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La revolución permanente en Cuba
por : Facundo Aguirre , Gustavo Dunga

31 Aug 2003 |

La historia de las revoluciones es para nosotros, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.”
León Trotsky

El deber de todo revolucionario es hacer la revolución.”
Segunda Declaración de La Habana (1962)



Hace 44 años las masas cubanas recibían victoriosas en las calles de La Habana a las columnas del Ejército Rebelde y abrían una de las epopeyas históricas y la revolución social más profunda que diera nuestra América. Surge a partir de entonces un proceso revolucionario que va a impactar al conjunto de los pueblos de América latina y se constituye desde entonces la leyenda de los “barbudos” de la Sierra Maestra.

Hoy en día, luego de la experiencia catastrófica del stalinismo y los regímenes burocráticos, de la derrota de la oleada revolucionaria que sacudió al mundo a fines de los sesenta y primeros años setenta, la idea de una revolución triunfante que se alce con el poder, es condenada por utópica o por reproductora de formas de dominación que lleven a una nueva frustración. La persistencia de la revolución cubana, en un cuadro de ofensiva imperialista, convierte a la misma en un testimonio vivo de la lucha por la emancipación nacional y una fuente de polémicas alrededor de sus enseñanzas y su curso. La revolución cubana advierte a aquellos que, haciéndose eco del discurso posmoderno, condenan las revoluciones sociales del siglo XX por su trágico resultado y asumen ingenuamente como propia la pretensión de las clases dominantes de que los oprimidos no deben luchar por el poder. Por el contrario, esta experiencia de las masas, recuerda que sin quebrar la resistencia y la capacidad de acción del capital, sin derrotar a sus fuerzas represivas, es decir, sin destruir a su Estado es imposible pensar seriamente cualquier cambio social. Predicando que hay que “cambiar el mundo sin tomar el poder”, en parte, a raíz de la noche oscura del stalinismo, de sus regímenes de talón de hierro, donde el Estado dominado por la burocracia imponía su mando para evitar cualquier representación autónoma de obreros y campesinos. Lo que no han comprendido los tributarios de este tipo de pensamiento “antiestatista”, aunque aciertan al señalar las aberraciones que se han hecho en nombre del socialismo real, es que una de las enseñanzas que hay que extraer, y la experiencia cubana lo confirma nuevamente, es que el régimen burocrático es un obstáculo que se levanta contra la perspectiva de la construcción de un Estado revolucionario, de los consejos de obreros, campesinos y soldados. La lucha por el socialismo, la dictadura proletaria como parte de ella, requiere de la actividad consciente y autodeterminada de obreros y campesinos, transformar a su gobierno en un punto de apoyo de la lucha de clases y la revolución a escala internacional, concebir las tareas del Estado como una transición hacia el socialismo; es decir hacia su propia abolición como institución de dominio, para dar paso a una sociedad sin clases y sin Estado.

En las notas que siguen pretendemos trazar algunas líneas de pensamiento que contribuyan, a partir del estudio de la revolución cubana, a descifrar una teoría y una estrategia que interpele las enseñanzas de la lucha de clases que nos precedió y las exponga a la luz de la nueva realidad del capitalismo y los combates de las clases explotadas. Para nosotros, contra todo el escepticismo teórico y el posibilismo político que ha caracterizado a gran parte de la izquierda en la ultima década del siglo XX, la actualidad de la teoría de la revolución permanente y de una estrategia de poder de la clase obrera, expresada en partido, frente a la amenaza de la barbarie capitalista es una herramienta filosa para la lucha de clases contra el capitalismo y la dominación imperialista, que debe ser constantemente reexaminada a la luz de los procesos sociales vivos y de la experiencia histórica, de la cual la revolución cubana es un importante hito para extraer lecciones que preparen a las nuevas generaciones revolucionarias en su intento de asaltar los cielos.

La revolución cubana y la actualidad de la revolución

En los primeros días de aquella insurrección que puso fin a la dictadura de Batista, nadie imaginaba que el proceso abierto iba a desembocar en la victoria de una revolución de obreros y campesinos. Nadie sospechaba que la histórica dominación del imperialismo yanqui sobre la isla iba a acabar por medio de la expropiación de la burguesía y los terratenientes, nacionalizando la industria y llevando una radical reforma agraria. Fue al calor de la constitución de milicias armadas las que llevarían –luego de la aplastada intentona contrarrevolucionaria de Playa Girón– a Fidel Castro a declarar el 1° de mayo de 1962 el carácter socialista de la revolución. Este es el origen del primer Estado obrero –aunque deformado– [1] de América latina.

Esta revolución caribeña difundió su influencia rápidamente sobre multitudes de militantes e intelectuales, que vieron en la experiencia cubana y en los guerrilleros de la Sierra Maestra una llama de esperanza y de voluntad militante que los llevó a incorporarse activamente en la lucha política de la época. Frente a un stalinismo que desde Moscú preconizaba la colaboración con la burguesía, que perseguía a los elementos revolucionarios del movimiento obrero y los condenaba a la marginalidad, cuyo conservadurismo se hacía asfixiante para todo aquel que quisiera luchar contra el orden social; la experiencia cubana se presentaba como una alternativa viable para la lucha revolucionaria. Frente al sonoro fracaso del nacionalismo burgués de la época, impotente y cobarde para enfrentar al imperialismo, el grito de ¡Patria o muerte! del Ejército Rebelde aparecía como una genuina y valiente expresión de lucha contra la opresión imperialista.

Como toda revolución social, el debate sobre Cuba fue febril. Muchas fueron las lecturas que se hicieron a partir de esta gesta. Resalta sobre todas, la de quienes impactados por esta victoria de las masas y alentados por el curso político que toma Ernesto Che Guevara, identificaron la revolución con el aspecto militar de la lucha guerrillera. Consideraban este método la mejor vía para romper al reformismo imperante y desarrollar una estrategia para derrotar a los ejércitos burgueses. De esta forma de interpretar la revolución cubana se nutrirán esencialmente las distintas corrientes latinoamericanas que expresarán en forma difusa el llamado guevarismo. Buscando llevar adelante la vía armada, concluyeron divorciando a una generación de militantes revolucionarios de la lucha de clases real, que en América latina y en el Cono Sur en particular, tuvo como epicentro a la clase obrera y las masas urbanas. La trágica derrota de estas experiencias puso en cuestión el militarismo y el voluntarismo con que se intentó propagar la lucha contra el imperialismo y la burguesía en nuestro continente.

Una nueva ideología voluntarista

Hoy, en los primeros años del nuevo siglo, frente al avance brutal del imperialismo en América latina –doctrina neoliberal en mano– e impulsados por un resurgir de la resistencia y actividad de las masas en el continente –esencialmente de pobres urbanos y campesinos– y la existencia de un movimiento impugnatorio de la globalización capitalista, asistimos al intento de ciertos sectores intelectuales de releer la revolución cubana bajo un nuevo prisma anticapitalista y que se pretende antiestalinista, inspirados en el pensamiento del Che Guevara, en quien identifican una figura heroica del marxismo latinoamericano [2]. Pretenden rescatar así su valiosa figura del uso marketinero que hace el capitalismo, de la pasividad simbólica a que lo condenó el reformismo y el populismo y por otro lado señalar los basamentos ideológicos de una “nueva izquierda”, que en los hechos resulta tributaria del actual estadío político –reformista o semireformista– de las direcciones de los movimientos sociales como el MST brasileño, de sectores de los piqueteros argentinos y de los movimientos políticos como el EZLN o las FARC.

Apelando a los elementos más radicales del Che: su antiimperialismo, su anticapitalismo, su crítica a los aspectos más groseros de la influencia soviética en el Estado cubano y su internacionalismo militante, intentan desarrollar una visión del guevarismo como creador de una nueva “filosofía de la praxis”, que explica en parte el proceso revolucionario cubano. Oponen al esquematismo stalinista un antideterminismo a partir del papel de las fuerzas revolucionarias expresadas en la voluntad política de sus dirigentes, quienes en la Declaración de La Habana, sostenían que: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”.

La lectura que ofrecen del Che se basa en reivindicar su concepción del hombre nuevo como portador de una nueva “subjetividad histórica” [3]. Tomando de Guevara su idea de la preeminencia de la conciencia –conciencia de la necesidad del cambio revolucionario y de su posibilidad real– por sobre las condiciones objetivas –dadas por la dominación imperialista–, rescatan el voluntarismo inherente de esta visión para resaltar el papel de la educación y los estímulos morales en la formación del hombre nuevo y definir los sujetos anticapitalistas en función de su papel en la lucha. Desplazando a la clase obrera y las masas del centro de atención, identifican al sujeto con el hombre nuevo que, en la concepción guevarista, desarrolla su actividad creativa en la guerra revolucionaria. Esta interpretación conduce a disociar la praxis revolucionaria de la lucha de clases, reemplazando la organización de las masas explotadas por la construcción de una fuerza armada. La constitución de un sujeto consciente, como producto de la actividad autónoma de las masas y la relación con la vanguardia comunista que busca impulsar hacia adelante las tendencias progresivas del proceso social a partir de la autodeterminación obrera y popular, que proyectan su hegemonía; es reemplazada por la preeminencia de una voluntad organizada, como fuerza externa de las masas, las cuales están llamadas a seguir a los combatientes guerrilleros. Así la revolución cubana es explicada por “la iniciativa de las fuerzas revolucionarias que queman etapas, decretan el carácter socialista de la revolución y emprenden la construcción del socialismo” producto de su capacidad de “forzar la marcha de los acontecimientos” [4], relegando el hecho de que la victoria de la revolución socialista no era el objetivo declarado de la guerrilla en Sierra Maestra y que los acontecimientos se la impusieron en gran medida a Fidel y el Che.

Por último, hace descansar en la formación del hombre nuevo la alternativa a la burocratización, olvidando que la acción consciente de las clases explotadas en un Estado obrero se logra a partir del ejercicio directo del gobierno revolucionario, basando el Estado en la democracia de la clase obrera y los campesinos –para lo cual la clase obrera debe ser hegemónica antes de la conquista del poder–. Esta es una de las condiciones para la construcción del socialismo.

La reivindicación moderna de la estrategia continental de la guerra revolucionaria que planteara el Che y su visión del papel de las luchas de liberación nacional como vía para la revolución socialista expresada en la emblemática afirmación de “no hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución” sigue atrapada dentro de los marcos del tercermundismo de la nueva izquierda setentista y no saca ninguna lección de la trágica derrota de esta experiencia [5]. Esta última lectura de Guevara, que lo acerca al permanentismo, lo lleva al revolucionario argentinocubano a desarrollar una activa militancia por la unidad de la lucha antiimperialista, pero separando ésta de una estrategia de la revolución para los países metropolitanos –donde se concentraban los principales batallones sociales del proletariado internacional– que no estaba presente en su horizonte.

Desde nuestro punto de vista, sin menospreciar el valor político e histórico que representan la vida y el pensamiento de Guevara, el marxismo revolucionario tiene una explicación más profunda y rica en la teoría de la revolución permanente y en la estrategia de la construcción de un partido obrero revolucionario, como factor de la lucha de clases. La misma no sólo incorpora muchos de los aspectos señalados por el Che sino que también lo somete a crítica; pues su arsenal conceptual pone el acento en la interpretación de la revolución proletaria, en las metrópolis y las semicolonias, como una totalidad que comprende su materialidad y necesidad, su relación con la acción de las fuerzas sociales, la iniciativa obrera y campesina, los factores políticos y la unidad del proceso revolucionario mundial, que hacen a la subjetividad y la estrategia política de los marxistas.

Significado e influencia de la revolución cubana

Como decimos más arriba, en los principios de esta revolución nadie imaginaba que la misma terminaría tomando el curso de ruptura con la burguesía que finalmente adoptó. Ni siquiera el M 26 ni Fidel Castro y el Che Guevara preveían este derrotero para su empresa política. Por aquel entonces Castro declaraba que la suya era una revolución “verde oliva” y definía sus objetivos como democráticos. Así declaraba que: “La democracia es mi ideal, pero mucha gente llama democracia a cosas que no son democracia (...) Yo no soy comunista, no estoy de acuerdo con el comunismo (...) la democracia y el comunismo no son lo mismo para mí” [6]. Sin embargo, en los primeros días de la revolución, habiendo destruido el aparato militar de Batista, descalabrando al Estado burgués cubano y atenazado entre la presión imperialista y el despertar revolucionario del movimiento de masas –quienes toman las armas en defensa de su revolución cuando ésta es amenazada– el proceso cubano desemboca en el nacimiento del primer Estado obrero de América latina. La revolución cubana iniciada en 1959 se transformará de “verde-oliva” en roja dando veracidad histórica a la teoría-programa de la revolución permanente, asestando un golpe demoledor a la concepción de la conciliación de clases y la revolución por etapas que constituía el leit motiv básico de los partidos comunistas y los movimientos reformistas de aquel entonces.

La revolución de obreros y campesinos vino a completar la obra inconclusa de la lucha independentista que a finales del siglo XIX iniciara el poeta y líder antiimperialista José Martí y que en la década del treinta intentara ser llevada a cabo por un gran ascenso obrero y popular que termina con la vergonzosa Enmienda Platt pero no puede poner fin a la moderna dominación imperialista. A su vez es una desmentida de las estrategias reformistas imperantes en la izquierda, por haberse dado esta revolución por fuera y a pesar del stalinismo y del nacionalismo burgués. Así contribuyó no sólo a gestar una amplia simpatía en grandes masas de luchadores, intelectuales y militantes de izquierda desencantados con el accionar de los partidos comunistas pro Moscú, que eran colaboradores activos de la burguesía. Sino que además sembró expectativas en el nacimiento de una alternativa política al stalinismo a partir de la evolución hacia la izquierda del M 26, fundamentalmente de Castro y Guevara.

Esto se expresó en el hecho de que la revolución cubana se transformó en un polo de referencia. Al calor de sus actos y de las palabras de sus dirigentes se iban poniendo a la orden del día las discusiones sobre la lucha armada, el antiimperialismo, las vías de la conquista del poder, el contenido de la dictadura del proletariado, etc. La revolución generó tendencias y rupturas en los partidos reformistas y movimientos nacionalistas alrededor de la “cuestión cubana”. Dentro de las filas del movimiento trotskista operó activamente reagrupando a sus organizaciones nacionales e inclusive creando fraccionamientos internacionales en diferentes tendencias alrededor de las conclusiones vitales en torno a esta revolución.

Las tareas de la revolución cubana

Según el esquematismo stalinista practicado por los partidos comunistas de América latina de aquellos años, el carácter de la revolución en las semicolonias y entre ellas la cubana debía ser deducido de las tareas que tenían planteadas. La revolución colonial y semicolonial debía poner fin al atraso feudal y semifeudal imperante –según su particular lectura– en este tipo de naciones y acometer tareas de tipo democráticas. Definían así el carácter de la revolución como democrático, agrario y antiimperialista.

La revolución cubana de 1959 fue un golpe durísimo a esta concepción, ya que vino a realizar de manera íntegra y efectiva las tareas de la revolución democrático-burguesa, en primer lugar la independencia nacional, la revolución agraria, la reforma urbana y las de la democracia política –motores inmediatos del movimiento que terminó con el dominio de Batista– pero no según el esquema stalinista. Este desenlace fue posible enfrentando resueltamente a las clases poseedoras nativas que actuaban como correa de transmisión y daban garantías a la dominación imperialista y el latifundio. La derrota de la burguesía y los terratenientes cubanos y su aparato de Estado, apéndices de los EEUU, se convirtió en una condición necesaria para realizar las conquistas que se planteaban en primer término en esta revolución. La alianza más general del campesinado, el semiproletariado rural, la clase obrera urbana, la pequeño burguesía y hasta sectores de la misma burguesía cubana que caracterizara al movimiento popular que voltea la dictadura pronto se encuentra tironeada entre los diversos actores. La lucha de clases en el transcurso de la revolución cubana destaca a las tendencias conservadoras que se transforman pronto en agentes de la reacción impulsada por el imperialismo y a las nuevas fuerzas sociales capaces de empujarla adelante. Se crea así una ruptura radical del antiguo bloque social: por un lado la burguesía y sectores acomodados de la pequeña burguesía queriendo confinar la revolución a un cambio del régimen político y mantener la subordinación –aunque en otras condiciones– con EEUU. Por el otro la base plebeya, obrera, semiproletaria y campesina, junto a un sector de la intelectualidad, impulsando la lucha en la consecución de los objetivos de las masas: la revolución política se transforma en un medio de la revolución social mediante la acción viva de las clases explotadas. Estas son las fuerzas dinámicas que señalan el carácter permanentista de esta revolución. Es este proceso vivo el que Guevara explicara como “ (...) una revolución agraria, antifeudal y antiimperialista, que fue transformándose por imperio de su evolución interna y de las agresiones externas, en una revolución socialista y que lo proclama así, ante las faz de América: una revolución socialista” [7]

Desarrollo desigual y combinado

En Cuba se manifestó con todo su rigor histórico la ley más general del desarrollo desigual y combinado. Esta ley, formulada por León Trotsky para explicar las condiciones históricas de la revolución socialista, presupone la idea de que un país atrasado o semicolonial, en la época imperialista, no sigue en las distintas fases de su desarrollo un curso lineal que imita las distintas etapas de la evolución de las metrópolis capitalistas, sino que avanza a saltos, combinando los elementos propios de su atraso con las condiciones y los avances impuestos por la dominación y la penetración del capital imperialista en dichos países. Es esta ley histórica la que universaliza y pone al orden del día en los países atrasados la moderna lucha entre las clases como medio de resolución de sus contradicciones.

En la historia cubana esta ley general se expresó en el hecho de que la solución a los problemas estructurales de la joven nación no podían ser resueltos por un desarrollo evolutivo y orgánico del capitalismo sino saltando etapas, mediante la supresión y superación del régimen burgués. El ingreso temprano del capitalismo en las relaciones económicas de la isla, hicieron que se acentuara la dependencia de las metrópolis, llámese España primero y EEUU luego. La constitución de la oligarquía, la burguesía cubana y su Estado, se hizo siguiendo estos parámetros de dependencia, agravados en el siglo XX por su cercanía con los EEUU y el papel que para éste representaba, dando origen a una clase dominante raquítica y completamente antinacional sometida a las ordenes del capital norteamericano.

El movimiento independentista martiano no sólo se paró contra el colonialismo del viejo imperio español sino que se concibió a sí mismo como una fuerza impulsora de la segunda independencia de nuestra América contra el naciente imperialismo yanqui. Sin embargo, habiendo planteado el problema no encontró las vías para resolverlo. Muerto José Martí en combate, las oligarquías criollas controlan el movimiento nacional y optan por liberarse del yugo español sometiendo a la isla al yugo norteamericano, cuyo símbolo fue la ignominiosa Enmienda Platt en la constitución política del Estado cubano y manteniendo la propiedad terrateniente. La tardía independencia formal de Cuba se da en el momento histórico en que el capitalismo está dando pasos al imperialismo y los EEUU proyectan su dominación al llamado patio trasero. La formación de una nación independiente no pudo ser resuelta por las viejas clases de hacendados y comerciantes que sólo buscaban un mercado para su azúcar. La incipiente clase obrera del tabaco y el azúcar, a pesar de ser un núcleo duro de las huestes independentistas, se encontraba inmadura estructural y políticamente para tomar esta tarea en sus manos. Su consecuencia fue que Cuba se vio postergada en su desarrollo por la aceptación de su papel en la división internacional del trabajo como productor y abastecedor de azúcar –esencialmente al mercado norteamericano– y políticamente por la subsiguientes intervenciones imperialistas legitimadas por la Enmienda Platt.

Fue la revolución contra la dictadura de Machado de 1933, la que dio las pistas sobre quién era el sujeto capaz de llevar adelante la emancipación cubana: la clase obrera y su alianza con el campesinado y la pequeño burguesía urbana. Nuevamente la ley del desarrollo desigual y combinado muestra su valor histórico: puestos a optar por una independencia conquistada por masas sublevadas o la postergación de la nación cubana, la burguesía y la oligarquía criolla recurre a los servicios del entonces sargento Fulgencio Batista para poner fin al movimiento subversivo y relanzar los vínculos de sometimiento con EE.UU. En esta ocasión la clase obrera da signos de que en sus fuerzas radican las posibilidades de un cambio de orden en Cuba. La huelga general que termina con la dictadura, la fortaleza y politización de los sindicatos, el surgimiento embrionario de soviets en el Oriente son una prueba de ello. La carencia de autonomía de la clase obrera con respecto a la pequeño burguesía, que se explica por su inmadurez política, agravada por la orientación ultraizquierdista del llamado “tercer periodo” del stalinismo cubano impiden al proletariado resolver a su favor y de las masas campesinas esta revolución.

Fue la revolución de 1959 la que pudo cumplir con los objetivos de la revolución democrático-burguesa, precisamente porque el pueblo armado impuso la ruptura con la burguesía y el imperialismo y con ella un curso socialista para la revolución, aun antes de haber madurado la autonomía de la clase obrera y su hegemonía sobre las clases oprimidas y explotadas, confiando y delegando en manos de un ala radical de la pequeña burguesía (el M 26) la dirección del nuevo gobierno revolucionario; el que se ve impedido de llevar adelante su propio programa por la presión combinada del imperialismo y la burguesía de un lado y de las masas armadas del otro. La ley del desarrollo desigual y combinado se devela en la fundación de un Estado obrero como vía para la independencia nacional.

La revolución permanente y su dialéctica en el caso cubano

La teoría de la revolución permanente sostiene que: “Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y ante todo de sus masas campesinas” [8] esta afirmación se vio corroborada objetivamente en el proceso cubano, lo que vino a confirmar que en la época del imperialismo las tareas tardías de la revolución democrático-burguesa (la liberación nacional, la revolución agraria y la reforma urbana) sólo pueden ser resueltas por la revolución proletaria. La revolución del ’59 y la constitución del Estado obrero (aunque deformado) en Cuba son una demostración de esta tesis y aún constituye una derrota ideológica y estratégica de la concepción de la revolución por etapas y la colaboración de clases.

El M 26, que representaba políticamente al ala radical de la pequeño burguesía, se vio imposibilitado de llevar adelante su programa de “mayor democracia y justicia social” [9] viéndose en la obligación en el transcurso de la lucha de tener que incorporar las demandas sociales del campesinado y los pobres urbanos [10]. El intento de alcanzar sus metas dentro del orden burgués desnudó sus límites. Castro y su movimiento se convirtieron en agentes excepcionales, no previstos, del proceso histórico y dirección de un movimiento de masas que empuja la revolución frente a las agresiones del imperialismo, superando los límites del capitalismo.

Es precisamente en el papel excepcional de la pequeño burguesía como dirección del proceso cubano, donde se cuestiona el contenido estratégico de la teoría de la revolución permanente que sostiene que: “Sean las que fueren las primeras etapas episódicas de la revolución en los distintos países, la realización de la alianza revolucionaria del proletariado con las masas campesinas sólo es concebible bajo la dirección política de la vanguardia proletaria organizada en Partido Comunista (...)” [11].

En Cuba la dinámica de la revolución permanente no se dio mediante la dirección efectiva del proletariado y su vanguardia revolucionaria organizada en partido sino mediante una situación y actores extraordinarios, que dan lugar a una dialéctica del proceso vivo de la lucha de clases donde la derrota de la burguesía se anticipa a la estructuración de una nueva hegemonía de la clase obrera expresada en consejos u otra forma de autoorganización. Esta debilidad de las masas explica mucho de la iniciativa política de Castro que contiene al movimiento popular bajo su control. Esta anomalía da lugar a un bloqueo estratégico de la dinámica permanentista: por un lado no permite a los obreros y campesinos constituir el gobierno directo de esos organismos de autodeterminación; por el otro el Estado cubano surgido de la revolución no será un factor consciente de la revolución latinoamericana sino que con el tiempo será una nueva mediación que se levanta contra la misma. Por esta vía la revolución permanente encuentra una confirmación en su negación, pues la revolución cubana encuentra un nuevo límite en una tendencia conservadora que busca cristalizar las conquistas del proceso social en una burocracia del nuevo Estado, en detrimento de las tendencias socialistas a la autodeterminación de las masas y a la unidad del proceso revolucionario latinoamericano y mundial [12].

El salto de calidad en el proceso revolucionario

Intentaremos aproximarnos a una explicación al punto anterior que fundamente la naturaleza de la revolución cubana y las fuerzas sociales que le dieron origen.

Castro y sus compañeros fueron sobrepasados por la acción combinada de dos fuerzas antagónicas: la del imperialismo que se pone a la cabeza de la contrarrevolución y la de las masas que en defensa de la revolución se arman y movilizan. Fidel frente a esta situación se ve obligado a radicalizar sus respuestas.

Una sincronía excepcional de factores objetivos e históricos actuaron de una forma tal que permite el desenlace de los acontecimientos, conjugando una estructura caracterizada por la combinación de los siguientes elementos: la alianza con la burguesía que había permitido la caída de la dictadura y que tuvo su símbolo en el corto gobierno de Manuel Urrutia se vio rota rápidamente. Los capitalistas y terratenientes cubanos se suman al imperialismo y se enfrentan al gobierno revolucionario. Cuando la revolución intenta llevar adelante las primeras medidas que responden a las demandas sociales de la población –congelamiento y rebaja de alquileres, congelamiento de tarifas, ajusticiamiento de los representantes del régimen y la creación del INRA [13] que impulsa la reforma agraria– la burguesía decide abandonar al gobierno revolucionario. El bloque de fuerzas sociales que había permitido la caída de Batista se rompe. El imperialismo a su vez conspira abiertamente contra el gobierno cubano y suspende la compra de azúcar a la isla. Todo esto obliga a Castro y Guevara a apelar al movimiento de masas para lograr la supervivencia de la revolución y a radicalizar las medidas del gobierno.

Las masas, a su vez, cobran un protagonismo central expresado en el papel que empieza a jugar el proletariado con la ocupación de las refinerías petroleras y las centrales azucareras para evitar el boicot patronal-imperialista y de los campesinos que buscan hacer efectiva la reforma agraria. Las provocaciones contrarrevolucionarias provocan el llamado del gobierno a la formación de milicias obreras y campesinas y el armamento generalizado de la población. Este es el punto de no retorno que indica la definitiva ruptura con la burguesía y el origen de un gobierno obrero y campesino que luego de la invasión de Playa Girón, organizada por la CIA, tomará un curso de expropiación y determinará el carácter socialista de la revolución. La dirección del M 26 presionada entonces conjuntamente por el imperialismo y las masas armadas, no puede detener el desarrollo de los acontecimientos debiendo amoldarse a la nueva relación de fuerzas, imposibilitada de llevar su programa adelante debe asumir como propio el programa de la clase obrera [14].

La revolución de contragolpe

La revolución, según la concebía el Movimiento 26 de Julio desde la Sierra Maestra, tenía por objetivo terminar con Batista e imponer la democracia en Cuba. La composición social y el origen político de la mayoría de sus dirigentes provenían de la pequeñoburguesía y el movimiento estudiantil. Su programa consistía en una mezcla de reformas políticas y sociales, con rasgos nacionalistas. En suma su estrategia era la de un movimiento policlasista [15]. Consecuentes con esta concepción y ante el hecho de que sectores importantes de la burguesía cubana –y del mismo imperialismo– estaban contra Batista, la entrada en La Habana del Ejército Rebelde instauró un gobierno de coalición con el ex presidente de la Corte Suprema de Cuba, Manuel Urrutia, a la cabeza. Este gobierno de coalición expresaba el bloque de fuerzas sociales que había enfrentado a la dictadura, pero también el pensamiento que movía a los guerrilleros. Así en un discurso de Fidel del 19 de febrero del ’59, un mes después de la toma del poder, éste afirmaba sus ideas, para tranquilizar a la burguesía, señalando que: “Iremos a una campaña muy grande para convencer al cubano de que compre artículos cubanos. Por eso los industriales están tan contentos con nosotros a pesar de que venimos con unas cuantas leyes revolucionarias” [16]. De esta pretensión inicial de los guerrilleros no quedó nada en pie.

Este frente común no tardó en desgajarse, tironeado por los distintos intereses de clase, por la presión del imperialismo y la acción de los obreros y campesinos. Como recuerda Guevara: “En enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario con la participación en él de varios miembros de la burguesía entreguista. La presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía de poder, como factor fundamental de fuerza. Se produjeron enseguida contradicciones serias, resueltas, en primera instancia, en febrero del ’59 cuando Fidel Castro asume la jefatura de gobierno con el cargo de Primer Ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas” [17]. Esta tensión hace añicos la pretensión original del M 26 y deja sin sustento su programa de reformas sociales y democráticas. El mismo fue superado por la velocidad de los acontecimientos. La dirección guerrillera se encontró de pronto con la deserción y hostilidad abierta de la burguesía cubana. Fidel Castro y su movimiento, que hasta ese momento intentaban actuar como árbitros entre las clases, quedan sujetos a la marea de la revolución. Inaugura entonces una dinámica de contragolpe, oponiendo a cada medida del imperialismo y la burguesía, una contramedida revolucionaria, apelando a la movilización de las masas obreras y campesinas que expresaban un auténtico interés por la revolución. “La extensión y profundización del proceso revolucionario se realizó a través de la presión y de la iniciativa de los líderes. En los campos azucareros ocurrió la acción masiva: ‘las milicias revolucionarias han convertido las 161 centrales azucareras de la isla en 161 baluartes de la revolución. Estas milicias protegen sus propios centros de trabajo contra el sabotaje criminal’. En las refinerías petroleras ocurrió una acción masiva similar: ‘eran las milicias de estos centros de trabajo, las que estaban alertas y vigilantes antes de las intervenciones y procedieron a ponerlas en funcionamiento, con el apoyo decidido de los técnicos e ingenieros cubanos’” [18].

Huber Matos y otros dirigentes menores del movimiento conspiran abiertamente contra el nuevo gobierno. El imperialismo aprovecha para recrudecer su boicot y decreta la ruptura de relaciones comerciales. La respuesta de Fidel es convocar a la formación de milicias populares adonde acuden masivamente los obreros y campesinos. Así la rebelión de Matos en el Escambray es aplastada por las fuerzas revolucionarias. De esta manera, el Estado burgués es demolido por las masas insurrectas, que protagonizan las expropiaciones de las refinerías, las tierras y las centrales azucareras. La política de Fidel Castro a partir de entonces consiste en ponerse a la cabeza del movimiento de las masas. Cada paso adelante de las mismas es orientado hacia la defensa del gobierno revolucionario, en el cual las masas movilizadas identifican sus intereses y conquistas. Sobre esta base más tarde Fidel Castro institucionalizará el nuevo poder y avanzará en controlar al movimiento popular.

A la deriva en sus relaciones internacionales, amenazado por el imperialismo, el nuevo gobierno deberá respaldarse en el apoyo de la URSS. Lo que es respondido con la invasión de los exiliados cubanos (a partir de entonces gusanos) armados por la CIA a Bahía de los Cochinos en 1961. Esta invasión es derrotada por las milicias populares lo que lleva –crisis de los misiles (1962) mediante– a la agudización del bloqueo económico y la profundización del proceso de expropiaciones. Fidel Castro proclama, el Primero de Mayo de 1962, en la rebautizada Plaza de la Revolución el “carácter socialista” del Estado cubano y de su revolución. Este proceso que da origen al primer Estado obrero de Latinoamérica, que Guevara define acertadamente frente al filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre como “la revolución de contragolpe” [19].

El papel de la clase obrera y los campesinos

Son los obreros y los campesinos revolucionarios, los defensores y protagonistas fundamentales de esta fase de la revolución. Como un autor señala: “El apoyo activo y armado de los obreros al gobierno revolucionario ha sido decisivo para la consolidación y defensa de su poder. Sin dicho apoyo el núcleo dirigente revolucionario no habría podido transformar el viejo orden y establecer el socialismo cubano. Sin embargo, la revolución no fue una revolución obrera en el sentido marxista clásico. No fueron los obreros quienes iniciaron la lucha por el poder, como lo hicieran tres décadas antes en la insurrección contra Machado, que entonces determinó rápidamente la formación de soviets de obreros, campesinos y soldados en todo el país. En la revolución castrista, en cambio los obreros desempeñaron un papel estratégico mediante su apoyo masivo y organizado a las medidas del gobierno revolucionario y su defensa” [20].

La clase obrera cubana llega a la revolución como un componente más del bloque de fuerzas sociales hegemonizado por la pequeñoburguesía. Sus organizaciones sindicales estaban copadas por una burocracia corrupta y agente de la dictadura, el llamado mujalismo, y los partidos que hablaban en su nombre, esencialmente el Partido Socialista Popular, carecían de fuerza y autoridad frente a las masas así como de independencia con respecto a la burguesía. El campesinado y los pobres del campo apoyan al Ejército Rebelde a partir del momento en que éste incorpora a su programa la reivindicación de la reforma agraria.

Es cierto que la caída de la dictadura no fue el producto directo de una revolución obrera, pero tampoco la expropiación de la burguesía fue la coronación del programa castrista, más bien la dinámica la revolución en marcha terminó imponiendo un Estado obrero. En la historia de la moderna lucha de clases la pequeñoburguesía nunca ha podido imponer una forma estable de gobierno independiente. Ya desde Marx se señalaba cómo esta clase sigue al burgués o al obrero. El mismo autor, en la cita, desliza cómo al calor de la radicalización del proceso los obreros y campesinos serán la base de apoyo de la revolución y del nuevo gobierno. A pesar de su falta de independencia, la clase obrera garantiza con la huelga general de enero del ’59 la caída de la dictadura, y se convierte en el transcurso de la revolución, junto a los campesinos, en los protagonistas centrales de las expropiaciones. Fueron los mismos obreros quienes recuperaron sus organizaciones y echaron a patadas a los mujalistas de los sindicatos. Sin embargo, debido a su preocupación por defender la revolución amenazada, Fidel Castro, basado en su gran prestigio, logró imponer la reorganización de los sindicatos desde la cúpula del nuevo Estado, nombrando a la cabeza de la CTC-R a los stalinistas del PSP, en quien todo el mundo desconfiaba [21]. Esta fracción se volcó desde aquel momento a regimentar al movimiento obrero e impedir su autoorganización en el desarrollo de la lucha revolucionaria [22].

La clase obrera fue todo lo revolucionaria que podía, huérfana de autonomía política e independencia de sus organizaciones, careciendo de hegemonía sobre el conjunto del movimiento revolucionario de las clases explotadas [23].

Un bonapartismo sui generis de un nuevo Estado. La evolución del M 26.

Los cambios producidos en la revolución entre el ’59 y el ’62 dan paso a un nuevo tipo de bonapartismo sui generis, que transforma su contenido social al ritmo de la caída del viejo Estado burgués semicolonial y el nacimiento de un Estado obrero deformado. La definición de bonapartismo sui generis, había sido formulada por León Trotsky para analizar al gobierno de Cárdenas que había nacionalizado el petróleo en el México de los años ’30. Así sostenía que: “En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado (...)” [24]. La ubicación original del M 26 con respecto a la clase obrera se ajusta a esta forma descripta por Trotsky. Recordemos que antes de la victoria sobre Batista, Fidel Castro establece sus acuerdos con la burguesía y la oposición política cubana en el Pacto de Caracas y busca establecer contactos dentro del movimiento obrero para utilizarlo como un auxiliar de la lucha antidictatorial. En un primer momento, al triunfo de la revolución, el M 26 y el Ejército Rebelde se transforman en el árbitro de toda la situación, producto de la derrota de las viejas FFAA, intentando imponer este papel entre los distintos actores y buscando un equilibrio frente a los mismos. La ruptura con la burguesía lo obliga a recostarse sobre el apoyo popular dando origen a un gobierno obrero y campesino, que inicia un curso anticapitalista. A partir de ese segundo momento, la radicalización del proceso revolucionario lleva al nuevo gobierno a tomar la iniciativa como forma de expresar su control sobre la situación y dar un canal a las acciones. El M 26, como fuerza política, adquiere transitoriamente un curso centrista. Se produce una transformación en su seno, mientras Fidel Castro busca que las masas no queden fuera de su control, los obreros y campesinos ven en este movimiento el instrumento político desde donde empujar su revolución.

Decimos entonces que es un tipo específico de bonapartismo sui generis, por expresar esta tendencia más general común a todos los gobiernos de jugar un rol de árbitro en los países semicoloniales entre el imperialismo y el proletariado y las clases explotadas. Ausente la burguesía nacional, queda recostado exclusivamente en las clases populares que vienen conquistando posiciones. Al tratarse de un gobierno surgido de la revolución que avanza en el cambio del régimen de propiedad y el carácter del Estado, se produce un salto de calidad en la forma en que establece las condiciones de su arbitraje. Como dirigentes de una clase que no es la suya, Fidel Castro y el M 26 ven cambiar la revolución que va dando origen a un Estado obrero. Su transformación en dirección de este proceso no implica un cambio en su carácter más general de bonapartista, sino en su contenido social y por ende en la naturaleza de las nuevas contradicciones que se le presentan –por un lado, la oposición del imperialismo y la contrarrevolución interna, por el otro, las masas movilizadas y su propia ala izquierda dentro del M 26, en el medio jugando un papel cada vez más preponderante y decisivo, la burocracia de Moscú y los stalinistas cubanos–. Este bonapartismo va a ser una de las condiciones del carácter deformado del nuevo Estado, que luego del reflujo de la marea revolucionaria y el estrechamiento de la relación con Moscú –más allá de los vaivenes– van a permitir la stalinización del régimen político.

Algunas consideraciones sobre esta definición

Nos detendremos un instante a explicar esta definición. Con esta categoría queremos saldar cuentas con las posiciones que tienden a ver a la dirección castrista como un producto revolucionario original que avanza empíricamente al marxismo, tal como sostenía Ernesto Che Guevara. Muchos epígonos adhieren así a una especie de teoría del “sustitucionismo” que explicaría la revolución cubana [25].

El historiador marxista Isaac Deutscher explicando cómo pudo triunfar la revolución china sin tener como fuerza dirigente al proletariado, encuentra la respuesta en lo que el llama el fenómeno del “sustitucionismo” [26]. Según esta explicación, que no niega los puntos de contacto entre el stalinismo y el maoísmo, el Partido Comunista Chino habría podido dirigir la revolución campesina en 1949 en un sentido socialista por la adhesión de Mao al marxismo y por la íntima ligazón entre la revolución china y la URSS. Para Deutscher el análisis de Trotsky, según el cual los ejércitos de Mao de triunfar podían resultar la expresión del interés campesino contra el proletariado, se mostró equivocado porque se instauró un Estado obrero. En una segunda visión Deutscher, ya desilusionado frente a la brutalidad de la Revolución Cultural, define a Mao “como una combinación de Lenin y Stalin” queriendo señalar así la diferencia entre el comandante guerrillero y el personero del régimen totalitario. Esta referencia responde al objetivo metodológico de comparar procesos políticos similares y responder a este tipo de visión que ensalza las supuestas virtudes subjetivas de este tipo de direcciones o quieren resaltar la posibilidad de ejercer presión sobre las mismas. No vemos un leninismo inherente en Mao tal como creía Deutscher o un empirismo revolucionario en Fidel que los empuje a ser portavoces de las clases explotadas. Los vemos más bien como actores excepcionales que se ven obligados a adaptarse al proceso histórico para no perder el control de los acontecimientos.

El M 26 como ya dijimos era un movimiento de la pequeñoburguesía, policlasista de difusa ideología nacionalista y martiana. Se nutría de la tradición insurreccionalista, “jacobina”, de la pequeñoburguesía cubana. Es al calor de la revolución política que preconizan y llevan a cabo contra Batista que el M 26 queda al frente de las fuerzas sociales que radicalizarán el proceso. Hasta este momento los guerrilleros de la Sierra cumplen un rol jacobino, dinamizador y protagonista de la lucha política. Los acontecimientos que ya hemos descripto llevan a la ruptura del M 26 y a la imposición final de la fracción más radical de Castro y Guevara. Superada históricamente la época del jacobinismo y las revoluciones políticas democráticas, puestas en movimiento las clases explotadas, el auge de la revolución impondrá una dinámica al proceso cubano que no podrá ser contenida dentro de los marcos democrático burgueses. El nuevo bonapartismo que encarna Fidel Castro se monta sobre la ola revolucionaria para darle un canal y controlarla. Su adhesión ideológica al “socialismo” es funcional a esta necesidad y a establecer una alianza con los sectores conservadores dentro del Estado que –bajo la tutela de la URSS– serán la base de una nueva burocracia.

La dirección de los comandantes

El desarrollo de la revolución se encontró con que cada paso adelante dado por las masas contra el imperialismo y la burguesía, se expresaba bajo la forma de un contragolpe del gobierno revolucionario, así las masas actuaban en auxilio de las medidas de Fidel. La relación establecida por la dirección con el pueblo era a través de los mítines masivos donde Fidel contenía su protagonismo, intentando de este modo subsumir su iniciativa. Pasado el momento más agudo de la revolución, Castro llama a la constitución del Partido Unico de la Revolución como una forma de institucionalización del proceso, liquidando la libertad de tendencias que había existido hasta entonces en el seno de las masas. Hecho esto se le impide a obreros y campesinos expresar autonomía frente a los comandantes [27], transformados por el discurso oficial, y luego por la mitología castrista en los portadores exclusivos de la revolución. Esta es la forma ideológica con que una nueva burocracia gobernante expropia políticamente las conquistas de un nuevo Estado por parte de las masas.

La cada vez mayor subordinación de la dirección castrista a Moscú, que llevo a duros debates y luchas políticas en el seno de la dirección cubana sobre la política exterior de la revolución y la discusión sobre la orientación económica, mostró la necesidad de la nueva casta gobernante de reforzar su control acentuando su carácter bonapartista. Estos son los límites que una dirección de esta naturaleza impone al triunfo revolucionario, reforzado por el hecho de tratarse de un país de la periferia semicolonial, en un contexto mundial de colaboración entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Es la forma que toma la reacción interna frente al empuje revolucionario para actuar como un freno al interior de la isla.

Esto también se refleja en su política exterior. La alianza con el aparato stalinista internacional empuja a establecer una estrecha colaboración con las burguesías latinoamericanas. Esto no se hizo sin crisis, el mismo Guevara, que se oponía progresivamente a aspectos de la política de Moscú en cuanto a la economía y la coexistencia pacífica, es derrotado y sus partidarios silenciosamente desplazados de los puestos de mando del “Estado obrero deformado”.

Autodeterminación de la clase obrera

Toda revolución social inaugura un periodo de transición donde la clase obrera y las masas expresan sus anhelos de libertad. La revolución socialista es un medio para conquistar mediante la dictadura proletaria un punto de partida en la transición al socialismo y una base de apoyo para la derrota del imperialismo y la revolución a escala internacional. La expropiación de la burguesía, la planificación y el monopolio del comercio exterior son condiciones necesarias pero no suficientes para este fin, mucho más en países de la perifería capitalista. La actividad consciente y autodeterminada de obreros y campesinos, su pleno dominio político y su autogobierno, es imprescindible para crear nuevas relaciones sociales libres e igualitarias, que preparen la abolición del Estado como institución de dominio, en una sociedad sin clases, el comunismo. Sin embargo, como transición, en todo Estado obrero conviven las tendencias del viejo orden y de la nueva sociedad. Allí donde una burocracia impone sus designios se fortalecen las tendencias burguesas tanto al interior, como régimen de control social y de privilegio, como al exterior bajo la forma del abandono de la lucha de clases y la conciliación con los capitalistas. El curso que tomó la revolución cubana vuelven a confirmar estas tesis.

Tomado desde un punto de vista histórico la ausencia de un partido marxista revolucionario, anclado firmemente en la clase obrera, impidió que en la revolución cubana el proletariado impusiera su hegemonía como dirección del proceso, y que éste se expresara de forma autónoma en el desarrollo de los acontecimientos. El doble poder que expresaran las milicias no bastó para que surgieran organismos de autodeterminación de las masas sobre el que se construyera el nuevo Estado, tal como pudo ser en la experiencia de los soviets en los primeros años de la Revolución Rusa. Las masas fueron controladas por la dirección castrista antes de que éstas pudieran poner en pie sus propias organizaciones de autogobierno. La experiencia de los soviets no era ajena al proletariado cubano, habían sido parte de la revolución del ’33, donde la clase obrera alcanzó su punto más alto de subjetividad y llegó a disputar la hegemonía del movimiento antiimperialista.

Anteriormente afirmamos que el stalinismo nativo no pudo ser efectivo en el proceso del ’59, sin embargo veinte años de acción stalinista en el movimiento obrero no pasaron sin consecuencias. La clase obrera cubana llegó a la revolución sin haber construido un Estado mayor alternativo sobre el cual apoyarse para conquistar su independencia e imponer su hegemonía en el movimiento revolucionario.

La ideología cubana

La burocracia una vez erigida como poder intentó explicar la historia a través de una “ideología” [28] donde las fuerzas propulsoras, los obreros y campesinos, hablan por boca de Fidel Castro, y el papel de las grandes masas de hombres y mujeres en el proceso histórico es subsumido por la iniciativa de los individuos que movidos por una voluntad de cambio generaron las condiciones de la revolución cubana.

Esta revolución, como todo profundo proceso de transformación social ha sido “ (...) la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.” Y “Sólo estudiando los procesos políticos sobre las propias masas se alcanza a comprender el papel de los partidos y los caudillos, que en modo alguno queremos negar. Son un elemento, sino independiente, sí muy importante, de este proceso. Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera, ni el pistón, sino el vapor” [29]. Fue el protagonismo de grandes masas de trabajadores y campesinos que cambiaron el destino colonial de la isla. Esto fue así a lo largo de toda la historia de la Cuba moderna. En forma permanente las masas intentaron doblegar la dominación imperialista y colonial a las que las sometían las clases dominantes nativas. Guerra y revolución recorren cien años de historia cubana. Sin embargo, la “historia oficial” de la revolución del ’59, que da origen al primer Estado obrero deformado de América latina y occidente, fue reescrita alrededor de una inversión del proceso revolucionario. El rol primordial que se le hace jugar a los caudillos de la revolución cubana, en particular Fidel Castro así como la transformación de Guevara en un ícono, tiene el múltiple objetivo de identificar el interés de la revolución, es decir el interés del nuevo Estado con el destino de sus dirigentes. Esta es una forma de reforzar la autoridad frente a cualquier cuestionamiento surgido de las entrañas del movimiento de masas que ponga en duda su poder ejercido con métodos bonapartistas. Otro aspecto velado por la apariencia reside en no ahondar en las explicaciones teóricas y en los balances estratégicos sobre la revolución cubana y el papel de la misma en la lucha de clases latinoamericana e internacional.

Es una falsa conciencia construida, que surge para justificar el congelamiento de la revolución en los marcos de la isla y la burocratización del régimen cubano. Se trata entonces de desmitificar la historia revolucionaria cubana poniéndola sobre sus pies.

Apéndice: Guerra y revolución. Antecedentes históricos de la revolución del ’59

Por Gustavo Dunga y Facundo Aguirre

 

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