Resulta sugerente la denominación que adquirió la ofensiva israelí sobre la Franja de Gaza, “Pilar Defensivo”, tan sugerente como las declaraciones de Obama y la UE asegurando que el Estado judío “tiene derecho a defenderse” cuando el saldo hasta el momento son 144 palestinos muertos contra 5 israelíes.
La predominante mayoría del campo “pacifista” israelí vinculado al partido Laborista terminó de hundirse en el fango al apoyar la ofensiva guerrera “en defensa de la seguridad del Estado”. En realidad, desde 2007 el Estado de Israel impuso por la fuerza un bloqueo sobre Gaza por aire, mar y tierra que incrementó las penurias de 1,6 millones de palestinos aislados del mundo y separados de sus familiares y amigos, residentes en Jerusalén oriental y la ribera de Cisjordania (4,2 millones). El 80% de los gazatíes vive por debajo de la línea de pobreza y depende de la asistencia alimentaria de la ONU y la OMS, mientras más del 40% está desocupado.
En su afán de estrangular a Gaza, el Estado sionista cometió actos de piratería asaltando el buque Mavi Marmara en septiembre de 2010 que intentaba romper el bloqueo y terminó con el asesinato de 9 pacifistas turcos, acto que repitió recientemente con la intercepción del barco Estelle, donde viajaban personalidades judías e israelíes solidarias con la causa palestina. La nueva ofensiva sembró el terror en la población civil de Beit Hanoun, el campo de refugiados de Yabalia, los barrios Nasser, Sheik Radwan, Maghazi, Deir El Balah, Khan Younis y la zona de Rafah.
Desde el inicio, el gobierno derechista de Netanyahu y Lieberman cortó el suministro de agua, electricidad y combustible, una constante que mantiene de forma intermitente desde el establecimiento del bloqueo. De ese modo, el Estado de Israel utiliza el método de “castigo colectivo” empleado por los nazis contra las minorías nacionales, étnicas y sexuales. Gaza, la zona más densamente poblada del mundo (4800 habitantes por km2), es una cárcel a cielo abierto similar al gueto de Varsovia en 1943, donde miles de judíos murieron lentamente de inanición y enfermedades, mientras un puñado resolvió defenderse con unas pocas armas rudimentarias desafiando la abrumadora superioridad de las tropas de la Wermacht y las Waffen SS enviadas por Hitler. Si en 1935 la Alemania nazi implementó las leyes raciales de Nuremberg que despojaron de derechos de ciudadanía a los judíos y los gitanos, en 2011 el Estado sionista sancionó una batería de leyes racistas que condenan penalmente a 1,4 millones de “árabes israelíes” en caso de no prestar “fidelidad al Estado judío” (Ley de Ciudadanía) y conmemorar el exilio palestino (Ley Nakba). ¿Qué clase de “derecho a la defensa” le asiste a un estado opresor que sojuzga a una nación oprimida y expoliada hace 64 años? Un estado dotado del quinto ejército más poderoso del mundo, provisto de la tecnología más sofisticada y letal y una reserva nuclear de más de 500 bombas atómicas. ¿Acaso entonces era un derecho legítimo el de los nazis cuando respondían los atentados de los partisanos judíos con masacres como la de las Fosas Ardeatinas? Equiparar la violencia de una nación oprimida con la de una nación opresora, en una suerte de teoría de los dos demonios, esconde el alineamiento con las potencias más poderosas.
Sólo a la Palestina oprimida le asiste el derecho a la defensa, más allá del carácter de Hamas, una dirección reaccionaria y teocrática que de ningún modo puede superar el colaboracionismo pro sionista de Mahmoud Abbas y la Autoridad Palestina, en función de los intereses del pueblo palestino y su legítimo derecho a la autodeterminación nacional. El imperialismo, el Estado sionista y las burguesías árabes difunden una ideología basada en una presunta ontología del odio entre árabes y judíos, un objeto interesado y enteramente falso.
Entre 1920 y 1940 los asalariados árabes y judíos luchaban juntos por demandas reivindicativas en organizaciones comunes contra el Mandato Británico, desafiando incluso a la Histadrut, la central obrera sionista que promovía sindicatos separados por nacionalidad. Cuando el mufti de Jerusalén Aj Amín Al Hussayni impulsó el gran pogrom de 1929 contra los judíos, fueron sus compañeros árabes quienes salieron en su auxilio, exponiendo sus propias vidas, y en no pocas ocasiones. Esos lazos de solidaridad se rompieron a medida que se desarrollaron las milicias sionistas (Haganá, Irgún, Etzel) incrementando los atentados terroristas a los campesinos palestinos que sentaron las bases del Estado sionista. En su libro, La limpieza étnica en Palestina, el historiador israelí Ilan Pappe describe la anatomía del genocidio palestino consumado en mayo de 1948 sobre los fundamentos del Plan Dalet, a partir del cual las milicias sionistas destruyeron 531 aldeas y 11 ciudades, deportaron compulsivamente al exilio a 1 millón de palestinos y se apropiaron de todas sus tierras y bienes.
Esa fue la herida que el sionismo transformó en río de sangre entre árabes y judíos. La progresiva deslegitimación del Estado de Israel desde la 2° Guerra del Líbano y el Operativo Plomo Fundido incrementó las voces judías disidentes con el sionismo, entre ellos la corriente de historiadores israelíes “revisionistas”, grupos internacionales como Independent Jew Voice y grupos académicos de EE.UU. y Gran Bretaña. Los judíos progresistas no pueden dejar de denunciar la brutalidad de este operativo “defensivo”, acusando la responsabilidad de Netanyuahu y el imperialismo por el bloqueo de Gaza, hermanándose con la causa nacional palestina contra ese Estado racista y colonialista.
21-11-2012
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