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Rebelión en Turquía
por : Claudia Cinatti

06 Jun 2013 | La situación abierta en Turquía muestra una vez más que, cuando hay pasto seco, una chispa es suficiente para encender una hoguera política.

La situación abierta en Turquía muestra una vez más que, cuando hay pasto seco, una chispa es suficiente para encender una hoguera política. La durísima represión policial contra un reducido grupo de jóvenes ambientalistas que ocupaban la céntrica plaza Taksim en Estambul, en protesta por la construcción de un shopping donde ahora hay un parque, se transformó en una rebelión nacional contra el gobierno del primer ministro Recep Tayyip Erdogan del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). La represión estatal contra esta oleada de protesta dejó un saldo provisorio de 2 jóvenes muertos a manos de las fuerzas represivas y más de 1500 detenidos.

El gobierno, que había adoptado una posición dura contra los manifestantes cambió su política. Aprovechando la ausencia de Erdogan, de viaje en Marruecos, el viceprimer ministro pidió disculpas por los “excesos represivos”, reconoció como legítima la protesta de los ambientalistas y propuso una instancia de diálogo.

Pero hasta el momento, ni este gesto del gobierno, ni la intervención en el movimiento del opositor Partido Republicano del Pueblo, tradicionalmente ligado a las fuerzas armadas, han podido desactivar la rebelión en curso. Tras seis días de movilizaciones masivas, principalmente de sectores de clase media urbana y diversas minorías oprimidas, la protesta entró en una nueva etapa el miércoles 5 de junio con la huelga y movilización convocada por de la Confederación de Sindicatos del sector púbico (KESK) y la Confederación Sindical de Obreros Revolucionarios (DISK), que reclaman 240.000 y 350.000 miembros respectivamente. De esta manera, amplios sectores de la clase obrera se sumaron a la lucha. Al grito de "¡Taksim, resiste, los trabajadores llegan!" decenas de miles de personas confluyeron en la plaza Taksim, que se ha transformado en el corazón de la revuelta, exigiendo la destitución de los jefes policiales, la liberación de todos los detenidos y la suspensión del polémico proyecto de “urbanización” del gobierno. Escenas similares se repitieron en Ankara y otras ciudades importantes del país.

Aunque la movilización aun no es suficiente para tirar abajo el gobierno, que tras una década en el poder todavía conserva el apoyo de importantes franjas de la población, Erdogan enfrenta la primera crisis política de magnitud cuyo final permanece abierto.

Los motores de la movilización

Este estallido social explosivo, que tomó por sorpresa al gobierno, muestra que bajo la aparente estabilidad política, sostenida por una década de altas tasas de crecimiento económico, se venía gestando un profundo descontento contra un régimen autoritario y opresor. La protesta, con una alta cuota de espontaneidad es producto de la combinación de demandas democráticas y sociales inmediatas con problemas políticos que están en la base de la constitución del estado turco, entre ellos: la opresión nacional de la minoría kurda; la tensión entre el nacionalismo laico y las fuerzas políticas islamistas; el rol de Turquía como principal aliado del imperialismo norteamericano y miembro de la OTAN y su ubicación como “puente” entre Occidente y Medio Oriente.

Amplios sectores de las clases medias laicas ven cómo el Partido de la Justicia y el Desarrollo, a pesar de representar una variante moderada del islamismo y de haber respetado el carácter laico del estado, intenta avanzar en la imposición de valores religiosos –como la restricción al consumo de alcohol- lo que potencialmente pone en peligro derechos democráticos como el derecho al aborto conquistado en 1983. A su vez, Erdogan viene impulsando una reforma constitucional que implicaría un cambio más bonapartista hacia un régimen presidencialista, y le permitiría un nuevo turno en el poder, esta vez como presidente.

Junto con estas demandas democráticas, la profunda desigualdad social que se profundizó a pesar de una década de crecimiento a una tasa promedio del 7,5% que transformó a Turquía en la 17 economía más grande del mundo. A la sombra del AKP se ha enriquecido una burocracia política adicta y una elite empresarial que sacó ventaja de las políticas neoliberales y las privatizaciones. El programa de “urbanización” que viene impulsando Erdogan, y que desató la actual oleada de protesta, beneficia a los capitalistas y quienes pueden acceder a viviendas de lujo mientras que busca expulsar a los pobres y a los trabajadores de los barrios del centro de Estambul. Esto explica parte del odio popular, sobre todo entre los sectores juveniles, que son los que más se ven afectados por el desempleo ahora que el “milagro turco” se ha agotado y el crecimiento económico apenas alcanza el 3%.

Otro elemento que alimenta el descontento con el gobierno es la oposición creciente a la política intervencionista de Turquía, en particular, su injerencia directa en el conflicto en Siria con el visto bueno de Estados Unidos, sobre todo luego de un atentado terrorista atribuido a simpatizantes del régimen de Assad que se cobró la vida de 46 civiles.

Las consecuencias regionales de la crisis del “modelo turco”

La crisis abierta en Turquía tiene proyecciones regionales: Turquía es un aliado estratégico del imperialismo norteamericano en el mundo musulmán, es una pieza clave para las sostener los intereses geopolíticos imperialistas y del estado sionista en Medio Oriente, y está jugando un rol central en la guerra civil siria, además de ser miembro de la OTAN.

Por esto, Washington está más que preocupado por el golpe que significaría la caída revolucionaria de Erdogan. Estados Unidos promueve el llamado “modelo turco”, es decir, un régimen de democracia tutelada, basada en la hegemonía política del islamismo moderado y en el rol de las fuerzas armadas como garante del régimen proimperialista, como salida política de desvío en los países en los que, producto de la “primavera árabe” cayeron las dictaduras proimperialistas, como sucede en Egipto o en Túnez con el gobierno de la Hermandad Musulmana. La crisis de este “modelo” producto de la movilización popular puede alentar la lucha de amplios sectores de la vanguardia obrera y juvenil que vienen enfrentando estos gobiernos reaccionarios.
Hasta el momento Turquía se había mantenido al margen de la “primavera árabe”, quizás esta crisis sea una advertencia de que le está llegando su turno.

 

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