Después de que Obama hubiera establecido como “línea roja” para una intervención militar en Siria la utilización de armas químicas, y tras el ataque del 21/8 con lo que se presume serían ese tipo de armamentos en un barrio de las afueras de Damasco con centenares de muertos y que fue atribuido (todavía sin pruebas) a la dictadura de Al Assad, el presidente norteamericano ha quedado en una situación muy delicada. Los intrincados intereses geopolíticos que en estos días tienen su principal y sangriento escenario en tierras sirias y que incluye desde las grandes potencias imperialistas como EEUU, Francia, Inglaterra y el Estado de Israel, hasta Rusia, Turquía e Irán, han dejado a Obama en la encrucijada. O cumple su amenaza militar contra Siria y enfrenta el riesgo de quedar como un nuevo Bush que inventa excusas para atacar países según sus intereses imperiales, o se mantiene inactivo profundizando su ya evidente debilidad para contener esta crisis regional en curso que está por entrar en su tercer año.
Una operación unilateral y de alto costo político
El “consenso internacional” para atacar Siria sin el aval de la ONU es casi nulo y se reduce al gobierno de EEUU, Francia y el Estado de Israel. Inglaterra, su histórico gran aliado en las aventuras bélicas, ha debido mantenerse al margen tras la oposición en el Congreso de la bancada laborista (el partido del ex primer ministro Tony Blair, que no tiene nada de progresivo o humanitario sino concretos intereses político electorales) y parte de los conservadores (que tampoco son para nada progresistas) que son base del propio gobierno de Cameron. Ban Ki Moon, presidente de la ONU, declaró que se opone a una intervención militar hasta tanto se conozcan los resultados de las investigaciones que realizaron sus técnicos la semana pasada en el teatro de guerra.
Rusia, la gran aliada de Al Assad con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, se opone junto con China a autorizar un ataque militar así como a cualquier tipo de sanción como las que viene implementando la Unión Europea y EEUU en el terreno económico. A nivel mundial existe además, una abrumadora oposición a la intervención yanqui en la opinión pública, muy particularmente en Inglaterra y el propio EEUU donde sólo el 25% aprobaría un ataque si se comprobara que Al Assad usó armas químicas contra la población.
Es por esto que tras las primeras amenazas que hizo Obama después del 21/8 de lanzar una operación militar, debió retroceder parcialmente y consultar al Congreso buscando alguna legitimidad así como compartir la responsabilidad de la ofensiva con la oposición republicana. Antes de viajar a la reunión del G20, recibió el respaldo del presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, y de la jefa de la bancada demócrata, Nancy Pelosi. Sin embargo, la aprobación parlamentaria no está asegurada ya que ambas cámaras se encuentran fracturadas; muchos legisladores se oponen para no pagar el costo político ante sus electores. Mientras que la derecha aislacionista del Tea Party ya anunció su voto en contra de cualquier tipo de intervención, los “halcones” republicanos, encabezados por John McCain, votarían a favor pero con un plan de intervención militar más profunda que incluya el derrocamiento de Al Assad.
El plan de ataque y sus objetivos políticos
El borrador de resolución que ya circula entre los diputados y senadores y que debería ser votado a más tardar la semana próxima, define que el objetivo no es un cambio de régimen, sino debilitar sustancialmente la capacidad militar de Al Assad para obligarlo a negociar. El ataque consistiría en un bombardeo con misiles lanzados desde la flota norteamericana, contra las principales instalaciones militares sirias y según trascendió, impide explícitamente el uso de soldados en el terreno. De esta manera se intenta alejar analogías con las guerras e invasiones a Afganistán e Irak que terminaron en sendos fracasos tanto en el terreno militar como en el político y acentuaron la declinación de la hegemonía norteamericana.
Pero el intento de una intervención militar limitada tiene riesgos. El ejército de Al Assad ya viene mudando sus centros militares desde hace semanas y podría conservar su capacidad defensiva frustrando los principales objetivos norteamericanos. Eventualmente, Al Assad podría incluso intentar cumplir sus amenazas de “incendiar la región” si sufre un ataque, afectando por ejemplo a Israel u otros países, con lo que la crisis daría un salto de consecuencias impredecibles.
La oposición y los “rebeldes” sirios
El objetivo de EEUU, con una acción militar limitada, es el de cambiar el equilibrio de poder en tierra, sin derribar a Al Assad, y así obligar a Rusia e Irán a apoyar una solución negociada. Este plan tiene como trasfondo la heterogeneidad de la oposición siria y las imposibilidades que tendría para formar un gobierno estable post Al Assad.
En Siria la intervención del imperialismo y los agentes regionales tuvieron desde el principio el objetivo de desviar la “primavera árabe”, militarizando el levantamiento popular contra Al Assad, que amenazaba con extenderse por toda la región, empujando a una guerra civil sangrienta. Un campo de batalla para los intereses geopolíticos de diversos actores, incluida Rusia.
Es que detrás de varias de las fracciones en pugna se encuentra el financiamiento y apoyo directo de Turquía, Arabia Saudita o Qatar, con el visto bueno de EEUU (que opera directamente desde Jordania) y Francia que hizo público el envío de armamento a sectores de la oposición. La oposición está cruzada por diferentes intereses y no se encuentra unificada. La misma van desde un sector laico, ligado a occidente, que desde el principio pidió una intervención imperialista directa, un sector islamista moderado que depende del apoyo de las monarquías del golfo y de Turquía, como el Ejercito Libre Sirio (colaboracionistas del imperialismo pero con contradicciones entre unas y otras), hasta un sector islamista radical vinculado con Al Qaeda.
Esto crea una gran incertidumbre sobre la viabilidad del régimen que pueda remplazar a la dictadura y el riesgo de un escenario tipo Libia donde tras la salida de Khadafi los grupos rebeldes se disputan el poder en una lucha sangrienta y se mantiene la inestabilidad política.
No a la agresión imperialista. Por la caída revolucionaria de Al Assad
Los socialistas revolucionarios del PTS y la FT rechazamos cualquier intervención imperialista ya que constituiría un duro golpe para los trabajadores y los pueblos oprimidos de todo el mundo. Al mismo tiempo rechazamos el discurso de sectores como el chavismo y el castrismo que se oponen a la intervención militar imperialista defendiendo a Al Assad como si fuera un “antiimperialista”. Nada más alejado de la realidad. Ninguna democracia ni liberación viene de la mano del imperialismo. Estamos por la caída revolucionaria de la sangrienta dictadura de Al Assad con la movilización obrera y popular independiente de la oposición burguesa y proimperialista.
04/09/2013
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