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Siria, como revelador de la crisis hegemónica norteamericana
por : Juan Chingo

25 Sep 2013 | Las dificultades que encontraron los proyectos bélicos de Obama (y su perrito faldero Hollande) en la actual crisis siria ha actuado como un revelador, fuerte, elocuente, de la crisis de hegemonía de los Estados Unidos, como principal potencia que domina y controla las coordenadas políticas y geopolíticas del sistema capitalista (...)
Siria, como revelador de la crisis hegemónica norteamericana

Las dificultades que encontraron los proyectos bélicos de Obama (y su perrito faldero Hollande) en la actual crisis siria ha actuado como un revelador, fuerte, elocuente, de la crisis de hegemonía de los Estados Unidos, como principal potencia que domina y controla las coordenadas políticas y geopolíticas del sistema capitalista mundial.

Aislado internacionalmente, rechazado hasta por su principal aliado mediante el voto negativo del parlamento británico, incapaz de arrastrar tras de sí a los llamados países emergentes en la Cumbre del G20 en San Petersburgo, sin nombrar la oposición activa de Rusia y el bloqueo en la ONU de ésta y China, el presidente norteamericano buscó el apoyo del Congreso norteamericano, temeroso de entrar en una nueva aventura militar. Pero el hartazgo de la población norteamericana a una nueva guerra y su probable derrota parlamentaria, lo empujaron a agarrarse de la tabla de salvación rusa para salir momentáneamente del brete en que había entrado en el conflicto sirio. Sin embargo, a pesar de que políticamente sale del paso momentáneamente, no solo Obama ha quedado debilitado internamente [1] corriendo el riesgo de quedar como un pato rengo (“lame duck”) prematuramente, sino que más importante aún, el affaire sirio tendrá consecuencias más estratégicas sobre el hegemón norteamericano, afectando negativamente la percepción de su poderío en la escena mundial.

Una oposición interna nunca vista desde la Segunda Guerra Mundial

Nunca desde 1945 el gobierno norteamericano encontró tanta oposición a su acción, no solo a nivel de masas, sino incluso en el Congreso, donde habitualmente sus intervenciones militares fueron aprobadas de forma casi rutinaria.
El hartazgo de la población norteamericana con la guerra es manifiesto. No es solo la desconfianza hacia sus gobernantes después de los engaños y confusiones de Colin Powell [2] sobre las armas de Saddam Husein. El rechazo es más profundo: según una encuesta llevada a cabo días previos a la proyectada consulta parlamentaria por The New York Times y CBS, el 75% de los consultados creía que el Gobierno sirio “probablemente utilizó” armas químicas contra civiles sirios, pero, aun así, la inmensa mayoría estaba en contra de la respuesta militar propuesta por Obama. Es esta presión la que reflejaban los congresistas. Todo esto es un legado de la herencia paralizante de Irak y Afganistán exacerbada por la crisis económica: los estadounidenses no creen que estas guerras hayan servido para nada en Medio Oriente, a la vez que han costado billones de dólares, mientras ellos perdían sus empleos y sus hogares, entre otros padecimientos como el acelerado deterioro de su infraestructura, en especial sus carreteras, puentes, hospitales y escuelas.

¡Qué contraste con los "buenos y viejos tiempos" del orden mundial de posguerra en los ‘50 y ‘60! Entonces, las operaciones militares del imperialismo eran guiadas bajo la "estrategia de contención a la expansión del comunismo", eufemismo para justificar intervenciones militares cuyo objetivo era impedir el triunfo de procesos revolucionarios en la periferia, la zona de mayor inestabilidad durante el orden mundial de Yalta y Potsdam. El imperialismo norteamericano, en auge económico y cuya hegemonía no hallaba rivales entre los otros imperialismos, contaba con una relativamente amplia base social doméstica e internacional, y podía utilizar la "amenaza comunista" como un argumento central para cohesionar a su opinión pública, alinear a sus aliados, y soportar los costos de su intervención en la arena mundial. No debemos olvidar que en sus inicios la guerra de Vietnam (tal como había ocurrido con la de Corea), tenía apoyo masivo en vastos sectores de la población norteamericana, y que recién después de varios años, el empantanamiento de la guerra ante la heroica resistencia vietnamita y las cuantiosas bajas, fueron dando lugar a un fuerte movimiento antiguerra.

El pánico que provocaron en la población de Estados Unidos los atentados del 11/9/2001 permitió a Bush sostener excepcionalmente una política neoimperialista a bajo costo, pero el fracaso de estas dos intervenciones actuó como un boomerang socavando el apoyo de la población a nuevas acciones guerreristas. Esto no significa que esta situación desfavorable para el dominio norteamericano no pueda cambiar, como fue la reversión frente a la crisis y oleada de cuestionamientos que siguieron a la derrota de la Guerra de Vietnam que significó la derechización del reeganismo y su ofensiva neoliberal a nivel mundial a partir de los años 1980. Pero hoy la insatisfacción con el curso imperial es ascendente. A su vez, a diferencia del pasado, los réditos de las acciones imperiales no se redistribuyen uniformemente, reforzando por el contrario la polarización social existente entre la mayoría de la población que viene retrocediendo en sus niveles de vida y una elite enriquecida. Esta es la base de la falta de legitimidad interna de las intervenciones militares, en la cual los pobres y los desocupados aportan la carne de cañón de las Fuerzas Armadas imperialistas. Esta realidad complica la creación de una base social reaccionaria sólida para sus incursiones imperialistas, la que solo podrá resultar de nuevas convulsiones sociales internas o externas, que permitan consolidar salidas bonapartistas, como intentaron los neocons a principio del siglo pero fracasaron.

Los crecientes costos de ser el “policía mundial”

Pero junto a este límite interno, el dominio norteamericano choca con los crecientes costos externos de ser el “policía mundial”. La enorme supremacía militar norteamericana no solo actúa como disuasivo por ahora de todo cuestionamiento abierto a su hegemonía por los otros centros imperiales, sino que a la vez su arsenal militar cumple la función de garantizar la reproducción capitalista a escala global, función en la que cuenta con el aval de estos mismos centros imperialistas. Estos ven a los Estados Unidos como un respaldo frente a cualquier inestabilidad geopolítica o levantamiento revolucionario en el mundo, aunque las desventuras norteamericanas en este rol clave en los últimos tiempos están empezando a abrir fuertes desavenencias entre los países aliados como fue el caso en la Guerra de Irak en 2003 y mucho más agudamente ahora en Siria.

Detrás de estas crecientes dificultades de la función de “policía mundial” se encuentra la transformación significativa de la relación entre los países centrales o metropolitanos y los países atrasados de la periferia, luego de las enormes luchas de liberación nacional que atravesaron el siglo XX. El carácter mayormente urbano de los pueblos a los cuales se debe controlar a diferencia de las antiguas sociedades agrarias de la época clásica del imperialismo de fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX, las posibilidades de comunicación que permite la tecnología moderna no solo entre sí sino también con el mundo exterior y fundamentalmente la mayor conciencia política de las poblaciones periféricas, plantean que las dificultades son más grandes hoy de lo que fueron un siglo o más atrás. Todo esto limita (o aumenta enormemente los costos) la eficacia de las intervenciones imperialistas, como hemos venido explicando los marxistas antes y durante la ofensiva de Bush.
Notablemente, estas crecientes dificultades en el uso de la fuerza y la creciente ineficacia de la elección de esta alternativa política para resolver los conflictos ha sido adelantada a fin del año pasado por una de las figuras emblemáticas del establishment norteamericano, Zbigniew Brzezinski, político realista por excelencia, viejo crápula de la guerra fría y principal arquitecto de la debacle soviética en Afganistán donde no dudó en armar a los fundamentalistas islámicos, incluido al mismo Osama Ben Laden, propinándole su Vietnam al ejército soviético. “Durante un reciente discurso en Polonia, el ex asesor de Seguridad Nacional de EE.UU. Zbigniew Brzezinski advirtió a sus compañeros de elite que el movimiento de ‘resistencia’ en todo el mundo al ‘control externo’ impulsado por el ‘activismo populista’ está amenazando con descarrilar la transición hacia un nuevo orden mundial. Indicando a la idea de que el siglo 21 es el siglo Americano como una ‘ilusión compartida’, Brzezinski afirmó que la dominación estadounidense ya no es posible debido a un acelerado cambio social impulsado por ‘la comunicación de masas instantáneos como la radio, la televisión e Internet’, que ha venido estimulando ‘un despertar universal de la conciencia política de las masas’”… “El ex asesor de Seguridad Nacional de EE.UU. añadió que este ‘aumento en el activismo populista en todo el mundo se está demostrando hostil a la dominación externa como la que prevalecía en la época del colonialismo y el imperialismo”. Brzezinski llegó a la conclusión de que la ‘persistente y altamente motivada resistencia populista, de despertar político y rechazo histórico de los pueblos al control externo, ha demostrado ser cada vez más difícil de suprimir’” [3] Sobre esta misma cuestión retorna en una entrevista de la televisión alemana, cuestionando la eficacia e incluso la posibilidad del uso de la fuerza para resolver la crisis siria. “‘Dada la realidad contemporánea de lo que he llamado en mis escritos el ‘Despertar Político Global’, una política de fuerza basada principalmente en Occidente y en algunos casos en las antiguas potencias coloniales, no me parece una vía muy prometedora para una eventual solución al problema regional’, dijo Brzezinski, en referencia a la situación en Siria’ (…) ‘Las grandes potencias mundiales, nuevas y viejas, también se enfrentan a una nueva realidad: mientras que la letalidad de su poderío militar es mayor que nunca, su capacidad para imponer el control sobre las masas que han despertado políticamente en el mundo, se encuentra en un mínimo histórico. Para decirlo sin rodeos: en los primeros tiempos, era más fácil controlar un millón de personas que matar físicamente a un millón de personas, hoy, es infinitamente más fácil matar a un millón de personas que controlar un millón de personas’, dijo Brzezinski durante su discurso en el Consejo de Relaciones Exteriores en Montreal” [4] .

Estos elementos muestran, contra toda visión vulgar, que el imperialismo norteamericano no está limitado por ‘sobre extensión imperial’ en el sentido del costo de una porción imposible de su Producto Bruto Nacional. Durante la Guerra Fría, EE.UU. dedicó un porcentaje aún más alto del PBI al presupuesto militar que en la actualidad. La sobre extensión que afecta de más en más a los EE.UU., como garante en última instancia del orden mundial, es la de tener que mantener el orden en cada vez más países periféricos –más de lo que la opinión pública interna está dispuesta a aceptar y los sectores “controlados” están dispuestos a permitir.
Las raíces de los zigzags de Obama

Es en el marco de las constricciones tanto interna como externa, que pueden comprenderse los continuos zigzags de Obama en el affaire sirio. Cuando asumió la presidencia, no quería comprometerse en ninguna guerra. Su objetivo era elevar el umbral para la acción militar mucho más de lo que había sido desde el fin de la Guerra Fría, cuando la Operación Tormenta del Desierto, Somalia, Kosovo, Afganistán e Irak y otras intervenciones menores formaron el patrón en curso de la política exterior de EE.UU. Obama buscaba que los Estados Unidos no jugaran un rol primordial en los acontecimientos, sino uno en el que las crisis regionales se desenvolvieran hasta que un nuevo equilibrio reaccionario fuera alcanzado. Esta era la lección luego del fracaso de Irak, en donde la liquidación del régimen de Saddam Hussein, había roto el equilibrio de fuerzas existente en provecho de Irán. Su objetivo era desempeñar un papel menor en general en la gestión del sistema internacional. A lo sumo, buscaba ser parte de la coalición de naciones, no el líder, y ciertamente no el actor central y menos aún en solitario, priorizando la defensa de los intereses esenciales de los EE.UU.. Un ejemplo de esto había sido la intervención en Libia donde EE.UU. no jugó un rol central, dejándole este rol a Francia e Inglaterra.
Fue dentro de esta emergente nueva doctrina – una constatación de los límites del unilateralismo de la década pasada - que debe entenderse la famosa línea roja puesta por Obama en el caso sirio: jamás creyó que la misma, demasiado alta para los conflictos actuales, iba a superarse. Pero una vez creada la realidad del uso de armas químicas, que al permitir la aniquilación en masa son consideradas como armas de destrucción masiva al igual que las armas biológicas o nucleares y su posesión y/o uso son considerados como una amenaza para EE.UU., el nuevo umbral estratégico puesto por Obama se vino abajo. A su vez, la imagen de otro genocidio despertó a los partidarios de las intervenciones humanitarias, dentro de la Administración y fuera de ella, como el senador John McCain. Es esta contradicción la que explica las oscilaciones de Obama: por un lado, estratégicamente no quería saber nada con Siria. Pero la ideología de las armas de destrucción masiva y de la intervención humanitaria lo obligaron a cambiar de curso. De ahí que declarara la amenaza de guerra, pero a la vez bajara toda credibilidad del uso de esta opción, limitándola a una mera advertencia de disgusto de los EE.UU. por el uso de armas químicas. Esta posición – o más bien contradicción en sus términos ya que no se puede anunciar la guerra y a la vez reducirla a un mero gesto- enervó a los partidarios de la guerra que buscaban una acción norteamericana efectiva que cambiara la relación de fuerzas en el terreno entre el régimen de Assad y sus oponentes. A la vez, envalentonó a todos los que se oponían a este nuevo curso de los EE.UU., en especial Rusia.

Una ventana de oportunidad aprovechada por Rusia

El manejo de Barack Obama de la crisis siria evoca para algunos analistas cada vez más la crisis de Irán conducida por el presidente Jimmy Carter, hace más de treinta años, especialmente durante la fallida operación para liberar a rehenes de la Embajada de EE.UU. en el año 1980 [5] . Fue esta ventana de oportunidad la que aprovechó el presidente ruso, Vladimir Putin, proponiendo un acuerdo (de difícil aplicación) por el cual el arsenal sirio de armas químicas debe eliminarse o destruirse, ofreciéndole una tabla de salvación a Obama que lo alejara al menos temporalmente de sus difíciles opciones. Para Rusia este rol componedor en una crisis mayor, es la primera vez que tiene un rol tan importante en la escena internacional desde los últimos días de la Unión Soviética, cuando Moscú fue marginado entre los meses de la invasión iraquí de Kuwait en 1990 y la operación de respuesta liderada por Estados Unidos a principios de 1991.

Pero aunque Rusia sale fortalecida de esta crisis, es más por la debilidad de los Estados Unidos que por su propio mérito. La realidad no es que Rusia ha vuelto a ser uno de los “grandes del mundo” sino que Estados Unidos no es más lo que era. Por eso, son totalmente infundados los argumentos de quienes ven en este triunfo diplomático ruso una vuelta de la Guerra Fría o creen ver confirmados sus predicciones de un “basculement du monde”, en detrimento de las viejas potencias de Occidente –Estados Unidos y Europa- en beneficio de las nuevas potencias emergentes [6] . La realidad es que en el plano militar Moscú no le hace sombra a Estados Unidos y fundamentalmente sus bases de apoyo económicas y políticas son débiles (dependiendo en gran medida de su rol de exportador de materias primas), a la vez que la Rusia actual está lejos de jugar el rol de la ex URSS, en especial por su control del movimiento obrero mundial. Por el contrario el “soft power’ de la Rusia de Putin y su gobierno autoritario y bonapartista es cercano a cero.

Balance: no es el viejo aislacionismo, es decadencia imperial

La realidad es que detrás de la reticencia de Obama a usar la fuerza hay una razón fundamental: la declinación del poderío norteamericano luego de las derrotas sufridas en Irak y Afganistán y de los obstáculos que encuentra Estados Unidos para restablecer su dominio en una región estratégica, todavía sacudida por los complejos procesos de la primavera árabe, con el telón de fondo de la crisis capitalista. Esto es lo que decía agudamente una analista norteamericana en la CNN a días de la negociación de Obama, yendo más allá de los análisis coyunturales y examinando lo que dice la crisis Siria sobre la ubicación actual de Estados Unidos en los asuntos internacionales: “…el verdadero problema estratégico para Estados Unidos es que ‘después de la invasión de Irak, Afganistán, Libia, cada una de ellas cada vez menos eficaz, con más y más retroceso, ahora estamos en la posición, creo, de que si atacamos Siria, como el presidente Obama ha planeado, se le mostrará al mundo que el poderío militar de EE.UU., nuestro poder político, y nuestro poder económico están disminuyendo seriamente’” [7]

La consecuencia de esta debilidad estratégica que la crisis Siria desnudó tiene enormes implicancias en la capacidad de Estados Unidos para ejercer su rol de policía mundial e imponer sus intereses a aliados y enemigos. Una debilidad en este terreno tendría consecuencias de largo alcance y podría alentar a otros estados como Irán o Corea del Norte a desafiar las imposiciones de Norteamérica y sus agentes. Así, a nivel de Medio Oriente, mientras el acuerdo con los rusos fue visto con buenos ojos por Irán, el posible acercamiento diplomático entre éste y los EE.UU. pone nervioso a todos sus adversarios regionales desde Arabia Saudita a Israel [8] Turquía también está preocupada por la creciente influencia rusa en la región. Más allá de esta zona, la imagen de los rusos obligando a los estadounidenses a dar marcha atrás va a resonar fuertemente a lo largo de la periferia de Rusia, quien busca consolidar de nuevo un área de influencia en las republicas de la ex URSS (en especial Ucrania y Azerbaiyán, una alternativa clave al dominio energético) y más en general en los países de Europa del este donde ya el capital ruso viene reconquistando posiciones al calor de la crisis europea a lo que se suma la falta de preocupación de los Estados Unidos que no puede desprenderse de los problemas de Medio Oriente. En América Latina, apenas saliendo de su actuación en Siria, la diplomacia norteamericana recibió un nuevo golpe con la decisión de la presidente brasilera, Dilma Rousseff, de posponer su gran viaje de reconciliación de Brasil con los Estados Unidos, preparado desde hace mucho por el Departamento de Estado para mediados de octubre. En otras palabras, la debilidad mostrada por los EE.UU. en Siria se encadenada en este caso con las repercusiones aún calientes de las revelaciones de espionaje de la NSA.

Todos estos elementos muestran que estamos tal vez frente a un nuevo salto en la pérdida de hegemonía norteamericana. Timothy Garton Ash preocupado no se permite mentir: “Para describir esta actitud que se percibe hoy tanto en demócratas como en republicanos se utiliza con frecuencia un término poco imaginativo: ‘aislacionismo’. No cabe duda de que Estados Unidos tiene un historial de refugiarse periódicamente en su inmensa indiferencia continental, como ocurrió tras la I Guerra Mundial. Pero esta vez la sensación es diferente. Aunque es evidente que la resistencia actual a intervenir está relacionada con algunos de esos casos tradicionales, hoy se produce en un país que no está en pleno e impetuoso ascenso en el escenario mundial, sino que tiene una temerosa conciencia de su declive relativo”. Y concluye sombrío: “A los numerosos detractores e incluso a los enemigos de Estados Unidos en Europa y todo el mundo, no les digo más que una cosa: si no les gustaba el viejo mundo en el que Estados Unidos intervenía sin cesar, a ver qué les parece un mundo nuevo en el que no lo haga [9]

Este salto en la crisis de hegemonía norteamericana, no quiere decir que Estados Unidos, que sigue siendo la principal potencia imperialista a nivel mundial, no va a perseguir políticas agresivas sobre todo donde está en juego su interés nacional (fundamentalmente evitar toda amenaza que pueda poner en cuestión su dominio en los mares, en especial que surja un poder contra hegemónico en Eurasia que pueda disputarle este control) o que, necesariamente, esta debilidad sea aprovechada por las masas obreras y populares a favor de sus intereses cuando tienen al frente direcciones reaccionarias, como muestra la crisis de Irak donde recrudeció la guerra civil entre sunitas y chiitas tras la retirada de las tropas norteamericanas, o Afganistán donde Estados Unidos busca negociar su salida con los talibán. Pero lo que también es cierto es que debido a su rol de garante de la gobernabilidad capitalista a nivel internacional, el mundo se torna más peligroso para los intereses imperialistas en general y norteamericanos en particular, sujeto a mayor inestabilidad y crisis políticas. Es hora de que los revolucionarios saquemos temple, audacia y convicción de la crisis histórica del principal gendarme imperialista mundial para ponernos a tono y sobre todo ayudar a los trabajadores a estar a la altura de los convulsivos tiempos que se pueden abrir.

25/09/2013

 

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