Lo que comenzó como una catástrofe natural se convirtió rápidamente en una tragedia nacional, abriendo una importante crisis política para Bush, de la que no se vislumbra una salida fácil y pude afectar agudamente su segundo mandato. Katrina llegó en uno de los peores momentos de su gobierno: crece el cuestionamiento a la guerra en Irak, personificado hoy en Cindy Sheenan, madre de un soldado muerto que, a modo de protesta, acampa frente al rancho de Bush en Texas. La mayoría de los estadounidenses creen hoy que la guerra fue injustificada (ver “La ocupación...”). Crece el descontento con las medidas económicas (recortes de impuestos para los ricos que repercuten en recortes presupuestarios en el sistema social, la salud y la educación del pueblo norteamericano.
Dos de cada tres personas cree que “el Gobierno no ha hecho lo suficiente para ayudar a las víctimas del huracán Katrina”, la desaprobación de la gestión presidencial llega al 53% [1]. Sumado a este descontento general, el aumento del precio de la gasolina (y la potencial escasez) amenaza con ser un nuevo punto de preocupación.
A diferencia del 11/9 que le permitió a Bush consolidar una base social reaccionaria que posibilitó sus aventuras imperialistas, el Katrina puede golpear duramente su presidencia, debilitando su frente interno en momentos que aún está indefinido la resolución de un conflicto clave como Irak.
Otro mundo dentro de Estados Unidos
En el país más poderoso del mundo se estima que han muerto cerca 10 mil personas (100 veces la cantidad de muertos en las inundaciones de Santa Fe en nuestro país en 2003), y no exclusivamente por el Katrina. Murieron por ser negras, pobres y ser parte de una sociedad que desprecia profundamente a la importante minoría negra, que soporta los más altos porcentajes de desocupación, desnutrición infantil, pobreza y discriminación, junto a los latinos y demás minorías étnicas tras la fachada cínica de “la mejor democracia del mundo”.
Ya habían pasado dos días y Bush impartía órdenes sin abandonar su rancho en Texas. Uno podría pensar que ante semejante tragedia las primeras palabras serían de ayuda y apoyo, pero nada de eso sucedió. La gobernadora de Lousiana (Kathleen Blanco) dijo el 2/9 “Estas tropas saben cómo matar, y están más que dispuestas a hacerlo, y espero que lo hagan” [2]. El blanco son los habitantes de Nueva Orleáns, obligados a saquear los negocios en busca de agua y comida ante la ausencia de la ayuda estatal. A la orden de la gobernadora siguió la declaración del estado de sitio y la orden de Bush de “Tolerancia Cero” y “Tirar a Matar” contra los saqueadores, alentando a los comerciantes que organizaron verdaderas bandas armadas que custodiaban los comercios, dispuestos a asesinar a los saqueadores. Del total de tropas, hay 11.000 efectivos de combate ocupando la ciudad a punta de fusil. Esta política viene a dejar clara la prioridad del derecho a la propiedad frente al derecho a la vida de miles de personas. La única medida que se le ocurrió al alcalde de Nueva Orleáns fue hacinar a miles en el estadio Superdome, donde la gente vivió en condiciones infrahumanas, rodeada de sus propios excrementos, hubo robos de alimentos, y hasta asesinatos y violaciones. Bush aterrizó en Mobile (Alabama) y dijo “...trataremos de brindar consuelo a las personas en esta parte del mundo”, como si estuviera hablando de un lugar lejano de los Estados Unidos.
- 50.000 policías y militares ocupan la ciudad
Es que realmente estos estados son “otro mundo”, con altos porcentajes de pobreza y desocupación, y claro está altos porcentajes de población negra y latina. Lejos de “esta parte del mundo”, Condolezza Rice, Secretaria de Estado, mostraba la fachada de integración racial resquebrajándose como Nueva Orleáns. Cuando llovían rostros de mujeres negras desesperadas por conseguir comida y abrigo, Rice compraba zapatos en la Quinta Avenida de Nueva York. Si uno hace memoria de los peores años del menenismo, con festejos suntuosos en medio de millones de desocupados y pobreza extrema, no encontrará actos de tal cinismo y ostentación.
¿Bush lo hizo?
Muchos coinciden en la impericia de Bush y la administración, pero ellos son la expresión más patente de una ofensiva capitalista apoyada por demócratas, republicanos y todo el establishment político. Nueva Orleáns es la cruda prueba de los resultados de décadas de ofensiva capitalista al interior de Estados Unidos en el plano económico, de ofensiva conservadora, anti-obrera y racista en el plano social. Aunque en parte los últimos recortes presupuestarios han hecho mella en esta región, la realidad es que desde el fin del boom económico, allá por los años ’70, los sucesivos gobiernos republicanos y demócratas aplicaron planes económicos que destruyeron el sistema social y de salud; obra comenzada por Reagan, seguida por Bush padre y Clinton (el percusor de la privatización de la Seguridad Social) y continuada hoy por GW. La respuesta a todas las crisis económicas fue la misma: hacer que los trabajadores y el pueblo pobre paguen los platos rotos. Aunque muchos demócratas (incluso algunos republicanos negros) denuncien los criterios racistas del envío de ayuda, la política anti-obrera y racista no es una exclusividad de los gobiernos republicanos, aunque sus muecas y torpe actuación de “sensibilidad social” sean más recalcitrantes. Clinton y su gobierno demócrata no temblaron un segundo al recortar los programas sociales que brindaban una miserable ayuda a los millones de pobres negros cuando salvaba a las grandes corporaciones del fin del boom de los ‘90. Tampoco le tembló la mano a ningún demócrata al votar junto a los republicanos el apoyo a la “guerra contra el terrorismo” de Bush y los millonarios presupuestos para financiar la guerra y ocupación imperialistas en Irak, y el recorte impositivo para los ricos. Recién hoy, cuando la situación en Irak se complica, cuando crece el descontento en Estados Unidos por la guerra, los grandes costos económicos, y los soldados muertos, provocaron una tibia crítica de los demócratas, que no hace mucho tiempo mostraban orgullosos a su candidato multimillonario y guerrerista Kerry.
Una sociedad profundamente dividida
Como el 11/9 puso de manifiesto la vulnerabilidad de los EEUU frente a una amenaza externa, Katrina tiró por la borda la reaccionaria ideología estadounidense de ser “el mejor país del mundo”, al que llegan millones de inmigrantes con la expectativa de vivir dignamente, huyendo de la miseria (resultado de las políticas imperialistas yanquis) está construido sobre este desprecio.
Katrina muestra crudamente la democracia imperialista: represión dura a quienes saquean por hambre, abandono y desprecio de los pobres que hoy sufren una consecuencia más de las políticas anti-obreras y anti-populares.
La crisis abierta da cuenta de un país gobernado por un puñado de capitalistas (blancos) multimillonarios que siente un profundo desprecio por las comunidades negra y latina, y los millones de pobres. El odio social que comienza a expresarse contra el gobierno puede ser potencialmente un disparador de luchas sociales.
El país más poderoso del mundo, que puede predecir huracanes y reconstruir regiones como La Florida (donde viven los blancos ricos), que destina miles de millones de dólares para equipar a su ejército, permite que decenas de miles mueran y otras miles sean abandonadas por ser negras y pobres. Estados Unidos son dos países en uno. De un lado una elite blanca, multimillonaria que vive de la explotación y opresión de millones, del otro, trabajadores, negros y latinos (el principal blanco de la pobreza) que, como en Nueva Orleáns pagan con su vida los costos de la ofensiva capitalista.
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