Las expectativas de que el regreso del PRI al gobierno representara una vuelta a la estabilidad se mostraron endebles. Aunque el gobierno de Enrique Peña Nieto había logrado con el Pacto por México un acuerdo con la oposición para avanzar con una agenda de reformas estructurales, tras ocho meses en el poder el rechazo a las reformas educativa y energética, junto a la reemergencia de la juventud, están configurando un nuevo escenario.
Desde fines del 2012, el viejo dinosaurio priista está de regreso. La clase dominante y las trasnacionales brindaron alborozadas cuando Peña Nieto ganó las elecciones en julio del año pasado. Los primeros tiempos del gobierno de Enrique Peña Nieto mostraban lo que en apariencia era el retorno de la dictadura perfecta, como llamó el escritor peruano Mario Vargas Llosa al antiguo régimen. En los primeros meses de este año, los movimientos de protesta se limitaban, fundamentalmente, a sectores del magisterio, que protagonizaron paros y movilizaciones en algunos estados del país, en particular en el sur de México. Parecía que el país entraba en un nuevo letargo y que la aparición juvenil del #yosoy132 durante el 2012, era apenas un rayo en cielo sereno.
Sin embargo, antes de cumplir los 9 meses de mandato, algo cambió. Desde mediados de agosto se desplegó un nuevo proceso de la lucha de clases, encabezado por el magisterio democrático [1], en protesta contra una reforma educativa finalmente aprobada y promulgada, la cual supone el fin de la permanencia y la estabilidad laboral docente, sujeta a los maestros a mecanismos de evaluación que implican la estandarización y, por la vía de la descentralización, abre las puertas al fin de la gratuidad. La protesta magisterial se combinó con otros procesos de resistencia juvenil y popular, entre los que se destaca el despertar del movimiento estudiantil universitario.
La causa de esto no fue, como podría pensarse, la poca destreza política del nuevo gobernante, o que sea “una creación de las televisoras”, como planteaban muchos durante la campaña electoral; en realidad, Peña Nieto, quien viene de gobernar el estratégico Estado de México, resultó ser un político burgués que combina el oficio y componendas del viejo priísmo, con la agresividad de los “juniors” educados en la escuela política neoliberal. Si queremos explicar esta situación hay que ir más profundo: aunque el partido tricolor [2] intentó mostrar un proceso de cambio y de “democratización”, no ha dejado de ser visto por amplios sectores de la población como la expresión del viejo sistema político y como el que encabezó el neoliberalismo en las décadas de los ‘80 y ‘90.
Si a esto le añadimos que durante los 12 años de reinado panista fue el principal socio de las administraciones de Vicente Fox y de Felipe Calderón, y que tuvo un peso institucional de proporciones a través del Congreso de la Unión y la gubernaturas, puede entenderse que su triunfo representó, para amplias capas de la población, el retorno al poder del viejo sistema político responsable de las masacres de 1968 y 1971, contra el que se levantó primero el movimiento democrático en 1988 y luego la insurgencia indígena campesina en Chiapas, en 1994. Recordemos que el #yosoy132 emergió al grito de “Atenco no se olvida” –en referencia a la represión instrumentada por el entonces gobernador Peña Nieto en el 2006– adelantando esta falta de legitimidad del “nuevo” priísmo en el gobierno.
Por último, no podemos dejar de considerar que el curso abiertamente neoliberal que Peña Nieto asumió desde su primer día de gobierno no hizo más que acrecentar el descontento latente. Era cuestión de tiempo para que el mismo se transformase en movilización y protesta en las calles.
En este nuevo escenario político confluyen tres procesos que recorren el México profundo. Por una parte, desde hace años viene desplegándose una verdadera contrarreforma en el terreno de la educación, cuya mayor expresión es el paquete legislativo que acaba de ser aprobado; todo lo cual despierta la protesta del sector magisterial, el cual estuvo a la vanguardia de la lucha de clases en los años previos. Junto a esto, la reforma energética propuesta por Peña Nieto es visualizada por amplios sectores de la población trabajadora y las capas medias como una privatización encubierta de Petróleos Mexicanos en favor de las transnacionales imperialistas, empujando un proceso de movilizaciones. Y, en tercer lugar, la salida represiva ensayada por el gobierno contra el magisterio despertó un movimiento democrático en torno al cual hizo su aparición el movimiento estudiantil. A continuación nos referimos a todo ello.
Una nueva insurgencia magisterial
En el año 2006, la insurgencia magisterial en el sureño estado de Oaxaca y su alianza con otros sectores populares, llevó al surgimiento de lo que se conoció como la Comuna de Oaxaca y de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Aunque aquella fue derrotada, quedó como un hito de la lucha de clases y como parte de la experiencia histórica de uno de los sectores asalariados mas activos en los movimientos de protesta de la ultima década. En tiempos más cercanos, las movilizaciones magisteriales y de los estudiantes normalistas generaron una acumulación que hizo eclosión en las ultimas semanas. La actual movilización magisterial conmovió el centro político, económico y administrativo del país –la Ciudad de México, donde se instaló un plantón con miles de maestros de distintas regiones– y con el correr de los días el conflicto se nacionalizó. A diferencia de procesos previos no se limitó a las secciones de la CNTE del centro y sur del país (ver nota 1) sino que se gestó una rebelión antiburocrática en el propio SNTE que alcanzó a la mayoría de los estados y cuya profundidad aún está por verse. No se puede dejar de considerar lo que es una característica de la historia del México contemporáneo: por el peso enorme que tiene el aparato de los charros (burocracia) en el movimiento obrero y su vinculación con el PRI, las jornadas mas significativas de la lucha de clases han hecho irrupción con fuertes movimientos antiburocráticos.
La protesta magisterial retomó métodos radicales, tales como el bloqueo de arterias claves de la ciudad de México, los accesos al Aeropuerto Internacional, e impidió sesionar al Congreso de la Unión en sus instalaciones, demandando primero la no aprobación de la reforma y luego la abrogación de la misma. La alta combatividad de las bases magisteriales se nota también en el cuestionamiento que emerge respecto a la propia dirección de la CNTE, enfrentando a quienes buscan negociar por separado de acuerdo a las reivindicaciones locales de los estados, lo cual conduciría a debilitar la lucha nacional por la abrogación de la reforma. El violento desalojo del plantón, el pasado 13 de septiembre, despertó un nuevo torbellino en la lucha de clases: un amplio movimiento democrático y de apoyo al magisterio, el cual contrarrestó la campaña mediática contra los maestros.
Esto se inscribe en una verdadera tradición en la lucha de clases del país: esto es, que la represión del PRI tiende a despertar procesos de movilización democrática que empujan a las calles a decenas y centenares de miles de personas provenientes de distintas capas y clases sociales, como fue en 1994 en defensa de la rebelión chiapaneca o en febrero del 2000 en demanda de la libertad de los presos políticos de la UNAM. Si Enrique Peña Nieto esperaba una victoria que arrinconase al magisterio, sin duda se trató de una victoria pírrica.
Los estudiantes, una vez más, en la escena política
Nuevamente, si se trata de considerar la importancia de la acumulación de experiencia, hay que recordar que el movimiento #yosoy132, que durante largos meses cuestionó la legitimidad del retorno del PRI, es un antecedente próximo de lo que hoy vemos en la universidades, a tal punto que muchos que entonces surgieron a la vida política hoy son ya veteranos activistas de la solidaridad con el magisterio. El despertar político de esa juventud estudiantil evidenciaba el hartazgo con el sistema político mexicano, que recorría a amplias capas de la sociedad. El #yosoy132, además, sacaba a la juventud mexicana del letargo y la inscribía con fuerte trazo en las mismas páginas donde los jóvenes del mundo árabe, de Chile o el Estado Español, escribían sus experiencias de movilizaciones, barricadas y represión. Cuando parecía que el estudiantado mexicano estaba preso de la pasividad post-electoral, sucedió la represión del 13 de septiembre y todo cambió.
Después de una nutrida asamblea interuniversitaria realizada ese mismo día, miles de estudiantes de las universidades publicas se movilizaron el domingo 15 de septiembre [3]. En los siguientes días asambleas multitudinarias en distintas escuelas y facultades aprobaron el paro estudiantil, para repudiar el desalojo del Zócalo y por la resolución de las demandas magisteriales. Brigadeos al metro, a las colonias y barrios, y a zonas fabriles, así como la participación masiva en las marchas de la CNTE, junto a la organización asamblearia y la puesta en pie de una Asamblea Interuniversitaria, señalaron también el despertar del movimiento estudiantil. Éste comenzaba a retomar formas de lucha y de organización puestas en juego en los movimientos de 1968 y en la huelga universitaria de 1999-2000, que no se veían desde los inicios de ésta última.
Los estudiantes de las universidades públicas actuaron como una verdadera caja de resonancia de las contradicciones sociales. Expresaron la existencia de un fuerte descontento con el regreso del PRI y su programa político neoliberal, y con un régimen político garante de los intereses de los grandes capitalistas, que está perfeccionando la legislación y el aparato represivo. No es casual que la protesta estudiantil surja contra una acción policial que, por su despliegue de fuerzas, fue retratada como el retorno del viejo priato.
Los ritmos y tiempos de la emergencia estudiantil no pueden predecirse. Lo que nos interesa destacar es que, después de muchos años, vuelve a la escena. El #yosoy132 fue el decir presente de una nueva generación juvenil y estudiantil en México. Después del 13 de septiembre, volvió a pisar fuerte nutriendo un movimiento democrático y solidario, y mostrando a la vez una tendencia a la confluencia y la unidad con los trabajadores.
PEMEX una entrega anunciada
Correctamente visualizada por amplios sectores de la población como una privatización encubierta de PEMEX, la reforma energética propuesta por Peña Nieto toca una fibra altamente sensible en un país tratado por los Estados Unidos como su patio trasero, y que ha incrementado su subordinación económica, política y militar al vecino del norte. Desde la expropiación petrolera de 1938, la entrada del capital privado en PEMEX siempre fue realizada con gran sigilo por parte de la clase dominante. La reforma proyectada pretende brindar un millonario beneficio económico a las transnacionales del sector, pero también avasallar y pisotear la tradición, aún viva, en torno a la defensa del carácter nacional de los recursos naturales.
Las magnas movilizaciones que se han dado muestran un escenario que no se veía desde las manifestaciones contra el denunciado fraude del 2006, por el que Felipe Calderón le arrebató la presidencia al candidato centroizquierdista Andrés Manuel López Obrador. La movilización en defensa del petróleo está encabezada por los dos principales líderes de la oposición burguesa, Cuauhtémoc Cárdenas y el mismo López Obrador, quienes mantuvieron las manifestaciones separadas de la protesta magisterial, limitándolas a un horizonte de “resistencia civil y pacífica” y proponiendo medidas como “consultas populares”. Distinto a esto, y recordando a León Trotsky, quien en 1938 afirmaba que la expropiación y la lucha por el petróleo mexicano eran el único medio efectivo para salvaguardar la independencia nacional, podemos decir que en la actualidad la vía para enfrentar la entrega del petróleo es asumir una perspectiva que confronte radicalmente la expoliación de los recursos naturales y a los capitalistas nacionales y extranjeros que –aun más que en los tiempos en que el revolucionario ruso llegó a Tampico– , succionan la savia vital de México.
¿Hacia un nuevo período de la lucha de clases?
México había trascendido, los últimos años, por el desarrollo de la narcoguerra, que dejó un tendal de más de 125.000 muertos y desaparecidos, y por el proceso de militarización, que implicó un perfeccionamiento del terror del estado contra la población. El regreso del PRI prometía aplastar sin piedad viejas conquistas del pueblo trabajador. Pero los distintos procesos que hemos presentado en estas páginas podrían estar mostrando el umbral de un nuevo periodo. El proletariado mexicano es una poderosa fuerza social, de los más nutridos de la región, anclado en los servicios, en el transporte, y en una moderna industria imbricada con las transnacionales y con la exportación hacia Estados Unidos, con una fuerza de trabajo concentrada y numerosa. Hacia adelante, el que despierten el conjunto de las fuerzas de este gigante obrero es sin duda la llave para profundizar el curso actual de la lucha de clases e ingresar a nuevos y profundos acontecimientos revolucionarios.
El México que hoy esta surgiendo no es en absoluto igual a la imagen que el neoliberalismo –a pesar de sus avances innegables– pretendió moldear: en el patio trasero yanqui, verdadero paraíso de las transnacionales, anuncia su emergencia, nuevamente, el México bronco y profundo; el mismo que, desplegando todas sus fuerzas sociales contra la clase dominante y la dominación imperialista, permita hacer posible, en pleno siglo XXI, la tarea de retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata.
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