¿Es la división del peronismo en estas elecciones el indicio de una fractura más estructural del “movimiento”? Este interrogante encuentra a la izquierda que se reivindica trotskista con cada vez mayor presencia política y la coloca ante enormes desafíos: la batalla por que la clase trabajadora construya su propio partido y conquiste su independencia política. El Frente de Izquierda es una gran plataforma para avanzar en ese sentido.
No por anunciada deja de ser relevante, para el presente político, la salida al ruedo electoral por fuera del Frente Para la Victoria de Sergio Massa, encabezando la lista a diputados por el Frente Renovador en la Provincia de Buenos Aires. Varios intendentes del conurbano bonaerense (como Darío Giustozzi, de Almirante Brown) y sectores de los “gordos” agrupados en la CGT “Balcarce”, se alinearon con el intendente de Tigre, quien incluyó en su lista al ex presidente de la Unión Industrial Argentina, Ignacio de Mendiguren –hoy como en 2002 vocero de la devaluación–, a macristas de segunda línea, a Felipe Solá, a periodistas del grupo Clarín, al actor Fabián Gianola y hasta al ex “lilito” Adrián Pérez. Según los conocedores de la intimidad del “massismo”, el “armador” de la lista fue Juan José álvarez, uno de los principales responsables políticos de la masacre del Puente Pueyrredón cuando formaba parte del gobierno de Duhalde, también denunciado como hombre de los servicios de inteligencia. Para Clarín y otros, Massa es una suerte de “esperanza blanca” de una neorenovación peronista hacia la derecha del kirchnerismo.
Discursivamente, el comienzo de la campaña de Massa se orienta hacia un planteo de distanciamiento tanto del gobierno como de la variante más claramente “antiK” que expresa De Narváez, tratando de captar votos que provengan de ambos campos del espectro político. Una suerte de táctica “sciolista” pero “por otros medios”. Si Massa es parte de una generación de funcionarios que llegó al peronismo proveniente de la derecha, como Boudou o Bossio; desde otro ángulo puede ser visto como un recambio del aparato de intendentes del peronismo, en reemplazo de los “barones” del conurbano, lugar que comparte con el hoy primer candidato a diputados por el oficialismo, el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde. Son varios los analistas que resaltan el papel que los intendentes del conurbano bonaerense vienen jugando en la política nacional –partiendo de que algunos distritos son más grandes en población que varias provincias–, la irrupción de lo que llaman el “municipalismo”. Tigre, la intendencia gobernada por Massa, resalta no tanto por su tamaño demográfico (como lo sería La Matanza) sino por la presencia de importantes empresas multinacionales y algunos lujosos barrios privados, que conviven con la mayor desigualdad y miseria, un rasgo de todo el conurbano. Con la “seguridad” como bandera (su “gran obra” de gestión es haber llenado su distrito de cámaras de vigilancia) y muestras de confiabilidad para el poder económico dominante (la embajadora de los EE. UU. lo definió como “proestadounidense” en informes develados por Wikileaks) es la apuesta de estos para encabezar una reconfiguración poskirchnerista del peronismo. ¿La división de estas elecciones es índice de una fractura más estructural del “movimiento”? Es prematura una respuesta definitiva a este punto.
Es innegable que desde su victoria en octubre de 2011 con el 54% de los votos, Cristina ha visto una licuación importante de su poder político. El kirchnerismo no puede definirse solamente por los sectores que sostienen el discurso gubernamental más centroizquierdista (las corrientes que se agrupan en “Unidos y Organizados” como La Cámpora, el Movimiento Evita o Kolina), y que se desarrollaron en particular desde 2008. Estos son solo uno de los componentes de lo que viene siendo una coalición heterogénea, integrada también por el peronismo conservador de los intendentes y gobernadores y por la burocracia sindical, que detentan gran parte del poder real. Es sobre estos sectores que el núcleo del gobierno viene perdiendo hegemonía. Primero fue la ruptura con Moyano y ahora la de Massa y los intendentes y burócratas sindicales que lo acompañan. Por su parte, Scioli y otros sectores (como la gran mayoría de intendentes y gobernadores) que siguen en el oficialismo no parecen tener diferencias sustanciales con el proyecto de Massa (un peronismo pos kirchnerista corrido hacia el centro derecha con perfil de “gestión”), pero especulan que la mejor forma de lograr su objetivo es mantenerse por “adentro” y de esa manera quedar como herederos naturales al convertirse prácticamente en un imposible la reelección presidencial. El “cristinismo”, a su vez, espera mantener la suficiente cuota de poder como para imponer condiciones en la sucesión, mientras espera un “milagro” que le permita consagrar un delfín “más del palo” si obtiene un buen resultado electoral. ¿Qué harán los “unidos y organizados” si fracasan en su intento de retener el poder? ¿Se subordinarán a Scioli o a Massa? ¿Construirán un movimiento aparte? ¿Se licuarán como fracción política una vez fuera del poder central del Estado? Todos estos interrogantes permanecen por ahora abiertos y en su definición lo decisivo no serán los cabildeos de palacio, que han estado en el primer plano en estos cierres de listas, sino la evolución de las contradicciones económicas y, como muestra Brasil, lo que diga “la calle”, la lucha de clases.
Mientras tanto el crujir del peronismo está generando enfrentamientos larvados, “una guerra de baja intensidad” que incluye la división de lealtades del sindicalismo peronista. Y esto abre brechas que pueden y deben ser aprovechadas para hacer avanzar a las tendencias clasistas entre los trabajadores.
La oposición patronal “no peronista” queda, por su lado, en un segundo plano. La derecha macrista, para tener ambiciones presidenciales, debería hegemonizar a los sectores del peronismo conservador que hoy tienen proyecto propio y que, en cierta medida, son contradictorios con parte de su electorado en la Capital. El acuerdo entre el radicalismo y los sectores mayoritarios del FAP, en una suerte de “Alianza” senil, no despiertan el entusiasmo ni de las masas ni de los grupos económicos que los auspician… Hacia 2015 su principal expectativa es que el peronismo vaya dividido, llegar a segunda vuelta y ganar nucleando todo el voto opositor. Así vistas, estas elecciones legislativas dirimirán con qué cuotas de poder y capital político quedan las distintas fracciones del peronismo y de la oposición para afrontar los dos años que quedan hasta 2015, en los que no puede descartarse que la crisis mundial descalabre los planes de tirios y troyanos.
El Frente de Izquierda y de los Trabajadores
Es en este marco de disputa de los políticos patronales que el Frente de Izquierda y de los Trabajadores encara nuevamente un desafío electoral. El FIT, que integramos el PTS, el PO e Izquierda Socialista, conquistó un destacado lugar en la superestructura política a partir de las elecciones de 2011.
En nuestro país hay una fuerte presencia política [1] de la izquierda anticapitalista que se reivindica trotskista, que ha librado una serie de combates en este último período que permitieron el fortalecimiento del frente como referencia política de los trabajadores y la juventud. Esto podemos verlo en la actividad legislativa en las bancas de Córdoba y Neuquén, y en esta última de Raúl Godoy, especialmente la ley que plantea que los diputados ganen lo mismo que una maestra. Las nuevas denuncias por el espionaje ilegal de la Gendarmería en el llamado Proyecto X, que influyó en la renuncia de Nilda Garré del Ministerio de Defensa. La disputa con el kirchnerismo antes, durante y después del acto del 24 de marzo en la Plaza de Mayo, lo que enojó a Cristina porque llevamos las banderas rojas.
La denuncia del crimen social en La Plata y la organización de la solidaridad con los afectados y la pelea por el juicio y castigo a los responsables. La pelea por la perpetua a Pedraza y todos los responsables y el rechazo del fallo que absuelve al Estado de su responsabilidad en el crimen de Mariano Ferreyra. La lucha que apoyamos contra los despidos y el fraude en la elección de delegados de Volkswagen Córdoba, que influyó en la renuncia de Omar Dragún como Ministro de Trabajo de esa provincia. La presencia en la primera línea de la organización de las oposiciones antiburocráticas en el movimiento obrero y del apoyo a luchas emblemáticas como la de Kraft en 2009, que fue condenada por todo el arco político patronal y por la burocracia sindical. O nuestra contribución a victorias en la lucha de clases, como en la autopartistas Lear, o en la recuperación de once seccionales de los sindicatos docentes de la Provincia de Buenos Aires de manos de la burocracia adicta al gobierno. Así como en 2011 lo conseguimos en Córdoba y Neuquén, vamos a luchar por conseguir legisladores y diputados de izquierda que pongan sus bancas al servicio de la movilización extraparlamentaria de los trabajadores y los sectores populares.
Entre los partidos que integramos el FIT subsisten diferencias importantes que no han permitido avanzar hacia la constitución de un partido común. No es por capricho. Nuestros debates son públicos y cualquiera puede conocerlos leyendo las publicaciones de los distintos partidos. A diferencia de los políticos patronales no ocultamos nuestras posiciones ni nuestras polémicas. Pero esas diferencias no han impedido que sigamos impulsando en común el Frente de Izquierda sentando posición como un polo de agitación política y electoral de independencia de clase.
Para esta elección partimos de más de medio millón de votos que obtuvo la fórmula presidencial que me tocó integrar junto a Jorge Altamira en 2011, y más de 660.000 votos en la categoría diputado nacional. Existe la posibilidad de que la izquierda logre representación parlamentaria nacional y en las legislaturas, por eso nuestro llamado a votar al Frente de Izquierda y participar activamente en la campaña.
El balance de una década y nuestros desafíos
Después de una década, el kirchnerismo ha frustrado la expectativa de muchos de quienes le dieron apoyo, como lo mostraron los trabajadores que pararon masivamente el 20 de noviembre. Más allá de la retórica gubernamental y la de sus intelectuales, el balance de esta década es que los “cambios estructurales” respecto de los ‘90 hay que buscarlos con lupa. La economía sigue dominada por el capital extranjero y los mismos grupos económicos locales que orquestaron el golpe genocida de marzo de 1976. La tierra sigue en manos de los oligarcas de siempre y la “sojización” avanza en todo el país a costa de la expulsión de los campesinos pobres de sus tierras. Casi un 40% de los trabajadores está “en negro” y muchos otros sufren otras formas de precarización laboral, como la tercerización o los contratos eventuales, especialmente en la juventud. Para gran parte de la clase obrera, rigen las condiciones “flexibilizadoras” impuestas en los ‘90, con la ausencia de fines de semana libres y jornadas laborales que llegan a las 12 horas. Las patronales y el gobierno se apoyan en distintos sectores de la burocracia sindical, a la que auxilia desde el Ministerio de Trabajo. Lo que ha existido de novedoso en el movimiento sindical ha mostrado a la izquierda como protagonista, con la recuperación de numerosos cuerpos de delegados, comisiones internas y seccionales sindicales. Mientras los impuestos por “bienes personales” son de los más bajos del mundo (una tasa del 4% contra el 27% en la Unión Europea) cada vez más trabajadores pagan “impuesto a las ganancias”, y el IVA se ha mantenido en un 21%, una de las tasas más altas a nivel mundial. La renta financiera sigue sin pagar impuestos, lo mismo que la tierra que se mantiene ociosa, que solo paga impuesto inmobiliario. La minería multinacional actúa al amparo de la ley menemista y de los gobernadores kirchneristas, que la sostienen a pesar de la oposición de la población afectada, como en Famatina. El país se ha vuelto importador de energía, destinando a ese recurso 12.000 millones de dólares anuales. La semiestatización de YPF ha sido una burla: hoy la “gran política” estatal es lograr un acuerdo en condiciones leoninas con Chevron, denunciada en Ecuador por todo tipo de prácticas contaminantes. La continuidad de la política de concesiones privadas en los ferrocarriles y el subte no solo genera un servicio paupérrimo sino que ha provocado los crímenes sociales de Once y Castelar. La vivienda propia es de cada vez más difícil acceso para la clase trabajadora. Tres millones de familias viven en emergencia habitacional mientras el “boom” de la construcción hoy frenado ha estado al servicio de la especulación inmobiliaria.
Una década donde los políticos gobernantes no solamente han garantizado altas ganancias a los empresarios sino que se han enriquecido en forma tal que nada tienen que envidiar a los tiempos menemistas. Oficialistas y opositores, más directa o más gradualmente, sostienen una política devaluacionista para tratar de aumentar las ganancias a costa del salario obrero. Las patronales preparan distintos enjuagues para una superación “a la derecha” del kirchnerismo. Pero es probable que midan mal la relación de fuerzas. Las masas están diciendo presente en América Latina con fuerza renovada. No solo en países gobernados por derechistas sirvientes directos de Estados Unidos, como en Costa Rica y Chile, donde las masivas movilizaciones estudiantiles ya llevan tres años y ahora coordinan en común con trabajadores de los puertos y los mineros del cobre. También donde hay gobiernos “centroizquierdistas” como el de Dilma y el PT, en movilizaciones que han desenmascarado la realidad del nuevo “milagro” brasileño alabado por el conjunto de los políticos patronales locales, ya sea de derecha o centroizquierda. O en Uruguay, donde los docentes están protagonizando una huelga histórica contra el gobierno del Frente Amplio. Y en Bolivia, donde la Central Obrera Boliviana viene de realizar una muy importante huelga contra la ley neoliberal de jubilaciones que defiende Evo Morales y está lanzando un Partido de Trabajadores, en el cual hay importantes sectores que batallan por darle un carácter anticapitalista y de independencia de clases.
Con una centroizquierda local que ha mostrado que está para cualquier negocio (Solanas y Libres del Sur en un frente con privatistas como Terragno y hombres de la banca Morgan como Alfonso Prat Gay; Binner reivindicando el voto a Capriles en Venezuela), la campaña del Frente de Izquierda, cuyas listas están llenas de candidatos trabajadores y jóvenes combativos, interviene en momentos de división del oficialismo para decirles a los trabajadores y la juventud que la salida debe ser por izquierda. Para aprovechar esta crisis, las peleas en el PJ y en la burocracia sindical, la izquierda se debe plantar con una política independiente de los bandos patronales y fortalecer su inserción en la clase obrera, la juventud y la mujer trabajadora. El Frente de Izquierda es una condición necesaria para estos desafíos, aunque no suficiente. La batalla política en las amplias masas por que la clase trabajadora construya su propio partido, conquiste su independencia política, está aún pendiente. Tanto como avanzar en las fábricas, en las comisiones internas, los cuerpos de delegados, los centros de estudiantes, para construir una izquierda de los trabajadores que levante un programa para toda la nación oprimida. Utilizaremos la atención política que despiertan las elecciones para instalar la necesidad de superar la experiencia histórica del peronismo, contra la política de colaboración de clases.
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