Después de semanas de violentos enfrentamientos, que dejaron un saldo de casi 100 muertos, entre ellos varios policías, el 23 de febrero el parlamento ucraniano destituyó al presidente Víctor Yanukovich, nombró a Alexandr Tuchinov (del principal partido opositor liberal) como presidente provisorio y llamó a elecciones anticipadas para el 25 de mayo.
El proceso que llevó a la caída del gobierno estalló en noviembre del año pasado, cuando el entonces primer ministro de Ucrania anunció que no firmaría el acuerdo de Asociación con la Unión Europea, un tratado de libre comercio que el mismo gobierno venía negociando desde hacía años. Yanukovich volvió a su alianza tradicional con Rusia, aparentemente por una combinación de presión y ofrecimiento de dinero fresco por parte Moscú y rebajas en el precio del gas para que Ucrania se integrara a la Unión Aduanera Euroasiática, un bloque comercial dominado por Rusia, del que forman parte Bielorrusia y Kazajstán. Este anuncio disparó una oleada de movilizaciones, fundamentalmente de sectores de las clases medias, con un programa pro Unión Europea y una dirección reaccionaria, formada por una alianza entre las fuerzas políticas liberales y los partidos nacionalistas de la extrema derecha, cuyo emblema fue la ocupación durante tres meses de la plaza Maidán (plaza de la Independencia) en la capital, Kiev. Luego de intentar diversas vías para desmontar las manifestaciones, como la votación de leyes que restringían el derecho de movilización, Yanukovich decidió romper el impasse con una violenta represión lo que terminó precipitando su caída.
Si bien las potencias occidentales que mediaron en la crisis habían auspiciado una tregua entre Yanukovich y la oposición, que entre otras cosas preveía que este permaneciera en su cargo hasta diciembre, ante los hechos consumados rápidamente saludaron esta salida y ya están en Ucrania negociando con el nuevo gobierno provisorio las condiciones para eventuales “ayudas” financieras del FMI o la Unión Europea a cambio de futuras “reformas” económicas, es decir, más ajustes. Como lo hicieron hace una década, durante la llamada “revolución naranja” que sustituyó al gobierno pro ruso (también encarnado por Yanukovich) por otro más afín a los intereses imperialistas, Berlín, Washington y Bruselas vieron la oportunidad de operar en la crisis interna para implementar un “cambio de régimen” y, en su pulseada geopolítica, avanzar en atraer a su órbita a países de la ex Unión Soviética, que tradicionalmente estuvieron bajo influencia rusa –ya sea vía acuerdos comerciales o militares, como la integración a la OTAN. Difícilmente Putin se resigne a perder posiciones estratégicas como Ucrania, considerada vital para sus intereses, además de alojar la principal flota rusa en el Mar Negro.
La crisis está lejos de haberse resuelto ya que tiene sus raíces en cuestiones estructurales, como la profunda fractura económica y cultural del país entre el este industrial, ligado a Rusia, y el oeste nacionalista y prooccidental, lo que ya algunos analistas consideran que puede llevar al separatismo, por ejemplo, de la península de Crimea de mayoría rusa.
Más allá del carácter de las movilizaciones, lo que puso de relieve la crisis es que los gobiernos dominados por los oligarcas (los nuevos burgueses que se quedaron con las principales empresas con la restauración capitalista) ya sea pro rusos o pro occidentales, llevaron a la ruina al país. Según datos del Banco Mundial, el PBI per cápita aun está por debajo de su nivel de 1989 y en promedio es un 10% del de la Unión Europea. La situación empeoró con la crisis capitalista que disminuyó la demanda de acero, la principal exportación ucraniana y desde 2009 la economía oscila entre la recesión y la recuperación anémica. Según la Unión Europea, necesitaría como mínimo un préstamo de 35.000 millones de dólares en lo inmediato. El nuevo gobierno será el encargado de hacer que, como en Grecia y España, sean los trabajadores y los sectores populares los que paguen esta “ayuda” con ajustes, devaluación y quitas de subsidios al consumo popular, lo que augura más crisis y convulsiones sociales.
Dos campos reaccionarios
Las movilizaciones de la plaza Maidán, aunque se dirigieron contra un gobierno corrupto, represor y defensor de los intereses de un sector de los oligarcas, por su base social, su programa y las direcciones que se pusieron a la cabeza, no representaban una salida obrera y popular para la crisis ucraniana. Si bien el trasfondo de las manifestaciones es el descontento producto del deterioro de las condiciones de vida, las movilizaciones tuvieron su epicentro en Kiev y el sector occidental del país, mientras que el este, donde está concentrada la clase obrera industrial, prácticamente no participó.
Las ilusiones en la integración a la Unión Europea, a pesar de que la UE viene aplicando brutales planes de ajuste para descargar la crisis sobre los trabajadores, llevaron a levantar un programa coincidente con los partidos de oligarcas proimperialistas, como el partido Patria de Yulia Timoshenko, y la extrema derecha nacionalista anti rusa, los principales referentes de la oposición e interlocutores de Merkel y Obama. Las milicias de la autodefensa de la plaza Maidán estuvieron formadas fundamentalmente por grupos de choque de reconocidos partidos neonazis agrupadas en el llamado Sector de Derecha. Estas direcciones, al servicio de los intereses de la clase dominante, le imprimieron su sello al movimiento.
Por esto, a pesar de que el gobierno ha caído, el resultado lejos de ser una “victoria democrática” para las masas, como dice por ejemplo la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT cuyo principal partido es el PSTU de Brasil), es un cambio de una camarilla capitalista por otra.
El gobierno que suba tendrá como tarea aplicar los planes que exigen los representantes de la UE y el FMI, mientras que los oligarcas seguirán haciendo sus negocios. La extrema derecha nacionalista azuza el odio anti ruso al servicio de esta misma política proimperialista. La clase obrera no puede enfrentar estos planes subordinada al campo de Yanukovich y Rusia, que ya demostró que defiende los intereses de quienes se enriquecieron saqueando la propiedad estatal. La única salida progresiva a la crisis es que la clase obrera levante un programa independiente de los dos campos burgueses en disputa, que plantee expropiar a los oligarcas pro occidentales o pro rusos, nacionalizar la banca, expulsar al imperialismo y luchar por un gobierno obrero y popular.
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Claves
Partido de las Regiones: partido del ex presidente Víctor Yanukovich, su principal base electoral está en el este y el sur en el sector ruso parlante.
Patria: partido neoliberal, el más importante de la oposición pro occidental (tiene un 25% del parlamento). Su principal figura es Yulia Timoshenko, que hizo su fortuna quedándose con la compañía de distribución de gas luego de la caída del régimen estalinista. Fue condenada en 2011 por corrupción y liberada el 22 de febrero de 2014.
Alianza Democrática Ucraniana para la Reforma: partido de orientación similar a Patria, dirgido por Vitali Klitschko, famoso por ser un ex campeón de boxeo. Tiene alrededor del 15% del parlamento
Svoboda (Libertad): partido nacionalista de extrema derecha dirigido por Oleg Tiahnibok. Accedió al parlamento en 2012.
Sector de Derecha: red de organizaciones de extrema derecha que protagonizaron los enfrentamientos en la plaza Maidán, son anti rusos pero también están en contra de la UE.
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