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Las ondas expansivas de una crisis que golpeó los cimientos de la economía mundial
por : Esteban Mercatante

18 Sep 2013 | El 15/9 se cumplieron 5 años de la quiebra de Lehman Brothers, que tuvo efectos en cadena sobre el sistema financiero norteamericano. Ya a comienzos de 2007 ocurrían turbulencias financieras, y aún desde antes venía el desinfle de los precios inmobiliarios por la acumulación de ejecuciones de hipotecas incobrables. Pero la quiebra de Lehman actuó (...)
Las ondas expansivas de una crisis que golpeó los cimientos de la economía mundial

El 15/9 se cumplieron 5 años de la quiebra de Lehman Brothers, que tuvo efectos en cadena sobre el sistema financiero norteamericano. Ya a comienzos de 2007 ocurrían turbulencias financieras, y aún desde antes venía el desinfle de los precios inmobiliarios por la acumulación de ejecuciones de hipotecas incobrables. Pero la quiebra de Lehman actuó como catalizador para dar lugar a la crisis capitalista global más devastadora desde 1929.

Un economía crédito-dependiente

Lejos de tratarse de un caso aislado, Lehman mostraba las mismas apuestas arriesgadas con que el resto de la banca norteamericana. Todos habían incurrido en un raid de emisión de créditos hipotecarios apoyados en dinero prestado (“apalancados”), y especulado con los instrumentos financieros conocidos como “derivados” que se suponía diversificaban y reducían riesgos, cuando en realidad los multiplicaban. Poco antes de Lehman, la misma situación habían mostrado Bearn Stearns, que a diferencia de Lehman fue rescatado, y las hipotecarias semipúblicas Fannie Mae y Freddie Mac.

En los meses que siguieron, la economía norteamericana ingresó en caída libre, y con ella el conjunto de la economía global. Durante el año que siguió a Lehman, la producción industrial mundial acumulaba una caída del 13% y el comercio global se derrumbó un 20%.

Auge y ocaso del momento keynesiano

La amenaza de colapso financiero global y el fantasma de depresión económica, dispararon respuestas estatales en una escala nunca vista. Los EEUU, la UE, y otros países sumaron billones de dólares inyectados a través de estímulos fiscales para reactivar la demanda en base al gasto público, planes de empleo, salvatajes a empresas. Pero sobre todo, se inyectaron billones de dólares para salvar a los bancos, una masiva socialización de quebrantos privados realizada bajo el chantaje de los efectos que podría tener el colapso de los bancos “demasiado grandes para caer”.

Ante este giro copernicano, en el que aún los mayores exponentes de las políticas neoliberales se transformaron en impulsores del estatalismo para evitar el colapso, muchos se ilusionaron con la perspectiva de consolidación de un “momento keynesiano” que podría restablecer una senda de crecimiento más “armónico”.

Pero estas ilusiones se estrellaron rápidamente. El keynesianismo no fue más de uno de tipo financiero, sobre las bases de las políticas neoliberales. En primer lugar, el estatalismo se desarrolló en función de preservar, ante todo, la situación de los principales beneficiarios del boom especulativo. Como reconocía Martin Wolf en el Financial Times, “buena parte del ingreso generado en la recuperación correspondió al estrato de mayores ingresos (en parte como efecto de las políticas aplicadas)” (FT, 17/9/2013). Es decir que la respuesta fue hacer más decididamente lo que ya se venía haciendo, “regular” en beneficio de los ricos (el “1%”) y descargar los costos sobre los trabajadores. En segundo lugar, aunque el activismo estatal permitió estabilizar la economía mundial, permitiendo incluso que la economía norteamericana llegara a un crecimiento de 3% en 2010 y creando las condiciones los dos ritmos de la economía global (con los BRICS y otros creciendo a tasas elevadas), no hay un relanzamiento sostenido. La inyección de dinero sigue siendo determinante para sostener la actividad. Hay otros datos elocuentes: mientras las ganancias están en un nivel récord de más del 12% del PBI, la inversión apenas alcanza el 4% del PBI (FT, “Inversión corporativa: una divergencia misteriosa”, 24/7). Una de las razones es que la expectativa es que el crecimiento siga siendo anémico.

En tercer lugar, las patas cortas del momento keynesiano se mostraron en Europa. Si como respuesta a las amenazas de 2008 los Estados se endeudaron para salvar al sistema financiero y evitar el colapso económico, en 2010 fueron “los mercados” financieros estabilizados gracias a las medidas estatales los que empezaron a presionar sobre los Estados. Sucede que por las medidas tomadas varios países de la Eurozona alcanzaron niveles de deuda que los dejaron expuestos a ataques especulativos que cuestionaban su solvencia. Esto elevó la tasa de interés a la cual podían emitir deuda los Estados reputados de menos “confiables”, los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, España). Alemania se negó a cargar con los costos de los salvatajes e impuso duros ajustes. Desde entonces mantiene una línea dura de forzar la reestructuración de la Eurozona siguiendo la línea más clásica de los ajustes estructurales del FMI, lo que representa un ataque en toda la línea a lo que queda de los Estados benefactores, es decir golpear el nivel de vida de las masas trabajadoras, replicando lo que los gobiernos de todo tinte hicieron en la propia Alemania durante los últimos 20 años. Finalmente, la presión de otras potencias sobre Alemania ante el riesgo en el que la crisis europea creaba para la estabilidad global, llevaron a que finalmente aceptara algunas medidas de inyección monetarias que frenaron las presiones especulativas, pero continuando los planes de austeridad.

Continúan “ondas expansivas” de la crisis

A cinco años de Lehman, la economía mundial se muestra estabilizaba pero con un crecimiento global débil, y hondas desigualdades entre países. Los países que más lograron crecer en los últimos años, están mostrando síntomas de deterioro. El panorama para los próximos años es continuar con una situación anémica. La economía de EEUU estaba a mediados de 2013 un 14% por debajo del nivel previo a la crisis, la de Gran Bretaña un 18% por debajo.

El cataclismo de 2008 abrió una “falla estructural”: las relaciones entre las principales economías del planeta antes de la crisis se encuentran cuestionadas: los EEUU no puede volver a ser el gran comprador “en última instancia”. Aunque muestra una recuperación relativa, no puede ocupar el lugar que tenía. La UE se ve atenazada entre la presión disciplinaria de Alemania y las amenazas de disgregación. China viene desde hace años anunciando un giro hacia apoyarse de forma creciente en su mercado interno, pero mostrando avances muy magros, mientras se suman amenazas (problemas crediticios en municipios y provincias, exceso de inversiones) que podrían empujar a un crecimiento más bajo que el actual, exacerbando las tensiones sociales. Los impactos no dejan afuera ningún lugar del planeta. Lo mostró la primavera árabe: el corrosivo que carcomió definitivamente los cimientos de las dictaduras de Medio Oriente fueron los desbarajustes de la crisis, que se tradujo allí en inflación galopante y crisis fiscales. Lo muestran hoy los síntomas de agotamiento en varias de las economías que más crecieron en los últimos años, que se vieron además trastornadas por la amenaza de recorte de los estímulos monetarios en los EEUU, que iniciaron una acelerada salida de capitales de las mal llamadas “economías en desarrollo” (con India, Indonesia, Turquía, entre los más golpeados).

Aunque la situación se muestra hoy contenida, las “fallas estructurales” amenazan acrecentar las tensiones entre las potencias (y los aspirantes a serlo), ya que exigen una reestructuración de las relaciones globales para restablecer condiciones de crecimiento. Difícilmente puedan ganar todos. EEUU, el único potencialmente capaz de imponer una coordinación, arbitrando costos y beneficios, ha perdido capacidad como árbitro. Esto lo puso en evidencia por estos días su fracaso en impulsar un ataque a Siria, y la forzada aceptación del plan de Rusia para evitar un ataque. Resulta optimista opinar que la crisis actual podrá metabolizarse sin un salto en los conflictos, entre las clases y entre los Estados.

A seis años de crisis, las clases capitalistas sacan provecho del hecho de que los trabajadores y sectores populares aún no llegaron a desafiar la dictadura del capital, para continuar apostando a las alquimias monetarias y lanzando zarpazos contra el nivel de vida de las masas. Sólo si la clase trabajadora da su respuesta, expropiando a los expropiadores capitalistas, podrá torcerse este destino y establecerse una producción al servicio de las necesidades sociales y no de la ganancia y la especulación.

 

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