Las manifestaciones en Turquía, las enormes concentraciones contra el gobierno Morsi en Egipto, y las protestas en Brasil son parte de una nueva oleada de movilizaciones de masas a nivel internacional. En estas páginas reflejamos la crisis al rojo vivo en Egipto -al borde de la caída de Morsi y hecho de enorme importancia internacional-, pero también procesos en Brasil, Chile, Bolivia y Uruguay, donde intervienen activamente organizaciones hermanas del PTS.
La revuelta popular en Brasil quiebra el verso de la “potencia emergente” y un “modelo progresista” que no resolvió ninguno de los graves problemas del pueblo brasileño. Es parte de una nueva coyuntura política en América latina, con aires de “fin de ciclo” tras una década de crecimiento económico y predominio de gobiernos “posneoliberales”. Entre sus elementos: la desaceleración económica; la presión imperialista, con Estados Unidos “retornando” a América latina y apoyándose en el Acuerdo del Pacífico de sus aliados más estrechos, como México, Colombia o Chile (cuyos gobiernos, como muestra el desprestigio de Piñera, enfrentan diversos grados de crisis y resistencia popular); la crisis del nacionalismo (con el débil gobierno de Maduro tratando de dirigir la transición a un “poschavismo” en Venezuela) y el desgaste de los proyectos de centroizquierda de Dilma y CFK; con una polarización que está generando mayor resistencia entre los trabajadores y el pueblo, desde Costa Rica a Chile, pasando por Brasil.
Así, hemos visto en Bolivia la huelga de la COB cuestionando el curso antiobrero del gobierno de Evo; entran en acción importantes sectores obreros en Chile; y se dieron huelgas en Brasil y otros países. Esto, pese a que no hay aún ataques generalizados contra el salario y el empleo y a la contención que mantienen las burocracias sindicales y las fuerzas “progresistas”.
El coro oficilista, al estilo de Página 12, afirma que las luchas que enfrentan a los gobiernos posneoliberales le hacen el juego a la derecha. Es lo opuesto: la movilización es el camino para evitar que Dilma, Evo, CFK o Mujica impongan la “austeridad” y que la derecha abiertamente proimperialista capitalice su descrédito, planteando la posibilidad de que surja una alternativa obrera y popular independiente.
Están en marcha dos procesos muy progresivos: Uno, la evolución política de sectores obreros avanzados, como muestra la lucha por un partido de trabajadores en Bolivia que se apoya en los mineros de Huanuni; en Chile, la solidaridad activa de portuarios, mineros y profesores con la lucha por la educación, apuntando a la alianza obrera-estudiantil; o la extensión del sindicalismo de base en Argentina influenciado por el trotskismo, que desde el FIT puede dialogar con amplios sectores obreros y juveniles. El otro, la movilización de sectores juveniles, como el combativo movimiento estudiantil chileno y el vuelco a las calles de la juventud brasileña, fenómeno que es parte de una virtual rebelión juvenil internacional.
Esto abre oportunidades inéditas para la intervención de los revolucionarios en la organización política de la vanguardia obrera y juvenil en América latina.
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