Las Fuerzas Armadas guardan la neutralidad entre los islamistas y la oposición al Gobierno de Mohamed Morsi
RICARD GONZÁLEZ El Cairo 6 DIC 2012 - 19:43 CET
Una imagen vale más que mil palabras, pero también puede engañar más que mil lisonjas. El despliegue de varios tanques ante el palacio presidencial ha vuelto a situar en las portadas de los periódicos al Ejército de Egipto, el actor más dominante en la escena política egipcia desde la revolución de Gamal Abdel Nasser, en 1952. Sin embargo, la realidad es más bien la contraria: las Fuerzas Armadas ha sido el único actor central que ha guardado una estricta neutralidad en el pulso que libran el Gobierno y la oposición.
“El ejército no está interesado en participar en ninguna lucha de poder, o implicarse en la política. Quiere dedicarse exclusivamente a su rol de defensor de la integridad de la nación”, explica a El PAÍS el general retirado Mohamed Kadri. Existen varias interpretaciones del sorprendente relevo de la cúpula de las Fuerza Armadas que efectuó el presidente Morsi el pasado mes de agosto. La más extendida es que surgió de un pacto entre el rais islamista y una nueva generación de generales insatisfechos con la actuación de los líderes de la Junta Militar, el consejo que pilotó la transición desde la caída de Hosni Mubarak, el 11 de febrero de 2011 hasta el pasado 30 de junio.
A juicio de Kadri, la gestión por los militares de la transición y su involucración en la lucha política respondían a un interés propio, pero perjudicaba la imagen de la institución. Tras la revolución, la escena política se ha tornado demasiado convulsa, y la gestión del día a día erosiona la popularidad del ejército. El principal representante de esta corriente es Abdel Fattah al Sisi, el nuevo ministro de Defensa. De 57 años, el general pertenece a una generación anterior respecto a su predecesor, el septuagenario mariscal Husein Tantaui, el expresidente de la Junta Militar.
Algunos activistas revolucionarios acusan a Al Sisi de ser miembro de los Hermanos Musulmanes, algo poco probable, ya que ello le habría impedido ascender en el escalafón durante el antiguo régimen. Ahora bien, sí es cierto que está influido por algunas tesis del islamismo político. En su tesis para el US Army College, una facultad de élite para los oficiales estadounidenses, defendió que la democracia en los países árabes debe ser compatible con conceptos de la tradición política islámica como la shura o el califato.
La otra razón que explica el silencio sepulcral del ejército es que el Gobierno de Mohamed Morsi ha respetado escrupulosamente sus intereses vitales, algo que podría haber formado parte del pacto con Al Sisi para desembarazarse de Tantaui. En sus cinco meses de gobierno, el rais islamista ha antagonizado a importantes estamentos de la sociedad, como la judicatura, pero ha hecho todo lo posible por mantener buenas relaciones con la cúpula militar.
En esencia, los generales tienen tres líneas rojas: el mantenimiento de su plena autonomía, la inmunidad de la Junta Militar por los abusos durante la transición, y el mantenimiento de la alianza con Estados Unidos, por la que las Fuerzas Armadas egipcias reciben 1.300 millones de dólares anuales. Hasta ahora, todas ellas se han respetado. De hecho, el controvertido borrador constitucional obliga a que el ministro de Defensa sea un oficial, y otorga a un órgano con mayoría militar, y no al Parlamento, la potestad de elaborar el presupuesto del Ministerio de Defensa.
“Morsi está sometiendo a una seria prueba su nueva relación con el ejército. Su expectativa es que pueden contar con su lealtad con base en su ideología compartida, y a la deferencia mostrada hacia los intereses institucionales de los militares”, escribió en el diario Al Masry Al Youm el profesor Robert Springborg, un especialista en el Ejército egipcio.
Sin embargo, Springborg advierte de que esta suposición podría revelarse equivocada, sobre todo si escala la crisis, y el país cae en una sangrienta confrontación civil. Una importante segmento de los oficiales es laico, y podría moverse si considera que la represión del Gobierno pone en peligro los fundamentos del Estado. No hay que olvidar que el Ejército egipcio siempre se ha visto a sí mismo como el garante de la estabilidad de una nación que se acerca a los 90 millones de habitantes y que pretende volver a jugar un papel decisivo en los avatares de Oriente Medio.
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