del partido, sin temor de parecer poco revolucionario. Debe hacer suya, antes que los demás partidos en lucha contra el fascismo, la consigna de la ‘constituyente’, no como fin en sí, sino como medio” [55].
Trotsky sostuvo también consignas democráticas como Asamblea Constituyente, por ejemplo, en el caso de China. Incluso para Francia en 1934 planteó la consigna de “Asamblea única” a partir de la abolición del senado y de la presidencia de la República. “Somos, pues, firmes partidarios –decía Trotsky– del estado obrero-campesino, que arrancará el poder a los explotadores. Nuestro primordial objetivo es el de ganar para este programa a la mayoría de nuestros aliados de la clase obrera. Entre tanto, y mientras la mayoría de la clase obrera siga apoyándose en las bases de la democracia burguesa, estamos dispuestos a defender tal programa de los violentos ataques de la burguesía bonapartista y fascista.” A lo cual agregaba: “Sin embargo, pedimos a nuestros hermanos de clase que adhieren al socialismo ‘democrático’, que sean fieles a sus ideas: que no se inspiren en las ideas y los métodos de la Tercera República sino en los de la Convención de 1793” [56].
Tampoco reducía Trotsky las alternativas de la situación italiana luego del triunfo del fascismo a la alternativa “fascismo o socialismo”, ni excluía de antemano periodos de transición. Sólo que, como dice en su carta a la Oposición de Izquierda italiana, de lo que se trataba era de precisar el carácter de esa transición. Justamente, la suya es la teoría de la transición a la revolución proletaria. La revolución permanente “¿...significa que Italia no puede convertirse nuevamente, durante un tiempo, en un estado parlamentario o en una ‘república democrática’? Considero –y creo que en esto coincidimos plenamente– que esa eventualidad no está excluida. Pero no será el fruto de una revolución burguesa sino el aborto de una revolución proletaria insuficientemente madura y prematura. Si estalla una profunda crisis revolucionaria y se dan batallas de masas en el curso de las cuales la vanguardia proletaria no tome el poder, posiblemente la burguesía restaure su dominio sobre bases ‘democráticas’” [57].
Es decir, para Trotsky de existir una etapa “democrática” necesariamente surgiría de la derrota de la revolución proletaria. Esta relación no termina de estar establecida en el pensamiento de Gramsci, así como tampoco desde el punto de vista de la estrategia la relación entre frente único defensivo y ofensiva insurreccional.
Posición y maniobra en Trotsky
Uno de los rasgos distintivos de Trotsky como estratega es cómo, contra toda pasividad y fatalismo, busca sistemáticamente poner tácticamente a la defensiva a las fuerzas revolucionarias, incluso durante la preparación de la ofensiva estratégica, es decir, de la insurrección. En octubre de 1917, bajo la cobertura de la dirección conciliadora de los soviets y a través del Comité Militar Revolucionario, Trotsky va impulsar el armamento del proletariado y la conquista política de los cuarteles. Bajo la bandera de la defensa de Petrogrado desarrollará el plan insurreccional, llegando a hacer coincidir la toma del poder con la sesión del Segundo Congreso de los Soviets de toda Rusia donde los bolcheviques ya tenían mayoría.
Sin embargo, él mismo se niega a generalizar este ejemplo. Cuando aún dirigía el Ejército Rojo, ya había planteado el carácter más posicional que necesariamente tendría la guerra civil en “occidente”, en contraste con la primacía de la maniobra en Rusia debido a su atraso y extensión territorial.
En el caso de las condiciones para la insurrección, también considera poco probable repetir las que existían en Petrogrado en octubre del ‘17 –un régimen que no había llegado a formarse, el armamento generalizado de las masas, a lo que se puede agregar el gran nivel de desarrollo previo de los propios soviets.
Sobre esta base, es el mismo pensamiento estratégico el que lleva a Trotsky a sostener la política de entrar a los gobiernos de Sajonia y de Turingia en 1923. Para el fundador de la IV Internacional, en el marco de la enorme catástrofe social que había provocado la crisis del Ruhr, las condiciones estaban maduras por el nivel de descomposición del régimen y la disposición que mostraban las masas a entrar en acción. Partiendo de aquí, no acepta como objeción para comenzar la preparación ofensiva, ni la ausencia del armamento necesario como argumentaba Brandler, ni el insuficiente desarrollo de los organismos soviéticos. Estas son tareas con las que una dirección revolucionaria que se precie de tal tiene que lidiar.
Contra toda espera pasiva de las condiciones análogas del “modelo ruso”, levanta la táctica audaz de gobierno obrero como parte de una política activa de preparación de la insurrección. Esta “trinchera” tiene que servir para armar al proletariado, para desarrollar a partir de los comités de fábrica y Centurias Proletarias, una red de organismos de autoorganización y autodefensa, lleven el nombre que fuese. Ambas tareas debían ser desarrolladas al calor de la preparación de la ofensiva y como parte de la misma.
A su vez, los obreros alemanes no podían trasladar mecánicamente el modelo de la Revolución Rusa y esperar a conquistar el poder en Berlín y que luego en el resto de los länder se tomase el poder como un dominó. Esta imagen, de por sí simplificadora de lo que fue la extensión de la propia Revolución Rusa luego de Petrogrado, era poco probable en Alemania donde cada Land tenía su propia historia de cientos de años previos a la unificación tardía de 1871. Al contrario, se podían aprovechar los eslabones débiles de Sajonia y Turingia, donde el ejército disponía de menores unidades en comparación con Berlín y otros lugares, para transformarlos en “un bastión revolucionario en un período de preparación para el próximo estallido de la revolución”.
El plan, que no llegó a salir de los papeles, partía de que ambos gobiernos obreros –cuyo acuerdo básico era el armamento del proletariado y el desarme de los destacamentos contrarrevolucionarios– serían intolerables para el gobierno central. Y de hecho lo fueron, desde el principio se ciñó sobre ellos la amenaza de intervención militar. Se trataba de atraer al ejército y las fuerzas de la reacción hacia Sajonia y Turingia con la insurrección, y al mismo tiempo llamar a la huelga general y a la insurrección en el resto de Alemania bajo la defensa de los “bastiones de la revolución”. Es decir, desde una posición táctica defensiva, impulsar el desarrollo de una ofensiva estratégica a nivel nacional. La insurrección de Hamburgo hubiese sido parte de este plan general, pero aislada pudo ser aplastada.
Así como veíamos que Gramsci sistematiza su concepción de la relación entre posición y maniobra en sus Cuadernos de la Cárcel, Trotsky hará lo propio en el Programa de Transición. Respecto a la táctica de “gobierno obrero”, la formulación práctica que realizara en el ’23 queda comprendida dentro de una definición más general donde establece claramente la relación entre esta táctica y la estrategia revolucionaria para cualquiera de sus variantes concretas.
“La consigna de ‘gobierno obrero y campesino’ –señala Trotsky– es empleada por nosotros, únicamente, en el sentido que tenía en 1917 en boca de los bolcheviques, es decir, como una consigna antiburguesa y anticapitalista, pero en ningún caso en el sentido ‘democrático’ que posteriormente le han dado los epígonos, haciendo de lo que era un puente a la revolución socialista, el principal obstáculo en su camino” [58]. Es decir, el único objetivo estratégico que puede tener la fórmula de “gobierno obrero” –igualmente la de “gobierno obrero y campesino”– es el de incrementar las fuerzas revolucionarias para el pasaje a la ofensiva contra la burguesía y el capitalismo. Se trata siempre de una consigna táctica sin valor independiente de aquel objetivo estratégico, el cual –resalta Trotsky- puede cumplirse de diversas formas, ya sea que surja o no un gobierno de este tipo.
Por un lado, por su valor educativo hacía las masas que no ven aún la necesidad de la dictadura del proletariado pero que quieren que sus direcciones tradicionales tomen el poder contra la burguesía, lo cual le permite a los revolucionarios acelerar esta experiencia y subproducto de ello incrementar su influencia en detrimento de los partidos conciliadores. Como señala Trotsky “la reivindicación de los bolcheviques dirigidas a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios: ‘¡Rompan con la burguesía, tomen en sus manos el poder!’ tiene para las masas un enorme valor educativo. La negación obstinada de los mencheviques
y de los SR a tomar el poder, que se hizo visible tan trágicamente en las Jornadas de Julio, los condenó definitivamente ante las masas y preparó la victoria de los bolcheviques” [59].
Por otro lado, “Si los mencheviques y SR –decía Trotsky– hubiesen realmente roto con los cadetes liberales y con el imperialismo extranjero, ‘el gobierno obrero y campesino’ creado por ellos, no hubiera hecho más que acelerar y facilitar la instauración de la dictadura del proletariado” [60]. Es decir, de concretarse el planteo táctico los bolcheviques hubieran estado en mejores condiciones de pelear por el programa revolucionario en los soviets.
En ambos casos se trata de modificar la relación de fuerzas a favor de los revolucionarios para preparar las condiciones del pasaje a la ofensiva. Por eso los bolcheviques a partir de septiembre, cuando su influencia crecía exponencialmente ya que las direcciones conciliadoras habían mostrado su negativa a hacerse del poder, no se mantienen esperando que se concrete aquel “gobierno obrero y campesino”, sino que avanzan como partido en los preparativos para la insurrección. De no haber hecho este pasaje de la lucha posicional a la maniobra, la táctica se hubiese transformado en su contrario, pasando de “puente a la revolución socialista” a “principal obstáculo en su camino”.
No obstante, luego de que triunfa la insurrección de Octubre y se rompe el partido campesino, los bolcheviques vuelven a plantear la táctica de “gobierno obrero y campesino” a los socialrevolucionarios de izquierda (SRI) constituyendo un gobierno de coalición para consolidar el poder recién conquistado. Pero tampoco aquí dejó de ser una táctica subordinada al avance hacía la dictadura del proletariado, se intentó conservar la coalición –que duró estrictamente hasta la renuncia de los ministros del SRI en marzo del ’18 pero se continuó en alguna medida hasta mediados de aquel año– pero sin por ello detener las tareas del momento, como eran el pasaje a la defensiva en el terreno militar firmando la paz con Alemania y la ofensiva hacia el interior encarando las tareas de nacionalización de la producción.
Esta misma relación dinámica entre posición y maniobra, es la que desarrolló Trotsky para Alemania en 1923 en condiciones diferentes. Partiendo de constatar que en “occidente” la burguesía y su Estado despliegan la mayor resistencia antes de la toma del poder, y que la influencia conquistada en determinadas regiones por el KPD lo hacían un factor indispensable para poder conformar un “gobierno obrero”, es que Trotsky plantea una implementación audaz de esta táctica con el objetivo de conquistar “bastiones revolucionarios” en la preparación de la ofensiva.
Pero, como tratamos de mostrar, su política en la revolución alemana no es más que un gran ejemplo de aquello que lo define como estratega. De conjunto la discusión sobre el papel de la táctica de “gobierno obrero” en Trotsky muestra en toda su riqueza la relación entre defensa y ataque y la combinación dinámica entre posición y maniobra, que caracterizan el conjunto, de su pensamiento estratégico.
III. Puntos de convergencia
La utilización de las “fortalezas” en la defensa
En el marco subjetivo del fracaso de la política del Comité Anglo-ruso, del aplastamiento de la revolución china [61], de la derrota de la Oposición Conjunta, y del desarrollo del enfrentamiento de Stalin contra Bujarin [62], la IC adoptará la política de “clase contra clase” a partir de 1928 [63] y por todo el período siguiente hasta poco después del asenso de Hitler al poder en Alemania. El marco objetivo, desde octubre de 1929, será el estallido de la crisis mundial capitalista y sus consecuencias catastróficas para las masas.
Partiendo de que Gramsci había congelado su reflexión estratégica en las discusiones del ’21 y ’22 contra la ultraizquierda, y de que la dirección de la IC retrocede al nivel de los izquierdistas de aquel entonces [64], se sentarán las bases para la confluencia entre Trotsky y el revolucionario italiano en la oposición al “tercer período” stalinista.
Las derrotas de Gran Bretaña y China habían dejado al proletariado revolucionario a la defensiva. Al momento del estallido de la crisis del ’30 comenzaba a recuperarse, pero como mostraba Alemania, mientras la influencia de los comunistas aumentaba aritméticamente la del fascismo lo hacía en forma geométrica [65].
La adopción de la táctica de frente único obrero se transformaba en una cuestión vital para la clase obrera alemana. A diferencia de la revolución alemana del ’23, donde se trataba de la utilización del frente único para preparar la ofensiva insurreccional, ahora el objetivo del frente único era la defensa.
En este punto –valoración del frente único defensivo– coincidían en muchos aspectos Trotsky y Gramsci. Para ambos, el mayor desarrollo de “la sociedad civil” –dicho en términos gramscianos– en occidente, presentaba toda una serie de “trincheras” que debía utilizar el proletariado en su lucha, y especialmente frente al avance del fascismo. Al contrario, Stalin y la dirección de la IC, basados en el elemento cierto de que más allá de sus diversos regímenes políticos el estado burgués conserva siempre un mismo contenido de clase, se negaban a reconocer cualquier diferencia entre la democracia burguesa y el fascismo. No había ninguna “trinchera” que el proletariado debiera defender, se trataba de la lucha frontal del KPD contra el fascismo. Desde el SPD a los nazis (NSDAP) eran consideradas diferentes variantes del fascismo, el término “social-fascismo” quedaba reservado para la socialdemocracia. Al tiempo que esta identificación anulaba la posibilidad de exigir un frente único al SPD, por otro lado disminuía la importancia de los avances del NSDAP como peligro para la clase obrera en su conjunto.
La existencia o no de estas “trincheras” no era una cuestión menor. En su obra De la Guerra había señalado Clausewitz que desde el punto de vista de la defensa “el apoyo del teatro de operaciones por fortalezas y todo lo que de ellas depende” era, nada más ni nada menos, que uno de los “principios directores de la eficacia estratégica” que daba ventaja al defensor sobre el atacante [66]. Sobre este punto señalaba que “Cuanto mayor sea la extensión del teatro de operaciones que deba atravesar, más se debilitará el ejército atacante (por las marchas y los alejamientos), el ejército que se defiende continúa conservando sus enlaces, es decir, que cuenta con el apoyo de sus fortalezas, que no se debilita en forma alguna y que está próximo a sus fuentes de abastecimiento” [67]. El reconocimiento de la importancia de estas fortalezas era imprescindible para el combate.
En el mismo sentido Gramsci sostenía que mientras el fascismo pretende avanzar sobre las trincheras de la sociedad civil como modo de organización de un “Estado ampliado” [68], el proletariado debe defenderlas. Paradójicamente, en el marco de sus condiciones de aislamiento en las cárceles fascistas, Gramsci desarrollará este punto, nada más ni nada menos que en polémica con Trotsky que en aquel entonces era el mayor defensor de este punto de vista frente a la dirección de la IC. Dice Gramsci, para marcar la diferencia con la Revolución Rusa: “Hay que ver si la famosa teoría de Bronstein sobre la permanencia del movimiento no es el reflejo político de la teoría de la guerra de maniobra (recordar la observación del general de cosacos Krasnov), en último análisis, el reflejo de las condiciones generales económico-cultural-sociales de un país donde los cuadros de la vida nacional son embrionarios y desligados, y no pueden transformarse en ‘trinchera o fortaleza’” [69].
Sin embargo, Trotsky será el que más claramente desarrollará este punto simultáneamente a Gramsci. En su folleto ¿Y ahora? señalaba: “La victoria del fascismo hace que el capital financiero cope en forma directa e inmediata todos los órganos e instituciones de dominación, de dirección y de educación: el aparato del Estado y el ejército, las municipalidades, las escuelas, la prensa, los sindicatos, las cooperativas […] su objetivo principal es destruir las organizaciones obreras…”. Y luego agregaba en polémica con el stalinismo: “Durante muchas décadas, dentro de la democracia burguesa, sirviéndose de ella y luchando contra ella –dice Trotsky–, los obreros edificaron sus fortalezas, sus bases, sus reductos de democracia proletaria: sindicatos, partidos, clubes culturales, organizaciones deportivas, cooperativas, etc. El proletariado no puede llegar al poder en los marcos formales de la democracia burguesa. Sólo es posible por la vía revolucionaria, hecho demostrado al mismo tiempo por la teoría y por la experiencia. Pero, para saltar a la etapa revolucionaria, el proletariado necesita apoyarse imprescindiblemente en la democracia obrera dentro del Estado burgués” [70].
Los puntos de coincidencia entre Trotsky y Gramsci, se expresaban también en que ambos tomaban como punto de partida para pensar el avance del fascismo la experiencia italiana del asenso de Mussolini y la discusión con la tendencia izquierdista de Bordiga. Si bien en los debates internacionales había pasado mucha agua bajo el puente, hasta el V Congreso la posición del dirigente del PCI Amadeo Bordiga será una constante en las polémicas de la Internacional hasta que toda polémica dejó de ser permitida, lo cual coincidió con el encarcelamiento de Bordiga por Mussolini. Mismo en el V Congreso, donde Zinoviev cargó contra la táctica de frente único, Bordiga criticó su discurso de apertura por lo que consideraba era una impugnación demasiado tibia para una táctica en sí de derecha [71]. Y en esto consistió el debate más persistente de Gramsci en la dirección del PCI. Para Gramsci, la táctica de “clase contra clase” era una especie de reedición de las posiciones de Amadeo Bordiga pero a nivel internacional [72] .
Para Trotsky también. “La dirección del Partido Comunista alemán –decía en el 1932– repite hoy casi literalmente la posición inicial del comunismo italiano: el fascismo no es más que una reacción capitalista; desde el punto de vista proletario, la distinción entre diversas formas de reacción capitalista carece de importancia”. Y luego agregaba: “La posición de Thaelmann en 1932 reproduce la de Bordiga en 1922” [73].
Para Trotsky, al igual que para Gramsci, desde ya que “Entre la democracia y el fascismo no hay ‘diferencias de clase […] Pero –agregaba Trotsky– la clase dominante no vive en el vacío. Mantiene relaciones con las otras clases […] Dando al régimen el nombre de burgués –lo que es incuestionable– Hirsch y sus amos han olvidado un detalle: el lugar del proletariado en el régimen” [74]. La lucha defensiva consistía en el mantenimiento de las posiciones ventajosas en el teatro de operaciones como forma de preparación para las batallas decisivas, donde necesariamente el proletariado debería pasar al ataque. De la habilidad estratégica para lograr este objetivo dependía la fortaleza táctica a la hora de los grandes combates.
Pero en este pasaje a la ofensiva es donde, como hemos señalado, se expresan las mayores ambigüedades de Gramsci y donde la reflexión estratégica del revolucionario italiano y la de Trotsky se separan nuevamente.
Gramsci y Maquiavelo
Maquiavelo fue el principal autor clásico de la filosofía política que influenció el pensamiento de Gramsci. Aunque no se puedan tener pruebas concluyentes puede pensarse hipotéticamente que hasta la distinción entre oriente y occidente fue sugerida por la lectura del florentino [75]. Pero además de un autor fundamental de la filosofía política, Maquiavelo fue el pensador militar que sentó las bases sobre las cuales se erigiría toda la reflexión estratégica posterior. El propio Clausewitz que tenía por característica la crítica despectiva a otros autores militares, no sólo se muestra muy cuidadoso con Maquiavelo sino que recibe con mucho entusiasmo los escritos de éste traducidos por Fichte al alemán [76].
Sin embargo, el pensamiento militar de Maquiavelo –precursor en muchos sentidos– necesariamente tuvo que ser superado. El pensamiento posterior, a partir de las guerras napoleónicas, no podía detenerse en la formulación de las reglas de batalla sino que debía también avanzar hacia el examen de los acontecimientos en el curso de la misma.
Como señala Félix Gilbet: “A pesar de haberse iniciado Maquiavelo como crítico vehemente de las guerras del siglo XV, semejantes a juegos de ajedrez, los generales del siglo XVIII volvieron en cierto modo a las guerras de maniobra [se refiere a maniobra en contraposición a batalla, NdR], y esta evolución no es del todo contraria a las líneas de pensamiento, en ciencia militar, iniciadas por Maquiavelo. Cuando la guerra es vista como determinada por leyes racionales, no es sino lógico dejar que nada dependa de la suerte, y esperar que el adversario se entregue cuando haya sido llevado a una posición desde la cual el juego está razonablemente perdido” [77].
No es nuestra intención afirmar que Gramsci al apropiarse de Maquiavelo se apropió también de los límites de su pensamiento, sino, más modestamente, nos parece ilustrativo hacer una analogía para señalar una crítica del mismo tenor que es posible hacer al pensamiento estratégico de Antonio Gramsci.
Estableciendo una especie de paralelo con los límites del pensamiento estratégico de Maquiavelo, podríamos decir que aunque Gramsci dedica gran parte de su vida y de su obra a la lucha contra las tendencias socialdemócratas, su énfasis en la importancia de la disposición de las fuerzas previa a la batalla y el escaso análisis de su utilización en el combate, permitió que corrientes reformistas posteriores hagan una interpretación en clave socialdemócrata de su pensamiento –empezando por el mismo PCI de Palmiro Togliatti– lo que estaba en abierta contradicción con su propia biografía política como revolucionario de la III Internacional.
IV. Conclusiones
Trotsky, el más clausewitziano de los marxistas
A lo largo de estas páginas intentamos situar las convergencias y divergencias entre el pensamiento estratégico de Gramsci y el de Trotsky. Vimos cómo las diferencias no consisten en que el fundador del Ejército Rojo fuese un “teórico de la ofensiva permanente”, sino en las relaciones que establecen ambos revolucionarios entre ataque y defensa, posición y maniobra.
Para Clausewitz, la defensa y el ataque son dos “formas en que se desdobla la actividad guerrera”, dentro de ellas la superioridad de la forma defensiva sobre la ofensiva está dada por el despliegue mayor de fuerzas que esta última necesita. Esto implica que quién está en condiciones de defenderse con éxito, no necesariamente tiene fuerzas suficientes para atacar. En esta constatación básica del pensamiento clausewitziano podríamos ver identificados tanto a Gramsci como a Trotsky. Es lo que vimos en las convergencias entre ambos revolucionarios a la hora de enfrentar la orientación de “clase contra clase” y valorar el frente único defensivo.
La superioridad de la defensa tiene otra consecuencia en el andamiaje teórico de Clausewitz, y es que el ataque y la defensa no tienen en sí mismos una relación polar [78]. El hecho de que por regla general sea más fácil la conservación que la conquista hace que muchas veces ninguno de los oponentes tenga la fuerza suficiente para atacar. Es lo que justifica, entre otras razones, “la suspensión del acto guerrero”, lo que hace que el choque de fuerzas no sea constante. Aquí podemos situar otro de los puntos de contacto entre Trotsky y Gramsci. Vimos cómo ambos plantean ritmos más lentos para la situación europea a partir del 1924. Sin embargo, aquí también comienzan las diferencias. Para Trotsky se trataba de un equilibrio relativo que implicaba la posibilidad cierta de “giros bruscos” en la situación, incluido el caso de “occidente”, y no ritmos “más lentos” en general.
En Gramsci el pasaje a la ofensiva es uno de los puntos más ambiguos en su pensamiento estratégico. Como decíamos en la comparación con Maquiavelo, en esto se han basado todo tipo de corrientes reformistas para adoptar el concepto de “guerra de posición” como fundamento de una estrategia abocada a la búsqueda de espacios dentro del régimen burgués, llevando al absurdo el concepto de “defensa”.
Como señalaba Clausewitz, “la defensa en sentido general –por lo tanto, también la defensa estratégica– no constituye un estado absoluto de espera y detención del golpe; en consecuencia, no consiste en un estado completamente pasivo sino que es un estado relativo y, por consiguiente, contiene en mayor o menor grado elementos ofensivos” [79].
Trotsky en sus escritos sobre Alemania de finales de los años ‘20 y principios de los ‘30 se propone constantemente ligar las batallas defensivas al desarrollo de los medios ofensivos, poniendo las “fortalezas” al servicio del avance de los organismos de frente único de masas –llámense soviets, comités de fábrica, o como fuere– y de la autodefensa y el armamento del proletariado.
Esta lógica, desde luego no se limitaba a Alemania. Lo vimos en la comparación con Rusia. También podemos verla a lo largo de la revolución española donde Trotsky sostenía: “podemos y debemos defender a la democracia burguesa no con los métodos de ésta, sino con los de la lucha de clases, o sea, con métodos que preparan el derrocamiento de la democracia burguesa por medio de la dictadura del proletariado” [80].
Al igual que en Alemania del ’23 su pensamiento estratégico más alto se volverá a expresar en otro de los momentos de “quiebre” del proceso histórico, las Jornadas de Mayo de 1937 en Barcelona. Como en Alemania una década y media antes, Trotsky tendrá que responder a los mismos argumentos que en aquel entonces enarbolara Brandler sobre la insuficiencia del armamento. Otro tanto sucederá con los organismos de frente único de masas, sólo que en España no se tendrá que enfrentar ante los que exclaman la insuficiencia de su desarrollo, sino ante quienes como Andreu Nin opinaban que su impulso era innecesario. Luego de la derrota volverá a combatir contra los dirigentes que quieren expurgar responsabilidades bajo el argumento de que las masas no habían desplegado suficiente iniciativa.
Tan tarde como en mayo del ‘37, ante el levantamiento en armas de los obreros catalanes para defender sus posiciones ante los ataques de las Guardias de Asalto dirigidas por los stalinistas, Trotsky opinaba que aún era posible evitar la derrota. “Si el proletariado de Cataluña –señalaba– se hubiera apoderado del poder en mayo de 1937, hubiera encontrado el apoyo de toda España. La reacción burguesa estalinista no hubiera encontrado ni siquiera dos regimientos para aplastar a los obreros catalanes. En el territorio ocupado por Franco, no sólo los obreros, sino incluso, los campesinos, se hubieran colocado del lado de los obreros de la Cataluña proletaria, hubieran aislado al ejército fascista, introduciendo en é1 una irresistible disgregación. En tales condiciones, es dudoso que algún gobierno extranjero se hubiera arriesgado a lanzar sus regimientos sobre el ardiente suelo de España. La intervención hubiera sido materialmente imposible, o por lo menos peligrosa. Evidentemente en toda insurrección existe un elemento imprevisto y arriesgado, pero todo el curso ulterior de los acontecimientos ha demostrado que, incluso en caso de derrota, la situación del proletariado español hubiera sido incomparablemente más favorable que la actual, sin tener en cuenta que el partido revolucionario habría asegurado su porvenir para siempre” [81].
Son claros los puntos de contacto entre esta política y la sostenida por Trotsky en 1923. Se trata otra vez de la constitución de un “gobierno obrero” en una región, que Trotsky llama a impulsar al POUM [82] junto con la izquierda de la CNT [83], como “bastión revolucionario” para a partir de su defensa desarrollar la revolución a escala nacional, para alzar desde allí el programa de nacionalización de la tierra y su entrega a los campesinos en todo el territorio español, de la liberación de Marruecos, cuya opresión permitía que Franco lo utilizase como base operaciones, etc. En síntesis, levantar las demandas que el programa del Frente Popular había negado explícitamente para desatar las fuerzas revolucionarias que éste se proponía contener. Sin embargo, el POUM reafirmó su política de “traición al proletariado en provecho de la alianza con la burguesía”T [84] que venía criticando Trotsky desde el año anterior [85].
En Sajonia, la izquierda de la socialdemocracia se negó a la insurrección y a la huelga general, entonces el KPD llamó a la clase obrera a abortar los planes y no romper los marcos de la legalidad burguesa. En el caso de Barcelona, claro está que la dirección del POUM no llegó ni a esto, pero las similitudes no dejan de estar a la vista. Los dirigentes anarquistas de la CNT y de la FAI, siguiendo el programa del Frente Popular de mantener “en todo su vigor el principio de autoridad” [86], llamaron a los obreros a cesar los enfrentamientos, la dirección del POUM bajo los mismos argumentos de Brandler participó activamente de la desmovilización. Los dirigentes del POUM que ya habían sido expulsados en diciembre del 1936 del gobierno de la Generalitat fueron un ejemplo de cómo ser defensor de la legalidad burguesa también “desde afuera”.
Lo que muestran tanto el ejemplo de la revolución alemana de 1923 como el de la revolución española, así como los diferentes procesos que fuimos analizando a lo largo de estas páginas, es que Trotsky desarrolló a un nuevo nivel las relaciones entre defensa y ataque en la estrategia revolucionaria siendo, en este sentido, el más clausewitziano de los marxistas [87]. Aquello donde el pensamiento estratégico de Gramsci tuvo su punto más débil es lo que distingue justamente a Trotsky entre los grandes estrategas del marxismo revolucionario.
Sobre la combinación de “posición” y “maniobra”
Como vimos, Trotsky combatió resueltamente al igual que Gramsci, la orientación ultraizquierdista que adoptó el stalinismo a partir del ’28, en el mismo sentido que antes había cruzado a los teóricos de la “ofensiva revolucionaria” y al propio bordiguismo durante los primeros años de la III Internacional. Sin embargo, el fundador del Ejército Rojo también enfrentó resueltamente las interpretaciones oportunistas que pretendían asimilar las formulaciones del IV Congreso de la IC a una política de conquista pacífica de “posiciones” en los marcos del régimen burgués. Y en el mismo sentido, a quienes bajo el argumento de las grandes “maniobras” utilizaban el ejemplo de la Revolución Rusa para sumirse en la pasividad y el fatalismo esperando que las condiciones de la insurrección de Octubre del ’17 se reproduzcan por la fuerza misma de los acontecimientos.
A pesar de esto, fue un lugar común de muchas corrientes “centristas” dentro del trotskismo utilizar, el hecho de que Trotsky hubiese sostenido la táctica de “gobierno obrero” en el ’23, como supuesto fundamento para la capitulación a diferentes gobiernos burgueses. Una de las más recientes justificaciones de este tipo ha sido desarrollada por Daniel Bensaïd en “Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica”, así como por otros dirigentes de la ex-Liga Comunista Revolucionaria de Francia luego del abandono de la “dictadura del proletariado” y previo a su disolución en el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) [88].
Según Bensaïd “Los debates sobre el balance de la revolución alemana y del gobierno de Sajonia-Turingia, luego del quinto congreso de Internacional comunista, muestran la ambigüedad no resuelta de las fórmulas nacidas de los primeros congresos de la I.C. y el abanico de las interpretaciones prácticas a las cuales han dado lugar” [89]. Bajo este paraguas ensaya una interpretación propia sobre requisitos para participar de un “gobierno obrero” donde la existencia de condiciones subjetivas para comenzar la preparación de la insurrección se sustituye por un “ascenso significativo de la movilización social”; donde “más modestamente que el armamento exigido por Zinoviev [sic]” propone como exigencias mínimas una serie de medidas de izquierda que debe adoptar el gobierno en cuestión; y por último, que “los revolucionarios” tengan la fuerza suficiente “si no de garantizar el cumplimiento de los compromisos, al menos de hacer pagar un fuerte precio frente a posibles incumplimientos”. Toda una reflexión cuyo objetivo era justificar por qué ante la entrada de un dirigente del Secretariado Unificado [90] como ministro al gobierno de Lula “no hicimos una cuestión de principio, prefiriendo acompañar la experiencia para extraer con los camaradas el balance, más que de administrar lecciones ‘desde lejos’” [91].
Más recientemente, y con menores pretensiones de ensayar una fundamentación en la “ambigüedad no resuelta” (Bensaïd dixit) de los debates de la Internacional Comunista, el Partido Obrero de Argentina ha reivindicado el voto por la coalición Syriza –una organización electoral sin ningún peso estructural en sectores de la clase obrera o el pueblo pobre, combinación de un candidato mediático y con desprendimientos del viejo PC griego– bajo el llamado a constituir un “gobierno de toda la izquierda” al que estaría dado exigirle que rompa con el imperialismo y la Unión Europea, que tome medidas anticapitalistas e “impulse”, nada más ni nada menos, que la conformación de un “gobierno de trabajadores” [92].
Un análisis mínimamente serio de las polémicas sobre revolución alemana de 1923, demuestra que se pueden buscar fundamentos para el apoyo o la participación en gobiernos de colaboración de clase en las tesis del VII Congreso de la IC sobre el Frente Popular pero definitivamente no, por lo menos, en la política sostenida por Trotsky. Como señalamos anteriormente, frente al stalinismo y las tendencias frentepopulistas, Trotsky señalaba con claridad en el Programa de Transición el sentido antiburgués y anticapitalista y opuesto “al sentido puramente ‘democrático’ que posteriormente le han dado los epígonos” a la fórmula de “gobierno obrero”.
Desde el extremo opuesto de quienes ven “gobiernos obreros” en cualquier circunstancia, los espartaquistas de la Liga Comunista Internacional (LCI-IC) retoman este planteo de Trotsky que citamos del Programa de Transición para sostener que el fundador del Ejército Rojo renegaba implícitamente de su política en Alemania de 1923. Sin embargo, para Trotsky, tanto en 1923 como en 1938, siempre la consigna de gobierno obrero fue concebida como “antiburguesa y anticapitalista” y opuesta al “sentido ‘democrático’” que le dieron posteriormente todo tipo de corrientes frentepopulistas.
De hecho, Trotsky no tiene reparos en comparar la constitución del “gobierno obrero” en Sajonia con la táctica de los bolcheviques en Octubre de 1917. “Bajo ciertas condiciones –señalaba– la consigna de un gobierno obrero puede hacerse realidad en Europa. Esto quiere decir que puede llegar un punto en el que los comunistas junto con los elementos de izquierda de la socialdemocracia establecerán un gobierno obrero de forma similar a la nuestra en Rusia cuando creamos un gobierno obrero y campesino junto con los socialrevolucionarios de izquierda. Una fase tal constituiría una transición a la dictadura proletaria, total y completa” [93].
Frente a esta comparación de Trotsky en el trabajo de la LCI-CI se alza la voz contra el anatema: “Esta analogía no es apropiada en absoluto. ¡Los socialrevolucionarios de izquierda entraron al gobierno después de la toma del poder proletaria y sobre las bases del poder soviético, mientras que en Alemania la cuestión involucraba un parlamento burgués regional en un estado capitalista!” [94].
Sin embargo, Trotsky se oponía tajantemente a este tipo de idealizaciones de la revolución de octubre cuyo objetivo es servir de base a la pasividad sectaria y el fatalismo bajo el argumento de reivindicar un supuesto “modelo ruso”. Según el fundador de la IV Internacional: “No sólo hasta la paz de Brest-Litovsk sino hasta el otoño de 1918 el contenido social de la revolución se limitaba a un cambio agrario pequeñoburgués y al control obrero de la producción. Esto significa que en la práctica la revolución no había superado los límites de la sociedad burguesa. Durante esta primera etapa los soviets de soldados gobernaron hombro a hombro con los soviets obreros, y a menudo los hicieron a un lado. Tan solo en el otoño de 1918 la elemental marea de soldados y campesinos retrocedió un poco hacia sus límites naturales y los obreros tomaron la delantera con la nacionalización de los medios de producción. Tan solo se puede hablar de la instauración de una verdadera dictadura del proletariado a partir de ese momento. Pero incluso aquí hay que guardar muchas reservas. En estos años iniciales la dictadura estuvo limitada a los límites geográficos del viejo principado de Moscú y se vio obligada a librar una guerra de tres años en todo el radio que parte desde Moscú hacia la periferia. O sea que hasta 1921, precisamente hasta la NEP, lo que hubo fue una lucha por implantar la dictadura del proletariado a escala nacional” [95].
Bajo este panorama, que es el único que se corresponde con el desarrollo histórico de la Revolución Rusa, es una caricatura pretender limitar el problema de la resolución de la cuestión del poder en Rusia a la toma del Palacio de Invierno y espantarse de la comparación con Alemania de 1923.
Parafraseando a Clausewitz, Trotsky consideraba que “la guerra civil no es sino la continuación violenta de la lucha de clases por otros medios”, cuando “la lucha de clases al romper los marcos de la legalidad, llega a situarse en el plano de un enfrentamiento público y, en cierta medida físico, de las fuerzas de la oposición” [96]. La misma comprendía al menos tres capítulos: la preparación de la insurrección, la insurrección, y la consolidación de la victoria.
Desde este punto de vista ¿en qué consiste precisamente la innovación del IV Congreso de la IC en relación a la táctica de los bolcheviques en Octubre del ’17? En que la aplicación de la táctica de “gobierno obrero” se extiende al primer capítulo de la guerra civil, como forma de constituir “bastiones revolucionarios” para impulsar la preparación de la toma del poder en determinado país.
La LCI-CI cita a la historiadora Evelyn Anderson que según ellos “notó sagazmente [sic]” que “La posición comunista era manifiestamente absurda. Las dos políticas de aceptar responsabilidad de gobierno, por una parte, y prepararse para una revolución, por la otra, obviamente eran mutuamente excluyentes. Sin embargo los comunistas siguieron las dos al mismo tiempo, con el resultado inevitable del completo fracaso” [97].
Lo que se puede ver sin ser muy sagaz es que los espartaquistas no entendieron a Trotsky. Escudado en un esquema simplista, el sectarismo pasivo termina reproduciendo la misma operación que caracteriza a las interpretaciones oportunistas como la que citábamos de Bensaïd. A saber: la separación de la fórmula de “gobierno obrero” del conjunto de la estrategia. En el pensamiento de Trotsky ambas son inseparables.
Victoria táctica y éxito estratégico
Como vimos, la consigna de “gobierno obrero” era concebida por el IV Congreso de la IC como consecuencia del desarrollo de la táctica de frente único. En el caso de Gramsci a su vez, la fórmula de frente único se identificaba con la “guerra de posición” que desarrollará en sus Cuadernos de la Cárcel. Sin embargo, será Trotsky en el Programa de Transición quién sintetizará los rasgos esenciales de la fórmula de gobierno obrero como consigna antiburguesa y anticapitalista contraria al “frente popular”, que tiene un carácter episódico en la agitación dependiendo de la situación concreta y cuyo objetivo fundamental es ampliar la influencia de los revolucionarios. Esto último, ya sea por su valor educativo acelerando la experiencia de las masas con sus direcciones tradicionales, o porque efectivamente se concrete, en cuyo caso facilitaría el camino hacia la dictadura del proletariado.
Es en este mismo marco que Trotsky plantea la implementación de la táctica de “gobierno obrero” en Alemania en 1923 a pesar de que este caso particular no es mencionado explícitamente en el Programa de Transición. A lo largo de su vida fueron múltiples los valores prácticos que le dio Trotsky a la fórmula de gobierno obrero, algunos de los cuales hemos mencionado en estas páginas: en tanto consigna educativa para ampliar la influencia de los revolucionarios, por ejemplo, entre abril y septiembre del ‘17 en Rusia; como gobierno de coalición con los SR de izquierda después de Octubre para consolidar el poder; en el caso de Alemania en 1923 como gobierno parlamentario regional con los socialdemócratas de izquierda para preparar la insurrección y constituir “bastiones revolucionarios” que oficien de trampolín hacia la toma del poder; con el mismo objetivo como exigencia al POUM y los anarquistas de que tomen el poder en Barcelona durante las jornadas de mayo del ’37.
Ahora bien, en el Programa de Transición, Trotsky también señaló como hipótesis improbable la creación de gobiernos obreros y campesinos por las organizaciones obreras tradicionales. Sobre este punto decía: “La experiencia del pasado demuestra, como ya lo hemos dicho, que esto es por lo menos poco probable. No obstante no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación de circunstancias muy excepcionales (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.) partidos pequeñoburgueses, incluyendo a los stalinistas, puedan llegar más lejos de lo que ellos mismos quisieran en la camino de una ruptura con la burguesía. En todo caso, algo es indudable: si esta variante, poco probable, llegara a realizarse en alguna parte y un ‘gobierno obrero y campesino’ –en el sentido indicado más arriba– llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino hacia la verdadera dictadura del proletariado” [98].
La importancia de esta formulación reside en que las “condiciones excepcionales” de las que hablaba Trotsky se generalizaron a la salida de la segunda posguerra, y esta hipótesis del Programa de Transición se dio en China, Yugoslavia, Vietnam del Norte, y más allá de la inmediata posguerra en Cuba [99]. Fueron direcciones de base campesina, que desarrollaron otras estrategias, y avanzaron hacia procesos de expropiación de la burguesía en gran parte como medidas de autodefensa, dando lugar a lo que la IV Internacional denominó “Estados obreros deformados”.
En este escenario, el rasgo distintivo de la mayoría de las organizaciones en las que se dividió la IV Internacional en la segunda posguerra fue ver en estas revoluciones triunfantes, que daban lugar a estados obreros deformados burocráticamente, la extensión imparable del socialismo a nivel mundial.
Evaluando el desarrollo de aquella “hipótesis improbable” del Programa de Transición por fuera de los desarrollos estratégicos del propio Trotsky –de la relación entre maniobra y posición, defensa y ataque que fuimos desarrollando–, la conclusión no podía ser otra que devaluar la importancia de fuertes organizaciones revolucionarias enraizadas en la clase obrera para el triunfo de la revolución socialista [100]. Bajo esta óptica la propia táctica de “gobierno obrero y campesino” se transformó en una vía muerta para la capitulación ante direcciones pequeño burguesas que encabezarían revoluciones con posterioridad a la inmediata posguerra.
La revolución cubana fue una puesta a prueba de estas concepciones. Por fuera de la estrategia, la fórmula de “gobierno obrero y campesino” se transformó en una especie de etiqueta, otorgada o negada al gobierno de Castro, que llevaba a diferentes callejones sin salida, ya sean oportunistas o sectarios. Por un lado, Pierre Lambert en 1961 definió que en Cuba había un “gobierno obrero y campesino” en el marco del sistema capitalista al que o bien la burguesía lograría llevar de regreso a la “normalidad burguesa” o bien las masas derrotarían avanzando hacía la revolución socialista [101]. Una vez atribuida esta “etiqueta”, insólitamente, ni Lambert ni su corriente consideraron necesario volver sobre esta discusión hasta muchos años después. Por otro lado, el SWP norteamericano pasó a posiciones abiertamente pro-castristas señalando que se trataba de un “gobierno revolucionario de obreros y campesinos” y que la ausencia de organismos de democracia proletaria era una cuestión secundaria que se iría resolviendo con el tiempo [102]. Por su parte Palabra Obrera había pasado de una posición sectaria que señalaba a la revolución cubana como una “revolución libertadora” –en referencia al golpe del ’55 en Argentina–, a una posición oportunista parecida a la del SWP. Desde ya, el Secretariado Internacional había sido el pionero en sostener este tipo de orientación oportunista.
Como reconoce Ernesto González: “Las posiciones que entonces mantenían el SWP y Palabra Obrera llevaban a no plantear la construcción de un partido trotskysta en Cuba” [103], a lo cual agregaríamos que tampoco contribuían a construir partidos revolucionarios en ninguna otra parte del mundo. En este resultado confluían con el abstencionismo de Lambert. Sin embargo, la “hipótesis improbable” que incluye Trotsky en el Programa de Transición no era un salvoconducto para evitar la labor de la estrategia sino todo lo contrario, se trataba de poner a la estrategia en guardia ante los diferentes tipos de escenarios.
Este tipo de reflexión estratégica, el fundador del Ejército Rojo, ya la había planteado en escenarios anteriores. A principios de los ‘30 sostendría respecto a Alemania: “En una carta anterior decíamos que, dadas ciertas circunstancias históricas, el proletariado puede triunfar inclusive con una dirección centrista de izquierda. Se me informa que muchos camaradas interpretan esta posición de modo tal que minimizan el papel de la Oposición de Izquierda y restan importancia a los errores y pecados del centrismo burocrático. Ni qué decir tiene que difiero totalmente con semejante interpretación. La estrategia del partido es un elemento sumamente importante para la revolución proletaria. Pero de ninguna manera es el único factor. Con una relación de fuerzas excepcionalmente favorable, el proletariado puede llegar al poder inclusive bajo una dirección no marxista. Así ocurrió, por ejemplo, en la Comuna de París y, más recientemente, en Hungría. El grado de desintegración del bando enemigo, su desmoralización política, la ineptitud de sus dirigentes, pueden darle al proletariado durante un período una superioridad decisiva, aunque su dirección sea débil. Pero, en primer lugar, nada hay que pueda garantizar una coincidencia tan ‘afortunada’ de las circunstancias; es la excepción, no la regla. En segundo lugar, como lo demuestran los dos ejemplos citados anteriormente –París y Hungría–, la victoria obtenida en semejantes condiciones resulta sumamente inestable. Debilitar la lucha contra el stalinismo en base a que en ciertas condiciones hasta la dirección stalinista sería incapaz de impedir la victoria del proletariado […] sería poner cabeza abajo la política marxista” [104].
Esto es así porque para Trotsky, al igual que para Clausewitz nada puede sustituir la labor de la estrategia. Como decía este último: “En la estrategia […] no hay victoria. Por una parte, el éxito estratégico es la preparación favorable para la victoria táctica; cuanto más grande sea ese éxito estratégico, menos dudosa será la victoria en el curso del empeñamiento de las fuerzas. Por otra parte, el éxito estratégico consiste en saber servirse de la victoria obtenida. Cuanto más pueda la estrategia, gracias a sus combinaciones, después de obtenida la victoria, incluir éxitos en sus efectos, tanto más se liberará de las ruinas tambaleantes, cuyos cimientos habrán sido sacudidos por la batalla; cuanto más arrastre en grandes masas, lo que debe ser penosamente ganado parte por parte en el curso mismo de la batalla más grande será su éxito” [105].
Trotsky define en este mismo sentido estratégico lo que considera, nada más ni nada menos, que “el rol histórico de la Oposición de Izquierda”, y bajo este título señala que “oscurecer las diferencias con el centrismo a título de facilitar la ‘unidad’ sería no sólo suicidarnos políticamente sino también encubrir, fortalecer y alimentar todos los rasgos negativos del centrismo burocrático y, por ese solo hecho, ayudar a las tendencias reaccionarias que alberga en su seno contra las tendencias revolucionarias” [106]. Más aún consideraría esencial esta cuestión a partir de 1933 luego de que el stalinismo permitiese el asenso de Hitler sin presentar batalla, y planteara la necesidad de constituir un nuevo partido revolucionario mundial del proletariado, la IV Internacional.
El abandono de la concepción estratégica de Trotsky, llevó a los trotskistas en la posguerra a recorrer el derrotero sobre el cual el fundador del Ejército Rojo ya había alertado. En el caso que citábamos de Cuba en 1961, mientras que la inmensa mayoría de las corrientes del trotskismo identificaban el triunfo de la revolución con el carácter revolucionario de su dirección castrista y su capacidad para capitalizar estratégicamente la victoria para el avance del socialismo, Fidel Castro avanzaba, por ejemplo, en la intervención de los sindicatos.
Bajo el impulso de la revolución la clase obrera cubana había recuperado sus organizaciones de manos de la burocracia de Eusebio Mujal, sin embargo, Castro utiliza el argumento de los peligros que amenazaban a la revolución para poner a la cabeza de la central obrera a los stalinistas cubanos, que sin haber cumplido ningún rol en la revolución pasaban a ser socios del régimen. Simultáneamente se procederá a la persecución e ilegalización de la organización trotskista cubana. Una pequeña organización –el Partido Obrero Revolucionario– pero con gran tradición en el movimiento revolucionario cubano, que será catalogada de “agente encubierto del imperialismo” [107].
Sin embargo, los hechos que reseñamos no fueron suficientes para que las diferentes corrientes trotskistas existentes en aquel entonces problematizaran su visión de la dirección castrista, sino que al contrario, pronto abandonaron la defensa de los trotskistas del POR [108] y progresivamente fueron profundizando su adaptación a la dirección de Castro, llegando en el caso del SWP bajo la dirección de Barnes al abandono mismo del trotskismo.
Esta fue la consecuencia necesaria de dejar de lado la labor de la estrategia, de orientarse por fuera de una reflexión sobre la capitalización estratégica de la victoria revolucionaria, del análisis de sus diferentes momentos defensivos y ofensivos, del papel de las posiciones conquistadas en cada uno de estos virajes, etc. Es decir, de ubicarse por fuera de aquello que había dejado como legado el pensamiento vivo de Trotsky.
Lenin decía en sus Cuadernos Filosóficos que “Es completamente imposible entender El Capital de Marx, y en especial su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido a fondo toda la Lógica de Hegel. ¡¡Por consiguiente, hace medio siglo ninguno de los marxistas entendió a Marx!! [109].
En el mismo sentido podríamos decir que es imposible entender la talla de Trotsky como revolucionario sin comprender cómo concibió la posibilidad de “gobiernos obreros” o “gobiernos obreros y campesinos” como resortes para impulsar la preparación o el desarrollo triunfante de la guerra civil, la extensión de la toma del poder a escala nacional, y la conquista de la dictadura del proletariado. Especialmente, sin entenderlo en los tres momentos en su vida donde la revolución podía quebrar efectivamente el curso de la historia. En Petrogrado en 1917 que marcó la conquista del primer Estado obrero; en Sajonia en 1923 que abría la posibilidad de desencadenar la toma del poder en una de las principales potencias imperialistas y cuya derrota fue clave para el aislamiento y la burocratización de la URSS y de la IC; en Barcelona en 1937 donde se planteaba la posibilidad de detener el curso de la humanidad hacia la Segunda Guerra Mundial.
Esto nos autoriza a decir, parafraseando a Lenin, que ninguno de los trotskistas de la posguerra a esta parte entendió a Trotsky, porque sin comprender profundamente su estrategia en esos momentos de quiebre histórico es imposible dimensionar en toda su amplitud el significado de su legado como alternativa revolucionaria.
De aquí que el litigio sobre la táctica de “gobierno obrero” por fuera de su estrategia sea, como diría Marx, un problema puramente escolástico. Sin partir de su pensamiento vivo no puede comprenderse la trascendencia de la concepción de Trotsky que vio que el “gobierno obrero” como consigna antiburguesa y anticapitalista puede ser un camino regio a la dictadura del proletariado, y no solamente su denominación popular.
En este sentido Trotsky ya había combatido contra el stalinismo cuando resucitara la fórmula de “dictadura democrática de obreros y campesinos” –consigna del “viejo bolchevismo” que había sido superada por el propio Lenin en sus “Tesis de Abril”– para justificar la subordinación al Kuomintang que llevó a la derrota a la revolución china de 1925-27. A partir de 1935 Trotsky se enfrentará a la orientación de “frentes populares” que el stalinismo erigió en estrategia en el VII Congreso de la IC, que postulaba la conformación de “gobiernos de frente único” de las organizaciones antifascistas como fórmula para cubrir los acuerdos con sectores de la burguesía imperialista convirtiendo a los partidos comunistas en meros instrumentos de la diplomacia de la URSS; como se expresó claramente durante la revolución española y la huelga general con ocupación de fábricas de Francia en el ’36. Como decía Trotsky: “El ‘Frente Popular’ es una coalición del proletariado con la burguesía imperialista, representada por el Partido Radical [110] y de otras podredumbres de la misma especie y menor envergadura” [111]. Pero esta cuestión será el tema del próximo capítulo.
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