Ahora el patrón se organizó mejor. Yo diría que nosotros le dejamos el tiempo para que se organizara a su manera. No era sólo el otoño que hubiera debido de ser caliente, sino también el invierno, la primavera, el verano y el otoño sucesivo, más hirviente todavía, para dejarle sin aliento, para romperle el espinazo definitivamente, una vez por todas
TOMMASO DI CIAULA, TUTA BLU, 1978.
A pocos días de la asunción del nuevo gobierno de Prodi, Salvatore Cannavò, diputado por el Partido de la Refundación Comunista (PRC) y principal referente de la oposición de izquierda dentro de este partido, afirmaba que, tomando en cuenta la situación italiana, era necesario aceptar el nacimiento del gobierno “para verificar [sus] capacidades de transformación y las expectativas generadas en el seno del electorado de izquierdas” [1]. No era necesario ser un analista político experto para contestar que ni siquiera había que esperar las primeras medidas que habría de tomar el nuevo gabinete de Prodi para constatar cuáles eran sus “capacidades transformadoras”. Bastaba con pensar en la carrera política e institucional de Prodi al servicio de la burguesía. Sólo tomando en cuenta los últimos diez años, fue presidente de la Comisión europea desde 1999 hasta 2004 luego de haber sido Premier entre 1996 y 1998 como bien se acuerdan los inmigrantes que fueron encarcelados en los Centros de detención ideados por su gobierno (Centros de Permanencia Temporal, ley Turco-Napolitana), los estudiantes que tuvieron que enfrentar la reforma escolar (ley Berlinguer), los trabajadores que vieron sus condiciones de vida y trabajo agravarse, en particular con la implementación de leyes flexibilizadoras y antiobreras (“Pachetto Treu”) y como bien recuerdan obviamente las masas populares albanesas que en 1997, en plena revuelta popular, vieron desembarcar el cuerpo expedicionario italiano que intervino para “restablecer el orden”. Todas estas medidas “transformadoras” habían sido implementadas con el beneplácito de la burocracia sindical (CGIL, UIL y CISL) [2] y el apoyo político del PRC desde el Parlamento hasta 1998. Para verificar de antemano cuáles serían las “capacidades transformadoras” del nuevo gobierno de Prodi, bastaba con mirar a quienes eran los más fervorosos sostenedores del “Professore” durante la campaña electoral: la prensa burguesa, tanto italiana como extranjera, la gran patronal (Confindustria) y su portavoz, Montezemolo, íntimo de Agnelli, los sectores más liberales de la jerarquía vaticana, en fin, la flor y nata de la reacción “progresista”. Para convencerse de lo que habría sido la política del gobierno de Prodi, bastaba por fin con mirar los dos debates televisivos en los cuales discutieron Prodi y Berlusconi durante la fase electoral: a la pregunta “¿Qué hará usted con todas las leyes que fueron votadas bajo el gobierno de Berlusconi?”, Prodi no había vacilado en contestar secamente: “el verbo ‘abrogar’ no me gusta”.
¿POR QUÉ CONFINDUSTRIA DECIDIÓ APOYAR A PRODI?
Estas primeras indicaciones muestran claramente que Prodi y su gobierno actuarán como gestores responsables de los negocios de la burguesía. A primera vista puede parecer paradójico que la gran patronal italiana, luego de haber acordado en Parma en 2001 con uno de sus pares, Berlusconi, un pacto legislativo, haya decidido cinco años más tarde dejar al “Cavalliere” y optar por sostener una coalición integrada por un abanico de partidos que va desde el centro -Unión Democrática por la Europa (UDEUR), Margarita [3] - hasta la centroizquierda -Demócratas de Izquierda (DS)- y es integrada por lo que la prensa italiana llama la “izquierda radical”, es decir los Verdes, el PdCI y el PRC [4].
Para entender la orientación de Confindustria es necesario tener presente que en el marco del crecimiento lento de la economía europea, signado por incógnitas externas (dinamismo de la economía americana y riesgos de desaceleración, factores de inestabilidad geopolíticos, etc.), la península italiana está atravesando desde hace más de diez años una fase muy delicada, agravada por problemas estructurales que pesan sobre el sistema de Italia. Volveremos más detalladamente durante el artículo sobre estas especificidades. Basta por el momento destacar que los ejes del debate entre los economistas más influyentes consisten en saber si Italia está en “un proceso crítico de transformación”, “un momento difícil” o de “declive estructural”.
En este marco, Berlusconi y su coalición gubernamental de centroderecha se revelaron incapaces de curar apropiadamente lo que The Economist no vaciló en calificar como “el gran enfermo de Europa” [5]. Esto se debió a una triple característica que marcó el gobierno del “Cavalliere”. Lo más escandaloso para los sectores más liberales de la burguesía fue que Berlusconi, manchado por infinitos pleitos y condenas en relación a los orígenes dudosos de su fortuna, tendió a hacer pesar sus propios negocios personales de magnate financiero y mediático antes que los intereses globales de la patronal italiana. En segundo lugar, el gobierno de la Casa de las Libertades (coalición compuesta por partidos de centro-católicos, liberal-conservadores y la derecha reaccionaria) en el cual tenían un peso importante los aliados de Forza Italia, el partido del Premier, como la Liga Norte y Alianza Nacional, se distinguió por cultivar una multiplicidad de lazos clientelares con sectores de la pequeña y mediana empresa del Centro Norte y fracciones de la patronal del Sur que tendió a favorecerle, perdiendo de vista los ejes centrales del Pacto de Parma. Último factor, determinante, fue la parálisis “reformadora” del gobierno Berlusconi a partir de 2002. El gobierno de centro derecha se reveló incapaz de implementar las reformas antiobreras y antipopulares necesarias para sentar las bases de una nueva fase de acumulación para el capitalismo italiano. A pesar de la colaboración de las dos centrales sindicales de menor importancia (CISL y UIL) que firmaron el Pacto por Italia, el gobierno entró en conflicto con una fuerte oposición obrera, popular y juvenil que se opuso a sus principales orientaciones [6] . Este descontento, canalizado en gran parte por la burocracia sindical de la CGIL, la centroizquierda y sus aliados “radicales”, se expresó a través de huelgas generales e innumerables movimientos sectoriales, sin olvidar las imponentes manifestaciones “no global” y antiguerra que atravesaron la península durante los cinco años de gobierno de Berlusconi [7]. Se expresó también a través de una combatividad creciente y potencialmente incontrolable del proletariado metalúrgico, como lo señaló el caso testigo de la lucha de Fiat Melfi en 2004, sin olvidar los embrionarios pero amenazantes movimientos “salvajes” (que escapan al control de la burocracia sindical) encabezados por fracciones de la clase obrera, como en el caso de las huelgas de los trabajadores de los transportes públicos (“autoferrotranvieri”) en 2002 y 2003.
Ante un balance tan negativo, la gran patronal prefirió confiar las riendas del país a una coalición de centroizquierda más seria, con una orientación europeísta más firme (más adecuado a los reales intereses de Confindustria) y sobre todo capaz, a través de sus mediaciones sindicales y políticas, de llevar adelante las reformas necesarias para un saneamiento de la economía italiana en desmedro de los sectores subalternos sin despertar oleadas de protesta potencialmente incontrolables. La carta que pudo jugar Prodi fue la de presentar un programa acorde con las necesidades de la gran patronal italiana, fiel a las orientaciones definidas por la Agenda de Lisboa y que pudiera contar con el apoyo decisivo de las tres principales confederaciones sindicales y con una pata izquierda política en los movimientos sociales.
Como acabamos de ver, no había lugar a dudas en relación a qué tipo de programa iba a implementar el gobierno prodiano en caso de triunfo. Lo que no había previsto la gran patronal y la prensa italiana, sin embargo, era la estrechísima mayoría con la cual ganó la Unione en abril [8] .
El resultado de las elecciones de abril demuestra por una parte que la centroderecha no fue derrotada políticamente y sigue conservando una amplia base social derechista y populista que rebasa los sectores de la mediana y pequeña burguesía y hunde sus raíces en sectores para nada despreciables de las capas populares. Esto es una constante del sistema italiano desde 2001. El espectro político está partido en dos campos cuyo peso electoral en el país es equivalente [9]. Este resultado tiene por otra parte, otra implicación importante desde un punto de vista político institucional. La estrecha mayoría con la cual ganó Prodi repercutió decisivamente en el Senado. En la Cámara Alta, Prodi dispone sólo de una mayoría gracias a los senadores vitalicios, lo que deja expuesto al gabinete a eventuales presiones de sus alas más derechistas o izquierdistas [10] .
No por esto Prodi modificó el rumbo del programa de la Unione. En las primeras semanas de gobierno quedó claro que ir “superando” las leyes más antipopulares adoptadas durante los gobiernos precedentes, una promesa electoral de la centroizquierda, significaba en realidad profundizarlas más aun. Las primeras medidas adoptadas por el gobierno prodiano son ferozmente reaccionarias, a imagen y semejanza de la drástica agenda de la gran patronal italiana para intentar salir del atolladero actual. Es lo que iremos viendo centrándonos en algunos casos paradigmáticos en relación a la política interna y externa del gobierno de la Unione: la ley presupuestaria para 2007 y las misiones militares italianas en el exterior, con el caso particular de Líbano y Afganistán.
“QUE RESTE-T-IL DE NOS AMOURS?” EL PAPEL DEL PRC Y DE SUS MINORÍAS INTERNAS EN EL GOBIERNO
En una de sus melodías más famosas, el cantante de cabaret francés Charles Trénet se pregunta algo desencantado “que reste-t-il de nos amours?”, “¿qué queda de nuestros amores?”. Es la pregunta que podrían hacerse todos aquellos que, entre la extrema izquierda internacional, fueron considerados durante varios años como los abanderados de una “nueva izquierda” renovada, a la altura de los desafíos de un mundo signado por los efectos devastadores del “neoliberalismo” y de la “guerra global y permanente”, a los “disobbedienti” “no global” italianos y al PRC.
Durante el gobierno berlusconiano, entre 2001 y 2006, la península estuvo atravesada por un movimiento social multiforme con rasgos radicalizados, ubicado a la vanguardia política del continente europeo. Muchos fueron los que ante esta situación analizaron con interés lo que estaba pasando tanto a nivel social como a nivel del movimiento de masas, sobre todo “no global” y antiguerra. Los analistas de la extrema izquierda europea tendieron las más de las veces no tanto a resaltar la potencialidad de los movimientos en sí, sino más bien a sostener y apoyar acríticamente a sus direcciones que representaban precisamente su contracara. Algunos apoyaban a las direcciones reformistas de izquierda más tradicionales (PRC, izquierda de la CGIL, FIOM, sindicalismo de base), otros a las direcciones más radicales y novedosas para el panorama político europeo, como en el caso de la dirigencia neo-autonomista de buena parte del movimiento no global y de una parte del movimiento antiguerra. Tanto los “radicales” como los reformistas, tenían como punto en común el horizonte insuperable de los Foros Sociales Mundiales y Europeos a partir de los cuales se pretendía humanizar el capitalismo. Ambas dirigencias terminaron de la misma forma, “defraudando” a la extrema izquierda europea que entusiastamente les fue a la zaga.
CUANDO LOS “DISOBEDDIENTI” OBEDECEN A PRODI
El caso de la ex dirigencia no global (“disobbedienti”) es un caso paradigmático de integración de los otrora portavoces de uno de los movimientos antiguerra más radicales de Europa. Daniele Farina, ex vocero del Centro Social Leonkavallo de Milán, hoy en día diputado por el PRC, es vice presidente de la Comisión de Justicia del Parlamento... Francesco Caruso, el líder de la combativa Red Sur Rebelde es diputado por el PRC. Nunzio D’Erme, representante del “movimiento” en Roma y ex asesor comunal no vaciló en respaldar el gobierno guerrerista planteando que sobre la cuestión de la refinanciación de la misión militar italiana en Afganistán, “el gobierno tenía que seguir adelante” [11]. Esto es para los que se pasaron idealizando, en los FSE y FSM, la dirigencia del movimiento no global y antiguerra en vez de tratar de construir a partir de sus potencialidades una fracción anticapitalista y antiimperialista en su seno [12] .
EL PRC, PARTE INTEGRANTE DEL GOBIERNO DE LA “BURGUESÍA ILUSTRADA”
Pasemos ahora al PRC, tomado como modelo por muchas corrientes de extrema izquierda europea que lo tildaban hace sólo unos años atrás de “formación anticapitalista con resonancia de masas” [13] , “versión socialista del movimiento anticapitalista (...) que supo seguir siendo un partido de masas con una representación parlamentaria y una influencia substancial entre los sindicatos” [14], o mejor aún como un partido cuya “orientación fundamental (...) tiende a construir una alternativa al neoliberalismo rechazando la alternancia pregonada por la centroizquierda” [15] . Sin embargo, ingresó al gobierno y actúa como cobertura de izquierda de las políticas antiobreras que está implementando la Unione. Junto con la CGIL, la más grande e influyente de las centrales sindicales, el PRC es el encargado de descomprimir cualquier tendencia al descontento y de transformar en simples movimientos de presión cualquier expresión de bronca que pueda surgir en el seno del movimiento obrero o juvenil y encauzarlo hacia el callejón sin salida de la conciliación de clases.
Con esto no pretendemos decir que el PRC se transformó de la noche a la mañana en un partido reformista proburgués. La coalición del PRC con fuerzas burguesas o proburguesas no empieza en las elecciones políticas de abril de 2006. En sus quince años de existencia, desde un punto de vista social, sus elencos dirigentes se esmeraron en canalizar todas las luchas sociales y transformarlas en meros movimientos de presión que las más de las veces terminaron derrotados o desgastados por la estrategia conciliadora y reformista de las direcciones sindicales y del PRC. Desde un punto de vista institucional, el PRC fue participando progresivamente a distinta escala en todos los gobiernos locales, provinciales y regionales posibles junto con la centroizquierda, convalidando a nivel local las políticas antisociales. Terminó apoyando desde el parlamento al primer gobierno de Prodi entre 1996 y 1998. Finalmente, la cuestión de la participación gubernamental directa fue una constante que atravesó desde el lanzamiento del mismo PRC todos los Congresos Nacionales. El elenco dirigente mayoritario siempre se planteó claramente a favor de buscar acuerdos y pactos de gobierno para apoyar gabinetes de centroizquierda. A partir del Congreso de Venecia de 2005 sin embargo esta tendencia conoció un ulterior salto cualitativo ya que Refundación votó a favor de la participación directa en el gobierno nacional.
A pesar de la oposición de sus minorías internas, el PRC planteaba la necesidad de apoyar a la futura coalición de centroizquierda en nombre de la “alternativa”. Sin embargo, en nombre de la necesidad de derrotar el berlusconismo (no en las luchas, sino en las urnas) el concepto de “alternativa” cedió progresivamente el paso a la perspectiva más prosaica de la “alternancia”... con la burguesía “progresista”. Como lo planteó claramente Bertinotti después de las elecciones de abril, “el líder de la derecha (Berlusconi) había entendido muy bien que un sector de la burguesía le había dado la espalda y había decidido votar a favor de la Unione (...), la ‘burguesía ilustrada’. Entonces Berlusconi dejó correr. Y se concentró en el resto de la burguesía, la burguesía improductiva” [16]. Dejando de lado la ficticia dicotomía entre patrones buenos y patrones malos, Bertinotti y el PRC llevaron adelante y cristalizaron en los hechos la vieja profecía de De Benedetti, portavoz de la patronal italiana, quien en 1990 planteaba que “[Italia] es un país que tendría que tener el derecho y el deber de rebelarse y en el cual habría que construir una alianza entre productores, es decir entre industriales y obreros, en contra de los que no producen” [17].
El PRC, otrora modelo “anticapitalista” para algunos, terminó integrándose al gobierno burgués de Prodi y a las instituciones burguesas al más alto nivel, con un ministerio, subsecretariados, toda una gama de funcionarios ministeriales y un Bertinotti que hoy en día ocupa el tercer puesto más prestigioso de las instituciones italianas, la Presidencia de la Cámara. Desde los escaños del Parlamento, sus puestos de asesores, consejeros, subsecretarios, funcionarios del Estado o simplemente burócratas sindicales (que en última instancia dirían los herederos del setentismo italiano, son las dos caras de la misma moneda...), el PRC se encarga hoy en día de descomprimir y desmontar cualquier tipo de oposición potencial al nuevo gobierno, desde el mismo gobierno.
A pesar de haber sido preparado durante más de una década, el giro abiertamente gubernamental del PRC no deja de desorientar a partes consistentes de su militancia y base simpatizante. Nada más comprensible. Un partido que no escatimó sus esfuerzos para decir que nunca participaría en un gobierno que no representara una alternativa al centro derecha, a las políticas guerreristas y neoliberales (un discurso que sirvió para mejor cubrir por izquierda al centroizquierda en relación al movimiento social y presentarlo como una ruptura con el modelo berlusconiano), termina hoy en día respaldando un gobierno neoliberal y guerrerista, en plena continuidad con el precedente... Demagógicamente, recurre a pantallas de humo para embellecer el gobierno actual. En relación a la Ley presupuestaria para 2007 (“Finanziaria”), el ministro de PRC de la “Solidaridad Social” no se sonroja en presentarla como una “Finanziaria” igualitaria [18]. La mayoría del PRC presenta como un gran avance la inconsistente reforma fiscal “redistributiva” y la batalla en contra de la evasión fiscal para encubrir los ataques a las condiciones de vida y de trabajo y los “regalos” a las empresas que contempla la “Finanziaria”. En el frente externo, para encubrir su voto a favor de la permanencia del contingente italiano en Afganistán, el PRC se centró en el hecho de que el contingente italiano estaba dejando progresivamente Irak, lo que ya había negociado Berlusconi con Washington. Trató luego de presentar como una gran conquista del PRC el hecho de que en Afganistán, ante las presiones de Washington y de la OTAN, que pretendían una mayor implicancia de las tropas italianas en la actual sangrienta ofensiva antitalibán en el sur del país, se mantenía el statu quo actual y que las tropas no estarían en primera fila de combate... Finalmente, no se avergonzaron de presentar la misión de la ONU en Líbano, de la cual Italia es uno de los pilares centrales, como una “intervención humanitaria” en solidaridad con el pueblo libanés. ¿Cuál será el precio que pagará el PRC por aquellas innumerables canalladas? Sólo la intensidad de una eventual recuperación consistente de la lucha de clases lo podrá determinar. Hoy por hoy, sin embargo, esta retórica del mal menor y de las seudo concesiones logra desmovilizar y desorientar la base de la izquierda reformista italiana, protagonista hace sólo unos años atrás de multitudinarias manifestaciones antiguerra y de huelgas generales.
ERRE-SINISTRA CRITICA: CUANDO LOS DIPUTADOS DE LA “SECCIÓN ITALIANA DEL SECRETARIADO UNIFICADO DE LA IV INTERNACIONAL” FORMAN PARTE DE LA SECCIÓN ITALIANA DE LA BURGUESÍA EUROPEÍ STA
En el seno del PRC siguen como minorías internas opositoras (después de haber respaldado la mayoría bertinottiana en forma intermitente) el sector de Essere Comunisti-L’Ernesto y sobre todo Erre-Sinistra Critica [19]. No nos detendremos aquí en la política que está llevando adelante l’Ernesto, la minoría interna más consistente del PRC, cuya dirigencia se distingue de los bertinottianos sólo en relación al aspecto de la participación gubernamental. L’Ernesto hubiera optado por un mero apoyo parlamentario a Prodi y no por una participación orgánica en el gabinete. El máximo horizonte subversivo de aquella corriente interna lo resume uno de sus dirigentes, el “rebelde” Claudio Grassi que amenazó con no votar la refinanciación de la misión afgana, para luego agachar la cabeza: “yo no quiero que caiga el gobierno de Prodi. Yo también quiero ver a Prodi gobernar durante cinco años” [20]. Considerando cómo empezó el gobierno de la Unione, los trabajadores en Italia bien pueden imaginarse cómo terminará si no se organiza una cerrada contraofensiva en contra de la burguesía y de su gobierno, el gobierno de Prodi y sus amigos “comunistas”.
Nos detendremos más detalladamente en Erre-Sinistra Critica cuyo papel es central para la estabilidad del gobierno de Prodi [21]. Nos centraremos para la polémica en la actuación de los parlamentarios de Erre ya que su orientación da una clara idea del curso actual de la organización. La praxis política actual de Erre es un condensado casi caricaturesco de años de revisiones, correcciones y aggiornamentos teóricos del trotskismo por parte del SU en nombre de un supuesto marxismo crítico renovado. Lo iremos viendo alrededor de tres cuestiones que estuvieron en el centro del debate político italiano en estos primeros meses del gobierno de Prodi: Afganistán, Líbano y la cuestión de la la ley presupuestaria.
Erre-Sinistra Critica defendió en el Congreso de Venecia una moción que planteaba la necesidad de brindar un respaldo parlamentario a un eventual gobierno de centroizquierda en función de las medidas propuestas, sin poner en tela de juicio la necesidad de votar a la Unione para derrotar a Berlusconi [22]. Aceptó, no obstante, las candidaturas que le tocaban en el marco del PRC y la Unione, sacando un diputado y dos senadores [23]. Los parlamentarios “trotskistas” votaron obviamente la confianza al gobierno de Prodi cuando fue entronizado por las dos Cámaras. Nada más lógico después de haber defendido objetivamente el programa de la Unione al presentarse en las listas del PRC que estaban orgánicamente vinculadas al prodismo.
La cuestión se hizo más delicada cuando se trató de votar en julio la ley de refinanciación de las misiones militares italianas en el exterior que comprendía la misión afgana en la cual se focalizaron todos los debates. Erre había anunciado que sobre el tema tendría que “demostrar ser inflexible en relación a los contenidos” [24]. Estos contenidos rápidamente revelaron no ser otra cosa que pedir una “inversión de las directrices estratégicas de acuerdo con el artículo 11 de la Constitución italiana, inscrita en el programa de gobierno y que subraya claramente que Italia está en contra de la guerra” [25]. Que algunos parlamentarios votaran en contra de la refinanciación en el Parlamento, no era fundamentalmente un problema. Lo era a la inversa en el Senado donde, como vimos, la mayoría de la Unione es tan exigua que bastan unos votos en contra para potencialmente hacer caer el gobierno. Algunos senadores de PdCI, PRC y Verdes, cuyas bancadas siempre habían votado en contra de la misión en Afganistán cuando Berlusconi era presidente del Consejo, se atrevieron a reivindicar una coherencia mínima con lo que habían pregonado y defendido durante los últimos cinco años en las manifestaciones antiguerra: reivindicaron el retiro progresivo de las tropas italianas a imagen y semejanza de lo que estaba sucediendo en Irak. Considerando la inflexibilidad del gobierno, bajaron la guardia, condicionando su voto de la refinanciación a la integración de una moción que contemplara una “estrategia de salida” de Afganistán, ya que “de allí también [Afganistán, después del retiro formal de Irak] nos tendremos que ir” [26]. El gobierno ni siquiera tomó en consideración el pedido y puso la confianza sobre el texto. Terminaron votando a favor de la misión en Afganistán los dos senadores “trotskistas” Franco Turigliatto y Gigi Malabarba, declarando al unísono con los parlamentarios “rebeldes” “no queremos que caiga Prodi (...) sólo queremos representar aquel sector mayoritario del país que no quiere la guerra” [27].
Después del voto de los créditos de guerra para Afganistán, los “inflexibles” senadores tuvieron que responder a la cuestión del envío de tropas al Líbano, siendo Roma el principal promotor de la misión Unifil 2. ¿Se hizo Erre portavoz en el Parlamento de los jóvenes activistas antiimperialistas que se manifestaron recientemente en solidaridad con la resistencia de los pueblos de Medio Oriente y por el retiro de las tropas italianas en el exterior? Para nada. Por el contrario, los atacó sumándose a la reaccionaria caza de brujas orquestada por la prensa italiana y las fuerzas represivas [28]. Mientras tanto, Cannavò se contentó con no participar del voto sobre la misión explicando “no (...) poder apoyar [la misión], al menos hasta que no esté demostrada su real intención pacifista. Esto pasaría, (...) por una serie de garantías y puntos entre los cuales está la interposición en Gaza y en Cisjordania, es decir en función de las fronteras de 1967, en función del nacimiento de un Estado palestino y, en este sentido, de un compromiso por una rápida convocatoria de una Conferencia internacional de paz. Desde este punto de vista, habría que trabajar a favor de un consecuente despliegue ONU en la frontera israelí libanesa para resolver claramente la ambigüedad alrededor del desarme de Hezbollah, que el gobierno además nos garantice y tranquilice en relación al aumento de los gastos militares. Este es un punto crucial. No podemos pensar que, mientras se avecina una ley presupuestaria que tendría que ser rigurosa, el gobierno siga aumentando en forma exponencial los gastos para las misiones militares” [29].
Por último, está la cuestión de la ley presupuestaria. Más allá de las idas y vueltas previstas del texto entre las dos Cámaras y el juego y las artimañas de enmiendas de una “Finanziaria” que figura entre una de las peores de la última década para los sectores populares, Cannavò, siempre sentado en su butaca del Parlamento, se abstuvo durante la votación del texto en primera lectura. Lo justificó por la “considerable transferencia de recursos [estatales] a las empresas y el aumento escandaloso del presupuesto militar” [30]. El 15 de diciembre, Prodi puso una moción de confianza sobre el texto de la ley presupuestaria en el Senado, una ley que Cannavò define ahora como una “Finanziaria” “de la otra clase, la de los empresarios en busca de apoyo en la competencia global” [31]. ¿Fue esto suficiente como para que Erre se reorientara y rompa con el gobierno burgués? A imagen de un pésimo Hamlet preguntándose “ser o no ser [marxista revolucionario]”, Cannavò concluye “¿se podía hacer otra cosa, votar en contra de la ley presupuestaria, hacer caer el gobierno, preparar la vuelta de Berlusconi?” [32]. La respuesta a una cuestión tan peliaguda para Erre-Sinistra Critica es “no”... “Inflexiblemente”, Franco Turigliatto votó a favor de la ley presupuestaria bautizada por los sectores populares como “lacrime e sangue” (lágrimas y sangre).
Esta praxis política no tiene sólo que ver con un vicio de fondo arraigado en las contradicciones internas y la propia historia de la sección italiana del SU [33]. A nuestro parecer, tiene raíces mucho más profundas que se entrelazan en los últimos años con una serie de revisiones, aggiornamentos y modernizaciones conceptuales, políticas y teóricas que llevó a cabo la actual dirigencia del SU y abrió el camino a situaciones como la italiana.
Ya estábamos acostumbrados a las declaraciones de Cannavò en defensa de la Constitución italiana de 1948 y de su famoso artículo 11 que estipula que Italia repudia la guerra [34]. En nombre de esto, Erre prefirió optar durante el movimiento antiguerra por la bandera arcoiris de la paz y elogiar actos en frente único con ex presidentes de la República italiana en lugar de levantar la bandera roja del leninismo que proclama “el enemigo está en casa” y construir una consecuente oposición antiimperialista en el seno del movimiento antiguerra italiano, uno de los más potentes del viejo continente. No es de extrañarse después de esto que Cannavò quiera en forma idealista luchar por hacer que la Italia de Prodi -la Italia de la intervención en Somalia, en Albania, en Kosovo, etc.- defienda una “nueva política internacional que recupere un papel de mediación por la paz capaz de valorizar su función de ‘articulación del mundo mediterráneo” [35]. No somos secuaces talmúdicos de los clásicos del marxismo. Sin embargo, resulta que trocar las herramientas metodológicas de El estado y la revolución de Lenin por la Constitución italiana significa renunciar a la revolución. No lo planteamos nosotros, sino uno de los exponentes más conocidos del eurocomunismo del viejo PC italiano, Lucio Lombardo Radice: “Togliatti contradice la tesis central de El estado y la revolución de Lenin (la revolución concebida como derrocamiento del Estado existente) al contribuir, personalmente, al establecimiento de una ‘república de nuevo tipo’, con una Constitución de ‘nuevo tipo’ (...) Togliatti (...) desarrolló y transformó la doctrina del maestro de manera que se adecuara a los nuevos fenómenos” [36]. Este es el contenido real del actual proyecto de Manifiesto de Erre, ¡Anticapitalista! Una izquierda crítica para el siglo XXI, más allá de su vaga fraseología roja.
El SU, después de haber presentado la victoria de Lula en 2002 como un gran avance, tardó más de tres años antes de condenar la participación de uno de sus dirigentes, Miguel Rossetto, en el gabinete de Lula, respaldando hoy en día una reedición del “PT de los orígenes” a través del PSOL [37]. No deja de hacerse eco en sus filas de las concepciones de uno de sus ex dirigentes internacionales, Gilbert Achcar, que se esmera desde hace años en hacer pasar la ONU como un instrumento progresivo ante el caos generado por las guerras (concepciones en las cuales se basa Erre), cuando no se trata directamente de presentar las elecciones que tuvieron lugar en Irak como un paso positivo... El SU dejó pasar sin mayores debates la liquidación por parte de la LCR francesa en su penúltimo Congreso de la lucha por la dictadura del proletariado y su sustitución por vagos conceptos de “democracia hasta el final” como los define uno de sus intelectuales más importantes, Antoine Artous. Uno no puede asombrarse entonces de que el máximo horizonte de la sección italiana del SU ni siquiera sea la “generosa” (pero utópica) democracia hasta el final de Antoine Artous, sino más prosaicamente sostener y evitar la caída del gobierno de Prodi, con sus 29 misiones imperialistas en el exterior, su ley presupuestaria patronal... porque no vayan a creer que Cannavò sólo hace obstrucción en el Parlamento, para nada, es un diputado responsable, nada que ver con un exaltado... Cuando los DS lo atacaron por su voto contrario a la refinanciación de la misión en Afganistán en julio, contestó, “¿Y qué quieren? Yo voto a favor de 28 textos sobre 29, uno solo no lo quiero aprobar. Había pedido una modificación secundaria de texto, no es que pretenda el retiro inmediato de las tropas. (...) Y no digo que me rebelaré siempre. Sólo esta vez. Porque cuando se trata de la guerra, yo no voto a favor” [38].
Los aggiornamentos del marxismo revolucionario fundamentados por el SU desde hace años en nombre de “los tiempos que cambian” repercuten en la práctica. Esto no sólo perjudica a todos aquellos honestos militantes de la organización que pretenden construir una herramienta de subversión anticapitalista en Italia. El curso actual de la sección italiana tiene a su vez repercusiones en el resto de la organización internacional. Después del episodio brasileño, en el cual el SU no se delimitó estratégicamente, la deriva reformista y parlamentarista de la sección italiana representa otro de los puntos de referencia y de apoyo para todas las corrientes internas derechistas que se expresan en el seno de las distintas secciones nacionales, como el caso de las que en la LCR francesa abogan a favor de la construcción de un frente antiliberal lo más amplio posible [39].
La base de Erre, que sigue reivindicando las banderas de la Cuarta y la perspectiva de la revolución obrera y socialista necesita una estrategia radicalmente distinta al parlamentarismo obsceno de su dirigencia. Ante la política de Erre el SWP británico le aconseja profundizar su adaptación al PRC: “...siendo capaces de actuar en forma autónoma dentro y fuera del partido, transformándo[se] en una organización política independiente pero para nada separada de Rifondazione” [40], sobre todo cuando sigue considerando que “Rifondazione tuvo la oportunidad de construir una verdadera alternativa al neoliberalismo pero dejó pasar el momento” [41].
Tomando en cuenta la situación objetiva y subjetiva italiana es necesario entonces sentar las bases para fundar una organización cuartainternacionalista y no un nuevo sucedáneo del PRC.
LA ESPECIFICIDAD DE LOS PROBLEMAS ESTRUCTURALES DEL CAPITALISMO ITALIANO
Al asumir, Prodi y sus amigos en el gobierno se apoyaron en toda una serie de encuestas y estudios oficiales que aparecieron al mismo tiempo para subrayar que la situación económica italiana era tan catastrófica que no tenían otra alternativa que aplicar una brutal política de ajuste y austeridad. Acudieron para ayudar al nuevo gabinete los máximos exponentes de las finanzas italiana e internacional con una avalancha de declaraciones y recomendaciones por parte de Rodrigo Rato, del FMI, de Joaquín Almunia, en nombre de la Comisión Europea, Montezemolo por la Confindustria italiana, sin olvidar a Francesco Staderini por el Tribunal de Cuentas o a Mario Draghi, el recién electo presidente del Banco de Italia. El Fondo Monetario, Bruselas, la gran patronal, en fin, todos trazaban un panorama lóbrego a partir del cual Prodi respondía, con su habitual cara de cura jesuita “afligido” y de tecnócrata democristiano, “no hay margen de maniobra, vamos a tener que aplicar una política de austeridad”.
Más allá de la instrumentalización ideológica por parte del gobierno de Prodi de estos estudios oficiales, todos recalcan un hecho real: el pésimo estado en el cual se encuentra la economía italiana en relación a sus competidores y/o socios imperialistas. En las dos últimas décadas, Italia fue progresivamente perdiendo peso en el tablero mundial, pasando de ser la quinta potencia mundial al séptimo puesto hoy en día. Además de la situación catastrófica de sus cuentas públicas (que rompen de lejos con los techos fijados por los parámetros de Maastricht), Italia creció en la última década un 0,6% en promedio, es decir, un tercio de la Unión Europea, su producción industrial cayó, la productividad del trabajo creció menos que en los países desarrollados. Este panorama hace que el nuevo presidente del Banco de Italia, Mario Draghi, no pueda desconocer que “la recuperación cíclica que [está atravesando Italia] no puede por sí sola resolver los problemas de crecimiento que sufre el país desde hace más de una década, pero sí puede facilitar la mutación estructural” [42]. Si algunos analistas hicieron comparaciones entre los problemas estructurales de las economías británica e italiana en los años sesenta y setenta para explicar la magnitud y la longevidad del ascenso obrero y popular británico y del “maggio rampante” italiano, la burguesía británica salió en mejores condiciones de la prueba de fuerza. Aunque la burguesía italiana no logró derrotar tan rotundamente a su clase obrera como lo hizo brutalmente Margaret Thatcher en Gran Bretaña, las principales razones de la desaceleración macroeconómica de Italia no tiene que ver con una particular conflictividad social que hubiera mantenido los mismos ritmos y la misma intensidad que durante el “maggio rampante” en el último cuarto de siglo [43]. La crisis actual italiana tiene que ver con problemas estructurales propios del capitalismo italiano, herencia de su conformación como Estado, problemas irresueltos históricamente o que inclusive se agravaron aún más después del cierre del período de boom económico de los Treinta Gloriosos.
Aunque muchos economistas burgueses concuerdan en definir que el capitalismo italiano atraviesa un período de profundo declive, difieren en relación al análisis de las raíces de esta peculiar situación. Entre los más lúcidos, muchos se centran en grandes factores estructurales para explicar esta crisis y tratar de esbozar propuestas que tendría que tomar la dirigencia política [44] . Se destacan en general varios problemas de fondo: la debilidad de la industria energética italiana y su fuerte dependencia en relación al exterior [45]; la subinversión en transportes y grandes infraestructuras públicas; los gastos reducidos en términos de investigación y desarrollo (tanto en el sector privado como en el público). La anomalía italiana está agravada por el hecho de que, según Pinifarina, vicepresidente de Confindustria, “la empresa italiana se ha desarrollado en el marco de un mercado autárquico a la sombra de la protección política” [46]que consistía en una combinación de un proteccionismo indirecto del mercado interno, un fuerte sostén estatal a la industria (grande y mediana) y una política de devaluaciones competitivas de la vieja lira a la cual los gobiernos hoy en día no pueden recurrir. La crítica de Pinifarina vale para las pequeñas y medianas empresas que representan sobre todo “sectores con fuerte intensidad de mano de obra [pero] fuertemente vulnerables a la competencia de los países en desarrollo” [47]y cuyo enanismo estructural, que prevalece en amplias zonas del tejido económico italiano, se reforzó con el pasar de los años, agravando más aun su exposición a la competencia extranjera [48] El análisis de Pinifarina vale también para el sector bancario, fuertemente atomizado entre varios grupos y que sobrevive gracias a una legislación proteccionista obsoleta, blanco de las críticas de Bruselas mientras que los grandes consorcios bancarios europeos ya piensan cómo hacer pedazos a los sectores más débiles de la cadena financiera italiana [49] . Esto conlleva obviamente graves limitaciones en relación a las capacidades de inversión de las empresas (para no hablar de las pymes), ligadas a un sistema bancario inadecuado. Por último, de la crítica de Pinifarina no se salvan tampoco los grandes grupos italianos, no sólo Fiat que resulta ser uno de los últimos de envergadura internacional capaz hoy en día de competir en el mercado mundial. Pinifarina alude también a todos los otros grupos italianos importantes a los cuales cuesta cada vez más conservar sus posiciones y adquirir otras en los grandes escenarios económicos mundiales, cuando no quiebran rotundamente en condiciones escandalosas [50] . A este cuadro habría que incluir como capítulo aparte el histórico problema de la región del Mezzogiorno y el estado desastroso de las cuentas públicas italianas que preocupa cada vez más a los socios europeos de Roma y a la misma burguesía italiana. Todo esto repercute y agrava el problema central con el cual se topa la gran patronal italiana, el obstáculo de la productividad relativa del trabajo que no aumenta con los mismos ritmos en Italia respecto a los otros países avanzados, lo que a su vez limita fuertemente al capitalismo italiano y le impide mantenerse en el séptimo puesto mundial.
Estos problemas estructurales, la burguesía italiana los fue pateando para adelante recurriendo a una intensificación brutal de la explotación de la mano de obra sin que esté acompañada por una política de inversión complementaria ni tampoco por una resolución parcial de los obstáculos estructurales a los cuales aludimos. Tanto la integración a la “zona euro” como la intensificación de la competencia económica interimperialista hizo que estos problemas surgieran con mayor intensidad sin que ningún gobierno se enfrentara hasta el final con el tema de la “mutación estructural” a la cual alude Draghi, mutación necesaria para sentar las bases de un patrón de acumulación renovado y modernizado. Esto se traduciría en dos frentes. Por una parte en una intensificación de los ataques antiobreros, pero desde una estrategia “modernizadora” que no se limitaría a una mera sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Por otra parte pasaría por una reestructuración del tejido industrial y económico italiano, a través de un proceso de apertura, liberalización y fusiones del cual no saldría incólume la pequeña y mediana empresa italiana. Para empezar a llevar a cabo la primera parte de este plan estratégico, la gran patronal entregó las riendas del país a Prodi y a su coalición, confiando en que sus mediaciones político sindicales le permitan llevar adelante las contrarreformas necesarias, lo que Berlusconi fue incapaz de llevar a cabo. El otro problema para la gran patronal italiana es que la aplicación de la segunda parte de esta agenda estratégica (reestructuración del tejido industrial y económico italiano) requeriría la existencia de una coalición política capaz de dialogar y liderar aquella masa de pequeños empresarios, pequeños burgueses, comerciantes, en fin, la base misma de lo que hoy en día es la reacción berlusconiana, llevándola hacia su propia liquidación. Es lo que pudo llevar a cabo Thatcher en Inglaterra, apoyándose en un odio de clase en contra del proletariado que sirvió no sólo para atomizar al asalariado sino también a la pequeña y mediana burguesía que respaldaba a la Dama de Hierro. Es más, el problema en Italia no es sólo de dirigencia política. El elenco dirigente de Confindustria parece incapaz de ejercer su hegemonía sobre la misma base de la organización y menos aún sobre los sectores subalternos de la patronal que siguen siendo ferozmente berlusconianos [51] .
Una de las hipótesis barajada por la gran burguesía para salir de este callejón sin salida estratégico es la apuesta de Prodi y Montezemolo basada en dos tiempos. En un primer momento, la Unione y Confindustria estarían jugándose por asestar un tremendo golpe a las capas populares y a la clase obrera que empieza con la actual ley presupuestaria y tendría que proseguir con las reformas de las pensiones, de la contratación nacional, etc., con el objeto de paralizar duraderamente al proletariado [52] . En un segundo momento, para llevar adelante una reestructuración más completa de la economía italiana, lo que implica disponer de una base de apoyo más amplia entre los mismos sectores subalternos de la burguesía que se pretende redimensionar, se alargaría o reestructuraría la mayoría gubernamental hacia la derecha con elementos del centro dispuestos a participar en un nuevo gabinete, como por ejemplo sectores de la Unión de los Demócratas Cristianos y de Centro (UDC). En función de esta perspectiva, los sectores más lúcidos del elenco dirigente de los DS y de la Margarita están elaborando un proyecto político novedoso: la fundación de un Partido Demócrata para 2007-2008. El PD podría llegar a englobar sectores más allá de las fronteras actuales de estas dos formaciones y contribuiría a la resolución de la escasez de base social de apoyo entre la pequeña y mediana burguesía necesaria para reestructurar drásticamente aquellas capas, lo que no puede llevarse a cabo sin su propio consenso. Por último, esta ambiciosa agenda burguesa en el frente interno está intrínsecamente vinculada a una agresiva reorientación italiana hacia el exterior (económica, diplomática y militar) como lo demuestra la reubicación de Roma en el tablero mundial desde la elección de Prodi.
¿QUÉ MARGEN DE MANIOBRA EXISTE PARA LA EXPRESIÓN DE UNA OPOSICIÓN DE CLASE INDEPENDIENTE?
Tomando en cuenta el período de fuerte conflictividad social que atravesó el país bajo el gobierno de Berlusconi, el peligro del surgimiento de una fuerte oposición de clase con características crecientemente combativas e independientes es una de las razones por la cual Confindustria llamó a apoyar con todo a la coalición prodiana. Considerando la complejidad del panorama económico italiano, sus problemas estructurales irresueltos y las contradicciones existentes en el mismo seno de la clase dominante, la apuesta que hizo Confindustria apoyando a la Unione en su estado actual forma parte de una agenda estratégica mucho más ambiciosa. El éxito depende, sin embargo, de incógnitas que pesan sobre el devenir de la economía italiana, de la capacidad transformadora de la misma centroizquierda que no terminó de refundarse luego de la larga agonía de la Primera República Italiana. Depende también del nivel de una posible recomposición del antagonismo de clase, una variable autónoma que no controla del todo la patronal o que depende sólo relativamente de los mismos instrumentos de decisión que están vinculados a ella, entre ellos, la burocracia sindical.
Es menester considerar, sin embargo, que lo que prevalece hoy en día entre el grueso del asalariado que representa la base social y electoral de la coalición de centroizquierda es una actitud de espera pasiva en relación al gobierno actual. Esto tiene que ver centralmente con el hecho de que las direcciones mayoritarias del movimiento obrero y popular construyeron detrás de la Unione una especie de bloque monolítico en nombre de la necesaria derrota del berlusconismo. En segundo lugar, tiene que ver también con el hecho de que no se perfiló en los cinco años de gobierno de la derecha ningún sector político-social que asumiera hasta el final una actitud resuelta de oposición, presentándose en las luchas y en los movimientos sociales como una alternativa centroizquierdista a la alternancia.
Esta actitud se expresa en forma ligeramente distinta en el seno de los sectores más avanzados del proletariado italiano. Un elemento ilustrativo de este fenómeno pudo percibirse en la importante marcha contra la precariedad en el sector público promovida por el Rappresentanze Sindacali di Base - Confederazione Unitaria di Base (RdB-CUB) del 20 de octubre. Entre los eslóganes y las banderolas, muchas mostraban una famosa frase del director de cine Nanni Moretti: “Prodi, haz algo de izquierda” [53]. Esto es ante todo revelador de una actitud de presión existente entre los sectores más avanzados del proletariado. Siguen viendo al gobierno como un mal menor capaz, si está consecuentemente presionado, de otorgar algunas concesiones en ruptura con la continuidad berlusconiana, en particular en torno a los temas de las leyes flexibilizadoras, de reforma escolar y universitaria y antiinmigración.
Desde este punto de vista, aunque prima la pasividad, tuvieron lugar últimamente movilizaciones para nada despreciables. Además de la manifestación del 20 de octubre, pensamos en particular en la marcha nacional antiprecariedad del 4 de noviembre, la huelga estudiantil y del precariado del sector universitario que coincidió con la huelga general promovida unitariamente por el sindicalismo de base del 17 de noviembre (siendo aquella más opositora que la primera). Podemos citar también la lucha testigo de los trabajadores del centro de llamadas Atesia, el más grande de Europa, las repetidas huelgas de los trabajadores del transporte público alrededor de la cuestión del convenio nacional o inclusive algunas RSU (Representación Sindical Unitaria) que se expresaron públicamente en asamblea en contra de la “finanziaria” [54] o la asamblea de Fiat Mirafiori del 6 de diciembre en la cual fueron silbados Angeletti, líder de la UIL, y Epifani, máximo dirigente de la CGIL, por su respaldo al gobierno y su apoyo a la ley presupuestaria.
En el caso de las manifestaciones nacionales, mucho tienen que ver en parte con las tradicionales movilizaciones otoñales “antifinanziaria” y no salen de un marco en el cual prevalece mayoritariamente una lógica de presión hacia el gobierno. Es más, están en parte controladas por la izquierda de la coalición gubernamental que juega a encuadrar el descontento embrionario para que no se le escape de las manos. Sin embargo, a pesar del nivel subjetivo de los sectores que se movilizaron, no podemos dejar de subrayar que estas manifestaciones conllevaban una tendencia objetivamente antigubernamental ya que exigen al gobierno concesiones que difícilmente pueda ceder sin renunciar a la política propatronal que está llevando adelante. Ésta es una de las razones por las cuales la manifestación del 4 de noviembre fue boicoteada por buena parte de la burocracia sindical de la CGIL y por la izquierda de DS [55].
En el sector del movimiento antiguerra (o lo poco que queda de éste) el europeismo prodiano al cual adhieren la mayoría de sus direcciones hizo que no se expresara ninguna oposición consistente en relación al tema de la refinanciación de la misión en Afganistán. Al contrario, las tradicionales asambleas nacionales del movimiento pacifista se transformaron en puntos de apoyo para Prodi como lo atestigua la “Tavola della Pace” que sostuvo abiertamente el envío de las tropas al Líbano mientras que en la “Asamblea Nacional de los Movimientos por la Paz y Contra la Guerra” de Florencia en octubre no se votó, por primera vez, la adhesión a la tradicional marcha antiguerra convocada por el Foro Social Europeo de Atenas en mayo de 2006.
No obstante, Roma fue el teatro de algunas marchas de vanguardia con un fuerte contenido antiimperialista. Fue el caso de la movilización del 30 de septiembre tanto como la del 18 de noviembre, en solidaridad con la resistencia en Medio Oriente, sin olvidar la manifestación nacional de los comités de inmigrantes del 26 de noviembre y recientemente la marcha nacional en el Noreste del país contra la ampliación de la base estadounidense de Il Molin.
Estos elementos demuestran que si bien los prodianos y la burocracia sindical lograron que hasta ahora prevaleciera una fuerte pasividad, a pesar de la profundización de varios aspectos de la política adoptada bajo el quinquenio berlusconiano, subsiste por un lado una embrionaria vanguardia que no prostituyó las banderas del movimiento antiguerra y por el otro existe una tendencia más consistente a manifestar cierto descontento en el terreno social en contra de las primeras medidas adoptadas por el gobierno de la Unione. Estas dos expresiones indican los ejes de intervención que habrían de ser el programa de los marxistas revolucionarios en Italia: luchar firmemente por unificar y autoorganizar desde abajo aquellas dos tendencias embrionarias, el frente de la protesta contra la política exterior del gobierno y el de la oposición a su política social, ayudando a acentuar y hacer cada vez más conscientes sus rasgos antigubernamentales y antiimperialistas.
Por una parte es importante pelear por hacer cada vez más conscientes, políticos y antigubernamentales los movimientos sectoriales que pueden llegar a acumularse, hoy en día centralmente alrededor del tema de la precariedad pero que podrían extenderse al problema de la defensa de las pensiones o de la recomposición salarial. Esta pelea es central por varios motivos. El hecho de que la izquierda reformista (PRC y PdCI) esté en el gobierno y que la burocracia sindical y sus fracciones de izquierda respalden a Prodi, no significa que aquellos sectores no puedan actuar en las calles y en las empresas como diques de contención social. No quiere decir inclusive que no puedan llegar a llevar adelante movimientos parciales, si existe cierta presión, para mejor circunscribirlos y evitar que desemboquen en dinámicas antigubernamentales. Es ilustrativo desde este punto de vista el caso de la movilización antiprecariedad del 4 de noviembre. Hace pensar, en cierto sentido, al período de gobierno de la “gauche plurielle” francesa entre 1997 y 2002. En aquel momento, el Partido Comunista Francés (PCF), con tres ministros en el gobierno, la CGT y el resto de la burocracia respaldaban a Jospin. Esto no impidió que el PCF junto con la CGT se montara en los movimientos sociales parciales que se expresaron -en particular la oleada de luchas obreras antidespidos de 1999 y de 2001- para evitar que se radicalizaran más aún, cuestionando no sólo los despidos masivos y los cierres de fábrica sino también la política del gobierno. En aquel entonces, la extrema izquierda francesa no estuvo a la altura y no combatió consecuentemente para que los sectores de vanguardia asociaran la cuestión social de los despidos a la cuestión política del gobierno de Jospin, en parte para no atacar frontalmente a la burocracia sindical ni a su ansiado aliado electoral, el PCF [56] . Por eso es importante no confundir la pérdida de militantes que ya sufre el PRC en Italia por su participación en el gobierno, con la pérdida de influencia y capacidad de maniobra en relación a la potencial movilización de la vanguardia. Desde este ángulo, para evitar los escollos de la extrema izquierda francesa, una incesante propaganda antigubernamental y acción de denuncia del gobierno de Prodi/Bertinotti en asambleas obreras y estudiantiles han de ser dos leitmotiv centrales de intervención para contribuir en hacer avanzar la conciencia de los sectores más avanzados.
En cuanto a alentar y clarificar las tendencias embrionariamente antiimperialistas de una fracción de la vanguardia, no se trata de ningún imperativo moral, se trata por el contrario de una necesidad bien precisa. Es necesario para extender la lucha en contra del dominio de la burguesía italiana en todos los aspectos. Forma también parte integrante de una lucha por incorporar decisivamente a los tres millones de inmigrantes ilegales en Italia a la lucha de clases, desde una perspectiva social y política. Esta pelea no se resume sólo a la cuestión de la lucha contra las leyes discriminatorias y racistas del Estado italiano. Pasa por vincular la cuestión del ataque interno a las condiciones de vida y de trabajo a la cuestión de la ofensiva imperialista italiana actual, tanto económica como directamente militar. No está dicho que los inmigrantes jugarían mecánicamente, en el marco de un potencial ascenso, el mismo papel detonante que el que desempeñaron los migrantes internos sureños en Italia a partir de 1969. El peso económico de la clase obrera inmigrante en algunos sectores claves (construcción, agroindustria, industria en el Norte) hace que su integración a un movimiento global del proletariado sea una clave decisiva para el futuro, tanto a nivel de su extensión como de su potencial intensidad.
Esta orientación ha de pasar por una política combinada de exigencias y frente único con todas aquellas organizaciones que no reconocen en la coalición de Prodi a “un gobierno amigo” como suele decirse en Italia, empezando por la izquierda de la CGIL y el sindicalismo de base. Esto no significa que en las condiciones actuales aquellas direcciones sindicales tengan la voluntad ni el objetivo político de organizar una resistencia a la agenda prodiana que supere un horizonte de mera presión, cuando no se trata de una instrumentalización de las luchas para reforzar las posiciones internas de una u otra dirigencia sindical. Esta política de frente único ha de basarse en una pelea por la autoorganización de clase desde abajo, sistemática y antiburocrática, para empezar a construir la dirección que históricamente faltó al proletariado en Italia en los últimos cincuenta años, por la situación objetiva, por el peso del stalinismo político y sindical, por el peso específico de la extrema izquierda italiana: una dirección marxista revolucionaria, es decir trotskista [57].
A MODO DE CONCLUSIÓN: CONSIDERACIONES SEMáNTICAS Y SIMILITUDES HISTÓRICAS FORMALES
Vimos cómo el que había sido considerado como el abanderado de la “nueva izquierda” europea, Bertinotti, termina siendo hoy en día presidente del viejo y rancio Parlamento italiano. Para completar el panorama institucional de los máximos cargos del Estado, a la Presidencia del Senado fue elegido Francesco Marini, ex dirigente de la poderosa CISL, central sindical ligada a la ex Democracia Cristiana. Más inédita fue la elección, en la persona de Giorgio Napolitano, por primera vez en la historia italiana de un ex-comunista (perdón, stalinista) para ocupar la Presidencia de la República. De esta “lógica de poder”, con un burócrata sindical comunista, un burócrata democristiano y un politiquero stalinista en el tercero, segundo y primer cargo del Estado respectivamente, se pueden sacar tres conclusiones, tal vez excesivamente semánticas e historiográficas en cuanto a las primeras dos pero seguramente ilustrativas de la situación que está atravesando la península.
Con la elección de Napolitano, ex líder del ala moderada del viejo PCI, en el Quirinale (Presidencia) y con Bertinotti, ex dirigente del ex PCI y ex secretario del PRC, en Montecitorio (presidencia de la Cámara), se puede decir que a quince años de la disolución del Partido Comunista Italiano, sus herederos social liberales los Demócratas de Izquierda (DS), en la persona de Napolitano, y los social demócratas del PRC, en la persona de Bertinotti, le dan por fin concreción a la última letra de las iniciales del partido stalinista italiano, PCI. Levantan la ambigüedad y confirman por fin que la “I” final correspondía efectivamente a “Italiano”, en el sentido de servir los intereses exclusivos de la burguesía imperialista italiana y ya no de actuar como mediadores entre la política exterior de Moscú, el movimiento de masas y la burguesía italiana [58].
Napolitano, Marini y Bertinotti en los puestos más prestigiosos de la jerarquía institucional italiana representan un frente gubernamental que va desde la vieja Democracia Cristiana (UDEUR y Margarita) hasta el ex viejo PCI (DS, PdCI y PRC), una “Große Koalition” a lo italiano [59]. En cierto sentido, expresan a su manera el famoso “Compromiso Histórico” tan anhelado por los sectores más lúcidos del PCI y de la DC en los años setenta, ideado para gestionar de la forma más racional y eficaz posible los negocios de la burguesía italiana. Estamos lejos obviamente del nivel de conflictividad obrera y popular de aquellos años. Los tiempos han cambiado y desde un punto de vista social representa más bien una versión sui generis preventiva del viejo “Compromiso Histórico”. Desde un punto de vista más estratégico el “Compromiso” actual, el gobierno de la Unione, responde a la idea de fondo defendida históricamente por el máximo dirigente del stalinismo italiano de los setenta, artífice de aquel giro histórico para los PC occidentales, Enrico Berlinguer: “un país como Italia mide y paga hoy las consecuencias económicas, financieras, sociales y morales de opciones de clase y de políticas gubernamentales que se limitaron, en definitiva, a secundar los intereses inmediatos de los grupos capitalistas italianos (...) [mientras que la superación de la emergencia actual] no se logra mediante medidas coyunturales tradicionales que se abstengan de impulsar una política programática y de reformas profundas” [60]. Como lo estuvimos viendo, Prodi, Montezemolo, sus aliados del centro y del PRC pretenden a su manera impulsar “una política programática y de reformas profundas” que no se contente con “secundar los intereses inmediatos de los grupos capitalistas italianos”. No obstante, el “Compromiso” prodiano llega muy tarde desde un punto de vista objetivo y estructural para un capitalismo italiano que nunca superó realmente la crisis a la cual aludía Berlinguer en 1978, un capitalismo que hoy por hoy no termina de perder terreno en el tablero geopolítico mundial e influencia a nivel de los mercados internacionales.
En fin, la existencia de un gabinete de centroizquierda puede revelarse, en función del grado y de la intensidad de la lucha de clases, un arma de doble filo para la burguesía, permitiendo una aceleración de la experiencia del proletariado y de la juventud con un gobierno reformista sin reforma (o de contra reformas si se prefiere) respaldado por el conjunto de las direcciones sindicales. Esta situación, sumada a la debilidad estructural y específica del capitalismo italiano, podría llegar a convertirse en una ventaja central para que la clase obrera y los sectores subalternos de Italia vayan construyendo una alternativa de clase en las luchas parciales y sectoriales; combates que será necesario coordinar democrática, antiburocrática y combativamente para fortalecerlos desde abajo, para lograr primeras victorias, y para construir en su seno una clara alternativa obrera y popular. Éstas habrían de ser las tareas centrales de los que en Italia se plantean la necesidad de construir una herramienta política marxista, revolucionaria e internacionalista, las bases de un partido trotskista.
16 de diciembre de 2006
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