Estados Unidos y sus aliados están a punto de lanzar un nuevo ataque militar en el Medio Oriente. La excusa es “castigar” al régimen dictatorial sirio de Bashar al Assad, al que el gobierno de Obama acusó, sin ninguna prueba concluyente, de haber bombardeado con armas químicas un suburbio de Damasco bajo control de fracciones opositoras, en el que murieron cientos de civiles. Con las imágenes horrorosas de este crimen de guerra, sobre el que hay múltiples especulaciones pero ninguna certeza, Estados Unidos pretende legitimar esta intervención imperialista.
Obama había establecido como “línea roja” para la acción militar en Siria que el régimen usara armas químicas contra la población civil. De sostener que Assad cruzó esta “línea roja”, tendría queintervenir para no perder su credibilidad y su poder de disuasión, sobre todo para mantener a raya a Corea del Norte o Irán que podrían interpretar como debilidad una falta de respuesta. Sin embargo la situación no es tan sencilla. Gran Bretaña prefiere esperar que la ONU termine la investigación en Siria sobre el uso de armas químicas antes de lanzar un ataque para darle aunque sea un barniz de legitimidad, lo que está demorando la intervención.
La maquinaria de guerra está lista: cuatro buques norteamericanos cargados de misiles ya están dispuestos en el Mediterráneo y apuntando al territorio sirio, a los que se están sumando naves francesas y británicas. La operación fue planificada en una reunión en Amán, la capital jordana, de la que participaron los jefes militares de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania, Canadá, Arabia Saudita, Qatar, Turquía y Jordania. Esta “coalición de los dispuestos” actuará sin el respaldo de la ONU, ya que Rusia y China se oponen a la intervención militar.
Aunque aun no se definieron los alcances de la operación, aparentemente sería un “ataque limitado” dirigido a instalaciones militares del gobierno sirio, con el objetivo de debilitar al régimen de Assad, aunque sin derribarlo, como pretenden sectores de los rebeldes y Arabia Saudita que lo ve como parte de su disputa regional con Irán. A esto se suma que Siria cuenta con el apoyo de Rusia que empezó a hacer movimientos militares en la zona.
La justificación “moral” del imperialismo es tan hipócrita que resulta increíble hasta para los propios medios capitalistas y liberales, que recuerdan sin tapujos cómo Estados Unidos usó armas químicas en Vietnam e Irak, o que consintió el uso de este tipo de armas a Sadam Hussein durante la guerra Irak-Irán, cuando aun era funcional a los intereses norteamericanos. Sin mencionar la ayuda financiera al Ejército egipcio a pesar de haber dado un golpe de estado y haber masacrado alrededor de 1000 simpatizantes de la Hermandad Musulmana.
Un escenario complejo
Desde que estalló la guerra civil en Siria, la política de Obama limitarse a brindar apoyo militar y financiero a las alas más moderadas de las fuerzas “rebeldes” a través de agentes regionales, como el gobierno de Turquía, al que responde el Ejército Libre Sirio. El objetivo era dejar que ambos bandos se desgasten y luego intentar una salida negociada entre el régimen de Assad y la oposición con el apoyo de Rusia.
Esta política era producto de la combinación de diversos factores. En el plano interno, la mayoría de la población norteamericana rechaza una nueva aventura militar después de las guerras desastrosas de Irak y Afganistán (según una encuesta del diario Washington Post sólo el 25% apoyaría el ataque en caso de que se comprobara el uso de armas químicas).
Además, como ocurrió con la intervención de la OTAN en Libia, Estados Unidos enfrenta en Siria el problema de que a falta de aliados confiables con peso de masas entre los “rebeldes”, una eventual caída de Assad podría terminar fortaleciendo a sectores de milicias islamistas radicalizadas, como el Frente al Nusra que mantiene lazos con Al Qaeda, nada menos que en las fronteras del Estado de Israel.
Todo indicaría que Estados Unidos intentará una acción “punitiva” limitada para revertir la relación de fuerzas en el terreno y obligar a Rusia e Irán a colaborar en implementar una salida negociada. Pero esto parece muy difícil. Como señalan varios analistas, sin objetivos políticos claros la situación podría terminar arrastrando a Estados Unidos a un nuevo conflicto regional, con miles de víctimas civiles . En ese caso, los aliados del régimen de Assad principalmente Irán y Hezbollah- podrían tomar alguna represalia por los ataques militares contra Siria.
Incluso no se puede descartar que, producto del enfrentamiento entre diversas minorías étnicas y religiosas sunitas, shiitas, alawitas, kurdos, etc.- se profundice la tendencia a la balcanización de estos estados, cuyas fronteras fueron trazadas arbitrariamente por las potencias imperialistas entre la Primera y la Segunda guerra Mundial, como ya se ve en Irak y en Libia.
Fuera el imperialismo. Sólo los trabajadores y las masas populares tienen derecho a derribar la dictadura de Assad
La lucha contra el régimen dictatorial de Assad comenzó como un legítimo levantamiento popular con motores similares al resto de los procesos de la “primavera árabe”. Contra lo que dicen sectores de la izquierda populista, como el chavismo en América Latina, el régimen de Assad no es ni progresivo ni antiimperialista: es una dictadura despótica que viene aplicando desde hace décadas políticas neoliberales con las que se beneficia la minoría alawita a la que pertenece la familia Assad y su círculo íntimo. Antes del levantamiento de 2011 la tasa de desempleo superaba el 20% (55% para los jóvenes) y la pobreza alcanzaba al 33%. Contra estas condiciones se levantó el pueblo sirio.
Sin embargo, la militarización ahogó el levantamiento popular y dio lugar a una guerra civil, en la que intervienen, a través de las distintas fracciones en pugna, países imperialistas y potencias regionales, como Turquía, Arabia Saudita, Qatar y los estados del Golfo, que apoyan a las milicias sunitas para hacer avanzar sus intereses reaccionarios.
La intervención imperialista directa es un salto. Algunas corrientes que se reclaman de izquierda, como la LIT-CI (cuyo principal partido es el PSTU de Brasil) en nombre de la lucha contra la dictadura, terminan apoyando acríticamente al bando “rebelde” entre quienes no sólo hay direcciones islamistas reaccionarias, sino también direcciones que reclaman la intervención militar del imperialismo para quedar como sus agentes ante el “cambio de régimen”, esta misma política los llevó a capitular ante la intervención de la OTAN en Libia.
En sus posiciones sobre Siria, la LIT ni siquiera menciona el peligro de intervención militar imperialista. En una nota del 25 de agosto, cuando ya estaba en preparación el operativo militar de Estados Unidos, el PSTU se limitó a denunciar que la ONU da cobertura a la matanza de Assad”. El colmo de esta política de “revolución democrática” es la vergonzosa posición de esta corriente en Egipto donde, siguiendo a la oposición burguesa liberal o laica, llama a los milicos golpistas a proscribir a la Hermandad Musulmana.
Contra estas capitulaciones, la tarea de los marxistas revolucionarios es desenmascarar ante las masas el carácter contrarrevolucionario del imperialismo, sobre todo cuando se oculta tras la cobertura “democrática” o humanitaria. Por eso contra el imperialismo y sus agentes internos estamos por la caída revolucionaria del régimen de Assad como parte de la lucha por conquistar un gobierno obrero y popular.
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