En estos días, Egipto atraviesa una de las mayores crisis políticas desde la caída del exdictador Mubarak en febrero de 2011. La crisis estalló el 22/11 cuando el presidente egipcio, M. Morsi, anunció que por una “declaración constitucional” sus actos, los del parlamento y de la Asamblea Constituyente (con mayoría islamista) eran inapelables y quedaban por fuera de cualquier cuestionamiento judicial.
Morsi intentó cubrir este giro abiertamente autocrático con un discurso demagógico de “defensa de la revolución”, aprovechando el hecho de que la Corte Suprema sigue en manos de remanentes del viejo régimen de Mubarak.
Sin embargo, esta demagogia no fue suficiente para ocultar que la política de Morsi y la Hermandad Musulmana (HM) es terminar de consolidar el desvío del proceso revolucionario y establecer un régimen autoritario estable que le permita avanzar con los planes de ajuste que ya empezó por ejemplo con la eliminación de subsidios a los servicios públicos.
Así lo entendieron decenas de miles de trabajadores y jóvenes de clase media y también de sectores populares que salieron a las calles de las principales ciudades del país en repudio a esta medida, que le daría al actual presidente incluso más poder discrecional que el que tenía el propio Mubarak.
Con esta acción por fuera de la relación de fuerzas Morsi unió en su contra un amplio arco opositor que incluye partidos liberales, nacionalistas, laicos y de izquierda. Incluso partidos ligados al viejo régimen de Mubarak están aprovechando para reaparecer en la escena política. Más de 100.000 manifestantes colmaron la emblemática plaza Tahrir y chocaron con las fuerzas de seguridad. En ciudades importantes como Alejandría y Suez, las movilizaciones populares terminaron con ataques a oficinas de la HM y del oficialista Partido de la Libertad y la Justicia. Los trabajadores de las fábricas textiles de Mahalla, que fueron la vanguardia de la resistencia bajo la dictadura y jugaron un rol fundamental en la caída de Mubarak, se sumaron a las protestas, mostrando la disposición a la lucha de sectores avanzados de la clase obrera egipcia, que solo en el último mes protagonizó alrededor de 1000 huelgas de diverso alcance e intensidad. A pesar del desvío electoral y de la consolidación del islamismo moderado como mediación, las profundas contradicciones que dieron lugar al proceso más agudo de la “primavera árabe” no fueron resueltas y pueden motorizar una nueva oleada revolucionaria.
Morsi y sus “hermanos” neoliberales y proimperialistas
Con el anuncio de este decreto dictatorial, Morsi y la HM trataron de capitalizar internamente el “éxito” obtenido en la política exterior, al aparecer el gobierno egipcio como el artífice y garante del cese del fuego entre el estado sionista de Israel y Hamas en la Franja de Gaza. Por sus servicios a favor de la estabilidad regional, Morsi recibió el agradecimiento y las felicitaciones de Hillary Clinton y el gobierno norteamericano y mostró que bajo su gobierno Egipto seguirá siendo aliado de EE.UU. y respetará el tratado de paz con el Estado de Israel.
El apoyo de Washington facilitó el otorgamiento de un préstamo del FMI de U$ 4.800 millones (como parte de un paquete de financiamiento externo de U$ 14.500 millones). Esto junto con otros factores de política interna, entre ellos la confianza que tienen sectores de la burguesía egipcia en el plan de privatizaciones del gobierno para extender sus negocios, y las redes sociales de la HM que le dan una importante base popular, llevaron a Morsi a una lectura equivocada de la relación de fuerzas para intentar imponer una constitución que garantice el domino del islamismo moderado y mantenga a las fuerzas armadas fuera de la escena política, aunque conservando su rol como pilar del estado y actor económico.
El modelo de Morsi y la HM es el régimen turco basado en la combinación del islamismo moderado como principal fuerza política y las fuerzas armadas como garante en última instancia del orden interno y del rol de Turquía en la política internacional como miembro de la OTAN y aliado fundamental del imperialismo norteamericano.
Sin embargo, la situación de Egipto es muy distinta a la de Turquía. A diferencia de su par turco, Morsi aún debe consolidar el desvío del proceso revolucionario de 2011 en el marco de los efectos de la crisis capitalista. La economía sigue al borde del colapso, con el 40% de la población bajo la línea de pobreza. Tarde o temprano el gobierno de la HM tendrá que aplicar las recetas de ajuste del FMI, empezando por la quita del subsidio a bienes de consumo popular como el combustible y la flexibilización del mercado laboral, lo que podría tener un efecto explosivo.
¿Una nueva oportunidad para el proceso revolucionario?
A solo cinco meses de asumir el gobierno, Morsi enfrenta una crisis política de consecuencias aún inciertas. El decreto presidencial profundizó la división entre los partidarios del carácter islamista del estado y los sectores laicos, lo que puede derivar en enfrentamientos sangrientos, que por ahora se han evitado.
Para amplios sectores populares que cifraron sus ilusiones en que un gobierno y un régimen hegemonizado por la HM sería más favorable a sus intereses y pondría algún freno a la opresión imperialista y del Estado de Israel contra el pueblo palestino, se empieza a revelar el carácter reaccionario, burgués y proimperialista de este gobierno de desvío.
La clase obrera egipcia, cuya intervención fue clave en la caída de Mubarak, ha seguido protagonizando importantes huelgas, entre ellas, las de los trabajadores textiles, ceramistas y de servicios como transporte y salud.
Los partidos oficialistas islamistas, tanto en su variante moderada de la HM como en su expresión más “radical” salafista, y la oposición burguesa secular, trabajan para evitar que se recree la alianza entre los trabajadores y los jóvenes de la plaza Tahrir que puso fin al régimen mubarakista. Las movilizaciones de esta semana muestran que las profundas demandas democráticas, económicas y sociales pueden encender de nuevo la mecha de la revolución. El final aún sigue abierto.
28-11-2012
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