Por Adriano Pilatti, Antonio Negri y Giuseppe Cocco
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Mientras escribíamos este artículo llegó la noticia del asesinato de nueve habitantes de una favela carioca en manos de las fuerzas policiales. Indignados, leemos un columnista insinuar que es bajo la forma de una supuesta “amenaza a la democracia” el modo en que la presidenta Dilma asimila a los movimientos de estos últimos días y sus eventuales bases teóricas, lo que incluye –veremos líneas abajo– la teoría del poder constituyente.[1]
Los acontecimientos de estos días en Brasil sorprendieron a todos, internos y externos. Brasil parecía el país sudamericano más estable y, de repente, “la tierra entró en trance”. Independientemente de las evoluciones futuras, la multitud mostró su potencia. A derecha y a izquierda –se dice con escándalo– el movimiento no tiene “organicidad”, ni “línea”, ni “liderazgos”. Incluso la llamada izquierda radical tuvo que reconocer que no existen banderas “abstractas” que puedan ser impuestas “de afuera hacia adentro” al magma que se constituía desde abajo. “¿Cómo es eso posible? ¿Cómo se atreven?”.
Pero el movimiento continúa, se vuelve difuso, acelerando sus ritmos: en los centros y periferias, en las grandes y pequeñas ciudades, multiplicando las reivindicaciones. Las protestas parecen inventar nuevas formas de lucha. El poder constituyente está ahí y, en este aquí y ahora se presenta como incontrolable, aunque también vulnerable a las aventuras reaccionarias. ¿Cómo organizar el pensamiento en esta aceleración del tiempo y de esta innovación radical? ¿Cómo aprovechar las aperturas y evitar o combatir las amenazas?
Vayamos un poco para atrás. En el 2005 publicamos dos libros en Brasil: Multitud[2] yGlobAL[3]. En Multitud decíamos que el trabajo pasaba a ser explotado fuera de las fábricas, sin pasar por la relación salarial. Si esto implica una pérdida de derechos por la mayor fragmentación y precariedad de la relación salarial, al mismo tiempo solo puede funcionar si la autonomía del trabajo aumenta y se produce y reproduce dentro y por las redes.
Es decir, por un lado, el capital descompuso la clase trabajadora en un sinnúmero de fragmentos; por otro, por detrás de esos fragmentos, existen singularidades que pueden cooperar entre sí y perseverar como tales. En el capitalismo contemporáneo, la explotación es exactamente el hecho de que los agenciamientos de los deseos (cognitivos, culturales, institucionales, empresariales) ajusten los “fragmentos” sin abrirse a las modulaciones de las singularidades.
La multitud de la que hablamos no se confunde con la definición sociológica y determinista del devenir “líquido” de la sociedad post-moderna. Al contrario, la multitud es un concepto político y ontológico de clase: la clase que se constituye en esa cooperación entre singularidades. Sólo hay multitud cuando ella se hace a sí misma, como sucede en este momento en Brasil. Es todo lo contrario de esa masa de fragmentos que los medios de comunicación y la derecha quieren fusionar al entonar el Himno Nacional.
Ya en GlobAL saludábamos la llegada de nuevos gobiernos en América del Sur (sin dedicar, sin embargo, una palabra a Venezuela) y, al mismo tiempo, decíamos que ellos deberían tener dos cuidados: primero, no caer en la ilusión de que habría un nuevo modelo a ser implementado; segundo, que las oscilaciones entre la inflación de las tasas de interés y de los precios son apenas las dos caras de la falta de democracia, y esta depende de las dimensiones biopolíticas de las luchas: las luchas por la vida y de la vida de los pobres que persisten ante el terror que el Estado impone en las favelas y en las periferias.
El libro pasó totalmente desapercibido. Los intelectuales críticos al gobierno teorizaban el “estado de excepción” y aquellos próximos al PT preferían ver en Lula la increíble reencarnación de Vargas. Después de la crisis global, el gobierno intervino para descubrir que el desarrollismo era el nuevo modelo (sic).
Y fue justo en el centro de esta fiesta vip que la tierra se estremeció. A la derecha, el gobernador de São Paulo utilizó la violencia sin máscaras de la policía. A la izquierda, el ministro de Justicia se propuso enviar todavía más policía, a reprimir aún más. Cuando tuvieron que retirarse, derecha e izquierda aparecieron juntas, únicamente diferenciadas por el color de las corbatas, para decir que la reducción del precio de los pasajes acarrearía el recorte de otros gastos sociales. A la derecha y a la izquierda se echó leña al fuego de la crisis de representación, insistiendo en pensar la política desde el extraño punto de vista del clientelismo y la tecnocracia.
Desde el lunes 24 de junio, la élite y sus medios de comunicación corporativos cambiaron el blanco de sus armas y pasaron a usar su poder concentrado (anti-democrático) para intentar manipular la conmoción nacional en un sentido reaccionario. El aturdido columnista explicitó ese proyecto la noche del jueves pasado, en medio de la represión de miles de manifestantes: usar el Congreso para aplicar al Brasil el golpe institucional ya realizado en Honduras y en Paraguay.
Pero la presidenta comenzó a reaccionar, aunque de manera tardía y tímida, proponiendo un plebiscito y una “constituyente”. Al columnista no le gustó y señaló, como base de esa supuesta “amenaza” a la democracia, el ya referido Poder Constituyente. Sucede que la teoría del poder constituyente y su realidad (aquella que está abiertamente en las calles del Brasil entero) es una teoría de la democracia radical. Ella no está en contra de la representación, pero sí en contra de la separación de ésta de su fuente: la soberanía popular. La corrupción está allí, en esta separación de los medios de los fines. Y quienes se aprovechan de ella son los que concentran los medios económicos y los medios de comunicación, incluso cuando la condenan, de manera moralista, sólo para aumentarla en su favor.
Nosotros avalamos positivamente, en su conjunto, las medidas de Dilma, pero pensamos que la solución no pasa ni por un plebiscito, ni por la convocatoria de pactos con supuestos representantes de los movimientos. El desafío es abrir un verdadero “proceso constituyente”, es decir abrir la polis a la participación efectiva de los demos, en las calles y más allá –aunque resulte confuso al principio- para unir movilización y creación de nuevas institucionalidades. El poder constituyente no es nada sin la multitud que lo hace vivir.
[1] Antonio Negri, El Poder Constituyente, traducción de Adriano Pilatti, introducción de Adriano Pilatti y Giuseppe Cocco, Rio de Janeiro.
[2] Antonio Negri y Michael Hardt, Multitud, Rio de Janeiro, 2005.
[3] Antonio Negri y Giuseppe Cocco, GlobAL: Biopoder y Lucha en la América Latina Globalizada, Rio de Janeiro, 2005.
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