Por Lucho Aguilar
Sadiqualá Naim escuchó el ladrido de los perros y despertó. La noche en Kandahar era cerrada, pero esa luz endemoniada lo cegó. Entonces escuchó los gritos de sus hermanos. “Somos niños, somos niños”. Primero los disparos, luego el silencio. Sadiquelá corrió, desesperado, a esconderse tras la cortina. No pudo aguantar el llanto y el marine apenas falló: de un tiro le laceró la oreja. Con 13 años, fue el que llevó la mejor parte. Hayi Mohamed Naim tuvo que enterrar a 4 de sus hijos en el polvo de Afganistán.
Vanessa Bajraliu volvió a escuchar los ruidos afuera del aula y miró a la maestra, que decidió asomarse al pasillo. Explosiones y gritos, cada vez más cerca. Le dijeron que iban a salir, pero tenían que cerrar los ojos. “Cerrar los ojos y abrazarse”. Los ruidos seguían y Vanessa entonces abrió los ojos. Montones de policías corrían por los pasillos. Parecían los de la tele, llenos de armas y chalecos, cascos y escudos. Ella corrió con lo que tenía, un vestido rosa y unas botas nuevas. Abrazada a sus compañeros de grado llegó a la puerta de su escuela, en Newtown.
Cazadores
Una noche, en marzo de este año, el marine Robert Bales salió a cazar. En dos poblados de Afganistán, a sangre fría, mató a 16 civiles, 9 de ellos niños. Bales era uno de los soldados “modelo” surgido de la base de Fort Leavenworth. Uno de los miles que invaden Afganistán (e Irak) desde hace más de una década. Gracias a Bales y sus marines, Afganistán tiene la tasa de mortalidad infantil más alta del mundo. Uno de cada cuatro niños muere antes de alcanzar los cinco años.
La semana que pasó, Adam Lanza, de 20 años, salió a cazar. Entró con un rifle y pistolas automáticas a la escuela donde su madre era docente, en Newtown. No escuchó ni súplicas ni plegarias. Mató a 20 niñas y niños, y a 6 profesoras del colegio. Como Bales, sus disparos fueron certeros, ensordecedores. Bang bang. Lanza entró así en la “gloriosa” página de los tiradores de Columbine, de la Universidad de Virginia, del estreno de Batman.
El crimen y la industria
En Estados Unidos hay 270 millones de armas en manos de particulares. La mitad de los hogares las tienen. La crisis disparó el negocio. Desde 2008 se gestionaron más de 50 millones de permisos para portar pistolas y rifles. Una industria fenomenal. La empresa Ruger creció un 86% en los últimos cuatro años. Lo mismo la Smith & Wheson. Así se convirtió en una de las pocas industrias que creó empleos, y tuvo ganancias millonarias.
Cualquiera puede comprar armas, pero si sos afroamericano serás apuntado como un asesino en potencia. Este año la policía fue denunciada por varios casos de gatillo fácil contra esa comunidad. Otros millones de armas están en manos del Ejército y las fuerzas de seguridad, las grandes responsables de la industria armamentista. Mientras la sociedad norteamericana se conmueve por las masacres en escuelas, permite que se utilicen técnicas cada vez más sofisticadas para asesinar personas allí donde EEUU dice “defender intereses nacionales” o “luchar contra el terrorismo”. Allí pululan los aviones no tripulados, el fósforo blanco, y los misiles infalibles que también arrasan con familias enteras.
A pesar de tantos pertrechos de guerra, el grupo SWAT y toda su bosta entrenada para matar tardó una hora en entrar al lugar donde se cometía la masacre. “Debemos proteger a los miembros de la fuerza”. Una niña de 6 años fue más valiente y fingió estar muerta para evitar al asesino.
Dos caras de la misma moneda
A 5 años de iniciada la crisis, en el segundo mandato del demócrata Obama, la tasa de desempleo para los menores de 25 años supera el 16%. El costo de asistir a la educación superior se hace inaccesible para millones de jóvenes, lo mismo que la atención de salud (física y mental). Los responsables de las masacres de Connecticut, Oregon, Virginia, y Colorado tenían 20, 22, 23 y 24 años, respectivamente. La filosofía del éxito constante, y las frustraciones que viven los jóvenes en una sociedad que no tiene nada para ofrecerles, se profundizan en medio de una crisis sin precedentes. La mitad de las diez masacres más espantosas de la historia norteamericana ocurrieron desde 2007.
La misma crisis que hace crecer la polarización política y social, con el aumento de los crímenes de odio, la expansión de grupos racistas y xenófobos, de las “milicias de frontera”.
Los Bales y los Lanza son dos caras de la misma moneda: una inmensa “escuela de marines”, que invaden pueblos enteros, y son noticia por las masacres en sus escuelas y cines. Y esa política imperialista y militarista se expresa también en la costumbre de usar armas para resolver cualquier problema. En defensa de tus intereses el otro se convierte en un enemigo al que tenés que eliminar. Sea Sadiquelá o Vanessa. Cada masacre, cada bombardeo, hacen más indiscutible la falta de perspectivas de un sistema social en decadencia. Hasta que no lo derribemos, el capitalismo seguirá haciendo del planeta un lugar “inseguro”.
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