La fuerte ofensiva reaccionaria, tanto interna como en la arena internacional, que lanzó la presidencia Bush después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 con el objetivo de consolidar la supremacía norteamericana al comienzo del siglo XXI (o más precisamente en el mundo pos Yalta), no ha logrado sus frutos. Por el contrario, el fracaso en rediseñar el Medio Oriente en general, y en particular los límites del poderío militar norteamericano puestos de manifiesto en Irak, el empeoramiento de las relaciones con las demás potencias y la pérdida de legitimidad e influencia a nivel internacional, así como los claros síntomas de deterioro de la economía y del consenso social en el plano interno indican que se han acelerado los síntomas de la decadencia norteamericana como resultado de la presidencia Bush. Esto se convierte sin duda en la principal fuente de convulsiones y contradicciones en la situación mundial para los próximos años y lustros. En lo inmediato, luego de las elecciones de medio término del 7 de noviembre, Estados Unidos entra en un periodo difícil para su dominio. Así lo demuestran el fin del apoyo de masas a la política guerrerista en Irak, la debilidad política y la parálisis de la administración republicana y el creciente vacío que deja en el escenario internacional el debilitamiento de la hegemonía de EE.UU..
En esta nota intentaremos dar cuenta de esta nueva realidad partiendo de los elementos más inmediatos para llegar hasta las cuestiones más de fondo que marcan esta tendencia.
-A. Un periodo difícil para el dominio norteamericano
El fin del apoyo de masas a la política guerrerista en Irak
Las elecciones de medio término constituyeron una importante derrota del presidente Bush y del Partido Republicano. El Partido Demócrata recuperó el control de la Cámara de Representantes después de doce años, obteniendo al menos 28 bancas que estaban en poder de sus rivales, además del control del Senado. También favorecieron a los demócratas las elecciones a gobernadores, en las que se impusieron por un margen de dos a uno.
Este resultado se explica por el rechazo a la guerra de Irak (más allá de la política a favor de su continuidad por parte de la dirección y de la gran mayoría de los candidatos del Partido Demócrata), por los escándalos de corrupción económica y personal que salpicaron al Capitolio [1] así como por la insatisfacción con el crecimiento económico de los últimos años, que no se traduce en una mejora del nivel de vida de la población. De estas cuestiones la determinante fue indudablemente la política norteamericana en Irak. Lo que está claro es que el electorado ha dejado de brindarle apoyo a la conducta de la administración Bush en la guerra. El Financial Times, que en términos generales hace un buen análisis de la votación, sostiene: “En las encuestas de salida de urna, más del 60 % de los votantes declaró que los asuntos nacionales determinaron su voto. Motivados principalmente por su oposición a la guerra en Irak, los votantes a lo largo y a lo ancho de Estados Unidos respaldaron a los candidatos demócratas sin tener en cuenta si eran liberales o conservadores frente a los temas sociales. Ya sea que representaran distritos de la tradicionalmente liberal zona noreste de Estados Unidos, los estados más disputados del mediooeste que podrían cambiar el resultado, los estados ideológicamente pragmáticos del oeste, o incluso los distritos conservadores al sur de la línea Mason-Dixon, los candidatos republicanos fueron castigados por su asociación con la impopular guerra en Irak del presidente George W. Bush.” [2] . Señalando que el voto fue un castigo a Bush más que un apoyo a los demócratas, agrega: “La trama central de las elecciones de mitad de mandato de 2006 es que los votantes estuvieron guiados por su oposición a la guerra en Irak,”declaró Charlie Cook, cuyos informes políticos son leídos por una amplia mayoría de los expertos en Washington. “No se trató de un voto a favor de los demócratas sino más bien de un voto contra el Presidente Bush y la guerra en Irak.”
En este marco, a Bush y la maquinaria republicana no les alcanzó esta vez con atalonarse con su propia base derechista que permitió la reelección en los comicios de 2004. Por primera vez desde los atentados terroristas del 11/9/2001, tampoco resultaron útiles las campañas sistemáticas de terror sobre la población, utilizadas por Bush como arma para lograr una base social reaccionaria y mantenerla leal a sus políticas pese a sus desastrosos resultados. El discurso polarizador que consideraba que “aquel que quiere un cronograma de retirada de Irak le capitula al terrorismo”, retórica que le dio buenos resultados en el pasado, demostró su escasa eficacia en las últimas elecciones.
La debilidad política y la parálisis de la presidencia norteamericana
El cambio del escenario político en Washington deja a la Casa Blanca a la defensiva. Aunque los demócratas prometieron seguir financiando la guerra de Irak y no llegar a un impeachment del presidente, la perspectiva de investigaciones y audiencias en la Cámara sobre el manejo de la guerra, sobre lo que realmente sabía la administración Bush respecto de la existencia de armas de destrucción masiva, sobre si Halliburton -un gigante corporativo, en donde trabajó el vicepresidente Dick Cheney en el pasado- recibió en forma injusta un tratamiento ventajoso con importantes contratos en Irak, entre otros temas, es altamente probable, sobre todo teniendo en cuenta la cercanía de las elecciones presidenciales de 2008 [3]. El resentimiento de ex funcionarios de la administración, de las Fuerzas Armadas y de la CIA, que se han venido alejando de las políticas del actual gobierno, puede enrarecer más el panorama, en un clima muy similar a los días finales de la guerra de Vietnam. La renuncia del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, el día siguiente a la elección, es una muestra de buena voluntad hacia la fortalecida oposición demócrata, al tiempo que un intento de la Casa Blanca para evitar la andanada de investigaciones que podría producirse cuando asuma la nueva legislatura en enero. En estas circunstancias, la presidencia de Bush podría quedar paralizada. Bush puede transformarse en un lame duck (“pato rengo”) en el peor sentido del término. No sólo no dispondrá de nuevas elecciones en las que influir, sino que la debilidad y los bajos niveles de aprobación de los dos últimos años de su presidencia serán pasmosos. Las consecuencias para la política exterior norteamericana y el papel de EE.UU. en el mundo pueden ser graves.
Un creciente vacío en el escenario internacional
Una presidencia fuerte y un control total de ambas cámaras del Congreso, además de una Corte ultra conservadora, fueron los elementos claves de la ofensiva reaccionaria de Bush, tanto internamente -con la deleznable “Acta Patriótica”, la aceptación de la tortura como recurso y el control electrónico de las comunicaciones-, como a nivel internacional. El fuerte deterioro de los pilares de su poder político deja a la presidencia de EE.UU. en posición vulnerable [4].
El resultado electoral probablemente refuerce la tendencia a la indecisión y el retroceso en la política exterior. La falta de iniciativa de la política exterior norteamericana ya se mostraba en un creciente número de frentes, empezando por el fracaso cada vez más evidente de Irak, donde en el mes de octubre de 2006 murieron más de 100 soldados norteamericanos (la tercera cifra más alta desde que comenzó la guerra), y llegando hasta el fortalecimiento transitorio de Irán como potencia regional en Medio Oriente, o las dificultades de lidiar con una Corea del Norte en posesión de armamento nuclear. En estos dos últimos casos, EE.UU. se apoyaba cada vez más en la Unión Europea (UE) o en China, respectivamente. La pérdida de autoridad de la Casa Blanca puede profundizar esta tendencia en los próximos años. Sin embargo, la UE se encuentra poco dispuesta o con escasa capacidad de asumir mayores cuotas de liderazgo internacional después del fracaso en aprobar la Constitución Europea en 2004, hallándose a la espera de cruciales elecciones presidenciales en Francia y frente a un eventual cambio de gobierno en Gran Bretaña.
En estas condiciones, frente a la debilidad de la hegemonía norteamericana crecen las probabilidades de que el escenario mundial se caracterice por un creciente vacío. Esta perspectiva abre una ventana de oportunidad en lo inmediato para países semicoloniales como Irán y grandes potencias regionales (como la re-emergente Rusia y la ascendente China) para acrecentar su influencia en la arena internacional. El ensayo nuclear norcoreano o el bloqueo aéreo, ferroviario, marítimo y del servicio postal por parte de Rusia contra Georgia, un aliado de EE.UU., alegando cuestiones de espionaje -ambos acontecimientos ocurridos antes del 7 de noviembre- así lo demuestran. Lo que está claro es que la debilidad norteamericana aumenta los márgenes de maniobra de éstos u otros actores en la política internacional. A su vez, el deterioro de la potencia hegemónica, responsable central del mantenimiento del orden político que permite la acumulación de capital y del reforzamiento del sistema capitalista mundial, puede ser utilizado por el movimiento de masas, como ya lo demostraron el fracaso militar de Israel y la victoria política de Hezbollah en la reciente guerra del Líbano. Recordemos además la inestabilidad y crisis que atraviesa el propio patio trasero de EE.UU., México, con un nuevo gobierno deslegitimado que no tendrá siquiera una luna de miel con Washington (a la que siempre aspiran los nuevos mandatarios mexicanos), como queda claro por la construcción del muro en la frontera entre ambos países, y sometido a procesos inéditos de la lucha de clases en los últimos décadas como la Comuna de Oaxaca.
En otras palabras, y para la situación internacional de conjunto, la combinación de crecientes límites del poderío militar norteamericano, la debilidad pasmosa de la presidencia Bush, la pérdida de legitimidad y el creciente antinorteamericanismo en el mundo, en el marco de movimientos diplomáticos que recortan el margen de maniobra de EE.UU., genera por un lado una creciente tensión interestatal que abre brechas a nivel regional y entre las grandes potencias con una tendencia a mayores crisis políticas e incluso militares como estamos viendo en Irak y Afganistán. Esta emergente realidad impide un afiatado manejo del orden capitalista internacional del que EE.UU. es el principal garante, pese a que en los últimos años se ha transitado una situación de ciclo económico ascendente que ha actuado como amortiguador de las contradicciones sociales, económicas e incluso políticas arriba planteadas, evitando por ahora una fractura o dislocación en el terreno de las relaciones interimperialistas (a pesar de su degradación) y del mercado mundial (a pesar de sus crecientes desequilibrios y tensiones como el mismo crecimiento de las corrientes y el estado de ánimo proteccionistas en EE.UU.). Pero si el crecimiento de la economía internacional ha actuado como contratendencia a esta nueva situación de la potencia hegemónica, la pérdida de fortaleza e influencia en el escenario internacional de EE.UU. debilita a sus aliados gubernamentales más estrechos como fue el caso de los anteriores gobiernos de España o Italia, o actualmente del sobreviviente Tony Blair en Inglaterra, así como de los gobiernos más proimperialistas en el “mundo” semicolonial como el nuevo Presidente de México, lo que alienta en perspectiva el desarrollo de la lucha de clases y la emergencia de nuevos fenómenos políticos, aunque por ahora, a pesar de la creciente actividad del movimiento de masas, no sea la lucha de clases lo que prime sino la crisis y tensiones en las alturas.
Estos elementos, sumados a la desaceleración de la economía norteamericana que se anticipa en 2007 o un eventual cambio de dinámica de la economía internacional afectada por las crecientes contradicciones políticas en el corazón del imperio, pueden hacer que la situación internacional cambie de signo pasando de indefinida luego del empantanamiento del ejército norteamericano en Irak en 2004 a una nueva situación abiertamente favorable al movimiento de masas.
B. La aceleración de la decadencia norteamericana
-1) La piedra de toque: Irak y el Medio Oriente
El giro neoconservador y el intento de rediseñar el Medio Oriente
Con su política ofensiva y guerrerista a nivel internacional (y un régimen interno crecientemente bonapartista), los neoconservadores dejaban atrás la política de cierta asociación con Europa Occidental y Japón, que daba alguna participación a éstos en las políticas determinantes del orden mundial [5]. Se encaminaban hacia una política de carácter unilateral que intentaba cambiar la relación de fuerzas con sus competidores imperialistas a favor de Estados Unidos por un largo periodo de tiempo, al tiempo que también se reformulaba la relación con las burguesías semicoloniales, asegurando las condiciones de “un nuevo siglo americano”. El punto más alto de esta ofensiva fue la invasión de Irak [6]. Esta tenía el objetivo de darle una dura lección al llamado fundamentalismo islámico en particular y a las masas de la región en general, pero sobre todo reafirmar la supremacía militar de EE.UU. ocupando un país “intermedio”. De este modo se provocaba un efecto “en cadena” en los países de la región, modificando las bases y las alianzas en que se asentaba el orden regional dominado por Estados Unidos.
La nueva política trastocaba los dos pilares básicos de lo que había sido la política estadounidense en la región desde la “Guerra de los Seis Días” de 1967, cuando el triunfo de Israel consolidó a ese estado como potencia regional: la defensa del Estado sionista y del régimen Saudita [7].El primero, cumpliendo funciones de “gendarme regional” frente al ascendente nacionalismo árabe. El segundo, garantizando la estabilidad de los flujos mundiales de petróleo, a cambio de la defensa de Arabia Saudita frente a sus enemigos en la región, como ocurrió en la guerra del Golfo de 1991 ante a la ocupación de Kuwait por las tropas de Saddam Hussein.
La política de los neocon (llamados por algunos “la derecha sionista”) priorizaba la alianza con el Estado de Israel (considerado el único aliado fiable en la región ) en detrimento de Arabia Saudita, a la que buscaba restringir en el papel de productor clave del mercado petrolero mundial, mientras auspiciaba un proceso de reformas que permitiera una modernización de la monarquía de Ryad, de cuyo territorio provenía la mayoría de los participantes del 11/9 (y el propio Bin Laden). Con respecto a Irak e Irán, los neocon buscaban transformar la política de “doble contención” (“dual containment”) de estos dos países -que guió a Bush padre en la primera Guerra del Golfo [8], como la del equipo de política exterior de Clinton- por lo que un propagandista neocon llamaba una “Dual Rollback of Iran and Irak” [9] o el derrocamiento de ambos regímenes.
En relación al conflicto árabe-israelí, se daba vía libre al gobierno sionista para imponer una solución unilateral al problema palestino, dejando atrás la salida negociada que había buscado tanto la administración de Bush padre como, más decididamente, el gobierno de Bill Clinton [10].En síntesis, instaurar un orden regional más pronorteamericano y abiertamente pro sionista [11].
La concreción de este proyecto, además de la operación en Afganistán, y las alianzas estratégicas con Israel y la India, hubiera implicado poner a la defensiva a los regímenes musulmanes de un enorme arco geográfico (desde Arabia Saudita en el Golfo Pérsico, pasando por el eje Irán-Siria y hasta Pakistán en el sur de Asia, con proyecciones a través de Egipto y Marruecos hacia el norte de África, a la vez que con enormes recursos para influir en Asia Central ). Como veremos, sus resultados han sido todo lo contrario de lo que sus impulsores esperaban [12].
-Resultado I: El triunfo de Hamas y la crisis del plan “retirada unilateral”
Estados Unidos y el resto del denominado “Cuarteto” -que incluía a la Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas- habían impuesto el primer ministro dentro de las instituciones de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para marginar al entonces presidente Yasser Arafat y permitir una concentración de poder en los líderes palestinos dispuestos a aceptar el plan imperialista. Pero sus cálculos resultaron erróneos. Por su política conciliadora con el Estado de Israel, Mahmoud Abbas, presidente de la ANP, perdió las elecciones legislativas del 25 de enero de 2006.
La victoria de Hamas ponía al descubierto la bancarrota militar, política y moral de la dirección palestina histórica, Al Fatah, así como el cansancio de la población con un proceso de paz que había empeorado las condiciones de vida y multiplicado los padecimientos cotidianos de las masas palestinas.
Desde entonces, a principios de 2006, Estados Unidos, la Unión Europea, los gobiernos árabes, y el propio presidente de la ANP estuvieron ejerciendo una presión insoportable sobre el gobierno palestino dirigido por Hamas, buscando su colapso.
El primer chantaje fue suspender el financiamiento internacional del que en gran medida depende la subsistencia del pueblo palestino, condenado por Israel a no disponer de sus propios recursos y a tener que cumplir el papel de fuente de mano de obra barata en las ciudades israelíes. El Estado de Israel también suspendió el pago de los impuestos que está obligado a reintegrar al gobierno palestino. Esta situación de ahogo económico llevó prácticamente a la paralización de la administración palestina.
Posteriormente trataron de que tanto el control de las fuerzas de seguridad como la conformación de un futuro ejército estuvieran bajo la jurisdicción del poder ejecutivo de la Autoridad Palestina (en manos de Al Fatah), quitándole esta atribución al gobierno de Hamas. Esta situación derivó en enfrentamientos entre Al Fatah y Hamas que amenazaron con la posibilidad de una guerra civil, al tiempo que se profundizaban las divisiones entre el ala política de Hamas -más proclive a aceptar una negociación- y el ala militar de esa organización.
El presidente Abbas, intentando sacar ventaja de la situación caótica, presionó a Hamas para que suscribiera un documento, elaborado por dirigentes palestinos presos en Israel [13], en el que se aceptaba la construcción de un semi-Estado palestino en los actuales territorios ocupados, reconociendo implícitamente no sólo al Estado de Israel sino también sus conquistas territoriales hasta la guerra de los seis días de 1967. Se limitaba la resistencia contra Israel sólo a los territorios ocupados, se llamaba a la conformación de un “gobierno de unidad nacional” y se autorizaba únicamente a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y a Abbas a negociar en nombre de todo el pueblo palestino. El gobierno de Hamas terminó aceptando y firmando este documento ante la amenaza de Abbas de convocar a un referéndum sobre el mismo. Esto constituyó una importante concesión del ala política de Hamas apretada por las circunstancias. Sin embargo, las ambigüedades del mismo demostraban que esta dirección aún no había llegado al nivel de capitulación de la dirección histórica de la OLP, que bajo la dirección de Arafat terminó entregando en los acuerdos de Oslo la lucha del pueblo palestino y su legítimo derecho a la autodeterminación nacional, aceptando la llamada “solución de dos Estados”.
Para el gobierno del primer ministro israelí Olmert la concesión de Hamas no fue suficiente. En conjunto con los países imperialistas exigía el reconocimiento explícito de Israel, de los acuerdos firmados por la Autoridad Palestina con Israel en el pasado y la deposición de las armas. Utilizando la excusa del secuestro de un soldado, el Estado de Israel lanzó un brutal ataque militar con bombardeos y misiles contra la Franja de Gaza y el pueblo palestino, a menos de diez meses de su “retirada unilateral”. Con la escalada militar Israel pretendía lograr mayores concesiones. Recurriendo una vez más al método brutal de los ejércitos de ocupación, el Estado sionista buscaba quebrar la voluntad de resistencia de la población palestina por medio del hambre, la falta de agua y de electricidad, los ataques contra las ciudades y zonas densamente pobladas (como los campos de refugiados de Gaza), asesinando a dirigentes populares, mujeres y niños, impidiendo que los palestinos puedan siquiera trabajar por un salario miserable en Israel. En tanto, seguía construyendo el muro de separación que rodea a las ciudades palestinas, mostrando abiertamente su carácter racista y colonialista. Avanzaba con su plan de anexar definitivamente a las fronteras de Israel los territorios ocupados por asentamientos de colonos en Cisjordania y Jerusalén. Este último era el corazón del plan de Olmert, como continuidad de la “retirada unilateral” pergeñada por Sharon, que sin ningún diálogo con los palestinos, culminaría con el desalojo de las colonias más chicas, aisladas, poco interesantes, para, a cambio, anexar al territorio israelí no sólo toda Jerusalén sino las grandes colonias ilegales de Modi’in Illit, Gush Etzion, Ariel, Ma’aleh Adumin, que suman más de doscientos mil habitantes. Este plan reaccionario contaba con el aval del presidente Bush y era una salida aun más a la derecha que la “hoja de ruta”, que hasta ese entonces era el marco diplomático internacional para la resolución del conflicto, y que ni siquiera hace alusión a las resoluciones de la ONU que exigen el retorno de Israel a las fronteras de 1967 y la demolición del muro. Sin embargo, esta política dura de Olmert hizo agua después de la debacle militar en el Líbano [14]. Aunque Israel nunca abandonó su ofensiva en Gaza, la política para “resolver a su manera” la cuestión palestina se encuentra hoy en un impasse estratégico: por un lado, la perspectiva de una capitulación palestina significativa en la mesa de negociaciones parece momentáneamente más lejana; por otro, el gobierno de Olmert no ha podido imponer la solución unilateral ingeniada por Sharon y tampoco puede recurrir a una suerte de “solución final” en términos de una “limpieza étnica” de proporciones como las que ya realizó en el pasado [15].
La debilidad del Estado sionista puede constatarse en las posiciones sostenidas por diarios como Haaretz llamando a la conformación de una fuerza internacional para Gaza [16], como la que recientemente le cubrió las espaldas de urgencia a Israel en la guerra del Líbano. Pero esto está muy lejos de la histórica oposición de Tel Aviv a “internacionalizar el conflicto”, basada en la presunción de que el despliegue de una fuerza externa limitaría a la Fuerza de Defensa Israelí y haría difícil a los militares proteger a Israel.
Muy recientemente, a fines de noviembre de 2006, el gobierno de Olmert ha decretado un sorpresivo cese del fuego en Gaza, y en un discurso posterior ha ofrecido liberar un número importante de prisioneros palestinos a cambio de la liberación del soldado israelí Gilad Shalit -cuya captura fue la excusa que utilizó Israel para lanzar la última invasión a este territorio-, así como una significativa reducción de los controles al movimiento de personas y mercancías en Gaza y Cisjordania y la completa reapertura de negociaciones para crear un Estado palestino. Esta oferta de negociaciones de paz busca fortalecer a Abbas para la formación de un nuevo gobierno palestino que, a diferencia de la actual administración de Hamas, reconozca al Estado de Israel y renuncie a la violencia. Más importante que las consideraciones palestino-israelíes, el cambio de discurso del Primer Ministro israelí es una concesión a (y un pedido de) los países árabes a cambio de su colaboración en Irak y su alianza contra Irán. Sin embargo, nadie espera que Bush presione a fondo a Israel en busca de concesiones territoriales significativas para los palestinos, pese a las mismas recomendaciones del Grupo de Estudio sobre Irak, que plantea reanudar las conversaciones sobre la solución del conflicto palestino.
Por su parte, la decisión de Abbas de convocar a elecciones presidenciales y legislativas para superar el impasse en la formación de un gobierno de unidad nacional ha sido considerada por Hamas como un intento de golpe de estado. Este es el último chantaje de la dirección colaboracionista de Al Fatah, avalada por el imperialismo y el Estado sionista, al viaje a Teherán del primer ministro de Hamas, Ismail Haniyeh, para demostrar que su administración dispone de otras fuentes de financiamiento a pesar del boicot internacional, al tiempo que declaró en la capital iraní que su gobierno nunca reconocerá al Estado de Israel. La creciente tensión entre estos dos sectores ha escalado a una guerra civil de hecho con una semana de enfrentamientos armados, atentados, quema de oficinas y propiedades y movilizaciones calientes en las calles de Gaza y en cierta medida en Cisjordania. El cese del fuego alcanzado es enteramente frágil no sólo por la falta de consenso sobre el tema electoral sino por el nivel de violencia sin precedentes entre ambos grupos que puede desembocar en una guerra civil de consecuencias impredecibles.
Una guerra intestina entre los palestinos fortalecería al Estado sionista tras su fracaso militar en la guerra del Líbano. Sin embargo, en el marco de la enorme inestabilidad en la región no están claras las consecuencias y repercusiones que tal acontecimiento podría tener. El temor de los regímenes árabes vecinos al desencadenamiento de tal escenario es palpable, como muestra la invitación no oficial realizada por el Rey de Jordania, Abdullah, a Ismail Haniyeh y Mahmoud Abbas para saldar sus diferencias. La última cosa que Abdullah quiere es que el conflicto entre Hamas y Al Fatah escale de Gaza y Cisjordania, a la capital de su país, Amman, donde viven millones de palestinos. Otros países árabes también han expresado reservas: Egipto está enojado con Abbas porque éste no los consultó antes de su llamado a elecciones. Estos países árabes, al igual que Arabia Saudita, temen que Fatah podría perder tanto el control del Parlamento como de la Presidencia, lo que según su lógica negociadora crearía una situación en la cual no habría ningún dirigente palestino aceptable que pueda representar a la Autoridad Palestina frente a la comunidad internacional en el terreno diplomático. Este temor no es infundado ya que aunque es verdad que la situación en los territorios es insoportable debido al boicot generalizado, eso no equivale necesariamente a que la población culpe a Hamas por la situación que le impone Israel, las potencias imperialistas y los gobiernos árabes de la región. Hamas, a su vez, apuesta a un debilitamiento de las sanciones. Según su asunción los países árabes no serían capaces de ver durante mucho tiempo el padecimiento que sufren las masas palestinas sin romper el cerco, sobre todo en el marco de la voluntad de Irán de ayudar a Hamas y de la competencia con los Estados árabes por la influencia sobre los palestinos.
Resultado II: El primer fracaso militar de Israel en su historia
Lejos del fortalecimiento que ansiaba la política de los neocons, el Estado de Israel sufrió el primer fracaso militar de su historia en la reciente guerra del Líbano. El resultado de la guerra conlleva la erosión del principal pilar de la seguridad nacional israelí: su imagen beligerante exitosa, encarnada en un vasto, poderoso y técnicamente avanzado ejército, al que se le reconoce capacidad de dar golpes decisivos sobre sus enemigos. Esto puede constituir un acontecimiento histórico de significado opuesto a la Guerra de los Seis Días de 1967 [17]. Esa enorme derrota contrarrevolucionaria de los pueblos árabes abrió una nueva etapa del conflicto árabe-israelí que implicó un duro golpe para las masas y países de la región y estableció el status de Israel como potencia regional. A su vez, significó el comienzo de la debacle del nacionalismo árabe liderado por Nasser. Por el contrario, el resultado de la reciente guerra hasta el momento, puede abrir en Medio Oriente un cambio estratégico opuesto a los intereses del Estado sionista y de EE.UU.. Como dice David Hirst, corresponsal del diario inglés The Guardian en Medio Oriente de 1963 a 2001: “Lo nuevo de esta campaña es su resultado. Los árabes pronto la bautizaron la Sexta Guerra Árabe-Israelí, y para algunos de ellos -y de hecho para algunos israelíes- ya se perfila, por sus consecuencias estratégicas, psicológicas y políticas, quizás como la más significativa desde la “Guerra de Independencia” de Israel en 1948. No es simplemente el desempeño de Hezbollah lo que cambió el equilibro político a expensas de Israel; es el ejemplo que establece para la región (...) el logro de Hezbollah tuvo un impacto electrizante en las masas árabes y musulmanas que transciende en gran parte la otrora creciente división entre sunitas y chiítas; contribuirá a su mayor radicalización y, si no es apaciguada por los regímenes árabes, a trastocar todo el orden regional” [18]. Lo determinante es que el fracaso israelí levantó la moral de las masas árabes, generando fuerzas tendientes a la unidad por encima de las divisiones religiosas, lo que puede alentar su despertar político y la movilización independiente contra los gobiernos árabes reaccionarios y contra el propio Estado “terrorista” de Israel. Junto a la resistencia de Hezbollah, las razones que explican el fracaso militar israelí ponen de manifiesto una considerable descomposición del Estado sionista. La mezcla de arrogancia y “prepotencia militar”, confianza en la superioridad de su tecnología y racismo de sus oficiales, educados en la creencia de que el soldado israelí es superior al árabe, le jugaron una mala pasada. La confianza de sus generales en su imbatibilidad en una guerra convencional y la visión de Hezbollah como un grupo inoperante, que en pocos días sería diezmado con ataques aéreos, llevó a la dirigencia política a fijar objetivos ambiciosos pero irrealizables. Esto, junto a las sorpresas tácticas de Hezbollah [19], los innumerables errores de inteligencia [20], la falta de suministros que desmoralizó a su tropa y la poca preparación del ejército, son las claves de su fracaso. En otras palabras, con un ejército habituado en los últimos años a tareas policiales en los territorios palestinos ocupados y cruzado por el fantasma de una nueva guerra de desgaste de contrainsurgencia como fue la del Líbano de 1982 -considerado el “Vietnam” israelí- que desgarrara a su sociedad, y enfrentado al creciente aislamiento internacional, el Estado de Israel terminó cediendo.
Sin embargo, la crisis es más estructural. No es sólo el fracaso de los objetivos del gobierno de Ehud Olmert, sino un conjunto de elementos negativos que demuestran una importante descomposición del Estado sionista. En él se mezclan indicios de corrupción, torpeza en las decisiones y hasta el olvido criminal de un segmento sustancial de su propia población, el caso del más de un millón de israelíes pobres que fueron abandonados a su suerte en el norte de Israel frente a los misiles de Hezbollah. A esto se suman las críticas de los reservistas que regresan del frente sobre el equipamiento inadecuado, la escasez de raciones y las preguntas sobre cómo se usó un presupuesto militar que aumentó desde 2001. Los signos de decadencia en la capa dirigente son apabullantes. El “escándalo Halutz”, el jefe de las FF.AA. que vendió sus acciones en la Bolsa el mismo día que comenzaron las operaciones militares, sacudió a la opinión pública. El primer ministro Olmert y su esposa se beneficiaron con adquisiciones inmobiliarias, mientras el ministro de Justicia fue acusado de acoso sexual. Tampoco se salvan los “generales”. El ex primer ministro y “halcón” Sharon (después en estado de coma) y su hijo fueron sobornados para la compra de una isla griega por el hipercorrupto empresario de extrema derecha David Appel [21]. El general Ehud Barak, otro ex primer ministro, renunció a su escaño legislativo para convertirse en “consejero” de aseguradoras de riesgos, en asociación con multimillonarios israelíes. Esto sin nombrar los innumerables negociados del duro Netanyahu, líder del Partido Likud, con el mafioso Jack Abramoff, a su vez ligado al texano y “cristiano sionista” Tom De Lay, ex líder de la bancada de diputados del Partido Republicano defenestrado por escándalos de corrupción. Pareciera que la avaricia y el enriquecimiento personal que caracterizan al capitalismo, exacerbados en los últimos años de “neoliberalismo”, carcome a la élite sionista, quitándole toda autoridad moral mientras lleva a sus soldados a morir como “carne de cañón”. Esto configura estratégicamente un muy significativo handicap a favor para lograr la derrota y disolución de ese enclave del imperialismo, el Estado sionista. En lo inmediato, el frágil gobierno de coalición de Olmert fue severamente herido por el resultado de la guerra, lo que lo ha forzado a alcanzar un compromiso con el partido ultraconservador Yisrael Beiteinu. Este partido de extrema derecha acordó unirse al gobierno con un buen número de condicionamientos -uno de los cuales es el nombramiento de su jefe, Avigdor Lieberman, como ministro de Asuntos Estratégicos, encargado de la política israelí hacia Irán. En otras palabras, una fuente de nuevos conflictos. Por su parte, en Líbano el fortalecimiento de Hezbollah, más allá de sus implicaciones regionales, está poniendo en cuestión el único avance que hasta ahora podía mostrar el imperialismo norteamericano en la región: la llamada “Revolución de los Cedros” y la constitución del gobierno proimperialista, encabezado por el primer ministro Fouad Siniora. La presión de Hezbollah en alianza con los cristianos maronitas del ex general Aoun para alterar la composición del gabinete en su favor y tener poder de veto sobre las decisiones, ha llevado a una fuerte crisis al gobierno de Siniora con la renuncia de los cinco ministros chiítas (los representantes de los movimientos Hezbollah y Amal), que amenaza con la caída del gobierno. El cambio en la relación de fuerzas internas que generó el resultado de la guerra está abriendo una crisis potencialmente explosiva en Líbano, en la que los aliados de EE.UU. están a la defensiva a pesar de sus provocaciones. Una muestra de esto ha sido el aval unánime del gabinete a la decisión de la ONU de crear un tribunal internacional que juzgue el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri [22], aprovechando el breve respiro que les dio el atentado en el que murió el ministro Pierre Gemayel [23], y aumentando la tensión entre el Consejo de Seguridad de la ONU y Siria y entre esta última y Arabia Saudita, que se disputan el control del Líbano. Sin embargo, esto no ha detenido las movilizaciones masivas de partidarios de Hezbollah, que vienen paralizando el centro de Beirut, afectando a la economía (sobre todo a la industria del turismo), en una muestra de quién está a la ofensiva. Sin embargo, a pesar de esta demostración de fuerzas, Siniora y los sponsors regionales e internacionales que lo respaldan se niegan a ceder, continuando el impasse. Si éste no se resuelve, no puede descartarse que el ejército libanés se haga cargo del gobierno en un intento de restaurar el orden. El jefe del ejército, general Michel Suleiman, ha alertado al gobierno y a la oposición que su fuerza está exhausta y no es inmune a las tensiones sectarias que cruzan al país. En una velada amenaza de golpe de estado, dijo que no permitiría que la crisis política dividiera al ejército según líneas sectarias.
Resultado III: La ocupación de Irak, una catástrofe de proporciones históricas
Estados Unidos no ha logrado ninguno de los objetivos que buscaba con la ocupación militar de Irak, especialmente su objetivo central: demostrar su abrumadora superioridad militar y su capacidad para ocupar un país de mediano porte como Irak, como mensaje atemorizador a todo aquel que se planteara enfrentar sus designios. Por el contrario, su ocupación militar en Irak se transformó en un pantano no solamente militar sino también político, con la continuidad de la insurgencia y la iniciación de una guerra civil que puede seguir escalando en intensidad. Esta situación tiene un enorme costo para su dominio regional y consecuencias graves para la percepción de su poderío a escala mundial. Para algunos analistas se trata más bien de una derrota militar o, más duramente, de una catástrofe de proporciones históricas: “Ahora todo el mundo dice que es un lío. Quizás esto sea quedarse corto, porque se trata de una derrota militar de primer orden. No importa qué errores se cometieron en la planificación, o si no hubo planificación. No importa que el equipamiento no haya sido el adecuado o que las tácticas o las estrategias no fueran como tendrían que haber sido. Hubo guerras que empezaron peor y se ganaron. Pero se ganaron realmente. En Irak, Estados Unidos ha sido derrotado militarmente porque no se han alcanzado ninguno de los objetivos más elementales que se podría haber dicho que tenía. No se trataba de objetivos tontos de clases de educación cívica en las escuelas secundarias que tenían que ver con la ‘democracia’ o ‘los corazones y las mentes’ - ¿Podría Stalin haber dejado de reírse si alguien le hubiese dicho que no se había ganado los corazones y las mentes de Europa del Este? No, para lograr cualquier tipo de objetivo militar Estados Unidos tenía que controlar Irak. Esto significa, ¡ah!, por ejemplo, controlar la ciudad capital, las principales carreteras, imponer de manera real la autoridad en todo el país, como los aliados han hecho en Alemania y Estados Unidos en Japón. Estados Unidos no ha establecido el control militar sobre la capital iraquí, y mucho menos en todo el país. Ese era su objetivo. El fin no era eliminar al ejército iraquí, que nunca fue considerado una amenaza, sino tener a Irak bajo su control de manera tal que, de acuerdo a la administración, no representara ninguna amenaza para Estados Unidos en el futuro - o en mi opinión, de manera tal que Estados Unidos fuera capaz de tener algún país, en alguna parte del mundo, bajo su control. Estados Unidos fracasó en alcanzar estos objetivos, pero esto no fue por la acción de una mancha solar o porque un asteroide dio contra la Tierra. Fracasó en lograr sus objetivos porque gente con armas en sus manos evitaron que Estados Unidos lograra sus objetivos. No sé si esta gente ganó, pero lo que es bastante claro es que Estados Unidos perdió. No logró sus objetivos y por eso no ganó. De manera que Estados Unidos no puede conquistar un país que ha estado funcionando a los tumbos por años; un país que, cuando está en buena forma es apenas lo suficientemente grande y sofisticado como para considerarlo un oponente serio. Retirarse ahora, sería sin ninguna duda, un claro ejemplo de salir corriendo. Es más que una derrota militar, es más que un desastre político, es una catástrofe de proporciones históricas.” [24]. El fracaso militar del imperialismo yanqui en derrotar la insurgencia sunita en Fallujah, que en abril de 2004 se combinó con el primer levantamiento de la milicia chiíta de Al Sadr, abriendo la perspectiva de una verdadera lucha de liberación nacional que derrotara a la invasión imperialista, lo llevó a utilizar la vieja fórmula de “divide y reinarás”. Esta política reaccionaria exacerbó las tensiones étnicas y religiosas del país, tensiones que dieron un salto en febrero de 2006 con el ataque a la mezquita Askariya de la ciudad de Samarra, situada a 100 kilómetros al norte de Bagdad, atentado atribuido al jefe de Al Qaeda en Irak, Al Zarkawi [25]. La ferocidad de los ataques sunitas, en particular los comandados por Al Qaeda -que propugnaban una guerra civil como mejor medio para empantanar militarmente a EE.UU.- llevaron a la respuesta creciente de las milicias chiítas, que no pudieron contenerse como pedían los clérigos chiítas, en especial Al Sistani (que ha venido perdiendo la influencia moderadora que tuvo en la historia post invasión de Irak). De éstas la que ha cobrado mayor peso es la milicia de Al Sadr, que controla el sur del país con excepción de Basora y sus alrededores, aparte de Sadar City en Bagdad, y se encuentra presente en buena parte de las fuerzas de seguridad y de policía que se fueron formando en los últimos tres años. La de Sadr es la única fracción con una base de masas real en todo Irak. Este movimiento fue dando un giro en su orientación: en abril de 2004 planteó un frente único basado en el nacionalismo hostil tanto a la influencia árabe como iraní en Irak, que casi tomó cuerpo cuando hicieron causa común los insurgentes sunitas atrincherados en Fallujah y las fuerzas de Al Sadr en la ciudad de Najaf contra el ejército norteamericano. Sin embargo, esta perspectiva no se materializó y frente a los crecientes golpes antichiítas de la insurgencia sunita, las fuerzas de Al Sadr o una multitud de milicias que actúan en su nombre, fueron emergiendo como una de las principales fuerzas que ejerce la violencia interreligiosa -aunque Al Sadr intenta moderar la reacción de sus partidarios, siendo en gran parte superado por ellos- responsables, al menos en Bagdad y las áreas adyacentes, de la mayoría de las matanzas sectarias. El deslizamiento hacia una guerra civil amenazaba con crear una desestabilización mayor, que impidiese a EE.UU. tener una salida decorosa. Ante esta realidad, la ocupación norteamericana alentó la formación del gobierno de “unidad nacional” de Al Maliki. Dicho gobierno, basado en la mayoría chiíta pero con una fuerte incorporación sunita, además de los kurdos, buscaba a su vez contener la insurgencia y frenar los enfrentamientos inter-religiosos, alentados también por las milicias chiítas. Pese a su éxito inicial con el asesinato de Al Zarqawi la situación, lejos de apaciguarse, se agravó. Por ejemplo en julio, cuando la atención mundial estaba puesta en Líbano, la violencia en Irak dio un nuevo salto: lo atestiguan las 3.438 muertes en ese mes, que se incrementaron aún más los meses siguientes. Las razones estriban en la continuidad de la resistencia contra la ocupación, el salto en la lucha sectaria y, cada vez más, en las crecientes pujas entre EE.UU. e Irán, país que se fue infiltrando en el sur del territorio iraquí, sobre todo en el movimiento de Al Sadr que, irónicamente, es la más anti iraní de todas las organizaciones chiítas. Junto a este elemento externo, que le ha dado a Irán una mayor (aunque no predominante) influencia en Irak, el país se encuentra totalmente dividido sobre el futuro, fundamentalmente sobre la estructura política que debe adoptarse (estado centralizado o federalismo) y ligado a esto, sobre el reparto de la renta petrolera, no sólo entre las distintas etnias y religiones sino también dentro de cada una de ellas, como lo demuestra la creciente tensión y los enfrentamientos dentro del chiísmo, o entre los sectores sunitas y los grupos fundamentalistas islámicos, que fueron aliados en la resistencia a la ocupación norteamericana. Anthony H. Cordesman, del CSIS, da una muestra patética de hasta dónde ha llegado la situación: “Según los cálculos del Departamento de Defensa, el nivel de violencia sectaria es entre 10 y 12 veces mayor de lo que era en enero, y no hay señales que indiquen que vaya a disminuir. Estos niveles de violencia, además, ignoran hechos de la realidad que están excluidos de los informes que nosotros como gobierno, y la coalición, hacemos de las luchas civiles. Los británicos han sido esencialmente derrotados en Basora, que está bajo el control de dos grupos islámicos extremistas chiítas débilmente coordinados, cuyas afiliaciones con Sadr o SCIRI son inciertas. El sureste de Irak ha caído bajo el control de varios elementos, que están relacionados pero sólo de manera débil, al gobierno central. Hay un proceso de limpieza sectaria y étnica, que se extiende más allá de las fronteras de Bagdad. Hay una continua formación de milicias, de violencia potencial en el área alrededor de Kirkuk. Si el conflicto de sunitas y chiítas sale fuera de control se presenta un problema de mucha gravedad, los kurdos van a tener que tomar decisiones muy difíciles, por ejemplo si se alían con los chiítas, si buscan algún tipo de independencia, si tratan de hacer un buen negocio en las zonas petroleras del norte de Kirkuk, o si buscan controlar esto por la fuerza. Estamos hablando en términos de territorio, por cierto. Y si leemos algunos de los informes, se concentran en Bagdad, pero la verdad es que, si uno observa las últimas seis semanas, lo que vemos es una constante y continua expansión geográfica de la violencia.” [26]. Aunque la operación iraquí se esta convirtiendo en un desastre para el imperialismo, esto no significa que el estallido de una guerra civil sea una variante positiva para el movimiento de masas. Por el contrario, desde el punto de vista de la movilización revolucionaria de las masas, la guerra civil en Irak es un fuerte obstáculo ya que impide su unidad para terminar con la ocupación y la dominación imperialista. Es una tendencia contrapuesta a la abierta con el fracaso militar israelí en Líbano, ya que aunque podría debilitar al imperialismo norteamericano en esta estratégica región, desgastaría a su vez las fuerzas de las masas, las únicas que con su unidad de clase, expulsando al imperialismo y derrotando al conjunto de los sectores burgueses reaccionarios que buscan dominar el país y se pelean por la parte del león de la renta petrolera -ya sean árabes sunitas, chiítas o kurdos- pueden dar una salida progresiva a la actual debacle provocada por la invasión imperialista.
Resultado IV: El fortalecimiento transitorio de Irán como potencia regional
Irán se ha beneficiado de una serie de acontecimientos lo que ha mejorado su posicionamiento en la región. Entre estos se cuenta el fracaso del ejército israelí en Líbano y el fortalecimiento de Hezbollah, aliado de Teherán y fundamentalmente los resultados negativos de la ocupación norteamericana en Irak, que terminaron favoreciendo a la mayoría chiíta, en detrimento de su enemigo histórico en la región -el Irak dirigido por los árabes sunitas.
Hasta el momento, Washington jamás aprovechó las aperturas que Teherán le ofreció para modificar estratégicamente las relaciones entre estos dos países que se distanciaron después de la revolución iraní de 1979. Esto fue claro en Afganistán, donde el enviado de Bush abrió conversaciones con el régimen de los ayatolá para coordinar esfuerzos para derribar a los talibanes. Pero las intenciones de Bush eran meramente tácticas sin permitir que la cooperación llevara a un cambio de actitud hacia Irán. Una vez que la ayuda iraní en Afganistán no fue más necesaria, las relaciones se enfriaron significativamente, en gran parte gracias a la influencia de Rumsfeld. Sólo semanas después de la Conferencia de Bonn en diciembre de 2001, donde la asistencia de Teherán fue crucial para alcanzar un compromiso entre los señores de la guerra de Afganistán, Bush puso a Irán en el “eje del mal” junto a Irak y Corea del Norte. Esto fue endureciendo las posiciones del régimen iraní.
Al principio, Irán toleró la invasión norteamericana, apostando a que ésta se debilitara a la vez que debilitaba a los sunitas. Cuando los yanquis modificaron relativamente sus alianzas y empezaron a apoyarse más en los sunitas, que dominaban el país bajo Saddan Hussein, para compensar la hegemonía absoluta chiíta, Irán pasó a una política de mayor desestabilización, aparentemente entrenando milicias en su territorio y alentando golpes contra los sunitas. En el último tiempo, viendo la debilidad interna de Bush y de las fuerzas norteamericanas en el terreno, buscó rediscutir sus avances logrados hasta ese momento en Irak, recordándole a EE.UU. quién era el nuevo jugador fuerte en el país, manteniendo un alto nivel de violencia. A esto hay que sumar sus avances en el terreno del enriquecimiento de uranio y en su derecho inalienable al desarrollo de un programa nuclear [27], cuestión que viene empujando hasta el límite pese a la votación por unanimidad de la ONU que lo llama a detener el desarrollo de su programa nuclear, pero en la que Washington fue incapaz siquiera de imponer restricciones para viajar a los encargados iraníes del programa nuclear.
El fortalecimiento transitorio de Irán amenaza con desestabilizar la relación de fuerzas en el Golfo Pérsico. Cuenta con el principal ejército en la región. Si a ese dato se añade la presencia de poblaciones chiítas (mayoritarias en algunas de las monarquías del Golfo o en regiones petrolíferas del reino saudita), se verá que las combinaciones esperables representan un peligro potencial tanto para la monarquía saudí como respecto al dominio del mercado petrolero mundial en general.
Una consolidación de Irán como potencia regional sería un duro golpe no sólo para la monarquía saudita (Irán compite por el liderazgo del mundo musulmán), sino para la principal potencia regional, Israel. Tel Aviv que teme que el avance del programa nuclear iraní, y los movimientos que Teherán impulsa, no sólo hagan crecer el frente antisionista sino, fundamentalmente, quiebren el monopolio nuclear israelí en la región, y la enorme fuerza de disuasión que esa exclusividad le otorga entre los países de la zona.
Resultado V: Todas las opciones de salidas de Irak son malas
Como explicamos más arriba, la última política de Washington en Irak ha sido crear un ambiente militar adecuado para sostener un gobierno centralizado. Esa fue su apuesta cuando asumió Maliki. Sin embargo, el crecimiento de las disputas internas y la interferencia externa, en particular de Irán, dieron por tierra con aquellas expectativas. Los más de cien soldados norteamericanos muertos en octubre así lo demuestran.
Con ese horizonte, mantener el curso, como sostuvo el presidente en su campaña electoral, se hace cada vez más difícil. Lo es, por un lado, frente al cambio de la situación interna en EE.UU., y por el otro, debido a la misma ineficacia de la actual política, que multiplica las bajas de las fuerzas norteamericanas sin conseguir una modificación cualitativa de la situación política o militar en Irak. Además, el esquema al que ha conducido la política actual deja atrapado a un alto porcentaje de las Fuerzas Armadas estadounidenses en el escenario iraquí, debilitando la posición general de EE.UU. en el mundo y haciéndolo vulnerable en otras áreas peligrosas del planeta. Esta consideración es en última instancia determinante para un cambio de rumbo.
Por otro lado, la variante de retirar unilateralmente las tropas sin un acuerdo político previo (con la humillación que esto significaría para el poderío militar de EE.UU., y el peligro que implicaría para el equilibrio de fuerzas en el Golfo Pérsico, en especial para Arabia Saudita), conduciría al fortalecimiento político y militar de Irán. En efecto, Teherán aprovecharía el vacío dejado por EE.UU. para avanzar sobre Irak, extender su poder sobre la frontera norte de Arabia y Kuwait, y sobre la frontera este de Jordania (con la consiguiente alarma de Israel), convirtiéndose en la potencia dominante de la región. Esto sin contar otros efectos posibles en el conjunto de Medio Oriente y el “mundo” musulmán en general [28], lo que hace evidente que la retirada unilateral no es una alternativa aceptable para el conjunto del establishment político y militar de Washington, sea del Partido Republicano o del Demócrata. En este contexto se vienen barajando distintas variantes, en medio de una lucha cada vez más abierta en los pasillos del poder, entre las distintas alas del establishment y de la administración en Washington:
Una de las alternativas barajadas postula un cambio de alianzas dentro del bloque gobernante, apuntalando al SCIRI (“Consejo Supremo de la Revolución Islámica”) [29] como eje de la nueva coalición conjuntamente con las corrientes sunitas moderadas, desplazando a la corriente de Al Sadr. Esta variante dejaría de lado no sólo a este sector chiíta sino a importantes sectores de la insurgencia, con las cuales habrían fracasado las conversaciones que se venían llevando adelante secretamente, poniendo un límite a la incorporación más decidida de sunitas, incluyendo la rehabilitación de muchos miembros del Partido Baath. Esta última cuestión es planteada enfáticamente por el Grupo de Estudio sobre Irak, liderado por el ex secretario de Estado James Baker y el ex diputado demócrata Lee Hamilton [30]. En oposición frontal a esta última opción, se especula sobre la denominada “solución del 80 %”, que incorporaría a los chiítas (60 %) y a los kurdos (20 %), dejando afuera del reparto del poder al 20 % sunita.
A pesar de las importantes diferencias tácticas con respecto a Irak, la mayoría de las fracciones en Washington concuerda en disminuir el peso de la corriente de Al Sadr y en destruir a su movimiento. Si bien ha colaborado con la ocupación norteamericana, la insistencia verbal de Al Sadr sobre un cronograma de retirada de todas las fuerzas de ocupación norteamericanas y el derecho de Irak a determinar cómo son explotados sus recursos petroleros, combinado con el mantenimiento de su milicia -que algunas fuentes calculan entre 40.000 y 60.000 hombres-, es visto como un creciente obstáculo para cualquiera de los planes de Washington. Además Al Sadr se opuso a la guerra israelí contra Líbano. En este contexto vienen creciendo en los últimos meses los enfrentamientos y las escaramuzas del ejército norteamericano y el ejército Mahdi. En caso de que Maliki -sometido por un lado a grandes presiones por parte de EE.UU. [31] y por el otro, del mismo Al Sadr que suspendió su participación en el gobierno retirando a sus cinco ministros del gabinete y a sus treinta parlamentarios después de la entrevista de Maliki con Bush el 30/11 en Jordania-, no logre restaurar el orden, no se descarta su reemplazo [32]. La decisión de ir contra el movimiento de Al Sadr puede implicar un baño de sangre, aportada por los sectores chiítas más pobres y de clase obrera, como los que viven hacinados en Sadr City. La visita de Al Hakim a Washington, es otro indicio de preparaciones para una confrontación armada con la milicia sadrista, y un intento de EE.UU. de remodelar a su régimen títere en Bagdad. Las declaraciones de Al Hakim en la capital norteamericana son elocuentes: “En un discurso ante el Instituto Estadounidense de la Paz, Hakim dijo que había que tener una respuesta militar más dura frente a la violencia de la milicia. Así declaró que ‘Los factores disuasivos no están a la altura de sus actividades criminales. Los ataques de parte de las fuerzas multinacionales no están a la altura de sus actividades criminales’” [33]. SCIRI, que ha sido uno de los más firmes partidarios de la invasión norteamericana, en función de asegurar el poder y los privilegios del clero chiíta y su élite propietaria, ya ha colaborado fuertemente con la ocupación norteamericana contra los sadristas, con quien compite por la influencia de la población chiíta. En abril de 2004, se opuso al levantamiento de Al Sadr y posteriormente, como parte del gobierno de mano dura de Iyad Allawi, sus ministros aprobaron el brutal ataque norteamericano a Karbala y Najaf donde fueron masacrados cientos de luchadores chiítas.
Los riesgos de esta variante son enormes, ya que podría desatar un levantamiento de gran parte de los chiítas, probablemente más difícil de aplastar que la rebelión chiíta contra Saddam Hussein después de la Primera Guerra del Golfo. Además está por verse la capacidad de Al Hakim de lograr tal resultado, que por otra parte no dejaría el menor vestigio de la ya frágil situación que vive Irak, empeorando el caos.
Por su parte, el Grupo de Estudio sobre Irak (ISG, por sus siglas en inglés) tiene como eje la reconciliación nacional, “esencial para que se reduzca la violencia futura y que se mantenga la unidad de Irak”. Todo el énfasis está puesto en cómo incorporar a los sunitas: “El gobierno iraquí debe enviar una señal clara a los sunitas y decirles que hay un lugar para ellos en la vida nacional. El gobierno debe actuar ahora mismo, enviar una señal de esperanza. A menos que los sunitas crean que pueden obtener un justo trato en Irak a través del proceso político, no habrá perspectiva de que la insurgencia termine.” Para eso recomienda: “La reconciliación política requiere la reintegración de los baatistas y los nacionalistas árabes en la vida nacional, donde estén excluidas las figuras líderes del régimen de Saddam Hussein. Estados Unidos debe incentivar el retorno de los profesionales graduados iraquíes -sunitas o chiítas, nacionalistas o ex baathistas, kurdos o de Turkmenistán o cristianos o árabes - dentro del gobierno.” Más aún, sobre el reparto de la renta petrolera, el punto que más ha dividido a los diferentes sectores en Irak, el ISG, toma claramente partido: “La renta del petróleo debe corresponder al gobierno central y ser compartida sobre la base de la población. Ninguna fórmula que le dé el control de las ganancias de futuras zonas petroleras a las regiones, o que le dé el control de las zonas petroleras a las regiones, es compatible con una reconciliación nacional.” Como se puede apreciar, los viejos “realistas” de la administración de Bush padre han hecho un “manifiesto” a favor de sus aliados árabes. Tanto es así que algunos sectores llaman al ISG “Saudi Protection League” (“Liga de Protección de Arabia Saudita”). El punto más conflictivo del informe, el llamado a la diplomacia internacional, en especial con el régimen iraní, no debe hacernos perder de vista que forma parte los recursos desplegados para acercarse a una reconciliación nacional, aunque este planteo y la alusión a un condicionado retiro de tropas para 2008 -propuesta que surgió del carácter consensual de la Comisión- ha puesto nerviosos a los sauditas. Debido a que el objetivo es limitar las ambiciones chiítas y kurdas en relación con la población sunita, el llamado a una conferencia internacional, incluido en sus recomendaciones, ha sido rechazado por los dirigentes de estas comunidades, como Al Hakim o el presidente de Irak, el kurdo Jalal Talabani. Este último, refiriéndose al informe del ISG -que entre otras cosas se entromete en las aspiraciones de los kurdos al control de Kirkuk (donde se encuentra el 40 % de las reservas petroleras de Irak)- ha declarado que: “podemos percibir la actitud de James Baker en 1991 cuando liberó Kuwait pero dejó a Saddam en el poder”, en referencia al comportamiento estadounidense luego de la Primera Guerra del Golfo, cuando los levantamientos chiítas y kurdos fueron abandonados a su suerte por el gobierno norteamericano [34].
A su vez, los señalamientos del ISG han sido atacados desde diversos ángulos y sectores, aumentando y haciendo más públicas las disputas en el propio Washington y en algunos de sus aliados, como Arabia Saudita e Israel.
Uno de los más fuertes críticos ha sido el candidato a presidente republicano, John Mc Cain. A diferencia del ISG, que recomienda una reducción condicionada (no pasar de largo la referencia a esta palabra) de las tropas para 2008, Mc Cain plantea su incremento. Con respecto a la propuesta del ISG argumentó que: “...hacer esto podría exacerbar la situación en el terreno... ‘Hay sólo una cosa peor que un cuerpo del Ejército y de la Marina superados por el cansancio: una derrota de los cuerpos del Ejército y de la Marina.’ McCain le dijo a los líderes del grupo de estudio: En 1973 vimos esto. Y creo que esto es una receta que, tarde o temprano, llevará a nuestra derrota en Irak.”. Criticó el llamado a una conferencia internacional con Siria e Irán en los siguientes términos: “No creo que una conferencia de paz con gente que está dedicada a tu extinción tenga un objetivo a corto plazo.” [35].
La revista The Economist dio un grito de alarma sobre este mismo punto: “...el grupo Baker-Hamilton está seguramente equivocado al creer que el anuncio de la partida del ejército va a fortalecer la influencia norteamericana en la política interna de Irak. Lo opuesto es más probable. Bush, un presidente condenado al fracaso, sería un presidente condenado al fracaso en una ocupación destinada al fracaso”, y agregó: “Apoyarse con firmeza en los políticos iraquíes es una idea excelente. Pero establecer una fecha arbitraria a principios de 2008 para que se retire la mayoría de los soldados tiene el riesgo de debilitar el poder de negociación de Estados Unidos, la intensificación en lugar de la mitigación de la lucha y proyectar una imagen de debilidad, eso envalentonará a nuestros enemigos en todas partes” [36]. Por su parte, Arabia Saudita ha amenazado con ayudar al bando sunita en Irak si EE.UU. comienza una retirada escalonada de sus tropas, considerando que frente a esa circunstancia la inacción sería peor que una guerra civil abierta. Esto lo dejó bien claro un alto asesor de la monarquía saudita antes de la presentación oficial del plan del ISG. En una columna de opinión aparecida en el Washington Post sostuvo: “Uno espera que Bush no cometa el mismo error otra vez al ignorar el consejo del embajador de Arabia Saudita ante Estados Unidos, el príncipe Turku al-Faisal, quien dijo en un discurso el mes pasado que ‘desde que EE.UU. fue a Irak sin ser invitado, debería dejar Irak cuando lo inviten a hacerlo.” Si lo hace, una de las primeras consecuencias será una intervención masiva saudita para impedir que las milicias chiítas apoyadas por Irán masacren a los sunitas iraquíes... Hay una razón para creer que la administración Bush, a pesar de las presiones internas, tome en cuenta el consejo de Arabia Saudita. La visita del vicepresidente Cheney a Riyadh la semana pasada para discutir la situación (no había otra parada en este viaje maratónico) subraya la preeminencia de Arabia Saudita en la región y su importancia para la estrategia de EE.UU. en Irak. Pero si empieza una retirada de las tropas en forma escalonada, la violencia escalará de manera dramática.” [37].
Otro de los puntos de vista sostenidos por el ISG que ha generado fuertes controversias ha sido la sugerencia de iniciar negociaciones con Irán sobre el futuro de Irak, no ligada aparentemente al tema nuclear -como es el requerimiento de la actual administración. Esta sugerencia de entablar negociaciones con el “eje del mal” iraní significa un trago amargo para Bush, que lo rechazó de entrada. El propio carácter del presidente, pero sobre todo la traición a su base social derechista y conservadora que implicaría este paso diplomático [38], son un fuerte obstáculo para semejante giro. Por su parte, Israel se opone a cualquier acercamiento con el régimen de Teherán: teme que la dependencia de Washington con respecto a Irán en la cuestión de Irak, le permita a Irán avanzar con su programa nuclear, lo que amenazaría el monopolio nuclear del estado sionista en el Medio Oriente, perdiendo la enorme ventaja que ese posicionamiento le otorga sobre los Estados árabes y musulmanes vecinos [39]. El 12 de noviembre, el primer ministro israelí, Olmert, viajó a Washington para discutir con la administración las políticas para Medio Oriente durante los dos últimos años del gobierno de Bush. Mostrando su nerviosismo frente a la situación, antes de salir de su país comparó en declaraciones a la revista Newsweek, al presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad con Adolf Hitler, y dijo “hay que detenerlo”. “Mi postura es clara”, agregaba con respecto a Irán: “Si hay un compromiso que frene a Irán de tener capacidad nuclear que sea aceptable, lo apoyaremos”, “Pero no creo que Irán acepte tal compromiso, hay que contar que no aceptará a menos que sienta miedo por las consecuencias de no aceptarlo”, explicó Olmert, “En otras palabras Irán tiene que sentir miedo.” Cuando se le preguntó cuál era su opinión sobre lo que creía que habría que hacer en Irán, Olmert dijo “Hay varias opciones al respecto. La línea rectora es que el gobierno y el pueblo iraní deben entender que si no aceptan el pedido de la comunidad internacional, van a pagarlo muy caro” [40]. La incertidumbre del gobierno israelí y de la situación regional han avanzado con la notoria debilidad en que ha quedado el gobierno de Bush. El miedo a no ser tenido en cuenta por el patrón norteamericano carcome al gobierno israelí en estos momentos dramáticos. A eso apuesta precisamente Irán teniendo en cuenta la debilidad de Bush. Pero esa misma debilidad también amplía en otro sentido los márgenes de maniobra de Israel y lo puede llevar a resolver el problema en forma desesperada, por las suyas. Como señala el diario Haaretz: “No es un dilema fácil -particularmente cuando se alejan las posibilidades de que EE.UU. encare de manera efectiva el programa nuclear de Irán. Si Israel llega a la conclusión de que debe tratar con Irán por su cuenta, sus consideraciones cambiarán en consecuencia. Ese momento aún no ha llegado, pero se está acercando. Hasta el momento Estados Unidos se ha mostrado incapaz de obtener una resolución a través del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y ahora, la obstrucción por parte de Rusia y China enfrenta a una administración debilitada” [41]. En este marco de total intranquilidad, aunque parezca delirante y poco probable, no se puede descartar un ataque de EE.UU. a Irán, o que dé señales de mostrarse indulgente en el caso de que Israel lo haga, lo que llevaría la situación regional a un nivel de gravedad inimaginable.
Por estos días, Washington se ha convertido en un escenario de lucha fraccional descarnada donde la propuesta del ISG es resistida abiertamente por los neocons [42], que han transformado a Baker en el principal chivo expiatorio de sus desgracias y retroceso en la administración [43]. Pero fundamentalmente, se ha abierto una puja entre los mismos conservadores, que con el trasfondo de la disputa regional entre Arabia Saudita e Irán en el terreno iraquí, se han dividido entre dos opciones: una, la que representa el vicepresidente Cheney, dura con Irán, y otra, la del ex secretario de Estado, James Baker (y posiblemente de Bush padre y B. Scowcroft), que plantea una política de detente entre Arabia Saudita e Irán. El motivo de esta diferencia estaría aparentemente en consideraciones estratégicas opuestas con respecto no a los actores de la región, sino a su relación con Rusia. Cheney es un halcón que ve a Irán (y a Irak) como parte de un esquema determinado por la rivalidad norteamericana con Rusia (e inclusive también con China). Baker, en cambio, está de acuerdo en cooperar con Rusia. Lo que le preocupa a Cheney no es tanto la hostilidad de Irán con Israel, sino la alianza estratégica de éste con Rusia, persiguiendo que ésta no logre levantar cabeza y por ende facilitar su penetración y de las repúblicas de la ex URSS por el capital imperialista, en particular norteamericano. No olvidemos que uno de los motivos que lo llevó a apoyar la invasión a Irak fueron las relaciones de Hussein con Rusia (y también con Francia) durante el gobierno de Clinton.
Sin embargo, pese a estas discusiones sobre las relaciones con Irán en los cenáculos del poder y de la diplomacia, ni Bush ni el mismísimo Baker estarían de acuerdo por ahora en hacer importantes concesiones, como las que pretende Teherán para brindar sus “servicios” (reconocimiento legítimo como potencia regional, incluida probablemente la cuestión nuclear y su incorporación plena en los circuitos de la economía mundial, además de ciertas ventajas económicas en Basora y garantías de que la autonomía kurda no se convierta en independencia, etc.). No por casualidad el régimen iraní ha rechazado también el plan del ISG, mientras espera que la situación se siga descomponiendo, a la escucha de mejores ofertas.
En síntesis, el énfasis del ISG en la “reconciliación nacional”, con las enormes divisiones internas y externas que sacuden al conflicto iraquí, pareciera conformarse, a pesar de todas las falsas expectativas que había creado respecto a dar una salida a la crisis de Irak, con “reclamar que nuestra fracasada estrategia empiece a funcionar mejor, y más rápido.” [44]. Su informe, por otro lado, ni siquiera ha hallado consenso en el establishment político y militar en Washington, que era una de sus principales funciones. Se lo esperaba como una nueva Comisión del 11/9 y sus conclusiones (antes de haberse explicitado) estaban imbuidas de un aura de autoridad bipartidaria. Por el contrario, como hemos mostrado, las divisiones en los pasillos del poder en Washington se han manifestado nítidamente. Tampoco ha sido útil, por último, para aliviar un poco la presión sobre demócratas y republicanos. La idea era presentar una cierta apariencia de cambio con relación a una retirada genuina de las tropas norteamericanas, una nueva imagen pública en este punto, antes de las elecciones presidenciales de 2008 (esta era una de sus principales funciones políticas). Contrariamente, las encuestas muestran que la mayoría de los norteamericanos cree que EE.UU. está perdiendo la guerra, y apoya las principales recomendaciones de la comisión bipartidaria de un cambio de curso, mientras que el plan, a días de haberse conocido, es un “huérfano político” en Washington, con muy poco apoyo en los dos partidos del poder, lo que profundiza la dicotomía entre el deseo de un cambio por parte de la población y la ambivalencia del establishment.
Con el aumento de las deliberaciones en la administración norteamericana y en medio de lo que fuentes cercanas a la misma describen como “fatiga, frustración y un creciente deseo a despreocuparse de Irak” [45], se viene planteando entre los posibles cursos a seguir la llamada “solución del 80 %”. Así lo señalaron dos corresponsales del Washington Post : “En el frente político, la administración se está concentrando cada vez más en una “inclinación hacia los chiítas”, a veces denominada la “solución del 80 %”, que podría reforzar el centro político en Irak y dejar a cargo a los partidos chiítas y kurdos que dan cuenta del 80 % de los 26 millones de personas que componen la población iraquí y que ganaron las elecciones hace un año.” En una nota anterior, uno de los autores da más elementos sobre esta variante: “La administración Bush está deliberando si abandona o no los esfuerzos de reconciliación de EE.UU. con los sunitas insurgentes y en su lugar le da prioridad a los chiítas y kurdos, quienes ganaron las elecciones y ahora dominan el gobierno, de acuerdo con las autoridades de EE.UU.. A esta propuesta, presentada por el Departamento de Estado como parte de una revisión de urgencia de la política en Irak de la Casa Blanca, le sigue una evaluación que dice que la ambición de EE.UU. de alcanzar a los disidentes sunitas había fracasado. Las autoridades estadounidenses están cada vez más preocupadas por el hecho de que sus esfuerzos de reconciliación se le puedan volver en contra, alienen a la mayoría chiíta y dejen a EE.UU. vulnerable y sin aliados en Irak, de acuerdo a fuentes al tanto de la propuesta del Departamento de Estado” [46]. Las consecuencias de tal giro serían también significativas: “Sin reconciliación, los comandos militares temen que las tropas de EE.UU. luchen contra los síntomas de una insurgencia sunita sin ninguna perspectiva de llegar a las causas que hay detrás de ella -notablemente la marginalización de la otrora poderosa minoría. Se dejaría a las tropas estadounidenses luchando en un vacío político, una fórmula que no permitiría ni una estabilización a largo plazo ni la reducción de los ataques a los blancos norteamericanos. Un segundo peligro es que EE.UU. podría aparecer como tomando partido en los cada vez mayores conflictos sectarios. ...Una decisión de dar un paso atrás de los esfuerzos de reconciliación podría también ser altamente controversial entre los más cercanos aliados en la región, que son todos gobiernos sunitas. Los líderes en Jordania, Arabia Saudita y los jeques de los reinados del Golfo Pérsico han estado presionando a EE.UU. para asegurarse que sus hermanos estén incluidos en la estructura de poder y de la economía de Irak.” [47].
Sin embargo, esta variante extrema aparentemente tendría el objetivo político de presionar a los líderes sunitas moderados, en especial los jefes tribales de las provincias -una política apoyada por Arabia Saudita-, para quitar su apoyo a los insurgentes y acomodarse antes de que sea demasiado tarde con la mayoría chiíta y formar un nuevo bloque de gobierno de “unidad nacional”, que junto con el Ejército norteamericano combata a los más recalcitrantes opositores a la presencia de EE.UU.: las fuerzas de Al Sadr en el shiísmo, y por otro lado a gran parte de la insurgencia sunita. Esta nueva coalición incluiría aparentemente un compromiso de mayor reparto de la renta petrolera a los sunitas según un criterio poblacional, aunque en un esquema de mayor federalismo, como el que proponen los kurdos y el SCIRI de AL Hakim. El adelantamiento del viaje del vicepresidente iraquí, Tariq al-Hashemi, un sunita moderado presidente del Partido Islámico Iraquí (la única fracción sunita que apoya la actual constitución federalista), para encontrarse el 13 de diciembre en Washington con Bush, alienta esta variante [48]. Sin embargo, aún no está cerrada, como demuestra la decisión de la Casa Blanca de postergar su anuncio de una nueva estrategia para Irak a comienzos del año que viene, decisión criticada por varios líderes demócratas.
Esta decisión de postergar la resolución de problemas importantes responde al grado de fraccionalismo y de divisiones en la cúpula norteamericana, incluida la administración [49], a la vez que a los crecientes síntomas de confusión en el “estado mayor imperialista”, donde todas las opciones que se han postulado para salir del atolladero iraquí son malas y presentan riesgos muy grandes [50].
Mientras tanto, la situación en el terreno amaga con transformarse de mala en calamitosa. Un editorial del diario The Independent de Inglaterra, titulado “La historia de terror revelada ante nosotros”, pone el grito en el cielo sobre “cómo la suerte de Irak se está yendo inexorablemente de nuestras manos. Algunos ya plantean una tercera opción. El ex secretario de Estado James Baker, ha insinuado que su informe quizá recomiende hacer una petición al vecino Irán para que ayude a estabilizar el sur chiíta del país. También ha sugerido que se le pida a Siria que influencie a la población sunita de Irak. Este parece ser el camino más pragmático en oferta. De ninguna manera está garantizado que esta solución tenga éxito. Los chiítas están luchando entre ellos, con la Brigada Badr patrocinada por Irán, que rivaliza con los seguidores del clérigo Muqtada al-Sadr. Irán quizá descubra que su influencia en el sur es limitada. Por otro lado, Siria e Irán quizá deciden que les gustaría quedarse con parte de la riqueza petrolera de Irak, lo que podría llevar a una lucha regional sangrienta. Ante dicho escenario es muy poco lo que Estados Unidos o Gran Bretaña pueden hacer. La terrible verdad es que, no importa qué estrategia acuerden nuestros líderes, el destino de Irak se les está escapando de las manos inexorablemente” [51]. Los mismos miembros del ISG están aterrados sobre lo que vieron en su visita a aquel país: “La situación en Irak es peor de lo que creíamos”, “los líderes iraquíes claves no muestran ningún deseo por llegar a un compromiso con el fin de que se evite un aumento de la violencia”, dijo Leon Panetta, un miembro del importante grupo asesor que recomendará las nuevas opciones para la guerra... “Algunas evaluaciones privadas por parte de funcionarios del gobierno son mucho más desalentadores de lo que se dice en público”...“hemos salido de algunas de estas sesiones golpeándonos la cabeza debido a cuán mala es la situación en Irak.”, agregó Panetta. “Las fuerzas estadounidenses no pueden controlar la violencia sectaria y las poderosas milicias. Una de las conclusiones más terribles”, dijo Panetta “es que muchos líderes religiosos chiítas, que conforman una gran parte del gobierno, no tienen interés en hacer tratos o compromisos con los sunitas u otros grupos, y ‘están tratando de ganar tiempo porque según ellos se trata de su función’” [52].
Frente a esta situación, el único plan realista pareciera ser contener la guerra civil, evitar que se expanda y que se transforme en una guerra regional. Este “plan B” implicaría un redespliegue del ejército norteamericano, de las tareas contrainsurgentes cotidianas en las áreas sunitas [53] a la que pasaría a ser la misión central de las tropas de ocupación: limitar la influencia de Irán (y en segundo lugar de Siria) en Irak, y su impacto a nivel regional. Esta variante presupondría el dominio chiíta del sur del país, la entrega del triángulo sunita a las fuerzas sunitas, que puede convertirse en una base de operación de las distintas fuerzas fundamentalistas islámicas y de los insurgentes. La disminución de la influencia norteamericana en Bagdad podría hacer que la guerra civil entre sunitas y chiítas se profundizara en esa zona. En otras palabras, la misión norteamericana tendría como objetivo central proteger la frontera saudita, preservar la autonomía kurda en el contexto de las relaciones entre EE.UU. y Turquía y usar siniestramente el conflicto sunita-chiíta para mantener el equilibrio en Irak. Para Irán, esta alternativa significaría que EE.UU. se mostraría poco vigilantes sobre buena parte de sus acciones, a la vez que fijarían una línea roja que el gobierno iraní no debería traspasar, como por ejemplo anexar territorio, desplegar fuertes formaciones militares en Irak o atacar a los kurdos, etc. En este marco, la clave de una eventual solución diplomática para que EE.UU. evite que sus tropas estén por años expuestas en Irak, pasa en primer lugar por crear una realidad en el terreno que obligue a Irán a negociar. En otras palabras, la creación de una zona “buffer” o “tapón” sunita en el oeste de Irak, que limite las opciones iraníes más ofensivas, sin que se convierta en un bastión antiiraní, y que ponga un freno a las operaciones de los fundamentalistas islámicos, por lo que se necesita la colaboración de Arabia Saudita y Jordania. Como se ve, es un plan altamente complejo pero que en el actual estado de situación puede ser más “viable” que los planes políticos planteados más arriba, algunos demasiado delirantes y otros que podríamos calificarlos como “demasiado poco, demasiado tarde”.
Probablemente, la situación tenga que empeorar cualitativamente antes que los norteamericanos se dispongan a llegar a un compromiso o a una opción tan dura como la anterior, con el riesgo de que en ese momento sea demasiado tarde. Si tomamos a Vietnam como antecedente, la perspectiva no es nada halagüeña: la ofensiva del Tet, que marcó el punto de inflexión en aquel conflicto -en que la guerra perdió el respaldo de la opinión pública norteamericana e hizo surgir sectores del establishment que opinaban que ésta ya no era sostenible (como el ex secretario de Estado Dean Acheson que recordaba su agonía en la guerra de Corea)-, fue seguida por siete años más de guerra. Probablemente murieron tantos norteamericanos y aun más vietnamitas después de la ofensiva del Tet que antes de ella. Teniendo esto en la memoria, cobran un nuevo sentido todos los debates en Washington sobre si EE.UU. debe enviar o no nuevas tropas, y en el caso de hacerlo, cuántas y por cuánto tiempo, y el llamado a reintroducir la conscripción del parlamentario demócrata Charles Rangel, futuro presidente de la Comisión de la Cámara de Representantes de “Ways and Means Committee”. Pero más allá de estas variantes de aumentar substancialmente las tropas en el teatro de operaciones, que por el momento parecen poco probables por la sobreextensión del ejército norteamericano de la que hemos hablado, lo que sí está claro es que EE.UU. -por encima de toda discusión de anuncios o comienzos de retirada como intenta presentar la prensa a algunos de los planes en boga (tal el caso del encabezado por Baker) para engañar nuevamente a la población- no podrá irse de Irak por años, debido a que el fracaso de su operación dejó una región profundamente desestabilizada, con la balanza inclinada a favor de Irán, que sólo la presencia de sus tropas puede de alguna manera equilibrar.
Resultado Final: “La era norteamericana en el Medio Oriente ha terminado”
Más allá de estas cuestiones inmediatas, la debacle iraquí ha provocado una discusión en los círculos de política exterior norteamericanos sobre la posición a largo plazo de los Estados Unidos. El que mejor resume el enorme “error estratégico” y sus consecuencias para los intereses imperialistas en la región que constituye la operación iraquí es el antiguo funcionario del Departamento de Estado y actual presidente del Council on Foreign Relations, Richard Haas. En un artículo aparecido en el último número del Foreign Affairs titulado “The New Middle East” (adelantado con un nombre más sugestivo en el Financial Times: “A troubling Middle East era dawns” (‘Nace una era conflictiva en Medio Oriente’) [54], Haas comienza diciendo: “Justo dos siglos después de que el arribo de Napoleón a Egipto anunciara la llegada del Moderno Oriente Medio -unos 80 años después de la desaparición del Imperio Otomano, 50 años después del fin del colonialismo, y menos de 20 años desde el final de la Guerra Fría- la era norteamericana en el Medio Oriente, la cuarta en la historia moderna de la región, ha llegado a su fin. Las visiones de una región nueva, parecida a Europa -pacífica, próspera y democrática- no se harán realidad. Lo que es mucho más probable es que emerja un nuevo Medio Oriente que cause gran daño a sí mismo, a Estados Unidos y al mundo”. De acuerdo a Hass, el fin de la guerra fría y la debacle de la ex URSS abrieron una situación que otorgó a EE.UU. una enorme influencia y libertad para actuar. Sin embargo, esta era ha terminado: “Una serie de factores son los que han facilitado que, al cabo de dos décadas, esta era haya tocado su fin, algunos son de orden estructural, otros han sido creados por sí solos. El más importante fue la decisión de la administración Bush de atacar Irak en 2003, la forma en que se condujo la operación y el resultado de la ocupación. Una de las víctimas de la guerra fue Irak dominado por los sunitas que tenía la suficiente fortaleza y motivación para contrarrestar a Irán dominado por los chiítas.
Las tensiones entre sunitas y chiítas, que estuvieron latentes por un tiempo, salieron a la superficie en Irak y a lo largo de toda la región. Los terroristas han conquistado una base en Irak y allí desarrollaron un conjunto de técnicas nuevas para exportar [a otras partes del mundo, NdR]. En una gran parte de la región, la democracia se asoció con la pérdida del orden público y el fin de la supremacía sunita. El sentimiento antinorteamericano, que ya era considerable, se ha fortalecido. Al comprometer a una gran parte de las fuerzas militares, la guerra ha reducido la influencia norteamericana a escala mundial. Es una de las ironías de la historia que, la primera guerra en Irak, una guerra por necesidad, haya marcado el principio de la era norteamericana en Medio Oriente, y, que la segunda guerra, una guerra por elección, haya precipitado su final.” Haciendo una definición sobre la apertura de una nueva era, sostiene: “Todas las eras se definieron por la interacción de fuerzas rivales, tanto internas como externas a la región. Lo que varió es la relación entre esas influencias. La próxima era en Medio Oriente promete ser una era en la que los actores externos tendrán un impacto relativamente modesto y las fuerzas locales controlarán la situación -los actores locales que se fortalecerán son las fuerzas radicales que buscan cambiar el statu quo-. Diseñar el nuevo Medio Oriente desde afuera será extremadamente difícil, pero se trata de una tarea que, junto al manejo de una dinámica Asia, será el desafío principal de la política exterior estadounidense en las próximas décadas” Y prosigue: “¿Cómo será el nuevo Medio Oriente? EE.UU. continuará teniendo más influencia que cualquier otra potencia externa, pero esta se verá reducida. Washington estará desafiado, cada vez más, por fuerzas externas, incluyendo la Unión Europea, China y Rusia.
Más importantes, incluso, serán los retos que emanen de los estados locales y los grupos radicales. Irán será uno de los dos estados más poderosos en la región. Es un poder imperial clásico, con ambiciones para rehacer la región a su imagen y que cuenta con la capacidad para hacer que estos objetivos se vuelvan realidad. Israel será el otro estado poderoso en la región, aunque en la actualidad se encuentra en una posición mucho más debilitada que lo que estaba antes de la crisis del Líbano en el verano (boreal). No es probable que, en un futuro previsible, se logre un proceso de paz viable. El gobierno israelí está muy débil, la retirada unilateral ha sido desacreditada, no hay un socio palestino que pueda y quiera un compromiso, y EE.UU. ya no puede actuar como un agente honesto. En el mejor de los casos, Irak permanecerá en estado turbulento por los años venideros, tendrá un gobierno central débil, una sociedad dividida y violencia sectaria. En el peor de los casos, se transformará en un país fracasado y arruinado por una guerra civil de todos contra todos que se expandirá a los países vecinos.” Y concluye: “No existen soluciones rápidas o fáciles que resuelvan los problemas de esta crítica región. Medio Oriente continuará siendo una región problemática del mundo en los años por venir. El desafío es contener los efectos y apresurar la llegada de algo mejor”. Que todo esto sea dicho por Haass [55], que aparte de sus cargos actuales fue director de la Política de Planeamiento en el Departamento de Estado dirigido nada menos que por James Baker III, íntimo asesor del general Colin Powell y de Bush padre, y que estuvo a cargo de la “mesa de Medio Oriente” en el poderoso Consejo de Seguridad Nacional durante la primera guerra del Golfo, muestra que la perspectiva regional es aterradora para EE.UU., además del impacto indudable que esto tendrá para la relación de fuerzas a nivel internacional. Sin embargo, el objetivo de Haass, que como todos los conservadores arabistas temen a un dominio regional de Irán, es reforzar una política diplomática de contención del régimen iraní ya que: “Hay una diferencia fundamental entre un Medio Oriente ...que albergue a un poderoso Irán y uno dominado por Irán”.
-2) Los límites del poderío militar norteamericano
Aprovechando la base social reaccionaria creada por los atentados del 11/9, los neoconservadores trataron de dar una muestra de la inigualable superioridad militar norteamericana invadiendo a Irak y destituyendo a Saddam Hussein, un objetivo fácil y vistoso, que permitiera recomponer la autoridad militar norteamericana y revertir las secuelas de la guerra de Vietnam. Pero en contra de sus expectativas, las dificultades del ejército norteamericano para ocupar y mantener un territorio dejaron expuesto sobremanera el desempeño del aparato militar más poderoso de la tierra. Como sosteníamos en Estrategia Internacional N° 22: “En términos estrictamente militares, los insurgentes iraquíes, a diferencia de los vietnamitas, no tienen armamento pesado ni una larga experiencia de lucha guerrillera en un ambiente natural favorable ni cuentan con el apoyo (aunque limitado) que una superpotencia como la ex URSS les brindaba. En otras palabras, como fuerza beligerante son un adversario mucho menos formidable que la resistencia vietnamita... Por su parte, desde la trágica derrota en Vietnam, las fuerzas norteamericanas vienen sufriendo una reestructuración importante con el objetivo de superar las secuelas de este conflicto. Esta va desde la “profesionalización” de las Fuerzas Armadas buscando una tropa más preparada para el combate, superando los límites que tanto en la acción militar como en la disciplina implicaba un ejército dependiente de conscriptos. Estos cambios en el aspecto humano, fueron acompañados por un mejoramiento extraordinario del equipamiento militar, convirtiendo al ejército norteamericano en una fuerza más letal de la que había sido durante la guerra de Vietnam. En otras palabras, la disparidad de fuerzas entre la insurgencia iraquí y el ejército norteamericano actual es enormemente más favorable a EE.UU. si comparamos la existente con la guerrilla vietnamita. Por eso los neoconservadores buscaron pegar aquí, pero su fracaso militar en derrotar a la insurgencia ha dejado más expuestas las vulnerabilidades y los límites del poderío militar de Estados Unidos.” [56]. En última instancia, son estos límites de sus Fuerzas Armadas, sostén primordial del imperialismo norteamericano en el mundo [57], lo que explica la constricción de su diplomacia así como de otros parámetros de su capacidad de liderazgo, dando por resultado la debilidad de la presidencia y de la autoridad e influencia norteamericana en el actual escenario internacional.
Mientras los estrategas militares del Pentágono hacían planes para que EE.UU. mantuviera una ventaja inigualable con respecto a cualquier otra potencia en este terreno, no prepararon al ejército para un periodo extendido de combate como el que hoy estamos viendo en Irak y Afganistán [58]. Seducidos por la estabilidad relativa de los ’90, en una mezcla de triunfalismo, fetichismo tecnológico y lógica de mercado que entraba por todos los poros de la sociedad hasta hacerse evidente en la propia planificación y en los planes operacionales de las Fuerzas Armadas, idearon una estructura de fuerza que no estaba preparada para el combate prolongado, de varios años, y además, multi-divisional, una situación opuesta por el vértice a las intervenciones militares de la década pasada. En su lógica, que suponía situaciones de combate breves, tenía sentido reducir en tamaño la fuerza y recurrir, en caso de necesidad de combatientes adicionales, a las Reservas y la Guardia Nacional, empleando contratistas para muchos de los servicios de los que anteriormente se autoabastecía el ejército. Los actores militares no estaban preparados para sostener una fuerza regular establecida por años en territorio hostil y los contratistas no esperaban trabajar en un ambiente de extremo riesgo. Por eso, las Fuerzas Armadas norteamericanas se encuentran hoy en una gran tensión y sobreexigidas al límite por su empantanamiento en Irak (y crecientemente, en Afganistán): los cronogramas de rotación son ahora tan estrechos que las unidades están más tiempo en Irak que en su casa, con la consiguiente caída de la moral y de los estándares de reclutamiento. Esta es la primera vez en un siglo que EE.UU. está peleando una guerra terrestre extendida sin incrementar en forma dramática el tamaño del ejército. Las dos guerras mundiales, así como las de Corea y Vietnam, llevaron a incrementos masivos en el tamaño del Ejército, centralmente a través de la conscripción. Pero después de la experiencia de Vietnam, esta alternativa es prácticamente inviable en términos políticos, mucho más cuando se está disipando el fantasma del 11/9, que no fue utilizado -debido a las expectativas de resolución fácil que EE.UU. tenía respecto de Irak- para impulsar una gran movilización nacional que engrosara las Fuerzas Armadas. Actualmente, debido al cambio del estado de ánimo de la población hacia la guerra de Irak, ya es demasiado tarde para hacerlo, y todo paso en este sentido que la administración Bush o su reemplazante en 2009 quieran dar para recomponer las opciones militares del país, puede reactivar un gran movimiento antiguerra en las calles, sobre todo si la propuesta fuera reinstalar la conscripción.
La catástrofe de la actual guerra, planificada por los neocon como la operación militar que iba a reafirmar ofensivamente la superioridad militar norteamericana y a dejar atrás el famoso “síndrome de Vietnam”, puede terminar paradójicamente creando el “síndrome de Irak”, ya que es evidente que el pueblo norteamericano no estaba preparado para sostener una guerra difícil, prolongada, y cada vez más costosa en dinero y vidas humanas.
-3) El agravamiento de las relaciones con las demás potencias y la pérdida de legitimidad e influencia a nivel internacional
A la difícil realidad de EE.UU. en los “teatros de batalla”, se añade el hecho de que su pérdida de influencia y legitimidad en el terreno internacional se ha acelerado. A la vez, se ha acrecentado en términos geopolíticos lo que el profesor de relaciones internacionales, Stephen Walt, llama “soft balancing”, esto es: “... aunque hubo pocas alianzas formales para contener a EE.UU., otros países recurrieron al ‘soft balancing’, entendido como la ‘coordinación consciente de la acción diplomática para obtener un resultado opuesto a las preferencias de EE.UU.’.” [59]. Para demostrarlo enumeraremos una serie de elementos:
Una enorme pérdida de “soft power”
Hemos tratado el deterioro del poderío militar del imperialismo norteamericano. Lo que es sorprendente es que este deterioro se produce en forma correlativa con la pérdida de lo que los especialistas en relaciones internacionales llaman “soft power”, o el magnetismo del éxito material y cultural americano, las normas a imitar, o en términos gramscianos, la internalización por parte de las potencias subalternas de valores y atributos selectos del estado supremo, que constituyó un elemento central de la hegemonía norteamericana cuando ésta se afianzó en la segunda posguerra y que ha perdurado hasta el presente. En otras palabras, el aspecto consensual de su dominio, que era y continúa siendo un factor clave en la sustentabilidad de su poder hegemónico [60].
En este terreno es significativo el siguiente comentario de Stanley Hoffmann. Refiriéndose al último libro de Stephen M. Walt, Taming American Power: The Global Response to U.S. Primacy, especialmente -según sus propias palabras- al impresionante capítulo sobre “Las raíces del resentimiento” plantea que “No es sólo el poder norteamericano y las políticas oficiales las que son resentidas sino también -en importantes partes del mundo- los valores políticos norteamericanos, los productos culturales, y las actividades de las corporaciones norteamericanas, fundaciones, organizaciones periodísticas y varias organizaciones no gubernamentales” [61].
Apuntemos que esta pérdida de influencia en el escenario internacional no es consecuencia sólo de Irak y del giro unilateralista, como señalan las visiones más superficiales sobre la actual situación del imperialismo norteamericano, sino en gran medida del agotamiento de la ofensiva neoliberal, que es lo que está detrás del creciente antinorteamericanismo.
Una mayor debilidad para detener la proliferación nuclear
Hoy Estados Unidos se encuentra en una posición más débil para detener la proliferación nuclear después del fracaso de la invasión de Irak, como lo demuestra la persistencia del programa nuclear iraní de enriquecimiento de uranio y los recientes ensayos nucleares de Corea del Norte. La invasión iraquí le demostró a Irán que la carencia de armas nucleares es lo que llevó a la invasión. Increíblemente, esto es lo que ha dicho el nuevo Secretario de Defensa, Robert Gates, en un trabajo conjunto con el ex Consejero de Seguridad Nacional del gobierno de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski:“Dada su historia y sus turbulentos vecinos, las ambiciones nucleares de Irán no reflejan un conjunto de cálculos estratégicos que sea totalmente irracional... La eliminación del régimen de Saddam Hussein, sin lugar a dudas, ha mitigado una de las preocupaciones de seguridad más serias que tenía Irán. Así, el cambio de régimen en Irak, ha dejado a Irán con un caos latente en su vulnerable frontera oeste; como así también con una capacidad cada vez más próxima de proyectar poder en la región. Al contribuir al aumento de las tensiones entre la administración de Bush e Irán, la eliminación del dominio de Saddam no ha generado hasta el momento dividendos estratégicos importantes para Teherán. De hecho, junto a las declaraciones de EE.UU. sobre el cambio de régimen, los estados canallas, y las acciones preventivas, los cambios recientes en el equilibrio de fuerzas en la región sólo han resaltado el valor disuasivo potencial de un ‘arma estratégica” [62].
Más bochornoso todavía para la administración Bush ha sido el ascenso de Corea del Norte al selecto club nuclear antes de las elecciones de medio término. Frente a las amenazas permanentes a su seguridad y en el marco del contexto hostil abierto luego de la desaparición del bloque soviético, el desarrollo de su programa nuclear le ha permitido al régimen de Pyongyang mantener cierta independencia a la vez que negociar en mejores condiciones con las enormes potencias que la rodean y en particular con la principal potencia mundial, Estados Unidos. La imposibilidad de dar una respuesta militar a este desafío [63], lo ha llevado a descansar en una diplomacia multilateral y esencialmente en los buenos auspicios de China, que pese a ciertos roces con respecto al último ensayo nuclear, utiliza su influencia sobre Corea del Norte en su puja con los Estados Unidos. La vuelta a las negociaciones después de la aprobación de las sanciones de la ONU es una muestra de la debilidad de EE.UU. para imponer una política dura en este terreno [64]. La consecuencia estratégica de esto -y del quiebre del régimen de no proliferación nuclear- es que actuará como un efecto disuasorio para la acción militar de EE.UU. y otros países imperialistas en distintas zonas del globo, y hará que esa acción -en caso de realizarse- resulte más costosa.
Un profundo giro en la política de Europa Occidental hacia EE.UU.
Aunque sin la notoriedad de la crisis abierta en las relaciones transatlánticas durante los días previos a la guerra de Irak, que llevó a la oposición frontal de Francia y Alemania a la guerra unilateral norteamericana y la apertura posterior a Rusia que condujo a su vez a la conformación inicial de un eje Paris-Berlín-Moscú (contrarrestado por Washington y su aliado británico alineando a la mayoría de Europa del Este y Central detrás de su política), se evidencia un profundo giro en la política de Europa Occidental hacia EE.UU..
Esto no significa como ansiaba el gaullista Chirac, acompañado por un emergente Schroeder, la constitución de un polo contrahegemónico contra EE.UU., proyecto que ha quedado herido de muerte o al menos congelado por mucho tiempo, después del fracaso en aprobar la Constitución Europea en el plebiscito francés de 2005.
Pero para algunos comentaristas la relación ya no volverá a ser como antes de Irak. François Heisbourg, del Centro de Investigación Estratégico de París sostiene que “Estados Unidos y Europa ya no están predestinados a actuar juntos en asuntos de mayor importancia” y agrega: “Cameron (el líder del partido conservador británico, NdR) y Sarkozy están recurriendo al mismo manual, pero vienen de distintas direcciones. Todavía no sabemos si sus caminos van a converger o no ... pero estamos en una era post-Suez: la guerra fría y la guerra de los Balcanes que sostenían las viejas estructuras ya no están más y Estados Unidos ha encontrado su propio Suez en Irak.”
Una muestra de esto son las actuales diferencias en el seno de la OTAN, que van desde la negativa de países como Alemania a exponer a sus tropas en Afganistán en el riesgoso sur hasta cuestiones más estratégicas referidas al carácter mismo de la OTAN. En este campo chocan la política norteamericana que quiere transformar la alianza transatlántica en una alianza militar global, incorporando a países como Ucrania, Georgia, Australia, Japón, Corea del Sur, Israel y Sudáfrica, en lo que el periódico alemán Die Zeit, calificó irónicamente “como una reserva permanente de coaliciones de la voluntad bajo el liderazgo norteamericano.” Y la política francesa, expresada por Chirac antes de la reciente reunión en Riga: “Durante un período muy extenso los europeos hemos confiado en nuestros aliados norteamericanos. Debemos fortalecer nuestras contribuciones nacionales e impulsar el rol de la Unión Europea.”.
Maniobras contra EE.UU. de grandes potencias como Rusia y China
Estados Unidos sigue siendo la potencia dominante del sistema mundial capitalista. Pero su debilitamiento está permitiendo un nuevo espacio de maniobras no sólo para los países semicoloniales como Irán (en una región fundamental como Medio Oriente), sino lo que es estratégicamente más importante, para grandes potencias regionales como la reemergente Rusia y la ascendente China, aunque esto no ha llevado al establecimiento de alianzas entre ellas, cuestión que no se puede descartar, aunque por ahora sigue habiendo muchas suspicacias entre estos países, más allá de la idea común de oponerse al “hegemonismo” de Washington.
La mayor confianza rusa se demuestra en que la política norteamericana de “revoluciones coloridas” se ha estancado o está en retroceso, como lo demuestra Ucrania en el área de influencia de la ex URSS. Después de las elecciones parlamentarias del 26 de marzo, el nuevo primer ministro, el pro ruso Viktor Yanukovich, señaló recientemente que Ucrania no estaba lista para unirse a la OTAN, lo que pone un enorme paréntesis a la ofensiva norteamericana contra Rusia a través de Ucrania, al menos mientras siga siendo su primer ministro. Pero la cosa es más profunda: para algunos analistas “La nueva Rusia está ganando influencia a través de una serie de movimientos estratégicos alrededor de sus activos geopolíticos en el sector energético -principalmente petróleo y gas natural. Hace esto sacando ventaja, de manera astuta, de los principales errores y torpezas cometidas por Washington. La nueva Rusia también se da cuenta que, si no actúa de manera decisiva, pronto será rodeada y superada por un rival militar, Estados Unidos. La batalla, que es en gran medida tácita, es la batalla donde está en juego la apuesta más fuerte de la política mundial actual. Los estrategas de Washington ven que Irán y Siria son meros pasos hacia esta fase final de Rusia.” [65]
Por su parte, China gana tiempo para reequiparse militarmente mientras EE.UU. está preocupado en el Golfo. El gran Estado asiático saca ventajas de su relación clientelar con Corea del Norte, cuyo desafío nuclear le sirve para obtener concesiones de Washington a cambio de contener a este aliado díscolo, mientras amplía sus relaciones políticas y comerciales con América Latina, África y en otro nivel, las potencias europeas como Francia [66] y sobre todo, Alemania, quien se ha convertido no sólo en el principal socio comercial de Pekín en Europa sino también en el principal socio político de China en la UE. La nueva debilidad norteamericana se expresa en el giro acomodaticio hacia China y su nueva política de “diálogo económico estratégico” del nuevo secretario del Tesoro, Paulson, en contra de la política de confrontación que propugnan los halcones económicos y del Departamento de Defensa a principios de año. Sin embargo, su reciente viaje a Pekín, acompañado por el jefe de la Reserva Federal, Ben Bernanke, intentando convencer a las autoridades chinas que siguiesen comprando dólares frente a las caídas de éste a la vez que les exigía una revaluación de su moneda, el remnibi, para favorecer las exportaciones norteamericanas parece no haber tenido los resultados esperados. Por el contrario, el Banco Central chino, al igual que los de los principales bancos centrales de Rusia, India y los países de la OPEP (grandes poseedores de la divisa norteamericana como consecuencia de los altos precios del petróleo) empiezan a desprenderse de sus tenencias en dólares para sustituirlas con otras divisas menos endebles (como el euro) y el oro.
Tensión en la relación especial entre EE.UU. e Inglaterra
Si faltaba un parámetro para juzgar la total debacle de la experiencia iraquí y de la política exterior norteamericana bajo el mandato Bush, ése es el grado de tensión que existe en la “relación especial” entre Estados Unidos e Inglaterra, un elemento del orden internacional que mantiene continuidad, a pesar de algunos chisporroteos, desde la crisis de Suez en 1956 que señaló el fin de la hegemonía británica y su ubicación como socia menor de Washington [67]. Para algunos analistas del principal diario de las finanzas de la City londinense, el Financial Times, Irak podría constituirse en un 1956 al revés: “... en este momento la guerra en Irak parece una imagen en espejo de Suez. Es un desastre en términos de política exterior, y de la cual la clase dominante británica probablemente saque la conclusión opuesta a la que llegaron luego de Suez. Esta vez la lección va a ser: ‘Nunca más debemos permitir que nuestra política exterior se decida en Washington -nunca.’ Una encuesta de opinión llevada adelante por la German Mashall Fund ha descubierto que en este año sólo el 48 % de los británicos apoya la idea de que “es deseable que Estados Unidos ejerza un liderazgo más fuerte en los asuntos mundiales” -comparado con el 72 % que acordaba con esta posición en 2002. Los políticos están reflejando el cambio del estado de ánimo. David Cameron, el líder de los conservadores - el partido de Thatcher y de Churchill - dio un discurso en el aniversario del 11 de septiembre en el cual argumentó en contra de una relación de ‘esclavitud’ de Gran Bretaña con EE.UU.” [68]. Y agrega: “La guerra en Irak en particular está causando una reevaluación de la idea de que los intereses de seguridad británicos y estadounidenses son totalmente idénticos. La alianza estrecha con EE.UU. jugó, sin ninguna duda, a favor de los intereses británicos a lo largo de las guerras en el siglo XX. Pero a medida que la ‘guerra al terror’ se fue desarrollando, hay un creciente sentimiento en Gran Bretaña de que una alianza muy estrecha con un Estados Unidos que anda a los tumbos, en realidad, pone al país en una situación de mayor peligro en vez de hacerlo más seguro. La confianza británica en el criterio y la idoneidad de Estados Unidos también ha sido dañada.”
El “aflojamiento de las cadenas” de la dominación imperialista en el “mundo” semicolonial
En América del Sur, esta nueva realidad del poder norteamericano se expresa -después de los levantamientos de masas de los últimos años- en un nuevo realineamiento político, con la emergencia de gobiernos “pos neoliberales” con una retórica o gestos más independientes del amo del Norte. Este realineamiento se ha ampliado recientemente con el triunfo de Correa en Ecuador y de Ortega en Nicaragua, sin nombrar la contundente reelección de Chávez, aunque también hay síntomas en los últimos meses de que este giro parece haber alcanzado un pico [69]. Más preocupante, en México, el patio trasero de EE.UU., se ha abierto en los últimos meses una etapa prerrevolucionaria nacional donde conviven un nuevo presidente y un régimen deslegitimado, y sobre todo la experiencia que significó el surgimiento de la Asamblea Nacional de los Pueblos de Oaxaca (APPO) y su poder comunal en el Estado de Oaxaca, un hecho inédito en la subjetividad revolucionaria de las masas de las últimas décadas, más allá de su actual retroceso. Estratégicamente, la inestabilidad de México y el nuevo resurgir de la lucha de clases en este país podrían impactar en el propio territorio norteamericano donde viven millones de inmigrantes chicanos que a lo largo del año protagonizaron movilizaciones de masas, aunque ahora hayan decaído.
A su vez, la debilidad de EE.UU. afecta fundamentalmente a los gobiernos más pro norteamericanos tanto en cuestiones de seguridad como de comercio. Ya hemos planteado al inicio de esta nota, el caso del nuevo presidente de México, Calderón. En el plano comercial, el triunfo demócrata en ambas Cámaras y su discurso proteccionista ha dejado mal parados a Uribe y Alan García, presidente de Colombia y Perú respectivamente, que esperan la aprobación de sus tratados de libre comercio con Estados Unidos.
-4) Deterioro económico y social estructural
La raíz de fondo de la aceleración de la decadencia norteamericana estriba en las bases estructurales de su economía . Estos factores se han venido deteriorando a ojos vistas por más que los ideólogos neoliberales, los gurúes de Wall Street o los managers de las corporaciones lo nieguen en su espiral de enriquecimiento sin parangón en la historia de los sectores más altos del capital financiero y corporativo, realidad estructural que lleva en última instancia a un empobrecimiento de Estados Unidos. Como ya venimos explicando desde el inicio del viraje neoconservador, esta realidad es uno de los factores fundamentales que explica el giro de Bush hacia el uso del poderío político y militar de EE.UU. para sostener su posición económica en el mundo [70].
La fuerte pérdida de la base manufacturera o erosión de la base industrial
No nos vamos a detener aquí en los desequilibrios financieros y comerciales (déficit fiscal, déficit de cuenta corriente y la transformación en las últimas décadas en el principal deudor a nivel internacional) así como lo que esto implica para la sustentabilidad del dólar [71] como moneda de reserva mundial [72]. Tampoco sobre la perspectiva de la desaceleración de la economía en el primer semestre de 2007 y los temores sobre un posible accidente en los mercados financieros que este escenario genera [73].
Proponemos desarrollar una situación menos conocida: la fuerte pérdida de la base manufacturera o erosión de su base industrial. Para muchos, éste es un fenómeno que sólo afecta a los productos de consumo masivo o a las industrias de fuerza de trabajo intensivas que se han relocalizado en los países de la periferia capitalista, en particular China, pero que es compensado enormemente por el mantenimiento del liderazgo tecnológico de EE.UU., su competitividad en los sectores de punta. Sin embargo, la imagen de esto último podría no ser tan así. Veamos:
“La mayoría de los norteamericanos son conscientes del deterioro del déficit comercial de Estados Unidos, que ha aumentado a más del 7 % del PBI, o unos $800.000 millones para 2005. Lo que quizás no se den cuenta, sin embargo, es que el tsunami de tinta roja en el balance comercial no está confinado a bienes con gran intensidad de mano de obra, como textiles, zapatos o juguetes. En los últimos seis años ha habido también un increíble aumento en el déficit comercial estadounidense en los productos de alta tecnología y servicios, áreas que una vez fueron dominadas por los productores norteamericanos y que los economistas y líderes políticos han dicho por mucho tiempo que serían el futuro de la economía del país.
El deterioro en el balance comercial del sector de alta tecnología ha sido muy pronunciado en los productores de información y comunicación y en los servicios. Por ejemplo, sólo en el año 2000, el 40 % del equipamiento de las telecomunicaciones mundial era producido en Estados Unidos... Sin embargo, en la actualidad, esa proporción se ha reducido al 21 % y está decayendo a medida que la producción se ha trasladado rápidamente a Asia. Como resultado, el balance comercial de EE.UU. en los equipos de las telecomunicaciones se ha deteriorado de un superávit de $5.000 millones en 1997 a un déficit de $26.600 millones en 2004. Este colapso ha sido ocasionado por un dramático aumento en las importaciones de China, Corea del Sur y Malasia, que ahora representan el 90 % del total del déficit de EE.UU. en equipos de telecomunicaciones.
China, por supuesto, ha sido particularmente importante, no sólo en el área de telecomunicaciones sino en todo el comercio y hoy en día, es el más grande exportador de bienes de alta tecnología en el mundo. Su superávit comercial en el sector de alta tecnología con Estados Unidos ha aumentado de $10.000 millones en 2001 a una estimada cantidad de $50.000 millones en 2005” [74].
Pero detrás de este deterioro de la posición comercial, hay una realidad aun más profunda que es la pérdida o el rezago tecnológico. Por ejemplo, la vanguardia de la “nueva economía” y la informática, constituyeron la revolución de las telecomunicaciones. En este último terreno, EE.UU. estaría quedándose atrás de las nuevas plataformas tecnológicas (Wireless, cable, VoIP -Voice over Internet Protocol-, Direct Satellite) que estarían reemplazando al tradicional negocio telefónico, que fue el foco de gran parte de las liberalizaciones de los ‘90 que buscaban aguijonear su competitividad y que amenaza con dejar atrás el valor las líneas tradicionales de teléfono. Veamos el contraste con los ‘90: “Por ejemplo, se estima que la industria daba cuenta de la mitad del aumento en las patentes emitidas en la década de 1990, y el Directorio de la Reserva Federal ha mostrado que, dos tercios de las ganancias de la productividad de Estados Unidos desde 1995 ha sido debido al impacto de las comunicaciones y la tecnología en computación. En la actualidad, sin embargo, Estados Unidos está en un camino firme de entregar la delantera en productos de telecomunicaciones de avanzada y servicios. Su déficit comercial de $700.000 millones está compuesto de $55.000 millones de déficit en productos de tecnología de avanzada, de los cuales los artículos de telecomunicaciones dan cuenta de $27.000 millones. Mientras que en el año 2000 EE.UU. lideraba el mundo en el nivel de penetración de banda ancha en Internet, en la actualidad ha caído al lugar dieciséis, apenas encima de la rezagada Francia. Mientras que un estadounidense promedio genera 1 gygabyte mensual de tráfico de Internet, un surcoreano promedio genera 5.5 gygabytes. En cuanto al nivel de penetración en el sector de los teléfonos celulares, Estados Unidos está en el lugar 42 a escala mundial. En 2000, Corea del Sur fue el primer país en utilizar los sistema de datos inalámbricos 3G de alta velocidad. Japón y otros países en Asia y en Europa le siguieron rápidamente, mientras que EE.UU. quedó rezagado. Hoy en día hay menos de 1 millón de consumidores estadounidenses para dicho servicio mientras que en Japón hay 40 millones, 36 millones en Corea y 10 millones en la Unión Europea. La falta de redes de alta velocidad en Estados Unidos hace imposible para las empresas basadas en dicho país entrar a sectores claves de los nuevos negocios [75]. De hecho, capitales de especulación están presionando a las firmas iniciales que ellos financian para que trasladen su sector de Investigación y Desarrollo (I y D) a Asia. La declinación en las acciones del mercado y en los ingresos ha hecho que muchas compañías de telecomunicaciones y tecnología recorten en un 10-40 % los gastos en el vital sector de I y D. Al mismo tiempo, los gastos gubernamentales en I y D también han caído en un 30 %. Las compañías extranjeras conforman la mayoría de los diez primeros beneficiarios de las patentes en Estados Unidos cada año y EE.UU. ha quedado detrás de la Unión Europea y perdido terreno con respecto a los países asiáticos en lo que respecta a la publicación de artículos científicos. EE.UU. va a otorgar menos licenciaturas en ciencias que en 1985, y muchas menos que Japón, la Unión Europea, China, India e incluso Corea. En suma, y según palabras de Susan Hockfiel, presidenta del MIT (Massachussets Institute of Technology): ‘Estamos quedando rezagados’” [76].
Pero esta pérdida de posiciones de la economía norteamericana en los sectores de punta, no es una realidad sólo en esta rama sino que abarca a crecientes sectores de la economía donde antes EE.UU. era indiscutiblemente dominante. Si había un lugar en donde esto era así, era en la industria de fabricación de aviones aerocomerciales. Veamos cuál es la realidad actual: “La industria de aeronaves comerciales durante mucho tiempo ha sido el símbolo de las exportaciones estadounidenses en productos y mercados que requieren un alto nivel de diseño e innovación de ingeniería. Esta industria ha sido el sector líder de exportación estadounidense durante 50 años (Departamento de Comercio de EE.UU., 2004), y muchos de la producción de avanzada y de los procedimientos de ingeniería desarrollados por este sector han sido transferidos con éxito a otras industrias estadounidenses (Ej.: automotriz, electrónicos, productos de metal elaborado). En años recientes, sin embargo, la industria de aeronaves comerciales estadounidense ha experimentado una gran caída del empleo, reducción de las exportaciones, y un aumento de la competencia externa. En el sector de empleo, por ejemplo, la industria pasó de tener 552 mil puestos de trabajo en 1994 a 432 mil en 2004 (una pérdida de 120 mil puestos). Si se contrasta esto con 1990, cuando la industria representaba más de 840 mil puestos, se observa que en un lapso de sólo 15 años, la base de empleo de este sector se redujo a la mitad. Lo que es significativo, es que la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos en 1994 prevé que para el 2012 la declinación del empleo se reducirá otro 17 %” [77] El caso de Boeing sintetiza mucho de lo que estamos tratando de demostrar: “En los últimos años, por ejemplo, Boeing, el único fabricante estadounidense de aviones de transporte de pasajeros, ha optado por un modo de producción de integración de sistemas. Bajo este sistema, los componentes claves y las piezas de montaje están diseñadas y fabricadas por proveedores externos. Boeing ha favorecido compañías japonesas en particular para los subcontratos más importantes. Mientras que esto representa una lógica estratégica desde un punto de vista financiero, un punto negativo potencial es que los subcontratistas japoneses y/o los socios que comparten el riesgo deben recibir inyecciones de conocimiento científico y técnico tácito de parte de Boeing (de otro modo no sería efectivo).”
Los resultados de esta política, coherente con una búsqueda de ganancias rápidas, han sido calamitosos para la industria aerocomercial norteamericana erosionando el sistema de relaciones, maestría y autoridad desarrollado en décadas dentro de la comunidad tecnológica y manufacturera y encaminando a ésta a transformarse en un “mero taller de ensamblaje”, con la consecuente transferencia de “conocimientos técnicos” a potenciales competidores, ni que hablar de la distancia que ya la separa de su rival europeo, Airbus. Así : “En 1960, las importaciones de aeronaves y partes representaban sólo un 5 % de la exportación de aeronaves teniendo en cuenta el precio. En la actualidad es un 45 %. Los componentes extranjeros del modelo 787 pueden llegar al 70 %. El componente extranjero del Boeing 727 en la década de 1969 era sólo del 2 %. Para el 777 en la década de los ‘90, el componente extranjero llegaba a casi el 30 %.” El lanzamiento del 787, puede representar un salto mortal: “Como parte del proceso de lanzamiento del 787, se espera que tres compañías japonesas creen el proceso de manufactura para el ensamblaje final de las alas. Boeing nunca antes había considerado subcontratar la producción de las alas a proveedores externos.” [78]. “Dado que Japón ha adquirido cada vez más capacidad productiva para una amplia gama de componentes del armazón de un avión vía años de compensaciones por Boeing, la transferencia de la fabricación de las alas y los peritos de ensamblaje a compañías japonesas, le deja efectivamente toda la ‘competencia productiva a Japón’ para los armazones de los aviones comerciales.” Y este trabajo concluye: “La industria comercial de aeronavegación era vibrante en la década de los 60, había tres fábricas de aeronaves comerciales (Boeing, Douglas y Lockheed) y miles de proveedores en cadena a lo largo de todo el país, que empleaban a cientos de miles de trabajadores. Ahora, con Boeing en los últimos momentos del desmantelamiento de esta industria, uno sólo puede pronosticar que en la Planta de Everett sólo quedaran un par de miles de trabajadores que en 3 días llevarán adelante el proceso de ensamblaje final para reemplazar los modelos 787 y 737 y la reconfiguración de la línea de producción para el 777 que estará soportada por el abastecimiento en cadena controlado por empresas extranjeras. Por primera vez en la historia de la aviación comercial estadounidense, el lanzamiento de una nueva nave ha sido estructurado de manera tal que les da a los socios extranjeros el control del diseño, la manufactura, la selección de los proveedores en cadena y, en última instancia, el músculo financiero para destruir lo poco que queda de la industria de aeronavegación comercial estadounidense.” [79].
Comparada con otros países industrializados el retroceso de la que fuera la economía más dinámica desde comienzos del siglo XX lo que le permitió ascender como potencia hegemónica a nivel mundial y establecer la organización del trabajo desarrollada en la fabrica Ford -conocida por eso como “fordismo”- (sinónimo a su vez del americanismo o del “american way of life”) como el modelo industrial a seguir en todo el mundo, la cuestión tampoco deja ser en gran medida desventajosa para EE.UU.. Kevin Phillips, en su último libro “American Theocracy: The Peril And Politics Of Radical Religión, Oil and Borrowed Money In The 21st Century” señala que: “El postindustrialismo, entonces, podría tratarse más de la búsqueda de un retiro apacible que un verdadero futuro económico para una gran potencia. Las cansadas potencias económicas globales parecen especialmente vulnerables. Quienes insisten en que el imperativo manufacturero aún se aplica a EE.UU. de nuestros días, recurren a tres ejemplos poderosos: Alemania, Suiza y Japón. Los tres países tienen salarios o costos de producción que son, en general, más altos que EE.UU.. Todos tienen sectores razonablemente exitosos desde el punto de vista financiero y logros post-industriales (turismo, conciencia ecológica, y énfasis en energía de fuentes renovables - eólica en Alemania y solar en Japón). Sin embargo, estas se equilibran con una industria manufacturera altamente desarrollada. Para Alemania, las maquinarias, los automóviles, los químicos, y los productos metalúrgicos son los principales productos de exportación; para Suiza, lo son los químicos, los productos metalúrgicos, las maquinarias y los productos de ingeniería mecánica (especialmente relojes de mano y de pared); y para Japón, lo son los automóviles, los electrónicos y las computadores. Los productos de cada una de estas tres naciones gozan respeto global por su calidad.
De hecho, la habilidad exportadora alemana, japonesa y suiza deja avergonzado al otrora poderoso Estados Unidos. En 2003 y 2004 el déficit comercial de EE.UU. en los bienes manufacturados creció de 470.000 millones de dólares a 552.000 millones de dólares. Las tres economías mejor equilibradas, en contraste, disfrutaron enormes ganancias en el comercio de productos manufacturados y grandes ganancias en sus cuentas corrientes en general. Una serie de estadísticas demostrarán este punto. Las estimaciones para 2004 provistas por la CIA a mediados de 2005 pusieron a Alemania en primer lugar en el mundo con exportaciones por un valor de 893.000 millones de dólares (principalmente bienes manufacturados) -esto es para una población de 82 millones de personas. EE.UU. se ubicó segundo con exportaciones por un valor de 795.000 millones, lo que no se trata exactamente de un triunfo porque: 1) EE.UU. tiene una población de 296 millones de personas y 2) estas exportaciones fueron eclipsadas por 1.3 billones de dólares en importaciones. Los japoneses, que se apuntaron el tercer lugar con un total de exportaciones mundiales, por un valor de 538.000 millones de dólares, lograron esto con una población de 127 millones de personas. Suiza, un país de bolsillo, se asemejó más a un generador inagotable de ingreso per capita: con una población nacional de sólo 7,5 millones en el año 2004 exportó bienes por un valor de 131000 millones de dólares. Debemos recordar la ecuación entera: los alemanes, los japoneses y los suizos hacen esto con sueldos y beneficios de su fuerza laboral y con costos de producción industrial que son igual o más altos que en Estados Unidos.
No es necesario decir, que estos tres países son acreedores netos, que gozan de fuertes beneficios en sus cuentas corrientes y que tienen ciudadanos que alcanzan índices de ahorro relativamente altos.” [80].
El deterioro del cuerpo económico y productivo de conjunto es totalmente evidente y lleva a mediano plazo a un empobrecimiento de Estados Unidos: “Clyde Prestowitz, ex asesor en el Departamento Comercial de Ronald Reagan, y quien luego fundó y presidió el Washington’s Economic Strategy Institute durante dos décadas, lo resumió de la siguiente manera:
Estados Unidos tiene que reconocer que muchas de sus suposiciones que orientan su política económica están en contradicción con la realidad de la economía global del mundo de hoy. Su rendimiento, en una amplia gama de áreas - incluyendo ahorros, educación, conservación de la energía y el agua, infraestructura crítica y la capacitación especializada de su fuerza de trabajo - está muy por debajo de los niveles de muchos otros países. EE.UU. necesita entender que su negativa a tener una política competitiva amplia es, de hecho, una política. Y no le deja a los gerentes norteamericanos lideres otra alternativa que actuar dentro de las estrategias de otros países. Esta política, de acuerdo a quienes la proponen, deja las decisiones en la mano invisible del mercado. Sin embargo, lo que realmente ocurre es que los deja a ellos en las manos muy visibles de los grupos de presión y de los responsables de la política económica en el extranjero. Se trata de una política que en última instancia lleva al empobrecimiento.” [81]. Aunque no compartimos las opiniones políticas de este personaje funcionales a la defensa de la industria del imperialismo norteamericano, y por ende proteccionista, su descripción de la caída del rendimiento de EE.UU. en “una amplia gama de áreas” es correcto.
Una drástica redistribución de la renta nacional a favor del sector más alto de la oligarquía financiera
Mientras la salud de la economía se deteriora, el enriquecimiento de los sectores más altos del gran capital se ha profundizado en detrimento de la porción en la renta nacional de la clase obrera y sectores de la clase media, como no se vio nunca antes en la historia.
Para tomar el periodo de la llamada “nueva economía” de aparente prosperidad universal para toda la población, un reciente estudio muestra que entre 1996 y 2001, sólo el 10 % más rico disfrutó de una tasa de aumento en sus ingresos que fue igual o por encima del crecimiento de la productividad. El estudio muestra que: “El crecimiento en el salario medio real y los ingresos apenas aumentaron mientras que el salario promedio y el aumento a los ingresos se mantuvieron parejos con el ritmo en el crecimiento de la productividad, debido a que la mitad del aumento a los ingresos fue al 10 % más alto en la distribución de ingresos, dejando apenas una pequeña cantidad para el restante 90 %.” El estudio dice que: “casi toda la variación en la distribución de los ingresos ha sido del 90 % más pobre al 5 % más rico, y, especialmente, al 1 % más rico”. Si estos sectores se beneficiaron del incremento de la productividad, no puede ser el resultado de sus nuevas habilidades, argumenta el autor, sino el resultado de “un aumento de los ingresos en forma de premios pagados a las ‘superestrellas’.” [82]. Con esta denominación, el trabajo señala dos grupos: el primero, un limitado número de estrellas de terrenos particulares como el cine, la música, la televisión, los deportes y los escritores de ficción [83]; el segundo grupo, que gana una porción más grande de los ingresos en la cima son los CEOs y altos ejecutivos de las corporaciones. Sobre este segundo sector, el estudia indica que “La proporción entre el salario de los gerentes generales y el sueldo promedio de un trabajador creció de 27 en 1973 a 300 en el año 2000, luego cayó a 237 en 2001 como resultado del crash en el mercado bursátil. Si se incluye el efectivo y la compensación en acciones, entre 1989 y 2000 la compensación para los gerentes generales creció 342 % comparado con un 5.8 % para el salario medio por hora. Una dificultad básica sobre este salto en los premios de los gerentes que a cualquier teoría del equilibrio le cuesta explicar es que, en primer lugar, se trata de un fenómeno exclusivo de EE.UU. y que no ha pasado en el resto del mundo. La relación entre el salario de los gerentes generales y los trabajadores del sector industrial era 44.0 en 2004 en Estados Unidos, más del doble que la proporción, de 19.9, en otros 13 países ricos” [84]. Como se ve, un salto de la desigualdad social brutal.
El otro polo ha sido una concentración de la riqueza sin precedentes: La riqueza total combinada de los 400 estadounidenses más ricos asciende en la actualidad a 1.25 billones de dólares. Esta figura se ha expandido en 120.000 millones de dólares en sólo un año. La red compuesta por los 400 estadounidenses más ricos actuales supera de lejos al valor de toda la economía canadiense, medida en términos de PBI, y da cuenta de casi el doble del PBI de Australia. Quizá más sorprendente sea que la riqueza personal de los 400 hombres más ricos, según la revista Forbes, ahora representa el 10 % del total del PBI estadounidense.
La famosa Lista Forbes 400 no sólo muestra lo anterior, sino también señala el cambio de los sectores económicos que encabezan las ganancias, en consonancia con lo desarrollado en el punto anterior: “Sólo 19 miembros de esta lista se encuentran en la categoría de ‘manufactura’. El más rico de ellos -Eli Broad, quien con una riqueza de 5.800 millones es el número 42 en la lista- de hecho amasó su fortuna en el sector de los bienes raíces y seguros de vida. Ocho de los integrantes de esta categoría son herederos de fortunas que fueron amasadas algunas décadas atrás o incluso en el siglo XIX. Uno de ellos se especializaba en la fabricación de ‘productos lúdicos’. Otro de ellos, H.T. y Warner -que con 4.500 millones de dólares está número 52 en la lista- fabricaba el juguete ‘Beani Baby’. Otros dos, Mitchel and Steven Rales -con una riqueza de 2.600 y 2.500 millones respectivamente- son en realidad corsarios industriales responsables por la compra y cierre de fábricas. Su fortuna original, heredada de su padre, era una agencia inmobiliaria. Siete multimillonarios están ubicados en la categoría ‘agricultura’ por Forbes, pero seis de estos siete son miembros de la familia MacMillan -herederos del imperio de procesamiento industrial Cargill, que data del siglo XIX-. Tan sólo las fortunas de dos multimillonarios están derivadas de categorías del ‘transporte’ y ‘distribución’, y solamente una está bajo el sector ‘minería/industria maderera’ -y esta persona hizo su fortuna en la exploración de minerales en el extranjero-. Mientras tanto, 52 multimillonarios entran en la categoría de ‘finanzas’, y otros 46 deben sus imperios financieros a sus ‘inversiones’. Entre este último grupo se encuentra el segundo hombre más rico de Estados Unidos, Warren Buffet, cuya riqueza neta se estima en 46.000 millones de dólares. Treinta y tres oligarcas adquirieron sus riquezas en bienes raíces, sector que, según Forbes, es uno de los de crecimiento más rápido. El sector del ‘entretenimiento’ ha creado 33 multimillonarios estadounidenses. El sector del ‘comercio minorista’ da cuenta del 19.8 % del total, los cuales han ganado colectivamente más de 80 billones de dólares desde Wal-Mart -incluyendo cinco miembros de una misma familia, los Waltons-. El vago sector ‘servicios’ incluye 42 multimillonarios miembros que se han beneficiado de empresas de riesgo, con nombres muy dudosos, tales como empresas de ‘montajes en el extranjero’ y ‘juicios’. Cinco se encuentran en la categoría de ‘juego/ entretenimiento’, entre ellos el tercer hombre más rico de EE.UU., Stephen Adelson, cuya riqueza derivada del casino está evaluada en 20.500 millones de dólares. Sólo cuatro personas conforman la lista de ‘Software’ -un grupo que incluye, no obstante, a cuatro de los 15 hombres más ricos-. Son ellos, Bill Gates, quien con una riqueza de 53.000 millones de dólares continúa siendo el hombre más rico del mundo, Larry Ellison, con 19.500 millones de dólares de Oracle, Paull Allen, con 16.000 millones de Microsoft; Steven Ballmer con 13.600 millones de Microsoft también. Según Forbes, treinta y cuatro individuos le deben su riqueza al sector tecnología. Segey Brin y Larry Page, cada uno con más de 14.000 millones de dólares son los creadores de Google. La riqueza del dueño de E-Bay, Pierre Omidyar, está evaluada en 7.700 millones de dólares . Más abajo está David Filo, de Yahoo! -con 2.500 millones de dólares-. Estos magnates del mundo de los computadores amasaron su fortuna, ya sea en los años de Clinton durante la sobrecapitalización salvaje de la burbuja del ‘dot com’, o a través de la monopolización de la tecnología y los servicios de computación, o ambos. Treinta y seis multimillonarios han adquirido su riqueza del sector del ‘petróleo/gas’. Estos oligarcas, 16 de los cuales residen en Texas, tienen un papel poderoso en la administración de Bush. En los primeros años de la administración de Bush, los representantes de las principales compañías petroleras fueron los autores esenciales de la política energética de EE.UU. a través del llamado Grupo Especial de Energía de Dick Cheney. En suma, la lista de los 400 hombres más ricos de Forbes nos pinta la imagen no sólo de una asombrosa riqueza, sino de una riqueza derivada de los chanchullos y negocios financieros, una rampante especulación, y empresas altamente sobrecapitalizadas de riesgo de computación y petróleo. Esto muestra un crudo contraste con el período prometeico del capitalismo estadounidense, donde, a pesar de su brutalidad, los ‘barones del robo’(““robber barons”) y los industriales de las viejas empresas -como Vanderbilt, Carnegie, Rockefeller, Edison, Wagoner, Ford, y demás- estaban asociadas con la construcción de una verdadera capacidad productiva de la nación de conjunto a través de la construcción de imperios industriales” [85].
Y haciendo una comparación con 1982 cuando se publicó por primera vez la lista Forbes 400, la “orgía de acumulación de riqueza” -como este autor la llama- es asombrosa: “La lista Forbes de los 400 hombres más ricos fue publicada por primera vez en 1982, durante el segundo año de la administración de Reagan, y al principio de lo que fueran dos décadas y media de una larga orgía de acumulación de riqueza. Por lo tanto, vale la pena detenerse a considerar las diferencias entre las listas de 1982 y de 2006. El hombre más rico en 1982, era el magnate de los astilleros Daniel Ludwig, cuya riqueza personal estaba evaluada en 2.000 millones de dólares, lo que ajustado de acuerdo a la inflación equivaldría en la actualidad a algo más de 4.000 millones de dólares. Esta riqueza no colocaría a Ludwig en el día de hoy entre los 60 hombres más ricos de EE.UU.. Mientras que en 2006 ser poseedor de mas de mil millones de dólares es un prerrequisito para aparecer en la lista de los 400, en 1982, ‘sólo’ había 12 que cumplían con este nivel de riqueza. Mientras 10 de esos 12 apenas podrían calificar para estar en la lista actual - con una riqueza evaluada en 1.000 millones de dólares o un poco más - la lista de 1982 incluía en realidad a varios miembros con 100 millones o menos. Algunos individuos, que aparecen en las dos listas, han visto sus riquezas dispararse por las nubes. Kirk Kerkorian tenía, en 1982, una riqueza valorada en 133 millones de dólares. En la actualidad su riqueza alcanza los 9.000 millones de dólares - un aumento en casi un 70 % derivado de ‘inversiones / casinos’. Entre sus nuevas inversiones podemos citar General Motors, que está tratando de destruir. Warren Buffet ha visto aumentar su riqueza 200 veces desde 1982, cuando se estimaba que tenía 250 millones de dólares. Algunas familias, que eran prominentes en 1982, pero que han desaparecido de la lista actual, estaban indeleblemente asociadas con el período temprano del capitalismo estadounidense: Ford, Du Pont, Whitney, Duke, y Harriman, para nombrar sólo a algunas. También desaparecieron las fortunas asociadas con la producción de un producto en particular, como ‘panaderías’, ‘naranjas’, ‘licor’, ‘cereales’, ‘vinos’, ‘Ford Motor Co’, y ‘madereras’.”
Una creciente desigualdad social
La enorme desigualdad social que ha provocado esta drástica redistribución de la renta nacional a favor de los sectores más altos de la oligarquía financiera ha llevado a algunos analistas a los que no se puede tildar para nada de socialistas a dar un grito de alarma. El columnista del Financial Times, Samuel Brittan, uno de los primeros economistas monetaristas en Gran Bretaña, dice estar preocupado porque EE.UU. no puede permitir que la brecha en el pago de los ejecutivos top y el resto de la sociedad siga creciendo en la escala actual. Para reordenar la situación plantea un impuesto redistributivo. “Los republicanos [alerta] no serán capaces de desviar la atención hacia temas religiosos y ‘morales’ para siempre.” “Deberían ser sabios y no tentar a la suerte insistiendo con transformar en algo permanente la reducción de los impuestos a los sectores más ricos.” Así expresa su temor de que la alternativa a algunos impuestos modestos sobre los más ricos sea una campaña más agresiva para “castigar a los ricos” [86].
El resultado de esta brutal redistribución negativa del ingreso ha sido una creciente pauperización de las clases medias y el empobrecimiento de la clase obrera. Esto es lo que plantea Gabor Steingart en su reciente libro Guerra por la riqueza: la captura global del poder y la prosperidad, que se resume en un artículo publicado en Spiegel On Line titulado “Declive de la superpotencia: la clase media de EE.UU., perdedora de la globalización”. Ahí se sostiene que las “clases media y baja” viven sin reservas financieras y se parecen más “a las familias del tercer mundo golpeadas por la pobreza” [87].
Pero mejor pongámoslo en términos de clases. En su interesante libro, The Working Class Majority: America’s Best Kept Secret, Michael Zweig sostiene que: “...la clase obrera, ...representa el 62 % de la fuerza laboral de EE.UU. -una importante mayoría del pueblo estadounidense - y la élite de las corporaciones (o clase capitalista), ... sólo conforma el 2 %. Entre estas clases está la clase media, que representa el 36 % de la fuerza laboral de EE.UU.” [88]. Medido con respecto a su salario la clase obrera no ha visto crecer sus ingresos desde mediados de los ’70: “Entre 1970 y 2003, el Producto Bruto Interno ajustado de acuerdo a la inflación casi se triplicó, de 3.7 billones a 10.8 billones de dólares. Como la población también creció en un 35 % durante este mismo período, el ingreso per cápita subió más del doble. Sin embargo, no creció el ingreso de todos. No hay ninguna duda de que los trabajadores que son pagados por hora no se han beneficiado del crecimiento económico. Según estadísticas gubernamentales, los salarios por hora modificados de acuerdo a la inflación tuvieron su punto máximo en 1972, a 8,99 dólares -medido en el valor del dólar en 1982. En 2003, el salario mínimo por hora se redujo a 8,29 dólares la hora, aunque han subido un poco si se usa una medida diferente a la inflación.” [89]. Esta realidad ha dado lugar a un empobrecimiento de la clase obrera que no sólo alcanza a los negros e hispanos sino a importantes sectores de la clase obrera blanca: “En la imaginación popular y en los discursos de las campañas políticas, ‘los pobres’ generalmente quiere decir los ‘negros e hispánicos’ o la ‘minoría’. De hecho, en Estados Unidos, dos tercios de toda la gente pobre son blancos y tres cuartos de toda la gente negra no es pobre. El racismo continúa operando y da cuenta del hecho que la pobreza se experimenta de manera desproporcionada entre los negros y los hispánicos (y entre las mujeres debido al sexismo). Pero no debemos permitir que su comparativamente alto peso nos ciegue de realidad de la pobreza de conjunto en Estados Unidos. La mayoría de las personas en Estados Unidos pertenecen a familias donde los adultos experimentan períodos de desempleo, trabajos de media jornada o salarios muy bajos. Una familia con dos trabajadores asalariados, con uno que trabaje a tiempo completo a lo largo de todo el año y otro que lo haga a media jornada a lo largo de todo el año, cada uno de ellos con un sueldo mínimo, no ganan lo suficiente como para sacar de la pobreza a una familia de tres integrantes.” [90]. A esta situación de la clase obrera se le acompaña una creciente polarización de la clase media y la pauperización de un sector de ella: “Si miramos la experiencia en los últimos 30 años de los profesionales cuyas vidas están íntimamente interconectadas con la clase trabajadora -maestros de centros populares, abogados en las oficinas públicas o con despachos pequeños, doctores que trabajan en barrios obreros, y los maestros de las escuelas públicas - notamos que su posición económica y social se ha deteriorado. Pero si observamos a los profesionales que se han dedicado a prestar sus servicios a la clase capitalista -abogados de las grandes corporaciones, profesionales de los servicios financieros, las cuatro empresas más grandes de contadores públicos, y los médicos que ejercen más allá del alcance del seguro médico global y las compañías aseguradoras fiscalizadoras- notamos que estos profesionales han aumentado su fortuna al igual que la clase a la que ellos sirven, aunque sólo hasta cierto punto, esto ha sido de manera absoluta y proporcional.” [91]. En este contexto, lo que sorprende es aún lo poco que esta brutal explotación y polarización social se ha expresado a nivel de la lucha de clases. Esto es consecuencia de que la clase obrera aun no ha podido superar la fragmentación que le impuso la ofensiva neoliberal que tuvo a EE.UU. como su epicentro, el carácter despiadado de la patronal norteamericana y de su estado frente a las luchas obreras -como se ha puesto de manifiesto en importantes huelgas, donde el Estado no duda en intervenir abiertamente en contra de los huelguistas-, el rol propatronal de la burocracia sindical que se convierte cada vez más descaradamente en un instrumento de los patrones para arrancarle conquistas a los trabajadores, además de su ideología proteccionista contra la llamada globalización que separa a los trabajadores norteamericanos de sus hermanos de clase en todo el mundo, aparte de igualar los intereses de la patronal norteamericana con los de sus trabajadores. Todos estos elementos de control social que podían comenzar a resquebrajarse con los escándalos financieros y bursátiles de la crisis económica de 2001 como la bancarrota y fraudes corporativos de World Com y Enron, fueron reforzados brutalmente después del 11/9/2001 con una campaña de terror brutal sobre la población mediante la “guerra contra el terrorismo” y las medidas de recortes democráticas internas, como la Acta Patriótica, que crearon una unidad nacional reaccionaria que tuvo su punto cúlmine en la reelección de Bush en 2004 pero que se fue disipando desde entonces hasta el actual giro en el estado de ánimo de la población contra la guerra de Irak, reflejado en las recientes elecciones de medio término. Fue en los prolegómenos de esta nueva atmósfera social que salieron a las calles los trabajadores inmigrantes, en particular los trabajadores latinos, en un movimiento de masas multitudinario que no se veía hace años. Aunque su acción fue cooptada por los representantes del Partido Demócrata evitando posteriormente su radicalización, el despertar del sector más explotado del proletariado norteamericano quizás esté anticipando un nuevo reanimamiento del conjunto de los trabajadores de los Estados Unidos. Para aventurar algunas hipótesis, esto podría desatarse por las mayores cargas que deberán sufrir los trabajadores ante la inminente desaceleración económica y el creciente impacto de sus deudas con respecto a sus ingresos, debido a la subida que se ha venido produciendo de las tasas de interés o frente a un ataque a las condiciones de jubilación y de salud de los trabajadores, por ejemplo de las automotrices (una pesada carga en la “pérdida“ de competitividad de las compañías norteamericanas). Más significativa aún, es la comunicación que podría establecerse entre la lucha de clases de los hispanohablantes, mexicanos en su mayoría, en territorio estadounidense que están muy descontentos con el gobierno Bush (como ratificaron las últimas elecciones) y la inestabilidad creciente del patio trasero de EE.UU., con los temblores que llegan de luchas como la de Oaxaca de fuerte impacto en EE.UU., a donde han emigrado gran cantidad de sus habitantes. Así como no podemos separar los acontecimientos en México de lo que ocurre en Estados Unidos, cada vez más los acontecimientos que ocurran al sur del río Bravo impactarán al norte.
-C) ¿Hacia dónde va EE.UU.?
La principal cuestión de los próximos años es evitar una derrota humillante en Irak, una derrota que para ponerlo en términos gráficos culmine con la evacuación en helicóptero del personal norteamericano desde la zona verde en Bagdad a Kuwait. A ojos vista la ofensiva “neoimperialista” [92] norteamericana ha pasado a la defensiva. La ejemplar acción norteamericana en Irak que buscaba mostrar el poder de EE.UU. no ha logrado sus objetivos estratégicos ni tampoco ha logrado darle una lección a las masas de la región como pretendía. Por el contrario está proyectando una imagen de debilidad. Un hombre con mucha experiencia en el campo de las relaciones exteriores, protagonista directo de la derrota norteamericana en Vietnam y que fue asesor del presidente Bush en el tema de Irak como Henry Kissinger, lo dice con todas las letras: “Ya no es posible la victoria militar en Irak: si usted, con ‘victoria militar’, se refiere a un gobierno iraquí que pueda establecerse y cuya autoridad judicial se extienda a lo largo de todo el país, que ponga bajo control la guerra civil y la violencia sectaria en un período de tiempo que los procesos políticos de las democracias apoyen, si se refiere a esto, no creo que sea posible” [93], al mismo tiempo que advirtió sobre los peligros de un retiro rápido de las tropas comandadas por EE.UU., y dijo que de hacerse podría desestabilizar a los vecinos de Irak y provocar un conflicto de larga duración.
Sin embargo, más allá de cuál sea el desenlace de la actual situación en Irak que amenaza con transformarse de mala en desastrosa, para muchos el fiasco de Irak hará que EE.UU. “se vuelva hacia adentro”, con poca inclinación a nuevas intervenciones. Es probable que al igual que en el periodo post Vietnam, EE.UU. temporariamente restrinja su intervencionismo o lo haga más velado como fue en Afganistán o Centroamérica. Incluso no descartamos presidencias “carterizadas”, en referencia al periodo presidencial de Jimmy Carter que terminó humillado con la toma de los rehenes en la embajada norteamericana en Teherán, después del triunfo de la revolución iraní de 1979. Pero la variante de que EE.UU. se oriente al aislacionismo después de la experiencia traumática de Irak, no puede ser una alternativa duradera para su clase dominante, que no cederá su posición en la cúspide del sistema capitalista mundial sin resistencia. Ya hemos señalado a lo largo de la nota que en comparación con la situación post Vietnam, EE.UU. se encuentra en peores condiciones que en los ‘70 tanto en el plano económico y social, como frente a la realidad económica y política mundial emergente. Sin embargo, esto no significa que no intentará pasar de nuevo a la contraofensiva: a esto lo compele su “primacía” en el actual sistema capitalista mundial. Por lo tanto así como es posible esperar que Estados Unidos entre en un fuerte periodo de debilidad para su dominio, es imposible pensar la decadencia norteamericana sin nuevos “zarpazos” o emergencia de movimientos aún más duros y bonapartistas que los neocon, en los próximos años o décadas. Toda otra perspectiva sería puro pacifismo, que es lo que está detrás de muchas posiciones centroizquierdistas e incluso pseudo izquierdistas que ven que el problema es “Bush”, apostando a su reemplazo en dos años por un gobierno demócrata que retorne al “multilateralismo soft” previo al 2001. Estas visiones reformistas no preparan para los golpes bruscos y convulsiones de las próximas décadas.
Contra tales posiciones es importante remarcar que, aunque tienen diferentes tácticas e incluso hay fuertes fracciones al interior de ambos -como se ve en las diversas variantes que discuten respecto a Irak-, la lucha por la “primacía” es un objetivo de ambos partidos imperialistas, Republicano y Demócrata. Esto se vio tanto en el gobierno Bush, con un acento más unilateralista y por tanto más aventurero, como en los ’90 bajo el gobierno de Clinton, aunque éste recubría el objetivo común con un discurso y una diplomacia más multilateral y por lo tanto más sensible a las consideraciones de las otra potencias, en especial la UE, aunque siempre primara la posición norteamericana [94].
Así lo demuestran las expresiones de los principales voceros demócratas durante la década pasada: “El asesor de seguridad nacional de Clinton, Anthony Lake, dijo esto de manera muy clara en su primer discurso sobre la gran estrategia de EE.UU. (“U.S. grand strategy”). Lake remarcó que ‘la característica fundamental de esta Era es que somos el poder dominante. Quienes no dicen esto engañan a Estados Unidos (...) En todo el mundo, el poder, la autoridad y el ejemplo de EE.UU. brindan oportunidades sin parangones para liderar (...) nuestros intereses e ideales nos llevan no sólo a participar y estar comprometidos, sino a liderar’. La palabra ‘liderar’ es código del ejercicio del protectorado [95]. Lake continuó: ‘El sucesor de una doctrina de contención debe ser una política de ampliación -ampliación de las democracias de los mercados libres del mundo-.’ (Anthony Lake, “From Containment to Enlargmenet”, discurso dado ante la School of Advanced, International Studies, Johns Hopskins Universtity, Washington DC, 21 de septiembre de 1993). El Secretario de Estado Warren Christopher también dejó poco lugar a dudas sobre su postura en este tema. Como declaró antes de jubilarse, ‘para finales del [primer] mandato de Clinton, la pregunta ‘¿Debe EE.UU. liderar?’ ya no será una pregunta seria’, (Warren Christopher, In the Stream of History: Shaping Foreign Policy for a new era (Stanford: Stanford University Press, 1998).” [96]
Esto es así, no por una opción política sino porque la lucha por la “primacía” deviene de la necesidad de EE.UU. como potencia hegemónica de controlar o fijar las pautas de los principales centros de la acumulación capitalista mundial. Como planteaba Ernest Mandel en relación con las causas que llevaron a la Segunda Guerra Mundial: “...el motor de la Segunda Guerra Mundial fue la mayor necesidad de dominar la economía de todos los continentes mediante inversiones de capital, acuerdos preferenciales de comercio, reglamentaciones monetarias y hegemonía política. El objetivo de la guerra era no sólo la subordinación del mundo menos desarrollado sino también de otros estados industrializados, fueran enemigos o aliados, a las prioridades de la acumulación de capital de la potencia hegemónica” [97] (subrayado nuestro). Una vez establecida su supremacía en la contienda bélica, los Estados Unidos crearon un “orden mundial” a imagen y semejanza de sus necesidades de acumulación. Las novedosas características políticas y geopolíticas del mismo son correctamente señaladas por Peter Gowan: “La construcción del nuevo orden mundial se ha centrado en la construcción de un sistema de alianzas regionales. Las características positivas y distintivas de estas alianzas radican en el hecho de que le dan a EE.UU. comando directo de las orientaciones geopolíticas de los restantes centros capitalistas y, de hecho, de sus políticas de seguridad nacional. Esto es un hecho sin precedentes históricos. Unificó la geopolítica de todo el mundo capitalista bajo la dirección de EE.UU.. Los medios para el establecimiento de este orden positivo fueron la confrontación militar con Unión Soviética. (...) La división de la guerra fría operaba no sólo en el terreno de la geopolítica sino en el terreno sociopolítico dentro de cada estado de la alianza -a través de la dimensión de la ‘libertad’ versus el ‘comunismo’-. Esta dimensión de la división de la guerra fría fue oficialmente puesta bajo la temática de ‘democracia’ versus ‘comunismo’, pero en realidad se trataba de una división entre la ‘libertad del capitalismo’ y los desafíos socialistas al capitalismo... El resultado fue que todo líder político nacional que quería oponerse a la alianza de principios de EE.UU. o que deseaba ir más allá del capitalismo iba a enfrentar poderosas fuerzas internas de resistencia incluso sin la intervención activa por parte de EE.UU.. Esta homogenización de la política de masas a nivel nacional de todo el centro (de manera tal que servía de apoyo a los líderes estadounidenses) fue un cambio político muy importante en comparación con el período más temprano de dominación europea.” [98] (subrayado nuestro).
Estas características de la génesis y estructura de la hegemonía norteamericana son las que -aún en un periodo de aceleración de su decadencia como al que se encamina estratégicamente EE.UU. post Irak- hacen impensable la abdicación pacífica de Norteamérica de su actual posición dominante en el sistema internacional [99] y la formación de una nueva forma colegiada de administración capitalista internacional por encima de esta potencia, así como la vía hacia “un orden multipolar”, como propugnan Rusia; China, Francia y otros actores opuestos a la “hiperpotencia” norteamericana, ya que EE.UU. no pueden “retirarse del mundo” -como fue el caso de Inglaterra y su “espléndido aislamiento” en la Europa del siglo XIX [100]- ni tampoco dominarlo.
A nivel interno, esto se manifiesta en la ausencia de una significativa fracción antiguerra en ambos partidos. Una muestra de esto fue la primera decisión tomada por el Partido Demócrata después de las elecciones del 7/11, de elegir a Steny Hoyer (Demócrata de Maryland) como el líder de la Cámara de Representantes de la mayoría, dándole un duro golpe a John Murtha (Demócrata de Pennsylvania), la cara de la fracción antiguerra del partido. Incluso a diferencia de otras guerras como las de Corea y Vietnam, donde sectores del capital corporativo cumplían un rol crítico comunicando las implicancias financieras y políticas de largo plazo de la guerra, en esta oportunidad siguieron todos los lineamientos del Ejecutivo. Esta realidad crea una enorme brecha entre la posición y ubicación del establishment político, empresarial y militar norteamericano y el movimiento de masas. Tácticamente esto crea un mayor margen de maniobra a la presidencia para sus políticas guerreristas, como fue evidente desde el 11/9/2001 a esta parte, e incluso frente al nuevo escenario político y el cambio de estado de ánimo de las masas, de oposición a la guerra de Irak, que está siendo licuado en las distintas propuestas que se discuten en los pasillos del poder. Sin embargo, estratégicamente, esta separación entre las masas y la élite es enormemente peligrosa para los intereses del capitalismo norteamericano de conjunto: no sólo la continuidad de la guerra abre una tijera cada vez mayor entre ambos polos sino que, potencialmente, de desarrollarse un movimiento antiguerra activo disminuiría la capacidad de cooptación de la clase dominante, a diferencia de lo que sí fue posible para el Partido Demócrata frente al movimiento contra la guerra de Vietnam. Esta es una cuestión presente para los miembros del Grupo de Estudio sobre Irak, quienes están preocupados de que, sin un giro importante -o al menos la apariencia de un cambio- en la política norteamericana frente a Irak, la oposición latente contra la guerra pueda emerger en forma explosiva y políticamente radicalizada, como ya lo hizo durante la guerra de Vietnam. Pero repetimos: tal movimiento sería hoy potencialmente mucho más peligroso, no sólo por los síntomas iniciales de escisión entre las masas y el régimen político recién planteados, sino fundamentalmente porque las tensiones sociales y económicas dentro de Estados Unidos son más pronunciadas, y su posición en el mundo es mucho más precaria que en 1960, como hemos visto a lo largo de esta nota.
Los elementos planteados implican que lejos de toda perspectiva evolucionista, la aceleración de la decadencia norteamericana, considerada a largo plazo, traerá nuevas convulsiones, nuevas guerras y catástrofes aún mayores que la de Irak. En EE.UU es de prever un incremento post Irak del revanchismo interno y externo de la derecha, lo que dará lugar a una mayor polarización. Estratégicamente esta perspectiva implica, a la vez que golpes reaccionarios, nuevos incentivos para la lucha de clases en EE.UU.. En síntesis, EE.UU. entra en un periodo de inestabilidad difícil de evitar, como consecuencia de la aceleración de su decadencia.
Este enorme hecho histórico, al que quizás nos estemos aproximando, está llamado a convertirse en un cataclismo. Una amenaza de enormes destrucciones para el conjunto de la humanidad. En este marco, y frente a aquellas posiciones “declinacionistas” -como la del importante intelectual norteamericano Immanuel Wallerstein, uno de los mentores de la escuela de Sociología Histórica del sistema-mundo, que devalúa la importancia de la lucha de clases- enfatizamos que sólo la perspectiva de la revolución socialista internacional puede prepararnos para afrontar dicho acontecimiento en forma progresiva, si no queremos que las únicas alternativas a la debacle norteamericana sean el caos o la barbarie. Sólo la revolución proletaria internacional puede ahorrarle a la humanidad tales sufrimientos, que pueden hacer palidecer a las páginas más oscuras del siglo pasado debido a la enorme acumulación de poder destructivo de EE.UU., comparado incluso con regímenes abominables como la Alemania nazi. Ante esta perspectiva ominosa la revolución socialista internacional es hoy más urgente y necesaria que nunca.
|