Asumió Bachelet el gobierno con la Nueva Mayoría, (la Concertación más el Partido Comunista que integrará el gabinete con una ministra), sucediendo al gobierno de la derecha de Sebastián Piñera, con la promesa de tres reformas: una reforma tributaria para “que los que tienen más contribuyan más”, pudiendo así financiar la reforma educativa que permita la gratuidad en la educación superior, y una nueva Constitución “nacida en democracia” no como la actual que rige desde la dictadura de Pinochet. Se podría agregar una reforma al Código Laboral, también heredado de la dictadura. Tres reformas que buscan responder a las movilizaciones estudiantiles y de los trabajadores que están atravesando la situación política en Chile y sacudiendo al régimen político: en las elecciones hubo casi un 60% de abstención, lo que resultó en que Bachelet fue elegida con el 26% de la votación total, mientras que su competidora de la derecha alcanzaba solo el 14%. ¿Logrará con estas reformas prometidas apaciguar los fenómenos de la lucha de clases?
En Latinoamérica, Chile buscará proyectar el cambio de signo de un Gobierno de la derecha al progresismo, para afirmar los intereses estratégicos como aliado del imperialismo estadounidense.
“Las protestas van a detener todo”
En entrevista en el diario imperialista Washington Post, Bachelet afirmó que en su próximo gobierno deberá enfrentar movimientos sociales como el estudiantil y una economía en desaceleración, y que tendrá que lograr acuerdos para llevar a cabo su programa de gobierno, ya que “de lo contrario, las protestas van a detener todo”. Si bien las promesas de reformas, se harán respetando los límites del neoliberalismo, las herencias de la dictadura impugnadas en las calles; han generado expectativas. Esto pondrá su sello sobre un gobierno que comienza marcado por los procesos de luchas estudiantiles, obreras y en las Regiones (Provincias) de los últimos años, que comienzan a cambiar la relación general de fuerzas entre las clases, habiendo logrado, por ejemplo, imponer sus propias “agendas”. Un efecto de esta particular combinación es el que refleja una reciente encuesta, que revela que un 75% no cree que Bachelet vaya a terminar con el lucro en la educación, mientras que el 71% duda que se concrete la reforma educacional, y un 61% no confía en que sea posible crear una nueva Constitución.
El movimiento estudiantil mantiene su vigor, como se pudo ver con un triunfo moral: forzó la renuncia de la subsecretaria de Educación aún antes de asumir, por haber declarado en 2011 (año de la gran movilización de los estudiantes) que estaba en contra de la educación gratuita. Desde 2013, los trabajadores han entrado en escena, con importantes huelgas como en portuarios o Correos, un paro nacional, y un paro con movilización obrero-estudiantil. Está abierta una posible dinámica de intensificación de la lucha de clases como lo viene demostrando el último período, aunque este escenario no niega los límites que pueda tener sobre los procesos de lucha un posible efecto de “pasivización” como producto de la implementación (aunque sea parcial) de algunas reformas.
Por otra parte si bien la entrada del PC al Gobierno tiene un carácter aún abierto, este pretende, junto con las anunciadas reformas, contener y canalizar. Pero podría tener el efecto contrario: debilitarlo como mediación. De hecho, la Juventud del PC perdió la mayoría de las Federaciones universitarias. La mayoría de las huelgas que se han dado, fueron por fuera de las dirigencias sindicales de este partido y de la CUT cuya presidencia tiene también el PC.
La posible dinámica a una intensificación de la lucha de clases, se ve favorecida a su vez por una mayor inestabilidad del régimen político: la derecha se ha fragmentado; en la Nueva Mayoría las tensiones ya se reflejan: la Democracia Cristiana criticó el “estatismo” de los partidos progresistas (PS de Bachelet, PPD, Partido Radical Socialdemócrata, PC), la crisis en Venezuela puso en primer plano las diferencias entre la DC y el PC. Las disputas parlamentarias donde se expresarán estas tensiones, y donde Bachelet pretenderá radicar todas las reformas, solo serán un espejo deformado de los procesos de la lucha de clases.
Para coronarlo, el crecimiento económico de 5,8% en los tres primeros años del Gobierno de Piñera, se desplomó al 4% en 2013, y se anuncia un crecimiento aún menor en 2014. El crecimiento económico actuaba como colchón y amortiguador de la lucha de clases, y se está esfumando, lo que abre las llagas de las escandalosas desigualdades.
Cambio de signo político, continuidad de intereses estratégicos
En una Latinoamérica efervescente con procesos de diferente signo, sacudida por la desaceleración económica que golpea al gigante brasileño, la crisis abierta en Venezuela, la tendencia al debilitamiento del gobierno de Cristina Kirchner y el régimen que cerró coyunturalmente (y los ajustes económicos en ambos países, con devaluación e inflación), México sacudido por el narco y las autodefensa mostrando el debilitamiento del gobierno, es decir, los principales países de nuestro subcontinente, agravado por los conflictos de Chile con Perú y Bolivia, y por los intentos, moderados aún, de EEUU por mantener divididos y dominados a nuestros países para profundizar la dominación imperialista, Chile intentará jugar un nuevo rol.
Aprovechando el cambio de signo político de un gobierno de derecha a uno progresista, intentará hacer de puente entre los gobiernos de estos distintos signos, sin que eso modifique por el momento su rumbo estratégico que ha venido siendo el de ser uno de los principales aliados del imperialismo en la región.
La primera declaración del recién asumido ministro de Relaciones Exteriores Heraldo Muñoz fue que “el eje de nuestra política exterior será América Latina”, contrario a la orientación del gobierno de la derecha de Piñera. Y en el día siguiente de la asunción de Bachelet, se realiza una reunión de UNASUR, para buscar una salida a la crisis venezolana, como afirmando esta nueva orientación. Es decir que su ubicación le permite potencialmente llevar adelante una política de bisagra entre ambos bloques mejorando la relación con el Mercosur y jugando un rol más activo en la UNASUR sin por eso renunciar a la relación estrecha que mantiene con el imperialismo.
Recientemente, el propio vicepresidente de EEUU, Biden, anunció que Chile, único país de Latinoamérica, gozará del programa que permite viajar sin visa de Chile a los Estados Unidos. Como reconocimiento a “que Chile haya usado la democracia y un mercado abierto para crear nuevas oportunidades para los ciudadanos”.
Es que Chile se mantendrá en la Alianza del Pacífico, que lo reúne con Perú, México y Colombia, como contrapeso al Mercosur, al ALBA, y sobre todo, a las pretensiones de Brasil sobre Latinoamérica. Bachelet, durante la cumbre de la CELAC, se reunió con estos países, mostrando que continuará esta orientación que Piñera inició el 2011. A la vez que, tras la reunión de UNASUR reafirmó los dichos de su Ministro de Relaciones Exteriores de mirar a Latinoamérica, y en una reunión con Dilma Rouseff, anunció que le abrirá a Brasil un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU vía la misión allí de Chile.
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