“La política de los partidos tradicionales de la clase obrera ha demostrado cómo no se debe dirigir al proletariado, cómo se puede hacer imposible la preparación de la victoria”.
LEÓN TROTSKY [1]
La heroica lucha de la Comuna de Oaxaca abrió una discusión fundamental sobre las características de este proceso, la política y las tareas estratégicas de los revolucionarios. Finalmente es en el terreno del enfrentamiento entre las clases y ante las amplias masas movilizadas que las organizaciones y su programa se ponen a prueba. De ahí que sacar las lecciones de la lucha del pueblo oaxaqueño va de la mano de poner blanco sobre negro las distintas estrategias puestas en juego en los últimos meses. Desde la Liga de Trabajadores por el Socialismo - Contracorriente (LTS-CC) pusimos nuestras humildes fuerzas de forma incondicional al servicio de esta lucha, al tiempo que levantamos una política y un programa apuntando hacia el triunfo de la misma. Es partiendo de esa propuesta política (que formulamos en estas páginas y en el resto de los artículos de este dossier) que a continuación discutimos con la política del populismo estalinista del Partido Comunista de México-Frente Popular Revolucionario (PCM-FPR) en Oaxaca, y por esa vía con los sectores conciliadores y reformistas de la dirección de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Y es que la intervención de esta corriente reveló una profunda incomprensión de las tareas planteadas en Oaxaca y su adaptación a la democracia burguesa y a la burocracia sindical; y en momentos culminantes, mientras la tendencia de las masas era hacia izquierda defendiendo su Comuna, la mayoría de los dirigentes de la APPO y de la Sección XXII del Magisterio (incluyendo al PCM-FPR) iban hacia el lado contrario abriendo una tijera entre su movilización y la dirección aunque no la pudieron superar en ningún momento, poniendo sobre el tapete la necesidad de que en México surja una verdadera organización revolucionaria de la clase obrera, que se prepare para los combates venideros en el marco de la nueva etapa abierta en el país.
El presente debate no impide que nos solidaricemos activamente con los militantes del PCM-FPR y otras organizaciones que han sido aprehendidos, perseguidos y asesinados por el Estado burgués. Tarea inmediata de todas las organizaciones es luchar con todas nuestras fuerzas por su liberación y por castigo para sus asesinos.
PRIMERA PARTE
La Comuna de Oaxaca, la izquierda de filiación stalinista y la dirección de la APPO
– I. El programa a debate
El poder comunal, expresado embrionariamente en la lucha del pueblo oaxaqueño y defendido heroicamente por la vanguardia, planteó la necesidad de dotar al movimiento de un programa revolucionario, que peleara por aglutinar a la clase obrera y a los oprimidos del estado hacia la lucha por la caída revolucionaria de Ulises Ruiz Ortiz (URO) lo que abría la perspectiva y la discusión sobre el tipo de régimen y Estado que lo iba a reemplazar.
En su documento de análisis titulado “Consideraciones sobre el proceso democrático-revolucionario de los pueblos de Oaxaca”, el PCM-FPR plantea:
“La lucha de clases actual nos marca las perspectivas y tareas siguientes: La lucha por el programa democrático-revolucionario no debe despegarse ni un minuto de los procesos que actualmente confluyen, sean de naturaleza legal o ilegal. Nuestro Partido hace esfuerzos serios por contribuir a prender los elementos del programa al cuerpo de la movilización, así sea destacando por momentos sólo algunos aspectos según sean las condiciones y necesidades que se van suscitando”.
Pero ¿qué quería decir para el PCM-FPR esta disquisición sobre un “programa democrático-revolucionario”? Por más que se oculte tras discursos izquierdistas, en Oaxaca implicó presionar por la salida o el desplazamiento de Ulises Ruiz en el marco de la negociación con las instituciones del agotado régimen de la alternancia sin pelear por su caída revolucionaria, lo que sólo podría haber sido posible profundizando las medidas de lucha en Oaxaca y a nivel nacional, y fortaleciendo, extendiendo y desarrollando la APPO de un organismo embrionario de autodeterminación de las masas en lucha a un verdadero organismo de doble poder a nivel estatal, en la perspectiva de un gobierno de la APPO y las demás organizaciones obreras y populares. Toda la dirección de la APPO, incluida la izquierda de filiación stalinista, era enemiga de esta estrategia. Por el contrario, en aras de “no despegarse ni un minuto...” de la “unidad” con el reformismo y los sectores perredistas del movimiento, la política del PCM-FPR estuvo lejos de una perspectiva independiente y alternativa a las trampas que el régimen preparaba: esto es, un recambio institucional en caso de que URO cayera o tuviera que renunciar, que sólo fue un engaño para evitar la radicalización del movimiento mientras se preparaba su continuidad y una salida represiva. El PCM-FPR terminó así yendo atrás de los sectores encabezados por Flavio Sosa, que le impusieron a la APPO una política conciliadora; la cual, al no impulsar la radicalización y extensión de la lucha, permitió que se preservara URO y evitó siquiera que éste cayera.
Coherentes con esta perspectiva, mientras el instinto revolucionario del pueblo oaxaqueño se hacía más agudo a través de su acción, la dirección de la APPO, avalada por el PCM-FPR, se jugaba a las componendas con la Secretaría de Gobernación. Por ello la comisión negociadora de la APPO avaló a espaldas de las bases la entrada de la Policía Federal Preventiva (PFP), sin haberse impuesto siquiera la salida del odiado gobernador priísta, lo que el régimen aprovechó para lanzar la represión generalizada que estalló en los últimos días de noviembre.
Esta política del PCM-FPR (imponerle a la lucha un “programa mínimo” basado en la “unidad” con sectores que apostaban a un recambio institucional) responde a una estrategia que los lleva a participar en agrupamientos impulsados por la burocracia sindical “opositora” bajo un programa “antineoliberal” (como los Diálogos Nacionales), sin ninguna política alternativa y aceptando este “programa mínimo”, el cual resulta funcional a los acuerdos de la burocracia opositora con partidos burgueses como el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Por ello el PCM-FPR asume el programa mínimo no negociable formulado por Pablo González Casanova, inspirado en el Nuevo proyecto de Nación de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Aunque es correcto plantear la necesidad de la unidad y luchar por ésta en los frentes y reagrupamientos, esto no puede confundir la unidad obrera y popular con la “unidad” bajo el programa de quienes desde la centroizquierda representan los intereses de un sector de la clase dominante o le capitulan a la misma.
El PCM-FPR, repitiendo las viejas “teorías” totalmente desacreditadas del antiguo aparato stalinista, tiene toda una justificación para la implementación de su política; para esta corriente el programa democrático y el programa revolucionario están separados como dos etapas históricas diferenciadas e independientes. Por lo que en la “primera etapa”, la democrática, está planteado hacer alianzas con los sectores “progresistas” de la burguesía bajo las banderas de un “programa mínimo”, en tanto la lucha por la revolución socialista y el poder para los trabajadores (lo que en Oaxaca debería expresarse en la lucha por la caída revolucionaria de URO en la perspectiva de un gobierno obrero y campesino), queda para un futuro indeterminado. Sin embargo, las revoluciones del siglo XX, comenzando por la rusa, demostraron cómo las tareas democrático estructurales (como el reparto agrario y la independencia nacional) ya no podrían ser resueltas por la revolución burguesa, y que las mismas están indisolublemente ligadas a la revolución proletaria.
Para el marxismo revolucionario, el programa tiene una trascendencia fundamental en tanto intenta, en todo momento de la lucha de clases, tender un puente entre las reivindicaciones inmediatas de las masas y el programa de la revolución socialista. En casos excepcionales, cuando las masas se hacen “protagonistas de su propio destino”, el programa adquiere una importancia crucial, ya que la propia experiencia adquirida en semanas o meses de lucha, profundiza el instinto revolucionario de las masas y hace más asequible la aprehensión de las tareas revolucionarias, ya que sus aspiraciones tienden a chocar con el régimen capitalista. En nuestra época, las reivindicaciones del proletariado, tienden a desbordar los límites de la propiedad capitalista y el Estado burgués. Bajo esta lógica, las demandas reivindicativas o “económicas” rápidamente avanzan a cuestionar al régimen de dominación y a convertirse en luchas políticas contra el gobierno. De esta forma, la demanda de “rezonificación” del magisterio hizo estallar el movimiento que meses después adquiriría como demanda central la caída del represor priísta Ulises Ruiz y aglutinaría al conjunto de las masas de la capital y el estado, constituyendo en los hechos, de forma embrionaria, un poder alternativo [2] .
En Oaxaca, producto de las condiciones objetivas que las propias masas pusieron en juego mediante su acción, estuvo planteado -como parte de una lucha nacional contra el régimen de la alternancia y sus políticas antidemocráticas, antiobreras y pro imperialistas- que la APPO y las organizaciones obreras y populares, actuando con independencia de los partidos patronales (incluido el PRD) y cualquier salida institucional, luchasen por la caída revolucionaria de URO y abriesen el camino para conquistar, mediante un plan de acción (cuya primera medida debía ser la extensión de la APPO al conjunto de los trabajadores y la elección de delegados revocables) y una huelga general en todo el estado, un gobierno provisional de la APPO y las organizaciones obreras, campesinas e indígenas en lucha. Esa es la política que propusimos desde la LTS-CC: un gobierno provisional debería convocar a una Asamblea Constituyente Revolucionaria, que discuta de forma libre y soberana las demandas más sentidas del magisterio y de la población oprimida y explotada; como el reparto agrario radical a los campesinos y los créditos baratos para poder trabajar las tierras, o el derecho a la autodeterminación de las comunidades indígenas, expropiando a los grandes latifundistas y a los magnates del turismo y cuestiones tan sentidas como la libertad de los presos políticos y el desarme de las fuerzas represivas y las bandas paramilitares, junto a un programa al servicio de los trabajadores, como es el reparto de las horas de trabajo entre empleados y desempleados con igual salario y escala móvil de salarios ajustable de acuerdo a la inflación. Esta Asamblea Constituyente sólo podría ser conquistada sobre las ruinas del régimen estatal que por años preservó la dominación de los caciques y terratenientes y favoreció los negocios de la burguesía en el turismo [3].
Opuesto a esto, el PCM-FPR se subordinaba a la estrategia conciliadora de sectores de la dirección de la APPO, justificándose con el argumento de que “debemos anteponer las condiciones a nuestros deseos, sin olvidar que estamos en una etapa de acumulación de fuerzas y no de una situación pre o revolucionaria.” [4] , y haciéndose parte de una política que dejó el campo abierto para que el régimen asestara un golpe decisivo que desarticulara la Comuna y disciplinara a la vanguardia mediante una cruenta represión.
– II. La alianza obrera, campesina y popular
Luego de que el 14 de junio el magisterio, acompañado de los estudiantes y colonos del centro de Oaxaca, retomó el zócalo, el movimiento dio un salto cualitativo al expresar la unidad de los maestros con las clases oprimidas de la capital. La fortaleza de la APPO y la imposibilidad de que la dirección traicionara fácilmente la lucha, radicó en la fuerte base popular que le dio sustento a la Comuna mediante las acciones, las barricadas, las tomas de edificios y el control de algunos medios de comunicación. Así, la APPO se configuró como la representación política del movimiento.
A pesar de lo progresivo de la APPO y de que funcionó más democráticamente que las organizaciones tradicionales de los trabajadores (sobre todo por la fuerte presión de la base radicalizada), ésta no logró ser un organismo de autodeterminación de las masas en lucha. Para los marxistas revolucionarios, desarrollar este tipo de organismos es una tarea fundamental, y es la experiencia que hizo el movimiento obrero desde la emergencia de los soviets en Rusia, hasta la puesta en pie de formas de tipo soviético en los procesos revolucionarios del siglo XX, en Bolivia o Chile por ejemplo.
La política del PCM-FPR fue avalar a los sectores conciliadores de la APPO que intentaron imponer una dirección administrativa y burocrática, negándose a incorporar a la toma de decisiones a los sectores que sostenían las barricadas, y solapando a las direcciones burocráticas de los sindicatos que evitaron que la base se expresara democráticamente. Mientras contextualizaron la lucha de Oaxaca en el “campo de la acumulación de fuerzas” y se negaron a un programa revolucionario, esto se combinó con una apología de la APPO tal cual era. Por ello, en su manifiesto “Lo que se disputa en Oaxaca: revolución o contrarrevolución” plantean: “La realidad nos ha llevado a la completa convicción de que sólo las asambleas populares pueden convertirse en dignas representantes, defensoras e impulsoras de los intereses de los trabajadores, los hechos han llevado particularmente a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) al centro de la organización de los de abajo por la construcción de su propio poder, a disputar a la burguesía la dirección de la sociedad, a replantearse la vanguardia de la clase obrera como clase interesada en destruir el régimen de propiedad privada que nos subyuga. Así la agudización de la lucha de clases en el plano nacional y particularmente en Oaxaca nos viene a corroborar la veracidad de aquellas palabras del gran maestro del proletariado mundial que fuera Vladimir I. Lenin, que esta Asamblea tipo soviet, ‘es ya la realización, impuesta por la vida, de la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos’. (Cartas sobre táctica, de la compilación Entre dos revoluciones” [5].
De esta aseveración se desprenden dos problemas fundamentales. En primer lugar identifican a la APPO con un soviet, exageración que les permite no tener una política concreta para que ésta se desarrollara en un verdadero organismo de doble poder, haciéndole el juego con esta fraseología izquierdista a la política conciliadora de la dirección que no quería que ésta avanzara más allá de un frente único de tendencias, de tal forma de evitar la presión revolucionaria del las bases. Aunque la Comuna expresó elementos presoviéticos y la APPO desarrolló aspectos muy progresivos, no fue un soviet. Para que la APPO desarrollara sus aspectos más avanzados y adquiriera rasgos de autodeterminación de masas era fundamental incorporar democráticamente al conjunto de los trabajadores y la vanguardia de todo el estado mediante delegados con mandatos y revocables de los centros de producción, de las escuelas y de los servicios, a los que se podían incorporar los delegados de las comunidades campesinas e indígenas, donde deberían tener un lugar especial los elementos más aguerridos de las barricadas y avanzar paralelamente en un programa de independencia de clase que pasaba forzosamente por enfrentar la salida reformista de confianza en las instituciones o en algún partido patronal como el PRD. Por el contrario, el único y real objetivo de la apología que realiza el PCM-FPR es negarse a una política para superar sus limitaciones y desarrollarla como un verdadero parlamento de los representantes del conjunto de los trabajadores de la ciudad y, en perspectiva, del estado, aceptando así los límites que los sectores conciliadores le impusieron a la APPO.
En segundo lugar, el PCM-FPR recurre a la vieja fórmula stalinista, utilizando una cita de Lenin donde se habla de la “dictadura democrática del proletariado y los campesinos”.
La fórmula de dictadura democrática del proletariado y los campesinos fue acuñada por Lenin antes de la Revolución de Octubre de 1917, para dar cuenta de la particularidad rusa. En tanto la burguesía era incapaz de realizar su revolución, la dictadura democrática del proletariado y los campesinos: “desterraría del país el medievalismo, imprimiría al capitalismo ruso el ritmo del americano, fortalecería el proletariado en la ciudad y en el campo y haría posible efectivamente la lucha por el socialismo. En cambio, el triunfo de la Revolución Rusa daría enorme impulso a la revolución socialista en el Oeste y ésta no sólo protegería a Rusia contra los riesgos de la restauración, sino que permitiría al proletariado ruso ir a la conquista del poder en un periodo histórico relativamente breve” [6] . Lenin apuntaba correctamente la tendencia general del proceso revolucionario contra la lógica etapista del menchevismo que agitaba por una revolución burguesa, pero su formulación carecía de una forma acabada del tipo de régimen que se instauraría en Rusia. En octubre de 1917 esta discusión fue resuelta por la historia cuando la propia experiencia del proletariado hizo efectiva su dictadura mediante el programa esbozado por el propio Lenin en sus “Tesis de abril”, y éste adoptó en los hechos la consigna de Trotsky de dictadura del proletariado acaudillando a las masas campesinas. La degeneración stalinista, en lugar de sacar las lecciones que el propio Lenin sacó, asimiló la vieja fórmula (ya superada por la historia) como parte de una concepción etapista de la revolución bajo la cual subordinó la lucha por el socialismo a los partidos de la pequeño burguesía o burguesía nacional. El PCM-FPR llega al extremo de plantear que la “dictadura democrática de obreros y campesinos” está representada por la APPO, dejando de lado que el gobierno burgués de URO no cayó, que los grandes capitalistas de los hoteles continúan controlando sus propiedades y que las fuerzas represivas, aunque tuvieron que retroceder el 14 de junio, se preservaron. La fraseología marxista de soviet y “dictadura democrática de obreros y campesinos” del PCM-FPR ocultaba un hecho muy concreto: este partido se negó a enfrentar la política conciliadora de sectores de la dirección de la APPO y a desarrollar el embrionario doble poder representado por la Comuna como la base de un verdadero gobierno de los explotados y oprimidos del estado.
– III. La hegemonía proletaria
La Comuna de Oaxaca incorporó a diversos estratos sociales, lo cual le dio un contenido “popular” donde intervinieron campesinos, estudiantes, indígenas, trabajadores, colonos y pequeños comerciantes empobrecidos, es decir, las capas pobres urbanas que conforman los estratos inferiores de la pequeño burguesía. La médula espinal del movimiento fue el magisterio, centralmente por dos cuestiones, que desarrollamos en el artículo anterior.
En primer lugar porque va a ser el único sector de trabajadores que mediante su organización tradicional y cohesionadamente intervenga activamente y en muchos casos como dirección del proceso, basado en su método de lucha, el paro magisterial. En segundo lugar, por el rol que juegan los maestros como hilos conductores entre la ciudad y el campo, ya que gran parte de ellos pasan la mayor parte de su vida como maestros rurales en las comunidades.
En la Comuna, confluyen pues, acotándonos a la ciudad capital, numerosas fuerzas sociales que de conjunto representan al Oaxaca profundo, explotado y oprimido durante décadas. La concurrencia de estas amplias masas de la población oprimida que se vuelca a las calles, que se organiza a través de las barricadas, e identifica a la APPO como su representación política, le da al movimiento su base popular. Al calor de la radicalización y el mayor enfrentamiento, comienzan a diferenciarse los componentes de clase y a evidenciarse la importancia estratégica de que el movimiento obrero aparezca con sus métodos y organización.
Estos sectores populares en momentos revolucionarios son proclives a ser ganados a una estrategia proletaria. Si el movimiento obrero es incapaz de ubicarse como caudillo de estos sectores, serán las direcciones burguesas o pequeño burguesas las que capitalicen el instinto revolucionario de las masas. El rol del magisterio demostró en forma aún larvada, la importancia estratégica de la hegemonía proletaria y su participación da cuenta del rol que pueden cumplir sectores de los trabajadores, aun aquellos que no están concentrados en la industria o la manufactura.
Aunque en el imaginario de las masas movilizadas el “poder popular” tenía un carácter progresivo en tanto era la manifestación de la creciente radicalización, para el stalinismo el “poder popular” históricamente se tradujo en una política de conciliación de clases. La “dictadura democrática de obreros y campesinos”, fue la forma velada de plantear que las tareas del momento pasan por hacer acuerdos con una u otra ala de la burguesía producto del “periodo” en el que se encuentra la lucha de clases, o, en caso de que no haya sectores burgueses ubicados a la “izquierda”, con “abogados” o representantes políticos de un programa burgués de conciliación de clases. De ahí que el PCM-FPR se ha ubicado permanentemente como “consejero de izquierda” de las burocracias sindicales (subordinadas al PRD) suscribiendo el programa de Pablo González Casanova. Por eso, lejos de pelear por la centralidad obrera, no combatió la acción de estas burocracias sindicales que permanentemente se negaron al paro estatal como la vía más efectiva para echar a URO y que se fueran todos los políticos burgueses.
Lo que estaba planteado era extender la organización hacia el conjunto de los trabajadores del estado, incorporando a aquellos sectores insertos en las grandes empresas del turismo como los hoteles, los transportes, los restaurantes, de forma que nombraran representantes rotativos, revocables, nombrados desde las bases para incorporarse a la APPO.
De la misma forma, como explicamos en otro artículo de este dossier una de las principales debilidades del movimiento fue la imposición de la dirección de la APPO de una estrategia pacifista. Mediante las barricadas, los cientos de activistas trabajadores, jóvenes y estudiantes repelieron el ataque de la policía estatal y las caravanas de la muerte del priísmo. Esta voluntad se expresó con toda contundencia en la heroica defensa de Radio Universidad y en la pelea política que diera un sector del Congreso Constitutivo de la APPO para avanzar en medidas más radicalizadas para enfrentar la ocupación militar de la PFP. Mientras, la dirección llamó en momentos clave al repliegue y a la movilización “pacífica” dejando al movimiento desorganizado para enfrentar a las fuerzas represivas armadas con tanquetas y metralletas. El pacifismo de la dirección, avalado por el PCM-FPR (que también llamó a levantar barricadas), fue funcional a su política de conciliación de clases. De tal suerte que la comisión negociadora de la APPO dio el golpe final a la Comuna cuando aceptó que entrara la PFP a cargo de observadores civiles para restablecer “el orden” y “combatir a las bandas priístas”. A pesar de que las barricadas mantuvieron a raya a las caravanas de la muerte, la dirección nunca tuvo una política organizada y consiente de autodefensa, por el contrario intentó “apaciguar” la radicalidad de la vanguardia mientras permitía la reorganización de la policía, dejando que la misma se mantuviera en los cuarteles y tuviera posibilidad de organizarse y asestar el golpe final.
Efectivamente la ocupación militar, con la vanguardia desarticulada y sin dirección, impuso el “orden burgués” y reprimió a sangre y fuego a los luchadores oaxaqueños. La lucha contra la estrategia pacifista pasaba por incorporar a la toma de decisiones a los sectores más aguerridos de la Comuna organizados en las barricadas, centralizar la autodefensa a partir de armonizar a la Policía Magisterial de Oaxaca (POMO) y el honorable cuerpo de topiles (policías comunitarios) con los activistas que resistían en las mismas, y preparar al movimiento para dar una derrota definitiva a las fuerzas represivas.
– IV. La Comuna de Oaxaca: una bofetada a la estrategia autonomista de “cambiar el mundo sin tomar el poder”
Hasta ahora hemos debatido con el PCM-FPR que tuvo responsabilidad de dirección en el proceso. Pero no podemos soslayar un debate pendiente con aquellos que, desde otra arista, fueron impotentes para responder a las tareas estratégicas de la lucha oaxaqueña. La lucha de Oaxaca, al cuestionar directamente el poder político del Estado, expresado en la consigna de “Fuera URO”, fue un enorme golpe a la estrategia reformista del subcomandante Marcos de “cambiar el mundo sin tomar el poder” para ganar espacios de autonomía o autogestión. Esta estrategia se demostró impotente en Chiapas, donde las masas indígenas y campesinas siguen padeciendo las relaciones de opresión del capitalismo estatal; y donde las comunidades zapatistas, aunque pusieron en pie los Caracoles y muestran su determinación valiente para administrarse sin terratenientes ni capitalistas, no pueden resolver los problemas históricos más acuciantes, como su autodeterminación y el reparto agrario. Esta política en el caso de Oaxaca fue fatal. Es que, los trabajadores y las masas del Estado avanzaban hacia la caída revolucionaria de URO planteando objetivamente el problema del poder estatal o por el contrario, a pesar de los elementos progresivos de poder territorial de la Comuna y del carácter embrionario de la APPO como organismo de autodeterminación, estos elementos se irían degradando, abriendo el camino hacia la reasunción del poder por parte de las fuerzas del régimen, incluso en su versión monstruosa del sostenimiento del mismísimo URO. La falta de una estrategia que preparara a la vanguardia y a las masas para la primera variante la están pagando éstas con su derrota y actual escalada represiva. Acá se muestra en la realidad viva cómo la estrategia reformista del EZLN de “cambiar el mundo sin tomar el poder” (aunque éste no haya jugado un rol de dirección en Oaxaca) no es neutra, sino una política que sólo sirve a la preservación del poder de las clases dominantes mientras sólo puede generar confusión en los elementos más avanzados.
Carente de una estrategia revolucionaria frente la lucha de Oaxaca, la dirección de “La Otra Campaña” no fungió el más mínimo rol de dirección en el proceso y su intervención se restringió a la actividad de varias organizaciones adherentes, y a los pronunciamientos y actos solidarios, como la movilización de las bases zapatistas en el estado de Chiapas contra la represión. Aun así, la solidaridad estuvo muy por debajo del poder de convocatoria que tuvo el EZLN en los meses previos.
Y es que, una semana antes del intento de desalojo al plantón del magisterio y su recuperación a manos del pueblo movilizado, la dirección de “La Otra Campaña” se negó a marchar en forma unificada con los sindicatos, incluida la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) contra la represión en conmemoración del 10 de junio. El zapatismo demostró una apreciación incorrecta en cuanto a la dinámica y la relación que se establece entre acción y conciencia. Para “La Otra Campaña”, la confianza en el PRD o en las direcciones charras que puedan tener los movimientos de los trabajadores y de las masas, es suficiente para condenar los mismos, confundiendo así dirección y base, y dejando de lado que la propia lucha genera condiciones favorables para superar el lastre de la confianza en las viejas direcciones. Por eso, seguramente fue “sorpresivo” para la dirección zapatista que, ante la represión del 14 de junio el pueblo de Oaxaca encabezado por el magisterio desarrolló una acción histórica independiente que derrotó a las fuerzas represivas y abrió un proceso donde la acción de las masas fue a contramano de lo que deseaban las direcciones burocráticas y el PRD. Y es que, en momentos excepcionales, cuando la acción está por delante de la conciencia, las masas aprenden en pocas semanas o meses lo que en épocas de “paz” es imposible. Así sucedió con la Comuna.
La experiencia de Oaxaca muestra que no hay lugar para la estrategia autonomista cuando tendencialmente se enfrentan revolución y contrarrevolución. O los trabajadores avanzan en su movilización revolucionaria y en constituir sus propios organismos de contrapoder o lo hace la burguesía con los peores métodos de la reacción, como quedó demostrado en la cruenta represión de la PFP.
SEGUNDA PARTE
La necesidad estratégica del partido
– I. La lucha por un partido de la clase obrera, revolucionario e internacionalista
La experiencia de la Comuna de Oaxaca muestra que, como decimos los marxistas, es la clase trabajadora quien puede encabezar la lucha de las masas oprimidas y explotadas con sus métodos de lucha. Y que con una política revolucionaria hubiera sido posible subvertir al régimen del Estado y constituir un gobierno de los trabajadores, los campesinos y el pueblo pobre.
De forma mucho más retrazada, el movimiento democrático muestra también importantes lecciones. Aunque las acciones convocadas por AMLO generaron el apoyo masivo de los trabajadores de la capital, la política burguesa de la dirección perredista se mostró impotente para derrotar el fraude y enfrentar la antidemocracia del régimen de la alternancia. La derrota del pueblo oaxaqueño y el carácter conciliador de sus direcciones plantean la necesidad de levantar una estrategia y un programa que ayude a superarlas y darle a los próximos combates una perspectiva efectivamente revolucionaria.
En esta nueva etapa de la lucha de clases en México es necesario que los revolucionarios preparemos nuestra organización y levantemos un programa que exprese las lecciones más avanzadas para ser una real alternativa a las direcciones reformistas y burguesas. El PCM-FPR dirá que ellos constituyen el partido, pero frente a los hechos vivos de la lucha de clases, podemos decir que, en Oaxaca, esta organización no pasó la prueba. Su estrategia de conciliación de clases, su incapacidad para palpar el ánimo de las masas en lucha y proponerles un programa revolucionario, su adaptación a la burocracia sindical le impidió al PCM-FPR enfrentar las componendas y maniobras de Gobernación, apoyadas en los sectores más conciliadores de la APPO que dieron paso a la desarticulación por la vía represiva del movimiento.
Esta cuestión centrada en la estrategia y la política del stalinismo tiene su correlato en la práctica que establecen en su actividad cotidiana estas organizaciones. Esto ha llevado a sus militantes a una práctica movimientista, dedicada en gran parte a administrar los subsidios y apoyos gubernamentales en estados como Oaxaca, en una práctica abiertamente clientelar [7]. La tradición del PCM-FPR es la misma que degradó al Partido Bolchevique y al Estado obrero ruso hasta sentar las bases de su colapso. Es la que actuó de forma abiertamente contrarrevolucionaria en las revoluciones del siglo XX.
En Oaxaca, el instinto revolucionario de las masas que se expresó con enorme combatividad y creatividad en momentos claves como el 14 de junio y en la batalla de Cinco Señores, ponen a la orden del día la construcción de una organización revolucionaria, anclada en la clase obrera, fuertemente cohesionada en lo ideológico y que se prepare para los próximos combates, opuesta por el vértice a la tradición, el programa y la práctica de las organizaciones stalinistas. Como planteaba Lenin: “El proletariado no dispone de más arma, en su lucha por el poder, que la organización. Dividido bajo el imperio de la anárquica concurrencia en el mundo burgués, aplastado por el trabajo coactivo al servicio del capital, empujado constantemente ‘al abismo’ de la miseria más completa, del embrutecimiento y la degeneración, el proletariado sólo puede llegar a ser y será inevitablemente una fuerza invencible si, unido ideológicamente por los principios del marxismo, esta unidad se ve fortalecida por la unidad material de la organización, que funda a los millones de trabajadores en el ejército de la clase obrera. Ante este ejército no prevalecerán ni el decrépito poder de la autocracia zarista ni el poder caduco del capital internacional” [8].
Si en Oaxaca hubiera habido un partido revolucionario, los sectores más avanzados que sostuvieron la Comuna habrían estado en mejores condiciones de imponer una política alternativa. Esta ausencia facilitó que la política del reformismo y el stalinismo se impusieran incluso por sobre los sectores de izquierda que surgieron cuestionando los aspectos más conciliadores de la política de la dirección.
Desde la LTS-CC y la FT-CI, ponemos nuestras fuerzas al servicio de esa enorme tarea, para sentar las bases de un verdadero partido obrero, revolucionario e internacionalista. Por ello en Oaxaca pusimos todos nuestros esfuerzos por poner a debate un programa y una estrategia obrera, participando activamente en la solidaridad con el pueblo oaxaqueño y para que sectores de la vanguardia obrera, estudiantil y juvenil tomen en sus manos junto a nosotros este enorme desafío. Entendemos que no será del desarrollo evolutivo de nuestra organización que surgirá un verdadero partido de combate, sino de la confluencia y la fusión con lo mejor de la vanguardia obrera y juvenil. Las lecciones de Oaxaca son un aporte fundamental para avanzar en esa tarea.
– II. A manera de conclusión
La Comuna de Oaxaca prefiguró incipientemente el poder alternativo de los trabajadores y del pueblo. Para los socialistas revolucionarios, la lucha de Oaxaca era parte de una lucha nacional por echar abajo el antidemocrático régimen de la alternancia e instaurar un gobierno obrero, campesino y popular para comenzar a resolver las demandas históricas de las masas en México. La gesta del pueblo oaxaqueño ya es historia viva para los trabajadores de México y América Latina y será un punto de referencia insoslayable en las luchas por venir.
Nuestra perspectiva no es una república burguesa que perfeccione los mecanismos de la dominación capitalista. Apostamos a que la experiencia de la Comuna se extienda y profundice, pues la base para una república de nuevo tipo sólo puede estar basada en la democracia obrera y en sus organismos de autodeterminación. La asunción de un gobierno con rasgos fuertemente bonapartistas y la represión ejercida sobre los que luchan, la política burguesa expresada a través de la Convención Nacional Democrática (CND), la experiencia oaxaqueña y el proceso ascendente de recomposición de las masas obreras, abren en México un nuevo periodo de la lucha de clases. De ahí, la vanguardia obrera, estudiantil, juvenil y popular debe sacar las lecciones para adquirir claridad estratégica. Parte de esto, es el presente debate.
En estas luchas y en los trabajadores y jóvenes que avanzan a posiciones más radicalizadas se puede estar gestando el germen de una nueva organización revolucionaria que recupere la tradición de Lenin, Trotsky y otros marxistas revolucionarios, así como del movimiento obrero latinoamericano y mundial que no ha cesado durante el siglo XX de poner al orden del día,las tareas de la revolución.
ANEXO
El Partido Obrero Socialista y su revolución democrática en Oaxaca
Durante los meses previos a que la lucha oaxaqueña estallara en la realidad nacional, “La Otra Campaña” concitó el apoyo de una amplia vanguardia anticapitalista, que realizó importantes movilizaciones en todo el país y fue violentamente reprimida en San Salvador Atenco. Aunque “La Otra Campaña” expresó una juventud radicalizada y combativa, lo hizo a través de la “Sexta Declaración de la Selva Lacandona”, como documento estratégico de la dirección zapatista y su estrategia autonomista.
El conjunto de las organizaciones de la izquierda que se reivindican trotskistas acompañó la Sexta Declaración y se hizo parte entusiasta de la construcción de “La Otra Campaña”. Esta subordinación a la estrategia de una dirección no proletaria tuvo fuertes repercusiones en la práctica de organizaciones como el propio Partido Obrero Socialista (POS). En primer lugar porque “La Otra” avanzó cada vez más en una política sectaria con las organizaciones de los trabajadores. Con la justificación de “romper con las direcciones burocráticas” de Marcos, el POS avaló en los hechos la confusa idea autonomista de que no hay sujeto revolucionario preponderante y que la clase obrera es un actor más de “los de abajo”. Los encuentros obreros de “La Otra Campaña” se convirtieron en foros, donde los trabajadores no participaban, avalando alocuciones tales del Subcomandante Marcos en las que llegó a plantear que si los obreros no tomaban los medios de producción, lo haría “La Otra Campaña” y se los entregaría.
Pero la Comuna dio al traste con la estrategia autonomista y el POS modificó su postura, dejando atrás su ubicación sectaria. Aunque el POS no tuvo responsabilidad de dirección, sí contó desde el principio con la posibilidad de intervenir en el proceso y su programa se limitó a plantear, como el reformismo de filiación stalinista, “Fuera Ulises Ruiz” disociado de una política y programa obrera independiente del régimen de la alternancia y sus partidos. Para llevarlo hasta sus últimas consecuencias, planteó como política de primer orden una consulta o referendo popular para tirar al tirano, una política escandalosamente oportunista. Para no dejar lugar a dudas, en su periódico El socialista N° 318 plantean: “Nosotros, socialistas del siglo XXI, planteamos que el conflicto en Oaxaca podría y debería solucionarse mediante un referendo o consulta popular, en la que se preguntara a todos los oaxaqueños si desean o no que el gobernador siga en el cargo.” [9].
Habría que preguntarle al Partido Obrero Socialista, que dice estar por un programa y una estrategia revolucionaria, cómo “el conflicto” en Oaxaca podía solucionarse de forma favorable a los explotados y oprimidos mediante una consulta. Plantear que los caciques del PRI, apoyados por sus charros, sus bandas paramilitares y las caravanas de la muerte podían irse mediante un referéndum, acaba siendo no sólo una política impotente, sino reformista y pacifista. Mientras el POS agitaba por una consulta y planteaba que “Por eso es que proponemos que, para quitarle la iniciativa a la Secretaría de Gobernación (atrás de la cual están el PAN y Ulises Ruiz) debemos de organizar una consulta democrática a todo el pueblo de Oaxaca” [10] , las masas oaxaqueñas ponían en pie barricadas, tomaban los edificios de gobierno, enfrentaban a los paramilitares y salían por cientos de miles a las calles de la capital. Justamente el régimen trató de apelar, frente a la radicalidad de las masas, a trampas de este tipo y la propuesta de “consulta” fue lanzada por el secretario de Gobernación en persona, Carlos Abascal.
En el mismo artículo, el POS asevera: “En la poco democrática legislación oaxaqueña y de todo el país no existe un mecanismo mediante el cuál el pueblo pueda revocar el mandato de las autoridades. En otros países y en experiencias de poder obrero y popular, la población puede destituir a los gobernantes en cualquier momento”.
La historia de la lucha de clases, es bien distinta a la valoración que hace el POS de las consultas y referendos. En las democracias burguesas degradadas como las latinoamericanas, no ha sido mediante consultas populares que han caído los gobernantes, sólo la acción de las masas pudo hacer caer a De la Rúa en Argentina o a Sánchez de Losada en Bolivia.
Para justificar este desbarranque, el POS apela a Lenin y plantea:
“Se tiene la idea, aun entre sus seguidores, que Lenin alentaba siempre métodos de lucha proletarios y, en ocasiones, violentos. En efecto, para acabar con el poder de la burguesía, Lenin planteaba que había que hacerlo con duras luchas y sangrientas. De otra forma la burguesía no renunciaría a sus intereses y privilegios, principalmente a su ‘derecho’ a explotar y a vivir de las otras clases sociales.
Pero en otro tipo de causas, las democráticas, como el derecho de una nación a separarse de otra y a formar una nación independiente, Lenin era partidario de recurrir a procedimientos como el referendo, es decir, una consulta o elección en la que todos los ciudadanos tienen el derecho de decidir” [11].
Pero el bolchevismo jamás disoció las demandas democráticas más elementales de las masas, de la lucha y los métodos de la revolución proletaria. Toda otra política es adaptación al menchevismo. La autodeterminación de las naciones oprimidas sólo podrá hacerse efectiva hasta sus últimas consecuencias con el proletariado acaudillando al conjunto de las masas oprimidas de la nación y estableciendo su propia dictadura, como lo demostró la propia Revolución Rusa, que concedió a las repúblicas oprimidas por el zarismo la autodeterminación. Pero ¿a que se refiere el POS cuando plantea que “en otro tipo de causas, las democráticas (...) Lenin era partidario de recurrir a procedimientos como el referendo”? Efectivamente, Lenin planteó siempre que el movimiento obrero y el partido revolucionario debían tener una política y un programa concreto para las cuestiones democráticas, utilizando las tácticas necesarias que motorizaran la movilización de las masas. Pero para el bolchevismo no había “otro tipo de causas”, las demandas democráticas estaban indisolublemente ligadas a la revolución proletaria como lo expresaría de forma acabada León Trotsky en la revolución permanente.
Finalmente como corolario de esta política, el POS se atreve a sentenciar: “El pueblo de Oaxaca puede darle un ejemplo a todo el país de que puede ser el digno pionero de la instauración de una consulta como mecanismo democrático de revocación del mandato de los gobernantes” [12] .
Pero el verdadero ejemplo que ha dado el pueblo de Oaxaca no tiene nada que ver con la conclusión del POS.
El telón de fondo de esta política y de este programa es una versión derechizada de la concepción morenista de la revolución. La concepción que subyace a todo el planteamiento es la de que en Oaxaca estaba planteada una revolución democrática. El triunfo de la misma tendría su corolario en la caída de Ulises Ruíz. En tanto el PRI gobierne en Oaxaca, la lucha de sus explotados y oprimidos deberá orientarse a conquistar la democracia, como según el POS hicieron los electores el 6 de julio de 2000 cuando subió al poder Vicente Fox y se asentó el régimen de la alternancia. Esta política objetivamente fortalecía a las direcciones conciliadoras de la APPO y el magisterio (que no estuvieron dispuestas a llevar hasta el final ni siquiera la lucha por la caída de URO) y, aunque el POS denuncia correctamente sus maniobras burocráticas y sus métodos, acaba cediéndoles en el terreno del programa y la política.
Como planteamos a lo largo de este dossier, en Oaxaca, o las masas avanzaban hacia la caída revolucionaria de URO (a contramano de sus propias direcciones), o la burguesía lograría recomponer al régimen estatal, por la vía de las componendas o por la vía de la represión. La política “democratista” del POS, a pesar de sus intenciones, sólo le hacía el juego a esta segunda variante al confundir a la vanguardia con “referéndums” cuando estaba planteado que éstas avanzaran en fortalecer y extender sus organismos embrionarios de autoorganización, única forma de “voltear al tirano”.
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