Jueves 22 de noviembre de 2012
El 20N dijeron basta. Hartos de que el gobierno ataque el salario y que millones de jubilados sean condenados a subsistir con la mínima, los trabajadores decidieron retomar sus métodos históricos de lucha y protagonizaron un gran paro nacional. La suba del mínimo no imponible, la universalización de las asignaciones familiares y el 82% móvil fueron las demandas más sentidas del parazo que conmovió al país.
Hasta los dirigentes sindicales, como Hugo Moyano de la CGT y Pablo Micheli de la CTA, se sorprendieron. Es lógico, poco habían hecho para lograrlo. En la Capital no funcionaron los vuelos ni los trenes (excepto el Belgrano Norte). El paro fue importante en los gremios adheridos a las centrales convocantes, como camioneros, bancarios, señaleros, portuarios, canillitas, estaciones de servicio, peajes, técnicos y pilotos aeronáuticos, y municipales. Pero el descontento se convirtió en un verdadero pronunciamiento nacional de la clase trabajadora. Las calles vacías mostraron que millones pararon contra las medidas antiobreras del gobierno. Clarín y La Nación debieron reconocer la fuerza del paro mientras la cadena de medios oficialista lo ninguneó mostrando sólo los piquetes.
En los gremios de la CGT oficialista la huelga también se hizo sentir. El ejemplo lo dieron los maestros que pararon masivamente pese a que Hugo Yasky fue uno de los principales voceros contra la medida de fuerza. Pero además, en varias fábricas y establecimientos, hubo rebelión contra los burócratas nacionales de estos gremios. En la zona norte del Gran Buenos Aires, fábricas de la Alimentación, gráficas, metalmecánicas y de la carne, dirigidas muchas de ellas por comisiones internas combativas, se plegaron al paro. En Capital, la línea B del Subte, se sumó a la medida de fuerza, votada democráticamente en asamblea, pese a la vergonzante capitulación de la dirección del sindicato encabezado por Roberto Pianelli (páginas centrales).
Cuando la fortaleza del paro era un hecho, en varias ciudades del país hubo manifestaciones y los piquetes de huelga cortaron varios accesos a la Capital y rutas en las provincias. Los piquetes, retomando las mejores tradiciones de lucha obrera, le pusieron el tono combativo a la jornada. El peso de la izquierda antiburocrática, y especialmente del PTS, en la dirección de los cuerpos de delegados y comisiones internas de fábricas importantes, pero también en servicios estratégicos como ferrocarriles, subte o personal aeronáutico, fue un elemento novedoso del nuevo movimiento obrero que protagonizó su primer paro general en la “era K”.
Un nuevo escenario político
El paro cambió el escenario político. Desde 2003 a 2009 la situación nacional fue claramente no revolucionaria y estuvo marcada por los esfuerzos oficiales por recomponer la autoridad del Estado y el régimen político en crisis por la rebelión de 2001. Para lograrlo el kirchnerismo debió hacer concesiones y contó con el viento a favor de la economía mundial, además de “aprovechar” la devaluación “duhaldista”. En 2009 el escenario cambió cuando la crisis mundial golpeó a la economía local provocando cientos de miles de despidos y un sector de la burguesía se pasaba a la oposición con el lockout agrario. La debilidad gubernamental se evidenció en las elecciones de medio término, pero luego el oficialismo se recompuso, entre otras razones, gracias a que otorgó a sectores del pueblo pobre la Asignación Universal. Además, el gobierno contó con la episódica recomposición de la economía mundial de 2010 y 2011.
Hoy existe una nueva situación. El escenario donde primaba, en general, el conformismo quedó atrás. Los síntomas de agotamiento del “modelo” se agudizan. La desaceleración económica avanza, la caída de la inversión es notoria, hay una crisis fiscal en curso que dejó en “rojo” a varias provincias, la escasez de dólares condujo al “cepo” cambiario y la inflación no cede. Sin “sucesión” a la vista está abierta una crisis en el partido de gobierno. Mientras las clases medias salieron a la calle con un programa funcional a la oposición patronal, ahora es la clase obrera, con sus propias reivindicaciones la que impacta con sus métodos de lucha, una acción que en dinámica choca con los programas de las fuerzas políticas capitalistas. A esta situación la llamamos transitoria porque si la crisis mundial golpea de frente a la Argentina o se profundizan las contradicciones del “modelo” se puede evolucionar hacia una emergencia más generalizada de la lucha de clases.
¿Quiénes son los “extorsionadores”?
El gobierno acusó recibo. Al paro lo ignoró enfermizamente y Cristina dijo que no aceptaba “aprietes”. Se refería a los piquetes cuando gritó que “los argentinos tenemos que tener la libertad de elegir qué es lo que queremos hacer, no se puede someter a la extorsión o a la amenaza”. Al día siguiente, el repudio a su discurso gorila y noventista (multiplicado al infinito por radios, diarios y canales de TV oficialistas) crecía en los lugares de trabajo. Parece que sólo fuera legítimo protestar si es contra los despidos, como en los ‘90, y los que hoy hacen huelga y piquetes son “extorsionadores” poco “solidarios” con los que menos tienen. Es una vergüenza que CFK hable de “libertad de trabajo”. En diez años el 87% de las empresas no tiene delegados, el 35% de los trabajadores está en negro, millones están precarizados y subsisten en la informalidad, sin derecho a nada. La única “libertad” que le importa a la presidenta es la de salvaguardar los intereses de los patrones. Los piquetes fueron orgullosamente el gran reaseguro de la huelga, los que permitieron que miles de trabajadores sometidos a un despotismo patronal brutal pudieran adherirse al paro, frente a la verdadera “extorsión”, la de los patrones y los burócratas sindicales vendidos.
Es hipócrita que CFK hable de “solidaridad”. No sólo les regaló la antiobrera Ley de Riesgos de Trabajo a los empresarios. Los $12.000 millones que se gastan por año en la Asignación Universal son menos de lo que se “ahorran” con los topes a las Asignaciones Familiares y el impuesto a las ganancias aplicado a los trabajadores. Si sumamos el 21% del IVA, el más golpeado por los impuestos es el pueblo trabajador. Mientras, multinacionales expoliadoras como las mineras se benefician de múltiples desgravaciones y la renta financiera no paga un peso (página 4).
Crisis de “sucesión”
Cristina sabe que una gran parte de su base social fue la protagonista del 20N. La clase trabajadora vuelve al paro general después de 11 años, cuando la crisis de sucesión del kirchnerismo es evidente.
En la coalición de gobierno se abren grietas por más que intenten cerrar filas para capear el próximo año electoral. Aunque De Vido busque alinear a los disidentes amenazando con reformar la Constitución para la re-reelección (ridículo, porque es a contramano del clima político, e imposible porque no le dan los números en el Congreso) el problema es grave: la historia demuestra que una “interna” peronista puede transformarse por sí misma en una crisis nacional. De La Sota se ubica abiertamente contra el oficialismo; pero desde adentro, son Daniel Scioli y el intendente de Tigre, Sergio Massa, quienes se distancian lentamente, postulándose como sucesores “moderados” del kirchnerismo.
La debacle de los dirigentes sindicales oficialistas es patente. El carneraje a un paro por una demanda sentida como el impuesto al salario los dejó del otro lado de la “trinchera”. La burocracia de La Rosada, que en varios lugares fue desbordada, tiene una debilidad pasmosa que debe ser aprovechada por los trabajadores combativos para avanzar.
Asamblea Nacional de Trabajadores
Moyano y Micheli convocarían a una marcha en diciembre por la universalización de las asignaciones. En principio, el motivo es correcto, pero alertamos que no es sólo con marchas y medidas aisladas, convocadas por arriba, que se conseguirán nuestras reivindicaciones. Se necesita un plan de lucha serio, preparadas, debatidas y votadas por toda la clase trabajadora en asambleas y plenarios de los gremios convocantes y para extender las medidas allí donde dirige la CGT oficial. Ni Moyano ni Micheli (ni hablar de Barrionuevo de la CGT “Azul y Blanca”) quieren este plan de lucha. No buscan torcerle el brazo al gobierno sino desgastarlo para alentar a distintas variantes patronales. Moyano apuesta a Scioli, Barrionuevo a De la Sota y Micheli al sojero Binner.
Por eso, mientras exigimos un plan de lucha debemos ser concientes de los objetivos de los dirigentes de la CGT y la CTA. Para impulsar ese plan de lucha, nuestra propuesta a los delegados, activistas e internas antiburocráticas, y a las organizaciones de izquierda, es la de preparar una gran Asamblea Nacional de Trabajadores, para reagrupar a todos los sectores combativos. Se trata de constituir un polo alternativo que luche al interior de los sindicatos contra las direcciones de las CGTs y las CTAs para pelear por un programa independiente que levante las reivindicaciones obreras y populares.
La irrupción en la escena nacional de la clase obrera reactualiza el necesario combate por su independencia política. El Frente de Izquierda y de los Trabajadores es un punto de apoyo para pelear también por esta perspectiva en el terreno electoral, para que los trabajadores y los sectores explotados y oprimidos no caigan en las trampas de ir detrás de las variantes políticas patronales.
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