Aclamado como una estrella de rock, “el “papa del pueblo”, tal como lo bautizó la revista Time, saludó a sus feligreses en su desembarco por las calles de Río de Janeiro, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud a la cual concurrieron 2 millones de jóvenes de 138 países. “”No tengo oro ni plata,…sólo a Jesús” celebró austeramente. El jesuita que emula al santo de Asís y predica “una Iglesia de pobres para pobres” no ignora que lleva el timón del mayor propietario de tierras e inmuebles del planeta, pero aún así le guiña un ojo a los millones que se movilizaron, incluyendo a los 11,4 millones de indigentes de las 6328 favelas que tiene Brasil. Mediante estos “gestos”, Bergoglio se propone recrear una mística sobre un imaginario “franciscanismo”(que jamás pasó de ser una orden más), para restaurar la autoridad moral e ideológica de la Iglesia tras la revelación de miles de casos de abuso sexual cometidos por sacerdotes, y los escándalos de corrupción del IOR, el banco del Vaticano, asuntos que sellaron el papado de Benedicto XVI en la crisis del VatiLeaks. Con esta finalidad el Vaticano hizo pie en Brasil, donde se concentran 143 millones de católicos de los 432 millones que pueblan Latinoamérica. Si bien es el país que registra más fieles, hoy sólo el 57% de la población se considera católica, por debajo del 75% de 1990. Esa porción fue conquistada por las iglesias evangélicas cuyo peso se expresa en 77 legisladores de los 513 que integran la Cámara de Diputados. Bergoglio vino a parar esa sangría, montándose en Latinoamérica como punto de apoyo para fortalecerse en Europa, otrora centro de gravedad, donde son más altas las tasas de los que se reconocen ateos o agnósticos.
En ese sentido, el Centro de Estudios sobre Nuevas Religiones registró en una encuesta que el 53% de los sacerdotes percibía un aumento de las personas que se acercan a las parroquias (La Nación, 21/07). Así la Iglesia pretende fortalecerse con el disfraz de los pobres para conjurar las consecuencias de la crisis económica internacional, como advierte el documento de la V Conferencia Episcopal Latinoamericana sobre “los riesgos del populismo”.
Mientras Francisco y Dilma Rousseff celebraban la Jornada Mundial de la Juventud en el Palacio de Guanabara, la Policía Militarizada reprimía a más de 2000 jóvenes que denunciaban al gobierno por gastar U$S90 millones en la visita papal y U$S25.900 en los Juegos Olímpicos, que el mismo Francisco vino a bendecir.
Pocas semanas antes del viaje, Bergoglio designó a la consultora norteamericana Promotory para sanear las cuentas “non sanctas” del IOR y generar una imagen de “transparencia”. Es vox populi que de 18.800 cuentas a nombre de particulares e instituciones, numerosas empresas lavaron dinero como denuncian las autoridades del Banco Central de la UE. Tras la reciente detención del prelado Nunzio Scarano, acusado de fraude por 20 millones de euros, fueron separados sus directores, los obispos Paolo Cipriani y Massimo Tulli, quienes consintieron esa operación donde están implicados 56 grandes empresarios de Salerno. El IOR es un agujero sin fondo de la corrupción vaticana que Bergoglio intenta maquillar.
Ex militante de Guardia de Hierro, cómplice de la dictadura y entregador de los curas Orlando Yorio y Francisco Jalics, Bergoglio ahora vende la imagen de la “opción por los pobres”que los progresistas de todos los colores compraron para sus campañas electorales, sirviendo a ese bastión de la reacción mundial, una usina permanente de ideas reaccionarias al servicio de los grandes capitalistas.
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