Todo empezó el miércoles 5 de febrero en la ciudad obrera de Tuzla, ubicada al noreste de la Federación de Bosnia-Herzegovina (BiH). Unos 3000 trabajadores protestaban ante la sede del gobierno local contra las privatizaciones y el cierre de de cuatro empresas. La violenta represión de la policía que cargó con balas de goma, perros y gases lacrimógenos, dejando un tendal de heridos y detenidos, desató una oleada de indignación popular. Al día siguiente decenas de miles de trabajadores, desocupados y estudiantes salieron a las calles pidiendo la renuncia del gobierno. La movilización se extendió a casi treinta ciudades, superando las líneas étnicas en las que está dividido el país desde el fin de la guerra civil de 1992-1995. Para el 7 de febrero había en curso un levantamiento espontáneo. Una multitud enardecida prendió fuego al palacio presidencial en la capital, Sarajevo y atacó edificios de los gobiernos federales, regionales y de los principales partidos políticos. Como resultado de esta rebelión obrera y popular, cayeron en una semana tres gobiernos regionales y el jefe de la policía de Sarajevo.
Aunque con un fuerte componente “antipolítico” e ilusiones en un “gobierno técnico” formado por “expertos” como salida, los manifestantes en Tuzla, Sarajevo y otras ciudades han levantado entre sus demandas que los ministros y funcionarios de un futuro gobierno cobren lo mismo que un obrero industrial, y que las medidas del gobierno puedan ser controladas por la población, la confiscación de la propiedad de los políticos, la reversión de las privatizaciones, y la devolución de ciertas fábricas a sus trabajadores. Esto muestra la profundidad del proceso.
Aunque con el transcurso de los días las movilizaciones fueron disminuyendo en masividad y violencia, la situación es de una tensa calma y no se pueden descartar nuevos estallidos. Ante esta posibilidad, algunos partidos empiezan a plantear como alternativa de desvío adelantar las elecciones presidenciales previstas para octubre de este año. Sin embargo, parece difícil que con esto alcance para desmontar definitivamente el proceso en curso, teniendo en cuenta además de que es un régimen que arrastra una crisis política desde las últimas elecciones de 2010. Los motores del odio popular contra las elites gobernantes y sus patrocinadores de la Unión Europea son profundos: la tasa de desempleo es del 44% -58% entre los jóvenes- el 20% de la población vive bajo la línea de pobreza y el salario promedio apenas alcanza los 420 euros. Esta situación se ha agravado con la crisis capitalista y las exigencias de reformas por parte de la UE y el FMI para liberar préstamos y ayuda financiera. Todavía está por verse si se trata de un estallido de odio o si estamos ante las primeras etapas de un proceso con final aun abierto.
Guerra, restauración capitalista y crisis económica
Las condiciones que llevaron a esta rebelión tienen sus orígenes en los acontecimientos de los últimos 20 años. Entre fines de la Segunda Guerra Mundial y principios de la década de 1990, Bosnia y Herzegovina era una de las seis repúblicas que integraban la Federación Yugoslava, mal llamada “socialista” como el resto de los países de Europa del Este donde se había expropiado a los capitalistas durante la segunda posguerra. Con la caída de los regímenes burocráticos del este europeo, Yugoslavia se fragmentó y las distintas repúblicas (como Croacia y Bosnia) comenzaron a declarar su independencia del poder central, bajo hegemonía de Serbia que pretendía conservar su predominio sobre el resto de las nacionalidades. El desmembramiento de la ex Yugoslavia tomó un curso sangriento que tuvo su máxima expresión en la guerra de Bosnia entre los tres grupos nacionales que componían el país: la mayoría musulmana (bosnios), los croatas y los serbios. La guerra, que se extendió entre 1992 y 1995 incluyó matanzas brutales y limpiezas étnicas contra los bosnios musulmanes, mientras que el imperialismo había impuesto un embargo de armas que dejaba al pueblo bosnio indefenso ante los ataques del ejército regular yugoslavo y las milicias paramilitares, fundamentalmente serbias.
En 1995, bajo el auspicio de Estados Unidos y la tutela de las tropas de la ONU, se firmaron los Acuerdos de Dayton que pusieron fin a la guerra. Estos acuerdos consolidaron la división reaccionaria del país según líneas étnicas y establecieron un engorroso sistema de gobierno con la supervisión de las potencias imperialistas auspiciantes, que luego quedó bajo responsabilidad de la Unión Europea, lo mismo que la presencia militar.
Por los Acuerdos de Dayton Bosnia fue dividida en dos entidades: la Federación de Bosnia y Herzegovina –compuesta por la población croata y bosnia musulmana- y la República Srpska (serbo bosnios), además del distrito especial de Brcko, en el norte del país, bajo administración internacional. Con el pretexto de garantizar la representación de todas las comunidades étnicas, el imperialismo creó una burocracia estatal escandalosa que les permiten a las elites políticas y sus círculos íntimos vivir como privilegiados a cambio de garantizarle a las potencias europeas cierta estabilidad en el corazón de los Balcanes.
Como empiezan a denunciar muchos manifestantes se trata de un estado que mantiene la segregación nacional y se basa en un régimen “triplicado” insostenible que consta de una presidencia tripartita y rotativa, tres constituciones, 16 cámaras legislativas, 13 gobiernos locales o cantonales, 140 ministros solo en la Federación de Bosnia y Herzegovina, entre otras instituciones que según se estima consume alrededor del 66% del presupuesto nacional.
Esta enorme casta política se ha sostenido utilizando el nacionalismo y los prejuicios étnicos para mantener dividida a la sociedad.
Las privatizaciones, el desmantelamiento de los que quedaba de la economía nacionalizada, la destrucción de la industria metalúrgica (política que continúa como muestran las protestas obreras en Tuzla), los planes del FMI y las exigencias de Bruselas, sumado a que con la crisis ha disminuido las remesas que envían desde el exterior los cientos de miles de bosnios que se exiliaron durante la guerra (según el banco mundial cayeron de 2100 a 1800 millones de dólares entre 2009 y 2012), han llevado a los trabajadores y sectores populares bosnios a una situación desesperante que terminó en explosión social contra todos los partidos locales y la UE.
Síntomas alentadores
El actual levantamiento fue precedido por las protestas de junio de 2013, las primeras desde la guerra de los ’90 que unieron a todas las comunidades contra el régimen surgido de Dayton con la consigna de “Abajo el nacionalismo”. Las movilizaciones de esta semana plantean a una escala superior la posibilidad de superar las divisiones reaccionarias y avanzar en la unidad de la clase obrera y los sectores populares contra sus explotadores y opresores.
La situación en Bosnia crea un problema estratégico para las potencias de Europa occidental que necesitan mantener “pacificados” los Balcanes, una región integrada de manera subordinada y dependiente, donde distintas potencias han jugado sus intereses, profundizando la fragmentación y los enfrentamientos nacionales, lo que históricamente la ha transformado en un polvorín.
En los últimos años la política de la Unión Europea ha sido ofrecer una esperanza de membresía a las repúblicas balcánicas, de hecho Croacia se incorporó a la UE en 2013, como forma de exigir estabilidad y reformas de mercado. Sin embargo, con la crisis económica la región ha vuelto a ser escenario de importantes movilizaciones, como las que derribaron los gobiernos en Eslovenia (2011) y Bulgaria (2013), sin contar el proceso político y de la lucha de clases en Grecia, que enfrentan a sus gobiernos y a los planes de ajuste de la “troika”. Las movilizaciones en Bosnia son un anticipo de las luchas por venir.
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