En la última semana Ucrania se transformó en un campo de batalla de lo que muchos analistas ya llaman una “nueva guerra fría” entre Estados Unidos (y la Unión Europea), por un lado, y Rusia por otro, donde hay en juego importantes intereses económicos y geopolíticos. Las potencias imperialistas están tratando de capitalizar la caída del gobierno pro ruso de Yanukovich y su reemplazo por un gobierno pro europeo para avanzar en arrancar a Ucrania de la órbita de influencia de Rusia y alinearla con los intereses de Estados Unidos y la UE, lo que incluye la expansión militar de la OTAN hasta las fronteras rusas. Como respuesta, el presidente Vladimir Putin desplegó decenas de miles de soldados en la frontera occidental con Ucrania e incrementó la presencia militar en la península de Crimea, una región estratégica donde está alojada la Flota rusa del Mar Negro, con el pretexto de proteger a la mayoría de la población ruso parlante. Incluso llegó a plantearse la posibilidad de una incursión mayor en el este de Ucrania y hasta la secesión de Crimea. Este fue un mensaje de Putin de que no se va a quedar de brazos cruzados mirando cómo las potencias occidentales tienden un cerco en torno de Rusia. Obama y otros jefes de estado imperialistas respondieron con amenazas de imponer sanciones económicas a Rusia. Pero Putin parece haber leído correctamente los intereses divergentes y la situación de debilidad en que se encuentran tanto Estados Unidos como la UE para concretarlas. Al cierre de este artículo la situación parecía haber retrocedido de su punto más alto de tensión. Las amenazas y escaladas militares cedieron su lugar a la diplomacia febril para encontrar una salida negociada. Más allá de las analogías históricas con la primera y la segunda guerra mundial que han circulado en los medios ni Estados Unidos ni la Unión Europea están dispuestos a ir a una guerra por Ucrania, es decir, una guerra contra Rusia cuya extensión y consecuencias son imprevisibles. Sin embargo, esta crisis, la más importante al menos desde el fin de la guerra fría, está lejos de haberse cerrado y si bien puede ser que se alcance algún acuerdo pragmático entre los sectores pro occidentales y pro rusos que permitan restablecer cierta estabilidad, no pueden descartarse de plano otros escenarios menos probables pero más catastróficos, entre ellos la partición del territorio ucraniano.
Contradicciones y debilidades
La crisis ucraniana puso de relieve las contradicciones y los límites de las potencias imperialistas para responder al desafío ruso. En el marco de su decadencia hegemónica y dejando de lado la opción militar de una intervención de la OTAN (por ahora por fuera de todo cálculo), la política de Estados Unidos fue amenazar con imponer sanciones económicas marginales sobre algún miembro del gobierno ruso y otras penalidades como excluir a Rusia del Grupo de los 8. Sin embargo, no está claro que pueda imponerlas, sin ir más lejos en 2008 durante la breve guerra entre Rusia y Georgia, el gobierno norteamericano votó sanciones económicas contra el régimen ruso que nunca entraron en vigencia. La Unión Europea, aunque apoyó el levantamiento contra Yanukovich y busca incorporar a Ucrania a su órbita económica y militar, no puede avalar un régimen de sanciones económicas ya que esto iría en contra de los intereses de sus principales miembros. El abastecimiento de energía de la Unión Europea depende del gas que importa desde Rusia. Rusia no es solo el principal proveedor de energía de Alemania sino también su cuarto socio comercial por fuera de la Unión Europea. Francia tiene importantes inversiones en la industria automotriz rusa, además de que Londres y otras plazas cuentan con los importantes negocios financieros de los principales oligarcas rusos. Esto explica la línea mayoritariamente negociadora de la UE, en particular de Merkel que incluso se opone a implementar sanciones leves, que buscan un equilibrio entre sancionar la ofensiva rusa sobre Crimea pero sin que esto afecte sus relaciones económicas.
En estas contradicciones juega Rusia para disimular su propia debilidad. Desde la desintegración de la ex Unión Soviética en 1991, y aprovechando el caos de los primeros años de la restauración capitalista bajo el gobierno de Yeltsin con la consecuente decadencia económica, política y social de la exURSS, Estados Unidos avanzó sobre Rusia y su zona de influencia, aunque no pudo transformar a Rusia en un país semicolonial. Con la llegada de Putin al poder este curso de desintegración comenzó a revertirse. Putin estableció un régimen bonapartista, fortaleciendo la autoridad estatal, tomó el control férreo de los principales recursos del país –enfrentando incluso a algunos de los oligarcas que se habían quedado con el botín de las privatizaciones, reconvirtió a Rusia de vieja potencia industrial en un país exportador de petróleo y gas, beneficiándose ampliamente de los altos precios de estas materias primas y recompuso su ejército. Esto llevó a que en los últimos años Rusia resurgiera como una potencia regional y que intentara resistir la política ofensiva de las potencias occidentales sobre su esfera de influencia más cercana desplegando una serie de iniciativas como la Unión Aduanera Euroasiática, o subsidiar el precio del gas , aunque de ninguna manera transformarse en una gran potencia: su economía es cada vez más rentística y depende del precio del petróleo y el gas. En el plano geopolítico, tres exrepúblicas soviéticas, Estonia, Letonia y Lituania y el resto de los aliados del Pacto de Varsovia han ingresado a la OTAN.
Por una Ucrania independiente, obrera y socialista
Los trabajadores y los sectores populares ucranianos son moneda de cambio en esta trama de intereses económicos y geopolíticos de las potencias imperialistas y Rusia. En las dos décadas de restauración capitalista, tanto con gobiernos pro rusos como pro occidentales, los oligarcas (exmiembros del régimen estalinista devenidos magnates con la restauración capitalista) han saqueado la propiedad estatal quedándose con los principales negocios.
La economía ucraniana fue duramente golpeada por la crisis capitalista y la caída del precio del acero, una de sus principales exportaciones. Solo en 2009 el PBI cayó un 15%. La crisis en la UE agravó las condiciones. Para sostener el valor de la moneda local, la grivna, el banco central práctica liquidó sus reservas que cayeron de 40.000 millones de dólares en 2011 a 12.000 en 2014. Finalmente el banco central dejó caer la grivna que sufrió una fuerte devaluación aumentando el peso de la deuda nominada en moneda extranjera, y puso un corralito para evitar el colapso del sistema bancario.
Mientras que Yanukovich osciló entre acercarse a la UE y mantener sus relaciones con Rusia en función de los intereses de la elite de oligarcas locales, el gobierno neoliberal que asumió la semana pasada, formado por los partidos pro occidentales y grupos de extrema derecha, ya anunció que deberá tomar medidas antipopulares (llegaron a hablar de “políticas suicidas”) y tendrá que comprometerse al ajuste a cambio de la ayuda financiera de sus amigos del FMI y la UE. Estas reformas estructurales, como ya se ve en Grecia o en España, implican caída del salario, cierres de fábricas, despidos, privatizaciones y recorte del gasto público.
Las maniobras militares y políticas de Putin, incluido su reclamo sobre Crimea y su pretendida defensa de la autonomía ucraniana, no tienen nada que ver con combatir al imperialismo sino con defender los intereses del capitalismo ruso y sus posiciones geopolíticas. Mientras tanto los supuestos “nacionalistas” ucranianos agitan el odio anti ruso, llegando incluso a prohibir el uso de la lengua rusa que la hablan millones de ciudadanos ucranianos, pero se arrodillan ante el FMI y Bruselas.
Los intereses de los trabajadores y los sectores populares ucranianos se oponen por el vértice a estos dos bandos reaccionarios y a sus agentes internos. Las movilizaciones de la plaza Maidan, aunque tenían como trasfondo las penurias económicas y la bronca contra un gobierno corrupto y represor, no levantaban un programa que permitiera una salida obrera a la crisis, sino que se alinearon con la oposición neoliberal con un programa pro Unión Europea y nacionalista extremo, lo que se expresó en el rol destacado que jugaron grupos neonazis. Por eso la caída de Yanukovich no fue el triunfo de la “revolución democrática” como suponen corrientes como la LIT y los compañeros de Izquierda Socialista, sino el recambio de una camarilla capitalista por otra.
El nacionalismo ucraniano tiene sus raíces históricas en la opresión ejercida por Rusia que se remonta al imperio zarista. Tras la revolución rusa de 1917, Ucrania se unió voluntariamente a la URSS en 1922 pero Stalin volvió a ejercer la opresión nacional contra el pueblo ucraniano, lo que implicó una hambruna brutal a principios de 1930 con la política de colectivización forzosa, y la deportación de la población tártara de Crimea a las repúblicas de Asia central. Contra la política estalinista Trotsky levantaba el derecho a la autodeterminación de Ucrania. Esa opresión alimentó el odio anti ruso y empujó a los nacionalistas ucranianos a colaborar con los nazis durante la segunda Guerra mundial.
Ahora tanto Rusia en Crimea como los partidos pro occidentales juegan la carta del nacionalismo para sus fines reaccionarios, lo que puede llevar hasta la posibilidad de separación del territorio ucraniano en zonas bajo la influencia y la protección de las potencias imperialistas y Rusia.
Solo la clase obrera puede dar una salida progresiva. La única perspectiva realista para que Ucrania sea independiente es expropiar a los oligarcas –los nuevos capitalistas que se quedaron con las grandes empresas públicas- dejar de pagar la deuda externa, nacionalizar la banca, el comercio exterior y los principales recursos de la economía y ponerlos al servicio de los trabajadores y sectores populares, es decir, luchar por una Ucrania obrera y socialista con derechos democráticos para todos los grupos étnicos y nacionales. Esta sería una palanca para la revolución social en Rusia y Europa, donde se jugará, en última instancia, el destino de Ucrania.
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