Por Simone Ishibashi
Egipto vuelve a ser el escenario de intensas convulsiones sociales que están poniendo en jaque al gobierno de Mohamed Mursi. Desde los enfrentamientos a fines de 2012 – cuando miles de manifestantes se levantaron contra el intento del presidente Mursi de ampliar sus poderes en la nueva Constitución, forzándolo a retirar la medida-, la inestabilidad del gobierno liderado por la Hermandad Musulmana a través del Partido de la Libertad y Justicia aumenta. El año 2013 comienza profundizando la tendencia de crisis política y enfrentamientos en las calles a un ritmo veloz. En el aniversario del segundo año de la caída de Mubarak, el 25 de enero, el país es tomado por manifestantes en Suez, Port Said, Malhalla, y la Plaza Tahrir.
Estas movilizaciones chocan con la policía, transformándose en actos de cuestionamiento al gobierno de Mursi. La tensión social se profundiza cuando es anunciada la condena de 21 personas a pena de muerte por un tumulto en un partido de fútbol ocurrida en Port Said, que terminó con 74 muertos. “Esas sentencias son políticas. Y lo único que provocaron acá en Port Said es rabia, rabia y más rabia”, afirmó el abogado Gergis Greiss, representante de familias de los fallecidos, engrosando las filas de los miles que protestaban, y desafiaron el decreto de estado de emergencia, forzando nuevamente al gobierno a un retroceso.
En el punto represión Mursi está demostrando que no tiene nada que envidiarle a Mubarak. El gobierno egipcio aprobó el día 28 de enero la autorización para la prisión indiscriminada de los manifestantes. Como resultado, las protestas están esparciéndose por varias ciudades. En diversas manifestaciones es entonada la consigna “fuera ya” dirigida contra Mursi. Se contabiliza más de 60 manifestantes muertos, lo que culminó en el pedido de renuncia del ministro de Cultura, Mohamed Saber Arab por su oposición a la violencia policial, y en la exigencia por parte de los manifestantes de la renuncia del ministro del interior, luego de que saliera a luz un video en el que policías atacan violentamente a un hombre desnudo frente al palacio presidencial.
El gobierno en menos de un año de existencia ya impuso medidas antipopulares, como el paquete firmado con el FMI que exigía un aumento de impuestos de productos esenciales agravando la carestía de la vida de la población, además de no haber resuelto ninguna de las demandas democráticas fundamentales, como la sumisión al imperialismo y a Israel, y de haber aprobado una constituyente marcada por una política antidemocrática en relación a las mujeres, y antiobrera denunciada por la Federación de Sindicatos independientes.
Es frente a este telón de fondo que el presidente de Irán, Ahmadinejad, desembarcó en Egipto para participar de una cumbre de la Organización para la Cooperación Islámica. Aunque el encuentro sea marcado por verborragias en relación al combate a Israel, el hecho es que eso está lejos de los objetivos de Mursi, que busca alzarse como un negociador regional entre el imperialismo y la región, tal como actuó durante los ataques sionistas a Gaza en 2012. Como continuidad de esta política exterior, lo que busca el presidente egipcio es utilizar el encuentro para realinear a los sectores islámicos en torno a su gobierno, de modo de intentar capitalizarlo en el plano interno. Sin embargo, el proceso comenzado por las masas egipcias se muestra mucho más profundo que maniobras desde arriba. En verdad, el mayor peligro que enfrentan actúa en su interior.
El combate a Mursi debe estar ligado ya al combate al Frente de Salvación Nacional
Los sectores burgueses opositores de Egipto están utilizando las movilizaciones para ampliar su ubicación en el régimen. La oposición burguesa agrupada en el Frente de Salvación Nacional, coalición que engloba a sectores como el Movimiento 6 de Abril, tiene como objetivo dirigir las movilizaciones contra Mursi actuando como un freno para impedir que estas asuman una perspectiva abiertamente revolucionaria. De esta manera, estos sectores ponen sus fuerzas en impedir la confluencia entre la vanguardia de la clase trabajadora y las masas, rechazan las consignas más radicalizadas planteadas por los manifestantes. El portavoz del Frente declaró que la intensión de esta organización no es forzar la caída de Mursi, sino apenas “obligarlo a respetar las reglas del juego” .
Por lo tanto, la política defendida por algunos sectores de la izquierda, como la LIT-PSTU, emerge como un descalabro. En primer lugar, se hace evidente que la caída de Mubarak a pesar de la bravura de las masas, no se trató de una “revolución democrática triunfante” como planteó la LIT-PSTU, simplemente porque ninguna demanda democrática estructural, como la liberación nacional frente al imperialismo, o el reparto de las tierras, fue conquistada. La dinámica en Egipto confirma la validez de la teoría de la revolución permanente elaborada por Trotsky, según la cual se liquida la concepción etapista de la revolución. Esto porque la dinámica de la economía mundial en su fase imperialista hace que las burguesías de los países atrasados o semicoloniales sean incapaces de conducir una revolución que libere a la nación oprimida, ya que están atadas por mil y un lazos al capital imperialista. Por lo tanto, desde su inicio esta debería tener como protagonista a la clase trabajadora, y no a la burguesía, frente al pueblo explotado y la juventud.
La teoría de la revolución permanente y la necesidad de una política clara
Por negar la teoría de la revolución permanente, la LIT-PSTU es incapaz de explicar cómo esta “revolución democrática triunfante” según sus palabras, se habría transformado en un régimen bonapartista de un “nuevo faraón”. Si esto sucedió es porque no fue una revolución democrática triunfante, aunque se haya derribado a Mubarak. Por no tener en el centro a la clase trabajadora, con su vanguardia organizada en un partido marxista revolucionario, este proceso pudo ser desviado por el Ejército, la burguesía local y el imperialismo. Por lo tanto, si no quiere sembrar más confusión en sus propias filas, la LIT-PSTU debería plantear abiertamente el balance equivocado frente a la caída de Mubarak, y rever críticamente su legado definido por la teoría de la revolución democrática, ya que hoy está obligada a rendirse ante los hechos y afirmar que “la esencia del régimen bonapartista, represor y sumiso al imperialismo continúa intacto, pues el régimen fue reformado, (...) pero no destruido, como ocurrió en el caso de Libia” , y afirmar ahora, después de que todos sus pronósticos se mostraron equivocados, que la “revolución es permanente”.
La lógica defendida por la LIT durante la caída de Mubarak, de que el proceso debería tener dos momentos, el primero de “todos contra Mubarak” incluyendo ahí a la burguesía opositora, para solamente después plantearse una política de independencia de clase y consignas anticapitalistas lleva a las movilizaciones a un callejón sin salida. Mediante la movilización a propósito del referéndum por la Constituyente en diciembre de 2012, aparece la LIT-PSTU con una política ecléctica, que si por un lado advierte que las direcciones burguesas no serán consecuentes, por otro no levantan una política efectiva para combatirla. En aquella ocasión, señalaban que: “El combate contra la ofensiva bonapartista se da ahora en las calles y también en el terreno electoral. Por eso, manteniendo la más absoluta independencia de clase, sostenemos que es necesario que las organizaciones sindicales y la izquierda apliquen una política de amplia unidad con todos los sectores, incluso burgueses, que estén dispuestos a enfrentar el régimen y la Constitución que lo consolida” .
Aunque nombren la necesidad de levantar una política de independencia de clase, al no poner la denuncia del papel de las fuerzas opositoras de la burguesía con centralidad por velar por la unidad de acción con ella, dejan a las masas y a los trabajadores desarmados para que una alternativa efectiva de la clase trabajadora surja en este combate. Además, esta definición abre todas las brechas para que la “unidad de acción en las calles” con los burgueses opositores fuese seguida por el “combate también en el terreno electoral”. Como señalamos en otro artículo: “aplicado al caso de la primavera árabe, la teoría de la revolución permanente significa que toda alianza con las direcciones burguesas lleva a la derrota de la revolución, aún en sus tareas democráticas, y que es necesario que la clase trabajadora conquiste su independencia política no solo en relación a la Hermandad Musulmana, como del Frente de Salvación Nacional. A partir de conquistar su independencia, la clase obrera debe avanzar sobre la propiedad capitalista de los medios de producción, y no detenerse en ninguna etapa democrática” . Concretamente esto significaba plantear fuerte y claro que no solo el FSN no podrá llevar el combate hasta el final, sino que actuará en contra de este, como de hecho ya está dándose frente a la radicalización de las movilizaciones.
Partiendo de esto, la clave está en levantar una política que llame a la clase trabajadora a dar un salto en su organización, planteando la necesidad de que esta intervenga en las manifestaciones contra el gobierno como sujeto, y avance hacia la instauración de una huelga general indefinida contra el gobierno de Mursi. A partir de esto sería posible articular milicias populares que puedan organizar la resistencia contra los ataques de las fuerzas armadas, y sobre todo de la policía. Este combate debe completarse con la agitación de la necesidad urgente de la construcción de un partido marxista revolucionario. Solo así se podrá derribar la actual asamblea constituyente que garantiza todos los derechos a la burguesía, e instaurar una que esté efectivamente al servicio de los intereses de los trabajadores, de la juventud y del pueblo, avanzando hacia la constitución de un gobierno obrero, campesino y popular, que libere al país de la dominación imperialista.
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