“La única Iglesia que ilumina, es la que arde” Piotr Kropotkin, Anarquista ruso (1842 – 1921).
Por Diego Dalai
Ratzinger renunció diciendo que no le daba más el cuerpo para encarar las responsabilidades que implicaba el papado. Pero nadie más o menos serio habló al día siguiente de su estado de salud ni de ninguna dolencia del Papa. Las razones de su renuncia son completamente políticas. Los innumerables escándalos de pederastia (abusos sexuales contra niños) y estafas bancarias, junto a la lucha interna entre distintas facciones por el poder, la tienen sumergida en una crisis profunda que ha llevado por primera vez en siglos a la renuncia de un Papa (la última vez que ocurrió fue en el siglo XV).
El hecho, por supuesto, no es un acto de grandeza de Ratzinger sino de impotencia. Los inagotables escándalos de corrupción y pederastia marcaron fuertemente su papado. El más importante de los últimos años fue el de la Iglesia norteamericana en 2010 donde en la diócesis de Los Ángeles decenas de monjes abusaban de cientos de niños y los casos eran encubiertos por su Jefe, el Cardenal Roger Mahony. Los escándalos saltaron también en varios otros países y Ratzinger se vio obligado a sancionar a varios altos sacerdotes intentando salvar un poco la imagen de la institución.
Las implacables zancadillas de las facciones internas aceleraron la renuncia que fue casi la única salida que le quedó a la mano. La más sonora y dañina fue en 2012 con la filtración de documentos de Estado por parte del Mayordomo del Papa, Paolo Gabriele. Estos documentos eran secretos y estaban destinados a ser destruidos por orden explícita del Papa, por lo que el escándalo, que se saldó con una leve pena para Gabriele, redundó en un golpe más a la autoridad de Ratzinger.
La crisis de fondo
Pero la crisis actual va incluso más allá. Las posturas oscurantistas y retrógradas que caracterizan a la Iglesia Católica como en torno al aborto, las relaciones entre personas del mismo sexo, el sexo sin fines reproductivos, el consumo personal de drogas o su uso terapéutico, etc., cada vez más entran en abierta contradicción con el desarrollo de la sociedad en pleno siglo XXI y las tendencias a la alteración de la familia tradicional. Estas problemáticas sociales y culturales hoy se discuten abiertamente incluso a nivel de muchos Estados y regímenes muchas veces con la sanción de leyes que otorgan ciertas concesiones como recientemente en Francia y Uruguay, o en Egipto, donde de la mano de la primavera árabe la mujer ha conquistado un importante reconocimiento de su papel como actor social y político.
En este marco, la Iglesia se vuelve una institución cada vez más anquilosada y ajena a la vida cotidiana de millones, lo que se refleja en su creciente desprestigio y pérdida de influencia social. Por poner un ejemplo, en México, uno de los países con más católicos del mundo, en 1970 un 96% de los habitantes se decía católico. En 2000, cayó al 88% y en 2010 al 83,9%.
Esto se ve también en el retroceso que experimenta en muchos países a manos de otras religiones que son igualmente reaccionarias (evangélicos, testigos, pentecostales, etc.) pero que adoptan métodos y formas más flexibles y modernas que, en el marco de los crecientes niveles de pobreza y marginación, les permite crecer aceleradamente por ejemplo en muchos países de Latinoamérica (Brasil, Argentina, etc.). En el continente africano, Ratzinger realizó en el año 2009 una cumbre de obispos que no se realizaba desde hacía 15 años (II Sínodo de Obispos sobre África), donde se expresaron estos problemas con casos brutales como la oposición del Papa (también lo había hecho Juan Pablo II) al uso del preservativo para paliar la pandemia de SIDA.
En este sentido muchos hablan, y Ratzinger ahora en retirada lo plantea abiertamente, de encarar reformas (que nadie dice en qué consistirían) que “modernicen” la institución y le permitan recuperar prestigio. Ahora mismo, en torno a la elección del sucesor, hubo gestos como barajar la posibilidad de que por primera vez se elija a un Papa no europeo o uno “joven” de entre 40 y 50 años de edad.
La Iglesia no es reformable
Ninguna reforma es posible en la Iglesia y cualquier gesto o incluso algún cambio cosmético, no será más que “cambiar algo para que nada cambie”. La Iglesia Católica es uno de los bastiones más antiguos de la reacción y de las clases explotadoras contra los explotados. Durante siglos dominó Europa ligada a las monarquías y señores feudales siendo responsable de sangrientas guerras de conquista y pillaje. El férreo oscurantismo que impuso en la ciencia y la cultura llevaron a la humanidad a retroceder siglos en el desarrollo del conocimiento y en su relación con la naturaleza a través de la ciencia y la técnica. Su fuerza de choque, la Santa Inquisición española (fundada a fines del siglo XV) torturó y asesinó a cientos de miles de “herejes” en todo el viejo continente y bendijo el genocidio de los pueblos originarios en América.
Con el advenimiento del capitalismo estrechó lazos políticos y económicos con la gran burguesía y los bancos (siendo parte de cada una de las grandes mafias, políticas, empresariales y bancarias) y junto a los restos de las monarquías absolutistas logró conservar gran poder e influencia en las altas esferas de los estados modernos. Siempre cumpliendo un rol contrarrevolucionario clave para el dominio de las clases dominantes, durante la Segunda Guerra Mundial prestó grandes servicios al nazismo y al fascismo, al punto que aún hoy existen facciones de la Iglesia que niegan el Holocausto.
En América latina conocemos muy bien su participación y bendición a las dictaduras genocidas que mataron y desaparecieron a una generación entera de luchadores/as y activistas. Tal es así que persiguieron a sangre y fuego a miembros de la propia Iglesia que se ligaban a los procesos de rebelión populares, como la Teología de la liberación. El mismo rol contrarrevolucionario jugó en los procesos de restauración capitalista en los antiguos estados obreros del Este europeo, empezando por Polonia donde hundió el último intento de revolución política del proletariado del Este. Por todo esto la sola idea de reforma a la Iglesia constituye una política reaccionaria ya que implica mantener la institución en lo esencial.
Al ser parte constitutiva del sistema de dominación del capital, ligado por uno y mil lazos a los grandes bancos y monopolios imperialistas el Vaticano no es ajeno a la crisis económica internacional. En 2012 registró el peor déficit fiscal en años. Desde hace tiempo el Banco del Vaticano (que en los hechos funciona como un paraíso fiscal) enfrenta la presión de la Unión Europea para que se avenga a normas “más transparentes” de funcionamiento y a “los estándares internacionales de la lucha contra el fraude y el lavado de dinero” (CNN, 23/3/12). La difícil tarea había sido emprendida por Ratzinger que puso a Gotti Tedeschi a “reformar” el Banco pero que fracasó en el intento y fue obligado a renunciar.
Contra toda expectativa de reforma, por más radical que fuera como postulan viejos exponentes de la Iglesia tercermundista (teología de la liberación) que entre los ’60 y ’80 tuvieron un desarrollo importante en gran parte de Latinoamérica y hoy ven con buenos ojos la crisis abierta en la Santa Sede, hay que reafirmar más que nunca la lucha intransigente contra esa institución.
Separación total de la Iglesia del Estado y cese de los millonarios subsidios que recibe. Expropiación de sus innumerables propiedades y cuentas bancarias fraudulentas. Impuestos progresivos a sus enormes negocios (bancos, empresas, turismo). Que los curas vayan a trabajar y si quieren profesar alguna religión lo hagan en su tiempo libre. Basta de parásitos bancados por los trabajadores y el pueblo. Juicio y castigo a todos los curas pederastas y corruptos. Ninguna injerencia de la Iglesia en la vida de las personas. Anticonceptivos proveídos por el Estado. Derecho al aborto libre y gratuito. Libertad total para las uniones civiles. Despenalización de las drogas.
21-02-2013
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