Este es el primero de una serie de post donde trataremos de compartir algunas lecturas y análisis de la historia y la actualidad de Egipto, desde el punto de vista de la teoría de la revolución permanente, elaborada por Trotsky.
A aquellos que quieran interiorizarse sobre dicha teoría, los remitimos a la lectura de la obra de Trotsky y recomendamos especialmente la compilación de textos elaborada por el CEIP León Trotsky y el Instituto de Pensamiento Socialista [1].
Revolución democrática o revolución permanente
La visión que dan los grandes medios de comunicación sobre la primavera árabe, y que también reproducen a su manera algunos grupos que se reclaman de la izquierda trotskista, es que son procesos de “revolución democrática” (ver [2] una polémica con estas estrategias)
Para decirlo brevemente, la visión de la “revolución democrática” establece que el triunfo de la revolución y de todas las tareas irresueltas que la motorizan, se consuman en la caída del dictador y en el establecimiento de un gobierno democrático, dentro de los marcos del sistema capitalista. No es preciso atacar la propiedad capitalista, nacionalizarla, expropiar a las grandes multinacionales, establecer el monopolio del comercio exterior, etc. Estas son tareas de una revolución socialista, que está separada de la revolución democrática, es una etapa diferente. Por lo tanto, en la primera etapa de la revolución, la democrática, puede estar a la cabeza y dirigir un sector de la clase capitalista y la clase trabajadora y la juventud pueden seguir una dirección burguesa y aún así esperar el triunfo de la etapa democrática de la revolución.
Hay que decir que esta visión, que parece exaltar la revolución democrática como etapa independiente, en general va acompañada de una versión pobre y restringida del concepto de revolución democrática.
Para los marxistas cásicos, incluidos Lenin y Trotsky, la revolución democrática no se limitaba a un cambio de régimen sino que combinaba tareas “formales” (la conquista del sufragio universal, libertad de expresión, de prensa, de organización, etc.) con tareas “estructurales”, de las cuales las centrales son la reforma agraria (liquidar el latifundio y repartir la tierra) y la liberación nacional, es decir, no ser colonia ni semicolonia de ninguna potencia imperialista.
La teoría de la revolución permanente de Trotsky, en cambio, liquida la concepción etapista de la revolución. Al igual que Lenin, Trotsky parte de la concepción de la economía mundial en su fase imperialista y plantea que las burguesías nacionales de los países atrasados o semicoloniales son incapaces de conducir una revolución que libere a la nación oprimida, porque están atados por mil lazos al capital imperialista y temen más la radicalización obrera que a sus amos imperiales. Es decir: la burguesía ya no es la misma clase que encabezó la Gran Revolución francesa, ya no es una clase revolucionaria. Desde este punto de partida, Trostky formula una teoría novedosa, que se vería confirmada en la revolución rusa de 1917 y que luego, en su lucha contra la degeneración estalinista de los Partidos Comunistas y la URSS, generalizaría como estrategia de la revolución mundial.
El primer aspecto de esta teoría es el que plantea que en los países semicoloniales (como son los del Magreb y Medio Oriente) es imposible el triunfo de la revolución democrática sin avanzar en las tareas de la revolución socialista. Más precisamente, que entre la revolución democrática y la revolución socialista no hay una larga etapa de desarrollo burgués de por medio, sino que éstas se entrecruzan. Y que por tanto la condición para el triunfo de la revolución es que sea conducida por la clase trabajadora, en alianza con todos los sectores oprimidos de la sociedad.
Aplicado al caso de la primavera árabe, esto significa que toda alianza con las direcciones burguesas lleva a la derrota de la revolución, aún de sus tareas democráticas, y que es preciso que la clase trabajadora conquiste su independencia política no solo de la Hermandad Musulmana, sino del Frente de Salvación Nacional encabezado por El Baradei y otros partidos capitalistas. A partir de conquistar su independencia, la clase obrera debe avanzar sobre la propiedad capitalista de los medios de producción y no detenerse en ninguna etapa democrática.
Para empezar a abordar esta discusión, queremos empezar por dar algunos fundamentos históricos, que demuestran que la burguesía ha sido incapaz históricamente de resolver las tareas de la revolución democrática-burguesa en Egipto. Esta es la primera entrega y trataremos de ir avanzando con futuros artículos.
El origen “desigual y combinado” del capitalismo en Egipto
El capitalismo se desarrolló en Egipto a partir del capital europeo, francés y centralmente británico, siguiendo un patrón de desarrollo que Trotsky llamaría “desigual y combinado”. La inversión del capital extranjero, que se realizaba en forma de préstamos al gobierno monárquico, se concentró en la producción de algodón (principal exportación egipcia a Europa) y en las redes de transporte que garantizan el flujo de importaciones y exportaciones. Su obra más importante fue la construcción del moderno Canal de Suez, terminado en 1869, que hasta el día de hoy sigue siendo un paso estratégico entre el mediterráneo y la India, de enorme importancia económica y geopolítica. Este avanzadísimo Canal de Suez y el veloz desarrollo de la producción algodonera, contrastaba con un país de desarrollo atrasado, con relaciones pre-capitalistas en el campo [3] y sin un desarrollo de otras ramas de la producción.
Como suele suceder, la inversión de capitales fue acompañada y garantizada por los buques de guerra. A partir de 1882, Egipto, que entró en “default”, pasará a estar ocupada militarmente por las tropas británicas hasta la salida de la Segunda Guerra Mundial.
Para 1914, el 70% del capital invertido en Egipto era extranjero. La dependencia de la venta de algodón egipcio a Europa era total. Para la década de 1870, las exportaciones de algodón eran el 70% de las exportaciones totales del país. En 1914, se elevaban al 93%.
Este peso abrumador del capital (y las tropas) imperialistas, bloqueó el desarrollo de una fuerte burguesía nacional egipcia, que solo existía en los márgenes del capital británico y como grandes propietarios de tierras para el cultivo del algodón, que daría origen también a las grandes textiles en los años 20. Esto prefiguró una burguesía incapaz de romper sus lazos con el capital imperialista y con la gran propiedad agraria.
En cambio, introdujo una clase obrera relativamente fuerte, que desde comienzos del siglo XX protagonizó huelgas y acciones obreras que tendieron a ligar la lucha por sus reivindicaciones de clase con la lucha por la liberación nacional.
También se desarrollo un movimiento estudiantil y juvenil con tendencias a la radicalización política. Procedente de los sectores rurales relativamente acomodados y de la población urbana empleada en el Estado, accedían a escuelas y universidades para chocar con un sistema que no ofrecía oportunidades de ascenso social. Las empresas de capital imperialista en general cubrían los puestos de alto y medio rango con europeos, no egipcios. Un estudiante universitario, en el mejor de los casos, podía convertirse en un gris funcionario estatal. Esto dotó a la juventud de un carácter particularmente explosivo y la hizo protagonista de importantes gestas contra la ocupación británica y por el establecimiento de una república independiente. En general, los estallidos juveniles fueron acompañados de huelgas.
Adicionalmente, el campesinado, que constituía la mayoría de la población, protagonizó rebeliones agrarias contra la gran propiedad terrateniente y las formas de explotación pre capitalistas que existían en el cultivo de algodón.
Una burguesía nacional débil, incapaz de hacer su propia revolución burguesa.
La historia del partido de la burguesía egipcia, el Wafd, es un reflejo fiel de la debilidad de la burguesía nacional. Su ascenso fue posible gracias a una oleada de duras huelgas obreras, rebeliones campesinas y a movilizaciones de masas contra la ocupación británica, movimiento que se conoce como la revolución de 1919. La revolución no triunfó, las movilizaciones decayeron, pero la oleada de huelgas siguió su curso irrumpiendo el reclamo de formación de sindicatos. Los británicos tuvieron que dar un reconocimiento parcial a los huelguistas estableciendo un Consejo de negociación, que sin embargo no permitía participar a ningún dirigente sindical. Para 1922, los británicos aceptaron que el mejor curso era reconocer la independencia y permitieron la formación de una Asamblea Constituyente que finalizó sus trabajos en 1923 convirtiendo a Egipto en una monarquía constitucional. Desde 1923 hasta 1952, existió un régimen con tres poderes: la monarquía, el gobierno votado del Wafd y los británicos. Los británicos, que mantenían la ocupación, tendían a apoyarse en la monarquía en todos los asuntos de política interna, y en el Wafd en los asuntos de política externa. La monarquía preservó enormes poderes que utilizó para disolver los gobiernos del Wafd y apuntalar gobiernos del partido monárquico de forma permanente, lo que puede equipararse, con las distancias, a la historia latinoamericana plagada de golpes militares.
El Wafd ganó todas las votaciones legítimas, expresando las enormes expectativas de liberación nacional. Pero su ascenso no había expresado una fortaleza propia sino prestada por las fuerzas de la clase obrera egipcia, que pronto entraría en contradicción con el Wafd. El Wafd no contaba con fuertes lazos con la clase obrera, aunque sí con el movimiento estudiantil y el campo. Sin embargo, rápidamente demostraría su debilidad al ser incapaz de llevar adelante las tareas que se esperarían de una “revolución democrática”. La reforma agraria nunca se llevó a cabo, ya que el Wadf estaba integrado por propietarios de tierras y sectores privilegiados del campesinado. A su vez, fue incapaz de dar respuesta a las aspiraciones de liberación nacional.
A mediados de los años 30, luego de un ascenso de luchas estudiantiles acompañadas de huelgas, que exigían la restitución de la Constitución de 1923 (anulada unilateralmente por el Rey) y el fin de la ocupación británica, el Wafd firmó un acuerdo con los ingleses en 1936 que restituía la Constitución pero legalizaba la presencia ocupación de las tropas británicas. Este fue el comienzo de la decadencia del Wafd, que perdió su fuerza en el movimiento juvenil dejando paso al surgimiento de los Hermanos Musulmanes, un partido nacionalista llamado Egipto Joven y diversas fracciones del Partido Comunista. Ya en plena Segunda Guerra Mundial, el Wafd pasó a ser un simple títere de los ingleses. La monarquía parecía favorecer a los alemanes, mientras que el Wafd apoyaba al bando aliado. Fue así que para garantizar sus intereses en la guerra imperialista, los tanques británicos cercaron El Cairo en 1942 para restituir el gobierno del Wafd que había sido disuelto por el Rey una vez más. El partido de la burguesía nacional llegaba al poder, no por el voto y la movilización popular, sino con los tanques de sus amos europeos. Este fue el fin del Wafd como partido nacionalista y dejó a la débil burguesía nacional egipcia sin autoridad sobre la nación oprimida, elemento que precipitaría una convulsa situación política a la salida de la guerra, con la retirada de los británicos en decadencia y el avance de la radicalización obrera y juvenil, que sin embargo es desperdiciada por el Partido Comunista que apoya al Estado de Israel en la guerra árabe-israelí de 1948, como parte de los acuerdos de Yalta.
Aquí se encuentra uno de los fundamentos que explica la emergencia del Ejército, que ocupa el “vacío de poder” dejado por a una burguesía débil, que perdió el control de la nación, un imperialismo británico en retirada y una clase obrera y juventud radicalizadas a las cuales el PC se niega a conducir a la revolución. Esto, que en parte explica el origen del nacionalismo burgués de Nasser (bonapartismo sui generis, según la categoría de Trotsky) en la etapa excepcional de la segunda posguerra, puede ayudar a echar luz sobre el rol del Ejército en el actual proceso revolucionario egipcio. El Ejército actual ya no es el de los “oficiales libres” de 1952, y tampoco se repite la excepcionalidad histórica de la segunda posguerra, pero su rol como “arbitro” tanto en la primera fase del proceso que tiró el gobierno de Mubarak, como en los actuales enfrentamientos y movilizaciones ante el giro “autoritario” del gobierno de Morsi, tienen fundamentos y regularidades históricas, y nos hablan en la actualidad tanto de las debilidades estructurales de la burguesía nacional como de las debilidades políticas de la clase trabajadora.
Revolución permanente en la actualidad
La caída de Mubarak en Egipto no fue solo la crisis de un régimen dictatorial, sino del conjunto de un sistema social y económico de subordinación al imperialismo, que ante la crisis económica doblegó las penurias y miserias de la clase trabajadora, la juventud “sin futuro” y los sectores populares. 20 millones de egipcios viven actualmente con dos dólares por día.
El primer gobierno elegido democráticamente, el de Morsi, rápidamente se demostró incapaz de garantizar las mínimas libertades democráticas y apeló una vez más al Ejército para salvaguardar el orden político. Además de mantener los pactos de paz con el Estado de Israel, está en curso una negociación con el FMI [4], que solo prepara mayores ajustes para las masas trabajadoras y una reestructuración económica que profundizará el carácter semicolonial del país. El grupo trotskista que actúa en Egipto, ligado al SWP Británico, que han roto con la teoría de la revolución permanente de Trotsky, llamó a votar y saludó el triunfo de Morsi en la segunda vuelta como un éxito de la “revolución democrática”. Esta visión entró en crisis rápidamente, porque el cambio de régimen no modificó sustancialmente ninguna de las condiciones que motorizan el proceso revolucionario, sino que, por el contrario, estableció un nuevo poder contrarrevolucionario que prepara mayores ataques. Es necesario romper con el etapismo, ya que nuevas versiones de “cambios de régimen” se preparan preventivamente desde el Frente de Salvación Nacional, en particular el neo-nasserismo de Sabahi.
La teoría y estrategia de la revolución permanente, si es tomada por la vanguardia obrera y juvenil revolucionaria, es la única que puede indicar un camino de liberación para Egipto y de triunfo de su revolución.
Originalmente publicado en el blog polemica social [5]
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FUENTES:
Joel Beinin, Formation of the Egyptian working class, Middle East Research and Information Project (MERIP). MERIP Reports, No. 94, Origins of the Working Class in the Middle East, 1981.
Joel Beinin, Workers and Peasants in the Modern Middle East, (The Contemporary Middle East) Cambridge University Press, 2001.
Ahmed Abdalla, The Student movement and national politics in Egypt, Al Saqi Books, London, 1985
Eduardo Molina, Simone Ishibashi , A un año y medio de la “primavera árabe”, Revista Estrategia Internacional No. 28, Septiembre 2012.
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