Como en Egipto, laicos y progresistas tunecinos se divorcian del partido musulmán
Ignacio Cembrero Madrid 7 DIC 2012 - 20:49 CET26
¡Dégage! (¡Lárgate!). El eslogan de la revolución tunecina que exigía, hace dos años, la renuncia del dictador Ben Ali ha vuelto a ser coreado la semana pasada en las calles de Siliana, a 120 kilómetros al suroeste de Túnez. Pero ahora está dirigido contra el Gobierno que encabeza el islamista Hamadi Jebali.
Sindicalistas, izquierdistas y simpatizantes de Ennahda, la rama tunecina de los Hermanos Musulmanes, hicieron juntos, en diciembre de 2010 y enero de 2011, la revolución que derrocó la dictadura que duró 23 años.
Dos años después sus caminos divergen hasta enfrentarse no solo en la Asamblea Constituyente, sobre el contenido de la futura Carta Magna, sino en la calle como sucedió el martes pasado en pleno centro de Túnez.
El paralelismo con Egipto es llamativo. “En ambos países están aquellos que quieren separar la fe de la política y los que creen que la religión sirve para todo y es aplicable en todas partes”, afirma Mouldi Lahmar, profesor de sociología política de la Universidad de Túnez.
En Túnez, sin embargo, al choque entre fuerzas laicizantes e islamistas se superpone otro entre las regiones del interior marginadas y las zonas costeras algo más prósperas gracias, en buena media, al turismo.
“En Túnez la revolución partió de las regiones del interior mientras que en Egipto fue el pueblo de El Cairo, secundado por la elite nacional de los descontentos, el que la desencadenó”, prosigue Lahmar.
La chispa que desató las riñas en Túnez saltó, el pasado martes, cuando los jóvenes de la Liga de Protección de la Revolución, una organización afín a Ennahda, atacaron con palos, en la plaza Mohamed Ali, a los sindicalistas de la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) que conmemoraban el 60 aniversario del asesinato de su fundador, Farhat Hached. Fue una “agresión salvaje y programada”, según el sindicato, cuyos autores no han sido detenidos.
¿Por qué lo hicieron? Probablemente para castigar a la UGTT que en Siliana impulsó cuatro días de huelgas y protestas contra un gobierno que no cumplía sus promesas sociales. Hubo unos 250 heridos entre los manifestantes y 72 entre los policías.
Los antidisturbios dispararon sobre la muchedumbre con escopetas de perdigones fabricadas en Italia. La policía está “equipada con armas y municiones adquiridas en un país democrático”, declaró Ameur Laarayed, de la dirección de Ennahda, justificando la represión.
Sin esperar a las instrucciones de su dirección, las secciones sindicales de cuatro provincias (Kasserin, Sfax, Tozeur y Sidi Bouzid) convocaron huelgas generales a finales de esta semana laboral para replicar a la “agresión” del martes. Fueron muy seguidas.
En Sidi Bouzid, allí donde el suicidio de un vendedor ambulante, humillado por una mujer policía, provocó las primeras protestas, en diciembre de 2011, la manifestación recorrió la ciudad gritando: “¡Exigimos la dimisión del Gobierno!” “¡Viva la UGTT, la mayor fuerza del país!”
“Cuando la dictadura cayó en Túnez la oposición política al régimen se fragmentó, pero la UGTT permaneció unida”, asegura Lahmar. “Por eso es la más fuerte”, recalca. Ya lo era también en tiempos de Ben Ali. “Si en Egipto la oposición estaba más o menos organizada en partidos, en Túnez estaba prohibida o muy controlada y por eso muchos de sus miembros se colocaron bajo el paraguas del sindicato”, recuerda el sociólogo.
El próximo jueves la huelga contra el Gobierno será esta vez nacional, la tercera en la historia del país. La UGTT se muestra convencida de que sus 500.000 afiliados paralizarán Túnez. Cuenta además con el apoyo de un pequeño sindicato (CGTT) nacido después de la revolución.
El Gobierno y el presidente, Moncef Marzouki, lanzan llamamientos a la calma, pero el cruce de acusaciones entre ambos bandos va en auge. Rachid Ghanouchi, el líder de Ennahda, lamentó que el sindicato se haya convertido en una “oposición radical”.
“Se sale de su papel y se ha convertido en un partido político”, añadió Ghanouchi que se expresa con libertad porque no desempeña ninguna cartera en el Gobierno. “La huelga no hará cambiar de opinión al Gobierno”, vaticinó.
La huelga sí deteriorará un poco más la economía de Túnez que, tras un periodo de estancamiento, ha empezado a crecer este año (2,7%) a un ritmo insuficiente para recortar el paro (18%).
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